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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.47 Córdoba mayo 2022

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Las Montoneras originarias. Algunas notas sobre los vínculos entre Córdoba y Santa Fe (1968-1972)
The original montoneras. Some notes on the links between Córdoba and Santa Fe (1968-1972)

Ana Noguera1
María Gracia Tell2

Resumen
Este trabajo tiene como objetivo reconstruir y analizar la trama de los estrechos vínculos entre las ciudades de Córdoba y Santa Fe en la conformación de Montoneros y especialmente destacar/rescatar la presencia de mujeres militantes que se volvieron referentes para la organización, buscando indagar algunas particularidades de cómo fue habitar la guerrilla en cada espacio particular. En este sentido exploraremos los motivos que las condujeron a la militancia y las redes sociales que las vincularon con la organización, como así también la opción por el peronismo y la lucha armada. Nos proponemos destacar la temprana participación femenina en las células montoneras cordobesas y santafesinas, así como también problematizar algunas temáticas que a nuestro entender son centrales: la relación de las mujeres con las armas, la distribución de tareas en los operativos políticos y militares, las marcas de género en las trayectorias de las militancias femeninas.
Palabras clave: Mujeres-Participación política-Lucha Armada-Espacios locales

Abstract
The aim of this work is to reconstruct and analyze the network of close links in the formation of Montoneros movement between Córdoba and Santa Fe cities. Also, highlight and rescue the presence of militant women that became referents to this organization, trying to investigate some particularities of how was to live guerrillas in each particular space. In this sense, we will explore some reasons that link women to militancy and social networks that linked them to Montoneros movement, as well as the option to Peronist Party and the armed struggle. We propose to highlight the early participation of women in Montoneras cells of Cordoba and Santa Fe cities, as well as to problematize some issues that in our opinión are essential: the relationship of women and weapons, the distribution of tasks in political and military operations, trademarks of gender in female activist’s trajectories.
Keyword: Women-Political participation- Armed Struggle -Local spaces

Introducción
En la fría mañana del 1 de julio de 1970 cuatro comandos de una desconocida organización armada tomaron la serrana localidad cordobesa de La Calera. La operación resultó, en principio, sincronizada y sin errores. Antes de retirarse arrojarían al aire una proclama. Quien la recogiese leería mimeografiada en ella: «Los hombres y mujeres que componemos los Montoneros…» Así, la naciente organización peronista, pronta a adquirir carácter nacional, subrayaba que contaba entre sus filas con mujeres militando. Y, en efecto, lejos estaba de ser pura declamación, ya que varias participan de la acción haciendo distintas tareas.

Durante la retirada dos militantes fueron detenidos. De allí en más la policía averiguó y rastreó la pista que los llevaría a una casa de barrio Los Naranjos, en Córdoba Capital. En ese momento se produjo un tiroteo en el que fue gravemente herido el jefe del operativo, Emilio Maza –quién fallecerá unos días después– e Ignacio Velez. Carlos Soratti Martínez y Cristina Liprandi de Vélez, quienes se encontraban allí, quedaron detenidos. A los pocos días fue apresado Raúl Guzzo Conte Grand. A partir de ese momento se produjo una diáspora, que concluyó con la mayoría del grupo cordobés preso o clandestino. Además, la policía empezó a vincular a sus participantes con el secuestro de Aramburu, comenzando a desentrañar la madeja de relaciones entre los grupos de Buenos Aires y Córdoba.

Sin embargo, no eran sólo entre esas coordenadas en las que se iban tejiendo redes y estableciendo vínculos estrechos. Fue, de hecho, el grupo Santa Fe quien recibió, escondió y sostuvo a unas diez mujeres y varones distribuidos en distintas casas operativas de la ciudad y sus alrededores. El mismo que durante aquellos días llevaría adelante una acción poco planificada de recuperación de dinero, necesaria para solventar materialmente la llegada del grupo Córdoba: el copamiento del Hospital Italiano el 31 de julio de 19703.

Ese espacio de intercambio y conexiones entre Córdoba y Santa Fe en los orígenes político-militares de Montoneros es el que nos proponemos recuperar en este trabajo, a partir de una entrada específica: el análisis de las experiencias de esas primeras mujeres que se integraron a la organización. Para lo cual hemos reunido distintas fuentes escritas, en ocasiones dispersas y fragmentarias, posibilitando un diálogo entre éstas y algunas entrevistas orales de los y las protagonistas de los orígenes de Montoneros en ambas ciudades4.
En una etapa marcada por acentuadas confrontaciones sociales y políticas, el incremento de la radicalización las condujo a buscar nuevas formas de participación integrando distintas organizaciones, entre ellas, las armadas. En este sentido, analizaremos las marcas de género de las trayectorias militantes de las jóvenes Montoneras atendiendo a algunas especificidades de los itinerarios insurgentes. Es por ello que haremos foco en las primeras acciones de «propaganda política armada» en estos espacios locales/regionales, especialmente en la toma de La Calera y la toma de Progreso para, desde allí, «delatar la presencia» de las primeras mujeres que participaron en esas dos importantes acciones del período.

