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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.6 no.6 La Plata ene./dic. 2005

 

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ARTÍCULO

La huella cervantista americana de la escuela filológica española

 

José Montero Reguera

Universidad de Vigo

 


Resumen

La escuela filológica española dejó un importante legado en la formación de los estudios hispanoamericanos. La impronta de los primeros discípulos pidalianos, la creación de institutos y la concreción de numerosos artículos y ediciones de la obra cervantina fueron momentos clave del desarrollo de dichos estudios en América.

Palabras clave: Historia en América; Cervantes; Filología; Historia de las instituciones.

Abstract

The Spanish philological school has left an important legacy in Hispa- no-American studies. The imprint of the first disciples of Menéndez Pidal, the founding of institutes, and the great number of articles on and editions of Cervantine works have been key elements in the development of these studies in the Americas.

Key Words: Hispanism in America; Cervantes; Philology; History of institutions.


 

En los primeros años del siglo XX se produce en España un momento de singular interés en el origen moderno de nuestros estudios filológicos y literarios, que alcanzan importante prestigio y reconocimiento en torno a la figura de Ramón Menéndez Pidal, la creación del Centro de Estudios Históricos (1909) y las publicaciones que nacen de esta institución: fundamentalmente, la Revista de Filología Española (1914), su extensa colección de anejos y las ediciones de clásicos en La Lectura -después, Clásicos Castellanos , con el sello editorial de Espasa-Calpe. Bajo el magisterio pidalino y con la ayuda de sus primeros colaboradores (Américo Castro, Tomás Navarro Tomás y Vicente García de Diego) se va formando un importante grupo de filólogos y profesores que ha sido denominado, entre otros marbetes, con el de Escuela Filológica Española, de radical trascendencia en el desarrollo de este tipo de estudios en nuestro país. A los ya mencionados sigue una larga lista en la que cabe incluir a Amado Alonso, Federico de Onís, Antonio García Solalinde, Samuel Gili Gaya, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Ángel del Río, José Fernández Montesinos, Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente, Joaquín Casalduero y Enrique Moreno Báez, entre otros. No es momento este de revisar el papel de esta escuela en el desarrollo de los estudios filológicos en España, ni siquiera el de su aportación al cervantismo, pero sí el de ofrecer algunos datos y documentación sobre su extensión en América, que da lugar a la creación y desarrollo de importantes instituciones culturales y académicas, publicaciones y un nutrido grupo de investigadores y profesores.
A la cabeza de ellos debe ser reconocida una figura cada vez más olvidada, pero de extraordinaria importancia en el devenir de los estudios sobre literatura española e hispanoamericana en los Estados Unidos, primero, y, después, en Puerto Rico: Federico de Onís.
Salmantino (20.XII.1885), en su familia se unen dos circunstancias que van a marcar la trayectoria vital de Federico de Onís: su larga estancia en Estados Unidos y su dedicación a los estudios filológicos y literarios. En su tatarabuelo paterno, Luis de Onís, encontramos a un diplomático de raza que desempeñó su labor en Viena, Sajonia, Berlín y Estados Unidos, donde negocia la cesión por parte de la corona españo­la de todos los territorios situados al este del Missisipi (1809-1819).
Por otra parte, su padre, José de Onís, fue director de la biblioteca de la Universidad de Salamanca y amigo personal de Miguel de Unamuno, quien se convirtió muy pronto en maestro del joven Federico, desde sus primeros estudios, tanto en el Instituto como en la Universidad , cursados en la ciudad natal.
Una vez licenciado (1905), se traslada a Madrid para realizar el doctorado, ahora bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal. Al tiempo, prepara oposiciones al cuerpo de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos, obteniendo destino en León (1907) y Oviedo (1908), y se doctora en Letras ese último año, en el cual, asimismo, conoce a otro de sus maestros: José Ortega y Gasset, recién llegado de Alemania. Al año siguiente es premiado por la Real Academia Española por su obra -no publicada- La lengua de Salamanca en la Edad Media e ingresa en la Universidad tras su nombramiento como profesor auxiliar encargado de la cátedra de Lengua y Literatura Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo. En 1911 obtiene por oposición la referida cátedra y compagina esta actividad con su labor como agregado al Centro de Estudios Históricos y director de estudios de la Residencia de Estudiantes, donde leerá y luego publicará uno de sus ensayos más personales sobre el problema de la universidad española: Disciplina y rebeldía . Este año se traslada como catedrático a la Universidad de Salamanca.
