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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.6 no.6 La Plata ene./dic. 2005

 

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ARTÍCULO

Isaías Lerner, el fiel escucha de la voz cervantina

 

Juan Diego Vila

Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas «Dr. Amado Alonso». Universidad de Buenos Aires

 


Resumen

Las incursiones cervantinas de Isaías Lerner se centran en el nexo entre crítica literaria y edición de textos áureos. El concibe su tarea como un trabajo en permanente elaboración, que no se agota en la edición de un texto. Lerner no abandona, sino que, por el contrario, explora nuevas rutas de renovación de sus obras precedentes, fruto de las cuales es la segunda edición al Quijote que emprendió con Celina Sabor de Cortazar en los años sesenta.

Palabras clave: Cervantes; Quijote; Crítica textual; Latinoamérica.

Abstract

Isaías Lerner's inquiries into Cervantine works are centred on the connection between literary critique and edition of Spanish Golden Age texts. He conceives his task as an ever-reshaping work, which is not limited to the edition of a text. Lerner does not renounce to new ways, but he instead explores ways of renewal for his precedent works, whose fruit is the second edition of Quixote, accomplished in the 1960s in collaboration with Celina Sabor de Cortazar.

Key Words: Cervantes; Quixote; Text critique; Latin America.


 

«Y tocó con ella mi boca, y dijo: 'He aquí que la brasa ha tocado tus labios, y será quitada tu iniquidad, y tu pecado será expiado'» (Isaías 6,7).