Estas páginas intentan ser el puntapié inicial para analizar no sólo los estrechos vínculos entre distintas ciudades de Argentina en la conformación de Montoneros sino también destacar/rescatar la presencia de mujeres militantes que se volvieron referentes para la organización, buscando rastrear también algunas particularidades de cómo fue habitar la guerrilla en cada espacio particular. En este sentido exploraremos los motivos que las condujeron a la militancia y las redes sociales que las vincularon con la organización, como así también la opción por el peronismo y la lucha armada. Nos proponemos destacar la temprana participación femenina en las células montoneras, así como también problematizar algunas temáticas que a nuestro entender son centrales: la relación de las mujeres con las armas, la distribución de tareas en los operativos
políticos y militares, las marcas de género en las trayectorias de las militancias femeninas.

En suma, ¿cómo fue habitar la revolución para las mujeres cordobesas y santafesinas?

El escudo Montoneros comienza a alzarse sobre Córdoba y Santa Fe

La crisis iniciada en 1966 luego del golpe de estado de Onganía, tomó impulso en el año 1969 a través de la profundización de la movilización social, dando inicio a un ciclo de protestas llevadas adelante por una multiplicidad de protagonistas que harán naufragar el orden social y político existente. Estas insurrecciones populares, conocidas como «ciclo de «azos» –Corrientazo, Rosariazo, Cordobazo– fueron, en cierto sentido, el inicio del ocaso de la autodenominada «Revolución Argentina». Y si bien en la ciudad de Santa Fe no puede hablarse de un «Santafesinazo », el proceso de movilización conjunta entre obreros y estudiantes universitarios irá progresivamente profundizando el ciclo de protestas.

Este fue un contexto que propició los debates sobre la necesidad de comenzar a llevar adelante la metodología de la lucha armada y la vía revolucionaria para la toma del poder. Con relación al surgimiento de Montoneros, distintas pesquisas ubican el origen de la organización dos años después del golpe de estado de Onganía. En estos años, hasta 1970, la militancia fundadora, que todavía permanecía en el anonimato, comenzó a prepararse a través del entrenamiento militar y de la acumulación de recursos, principalmente armas y dinero. Lucas Lanusse (2007) afirma que fueron cinco grupos originales, de diversas orientaciones ideológicas, los que conformaron la organización político-militar: Grupo Córdoba, Grupo Santa Fe, Grupo Reconquista, Grupo Sabino Navarro y Grupo Fundador. La aparición pública de Montoneros como una organización de carácter nacional se produjo entre mayo y julio de 1970 con dos hechos de gran impacto público: por un lado, el secuestro del Teniente General (RE) Pedro Eugenio Aramburu. Por otro lado, la toma de la localidad cordobesa de La Calera. Al momento de su conformación «todos [los grupos del país] tenían en común al socialismo como objetivo, el peronismo como identidad y la lucha armada como método de acceso al poder (Lanusse, 2007:1), aunque debe señalarse que existieron estrechas redes de relaciones entre estos grupos gestadas con anterioridad.

Como mencionamos, la ciudad de Santa Fe fue un territorio propicio que posibilitó el surgimiento de uno de los grupos originales. El proceso de formación de células clandestinas puede rastrearse desde fines de 1967 y principios de 1968, momento en el cual comenzó la fase de anonimato de grupos provenientes del ámbito estudiantil y sindical, período que duró hasta 1970 (Lanusse, 2007; Donatello, 2010; Alonso, 2012). En esta primera etapa hubo organizaciones de comandos sobre la base de células compartimentadas integradas por jóvenes de dos organizaciones estudiantiles, el Ateneo Universitario y el Movimiento de
Estudiantes de la Universidad Católica (MEUC), y también la Acción Sindical Argentina (ASA), así como por militantes con trayectorias diversas, pero que en su mayoría estuvieron fuertemente relacionadas con el compromiso con el catolicismo renovador.

Una de estas células, la ateneísta, devino de una agrupación estudiantil de la Universidad Nacional del Litoral, denominada Ateneo Universitario. Sus integrantes fueron principalmente estudiantes de la Facultad de Ingeniería Química de dónde salieron sus conducciones, como Mario «Fredy» Ernst; la mayoría de estos estudiantes eran varones, ya que para la época la matrícula femenina en esta facultad era muy reducida. Sin embargo, también participaron de esta célula estudiantes provenientes del Instituto de Profesorado Básico, y en menor medida de otras facultades, como Ciencias Económicas, Ciencias Jurídicas y Sociales y de la Escuela de Sanidad. Hacia 1967 el grupo comenzó a formar su aparato clandestino, organizó campamentos de práctica de tiro, y para el año 1969 encabezó los primeros operativos armados en Santa Fe.

A diferencia del grupo ateneísta – donde hubo sólo una mujer, María Alejandra Nicklison– la célula originaria del MEUC tuvo desde sus comienzos una fuerte presencia femenina: Graciela María de los Ángeles Doldán – «Monina» o «La Petisa»–, Dora Riestra, María Ester Merteleur –pareja de Antonio Riestra– y María Teresa Manzo. Es de destacar, como un dato relevante, que de esta célula eran responsables María de los Ángeles y Dora. Este grupo originario tendrá una fuerte incidencia en la formación de Montoneros en Santa Fe, y su impronta va a dar un carácter particular a los operativos armados, en tanto las dos mujeres referentes tendrán una participación activa, aunque diferente, en las acciones armadas.