En septiembre de 1916 empiezan sus viajes a la Universidad de Columbia donde se encarga de organizar los estudios hispánicos, en alza después de la Primera Guerra Mundial, lo que le lleva a pedir en 1921 la excedencia en la universidad española e instalarse definitivamente en los Estados Unidos. Como consecuencia de esta labor, Federico de Onís funda en 1920 el Instituto de las Españas con el fin de «encauzar las relaciones triangulares entre España, Hispanoamérica y los Estados Unidos» (1955b: 9), a la que seguirá la creación de la Revista Hispánica Moderna (1934). Con todo ello consigue convertir el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Columbia en referente mundial del Hispanismo: al profesorado de plantilla enca­bezado por él se fueron incorporando progresivamente Ángel del Río (1930), Tomás Navarro Tomás (1941), Arturo Uslar Pietri (1947-1950), Germán Arciniegas (1947), Francisco García Lorca, Eugenio Florit, y un numeroso grupo de profesores visitantes: María de Maeztu, Antonio G. de Solalinde, Américo Castro, Ramón Menéndez Pidal, Luis Alberto Sánchez, Gabriela Mistral, Fidelino de Figueiredo, C. C. Marden y Dámaso Alonso, entre otros. También por iniciativa de Onís recalaron en Columbia creadores y artistas: Federico García Lorca, la Argentinita, Julio Camba, León Felipe, Luis de Oteyza, Indalecio Prieto, Eduardo Zamacois. Toda esta labor la desempeñó con el brío y dinamismo habituales en él hasta la fecha de su jubilación, en 1953.
Comienza entonces una nueva época, ahora en la Universidad de Puerto Rico, cuyo Seminario de Estudios Hispánicos había contribuido a fundar en sus estancias de los años 1926 y 1928. Ahora será su director desde 1954 hasta 1966. Hoy lleva esta institución el nombre de Seminario de Estudios Hispánicos Federico de Onís . En este seminario, donde crea una importante escuela hispanística, profundiza sus estudios de literatura hispanoamericana, que desarrollan y continúan traba­jos suyos elaborados en Nueva York y, sobre todo, su obra más significativa: la Antología de la Poesía Española e Hispanoamericana (1882-1932) . Una dolorosísima enfermedad (neuralgia facial) detecta­da en 1965 le condujo hacia la muerte, acaecida el año siguiente en Hato Rey (Puerto Rico) el 13 de octubre de 1966.
En su formación intervienen decisivamente tres personalidades de la cultura española de la primera mitad del siglo XX, de singular importancia, por cierto, en el campo del cervantismo (o del quijotismo, si se quiere): Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset y, finalmente, Ramón Menéndez Pidal, quien le orientará en sus estudios filológicos.
Unamuno es más que un maestro y consideraba a Onís como si fuese su propio hijo. Lo conoce siendo todavía un niño y seguirá muy de cerca sus pasos en la Universidad de Salamanca. Su influjo es profun­do, como nuestro protagonista ha recordado en varias ocasiones. Su epistolario así lo recoge, y también datos interesantes con Cervantes como tema de fondo. Es Onís, por ejemplo, quien se encarga de hacer traducir al inglés la Vida de Don Quijote y Sancho : «Para traducir algo al inglés no me parecería lo mejor empezar por este libro [el Sentimiento trágico de la Vida ]. Creo mejor, y llevo hechas gestiones para ello, traducir antes su Vida de don Quijote y un tomo de Ensayos » (carta a Unamuno fechada en Nueva York, el 10 de junio de 1918) (1988: 112). En carta también fechada en Nueva York (1 de noviembre de 1919) (1988: 113), le informa a Unamuno de que esas traducciones se han comenzado. Añade además su opinión con respecto a la obra: «[.] su Vida de Don Quijote es la identificación de su persona con el personaje máximo en que se ha encarnado el espíritu español» (s.f.) (1988: 151); y proporciona datos sobre la forma en que se escribió este libro: «Y así como escribía las cartas y los artículos, escribía los libros; esos libros que él fue escribiendo sucesivamente en las primeras horas de la noche: La vida de Don Quijote y Sancho surgió así. Me acuerdo cuando terminó [.] decía: «He terminado. El libro me ha salido de un tirón». Lo había escrito en tres meses» (1949) (1988: 186).