-I-

Un cruce voluntario y en apariencia oximorónico, aquel que habla de la posición de escucha y del don de lenguas, es el que abre mi recuerdo y guía mi análisis de la presencia de Isaías Lerner en la virtuosa cadena de maestros y discípulos de la investigación cervantina en Argentina y el que anuncia, a la vez, la arbitrariedad fundante de toda categorización.
¿Cuál es el lugar de Isaías y qué dice su trayectoria académica y científica en un campo intelectual que ha visto cómo, a lo largo de los últimos cincuenta años, los progresos y avances en las ciencias humanas fueron redefiniendo, año tras año, el objeto mismo de estudio y la licitud de ciertos abordajes?
¿Cómo se traza -si es que ello es posible- una trayectoria intelectual no limitada en sus intereses y pródiga y fecunda en sus resultados? ¿Cómo se habla, en una escritura signada por el principio de la evocación, la entidad de una presencia?
Isaías -a secas en nuestro medio- tuvo el extraño privilegio de un nombre altamente significativo en la tradición bíblica que, paradójicamente, sólo lo designa a él. No hay filólogo argentino que, oído ese nombre, pueda pensar en algún otro que no sea él, y no deja de ser una extraña ironía cervantina el que uno de sus más ilustres maestros se vea caracterizado nominalmente de modo tal que su nombre, como en tantas fábulas del escritor alcalaíno, anuncie un destino.
Isaías -recordémoslo- es aquél que recibió la brasa ardiente de Dios en su boca, el que presta su voz a los designios del gran Otro, y quien inaugura, como es sabido, el tercer gran grupo de los libros sagrados del Antiguo Testamento, los conocidos bajo el rótulo de «Los libros proféticos».
La historia de Isaías es, para el gran público, la vida de un profeta, pero vale la pena recordar, antes de que se me tache de hereje o de encomiasta delirante, que el sentido de este término, en nuestro cultura, se ha visto altamente restringido dado que en la Biblia no se encuentra limitado al sentido actual de aquél que predice el futuro, puesto que profeta, en aquella tradición es, básicamente, aquél que, por designio divino, puede hablar en nombre de otro y su acción, por ende, no se concentra tan sólo en el futuro pues ilumina de igual modo el presente y el pasado.
Don Lerner, entonces -como cariñosamente muchos lo llamamos- lleva la marca nominal de aquel en cuyo interior resuenan y se acrisolan las voces del otro, y no extraña en lo más mínimo -aceptado que fuere este origen mágico- que la variable explicativa de su obra que más le hace justicia es la de haberse mantenido fiel, en todo momento, a la palabra cervantina.
Isaías es el gran orfebre, el gran artesano del habla del autor del Quijote , el que nos recuerda, incansablemente, cómo habría sonado cada palabra en el horizonte intelectual de los primeros lectores. Es aquél que puede captar los ecos de los distintos discursos sociales en pugna, el que puede iluminar las osadías lingüísticas y quien, contra viento y marea de las modas académicas, nos señala, con la certeza y solidez de un iluminado, la piedra angular de todo análisis que se intente de Cervantes, sus palabras.
Isaías vuelve una y otra vez a las palabras, al componente mínimo de la historia, a los términos que muchos enmiendan o corrigen, al elemento que debería ser básico e insoslayable en cualquier análisis. Y sabe insuflarle a cada término el tono y el timbre justo que esa voz vuelta fría letra habría podido perder con el transcurso de los siglos.
Una a una, las palabras cervantinas resuenan en el interior de Isaías, y es esa posición de respetuoso escucha que se anima a adentrarse en mundos y universos diversos y lejanos la que caracteriza su muy particular vínculo con la creación literaria. Pensar a Isaías Lerner en la historia del cervantismo del último siglo es leer, inequívocamente, los avances y retrocesos de la crítica ante el prodigio mínimo y único de la palabra de un autor.
Una perspectiva histórica, cercana a la ética del legado, podría inducirnos a muchos errores por cuanto remontarse al origen de su formación académica en el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas «Dr. Amado Alonso» implicaría reconocer, tácitamente, que su producción crítica sólo puede tener un eje exegético, aquél que posicione a Isaías en el horizon­te de los grandes filólogos estilistas que fueron sus maestros.
No se trata, en efecto, de desconocer la importancia de Amado Alonso, de Marcos A. Morínigo, de Angel Rosenblat o de Ana María Barrenechea en sus primeros pasos, horizonte que cabría ampliar a las enseñanzas de Abraham Rosenwasser y de Aída Barbagelatta(1), sino, por el contrario, de resignificar una trayectoria pues ocioso es recordar que es un hecho innegable que el interés que hoy siguen despertando sus abordajes y acercamientos a los textos del Siglo de Oro español no se puede fundar, limitativamente, en la pervivencia de un enfoque crítico hoy día entrado en desuso. La estilística en Isaías resultó algo diverso y, sin duda alguna, pervivió enriquecida.
¿Qué es, entonces, lo que dice la diferencia? ¿Cómo se mide la mutación de un ángulo de lectura que, paradójicamente, sabe mantenerse fiel a sus principios? ¿Cómo se articulan tradición y actualidad en su obra y dónde se leen las marcas de esa unión?