Con ciertas similitudes a lo ocurrido en esta provincia, en Córdoba la organización Montoneros se nutrió de distintas vertientes que, con desarrollo independiente entre sí, terminaron confluyendo hacia fines de 1969 y principios de 1970. Una de las agrupaciones que conformó la futura organización fue el Integralismo. Compuesto mayoritariamente por estudiantes de la Universidad Nacional, el grupo tenía filiaciones peronistas y demócratas–cristianas, reivindicaba la «cuestión nacional» y el «antiimperialismo» fue incorporado como discurso predominante.

Al mismo tiempo, a partir de la huelga universitaria de 1966 surgieron dos tendencias. Una de ellas priorizaba el desarrollo militar partiendo de una concepción foquista. Esta se vinculó a la revista Cristianismo y Revolución, dirigida por Juan García Elorrio y, posteriormente, a los Comandos Peronistas de Liberación (CPL). La otra tendencia apostaba al crecimiento de los distintos frentes «legales», en consonancia con una línea de masas. Hacia 1969, este grupo conformó la agrupación peronista Lealtad y Lucha, trabajando políticamente en diferentes frentes: por un lado, sostuvo una militancia religiosa y social en parroquias, villas y centros de salud y, por otro, actuó en el ámbito universitario, principalmente a través de la Agrupación de Estudios Sociales (AES) de la Universidad Católica.

En el núcleo inicial de militantes de Córdoba, había entre diez y quince mujeres, muchas de ellas provenientes de la AES, y con vínculos estrechos con los curas tercermundistas y la militancia cristiana. También participaban estudiantes de la Universidad Nacional y provenientes de otras provincias. Según el testimonio de Ricardo la diferencia era, en esos primeros años, «9 a 1, 8 a 2, algo así»:

Creo, me parece, que las chicas que formaban parte de la organización tenían respecto de los varones durante toda esa primera etapa grados de libertad quizás mayores que los varones, en el sentido de que atreverse a participar en una organización, con los riesgos que esto significaba, vida clandestina, la portación de un arma, estas cosas suponían… un dominio de sí y una… las primeras militantes eran mujeres que no se hubieran amilanado, digamos, ante formas extremas de machismo, respondían, contestaban esto fue eh… y esto como esto existía, el machismo existía la gran mayoría eran varones, ¡toda! la conducción eran varones5.

Así, si bien su número era pequeño en relación a los varones, su participación adquirió especial significancia, siendo recordadas por Ricardo –sobre todo en esta primera etapa– por su impronta excepcional y por el lugar central que ellas ocuparon en la naciente organización. Cuatro mujeres participaron de manera directa en la toma de La Calera – María Leonor Papaterra –La Vietnamita–, Susana Lesgard –La Gorda– , Cristina Liprandi y Dinora Gebbenini –Marta– y otras tantas en logística de la misma y en los distintos frentes (barrial, sindical y estudiantil), como Mari, la Petisa, Leticia Jordán –La Pichi–, Mirtha, Teresa Marchetti –Petisa–, Teresa, Nancy, Marta, Silvia Suárez –La Gata–, Alicia y Peti 6.

De este modo, se observan ciertas similitudes en las trayectorias formativas de los grupos originarios de Córdoba y Santa Fe. Por un lado, la mayoría de sus integrantes se identificaban y/o provenían de la línea reformista de la Iglesia Católica. Y, por otro, en el transcurso de esos años hubo un proceso de «peronización», otorgándole una dinámica novedosa a la relación entre izquierda y peronismo.

Pero, más importante aún, los cruces analíticos realizados entre las regionales estudiadas, manifiestan la temprana presencia femenina en los grupos originarios, aunque con algunas particularidades, que refieren a la mayor cantidad de mujeres participando en Córdoba que en Santa Fe. Si bien en ambas ciudades se habían desarrollado diversos espacios de activación para las jóvenes revolucionarias, las características relevadas de ésta última ciudad en investigaciones previas (Tell, 2021), y las percepciones de los y las testimoniantes, hacen suponer que las jóvenes santafesinas tuvieron mayores dificultades de acceder en los inicios de los setenta a la participación política armada. Entre las distintas explicaciones posibles, presumiblemente a esta dificultad la nutrían los límites impuestos por una sociedad atravesada fuertemente por un manto cristiano-conservador, que se entramaba con una efectiva, aunque resistida, gubernamentalidad autoritaria local (Alonso, 2016) .

En suma, y atendiendo a las particularidades locales, esas mujeres tensionaron las normas establecidas del deber ser femenino y accedieron a la participación política y pública logrando –aún con algunas limitaciones– reconfigurar las relaciones jerárquicas de poder al interior de Montoneros. Como veremos al analizar las primeras acciones armadas, estas jóvenes militantes tuvieron una importante injerencia no sólo en las decisiones político-ideológicas sino también operativas de la organización.

Las Montoneras originarias: las marcas de género en las trayectorias militantes

Durante las décadas del sesenta y setenta, las mujeres transitaron en un mundo convulsionado por algunas transformaciones no sólo en el espacio social, político y económico sino también cultural, donde los modelos genéricos tradicionales se tensionaron y traccionaron cambios en los roles y estilos de vida femenino (Freytes y Martínez, 2016). Situación que conmovió e influenció a una gran cantidad de jóvenes que se atrevieron a cuestionar los modelos de madre/esposa/ama de casa, imaginando y recreando nuevas modalidades y poniendo en tensión el canon transitado por sus madres y abuelas. Sus experiencias tienen una historia propia y aunque se encuentran imbricadas con la de los varones (Pasquali, 2016), la misma debe ser revisitada a través de sus propias marcas de género.

