¿Qué significa ser un joven historiador? Para responder esta pregunta, no deberíamos desconfiar tanto de aquella ilusión biográfica que el propio Roger Chartier describió así: “El pasado a veces me aburre y la ilusión biográfica amenaza cualquier respuesta a esa pregunta”.1 En todo caso, en lugar de seguir un enfoque biográfico, nos basaremos en el rico material de sus publicaciones.2 A partir de ese corpus, compuesto principalmente por artículos monográficos, notas de lectura y reseñas, hemos notado que esta producción intelectual se vio forjada por un doble paradigma. Por una parte, el de la indagación colectiva, lo que significa que el aprendizaje y la creatividad individual desplegados por Roger Chartier entre fines de la década de 1960 y principios de la de 1980, que convergen en torno de varios temas (historia de las sociabilidades, historia de la educación, historia del libro y de la lectura, historia de las mentalidades), demuestran también un compromiso con la investigación colectiva en el seno de varias instituciones. El otro paradigma es el del lugar de la discusión historiográfica mediante la proliferación de reseñas en varias revistas, pero también a través del sentido de importación intelectual que caracteriza una forma de escribir la historia y de construir un argumento para la discusión. La lectura y el uso activo, tanto de una historiografía internacional como de las contribuciones de otras disciplinas de las ciencias sociales, en particular de la sociología y de la antropología, señalan el carácter que tuvo la innovación francesa de aquella época dentro de una institución como la École des Hautes Études en Sciences Sociales. A través de estos diferentes componentes irrumpe un estilo Chartier que surge en este momento intelectual de las décadas de 1960 y 1970. Los inicios de su carrera representaron para el joven Chartier un horizonte abierto a las posibilidades que ofrecía la renovación de la historia. Su participación con Daniel Roche en el libro-manifiesto colectivo Faire de l’histoire, dirigido por Jacques Le Goff y Pierre Nora, da testimonio de una recomposición en torno de lo que, en 1978, se denominará “nueva historia” que, poco a poco, se irá desprendiendo de dos modelos: el de la historia social y económica de Ernest Labrousse y el de la historia de las mentalidades promovido por Lucien Febvre y Robert Mandrou.3 Entre las múltiples posibilidades que se abrieron en este período de transición, conservaremos cuatro campos en cuya transformación ha contribuido el joven Chartier.
Originario de Lyon, Roger Chartier se formó inicialmente en la École Normale Supérieure de Saint-Cloud donde conoció al caïman de historia, Daniel Roche.* Él fue quien lo preparó para el examen de agregación que pasó con éxito en 1969, pero, sobre todo, quien lo introdujo en las investigaciones colectivas sobre el libro que, por entonces, dirigía François Furet y en las que, finalmente, participó. Luego, completó su formación como historiador en la Sorbona en el seminario de Alphonse Dupront. Unos años antes, Daniel Roche había publicado un artículo en Annales en el cual experimentaba con un nuevo enfoque sobre las academias de provincia en el siglo XVIII utilizando el concepto de sociabilidad.4 Por su parte, en 1967, Roger Chartier realizó su primer trabajo de investigación presentando una tesina de DES [diplôme d’études spécialisées] sobre la Academia de Lyon basada en los archivos que allí se conservaban. Este estudio de sociología histórica se centró en el ambiente intelectual y reconstruyó el anclaje social, así como las prácticas colectivas de la nueva institución que recibió sus patentes reales en 1724, pero que, informalmente, ya existía desde 1700.5
Entre 1690 y 1730, un segundo período marca la transición hacia una progresiva institucionalización de la vida cultural de Lyon a través de la creación de grupos académicos en torno de un proyecto común cada vez más identificado con la defensa de la identidad local. Mientras que durante mucho tiempo los primeros círculos dependieron de la supervisión ejercida por el colegio de los jesuitas y sus profesores, Chartier demostró una gradual emancipación de las élites urbanas asociada con la defensa del pasado de Lyon con vistas a justificar la independencia política. Los trabajos de Roger Chartier y Daniel Roche sobre estas secuencias de la historia de la Academia de Lyon también han subrayado con vigor el progresivo alineamiento con los modelos académicos. Las élites, en gran parte procedentes del mundo de los colegios jesuitas, ven la nueva academia como una prolongación natural que celebra la grandeza de Lyon. Publicado en la obra Nouvelles études lyonnaises, dirigida por Henri-Jean Martin, el artículo representa uno de los pocos análisis monográficos que se dedicaron a las academias de provincia antes de que Daniel Roche defendiese su tesis de doctorado estatal [thèse de doctorat d’Etat] en 1973.6