A través de Unamuno conoce a José Ortega y Gasset, de quien será buen amigo: «Como siempre que regresaba a Salamanca, fui a ver a Unamuno, y me llegué a su casa al oscurecer, cuando sabía que él estaría allí de vuelta de su paseo cotidiano. Le encontré con un joven desconocido, a quien me presentó, y poco después nos despedimos porque Ortega había estado todo el día con él y yo no tenía nada especial que decirle aparte de saludarle. Salimos juntos y pasamos varios horas caminando por las viejas calles de Salamanca. Para mí era bien conocido el nombre de Ortega y no sé si él sabía algo de mí; pero el caso es que hablamos y hablamos como si nos conociéramos de toda la vida. Me habló de Alemania, de España, de lo que había que hacer, de lo que hacíamos en el Centro de Estudios Históricos, etc., etc.; pero guardó un extraño silencio acerca de lo que había hablado con Unamuno y del objeto de su viaje. Él regresaba aquella noche a Madrid, yo iba a ir allá dentro de pocos días, y quedamos citados para vernos, como lo hicimos y lo seguimos haciendo diaria­mente hasta mi salida para los Estados Unidos en 1916. Este primer encuentro con Ortega debió de ser hacia Marzo de 1908 y fue el principio de una estrecha amistad, expresada por él al dedicarme un ejemplar de sus Meditaciones del Quijote con las palabras «como si fuera a mí mismo» (1988: 163).
Y los tres, Ortega, Unamuno y Onís, coinciden en la Residencia de Estudiantes. El propio Onís informa a Unamuno de la publicación de Meditaciones del Quijote (carta fechada en Madrid, el 5 de julio de 1914) (1988: 101).Y es testigo, precisamente, de las desavenencias entre Unamuno y Ortega: «A Ortega y Gasset que formule cuanto antes una hipótesis -naturalmente, provisoria siempre y siempre modifica­ble- y recete en concreto sin esperar al resultado de inquisiciones problemáticas», afirma Unamuno en carta fechada el 6 de mayo de 1914; como también es testigo directo del noble gesto de Ortega ante la destitución unamuniana de 1914: «De las muchas cartas que he recibido hay dos que me han confortado y animado mucho, la de D. Paco Giner y la de Pepe Ortega (ésta generosísima y noble). Y he aceptado las ofertas de éste». (Carta de Unamuno a Onís fechada en Salamanca, el 5 de agosto de 1914).
El tercer maestro y, acaso, a largo plazo el más influyente, es Ramón Menéndez Pidal, al que Onís descubre recién llegado a Madrid: «El que me gusta mucho es Menéndez Pidal y creo que me ha de servir de mucho en este año. Me ha dicho éste que el trabajo que voy a hacer sobre el dialecto leonés antiguo comparado con el actual, debo presentarlo a los concursos de la Academia » (carta a Unamuno, Madrid, 3 de noviembre de 1905). Con él se introduce en el Centro de Estudios Históricos, sobre el que se expresa en los siguientes términos: «[.] y yo creo que como mejor sirvo hoy (y dentro de la ley) a la cultura de mi patria es reventándome a trabajar en el Centro de Estudios Históricos, para poder construir un pedazo de la historia de España que mañana he de enseñar en la Universidad y que aunque me vuelva loco no podré enseñarla si no existe; y la historia de España no existe, y por lo tanto debería renunciar a la cátedra, porque no podría decir dos palabras seguidas con fundamento. Por eso creo que el Centro de Estudios Históricos, organismo oficial tanto como cualquiera de las Universidades, puede hacer y ha hecho ya por la cultura española más que todas las universidades juntas han hecho en los tres últimos siglos» (carta a Unamuno fecha­da en Madrid, el 19 de marzo de 1912).
Palabras estas últimas que se insertan en el contexto de sus ideas sobre la reforma necesaria, imprescindible, de la enseñanza universitaria en España, que se concreta en diversos textos, con palabras muy duras y críticas, y otras que le llevan a expresar su deseo, por un lado, de salir fuera, al extranjero, para «Formarme», primero a París, después a Alemania; y, de otro, a través de lecturas y trabajos en soledad, en un ambiente poco propicio para el estudio, como durante el año pasado en León (1907).
Poco recordadas hoy, a él se deben algunas páginas interesantes sobre Cervantes que se encuentran recogidas en el volumen que la Universidad de Puerto Rico publicó en 1955 con la mayor parte de sus trabajos: España en América. Estudios, ensayos y discursos sobre temas españoles e hispanoamericanos . Aquí cabe destacar el capítulo «Cervantes» (pp. 317-339), que había aparecido anteriormente como estudio preliminar a su edición del Quijote (1948: t. 1, VII-XXXVII).
También interesa el capítulo «Concha Espina» (pp. 531-534) donde recoge su introducción a la edición americana del libro de Concha Espina Mujeres del Quijote . Y Cervantes acompaña a Onís con frecuen­cia a lo largo de las páginas de España en América . El Quijote se define como «[.] forma suprema de la novela moderna [.] una de las cumbres de la literatura de todos los tiempos, como los poemas homéricos, la Divina comedia o los dramas de Shakespeare. No hay error más grande que el del pensar que el Quijote es una excepción en la literatura española. Precisamente no hay ninguna entre esas grandes obras que han expresado la humanidad universal que arraigue más profundamente en el suelo nacional ni que exprese mejor el espíritu de una raza y una época» ([1923], p. 709). Don Quijote es «personaje humano máximo cuya esencia es la pura aspiración a lo imposible, es la suma de todos los conflictos insolubles que constituyen la naturaleza humana» ([1942], p. 28); y, ya en 1927, pone en relación algunos personajes galdosianos con don Quijote:

Los seres reales protagonistas de estas novelas -la desheredada, el amigo Manso, Alejandro Miquis, Tor­mento, el cura Polo, la de Bringas, Fortunata, Jacinta, Maximiliano Rubín, Villamil, Orozco, Federico Viera- viven sus vidas como todos los hombres en el marco inevitable de su ciudad y de su época. Pero todos ellos llevan en sus vidas vulgares una trayectoria y un sentido que se repiten constantemente en la humanidad en cualquier lugar y tiempo. Hay en todos ellos, siendo tan diversos, una semejanza o hermandad en el hecho de la desproporción que existe entre lo que son y lo que creen ser, entre lo que pueden y lo que quieren. Este desequilibrio entre su idea de la realidad y la realidad misma toma a menudo caracteres patológicos que llegan a veces hasta la locura. Pero su locura, como la de don Quijote, no disminuye sino que aumenta su significación humana normal. Son en efecto todos estos personajes pequeños y diversos Quijotes movidos por un impulso generoso y bueno, por una aspiración elevada de la que se creen y son dignos, por un error optimista y confiado que les lleva a creer que todo es mejor de lo que es. Hay en todos ellos un fondo tan natural de bondad que los redime a nuestros ojos de todos sus errores, defectos y maldades y les conquista nuestra simpatía. Pero su vida, como la de Don Quijote, es un constante fracaso (pp. 394-395).