Diversas instituciones sociales atravesaron e incidieron en sus construcciones de subjetividad sexuada, operando como estructuras de poder y reproducción patriarcal, de las cuales podríamos mencionar dos: la familia y la escuela. Con relación a la familia de origen, la misma representa uno de los espacios de socialización primario donde se enseña y se aprende el deber ser de las masculinidades y feminidades hegemónicas de una sociedad binaria y heteronormativa. Aún con sus matices y particularidades, el orden familiar tradicional, nuclear y patriarcal, fuertemente influenciado por el catolicismo de la época –recordado por las testimoniantes como un mandato influyente en Santa Fe y Córdoba, aunque en esta última localidad las tensiones entre conservadores y «modernos » activó una disputa particular–, moldeó en cierta medida los comportamientos de las jóvenes mujeres montoneras entrevistadas, que para ese entonces tenían entre 20 y 25 años de edad aproximadamente.

Al preguntarles por sus familias y los vínculos con sus padres al momento de comenzar a militar encontramos una gran diversidad de experiencias y situaciones. Muchas expresaron que les resultaba difícil circular con autonomía y sin permiso por fuera de sus hogares. Esto supuso atravesar situaciones complejas, que las condicionaba de alguna manera u otra en la práctica militante pero que, al mismo tiempo, las condujo a buscar los intersticios para su participación en el espacio político. Algunas veces resolvieron irse de su casa de la mano de un varón, sin ser éste un caso aislado si tenemos en cuenta que la generalidad de las mujeres entrevistadas resuelve casarse tempranamente. Y otras, cuando incluso convivían con su familia de origen, utilizaron distintas estrategias para rebelarse del mandato de la «dependencia» y abrirse paso, aunque no sin conflictos, a la participación política, decidiendo muchas de ellas mantener su activismo en secreto.

En otros casos, hubo una suerte de continuidad entre las tradiciones políticas familiares y las elegidas por las militantes. Muchos padres y madres apoyaron la acción militante de sus hijas y en más de una oportunidad fueron los promotores de las discusiones políticas en el seno de la familia. Cuando las tradiciones eran contrarias la ruptura fue provocada más por la elección política que por la participación en sí misma.

Al mismo tiempo, algunas de nuestras entrevistadas, provenientes del interior de la provincia o de otras provincias –dada la importancia de las Universidades Nacionales de Córdoba y Santa Fe– destacaron que el hecho de estar alejadas de sus padres –con una cultura adulta que ellas califican de tradicional y conservadora– les permitió actuar con más libertad su sexualidad, la cotidianeidad de su vida y hasta su militancia al trasladarse a estudiar o trabajar.

En este sentido, la mayoría de las testimoniantes sostuvieron que hubo una disputa particular y un distanciamiento profundo con el modelo de domesticidad concebido como tradicional de sus madres, del cual las nuevas generaciones deseaban distanciarse y diferenciarse. Esto se manifestó, por ejemplo, en los cambios de expectativas de la moral sexual, cuando llevaron a dormir a sus compañeros a la casa familiar, atreviéndose a vivenciar una sexualidad más libre que sus antecesoras.

Fue la escuela otra de las instituciones que –entre sus complejas proyecciones y variados efectos– históricamente ha configurado un espacio de trasmisión de presupuestos patriarcales y de gestión de un orden jerárquico de género. Algunas de las escuelas por donde las militantes montoneras transitaron comulgaban con una ideología cristiana, donde el clero condena todas las «faltas» de la mujer a la decencia –en materia de indumentaria, virginidad, rol de madre, esposas, etc.–, con su fuerte carga sexista y misógina.

Estas trayectorias nos permiten pensar que, al momento de decidir ingresar a las organizaciones armadas, las mujeres estaban atravesadas por disputas y tensiones diversas – marcas de género pero también de clase y edad – que las llevaron a buscar estrategias de acción, para rebelarse contra algunos mandatos, comportamientos y expectativas, aprendidas muchas de ellos en los ámbitos familiares y escolares. De esta manera, se atrevieron a ocupar el espacio público y político militando en diversos espacios, aunque con condicionamientos socioculturales que las limitaron para poder participar con las mismas libertades que los varones.

¿Cómo recuerdan las mujeres las motivaciones que las condujeron a ingresar a Montoneros? Si bien pueden encontrarse particularidades respecto a las formas en que ellas se vincularon con la organización en Córdoba y Santa Fe, nos parece significativo destacar algunos elementos comunes. En general, los motivos personales, a través de los vínculos sexo–afectivos, las relaciones de hermandad, las amistades, se evidenciaron con mayor claridad en las memorias de las mujeres militantes. Con esto no queremos decir que las razones políticas no hayan sido parte de las motivaciones sino que al momento de exponer o exponerse, los sentires y emociones fueron enunciados sin mayores reservas.

En este sentido, en el caso de nuestras testimoniantes también destacamos que todas transitaron por distintos espacios de activación (asambleas, actos, reuniones, marchas) y/o sociabilidad (en torno a la familia o las amistades) anteriores al ingreso a la organización. Esto les permitió empezar a proyectarse como parte de un movimiento generacional, sintiéndose interpeladas para la acción política. Asimismo, encontramos que en sus trayectorias aparece una presencia significativa de valores cristianos, que en algunos casos fueron asumiendo cada vez con mayor profundidad.

