I. Introducción
El sistema político paraguayo ha sido descrito como un “bipartidismo hegemónico y excluyente” (Morínigo 1998), en el cual los partidos tradicionales
-la Asociación Nacional Republicana (ANR), popularmente denominada Partido Colorado, y el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA)- no integran un sistema de gobierno compartido, sino que existe un partido que controla el poder y otro que ejerce una (limitada) oposición desde “la llanura”1. Desde su fundación a finales del siglo XIX, la ANR y el PLRA han dominado casi sin interrupciones la vida política del país, alternándose en la guía del gobierno nacional gracias a golpes de estado, revoluciones y guerras civiles, registrándose hasta la fecha solamente una alternancia pacífica, tras las elecciones llevadas a cabo en 2013. Es más, los únicos periodos gubernamentales en los que uno de estos partidos no estuvo al frente de la Presidencia de la República fueron en 1936-38, durante la Revolución Febrerista del Cnel. Rafael Franco; y en 20082012, durante la Presidencia del Ex Obispo Fernando Lugo2. Esto significa que el sistema político paraguayo ha permanecido marcadamente estable desde la fundación de estos dos partidos hace más de 130 años3.
Cabe subrayar que en Paraguay el nivel de afiliación partidaria es extremadamente elevado, tanto que, según datos del Tribunal de Justicia Electoral de 2015, los afiliados a partidos políticos corresponden al 78,9% de los electores, porcentaje que resulta anómalo al compararlo con lo de los demás países de la región. Además, aunque en la actualidad existan 27 partidos y 3 concertaciones en estado activo4, el 96% de los afiliados pertenecen a la ANR o al PLRA5, lo que pone de manifiesto la gran relevancia de los partidos tradicionales en la vida política e institucional paraguaya. A su vez, estos datos contrastan con la opinión negativa que la ciudadanía manifiesta respecto a los partidos políticos. Así, según datos de Latinobarómetro, en la década comprendida entre 2008-2017 el promedio de la población paraguaya que declaró no confiar en partidos políticos asciende a un altísimo 76%6. ¿Cómo se explica entonces esta coexistencia de un alto rechazo a los partidos con registros masivos de afiliación?
El fenómeno conocido como identificación partidaria otorga pistas para contestar a esta pregunta. Este concepto, acuñado por cientistas sociales norteamericanos a finales de la década de 1960, hace referencia al vínculo psicológico-afectivo que los ciudadanos sienten con un determinado partido político (Campbell et al. 1960) y que se basa en factores afectivos antes que cognitivos, y forma parte de la autopercepción del individuo (Lewis-Beck et al. 2008). Aplicando esta perspectiva de análisis, Rojas Scheffer (2018) afirma que los motivos que impulsan a la ciudadanía a afiliarse a un partido político en Paraguay tienen su origen en la tradición familiar y lazos afectivos. Pero la identificación partidaria no sólo influye en el nivel de afiliación, sino también, en la manera en que la ciudadanía entiende y se relaciona con la política. En esta línea, en las siguientes páginas nos proponemos analizar cuál es la relación entre ideología, afiliación e identificación partidaria, argumentando que los partidos tradicionales y mayoritarios en Paraguay no generan adhesión a partir de una particular postura ideológica, sino que obtienen seguidores apelando a relaciones afectivas y tradiciones familiares. Para tal objetivo, el presente artículo descansa en fuentes teóricas y literatura secundaria, así como en datos recolectados por un equipo de investigación del cual los autores forman parte. Al respecto, este texto ha sido elaborado en el marco de una investigación más amplia sobre el sistema político y partidario paraguayo, en cuyo ámbito se realizaron encuestas, entrevistas y grupos focales7 que brindan los datos empíricos en los cuales se basa el análisis.
II. Un sistema político basado en la tradición y el afecto
En su estudio sobre los partidos políticos paraguayos llevado a cabo a finales de la década del 60 del siglo pasado, Byron Nichols (1969) afirmaba que éstos, lejos de tratarse de asociaciones construidas sobre la base de intereses similares, se comportaban más bien como comunidades adscriptivas en las cuales los individuos nacen y de las cuales no pueden retirarse. Dos décadas más tarde Morínigo y Silvero (1986) seguirán el camino abierto por Nichols, llegando a la conclusión que el rasgo característico del sistema político paraguayo es el sentimiento afectivo o de comunidad que el ciudadano expresa por “su partido”. A su vez, unos años después, Morínigo (2008:17) llamaría la atención ya no solo sobre la profundidad, sino también sobre la perdurabilidad de este vínculo entre ciudadanos y partidos políticos, al afirmar que “sobre todo en el medio rural, tener partido es una necesidad tan imperiosa como tener religión, o casi igual a tener un apellido. Y de la misma manera que uno no cambia ni su apellido y generalmente su religión, así también es difícil el cambio de partido en la sociedad paraguaya”.
Partiendo del trabajo de estos autores nuestro equipo de investigación se embarcó en la búsqueda de datos actualizados que permitieran confirmar o refutar estas afirmaciones. Los hallazgos tanto de instrumentos cuantitativos (encuestas) como cualitativos (entrevistas) confirmaron la constancia de esta situación, en cuanto los datos recabados señalaron que el 90% de los afiliados a la ANR y al PLRA deciden su membresía partidaria por adscripción, eligiendo -o siendo impulsados a elegir- el mismo partido de sus padres (véase Rojas Scheffer 2018: 34). La evidencia encontrada en 2016 y 2017, entonces, señaló a la familia como principal determinante de la identificación de los ciudadanos con uno u otro partido político, identificación que de manera casi automática deviene en afiliación partidaria. El proceso de afiliación aparece además como un paso “natural” en la vida de la juventud paraguaya, tanto que a veces son los familiares los que afilian a los más jóvenes
-incluso sin contar con su consentimiento expreso- situación que se encuentra ampliamente normalizada.
Estos datos nos dan la pauta que el sistema político paraguayo continúa sosteniéndose principalmente sobre una alta afectividad de los electores hacia los partidos políticos, especialmente hacia aquéllos tradicionales. Además, siendo los afiliados partidarios alrededor del 80% del total del electorado, éstos mantienen un rol determinante en los procesos políticos y electorales que se desenvuelven en el país. Ahora bien, ante este panorama que indica la importancia de los lazos afectivos y la historia familiar en las decisiones políticas del electorado paraguayo, surge una duda de gran relevancia: ¿Qué rol juega entonces la ideología en el campo político y electoral? Para responder a esta pregunta conviene iniciar recordando la relación histórica entre ideología y sistema de partidos.