También se acerca al mundo del cervantismo con la revisión de los trabajos sobre Cervantes de José Toribio Medina.
En el campo editorial, el texto del Quijote publicado en Buenos Aires en 1948 se reedita, también en dos volúmenes, en 1953; y a este siguen, al menos, tres ediciones más, publicadas en Madrid (1969­1970), Barcelona (1962) y Bilbao (1986).
Con respecto a nuestro autor y obra más universales, Onís no fue un erudito ni un creador de geniales interpretaciones. Muy influido por la lectura unamuniana del Quijote , con Américo Castro como norte en la contextualización renacentista de Cervantes, Onís -Ortega al fondo- ofreció interesantes puntos de vista sobre el Quijote como iniciador de la novela moderna, emparentándolo con las obras galdosianas; y analizó obras y escritores muy influidos por Cervantes, pero, sobre todo, lo que le interesaba era la difusión del Quijote entre los estudiantes norteamericanos, a quienes dedicó buena parte de su esfuerzo intelectual y humano. Y así fue, a juzgar por el notable cambio que registra el hispanismo norteamericano tras su llegada. Lo mismo cabe decir de su estancia en Puerto Rico.
La labor diaria de Onís en las aulas, donde se mostraba muy exigente, ha dado lugar a una extensa nómina de discípulos, como puede comprobarse en la lista de «Patrocinadores» del libro España en América , y en las numerosas contribuciones académicas incluidas en los volúmenes publicados en 1968 por la Revista Hispánica Moderna y La Torre en homenaje al maestro. Sus clases sobre el Quijote se evocan con un acento de especial nostalgia. De su paso por la Universidad de Columbia María Teresa Babín recuerda «Las sabias explicaciones del caballeroso y ponderado don Tomás Navarro Tomas», y al «bondadoso y ejemplar don Ángel del Río», pero, sobre todo a Onís, «el incansable», del que evoca su magisterio cervantino: «con su Quijote personal a cuestas, su Quijote cotidiano, el que comía cada día de la semana lo que Cervantes cuenta y don Federico cocinaba en clase, dándonos la receta completa de la mantenencia del hidalgo». La evocación de las clases cervantinas de Onís se hace más precisa en las palabras de Jorge Guillén:

Durante toda su vida, sin jubilarse nunca, Onís ejecutó su función didáctica del modo más orgánico [.] al verdadero maestro no le cabe el lujo de la sibilina frase oscura, porque ha de entrar en contacto con la espera del oyente. En la lección de Onís participaba toda la clase. Es increíble que pueda haber profesores aburridos de literatura. Literatura: la flor de la humanidad. Con Onís no se aburría su auditorio. Cada curso en Columbia University explicaba el Quijote . Leía muchos trozos, y los leía bien; con el texto de Cervantes convivían los alumnos. Eso es lo que el profesor se proponía: resucitar el libro mudo y hacerlo revivir en una atmósfera de comprensión entusiasta. La misma exégesis de la página impresa habría causado otros efectos, muy remotos de los conseguidos por la presencia del hombre, cara a cara de una atención exigente. ( La Torre , 59, 1968, p. 32).