En general, en los grupos originarios de la guerrilla peronista, las mujeres santafesinas y cordobesas se encontraban estudiando en el nivel superior o estaban fuertemente vinculadas al ámbito universitario. Es decir, que más allá de que hubo diversos espacios desde los cuales convergieron hacia la organización, la Universidad fue el lugar o el puente principal desde donde muchas se acercaron a la militancia revolucionaria. Esto se fue modificando con el correr de los años, sobre todo hacia 1972 cuando aumentó considerablemente, en el marco de la campaña electoral, la cantidad de activistas.

Los testimonios orales, que nos posibilitan abordar las experiencias personales y políticas de las mujeres revolucionarias, nos advierten acerca de la diversidad de trayectorias, que se multiplican al examinar los ámbitos de inserción en las dos regionales: iglesia, universidad, fábrica, barrio, familia, amistades, grupos de estudio o relaciones sexoafectivas, entre otros. Es decir, si bien puede señalarse que tanto en Santa Fe como en Córdoba la militancia femenina en Montoneros se nutrirá de heterogéneos sectores –clases medias, obreras, asalariadas, mujeres de sectores populares, entre otras–, en los orígenes se podría señalar la estrecha vinculación con el ámbito universitario y católico.

«La mujer parecía tener cierto mando…». Las primeras acciones armadas

Una de las dificultades, con la que nos encontramos al analizar la participación de las mujeres –y varones– en los orígenes de Montoneros, es la de conocer con exactitud quienes participaron en las diversas acciones armadas, producto de la clandestinidad y compartimentación de las organizaciones, consideradas un requisito necesario para protegerse de la sistemática persecución y represión. A pesar de esto, y atendiendo a una perspectiva de género, que pone en evidencia aquello que fue ocultado y marginado por la historiografía tradicional, podemos dar cuenta de la intervención de algunas mujeres en los operativos armados a través del mapeo de acciones revolucionarias realizadas en Santa Fe y Córdoba.
En esta oportunidad nos referiremos a dos acciones significativas para el derrotero de los grupos originales de las localidades estudiadas: la Toma de Progreso7, realizada el 25 de febrero de 1970, y la toma de La Calera, llevada adelante el 1 de julio de 1970.

Respecto del operativo en la localidad de Progreso, es importante señalar, que fue uno de los primeros copamientos que hubo en el país pero que, sin embargo, no tuvo la relevancia pública ni simbólica de La Calera, realizada cinco meses después. La escasa trascendencia que tuvo este operativo militar podría ser explicada desde algunos supuestos: por un lado, la Toma de Progreso, a diferencia de La Calera, fue un golpe exacto en donde la policía no pudo detener a los grupos responsables del hecho, tampoco identificarlos. Y si bien lo exitoso de la acción se relaciona con la recuperación material para la revolución, se considera que no tuvo un impacto público mayor porque paralelamente no se produjo una eficaz propaganda política. Por otro lado, esta situación permite analizar que el proceso de construcción identitaria del grupo santafesino se encontraba todavía en ciernes y los vasos comunicantes con el Grupo Córdoba
y Buenos Aires todavía no se habían consolidado, de modo que la organización político-militar Montoneros que se dio a conocer públicamente entre mayo y julio de 1970 no reconoce la Toma de Progreso como antecedente inmediato.

Nos interesa especialmente recuperar este copamiento ya que fue unos de los primeros operativos en los que participó activamente una de las lideresas de la célula del MEUC, nos referimos a Graciela María de los Milagros Doldán, quien además comandaba al grupo ateneísta, que participó conjuntamente en esta acción. En la toma participaron aproximadamente diez militantes, siendo el principal objetivo recuperar el dinero de la sucursal del Banco Provincial de Santa Fe.

Graciela Doldán, Monina, o Teresa, su nombre de guerra, nació en Santa Fe el 19 de agosto de 1941, en el seno de una familia de clase media, cursó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio «Nuestra Señora del Calvario», ahí conoció y se formó en el cristianismo junto a uno de los referentes tercermundista de la localidad, el cura Osvaldo Catena. Luego ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Santa Fe en 1960, donde comienza a tener una participación activa en una organización estudiantil de dicha universidad8.

Esta joven santafesina, fue considerada por sus pares como una referente destacada al interior de una de las primeras células clandestinas en los orígenes del Grupo Santa Fe. Sobre ella, uno de nuestros entrevistados nos comenta:

La única que operó militarmente para ese entonces, para la época fue Monina Doldán porque además la tratábamos como un hombre más, por esa simple razón y obviamente su impostación era la de un hombre más (...) liderazgo natural, capacidad de mando y una entrega (…) una generosidad muy grande, además con capacidad de trasladar confianza enorme, o sea de acariciarte la autoestima viste y decirle que uno podría llevar adelante algo. Estas cosas eran centrales, digamos a la hora de apoyar tu confianza, en la confianza de que el otro te iba a cubrir la espalda, ¿no? En ese sentido era muy groso, era más grande que yo»9.