III. Evolución de los partidos y distinción ideológica
Hasta entrado el siglo XIX el esquema de sufragio restringido o censitario habría sido la regla en la mayoría de las democracias occidentales. Según este sistema electoral, el derecho al voto estaba limitado ya sea por la renta, el estado civil, nivel de instrucción o pertenencia a una clase social, excluyendo además a todas las mujeres. No será hasta finales del siglo XIX e inicios del XX que comienza un proceso de ampliación de la base electoral y asignación del derecho al sufragio para cada vez más sectores de la población, llegando hasta un esquema universal en el que -prácticamente- la única restricción es el cumplimiento de la mayoría de edad, aunque existan ciertas diferencias entre un país y otro en lo que respecta a ciudadanía, residencia, salud mental o antecedentes penales (véase Beckman 2008).
Evidentemente, esto generó cambios profundos en todo el sistema político, y particularmente en los partidos que fueron transformándose, pasando de una estructura de partidos de notables basados en liderazgos locales y organizados sobre relaciones interpersonales y clientelas, a una estructura de partidos de masa organizados alrededor de posiciones ideológicas y culturales, ampliamente diferenciadas y muchas veces hasta irreconciliables (Bobbio et al. 1986, Krouwel 2006, Malamud 2003). Es así como fueron surgiendo partidos socialistas, fascistas, liberales, comunistas y/o cristiano-populares, resultado de esta nueva forma de organización partidaria basada sobre un conjunto de ideas y visiones del contexto político-social, y no más sobre relaciones personales líderes-clientes.
De todas maneras, ello no significó en todos los casos una transición completa de un sistema a otro, sino que, muchas veces, más que una transformación hubo una adaptación del viejo sistema, que fue incorporando algunos elementos del nuevo sin cambiar completamente. Por ejemplo, los dos partidos de notables históricos del Reino Unido -el Conservador y el Liberal- supieron evolucionar hacia posiciones más ideológicas y sobrevivir a los nuevos tiempos al lado del partido Laborista, de ideología socialista, y por ende estructurado esencialmente sobre bases ideológicas. En Estados Unidos, los dos partidos tradicionales -Demócrata y Republicano- mantuvieron su arraigo en la población sabiendo evolucionar sobre bases ideológicas que imprimieron en ellos, con el tiempo, una dirección particular, avanzando el primero hacia posiciones relativamente más progresistas (de izquierda); y el segundo, hacia posiciones más conservadoras o de derecha (véanse Crotty 2006, Rae 2006, Ware 2006). Así que, aunque la ideología supo imponerse como nuevo elemento central de agrupación de los partidos políticos, no por ello todos los partidos tradicionales fueron suprimidos, sino que muchos pudieron sobrevivir y reposicionarse en el nuevo panorama político, alcanzando un equilibrio entre identificación e ideología.
El caso paraguayo, por su parte, resulta particular en cuanto el derecho al voto sin distinción de raza, propiedad o nivel de alfabetismo -aunque aún limitado solamente a los hombres- fue otorgado por la constitución de 1870, es decir, más de cuatro décadas antes que en que países como Argentina o Gran Bretaña, antecediendo además a la formación de los partidos políticos en el país, registrada en 1887. Según Abente (1989) esto permitió la incorporación temprana de las clases populares en las contiendas electorales, aunque en una posición subordinada a la de las élites. Este hecho empujó a los partidos tradicionales paraguayos y a su estructura de notables a conformar tempranamente desmesuradas redes clientelares que dificultaron el desarrollo de organizaciones populares fuertes y pusieron trabas al surgimiento de partidos de clase, facilitando por el contrario la creación de partidos poli clasistas (Abente 1989).
Ahora bien, volviendo al debate sobre identificación e ideología mencionado más arriba, cabe aclarar que no se trata de elementos mutuamente excluyentes (Green et al. 2002, Niemi et al. 2001). Al contrario, el acercamiento desde bases ideológicas a un partido, en muchos casos, se sustenta y mantiene sobre procesos de identificación partidaria. En este sentido, muchas veces se acepta una modificación en el espectro ideológico del partido justamente en virtud de la identificación afectiva que el elector ha establecido con éste (Campbell et al. 1960).
Aquí conviene hacer una aclaración: Al hablar de ideología se hace referencia a una “concepción del mundo” que penetra en la vida práctica de las personas, animando e inspirando su praxis social (Castro-Gómez 2000: 743). Según este autor -que se basa en las ideas de Althusser-, “las ideologías suministran a los hombres un horizonte simbólico para comprender el mundo y una regla de conducta moral para guiar sus prácticas” (CastroGómez 2000: 743). Guy Rocher (2004: 103), por su parte, apunta que la palabra ideología designa “un sistema de ideas y juicios, explícitos y generalmente organizado, que sirve para describir, explicar, interpretar o justificar la situación de un grupo o colectividad y que, sobre la base de valores, sugiere una orientación precisa a la acción histórica de ese grupo o colectividad”. De esta manera, la ideología de un partido acaba por dirigir su accionar y diferenciarlo de manera clara de los otros, haciendo referencia a una serie de creencias y opiniones sobre el contexto social que se encuentran cristalizadas e interrelacionadas, formando un conjunto particular de actitudes de gran alcance.
Siguiendo esta línea, para muchos autores resulta lógico asumir que debe existir una relación clara entre la identificación partidaria y la ideología que caracteriza a una persona (Green et al. 2002). Según esta perspectiva, aquéllos que estén a favor de mayor participación del Estado, carga tributaria progresiva y mayor gasto social apoyarán partidos de izquierda; mientras que personas de orientación tributaria más conservadora y que prefieren más mercado antes que Estado, se sentirán identificados con partidos de derecha. Es por ello que algunos críticos del abordaje sociopsicológico de Campbell y sus colegas afirman que la ideología es un mejor indicador para medir las predisposiciones del voto (Budge 2010). Pero esto no siempre es así. Es más, la evidencia teórica apunta que la dimensión ideológica es menos importante en sociedades con un sistema tradicional bipartidista (Inglehart y Klingemann 2010). Esto respondería al principio del “menor esfuerzo”, en el sentido que cuando solo hay dos alternativas -con posibilidades reales de conseguir cargos electivos- la categorización ideológica no es necesaria. Si bien un sistema taxonómico como el de izquierda-derecha es útil para entender, clasificar y ordenar información política, aprender los significados de estos términos implica la adquisición de conceptos políticos abstractos, por lo que requiere motivación, oportunidad y esfuerzo (Inglehart y Klingemann 2010). En sistemas de partidos múltiples, entonces, manejar una categorización ideológica ayudaría a ubicar los diferentes partidos en distintos puntos de un continuo, a partir de lo cual se podría construir un panorama de las opciones políticas disponibles. En casos de bipartidismo, en cambio, esto no es necesario, al resolverse las diferencias simplemente contraponiendo un partido con el otro.