Creo no equivocarme si rescato, desde la ideología bizantina tan presente en ciertas obras del mismo Cervantes, el tópico de las «adversidades provechosas» puesto que si bien es cierto que las circunstancias de su traslado a Estados Unidos junto con su esposa Lía Schwartz supusieron los avatares afectivos y contratiempos laborales propios de los exilios de toda pareja de intelectuales, la mutación de medios profesionales, interlocutores, prácticas críticas y debates epistémicos en torno al hecho literario dejaron también su marca(2).
Isaías provino de un medio hispano parlante a uno donde el español, en el mejor de los casos y en ciertas comunidades, fue segunda lengua, partió de una institución cuyas estructuras pedagógicas y currícula docentes reconocían especificidades que allende la frontera se disfuminaron, salió de una academia donde persistía la polaridad hispanismo/americanismo en los estudios literarios -confronte que, por cierto, no alcanzaba a los estudios lingüísticos- para anclar su docencia y su escritura en departamentos de lenguas románicas o en programas de enseñanza -sea cual fuere su entidad- luso-hispánicos.
Este alquímico pasaje, espejable en los confrontes de tantas poéticas auriseculares entre lo uno y lo vario, puede leerse desde variados ángulos y no es el menor aquél que nos recuerda que el Instituto de Filología de Buenos Aires, luego de 1966, perdía a un sinfín de sus maestros. Aquella cuna del hispanismo que había llevado a don Rafael Lapesa a sostener en otro tiempo que esta sede de investigación y crítica hispánica carecía de parangones en el orbe todo (Weber de Kurlat, 1975: 1-11), se encaminaba, lentamente, hacia un cono de aislamiento.
Isaías deja, muy a su pesar, un medio académico de excelencia, lleva consigo una formación filológica muy difícilmente asequible en cualquier institución, y se reinstala, progresivamente, en la academia americana. Si algo no debe perderse de vista en este viaje intelectual es, precisamente, el capital de su formación puesto que su llegada a Estados Unidos no se ve traducida, como muy perversamente sucedió en muchos casos, con la necesaria reducción de sus competencias pedagógicas.
Isaías no ingresó a aquel sistema como un docente que sólo podría haber enseñado la literatura nacional del país de origen del emigrado -coyuntura que lo habría reconducido a ser profesor de literatura o cultura latinoamericana. Su caso fue bien diverso puesto que se percibió, en todo momento, un excedente cualitativo que permitía una discriminación positiva. Se entendió como lógico, desde el inicio de su carrera, que estaba perfectamente habilitado para impartir cursos de filología hispánica y enseñar literatura española, medio disciplinario en el cual no prevalecieron las prerrogativas «nacionales» de tanto académico exiliado del franquismo en esas tierras.
Este necesario confronte entre punto de partida y puerto de llegada se amplifica aún más si recordamos el evidente y necesario proceso de adaptación al nuevo medio interpretable, también, como una reformulación de sus horizontes pedagógicos. Punto que nos permite vincular las especificidades de la enseñanza en Estados Unidos con el imperativo de actualización y aggiornamiento de estas instituciones en ese entonces.
No es un hecho casual, en la trayectoria académica de Isaías, que uno de los réditos más evidentes de ese traslado indeseado haya sido, efectivamente, el terminar investigando en instituciones que, con independencia de las críticas y defectos que se le pudieren señalar, tuvieron, en todo momento, una política educativa clara y definida cuyas reglas estables y públicas propendieron, necesariamente, hacia la profesionalización del medio.
Y ello se vuelve tanto o más notorio cuando se recuerda que, por ese entonces, la Universidad de Buenos Aires quedó sumida -como lo ilustra el logo que la identifica- en clara posición melancólica: atacada por actores políticos ajenos a ella, contemplando las pérdidas, con su mirada hacia un pasado cuya prolongación en el futuro quedaba librada a la voluntad individual de cada docente que permaneció con cada vez menos auxilio institucional(3).
Estas dos primeras variables que se aquilatan en su viaje -el reconocimiento de una formación filológica de excepción junto con la estabilidad profesional- se combinan, impensadamente, con las gran-des revoluciones críticas de las ciencias humanas de los últimos cincuenta años, aquellas que desde el estructuralismo en adelante -para retomar tan sólo un punto de partida literario- comenzaron a reclamar para el hecho artístico nuevas herramientas, nuevos acercamientos(4), nuevas lecturas(5).
Son tiempos en que los contextos mínimos entran en desuso y la palabra empieza a perder, ante la oración, el texto y los contextos, la entronización de la que había disfrutado y abren, para nuestra lectura, una serie de interrogantes.
¿Ha perdido la palabra, en su contexto mínimo, carta de ciudadanía literaria? ¿Cuál es el lugar de la lengua de un autor en los actuales enfoques disciplinarios? ¿Cómo integrar lo que hoy podría entenderse como perspectivas lexicográficas en el espectro más amplio de la literatura? ¿Cómo equilibrar, al hacer crítica literaria, las focalizaciones casi microscópicas que proponen los detenimientos en ciertos términos o los análisis de figuras retóricas con, por otra parte, las visiones de largo alcance, aquellas para las cuales incluso la estructura de un texto es vista como un resabio simplista de la propia perspectiva? ¿Cómo leer, en definitiva, la práctica crítica de Isaías?