Esta historia de los intelectuales se encuentra en plena renovación gracias a los aportes de la sociología de la educación y la cultura que desarrolló Pierre Bourdieu. Así se advierte en la investigación colectiva llevada adelante por Chartier sobre las universidades y, en particular, en su contribución al estudio de los intelectuales frustrados donde se pregunta por la devaluación de los títulos académicos en el mercado laboral.7 Este trabajo amplía una comunicación que había sido presentada en un coloquio de Budapest titulado “Les Intellectuels du Moyen-Âge au XXe siècle”, organizado en 1980, y en la que cita directamente La Distinction. Critique sociale du jugement, obra que Pierre Bourdieu había publicado en 1979. Chartier identifica la afirmación de aquella “imagen depreciada” del intelectual, que revela las tensiones entre la nueva diseminación de los saberes que permite la palabra impresa respecto del monopolio ejercido por una élite ávida de controlar su divulgación. Asimismo, señala en pleno terreno sociológico las preocupaciones que rodean la idea de “sobreproducción intelectual”.8 Aquí ya anticipa una nueva concepción de la representación porque, como escribe, “lo que debe entenderse, en efecto, no es tanto la adecuación -verificada o no- de una representación intelectual y de una coyuntura universitaria, sino las condiciones bajo las cuales esta representación se enuncia y manipula”.9 Así pues, la representación de los intelectuales frustrados se ve estimulada por grupos sociales que utilizan estrategias sociales y políticas en contextos específicos.
La investigación colectiva realizada en el Centre de Recherches Historiques de la École des Hautes Études en Sciences Sociales -donde Roger Chartier fue contratado en 1975 como profesor asistente después de haber sido asistente durante cinco años en la Universidad de París I, recientemente creada tras el desmantelamiento de la Sorbona- buscaba romper con un triple prejuicio que pesaba sobre la historia de las universidades en los tiempos modernos y, según el cual, estas habrían entrado en declive después de la edad de oro de la Edad Media, se presentaban como instituciones incomunicadas con la sociedad circundante y, finalmente, funcionaban -y así fueron analizadas- como un “conservatorio de pensamientos muertos” antes que como un lugar de enseñanza.10 El problema es, entonces, saber “para qué sirve la universidad en las sociedades europeas del siglo XVI al XVIII”, “cuál es el valor social de un saber, de una carrera, de un título universitario”.11 Esta iniciativa -muy influenciada por la historiografía anglosajona y por los trabajos de Lawrence Stone interesados en medir el reclutamiento- se caracteriza por tener un fuerte giro sociológico: “La construcción de un modelo dinámico que integra las covariaciones de los factores que regulan las dimensiones y los equilibrios sociales de las poblaciones universitarias debe seguir siendo, por más difícil que sea, un objetivo fundamental”.12 Desde el análisis comparativo de las curvas de contratación y hasta la sociología de las universidades, pasando por la geografía, el artículo cuestiona la idea de revolución educativa o de movilidad social ascendente a través de la obtención de títulos universitarios.
Sin embargo, la contribución de Roger Chartier a la historia de la educación no se detiene allí ya que incluye un estudio de caso en torno del reclutamiento de la Escuela Real de Ingeniería de Mézières publicado en 1973. Allí, examina los mecanismos de selección (geográficos, sociales) y su efecto sobre la reacción aristocrática, reacción que exacerba una tensión entre nobles y plebeyos, evidente en las cartas que llegan a la oficina del Secretario de Estado para la Guerra.13 Un libro escrito junto con Dominique Julia y Marie-Madeleine Compère en 1976, que forma parte de la preparación para el examen de agregación, ofrece por primera vez un amplio panorama de la historia de la educación, de las instituciones y de las prácticas escolares del Antiguo Régimen.14 La sociabilidad y la educación constituían, por entonces, dos áreas de contacto entre la historia y la sociología.