Ahora bien, el hecho que no se entienda a cabalidad qué implica que un partido sea identificado como de derecha o de izquierda no significa que estas categorías no tengan repercusiones. Como el estudio de Conover y Feldman demuestra, aunque un gran sector de la ciudadanía no comprenda el verdadero significado de las etiquetas ideológicas, lo mismo las utiliza, lo que causa un impacto en sus percepciones, actitudes y comportamientos con relación a los partidos (Conover y Feldman 1992). Según estos autores, las personas construyen sus actitudes hacia las etiquetas ideológicas en base a dos factores. El primero es de orden cognitivo y hace relación a la información objetiva asociada con las categorías, fundadas en posturas específicas relativas a temas básicos que relacionan sociedad y Estado, tales como nivel de participación del Estado y del mercado. El segundo factor es de orden evaluativo o afectivo, es decir, se refiere al sentimiento que la etiqueta de izquierda o derecha despierta en las personas (Conover y Feldman 1992: 57). Si bien mucha investigación concede un lugar primordial a los factores de orden cognitivo, la evidencia apunta a que muchas personas no poseen el conocimiento suficiente a partir del cual construir opiniones o actitudes fundadas. Al contrario, es la fuerza simbólica de los términos izquierda y derecha, derivada de su contenido evaluativo o afectivo, la que tiende a generar fuertes sentimientos positivos o negativos que determinan rechazo o atracción.
En estas páginas nos preguntamos cuál es la situación en Paraguay, es decir, si los electores construyen sus actitudes hacia la izquierda o la derecha más bien con base en factores cognitivos o afectivos. Pero antes, nos interesa también profundizar en el rol que la ideología ha jugado en el debate político paraguayo en las últimas décadas, cuestión que será analizada a continuación.
IV. Los debates sobre ideología en Paraguay, ¿un tema pasajero?
Ya en su mencionado estudio de 1969, Nichols había afirmado que todos los partidos políticos en el país8 presentaban básicamente la misma ideología y programa. Éste era señalado como un rasgo distintivo del Paraguay que demostraría, en línea con lo apuntado anteriormente, que la identificación tiene su origen en el sentido de comunidad que los partidos proveen a los electores (Nichols 1969). Recordemos que al momento del estudio de Nichols eran dos los partidos políticos principales, la ANR y el PL(RA), cosa que poco ha cambiado a la fecha. Estos siguen siendo los partidos más importantes en términos de afiliados, escaños parlamentarios y, sobre todo, cargos electivos a nivel nacional y local. Nos encontramos entonces ante un sistema donde, históricamente, han sido dos los partidos que más influencia han tenido en la política nacional. Aquí podríamos apuntar, siguiendo a Morínigo (2007: 14), que “la historia del Paraguay es la historia de estos dos partidos, con diferencias que van surgiendo con más énfasis en la actualidad”.
Ahora bien, si el análisis de Nichols describe la situación de los años sesenta y, probablemente, la reinante hasta el final de la dictadura stronista (1954-1989) sería de esperarse que, con el regreso de la democracia al país y la participación de más partidos políticos en las contiendas electorales-algunos de los cuales consiguen victorias a nivel local o parlamentario- el espectro de derecha-izquierda empezara a ser más conocido y utilizado. De hecho, a partir de la década de los 2000 algunos analistas políticos identifican el inicio de un cierto nivel de debate ideológico en el país, con la aparición de manera sistemática -y no solo episódica como en el pasado- de las categorías de izquierda y derecha; aunque aún sin mucha comprensión al respecto por parte de los actores, particularmente de aquéllos relacionados con el espacio tradicional (Morínigo 2007). Cabe aquí aclarar que no estamos describiendo un panorama político donde no existen opciones políticopartidarias de izquierda -las que de hecho han estado presentes en el país desde los años ’30- sino más bien, la intención es resaltar el contexto de escasa penetración del debate ideológico a nivel de política nacional de cara a procesos electorales9.
En efecto, durante la transición democrática este debate ideológico entre izquierda y derecha no parece realmente despegar en el país. En esta línea, Abente (1996) señala que no habiendo surgido como resultado de profundas diferencias ideológicas ni de conflictos relacionados con la manera de concebir la acción política, la ANR y el PLRA no tenían interés en este tipo de debate; mientras que Caballero (2003: 264) resalta que ambos partidos seguían sin tener “una fuerte orientación ideológica y programática y tienden a ser más bien pragmáticos en cuanto al discurso político”. Es solamente entre los nuevos actores partidarios surgidos en los primeros años del siglo XXI, específicamente el Partido Patria Querida y el Partido País Solidario, que la matriz ideológica empieza a tener una cierta consistencia, asumiendo el primero posiciones cristiano-conservadoras; y el segundo, una posición socialdemócrata (Caballero (2003: 268).
Será a finales de esa década con el cambio de gobierno -es decir, la caída del Partido Colorado-ANR después de casi 6 décadas de gestión ininterrumpida del Estado, en dictadura y democracia- y la llegada al poder de la oposición de la mano del ex obispo Fernando Lugo que el debate ideológico derecha-izquierda empieza a tomar forma en el medio político nacional, involucrando tanto las élites como los medios de comunicación. Es más, Lugo fue considerado por muchos analistas internacionales como la versión paraguaya del “socialismo del siglo XXI”.
En su estudio sobre el debate ideológico en Paraguay desde la transición democrática, Lachi (2009) coincide con Caballero en cuanto a su ausencia en la última década de los años noventa, con un PLRA y una ANR concentrados en la conquista y gestión del poder, y un Encuentro Nacional -el principal partido no tradicional de la década de los 90- que apuntaba esencialmente a la “renovación” del espacio político. También señala que es en la década siguiente, la primera del siglo XXI, que aparecen los primeros signos de un debate de ideas en el país, indicando como punto de inflexión los hechos del Marzo Paraguayo10 (Lachi 2009: 48).
El Marzo Paraguayo, según Lachi, cambia el paradigma de la participación democrática en amplios sectores de la población que empiezan a comprender su protagonismo en el espacio político y a identificar la necesidad de la construcción de actores partidarios que fueran más allá de las “comunidades” tradicionales como la colorada y la liberal o el mismo Encuentro Nacional, que de hecho estaba estructurado como la comunidad de aquéllos que no eran colorados ni liberales. Se empieza entonces a delinear la construcción de organizaciones políticas con una definición ideológica más clara, las primeras de las cuales fueron justamente los partidos arriba mencionados: Patria Querida y País Solidario (Lachi 2009).