De la etapa en Puerto Rico se conserva todavía el recuerdo de sus enseñanzas en el hoy Seminario Federico de Onís . Tan dilatada labor se extendió a la formación de nuevas generaciones de estudiosos de Cervantes, como Vicente Lloréns, colaborador de Onís en la preparación y corrección de la Antología de la poesía española e hispanoamericana (1934); Helena Percas de Ponseti, que en el libro Cervantes y su concepto del arte elige la edición del Quijote preparada por Onís (1948) para los Clásicos Jackson, en atención al «maestro que me inició en el sondeo intenso del Quijote y con quien tengo esta deuda de gratitud». Y, en fin, un libro bien conocido entre los cervantistas, como el de Carlos Varo, Génesis y evolución del «Quijote» , está inspirado en buena medida en las enseñanzas de Federico de Onís.
Discípulo de Menéndez Pidal y de Américo Castro, en Amado Alonso encontramos otra de las grandes figuras de la Escuela Filológica Española que viaja a América, donde desarrolla una labor hispanística de primer orden y crea toda una escuela de discípulos. Nacido el 13 de septiembre de 1896 en Lerín (Navarra), donde realiza sus primeros estudios, luego continuados en Pamplona y Vitoria, en 1915 se traslada a Madrid para seguir la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central. Muy pronto, en 1917, se incorpora al Centro de Estudios Históricos, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal y Américo Castro. Lector de español en Hamburgo (1922-1924) y, de nuevo en Madrid, profesor en el Centro de Estudios Históricos, en 1927, recién defendida su tesis doctoral sobre Estructura de las «Sonatas» de Valle-Inclán , se hace cargo de la dirección del Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, fundado unos pocos años antes, en 1923, y al que estaría vinculado una veintena de años. Allí reunió un grupo importante de colaboradores e investigadores, al tiempo que se iban sucediendo publicaciones diversas dirigidas por él: la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, creada en 1930; la Colección de Estudios Indigenistas, la Colección de Estudios Estilísticos, y, en 1939, la Revista de Filología Hispánica , de la que se publicaron sólo ocho volúmenes, como consecuencia de la marcha de Amado Alonso a la Universidad Harvard en 1946. Años más tarde, resurgió en México con el título de Nueva Revista de Filología Hispánica , ahora de la mano de uno de sus discípulos, Raimundo Lida, profesor en el Colegio de México.
Viajero infatigable, recorrió buena parte de Hispanoamérica: profesor visitante en la Universidad de Puerto Rico (1927), y en la de Chile (1936 y 1941). Igualmente, comienzan sus estancias en universidades norteamericanas (Chicago, 1941; Los Ángeles, Columbia, Harvard, Smith College, 1942), preludio todo ello de su incorporación en 1946 a la Universidad de Harvard donde siguió con una intensa actividad acadé­mica y profesoral, hasta su muerte el 26 de mayo de 1952. Será en Harvard precisamente donde creará una importante escuela de hispanistas, en la que no faltan los cervantistas, como Juan Bautista Avalle Arce y Luis Andrés Murillo, los dos de reconocido prestigio en el campo de los estudios sobre Cervantes. Dentro de su ingente obra crítica, es posible encontrar numerosas referencias sueltas al Quijote en su libro fundamental Materia y forma en poesía y dedicó varios trabajos sobre la novela cervantina: dos incluidos en el mismo libro («Cervantes», pp. 187­192, y «Don Quijote no asceta, pero ejemplar caballero y cristiano», pp. 193-229, en el que polemiza con Helmut Hatzfeld 1948); y un tercero, «Las prevaricaciones idiomáticas de Sancho Panza» (Alonso, 1948a), que se considera como uno de los estudios clásicos para comprender el personaje de Sancho Panza. No desdeñó, finalmente, la crítica de libros, a través de reseñas publicadas en la Nueva Revista de Filología Hispánica (Alonso, 1948b y 1948c).
En junio de 1923 se crea, como centro de investigación en el ámbito de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, el Instituto de Filología, hoy con el nombre completo de Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas Dr. Amado Alonso. El proyecto se venía gestando desde un par de años antes y se concretó en la carta que el decano de la Facultad , Ricardo Rojas, envió a Ramón Menéndez Pidal el 15 de septiembre de 1922, poniéndole al tanto de las intenciones de la Facultad y de la necesidad de poner a la cabeza un especialista que, además, tendría la obligación de impartir un curso de Filología Románica. Como consecuencia de ese contacto inicial, Américo Castro llega a Buenos Aires como primer director del Instituto, que se inaugura el seis de junio de 1923. Bajo la dirección de Castro trabajan Ángel J. Battistessa y Agustín Millares Carlo, que al año siguiente se hará cargo de la dirección. Comienzan asimismo la publicaciones del Instituto: la edición del Pentateuco (1927), el Bole­tín del Instituto de Filología (1926), y el Cuaderno , cuyo primer volumen incorpora trabajos de Menéndez Pidal, Tomás Navarro Tomás y Max Leopold Wagner (1924). En 1925 asume la dirección del instituto otro alumno de Menéndez Pidal, Manuel de Montoliú, autor asimismo de diversas publicaciones cervantinas: Vida de Cervantes , Tríptico del «Quijote» y Manual de Historia de la Literatura Castellana , que incorpora tres apartados cervantinos: «El genio de la novela. Cervantes» (pp. 358-396); «Conclusión» (pp. 850-863); y «Apéndice: Cervantes y Ariosto» (pp. 864-868).
