Es vox-populi que la editorial Fondo de Cultura Económica produjo, con la cuota misional del intelectual liberal mexicano, una de las mayores apuestas por revisar los fundamentos de la cultura mexicana posrevolucionaria y, luego, con el correr de los años y de los avances de la empresa, latinoamericana. Fundada en 1934, y casa de hecho de muchos exiliados de la Guerra Civil española que fungieron en diversos oficios, la política de la editorial también está tramada con la vida y obra de varios de sus factótums, como quien fuera uno de sus directores, Daniel Cosío Villegas (1898-1976) -economista formado en universidades extranjeras como Harvard, Wisconsin y Cornell; funcionario dedicado de la burocracia mexicana como diplomático y asesor, así como investigador en historia-. En esas revisiones, la del pensamiento económico fue una línea sostenida y financiada por quienes, a su vez, consideraban la apuesta por el desarrollo económico del México cardenista una de las pautas más fortalecedoras de una avanzada civilizatoria que, poco tiempo después, tendría el mote de “desarrollo”. En esas aventuras, la figura y la producción de J. M. Keynes será central. En primer lugar, porque se condecía con una de las funciones que quienes inauguraron la actividad de la editorial llamaban a contribuir en la formación del estudiantado mexicano que no leía en inglés, y para lo cual la condición sine qua non de cualquier aprendizaje y aggiornamiento teóricos estaba dada por la traducción al español de obras consideradas clave. En otras palabras: la traducción de ciertas obras impone además de la confección de un catálogo la sustanciación de un canon. Y, en este caso, ese canon será el de un pensamiento y la práctica de la economía signada por la crisis de 1930, que demostraría -aun más luego de la segunda posguerra- la necesidad de pensar en las especificidades de países como México frente a la universalidad de la teoría económica clásica. En segundo lugar, porque la figura y la obra de Keynes ya para el momento de fundación del FCE, y más aun en el derrotero de su colección de Economía, tenía y adquirió la preeminencia de una voz autorizada tanto por la práctica cuanto por una teoría. Y, finalmente, porque Keynes era traducible en más de un sentido: del inglés al español, del experto al lego, del economista al político.1
El FCE como traductor
Los trabajos dedicados a estudiar a los traductores y las traducciones del FCE afirman que en sus comienzos la editorial no contó con un departamento de traducción, y que los traductores se “improvisaban” como tales: ni traductores ni, en varios casos, especialistas en las disciplinas de los libros traducidos. La traducción de los libros del FCE y de los artículos de la revista El Trimestre Económico -publicación creada el mismo año que el FCE, y muy cercana a sus factótums-, más bien, constituía una fuente de ingresos en general “extra” a las labores académicas o del funcionariado estatal y servía de sustento para aquellos exiliados españoles.
Las traducciones fueron la puesta en práctica por la que el FCE hizo de la necesidad virtud: si el diagnóstico era el de la falta de estudiantes formados en economía, y si la economía era necesaria especialmente en su virtud teórica -su capacidad de universalización-, y si esta además tenía en las versiones sajonas lo que el FCE consideraba sus más importantes ejemplos, el hecho de la traducción del inglés al español no hacía sino particularizar la traslación de un idioma al otro. Es decir que en el seguimiento del catálogo dedicado a la economía, encontramos que la especial atención puesta en la traducción de comentaristas de Keynes se impone la selección -nunca lineal ni alejada del imperio de la necesidad- de aquello que permitiera pensar desde “América Latina” sobre la región.
En este sentido, nos interesa entender estas traducciones y comentarios como parte de un itinerario abarrotado de producción, difusión, circulación y recepción intelectuales cuyo contexto de posibilidad implicaba tanto la publicación de la Teoría general en 1936 en inglés cuanto las intervenciones púbicas y los artículos en la prensa periódica de J. M Keynes -una figura pública descollante al menos desde los años 20- así como de otras discusiones actuantes en el período (locales, regionales e internacionales) como es el caso, por ejemplo, de la relación entre teoría y práctica de la economía -en la que el caso de la función de la banca central en contextos de crisis es importantísima-.2 Es notorio, entonces, que la primera traducción de la Teoría general al español fuera hecha por el FCE, a cargo de Eduardo Hornedo, en 1943.3 Hornedo -egresado de la Escuela de Economía de la UNAM con una tesis dedicada a “La desorientación económica en México” (1934)- era para entonces una suerte de experto en la obra de Keynes.4 En la publicación de 1943 presenta un doble proceso de traducción: en primer lugar de idioma, y una suerte de contextualización y adaptación de los preceptos presentados en la Teoría general a la realidad latinoamericana, a la que ya entonces se considera sustancialmente diferente del contexto que dio origen a la obra. Por otro lado, en la serie de artículos que Hornedo publicó sobre el inglés entre 1940 y 1943 se propuso explícitamente divulgar la obra de Keynes de manera resumida y ordenada. Hornedo funcionó como traductor/comentarista en un marco más amplio de otras traducciones que eran también apuestas de quienes se consideraban, específicamente, comentaristas de una obra evaluada como mayor.