En efecto, los representantes de estos partidos políticos en el periodo legislativo 2003-2008, que vio a ambos estrenarse dentro del Congreso Nacional, dieron vida en el ámbito parlamentario, quizás por primera vez después la vuelta de la democracia, a un duro debate acerca del nuevo latifundismo de la producción mecanizada sojera y el uso indiscriminado de agrotóxicos que el mismo conllevaba, con consecuencias nefastas para la salud de los sectores del pequeño campesinado. El debate -que duró casi todo el periodo legislativo- desarrolló pronto características ideológicas, enfrentando dos modelos productivos y sociales totalmente contrapuestos entre sí (producción capitalista mecanizada, por un lado, y producción campesina con rasgos sociales, por el otro); llegando a desarrollarse, en palabras de Lachi (2009: 53-54), “con una vehemencia y virulencia que hasta el momento resultaba desconocida en el medio político paraguayo”.
Pero, como ya señalamos, sería en el periodo presidencial y legislativo siguiente (2008-2013), con la elección a la presidencia de la República del exobispo Fernando Lugo y el ingreso en el gobierno por primera vez de agrupaciones de izquierda11, que el debate ideológico llegaría a sus niveles más altos en el país (véase Martínez Escobar 2013). En este marco, menos de 6 meses después de las elecciones, el empresariado (principalmente el agrario, pero con el apoyo generalizado de todos los otros sectores) empezó a atacar al nuevo Gobierno, acusándolo de querer implementar en el país el “socialismo del siglo XXI”; al mismo tiempo los medios de prensa iban aún más allá, sosteniendo que: “poco a poco (…) se va haciendo evidente el diseño real del proyecto Lugo; se busca convertir a Paraguay en un régimen de socialismo real”12. Acusaciones éstas que fueron acompañadas por acciones concretas como el “Tractorazo” organizado por los empresarios agrícolas (con el apoyo de las federaciones de la industria y del comercio) en diciembre de 2008, con el cual se expresaba el repudio a las políticas económicas y sociales del Gobierno Lugo (Lachi 2009: 58-59).
Este conflicto “ideológico” será de hecho el leitmotiv del periodo presidencial de Fernando Lugo, así como causante principal, junto con otras situaciones coyunturales, de la crisis política que llevó a su destitución en junio de 2012. Al respecto, según Sánchez et al. (2015: 388), si bien hubo varias razones para que Lugo sea apartado de su cargo, varias de ellas guardaban relación directa con la proyección de la izquierda como alternativa de poder. Pero aquí cabe preguntarse, como lo hace Lachi en el trabajo citado, cómo fue posible que en pocos meses el debate ideológico, prácticamente inexistente en el país (con la excepción de los primeros ensayos parlamentarios entre País Solidario y Patria Querida), pudiera volverse tan central en la opinión pública, llegando a erigirse casi como “tema único” del debate público. Al respecto, Lachi señala que esto no es posible, y que este debate en realidad nunca llegó “a la calle”, al ciudadano de a pie, ya que en efecto la población continuaba viendo la política paraguaya no en términos de izquierda y derecha, sino más bien como un territorio en disputa entre colorados, liberales e independientes; es decir, entre las comunidades identitarias y afectivas a las cuales siempre estuvo acostumbrada. El debate ideológico, entonces, quedaba reducido a un enfrentamiento entre élites políticas y económicas, además sin un real contenido, dado que al fin y al cabo lo que buscaban los empresarios con esos ataques era impedir que el gobierno pudiera afectar el statu quo económico y social vigente en el país, garantizando así el mantenimiento de su riqueza y privilegios (Lachi 2009). Tal es así que, tras la caída de Lugo, el enfrentamiento ideológico derecha-izquierda casi desapareció del debate público, a pesar de que en las elecciones para el siguiente período parlamentario (2013-2018) la izquierda consiguiera su mejor resultado electoral, obteniendo 7 senadores (de 45) y 3 diputados (de 80)13. El debate vuelve entonces a centrarse en elementos más coyunturales o en los nuevos reposicionamientos políticos internos a los partidos tradicionales, con el nacimiento de alianzas trasversales colorado-liberales tanto en apoyo al gobierno como en oposición a éste.
Se ve entonces que, con la vuelta a la “normalidad”, la ideología desaparece del debate público, y la población paraguaya sigue como siempre manteniendo una visión de la política como enfrentamiento de comunidades identitarias antagónicas, donde no es la ideología, sino son la afectividad y la identificación las que dirimen las diferencias.
V. En búsqueda del vínculo partidos políticos-ideología
Si bien entre los electores el debate ideológico derecha-izquierda no parece haber tenido ninguna repercusión real, ni siquiera durante el periodo de la presidencia Lugo, no puede decirse lo mismo de las élites, para las cuales tres décadas no pasaron en vano. Con la cada vez mayor integración del sistema político nacional con los países vecinos a través del accionar del Mercosur, la UNASUR, y el renovado protagonismo de la OEA, sería ingenuo asumir que los temas ideológicos del debate político no tendrían efecto alguno en las nuevas generaciones de dirigentes políticos nacionales. Y no estamos hablando solamente de los líderes de las nuevas agrupaciones políticas, que en gran medida surgieron de debates ideológicos; sino también de los líderes de los partidos tradicionales. Aunque estos últimos sigan manteniendo aquel pragmatismo de base señalado en diferentes épocas tanto por Nichols, por Morínigo, por Abente y por Caballero, con el tiempo se han visto contagiados por discusiones más ideológicas empezado -por lo menos de manera individual- a posicionarse en el espectro derecha-izquierda del cuadro político nacional.
Es justamente al intentar posicionar en el espectro ideológico a los dirigentes políticos de los partidos tradicionales, así como a sus propios partidos, que empiezan a surgir problemas de difícil solución. Algunos analistas tienden a identificar a los partidos tradicionales (colorado y liberal) como partidos conservadores y de derecha, que apuntan a la defensa de los intereses de las clases dominantes y a mantener el statu quo económico y social en el país. Desde un punto de vista coyuntural esta interpretación no está equivocada, dado que en gran medida así han sido las políticas impulsadas por estos partidos en las tres décadas de democracia en el país. Pero si asumimos, como señalamos antes, que las personas se afilian a los partidos tradicionales por motivos afectivos y familiares, cabe preguntarse: ¿son todas ellas automáticamente conservadoras?
¿También la ideología se trasmite por herencia familiar?
Nuestro argumento es que la adscripción familiar de un afiliado a un partido tradicional puede no tener ningún punto de coincidencia con elementos ideológicos. Pero si la afiliación no se basa en preferencias ideológicas, tampoco será posible definir a los partidos tradicionales como agrupaciones políticas cuyo accionar se define a través de una cierta ideología, en tanto es altamente probable que estos cuenten con dirigentes y afiliados que se reconocen en un amplio abanico de posiciones ideológicas, abarcando un amplio espectro del campo político.