Entre los diversos centros de interés que estructuraron la investigación de Roger Chartier en esos años estaba la historia del libro. Su encuentro con Henri-Jean Martin con motivo del volumen Nouvelles études lyonnaises lo animará a analizar la historia del libro en Lyon en el siglo XVIII.15 Henri-Jean Martin, director de la École Pratique des Hautes Études, se convirtió también en director de la Biblioteca Municipal de Lyon, cuya antigua colección estaba enteramente dedicada a la historia del libro y debía servir como lugar de formación para el oficio de conservador de libros antiguos. Su tesis, titulada Livres, pouvoirs et sociétés à Paris au XVII e siècle (1969), representa todo un modelo para una historia total de la producción impresa a partir de las 17.500 ediciones de libros de, al menos, 48 páginas con dirección parisina e impresos entre 1598 y 1701, todos ellos inventariados en el catálogo general de libros impresos de la Bibliothèque Nationale de France. Tal como señala Chartier en el prefacio de la obra,
esta distancia puede leerse como el síntoma de la diferencia, perpetuada desde hace mucho tiempo, entre dos modos opuestos de concebir la historia del libro: uno, francés, que se interesa, sobre todo, por la coyuntura de producción, por la sociología de los medios, por la circulación y difusión de géneros y obras y el otro, inglés y americano, que pone el foco, sobre todo, en la organización del trabajo en la imprenta, en las modalidades de transmisión de los textos entre diferentes actores (el autor, el copista, el librero, el impresor, el cajista, el corrector) y en las características materiales de las ediciones y ejemplares.16
Chartier, que conocía bien la historiografía anglófona, no se detendrá hasta reconciliar estos dos enfoques. En 1980, al comentar los libros de Elizabeth Eisenstein y Robert Darnton, lo describió como “un antiguo régimen tipográfico”.17
Dos décadas después de L’Apparition du livre de Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, momento fundacional de la historia del libro en Francia, aparece en 1982 la obra colectiva Histoire de l’édition française, obra que marca, a la vez, un acercamiento al mundo de los bibliófilos, al de los conservadores y al de los historiadores profesionales, pero que también constituye un desplazamiento: del libro hacia el material impreso que incluye los panfletos, la literatura utilitaria e, inclusive, las imágenes.* A través de toda una serie de ensayos, Roger Chartier marca una nueva agenda en el primer volumen: la historia del libro ya no es una historia económica y social, sino la historia de un orden cultural. La cultura de lo impreso crea nuevos usos para la escritura y, entre estos usos, la lectura. Según Chartier, “la revolución de la lectura precede a la del libro”.18
En efecto, mucho antes de Gutenberg había aparecido una nueva forma de lectura silenciosa que rompía con la lectura comunitaria y oral. No hay ruptura respecto de la cultura de la oralidad: la lectura muchas veces se relaciona con el recitado, con la lectura colectiva en voz alta. Desde la historia de la alfabetización hasta la historia de la imprenta, su investigación también comenzará a identificar las estrategias editoriales a través del análisis material de diferentes corpus, prácticas de lectura, culturas impresas en torno al panfleto, almanaques o formularios matrimoniales y, más en general, prácticas de escritura.19 En todos estos campos, Roger Chartier marca gradualmente su diferencia respecto de una explotación cuantitativa y serial de las fuentes que caracterizaron la primera historia del libro. Al analizar el libro colectivo dirigido por Henri-Jean Martin sobre los registros del librero Nicolas de Grenoble, Chartier llega a esta conclusión que, por cierto, sugiere otra historia de la lectura: estos dos volúmenes “permiten de hecho dejar estas bibliotecas fijas y heredadas a las que nos han acostumbrado los inventarios notariales y restaurar, en la vida cotidiana, los caminos sociales del libro”.20
Otro frente de discusión puede identificarse en torno de un diálogo crítico con la historia de las mentalidades. En una reseña del libro Problèmes socio-culturels en France au XVII e siècle, Roger Chartier da cuenta de los trabajos de dos estudiantes de Robert Mandrou: Henriette Asseo, que trabajó sobre los oriundos de Bohemia, y Jean-Pierre Vittu, que estudió la Comédie Française en el siglo XVIII:
Aunque con objetos muy diferentes, estos dos estudios, presentados por R. Mandrou, se emparentan en lo que refiere a la inspiración ya que pretenden reconstituir la forma en que un imaginario colectivo ubica, en un momento dado, los roles sociales, tanto los que están al margen como los que no lo están.21
Este interés por la historia de las marginalidades que estaba en auge en la década de 1970, siguiendo la estela de Michel Foucault (se pueden considerar los trabajos de Yves y Nicole Castan, de Arlette Farge o de François Billacois sobre el duelo), dará como resultado, en primera instancia, un artículo de 1974 sobre las élites y los mendigos, mientras Roger Chartier aún estaba en la Universidad de París I, y luego, el volumen Figures de la gueuserie, publicado en 1982.22 Chartier destaca la dinámica de las investigaciones sobre los marginados, sobre la indigencia,