Juan Marco nos proporciona algunas pistas para analizar la particularidad del hecho, de que en los orígenes de Montoneros en la localidad de Santa Fe (1969-1970), solo haya sido una única mujer la que participaba directamente en los operativos militares. Según él recuerda, Monina era tratada como un hombre porque supuestamente, fingía ser un hombre más, esto le daba la ventaja aparente, de ser parte de la fraternidad masculina, de un grupo mayoritariamente constituido por varones, pero además le daba la legitimidad de participar militarmente, y de conducir y liderar uno de los primeros operativos armados de los grupos originarios.

Esto nos conduce también a reflexionar sobre cómo fue poner el cuerpo en la revolución, en tanto, para llegar a ser un «buen guerrillero en combate», se debía fabricar un cuerpo que se diferenciaba del género asignado y autopercibido, en tanto era necesario adquirir rasgos masculinos y nuevos hábitos, que claramente la alejaban de los estereotipos femeninos considerados tradicionales, principalmente la pasividad. Monina era la que protegía, era la que cuidaba las espaldas de sus compañeros y no viceversa, pero además podría pensarse que cuando nuestro entrevistado dice, «era más grande que yo», quizás se puede referir a la idea de que era mejor que un varón guerrillero.

Asimismo retomamos la descripción que uno de los empleados del banco realizó a la policía, y que el diario matutino de la ciudad transcribió, donde se hizo especial referencia a la participación de la única mujer: «La mujer medía más o menos 1,55, de 25 años, rubia con peinado recogido alto. Esta parecía tener cierto mando porque daba órdenes y manejó uno de los autos.»10

Aquí, nos interesa analizar la relevancia otorgada a la representación de la única mujer militante que llevó adelante el operativo y que tenemos conocimiento por nuestros testimonios orales que, como dijimos anteriormente, fue María de los Milagros Doldán. Suponemos que la caracterización minuciosa de los funcionarios del banco se debió a la extrañeza que les provocó el rol activo y público de «Monina» Doldán en el combate, que deshacía los estereotipos tradicionales de mujer. Este tipo de publicaciones fueron muy comunes entre los primeros años de la guerrilla, siendo la participación de las mujeres excepcionales. Luego, entre los años 1972 y 1973, la participación femenina fue en aumento, generando también algunos cambios acerca de estas primeras percepciones en los medios gráficos.

De igual modo, la prensa cordobesa destacó la participación femenina en la toma de La Calera11. El diario local La Voz del Interior expresaba:

Un presunto comando «Montoneros» asaltó a la Municipalidad, la sucursal del Banco de Córdoba, la Sub Comisaría, la Central Telefónica, la de Correos y a un Suboficial (...) Se calcula que por lo menos actuaron 15 personas (…) Dos mujeres habrían sido de la partida12

A partir del testimonio de dos mujeres que participaron del operativo hemos podido reconstruir algunos aspectos de esta acción armada. Dinora – o Marta– nació en el sur de la provincia de Buenos Aires en 1945. En su testimonio destaca la profunda marca que para ella y «los de su generación» tuvo el Golpe de Estado encabezado por el Gral. Onganía, la muerte del Che Guevara y el Cordobazo. En aquellos años estudiaba filosofía en la UBA y a principios de 1969 conoció al que luego fue su marido, un militante peronista vinculado al grupo de Sacerdotes del Tercer Mundo. Será unos meses después de mayo de 1969 que vendrá a la ciudad y se integrará a la célula de Lealtad y Lucha. Por su parte, la Petisa nació en los primeros años de la década de 1940, es rosarina de nacimiento y estudió Trabajo Social en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). A pesar de no provenir de una familia con filiación política peronista, se acercará al mismo en la universidad, a través del Ateneo Universitario. En enero de 1968 conoció en un Campamento Universitario de Trabajo (CUT) al que sería su compañero y, tras haber decidido casarse, se instala definitivamente en la ciudad de Córdoba.

Ambas tuvieron una participación activa en el operativo. Una estuvo en el asalto al banco, la otra en la logística previa y posterior a la acción. Si bien sus testimonios son diferentes, dada la tarea asignada a cada una, al preguntarles sobre la toma de La Calera podemos reconocer algunos elementos comunes que son interesantes de ser destacados. Desde sus narraciones personales ambas consideraron que no hubo diferencias entre varones y mujeres a la hora de dividir las tareas dentro del operativo, es decir, que ninguna mencionó haberse sentido relegada. En este sentido, es importante señalar que esta noción atraviesa muchos testimonios de mujeres y varones. Montoneros construyó, al igual que otras organizaciones armadas, un modelo ideal de guerrillero, donde en apariencia no hubo distinciones de género a la hora de convocar a la lucha revolucionaria, pero que sin embargo fue representada en figuras hegemónicas masculinas. Es decir, que en esta ilusoria neutralidad de los sujetos operaron tensiones y desigualdades, vivenciadas en la distribución diferencial de tareas, en los espacios de conducción ocupados exclusivamente por varones, además de otras actividades vedadas por la propia condición de mujeres o por el contrario, apelando a la feminidad como señuelo para lograr el éxito en las acciones.

Esto se desprende del testimonio de la Petisa que, en principio, señaló no haberse sentido relegada su participación en la toma de La Calera, pero al encontrarse embarazada de cuatro o cinco meses, su condición la desplazó de ciertas actividades.

Estuve en apoyo de infraestructura, en logística, haciendo logística todo el tiempo (…) Digamos, a mí me tocó la parte de automóvil, llevar, traer compañeros. Armas…esa parte de movilizar armas no me dejaron, compañeros sí. Fue muy mínimo, en realidad casi nada, casi nada13.

