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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.27 no.1 Bernal  2023  Epub 06-Dic-2023

 

Reseña

El género de la historia. Hombres, mujeres y práctica histórica,

Luciana Anapios* 

* CONICET / Universidad Nacional de San Martín

Bonnie, G. Smith. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2021. 394p.

La edición en español del libro de Bonnie G. Smith por la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes es un hecho para celebrar. La colección de géneros, dirigida por Dora Barrancos, comienza con este texto, un clásico de referencia en historia y ciencias sociales para reflexionar sobre la relación entre los géneros en los procesos de profesionalización y sobre las complejas experiencias de la condición humana.1 Con la cuidadosa traducción de María Teresa D’Meza y Rodrigo Molina Zavalía, llega esta obra publicada por primera vez en 1998. Bonnie G. Smith es una historiadora y activista estadounidense reconocida por sus aportes a la historia y la historiografía de las mujeres, cuya ausencia en la formación de las carreras de grado es tan sorprendente como sintomática. Profesora emérita del Departamento de Historia de Rutgers University, es autora, entre otras obras, de Ladies of the Leisure Class. The Bourgeoises of Northern France in the Nineteenth Century, en 1981, The Making of the West. Peoples and Cultures. A Concise History, en coautoría con Lynn Hunt, Thomas R. Martin, y Barbara H. Rosenwein, en 2010, Women’s Studies: The Basics, en 2013 y World in the Making: A Global History, en 2018.

Desde la primera página introduce la pregunta por el género en la historiografía occidental. Lo hace retomando a Lucien Febvre, uno de los fundadores de la revista Annales y referencia ineludible de la historia social, que en la década de 1940 se preguntaba si era posible pensar y sentir de determinada manera en cualquier período histórico. En el fragmento citado Febvre defiende “no tomar partido”, porque en la historia no hay otra cosa que historia.2 La propuesta de la autora es tomar distancia del discurso de la profesión sobre sí misma para evidenciar de qué modo se consolidó el divorcio entre hombres y mujeres en este proceso. Las mujeres -y junto con ellas diversos temas, enfoques, preguntas y formas narrativas- estuvieron siempre presentes en la historia. La autora se pregunta cómo fue posible que sus logros como historiadoras no hallaran plena influencia y dignidad en la academia. La brillante reconstrucción del pasado amateur de la historia, un pasado de la profesión escrito y experimentado por mujeres, permite comprender otros divorcios que han marcado profundamente el derrotero de la historiografía. La narrativa histórica es una de ellas. El texto enriquece y amplía las preguntas y reflexiones sobre el enorme abanico de diversidad y las redes autorales con las que se escribe la historia y es un llamado urgente a revisar programas y jerarquías a la hora de formarnos y formar en historia y ciencias sociales.

Las pretensiones de universalidad con las que se validó el discurso científico de la historia en la segunda parte del siglo xix fueron acompañadas por una alta valoración de los hombres y la concomitante desvaloración de las mujeres. Bonnie G. Smith se interroga, indaga, analiza cómo ocurrió este proceso. Reconstruye la historia amateur escrita durante los primeros sesenta años del convulsionado y violento siglo xix. Es allí donde encuentra la relación de las mujeres con la historia, un vínculo opacado por la profesionalización de la disciplina y por la historiografía feminista que tampoco reconoció estos aportes. En esta historia amateur escrita por mujeres había narrativas diversas, exaltación de los sentimientos, emociones, cuerpos, experiencias traumáticas, sexo, drogas y una variedad de temas que fueron considerados superficiales, bajos, chapuceros y banales en la profesionalización generizada de la disciplina. El trabajo de las amateurs y su relación con el desarrollo intelectual y político de las mujeres, sostiene Smith, fue eliminado para contar un relato de logros del profesionalismo centrados en la búsqueda científica de la verdad en espacios académicos reconocidos por pares masculinos, en los que el archivo y la lógica del seminario primaron sobre otras formas posibles de construir la profesión.

Los dos primeros capítulos, “La ruta narcótica hacia el pasado” y “El nacimiento de las amateurs”, reconstruyen las trayectorias de las mujeres escritoras e historiadoras que quedaron fuera del canon y a las que se les achacó una escritura tibia que, aun en la recuperación desde la crítica literaria, dejaba afuera el trabajo concreto de su escritura y sus condiciones de producción. La historiografía de 1800-1860 no puede escribirse sin tener en cuenta la agitación política del momento, en un mundo en el que se estaban consolidando los privilegios masculinos y las desventajas femeninas. La historia amateur consiste en algo bastante extraordinario -sostiene Smith-, y narra con una pluma maravillosa y una cantidad de referencias y materiales diversos la experiencia de mujeres muy diferentes con el mercado, la escritura, los materiales, sus vínculos y sus redes. Las obras publicadas de las historiadoras a menudo sirvieron de contranarrativa o refugio de sus violentas y tumultuosas vivencias, experiencias signadas por la pobreza, el adulterio, los hijos extramatrimoniales, el abandono y el abuso. Vidas moldeadas por el doble contexto de un discurso sobre los derechos y la igualdad de otros, por un lado, y por una legislación que esclavizaba, empobrecía y saqueaba a las mujeres, por otro.