-II-

Si nos centramos en la obra cervantina de Isaías -aunque mucho de ella también se comprenda de todo aquello que descartemos por extraño al agrupamiento- podríamos destacar, en primer término, la peculiar conjunción de crítica literaria y edición de textos aúreos, alternancia de prácticas que si bien siguen conservándose en muchos investigadores de su generación ha ido degenerando, progresivamente, en formaciones y vocaciones intelectuales bien diversas.
Otrora se veía como algo lógico que un buen conocedor de la lengua o de las figuras retóricas empleadas por un autor incursionase en análisis literarios y -me atrevo a indicar- se comprendía tal actividad como una consecuencia lógica de una formación previa. Las perspectivas pedagógicas legitimadas para la explicación de un texto tenían todavía una muy fuerte tradición retórica y toda interpretación bien fundada era aquella que podía dar cuenta de un eje ascendente que partía de la palabra y terminaba en el texto. Así, quien podía entender un texto en su plano básico se encontraba habilitado, necesariamente, para interpretar.
Hoy día, en cambio, puede verse cómo la variable comercial del mercado editorial de textos y ediciones críticas universitarias ha desequilibrado, indeseablemente, la balanza entre estas competencias puesto que muchos pueden ser editores de textos pero pocos, cada vez menos, se muestran solventes a la hora de interpretar.
Las grandes construcciones teóricas en torno a un autor o las lecturas innovadoras de un texto canónico van desapareciendo progresivamente de los nortes filológicos de los doctorandos y éstos, sin prurito alguno, se empiezan a concentrar, cada vez más, en la exhumación del patrimonio cultural del período muchas veces inédito o insuficientemente anotado(6). Y es innegable que, desde los dominios propios de la crítica literaria, las palabras que conforman un texto han ido quedando alejadas, cada vez más, del sustento de las interpretaciones. La teoría tiende a privilegiar un movimiento inverso, aquél que desciende de los discursos sociales y los constructos teóricos, hacia el texto.
Isaías, no obstante, se caracteriza por la harmonía de sendas vocaciones y por una muy feliz interpenetración de lo que hoy día se percibe como dominios excluyentes. Muchas de sus lecturas parten de un detalle que podría considerarse mínimo -la mayoría de las veces un vocablo o un giro lingüístico- para integrarse, ulteriormente, en un horizonte cultural que termina siendo iluminado y clarificado por esa cifra, que hasta entonces no se percibía, con nueva luz.
Y, a la inversa, es evidente que la anotación textual típica de Lerner también se ha visto enriquecida por la justa y atinada reposición de horizontes discursivos y culturales, aquella que una y otra vez termina diferenciándolo de ilustres colegas quienes muy habitualmente dan curso a una mal contenida vocación de enmiendas para no reconocer la propia insuficiencia.
Isaías tiende a creer, en todo momento, que el texto en cuestión -ya se trate del Quijote , la Araucana o la Silva de varia lección - no tiene por qué ser objeto sistemático de enmiendas críticas. Siempre prefiere leer desde el postulado de que el mayor acto de respeto que se puede tener con una obra que se está anotando es, precisamente, oirla y leerla tal cual nos ha llegado puesto que lo errado y enmendable deviene, en la mayoría de las ocasiones, limitaciones del lector y no del texto(7).
Y ello es lo que define su tarea de edición como una práctica artesanal(8). Isaías no participa de la moda actual según la cual ciertos ingenios pueden dar a luz más de una edición crítica en el mismo año. Y esto no se explica porque no se prodigue en las prensas sino, muy por el contrario, porque llega a ellas con una trayectoria diversa.