Quizás resulte sugerente la frase que utiliza para describir su participación, «casi nada». La logística tenía tantos riesgos como la acción directa. Sin embargo, en su testimonio esto está minimizado. Este tipo de apreciaciones respecto a su intervención, se reitera como un mantra en muchas investigaciones de historia oral, donde las mujeres subestiman su participación política considerando que su militancia no había sido relevante (Pasquali, 2007; Noguera, 2019)

Pero, además, demuestra que, si bien estaba «resguardada», el embarazo no acarreaba la adopción de una actitud de pasividad en la militancia, ni un sentimiento de particular vulnerabilidad por su estado. Esto supuso que las mujeres militantes, además de madres, esposas o novias, fueron militantes políticas/compañeras, elementos que las llevaron a transgredir y reubicar los mandatos, originando alteraciones de los estereotipos femeninos.

Asimismo, ambas sostuvieron que no hubo una «conflictividad particularmente femenina» con el tema del uso de las armas, ni dejaron entrever que se trató, en esa época, de una decisión difícil o conflictiva. Aunque sí reconocen que fue un acto significativo en términos subjetivos. Para ellas, desde los proyectos políticos que acompañaban, el uso de las armas en tanto herramienta para, y no como un fin en sí mismo, fue producto de un momento particular enmarcado en un contexto histórico de lucha global.

Sin embargo, reconocen que prevaleció una cuestión de género: las mujeres tenían inexperiencia en su manejo, en tanto que los varones, en gran medida por la obligatoriedad del Servicio Militar o por haber cursado sus estudios en el Liceo, habían superado este problema. Para las mujeres –y también para algunos varones– esta dificultad inicial fue compensada con prácticas de tiro, armar, desarmar y limpiar las armas y preparación física para el uso de las mismas. Esto supuso para ellas una reeducación de sus cuerpos, socializados como femeninos, necesaria para responder al modelo hegemónico de guerrillero, dando comienzo a progresivas transformaciones. En vinculación con las nociones que venimos señalando, recuperamos aquí algunos fragmentos del testimonio de Dinora donde reflexiona, desde el presente, sobre los cambios que, desde su perspectiva, generó la participación de las mujeres en las organizaciones político-militares, destacando el esfuerzo para romper con los estereotipos:

Había muchas compañeras que dirigieron un operativo, y algunas que lo hacían muy bien. (…) Yo no recuerdo que hubiera grandes diferencias, era como que nosotras nos obligábamos a participar de las cosas al mismo nivel (…) Pero nosotras hacíamos lo posible por estar a la altura de las circunstancias, las circunstancias nos demandaba grandes esfuerzos pero yo creo que lo hicimos con un compromiso bastante importante (…) yo creo que esto fue una demostración de… tampoco hemos perdido ciertos componentes femeninos de la propia práctica, de tu educación de… no éramos marimachos así.

P: Hay muchos análisis que destacan una masculinización en algunos aspectos, sobre todo las mujeres vinculadas a las armas.

R: Sí obvio, es una perspectiva de lucha armada, está claro que eso era así. (…) Pero yo creo que también toda esta participación que fue una participación política, también demostró… para mí no fue negativa para las compañeras, yo lo evalúo positivamente, lo evalúo como parte de un proceso que tiene también que ver con una liberación personal, porque yo te digo que si no eras capaz de romper determinadas pautas rígidas y estereotipos culturales era imposible que estuvieras en una organización de esa naturaleza; entonces hay un cambio importante en la subjetividad, hay un cambio en la participación y hay un cambio como protagonista, no?14.

De esta manera, al recuperar la presencia de mujeres en los primeros operativos armados en las localidades de Córdoba y Santa Fe, nos encontramos con una situación diferente ya que para el primer caso pudimos acceder a testimonios directos de mujeres partícipes, mientras que para el segundo la referencia es a través de un compañero varón de militancia que, si bien no deja de ser relevante, se encuentra atravesado por otras percepciones, sentidos y sentires, narradas desde el propio género. Sin embargo, nos permite reflexionar sobre cómo estas mujeres pusieron sus cuerpos en la guerrilla con modalidades diversas, de acuerdo a las condiciones de posibilidad que se les presentaba; esto es (re)produciendo pero también (re)significando las formas dominantes de feminidad. En algunos casos, las condujo a aprender distintos hábitos corporales necesarios para encarnar roles de conducción y liderazgos, atribuidos con exclusividad a los varones. Y, en otros, atravesar situaciones de extrema peligrosidad siendo mujeres en gestación o limitadas en la acción directa por sus propios compañeros de militancia. Lo cierto es que ellas debieron encarnar la revolución con diversos y mayores esfuerzos, rompiendo mandatos, aprendiendo nuevas pautas de comportamiento «para estar a la altura de las circunstancias», como dice Dinora. Sin dudas, su ingreso a las organizaciones armadas alteró las expectativas de comportamiento consideradas apropiadas para su género y esto produjo para ellas mayores grados de autonomía y empoderamiento.