Vidas extraordinarias, como la de Sarah Taylor Austin, historiadora y traductora de Leopold von Ranke, Daniel Stern y Blaze de Bury, se entraman en el hilo argumental de Bonnie Smith. Pocas de estas estudiosas reconocieron su conexión con la historia como parte de un ardiente impulso vocacional. Más bien la historia llegó después, como elemento del desarrollo de una figura femenina en una red de relaciones complejas. La escritura histórica y la adopción de nuevas identidades iban de la mano. Cambiaban de clase, de nombre, jugaban con el género y su trabajo se volvió un medio donde se moldeaba una identidad de género ambivalente. “El conocimiento amateur era una red, un conjunto enmarañado de materiales asombrosamente dispares que la mayoría de estas escritoras se esforzaba en mantener dentro de un entorno que no solo menospreciaba el trabajo femenino, sino que también se las ingeniaba para impedir cualquier labor intelectual que las mujeres aspirasen a realizar. Las amateurs se acercaron al pasado pues desde una posición ambigua: a la vez política, social y económicamente definidas como mujeres, con toda la expoliación que esa categoría implicaba; no obstante, vivían como escritoras que generaban dinero y sufrían la marginación de la cultura de la feminidad apropiada” (p. 119).

Los capítulos tres, cuatro y cinco indagan en el período de profesionalización, el mundo de los varones de la profesión. La pregunta que articula estos capítulos es por qué sabemos tan poco de los mecanismos, espacios y redes a través de los que se profesionalizó la historia. En este proceso, el hogar, el matrimonio y el sexo han aportado materiales claves y cruciales para generizar la historiografía. Su análisis sobre el maltrato físico y las humillaciones en la formación de las primeras generaciones de historiadores varones en las escuelas de élite nos permite pensar en la articulación entre masculinidad, lenguajes gramaticales y profesionalización. “Las peleas en los parques de la ciudad y la competencia entre varones en clase por los premios y las calificaciones fueron los momentos significativos y conmovedores de autodefinición a partir de los cuales se construía la sensibilidad histórica” (p. 140). Smith reconstruye en estos capítulos el modo en que la escritura de la historia se involucró en la domesticidad, la familia y la sexualidad. A través del tratamiento magistral de documentos diversos, ilumina y complementa los primeros dos capítulos, porque la etapa en que las mujeres desestimaron su propia producción fue esencial en la creación de la figura del historiador autónomo.

Una multiplicidad de experiencias -entre las que destacan el caso de Michelet y su segunda esposa Athénaïs Mialaret o las descripciones sensuales de Leopold von Ranke sobre el archivo- le permiten demostrar que, si bien los estándares profesionales invocaban la impersonalidad y el profesionalismo, la profesión se desarrolló como un campo cargado de afectos y fantasías humanos. El archivo como objeto emocional, el fetichismo, el amor y el deseo heterosexual son apartados a los que se debe volver para repensar la investigación histórica y sus implicancias a la luz de nuevas preguntas. Durante el último tercio del siglo xix “la historia”, como la “ciencia” de los hechos, consolidó su posición junto con el establecimiento del Estado-nación moderno. El vínculo fue tanto institucional como personal, profesional y emocional. El relato sobre la nación, la preeminencia del Estado, en el centro de la emoción narrativa, implicó suprimir a las mujeres.

Los capítulos seis, siete y ocho indagan un período cronológico posterior a la profesionalización y se centran en las tensiones entre lo que llama el alto amateurismo, una segunda ola de escritoras amateurs socialmente diversas, y las industrias culturales. La inadecuación, la incomodidad, pero también las experiencias concretas de estas mujeres, la primera cohorte de consumadas profesionales, habitan con experiencias que las acercaban a las amateurs, como la necesidad de ganar dinero. Feminizadas y sexualizadas, estas mujeres, entre las que incluye a Anna J. Cooper, la primera mujer afroamericana en recibir su doctorado, llaman la atención por cómo se visten, por los colores que usan, porque bailan, fuman y se maquillan. Su trabajo no deshizo las jerarquías de género que operaban en la profesión, no alteró los patrones masculinos de la historia, pero añadió nuevos temas y elementos. Este grupo de historiadoras profesionales, -“cuya feminidad no podía pasarse por alto, […] marcó la erupción de la modernidad histórica, que impulsó la profesión hacia sus encarnaciones recientes y no menos generizadas” (p. 340).

La irrupción de nuevos temas como las dinámicas de raza, género y etnia enriqueció las investigaciones académicas, pero -sostiene Smith- ocurrió que el perfil generizado de la ciencia histórica y la preminencia de la autoría intelectual masculina se refugió en la historiografía. Aún queda mucho por avanzar para desarmar autorías, espacios de poder, abusos y traumas. El género de la historia. Hombres, mujeres y práctica histórica resulta imprescindible para comprender los profundos significados de haber construido una profesión excluyendo a las mujeres de su ejercicio profesional. Un libro clave para seguir complejizando las dimensiones sobre el feminismo, la historia y la política y para defender la naturaleza dialógica, múltiple e intensa de la escritura del pasado.

1 Lynn Hunt, sostiene que los historiadores se han mantenido alejados de una serie de preguntas y que “sabemos muy poco sobre la historia de la condición humana como conjunto de experiencias”. En Lynn Hunt, La invención de los derechos humanos, Barcelona, Tusquets, 2009, p.32.

2Entre 1938 y 1941 Marc Bloch y Lucien Febvre mantuvieron acaloradas discusiones como consecuencia de la aplicación de las leyes de Núremberg en Francia. El origen judío de Bloch se convirtió en un problema para ocupar cargos públicos, y en más de una ocasión Febvre le recomendó renunciar y alejarse. Una reconstrucción de esta correspondencia se encuentra en Massimo Mastrogregori, El manuscrito interrumpido de Marc Bloch, México, Fondo de Cultura Económica, 1998.

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