Así que la supuesta tendencia ideológica de los partidos tradicionales depende más bien de los liderazgos que coyunturalmente asumen la guía partidaria, que de factores estructurales del pensamiento político del partido. Al respecto hay más de un ejemplo a citar. En el campo colorado, durante el Gobierno de Nicanor Duarte Frutos (2003-2008), se llevaron adelante políticas post-keynesianas, y en una convención partidaria se declaró oficialmente a la ANR como un partido “socialista humanista”14; sin embargo, en el periodo siguiente de la ANR, esta definición fue abandonada y con el Gobierno de Horacio Cartes (2013-2018) se implementaron políticas neoliberales y el partido fue identificado con posiciones más conservadoras y hasta reaccionarias. En el campo liberal ocurrió básicamente lo mismo. Durante la dirigencia de Domingo Laino, en los años noventa del siglo XX, el partido asumió posiciones socialdemócratas, mientras que cuando los liberales llegaron al Gobierno con Federico Franco (2012-2013), luego de la crisis política que apartó a Lugo de la presidencia, las políticas implementadas fueron de claro corte neoliberal y conservador, tanto en el ámbito económico como en el político y social.
Sobre el punto resultan ilustrativas las opiniones de algunos dirigentes nacionales de los partidos tradicionales, específicamente dos del Partido Colorado-ANR y dos del Partido Liberal-PLRA que, al ser preguntados sobre la ideología de sus respectivas agrupaciones políticas, se expresan de la siguiente manera:
El Partido Colorado es un partido policlasista que tiene las diferentes variantes. Nosotros tenemos fascistas, demócratas, hombres de centro, de derecha, de izquierda, socialistas, conservadores. El partido es bien surtido y uno puede sencillamente escucharle a Nicanor y a Castiglioni para tener las dos caras de una misma moneda (Dirigente nacional ANR).
A mí me suelen preguntar ‘¿Es cierto que no sos liberal?’ (…) Yo soy el más liberal, yo soy el verdadero liberal, ellos son conservadores. Y los de la derecha dicen: “no, nosotros somos liberales, los otros son de izquierda. (Ellos) son más bien bolivarianos, nosotros somos los liberales”. Ambos sectores se consideran, se adjudican la condición de liberal (Dirigente nacional PLRA).
Yo creo que en el partido también hay socialistas (…) De repente hay muchos afiliados (a los) que les gusta la izquierda, pero está nomás ahí, no les da nomás oportunidad el partido a expresar su sentimiento. El partido Colorado es un partido muy grande donde de todo un poco estamos acá (Dirigente nacional ANR).
Yo me considero de centro izquierda, pero sí, entiendo que nosotros convivimos en una amalgama de ideologías o tendencias que al final nos convierten en un partido donde tenemos que analizar con mucho cuidado cada paso que damos en cuanto a la definición de nuestra tendencia ideológica (Dirigente nacional PLRA).
Los líderes entrevistados confirman que, por lo menos al nivel de la dirigencia, el debate ideológico ha permeado los partidos tradicionales. Pero para tener una idea más clara de cuál es la orientación ideológica de estas agrupaciones políticas no basta con estas declaraciones de los entrevistados, sino que harían falta datos más sistemáticos. Para paliar este déficit, hemos recurrido al estudio realizado por el Observatorio de Elites Parlamentarias de América LatinaElites, de la Universidad de Salamanca (España), que hace ya dos décadas estudia las actitudes, opiniones y valores de las elites parlamentarias de toda América Latina15. En este marco, este organismo realizó encuestas a parlamentarios paraguayos durante cuatro periodos legislativos, a saber: 1993-1998, 1998-2003, 2003-2008 y 2008-2013. En cada una de las encuestas realizadas siempre estuvo presente una pregunta de auto posicionamiento en el espectro ideológico16, pidiendo al parlamentario que eligiera en qué lugar se colocaría en una línea de 10 posiciones en cuyos extremos se encontraban la derecha y la izquierda.
En los cuatro periodos legislativos señalados, el Observatorio Elites aplicó la encuesta a 193 parlamentarios de los partidos tradicionales, específicamente a 112 parlamentarios de la ANR y a 81 parlamentarios del PLRA. Los resultados en términos de auto posicionamiento ideológico de estos parlamentarios se resumen en la Tabla 1.
Los datos presentados refuerzan el punto que mencionamos más arriba: los partidos tradicionales, estando conformados sobre bases identitarias y afectivas y contando además con grandes cantidades de afiliados, presentan una pluralidad de posiciones ideológicas en su interior. Posiciones hasta irreconciliables entre sí, pero que pueden coexistir porque lo que une a los miembros del partido son rasgos afectivos y socio-psicológicos, y no ideológicos.
No sorprende entonces que, según los datos de la encuesta Elites, tanto entre los dirigentes partidarios de la ANR y como del PLRA17 priman las posiciones ideológicas de centro, que representan casi el 60% del total. Al mismo tiempo, este grupo mayoritario está acompañado, en ambos casos, por otros dos grupos que se dividen el restante 40% de manera casi equitativa: de izquierda y centroizquierda, por un lado; y de derecha y centroderecha, por el otro. En el PLRA estos dos grupos minoritarios son prácticamente iguales, representando cada uno alrededor del 20%; mientras que en la ANR el grupo conservador resulta un poco más grande el progresista, estando conformado el primero por el 25%, y el segundo por el 16% de la dirigencia partidaria.
Vemos entonces que los dos principales partidos políticos, que en el debate político parecen irreconciliables y se encuentran en constante confrontación, presentan finalmente un perfil ideológico muy similar, con una ligera mayor predominancia conservadora en la dirigencia partidaria de la ANR. Aunque, al fin y al cabo, con diferencias mínimas, casi irrisorias. Esta situación, que resultaría inexplicable si no se conociera en profundidad el sistema político paraguayo, encuentra explicación justamente en la gran relevancia que tienen los elementos afectivos y tradicionales en la adhesión a uno u otro partido político. Es más, aunque algunos dirigentes hagan referencia a sus convicciones ideológicas a título personal, la ideología aparece como algo cambiante en el seno del partido.
VI. Los electores paraguayos en el espectro ideológico
Hasta aquí hemos visto cómo, por lo menos a nivel de la dirigencia partidaria, el debate ideológico ha empezado a tener una cierta presencia. Al mismo tiempo, diferentes tendencias ideológicas -hasta antagónicas- pueden convivir sin conflicto en el seno de los principales partidos tradicionales, sin que ello debilite la identificación que los dirigentes sienten hacia su partido. Sin embargo, ¿podría decirse lo mismo también de los afiliadoselectores de los partidos tradicionales?