No hay, para él, recetas básicas, ni, tampoco, únicos modos de declarar ciertas voces, o un compendio acotado de instrumentos críticos ni, mucho menos aún, un horizonte textual, discursivo o artístico previamente legitimado por el consenso crítico para la explicación de una palabra. No participa de la creencia, lamentablemente bastante extendida, que anuncia que la anotación de una obra habilita, automáticamente, para anotar todo el corpus restante del mismo autor u otras manifestaciones del mismo género literario.
Si a algo aspira su estilo de anotación es a respetar el aura propia de cada obra puesto que comprende que pensar desde la coordenada económica y en función del rédito que se sigue de publicar, una tras otra, nuevas ediciones, sólo coadyuva, perversamente, a emplazar el texto artístico en el desangelado territorio de la mercancía.
Por ello mismo, y a diferencia de quienes creen haber agotado tal o cual texto con su edición, Isaías es un adepto a la frecuentación, retorno maduro que dice la renovación de un pacto de amor. No vuelve a sus ediciones ni a sus textos preferidos porque sea hora de enrostrarles fallas sino porque declara que nunca los dejó, por eso pudo ofrecer una segunda edición, exclusivamente propia, de la Araucana , por eso persiste en su idea de renovar(9) aquella del Quijote que hiciera con Celina Sabor de Cortazar y mediante la cual cobró renombre internacional.
Las propuestas textuales de las ediciones de Isaías no adolecen, como sí ocurre con muchos de sus colegas en el medio, de la desvorgonzada vocación de eternidad. No cree en ediciones definitivas, no tiene la expectativa de convertirse en otro San Jerónimo ante la Biblia cuya versión termine canonizada para la posteridad, puesto que entiende que la limitación -si existe- no está en el texto sino en el lector.
Es imposible dar con la edición perfecta puesto que, tal como se desprende de todos sus trabajos y reseñas de otras ediciones, esa hipótesis reposa en un indemostrable y endeble anhelo totalitario. No hay un lector único al que se habla en las notas, no hay una sóla lengua española desde cuya centralidad se deberían pensar y redactar las aclaraciones, no existe, tampoco, la posibilidad de que, mudados tiempos, edades y culturas, exista una coincidencia plena sobre los términos cuyo comento deviene urgencia.
Por eso mismo es importante destacar el quiebre ideológico -en materia de ediciones- que supuso la versión que compusieron junto con Celina Cortazar(10) del Quijote . Decir que fue la primera y única edición crítica pensada para un público hispanoparlante no peninsular sino lationamericano sería una claudicación ilustrativa, puesto que si bien queda en claro que piensan en lectores con competencias lingüísticas y dificultades diversas de los españoles, se opaca, en aras de la síntesis, los presupuestos teórico críticos, en materia de política lingüística, de los anotadores(11).
La lengua de Cervantes, para ellos dos, es tan propia como exclu­siva la predican los anotadores peninsulares y, si de nacionalidades y diálogos con la tradición se trata, vale la pena asomarse al exquisito y muy ilustrativo cuaderno de bitácora de la propia edición, el primer artículo que se le conoce a Isaías sobre el Quijote , aquél que publica en Filología en el año 1964 junto con Celina (1964: 186-205) y que puede ser leído como el resultado de tantos años de investigación y sistematización de problemáticas(12).
Ya desde el comienzo los autores aclaran que se eligieron esas doce notas para ejemplificar algunos aspectos que les preocuparon al diseñar la propia edición(13). Así, por ejemplo, se puede advertir el sabido reconocimiento de Isaías y Celina a la versión previa de Martín de Riquer desde el punto de vista de la fijación textual (14) quien a diferencia de muchos de sus ilustres antecesores no se había visto inclinado a corregir, tan asiduamente, la versión de la primera edición. Pero lo más interesante, sin embargo, es el proceso por el cual se comprende, acabadamente, una elección a la hora que se descarta otra alternativa.