Keynes para armar: los comentaristas
Las relaciones entre los funcionarios de la burocracia mexicana, la editorial FCE, el Colegio de México y la Facultad de Economía de la Universidad de México con la Universidad de Harvard -que fue constituyéndose como un centro pionero difusor al tiempo que de apropiación y transformación de los preceptos keynesianos- imponen pensar que la difusión del keynesianismo fue multicentrada. La editorial FCE, uno de esos centros de difusión, se apropió de esos comentarios y los tradujo del inglés al español.
Albert Hirshman siguió de cerca el modo en que una serie de circunstancias coadyuvaron a que la palabra de Keynes se hiciera legítima dentro del circuito académico y fuese además motivo de transformaciones dentro de la academia estadounidense: la incorporación de la discusión sobre la práctica de la economía y no solo de la teoría económica.5 Y allí operó tanto la coyuntura cuanto el azar: la renovación (por jubilaciones y fallecimientos) de parte del plantel docente del departamento de Economía de la Universidad de Harvard; la incorporación de profesores jóvenes en medio de una coyuntura particular, la de la Segunda Guerra Mundial, precedida por la Gran Depresión y sus efectos económicos para los Estados Unidos y el mundo en general; y, luego, el triunfo bélico de ese país y su expansión internacional como líder militar, político y económico mundial. En ese contexto, publicaron los jóvenes economistas, como Alvin H. Hansen (1887-1975), denominado en ocasiones como “el Keynes Americano” -profesor de economía en Harvard, autor ampliamente leído y asesor del gobierno estadounidense-; Gottfried Haberler (1900-1995) -economista austro-estadounidense, quien dirigió el departamento de Economía de la Universidad de Harvard-; y Saymour Edwin Harris (1897-1974) -economista, docente, autor y funcionario público que adaptó los contenidos keynesianos a la realidad de su país, y los expuso en libros y conferencias-. Cuando, además, parte de los egresados y profesores del Departamento de Economía Harvard llegaron a Washington como funcionarios o asesores, aquella versión de la teoría keynesiana leída desde la perspectiva de los Estados Unidos adquirió escala práctica nacional y luego internacional.6
El FCE cumplió un rol privilegiado en esa difusión regional. La editorial publicó ya en 1942 dos libros de Haberler: Prosperidad y depresión: análisis teórico de los movimientos cíclicos, y en 1946 Ensayos sobre el ciclo económico. Este último fue presentado como “medio asequible para allegarse el conocimiento general de los ciclos económicos a partir de Keynes”. Ese “a partir de Keynes” no podía ocultar la crítica que Haberler hacía a Keynes, pero no invalidaba, justamente, su carácter de quien había marcado una agenda ya imposible de ignorar. La traducción de ambas estuvo a cargo de Víctor Urquidi (1919-2004), graduado en economía por la London School of Economics and Political Science; integró el departamento de Estudios Económicos del Banco de México en 1941, e integró el equipo de funcionarios que asistió a la Conferencia de Bretton Woods en 1945.
Ese año la editorial volvió al ruedo con la compilación dirigida por el “profeta keynesiano” Seymour E. Harris, probablemente el mayor difusor keynesiano norteamericano: Problemas económicos de América Latina, que había aparecido el año anterior en Nueva York. Luego, en 1952, será el turno de la traducción de Planeación económica: exposición y análisis, de 1949.
El FCE también se ocupó de la traducción de comentaristas provenientes del Circus, el grupo selecto de investigación y discusión coordinado por Keynes en Cambridge, Inglaterra, en los primeros años de la década de 1930,7 y de otros economistas vinculados a la misma universidad. En 1942, será el caso, por ejemplo, de Monopolio, de Edward Austin G. Ro-binson (1897-1993), economista y colaborador cercano de Keynes, con quien trabajó y al que luego sucedió como editor en The Economic Journal. El catálogo del FCE incluye también una traducción de La vida de John Maynard Keynes, de Roy Forbes Harrod (1900-1978), economista difusor de la obra de Keynes, a quien conoció en Cambridge, aunque no formó parte de su grupo más cercano y, como Robinson, asesor del gobierno en materia económica. Solo entre 1959 y 1965 el FCE tradujo cuatro obras de quien es considerada la mujer más influyente de la historia de la disciplina económica, miembro de la “Escuela de Cambridge” y quien produjo uno de los desarrollos más importantes de la teoría keynesiana vinculada al empleo: Joan V. Robinson (1903-1983).