En la sección 4 subrayamos que el debate ideológico, que tuvo su máximo nivel de expresión durante el periodo del gobierno de Lugo (20082012), pareció no involucrar a los electores, quedando básicamente reducido a las elites partidarias y empresariales (Lachi 2009). De modo a verificar esto la encuesta nacional realizada en el marco de esta investigación incluyó preguntas sobre la ideología del electorado, buscando además identificar hasta dónde el elector conoce y es capaz de diferenciar los discursos que guían a las distintas posturas ideológicas en el campo político-electoral.
Para cumplir con este cometido hemos seguido dos caminos diferentes. Por un lado, hemos pedido a los electores que se auto posicionaran dentro del campo político ideológico (como se hizo en el caso de la encuesta del Observatorio Elites), utilizando para ello un abanico de opciones que iban de la derecha a la izquierda, pasando por las posiciones intermedias de centroderecha, centro y centroizquierda. Por otro lado, hemos decidido establecer un marco alternativo al simple auto posicionamiento, utilizando un sistema de nueve preguntas cuyas posibles respuestas (predefinidas) permitieran identificar la posición ideológica de cada encuestado, independientemente al hecho de que éste se reconociera como de izquierda, centro o de derecha.
La decisión de aplicar estas preguntas alternativas al auto posicionamiento ideológico se basa en el hecho que, estando el sistema político partidario paraguayo estructurado esencialmente alrededor de la identificación partidaria, resulta muy probable que la gran mayoría de los electores no tengan los conocimientos adecuados para poder auto posicionarse correctamente dentro del espectro ideológico. Recordemos aquí lo señalado más arriba, cuando citamos el trabajo de Inglehart y Klingemann (2010), quienes apuntaban que las etiquetas ideológicas son menos importantes en sistemas bipartidistas como el paraguayo.
Pero es el trabajo de Conover y Feldman (1992) el que más sustento nos brinda para la aplicación de las preguntas clave. Recordemos que, según estos autores, inclusive cuando los ciudadanos utilizan las categorías izquierda y derecha, existe un amplio sector que no comprende el significado de estas etiquetas a cabalidad. En este caso, los ciudadanos se autodefinen como de izquierda o de derecha más bien a partir de la aceptación o rechazo que estas etiquetas le generan, sin realmente considerar sus convicciones económicas, sociales y políticas. Por ello, para poder ubicar a las personas en el espectro izquierda-derecha de manera más acertada, proponen realizar diferentes preguntas que permitan construir una escala ideológica, y que ubique cada encuestado en ella. Las preguntas deben relacionarse con los principales dominios de la política doméstica, que en el caso de los Estados Unidos a finales de la década de los ochenta se correspondían con temas económicos (tales como seguro de salud, pleno empleo y estándar de vida, y política impositiva), asuntos sociales (uso de marihuana, aborto, leyes anti-discriminación y roles de género), y cuestiones raciales (segregación racial escolar y ayuda a minorías) (véase Conover y Feldman 1992: 628).
En nuestro caso, si bien hemos seguido esta línea, consideramos que los principales temas de política nacional son los que hacen referencia a cuestiones económicas, sociales y ético-políticas, dejando de lado el tema racial, y agregando otras cuestiones más acordes a al contexto paraguayo, como se verá a continuación. Las preguntas fueron formuladas en forma de afirmaciones, a las cuales los encuestados debían reaccionar mostrando su acuerdo o desacuerdo. Las afirmaciones sobre cuestiones sociales hacen referencia a la educación sexual para la juventud, a cómo el estado debe actuar frente a menores que cometen delitos, y a cómo la sociedad debe enfrentar la problemática de la jubilación. Para las cuestiones ético-políticas se eligieron preguntas sobre el control del Presidente de la República de medios de comunicación, acerca del servicio militar obligatorio, y sobre el rol de la iglesia en la toma de decisiones políticas. Finalmente, para las cuestiones económicas, se eligieron preguntas acerca del aumento de los impuestos para mejorar los servicios públicos, de las políticas de atracción de capital extranjero al país, y del rol de los sindicatos en las relaciones laborales. Si bien estas preguntas claramente no agotan las temáticas relacionadas con el posicionamiento ideológico, nos ayudan a identificar la visión de cada elector a través de sus respuestas a cada pregunta y, por ende, tomadas en su conjunto, nos ayudan a posicionar a cada elector en el espectro político-ideológico.
En la Tabla 2 se puede apreciar cómo las respuestas de los encuestados a cada una de las preguntas se distribuyen entre diferentes posiciones ideológicas. Al respecto, es interesante evidenciar la extrema variabilidad ideológica de las respuestas que se registran entre pregunta y pregunta, con algunas que presentan posiciones muy progresistas (de izquierda) y otras muy conservadoras (de derecha). Se trata éste de un dato que podría resultar sorprendente, pero que en realidad resulta lógico al considerar la ausencia de un verdadero debate ideológico en el país, cuyo resultado ha sido una baja cultura política en la población, dejando al elector sin posibilidad de poder construir una visión política coherente. De esta manera, se observa cómo los conceptos conservadores impuestos por las élites económicas dominantes se han vuelto sentido común, al tiempo que algunas nuevas ideas que llegan a través de la cada vez mayor integración del Paraguay al resto del mundo crean en muchos electores opiniones contrapuestas entre sí que, en ausencia de un medio que informe a partir de debates de fondo, permite que las personas expresen ideas contradictorias.
Respecto a los temas sociales, se evidencia una importante concentración de respuestas progresistas más que conservadoras, aunque el tema de cómo el estado debe actuar frente a menores que cometen delitos tiene una amplia variabilidad de posiciones. Respecto a los temas ético-políticos, en cambio, se evidencia una tendencia generalizada a emitir respuestas más conservadoras que progresistas, con amplia aceptación de la injerencia de la iglesia en el estado, mientras que el servicio militar obligatorio es visto como elemento central para garantizar disciplina y patriotismo en la juventud. Finalmente, respecto a los temas económicos, encontramos una amplia variabilidad de posiciones, con presencia de respuestas progresistas referente al rol del sindicato en las relaciones laborales y a los límites que hay que poner a la inversión extranjera; pero también con presencia de respuestas muy conservadoras referentes al posible incremento de los impuestos para mejorar los servicios públicos.