Pero el Instituto requería una mayor estabilidad: demasiados directores en muy poco tiempo (interinamente, en 1926, asumieron tal función Roberto Lehman-Nitsche y Ángel J. Battistessa), hicieron ver la necesidad de contratar un filólogo español por un tiempo no inferior a tres años; éste no fue otro que Amado Alonso, que se incorporó en 1927 y permaneció al frente de la Institución hasta su traslado a Harvard en 1946. Durante estos años, el Instituto alcanzó gran prestigio, convirtiéndose, en palabras de Rafael Lapesa, en el centro de mayor prestigio mundial en los estudios hispánicos (Weber de Kurlat, 1975: 3), donde, en torno a la figura de Amado Alonso, se reunió una pléyade de investigadores y filólogos: Raimundo y María Rosa Lida, Ángel Rosenblat, Marcos A. Morínigo, Enrique Anderson Imbert, Daniel Devoto, José F. Gatti, Ana María Barrenechea, Frida Weber de Kurlat, Isaías Lerner, etc. La marcha de Amado Alonso deja un profundo vacío, y se suceden varios directores: Alonso Zamora Vicente, a quien se debe la creación de la revista Filología , que continuó el camino trazado por la Revista de Filología Hispánica , ahora mantenida en México, de la mano de Raimundo Lida, con el nombre de Nueva Revista de Filología Hispánica ; Arturo Berenguer, Marcos Morínigo, Ana María Barrenechea, Frida Weber de Kurlat, etc.
En fechas más recientes se han ido incorporando otros investigado­res (Ofelia Kovacci, Celina Sabor de Cortazar, Lilia Ferrario de Orduna, Beatriz Entenza de Solare, Melchora Romanos, Alicia Parodi, Juan Diego Vila, etc.), que han hecho resurgir de nuevo el Instituto, a través de su presencia constante y activa en congresos de hispanistas, y, sobre todo, a través de numerosas publicaciones centradas en el Siglo de Oro español (Romanos, 2000) y, en especial, Cervantes (Romanos, 1999; Parodi y Vila, 2001; Parodi, 2002; e Iglesias Garrido, 2004).
En el seno del Instituto de Filología se forma un nutrido grupo de investigadores, entre los cuales cabe destacar a Ana María Barrenechea, discípula de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña; estudió en la Universidad de Buenos Aires y completó su formación en los Estados Unidos, donde se doctoró en el Bryn Mawr College en 1956. De regreso en la Argentina , se hizo cargo de las cátedras de Gramática Castellana y de Introducción a la Literatura en la Universidad de Buenos Aires; en la Facultad de Filosofía y Letras sucedió a Marcos A. Morínigo en la dirección del Instituto de Filología (1961), cargo que ocupó hasta que razones políticas le hicieron abandonar su tierra natal argentina en 1968, camino de Estados Unidos, donde enseñó en Harvard, Ohio y Columbia. Autora de una extensa bibliografía en la que predominan los estudios lingüísticos y sobre literatura hispanoamericana, a Cervantes le dedicó un artículo, hoy ya clásico, en el que analizaba una estructura novelesca típica cervantina a través de La ilustre fregona (1961: 13-32).
Tras los pasos de Ana María Barrenechea, y también en el seno del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, se formó y, después, ejerció la docencia Celina Sabor de Cortázar, a quien debemos inteligentes ediciones anotadas de los clásicos españoles ( El alcalde de Zalamea , La Gatomaquia , Lazarillo de Tormes ); y entre ellos a Cervantes, de quien editó El casamiento engañoso y el coloquio de los perros , y, sobre todo, el Quijote , en colaboración con Isaías Lerner, según se verá de seguido. Junto a esta labor editorial es autora de numerosos estudios y ensayos sobre autores y textos de los siglos XVI y XVII, algunos de los cuales la Academia Argentina de Letras decidió reunir en volumen a la muerte, en 1985, de esta investigadora; surge así el libro póstumo Para una relectura de los clásicos españoles en el que se incorpora un capítulo delicioso sobre el Quijote , lleno de sabiduría y finura críticas.
En el seno de una familia judía emigrada de Rusia a Argentina a comienzos del siglo XX, el 13 de marzo de 1932 Isaías Lerner nace en Buenos Aires, donde sigue sus primeros estudios, como también los universitarios, y se licencia en Letras en 1959. Sus años en la Universidad contribuyen de manera decisiva a formar el perfil intelectual de nuestro investigador, en el que confluyen la reivindicación de las humanidades, su orientación filológica e histórica apoyada asimismo en un sólido conocimiento de las lenguas clásicas, y la confluencia e interrelación entre lo peninsular y lo americano. Discípulo en el Institu­to de Filología de Buenos Aires de Amado Alonso, Marcos Morínigo y Ana María Barrenechea, sigue asimismo las enseñanzas de Ángel Rosenblat y Rafael Lapesa, ambos profesores visitantes en el Instituto. Se incorpora al cuadro académico de la Universidad de Buenos Aires en la Cátedra de Latín e Historia de la Lengua , e imparte asimismo clases de Gramática Histórica, Latín y Literatura Española en otras instituciones académicas de Buenos Aires. La situación política en Argentina le lleva a emigrar a los Estados Unidos, donde se incorpora en 1963 a la Northern Illinois University, para luego impartir clases en la Universidad de Illinois en Urbana, y, a partir de 1971, en la Universi ­dad de la Ciudad de Nueva York, de donde es Catedrático en el Departamento de Lenguas Romances, y, en la actualidad, Profesor Distinguido en el Centro Graduado de la misma Universidad. Asimismo ha sido profesor en numerosas instituciones académicas a ambas orillas del Atlántico, lo que le ha permitido formar un nutrido grupo de discípulos que siguen sus enseñanzas en los dos continentes.
Sus trabajos muestran la amplitud de saberes del profesor Lerner y, aunque centrado en el Siglo de Oro español, al que ha dedicado trabajos de primera categoría, no ha desdeñado otros autores y obras, clásicos y modernos, sin descuidar, naturalmente, la literatura hispanoamericana.
Son abundantes sus publicaciones cervantinas: en ellas prima sobre todo su preocupación por la inteligencia del texto, esto es, tratar de salvar la distancia entre un texto del siglo XVII y el lector de hoy, que desconoce buena parte de las lecturas que Cervantes podía tener en la cabeza a la hora de escribir sus obras; así lo ha plasmado en diversos artículos publicados en revistas especializadas (Lozano Renieblas, 2001), y sobre todo en su edición del Quijote en colaboración con Celina Sabor de Cortazar. Concebida como una edición dirigida a un público muy amplio, no sólo de especialistas, en ella modernizan el texto de las primeras ediciones en lo indispensable y le acompa­ñan de una anotación muy ajustada, suficiente para la inteligencia del texto; en esto precisamente reside una de sus bondades mayores, y sobre todo porque «tiene la novedad de aclarar el texto de Cervantes desde el punto del uso lingüístico de los países de América» (Luis A. Murillo). En este año de 2005 se anuncia una reedición puesta al día por equipo de trabajo compuesto por investigadores del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires.