La confirmación de la hipótesis de Hirschman solo nos sirve para entender en qué medida el keynesianismo también se volvió funcional, o no, y de qué modo, a las formas en que miembros de las altas burocracias de los Estados Unidos, México y la Argentina, por ejemplo, previeron su lugar en el desarrollo de sus estados. La creación de la editorial mexicana fue planteada como un modo de acercar las teorías económicas y sus desarrollos presentes a un estudiantado en formación en el México cardenista. Así, varios de los voceros de esas transformaciones y miembros fundamentales del FCE, como Daniel Cosío Villegas, Víctor Urquidi, Eduardo Villaseñor (1876-1978), abogado, funcionario público del área de Hacienda y presidente del Banco de México entre 1940 y 1943, fundador del FCE de El Trimestre Económico, de la que fue codirector desde su creación y hasta 1948, y Jesús Silva Herzog (1892-1985), economista, escritor, docente y funcionario público con especial participación en la nacionalización del petróleo en México en 1938, promovieron la formulación de un catálogo dedicado a la economía y, sobre todo, a la elaboración de un pensamiento económico que tuviera a América Latina como objeto principal de sus reflexiones. Las traducciones/difusiones de la teoría keynesiana desde el FCE fueron parte de una política editorial que tenía tanto de estrategia de supervivencia, de condicionamiento coyuntural, de aprovechamiento de las redes de relaciones de funcionarios, estudiantes y académicos preexistentes y por construir, como también de la operación en la que el FCE pareció verse enmarcado como institución: la autopercepción del entrenamiento de una burocracia estatal como la de México. Y, cada vez más, el reconocimiento de que la reflexión sobre el pensamiento económico regional se volvía cada vez más prioritaria desde un enfoque liderado por lo que sería llamado mucho después el “consenso keynesiano”.
Uno de los ejemplos paradigmáticos del establecimiento de un catálogo, de una proyección de ese catálogo en el ida y vuelta de una praxis de gestión en diversas oficinas públicas tanto en México como en otros países de América Latina, y la apuesta por la redefinición de los marcos en los que debía ser entendida la economía de la segunda posguerra es la publicación de Introducción a Keynes, escrita por el economista argentino Raúl Prebisch (1901-1986), que recuperó su trabajo publicado como folleto por el Banco de Venezuela.8 Era ya reconocido profesionalmente como asesor económico, como parte de la fundación de instituciones clave en los años treinta, entre las que se destaca el Banco Central de la República Argentina (BCRA) en 1935. Prebisch fue su primer gerente general hasta que fue desvinculado por cuestiones políticas durante el primer peronismo. Se mantuvo en su cargo docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires hasta 1948, cuando renunció también por cuestiones políticas. Desde al menos 1943 había establecido una serie de vínculos con colegas y funcionarios de la región, y en particular con Robert Triffin, de la Reserva Federal de los Estados Unidos, a quien acompañaría en varias de sus misiones de asesoría para la reforma de la Banca Central (como en Paraguay). En el lapso entre 1944 y 1946 Prebisch identifica a “América Latina” como un problema específico, con sus propias características económicas. Esto es, antes del llamado Manifiesto Latinoamericano, el informe que presentara ante la CEPAL en 1949.
Digamos que su Introducción a Keynes se trató de un mojón más en la organización de una suerte de lingua franca que también excedía el ámbito estatal nacional para ser parte de un ámbito de organismos internacionales como los creados a partir de 1945. Publicado por el FCE en 1947 y en el marco de una reciente apuesta por la regionalización de la editorial (en 1945 abriría su sede porteña), la publicación realiza una torsión fundamental: si la teoría económica interesaba en tanto y en cuanto se asumiera su jerarquía en la división internacional del conocimiento como “teórica” por sobre la “práctica” (en que los países “no desarrollados” iban a la zaga), el Keynes de Prebisch era también un teórico de los prácticos, lo que se condecía con la búsqueda de una práctica económica específica de América Latina, ya no solamente residual ni de segundo orden.