En la Tabla 3 se observan tanto los resultados de auto posicionamiento, como los resultados del posicionamiento ideológico obtenido mediante las nueve preguntas clave aplicadas en el cuestionario18. Analizando los resultados arrojados por la pregunta de auto posicionamiento, el primer dato que resulta llamativo es que la categoría con mayor porcentaje es aquélla de los que no se identifican con ninguna de las posiciones ideológica señaladas, que agrupa a más de un tercio del electorado (37,9%). Se trata éste de un dato importante, que señala que la lógica política derecha-izquierda (conservadores-progresistas), universalmente difundida y utilizada, encuentra una cabida limitada en el país, ya sea porque la identificación partidaria sustituye en muchos electores la necesidad de tener una visión ideológica acabada, o por el escaso nivel de debate ideológico en el medio político paraguayo. Otro resultado importante es la notable presencia de electores que se auto posicionan en una visión ideológica conservadora (derecha) y conservadora moderada (centroderecha), que conjuntamente representan otra tercera parte del electorado, y casi el 60% de los que eligen una posición ideológica. Mientras que los que se definen moderados son solamente un 13,4%, y los que eligen una posición ideológica progresista se dividen entre un 5,5% que se declara de centroizquierda y otro 8,1% que se declara simplemente de izquierda.
Pero lo más llamativo en esta tabla es sin duda la notable diferencia entre los resultados del auto posicionamiento ideológico y del posicionamiento obtenido a través de las preguntas clave. En este sentido, con los resultados arrojados por las preguntas clave crece de manera importante la cantidad de electores moderados (53,3%), aumentando también las posiciones intermedias de centroizquierda (22,5%) y de centroderecha (15,5%); mientras que las posiciones más extremas se reducen. Al respecto, la incidencia de la izquierda disminuye muy poco (pasando del 8,1% al 6,1%), mientras que la reducción de la derecha se da de manera abrupta (pasando del 22,5% al 2,6%). Lo que ocurre entonces no es solamente una redistribución del posicionamiento ideológico debido al casi 40% de electores que en el auto posicionamiento declaró no identificarse con ninguna ideología, sino que hay también una importante reducción del espacio conservador, ya que el auto posicionamiento no resiste a la prueba de la visión ideológica a través de preguntas clave.
Este sobredimensionamiento del área conservadora podría ser el resultado de dos factores, ambos relacionados con la escasa cultura política presente en el electorado ya mencionada. Así, por un lado, cabe señalar la dificultad que muchos electores tienen para reconocer dónde se posicionan su ideas y convicciones en el espectro ideológico; y por el otro, la práctica difundida por medios de comunicación públicos y privados, desde la dictadura hasta nuestros días, de dar una imagen positiva a conceptos tradicionales, patrióticos y conservadores, y una imagen negativa a conceptos más modernos, internacionalistas y progresistas. Ambas condiciones impulsan un sentido común con rasgos conservadores, convenciendo a muchos ciudadanos de ser más de derecha de lo que en realidad son. Al respecto, cabe recordar lo que Conover y Feldman (1992) proponen, cuando afirman que las personas construyen sus actitudes hacia las etiquetas ideológicas no sólo sobre la base de factores cognitivos (relacionados con sus actitudes y convicciones sobre temas básicos que relacionan sociedad y estado, como los abordados en las preguntas clave), sino también a partir de factores evaluativos o afectivos, es decir, de acuerdo al sentimiento que las etiquetas izquierda y derecha despiertan en ellas. Es más, estos últimos tienden a ser particularmente fuertes, aunque no tengan razones fundadas.
Otro dato que considerar es la ya mencionada dificultad que la gran mayoría de los electores paraguayos presentan para identificar su visión ideológica. La valoración de este dato lo hemos obtenido cruzando las respuestas a la pregunta de auto posicionamiento con el dato de posicionamiento ideológico efectivo (basado en las nueve preguntas). Los datos se encuentran en el Tabla 4. La tabla habla por sí misma, ya que se observa claramente que en general los electores demuestran tener gran confusión con respecto a los conceptos de derecha, centro e izquierda, y en gran medida se equivocan al identificar su posicionamiento en el espectro ideológico.
Son principalmente los que se declaran conservadores o conservadores moderados los que demuestran una mayor falta de claridad de esos conceptos, dado que en gran mayoría resultan ser moderados (de centro), y en una parte relevante hasta tener ideas de izquierda y centro-izquierda. Por otro lado, también los que se declaran de izquierda y centro-izquierda parecen estar algo confundidos. En efecto, aunque un porcentaje importante demuestra tener efectivamente un posicionamiento progresista, son también muchos los que declarándose de izquierda acaban teniendo ideas más bien conservadoras. Finalmente, y como ya fue señalado, la gran mayoría de los electores, independientemente de su propio auto posicionamiento, acaba en el espacio del centro (moderado), y no porque realmente pertenezcan a éste, sino porque su baja cultura política y la coexistencia de posiciones contrapuestas en los diferentes temas acaban por compensarse entre sí, llevándolos hacia esa posición. Un centro, sin embargo, que no es realmente tal; pero que confirma la existencia de un alto nivel de confusión en la gran mayoría de los electores paraguayos.
VII. Diferencias comunitarias, no ideológicas
Volvamos ahora a la pregunta que hicimos al inicio de la sección anterior, es decir, si las diferencias ideológicas que existen entre los dirigentes de los partidos tradicionales se reflejan también en los afiliados-electores de esos partidos. Para ello es necesario desagregar los resultados obtenidos para auto posicionamiento ideológico y para el posicionamiento ideológico efectivo (basado en las nueve preguntas) según la afiliación partidaria de los encuestados. Esta información se encuentra resumida en la Tabla 5.
Un primer vistazo confirma la hipótesis que manejamos hasta el momento, es decir, que, así como ocurre para los dirigentes partidarios, también entre los afiliados de la ANR y del PLRA conviven posiciones ideológicas variadas y hasta contrapuestas entre sí.
Con respecto al auto posicionamiento cabe resaltar que, entre afiliados a la ANR y al PLRA, la no definición ideológica baja casi diez puntos porcentuales con respecto al promedio general visto en la Tabla 3; mientras que entre los no afiliados se registra un porcentaje altísimo de los que no se definen ideológicamente, que representan el 84% del total. Dato éste que impone una reflexión, ya que podría parecer que la no afiliación implica también desinterés hacia el debate político, o tal vez que el no declararse cercano a ninguna ideología puede ser una forma que los electores no afiliados utilizan para sostener su propia “independencia”.
De todos modos, el dato más interesante lo encontramos al verificar el auto posicionamiento ideológico en los partidos tradicionales, donde además verificamos importantes diferencias entre la ANR y el PLRA, mucho mayores que aquéllas que registramos entre sus dirigentes partidarios (Tabla 1). En primer lugar, según su auto posicionamiento, los afiliados a la ANR se definen principalmente como de derecha (35,8%) y de centro-derecha (14,4%), sumando el área conservadora un mayoritario 50,2% del total de los afilados; mientras que los que se declaran de izquierda (5,1%) o de centro-izquierda (3,6%) conjuntamente no llegan ni al 10% del total. Frente a esto, el auto posicionamiento de los afiliados al PLRA se encuentra distribuido más proporcionalmente entre los diferentes espacios ideológicos, con un cierto equilibrio entre posiciones de izquierda (15,0%) y centroizquierda (9,9%), por un lado; y de derecha (13,6%) y centroderecha (14,4%) por el otro; siendo finalmente el sector del centro o moderado (19,8%) el más amplio.