En la Península , en 1936, tiene lugar un acontecimiento que va a remover los cimientos de la vida española: una larga guerra civil que trae como consecuencia, en lo que se refiere a esta escuela filológica, que algunos de sus miembros más destacados deban continuar su carrera académica fuera de España. Y, precisamente, de todos ellos son los más cervantistas quienes han de salir de su país. La mayor parte de ellos se dirige a los Estados Unidos, y allí forman discípulos, algunos de los cuales cuenta entre lo mejor del cervantismo: Américo Castro recala en Princeton donde forma una excelente escuela de cervantistas (Vicente Lloréns [1974] y, sobre todo, Joseph H. Silverman, Stephen Gilman, Manuel Durán, Ludmilla Buketoff Turkevich); Amado Alonso, como ya se ha visto, llega a Harvard, donde años después enseñará Francisco Márquez Villanueva, y en donde inician su labor académica Juan Bautista Avalle Arce y Luis Andrés Murillo; Joaquín Casalduero desarrolla su actividad académica también en los Estados Unidos (Sobejano, 1972), etc. Y también dos profesores y poetas excelentes: Pedro Salinas, que se doctoró con una tesis sobre los ilustradores del Quijote (Florit Durán, 1995), y Jorge Guillén, los dos catedráticos de universidad, primero en España (Sevilla, Murcia), luego en Estados Unidos: ambos dedicaron importantes trabajos al Quijote . (Yagüe, 1991; Florit, 1994; Smerdou, 1995; Olmo, 1998; y Matthews, 1998).
Precisamente a esta tradición filológica pertenece Luis Andrés Murillo, el último de los cervantistas a quien me quiero referir. Nacido en Pasadena (California), de padres mejicanos, se forma en la Universidad del Sur de California bajo la dirección del filólogo argentino Marcos A. Morínigo, para luego doctorarse en Harvard con una tesis sobre el diálogo español del Siglo de Oro, publicada en parte en la Revista de la Universidad de Buenos Aires (1959).
En Harvard recibió las enseñanzas de Amado Alonso, Rafael Lapesa y Raimundo Lida, especializándose en Cervantes a quien ha dedicado una larga lista de trabajos, que culminan en tres libros bien reconocidos por el cervantismo.
Tras un libro en inglés sobre el tiempo en el Quijote (1975), Murillo da a la luz una de las ediciones hoy ya clásicas de la novela cervantina (1978), en la que reproduce íntegramente los textos de 1605 y 1615 siguiendo las «normas filológicas y tipográficas debidas». Toma como base, sin embargo, no las ediciones príncipe, sino el texto de la edición de Schevill que incluye notas de las variantes de la 2ª y 3ª ediciones de Juan de la Cuesta y la de Bruselas de 1607 para el primer Quijote . Moderniza la ortografía respetando «la fonética de la época de Cervantes y la que fue típicamente suya», con el fin de presentar al «lector culto un texto modernizado según el buen uso y el mejor gusto de tipógrafos y editores españoles». La puntuación y división de párrafos, sin embargo, no sigue siempre la establecida por Schevill. La edición se complementa con tercer tomo de bibliografía fundamental, útil en su momento (1982), hoy ya muy desfasado.
Como complemento a esta edición y bibliografía se concibe su A Critical Introduction to «Don Quixote» , en la que se defiende una lectura psicológica del texto cervantino: « Don Quixote is a story about self transformation. While retaining certain features of age-old mythological 'tales of metamorphosis', it is itself a marvellous transformation of such narratives into a story of great psychological and moral complexity» (1988: 1). Murillo se muestra partidario, y así lo deja traslucir claramente en su manual, de la evolución de los personajes y de que, conforme avanza la segunda parte, se acrecienta su melancolía. De ahí la diferencia con respecto a manuales similares que resaltan el carácter cómico del Quijote . Para ello efectúa un análisis extenso de la teoría de la época sobre los humores, aunque no siempre bien asentado históricamente. Es un manual extenso en el que se analiza de forma lineal los diversos episodios del Quijote , tal como se suceden cronológicamente. Los agrupa en tres partes, si bien no expli­ca de manera convincente el porqué de tal división: «The Exemplary Story» (1988: 1-82), «The Quixotic Fiction» (1988: 83-174) y «The Mythical Don Quixote» (1988: 177-260). En la primera parte estudia hasta el capítulo veintitrés del Quijote de 1605, en la segunda hasta la llegada al palacio de los duques y en la tercera el resto. En su análisis se ocupa primordialmente de lo que él denomina los esenciales del Quijote (1988: 4-5): la comicidad de la obra, cómo evolucionan los personajes, la historia de la regeneración y rejuvenecimiento de un hidalgo de edad madura, la historia de amor de don Quijote por Dulcinea, la relación amistosa de caballero y escudero, «la historia real sobre vida, creencias sociales, personajes y maneras en la España de la época de Cervantes» (1988: 6), la historia caballeresca y los procedimientos cervantinos para hacer ficción dentro de la propia ficción. No se encontrarán, finalmente, análisis generales sobre la teoría literaria cervantina, o capítulo aparte sobre la recepción de la obra a través de los siglos, etc. Además de estos tres libros Murillo ha publicado no menos de una veintena de trabajos cervantinos publicados en revistas especializadas; con todo ello ha conseguido convertirse en uno de los cervantistas más prestigiosos de América.

Ediciones citadas

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