en contacto con las preocupaciones de nuestro presente. Las modas en la historia nunca son arbitrarias y esta nos remite a los cuestionamientos que plantean hoy las minorías en busca de su identidad histórica, el desarrollo de protestas de ruptura, el rechazo de las reglas, la delincuencia difusa en los suburbios o el alejamiento del mundo por parte de las comunidades que vuelven a la tierra, ya sea por buena o mala conciencia, de nuestra sociedad frente a sus excluidos y sus recluidos.23
Basándose en la literatura de la mendicidad y, en particular, en el género del Liber vagatorum que se extiende desde el mundo germánico hasta Italia, Roger Chartier muestra hasta qué punto estas figuras de falsos mendigos acechan a las élites. Describe un mundo aparte, una monarquía de argot, arrastrada por la moda picaresca cuyo pasaje Chartier capta en las ediciones de Troyes. Por medio del estudio preciso de la circulación del libro, cuestiona, por cierto, los sistemas de representaciones, pero aún permanece apegado al concepto de mentalidad que utiliza.24
Su alejamiento de la historia de las mentalidades es paulatino y toma diferentes formas. En su estudio sobre los ars moriendi, que forma parte de una investigación iniciada por Pierre Chaunu sobre la muerte en París basada principalmente en el análisis de testamentos, Chartier se inspira en la historia de un género impreso que alcanzó su pleno desarrollo en la larga duración, desde la xilografía hasta la literatura postridentina: “de este modo, la historia de la muerte puede ir más allá de la historia de las representaciones”.25 En el debate sobre la cultura popular, Chartier se aparta de las interpretaciones un tanto sumarias, ya sean las de la Biblioteca Azul realizadas por Robert Mandrou o de la tesis de Robert Muchembled que describe “la revolución cultural lenta pero violenta que ha desarraigado la cultura de los humildes” y detecta cómo una cultura de masas, en gran parte impuesta, reemplaza a esta cultura popular. Chartier se pregunta: “¿Es legítimo interpretar los rituales, festivos o no, en términos de psicología colectiva a través de categorías en las que obviamente se proyecta todo un imaginario contemporáneo?”. Los análisis de Muchembled, que recorren desde la sexualidad hasta el “comportamiento rústico”, parten de una nostalgia por un mundo perdido y denuncian la cultura represiva de las élites, rehabilitando una época dorada, pero sin ver que las categorías utilizadas remiten a una nostalgia por el presente, recurriendo a una psicología colectiva que tiene aquí por objetivo examinar las categorías de análisis utilizadas.26 La crítica a un uso ideológico del pasado es aquí evidente y es por ello que Chartier invita a reelaborar la definición de los procesos de aculturación, insistiendo en las prácticas de circulación, en los lugares de aprendizaje, en las formas de mediación (libro, oralidad, imágenes), en las restricciones y en las normas que configuran, en particular, las culturas urbanas de la época clásica.27
Me parece, pues, que este alejamiento de la historia de las mentalidades también puede leerse en el marco de su regreso a la cuestión de las creencias políticas. El cuestionamiento de las élites adquiere también la forma de una participación en la investigación colectiva sobre los Estados Generales de 1614 bajo la dirección de Denis Richet, que dará lugar a una obra colectiva en 1982.28 El examen de los cuadernos de quejas, verdadero objeto fetiche de la historia revolucionaria y de la historia política del Antiguo Régimen, le permite comprender la perpetuación de una cultura política.* Este diálogo crítico con la historia de las mentalidades dará lugar a dos proyectos diferentes: en primer lugar, con la dirección del volumen sobre la historia de la vida privada de Philippe Ariès -quien también se centra en la noción de civismo y en el concepto de privacidad-, Chartier ya proponía repensar el concepto de civilización del comportamiento instalado por Norbert Elias y, en segundo lugar, con el artículo de la Revue de synthèse en el que sugiere acabar con la historia de las mentalidades para reconectar con una historia intelectual.29
Los años que separan la publicación del primer artículo dedicado a la historia de una academia de la publicación de la Histoire de l’édition française sorprenden, ante todo, por la profusión de las investigaciones realizadas, las cuales indican un cierto eclecticismo y un compromiso colectivo inquebrantable, aunque también remiten a la coherencia interna de un cuestionamiento. De la sociabilidad académica a los libros, de la educación a los intelectuales, se observa un recorrido por todos los órdenes de una nueva historia cultural en gestación mientras se entrega a una deconstrucción en toda regla de los distintos repertorios de la historia de las mentalidades, desde las marginalidades a la cultura popular. Desde el punto de vista del método, tanto la valoración de una agenda desarrollada por la sociología cultural como el uso del libro o de los materiales impresos como instrumento de investigación para cuestionar las categorizaciones espontáneas o binarias de las mentalidades históricas terminan por rehistorizar los procesos de aculturación y por hacer representaciones de las prácticas. Desde el principio hasta el final del período, también puede leerse la clara integración hacia una conversión más internacional cuya agenda común tampoco oculta sus diferencias en las formas de practicar la historia cultural. Pero esa es otra historia.