Sin embrago, como ya señalamos en la sección anterior, evaluando los datos generales del posicionamiento ideológico efectivo (basado en las preguntas clave), las respuestas proporcionadas por los afiliados determinan un cambio radical en su posicionamiento; sobre todo en el caso de los afiliados a la ANR. Así, vemos que, en la ANR, además de primar las posiciones moderadas, crecen paulatinamente los afiliados con posiciones de centroizquierda (llegando hasta 19,3%), mientras que bajan de manera abrupta los afiliados con posiciones de derecha (disminuyendo su porcentaje hasta 3,9%). Lo mismo ocurre en el caso de los afiliados al PLRA, con un importante incremento de las posiciones centristas respecto a los datos del auto posicionamiento, y un incremento de los afiliados con posiciones de centroizquierda (que crece hasta un 23,4%) a expensas de aquéllos con posiciones de derecha (que se reducen hasta un mínimo 1,4%), aunque la diferencia es mucho menos marcada que aquélla registrada en la ANR.
Cabe también señalar el importante cambio que se registra en el sector de los no afiliados. Así, aunque en el caso del auto posicionamiento casi la totalidad de los no afiliados rechazaba identificarse con un espacio ideológico, gracias a las preguntas de posicionamiento hemos podido identificar que, aparte de un mayoritario sector de centristas-moderados (que representan la mitad de los electores sin afiliación partidaria), la gran mayoría de los no afiliados restantes eligen posiciones progresistas, tanto de izquierda (10,3%) como de centroizquierda (32,4%). Mientras que los no afiliados que demuestran un posicionamiento ideológico conservador presentan un porcentaje extremadamente limitado, sumando entre derecha (0,9%) y centroderecha (6,1%) un reducido 7%.
Con ello vemos que los datos reflejan lo señalado por los propios dirigentes de los partidos tradicionales, es decir, que en la ANR y el PLRA existe una amplia variabilidad ideológica, y que la misma está presente tanto entre los dirigentes como entre los afiliados a esos partidos. De hecho, al comparar los resultados del auto posicionamiento de los dirigentes con aquellos del posicionamiento ideológico efectivo (según las 9 preguntas clave) de los afiliados, podemos verificar que tanto dentro la ANR como dentro el PLRA los resultados se superponen casi perfectamente entre sí. Las grandes diferencias que separan a un partido de otro, señaladas por sus afiliados, no parecen guardar relación alguna con posturas ideológicas.
VIII. Consideraciones finales
Los partidos políticos, en tanto asociaciones construidas sobre la base de intereses similares y con un programa que guía su accionar, generalmente se articulan en torno a ciertas concepciones de mundo y valores que podrían resumirse bajo el concepto de ideología. Partidos conservadores o liberales, fascistas o socialistas, socialdemócratas o socialcristianos tienden a definirse y ubicarse en un espectro político donde izquierda y derecha tienen un significado claro. Tanto que, si la identificación y el apego hacia uno u otro partido político descansaran solamente en procesos racionales, debería existir una clara relación entre el partido de pertenencia de los ciudadanos y sus ideologías políticas.
Este artículo ha argumentado que esta relación no es identificable en el sistema político-partidario paraguayo, al menos en lo que a los partidos tradicionales respecta. Y si bien estamos hablando de sólo dos partidos políticos -la ANR y el PLRA- éstos han marcado el devenir de la historia paraguaya y lo siguen haciendo, tanto que actualmente aglutinan a cerca del 76% del electorado paraguayo.
La falta de relevancia del debate ideológico en el Paraguay podría atribuirse, simplemente, al hecho que el sistema de partidos imperante es claramente bipartidista, y lo ha sido desde finales del siglo XIX. En este sentido, según las proposiciones de Inglehart y Klingemann (2010), en lugares donde existen solamente dos alternativas con posibilidades de conseguir cargos electivos, la categorización ideológica que permite ubicar a los partidos en un marco de referencia comparable no es necesaria; basta con contrastar uno con otro. Sin negar esta posibilidad, el análisis llevado a cabo en estas páginas ha puesto al descubierto otros motivos, relacionados de forma directa con la manera como la ciudadanía entiende la política y se relaciona con los partidos políticos.
Datos de las encuestas realizadas en el marco de este trabajo de investigación han demostrado no solamente que los electores no conocen a cabalidad el significado de “ser de izquierda” o “de derecha”, sino que muchas veces ni siquiera son conscientes de su desconocimiento. Así, aunque muchos ciudadanos se definan como de izquierda o de derecha, al pedirles que se posicionen ante afirmaciones con fuerte carga ideológica terminan demostrando una postura diferente a la que declaran, o bien, una serie de opiniones ampliamente variadas y, en algunos casos, altamente incongruentes.
En consecuencia, al intentar hacernos una idea del mapa ideológico de los partidos tradicionales a través de las respuestas de sus afiliados nos encontramos, en ambos casos, con grupos sumamente heterogéneos, que reúnen a personas con valores y visiones de mundo tan distintas que hace muy difícil pensarlas compartiendo una agenda política común. Pero la variabilidad ideológica dentro de los partidos tradicionales no proviene solamente de sus afiliados. Inclusive sus principales dirigentes demuestran posturas altamente contrastantes. Tanto que, al comparar a los partidos tradicionales entre sí, el panorama resultante es altamente similar: en ambos casos nos encontramos ante agrupaciones amplias, que presentan electores y líderes de diferentes posiciones ideológicas y con un gran porcentaje de personas “de centro”.
La ideología, por lo tanto, no cumple una función importante en el medio político paraguayo, y menos aún dentro de los dos grandes partidos tradicionales. Esto se debe tanto al escaso conocimiento y comprensión que la mayoría de los electores tiene de los conceptos de izquierda y derecha, así como al hecho que los partidos tradicionales no se diferencian uno del otro en términos ideológicos, existiendo al interior de ambos prácticamente toda posición ideológica posible.
Con ello se concluye que la ANR y el PLRA, los partidos tradicionales y mayoritarios del Paraguay, no generan adhesión a partir de una particular postura ideológica, sino que adquieren adeptos a partir de un proceso de adscripción familiar que crea en los electores un sentimiento de identificación con base afectiva. De esta manera la acción política pierde en gran medida sus rasgos ideológicos y no consigue ir más allá de una práctica burocrática de gestión de recursos con pocos sobresaltos y escasa posibilidad de impulsar grandes cambios y reformas.