Algunas reflexiones finales

El cruce de los relatos orales y el relevamiento de las fuentes escritas de los grupos Córdoba y Santa Fe, nos han permitido entretejer dialógicamente una trama compleja sobre los vínculos entre ambos espacios, para intentar hacer visible cómo actuó el género en las relaciones sociales construidas durante el período de fines de los años sesenta y principio de los setenta en los orígenes de Montoneros. En tanto recurrimos a memorias situadas analizamos cómo fue la participación política y pública de las mujeres en un contexto de creciente radicalización política y conflictividad social que se incrementó a partir de 1966 y se potenció por los sucesos del ´69, donde Córdoba «se movía» y Santa Fe «agitaba».

Así, en el marco también de algunas transformaciones con relación a los roles tradicionales de género dentro de una matriz heteronormativa binaria, se destaca en los relatos que estas movilizaciones y cambios culturales fueron, para muchas, una interpelación concreta que las convocó a la acción y les abrió la puerta para acercarse al compromiso social y a la militancia revolucionaria. Podemos afirmar que existió una acumulación de experiencias previas –locales, nacionales y trasnacionales– donde se sintieron reflejadas, y que luego tradujeron esas luchas al contexto local, imprimiéndole su impronta particular.

Algunas marcas de género en las trayectorias de las militantes nos proporcionaron determinadas pistas para comprender cómo fue habitar la guerrilla para las mujeres. Si bien hemos evidenciado ciertos itinerarios comunes que las condujo a la opción por la militancia política en Montoneros, también pudimos develar que no fue lo mismo para las mujeres transitar la militancia revolucionaria en Santa Fe y en Córdoba. En este sentido, pudimos inferir que las condiciones de posibilidad brindadas en cada contexto fueron disímiles, haciendo más compleja la participación de las mujeres santafesinas. Siendo esta una línea de investigación necesaria de ser profundizada en futuros trabajos.

Consideramos que la experiencia femenina en un contexto excepcional de militancia armada las habilitó en la búsqueda de nuevas modalidades de acción independiente, aunque con algunas limitaciones que las condicionaban por su propio género, debido entre otras cuestiones, a la construcción de un modelo ideal de militante encarnado en una representación hegemónicamente masculina. Sin embargo, su participación constituyó, sin dudas, una ruptura que alteró las expectativas de comportamiento social consideradas apropiadas para su género, lo que produjo mayor grado de autonomía para ellas, promoviendo actitudes que, aunque en algunos casos alejadas del feminismo de la época, en la práctica supusieron de hecho la construcción de vínculos más igualitarios con los varones y la problematización y cuestionamiento de lo que ellas entendían constituían vínculos personales y políticos de subordinación.

Para finalizar diremos que los lazos entre los grupos de Córdoba y Santa Fe continuaron siendo intensos durante el periodo. La circulación de militantes entre ambos espacios fue fluida y las mujeres continuaron ejerciendo un lugar central en el devenir no sólo de la consolidación de Montoneros como la mayor organización política-militar de la izquierda peronista sino también en sus crisis y rupturas como fue la aparición en 1972 de la Columna Sabino Navarro. Muchas de ellas continuaron militando activamente en los diferentes frentes hasta que el Terrorismo de Estado las golpeó duramente: algunas fueron encarceladas, otras pudieron salir del país o realizar un exilio interno. Muchas más fueron asesinadas.

A 51 años de la aparición de Montoneros, desde un presente (pre)ocupado por la agenda feminista-disidente, será nuestra tarea continuar indagando y reflexionando críticamente acerca de la participación de las mujeres en contextos particulares, históricamente situados, para reflexionar qué nos dice ese pasado sobre nuestro presente.

Notas:

1. CONICET/CEA/FCS/UNC
2. CESIL/FHUC/UNL
3. Nuevo Diario, Santa Fe, 1/08/1970; 2/08/1970; 3/08/1970. La Nación, Buenos Aires, 10/08/1970.
4. Para este trabajo contamos con un corpus de trece entrevistas realizadas a militantes de Montoneros en Santa Fe durante los años 2009 y 2011. Para el caso de Córdoba se tratan de diez entrevistas llevadas a cabo entre 2008 y 2015.
5. Entrevista a Ricardo, Córdoba, 08/03/2012.
6. Intercambio vía correo electrónico con Mari, 29/01/2014.
7. La localidad Progreso se encuentra ubicada a sesenta kilómetros al noroeste de la ciudad capital. Para 1970 la cantidad de población era de 1.709 habitantes concentrada mayoritariamente en la zona urbana, dato que nos permite analizar que era un pueblo muy pequeño y si bien el operativo fue arriesgado, consideramos que implicó un objetivo controlable al estar rodeado de una zona rural, lo que hizo posible un escape certero.
8. María Doldán fue secuestrada de su casa en la ciudad de Córdoba el 26 de abril de 1976. Permaneció cautiva en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Extermino «La Perla», donde fue fusilada. Tenía 34 años. Aún continúa desaparecida.
9. Entrevista realizada a Juan Marco, Santa Fe, 14/12/2010, militante del grupo originario de Montoneros y luego de la Agrupación Sabino Navarro.
10. Nuevo Diario, Santa Fe, 27/02/1970.
11. La localidad de La Calera se encuentra ubicada a unos 23 km del centro de la capital cordobesa.
12. La Voz del Interior, Córdoba, 02/07/1970.
13. Entrevista a la Petisa, Córdoba, 23/12/2009. El destacado nos pertenece.
14. Entrevista a Dinora, Córdoba, 05/10/2009. El destacado nos pertenece.

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