Casos de infinitivos yusivos no reconocidos como tales(15), o de Acusativos griegos (16) no percibidos hábilmente se combinan, con suma elegancia, con el sistemático desmoronamiento de los preconceptos lingüísticos de otros anotadores(17). Aquellos que no advirtieron que tales expresiones podían ser frecuentes en la lengua poética, aquellos otros que no advirtieron la creatividad del autor al recontextualizar términos comunes del habla jurídica o popular en contextos narrativos(18).
Fue sin duda la magnitud de esta obra lo que debió determinar que, en los primeros tiempos, las publicaciones de Isaías tuviesen un marcado corte lexicográfico(19) aunque se debe decir que ya en 1971 empieza a delinearse el tipo de trabajo literario que suele interesarle.
Puesto que su interés por el léxico -con los alcances que aquí le hemos dado- se espeja de un modo muy notorio en lo que podría definirse, un tanto escandalosamente para aquellos teóricos de la literatura que batallan por la muerte del autor, como una preocupación por la mediación artística, el proceso creativo, aquellas vías de selección y descarte que fundan el resultado dialógico de una obra con su tradición.
Isaías, en muchos de sus trabajos, siempre parece mucho más deslumbrado por el misterio del proceso de elaboración de un texto. La obra de arte no sería tan sólo algo dado sino también esa realización artística que se nos escapa por cuanto es más sencillo sucumbir a la evidencia del resultado que a la incertidumbre de su génesis.
Por ello no creo equivocarme si destaco que un eje de lectura evidente es ese anhelo, hoy frecuentemente inusual, de entender la urdimbre narrativa como un sinfín de hablas diversas que contienden para formar un único lenguaje. Lectura cuya atención reposa en el prodigioso acto en que un autor, con la única defensa de sus palabras, marca sus escritos con intervenciones decisivas, con elecciones y posicionamientos ante su mundo, su cultura y sus legados.
Y esta atención se nota desde su temprano análisis sobre las fuentes del Entremés del Retablo de las maravillas (1971: 36-55) hasta la más reciente interpretación sobre las lecturas cervantinas de la obra de Ercilla (207-220), estudio editado en un volumen colectivo consagrado a la interpretación de textos y en el cual se destaca, quizás como en ningún otro artículo, el carácter tético de todas y cada una de sus operaciones semiológicas a la hora de interpretar.
Para ello, no está de más apuntarlo, optó por uno de los pasajes más socorridos de cierto cervantismo, aquél que lee a Cervantes como reservorio inagotable de ejemplos narratológicos, suma de modernidad, quintaesencia de un retoricismo que siempre termina como un fin en sí mismo, sin ningún anclaje ni interpretación viable más allá del prodigio de la técnica(20). Eligió el quiebre narrativo de los capítulos 8 y 9 de la Primera Parte del Quijote , segmento de la novela donde la historia del enloquecido hidalgo también se revela como historia del texto que lo cuenta, y mucho se erraría si no se leyese lo que propone en clave de manifiesto programático(21) de la propia historia crítica.
¿Qué nos autoriza a pensar que es en éste, y no en cualquiera de los restantes trabajos, donde Lerner declara con más precisión su concepción de la labor crítica y filológica? ¿Qué tiene de particular esa explicación de textos? ¿Qué ignorancias acalla su probado magisterio?

-III­

Una polémica por la actualidad(22) de ciertas prácticas críticas infor­ma, veladamente, la organización de su análisis y ello se remarca, con claridad, en el simbólico espacio que sus palabras construyen para presentarse a sí mismo y a la propia propuesta de trabajo.
Isaías nos habla, como si lo hiciera ante alumnos, desde el no siempre cómodo territorio de «los veteranos»(23) y se anima a anticipar, con plena ironía y ningún temor, que su propuesta sería un caso más de aquello que, despectivamente, se denominó «crítica hidráulica», autoinmolación anunciada que encubre, tras el risible recuerdo, la voluntad de «hacer nuevo uso» de ella.
Su lectura pone el acento en las prácticas(24) y no, por cierto, en las teorías -aquí, desde otro ángulo y, nuevamente, el problema de la poiesis , de la creación crítica en este caso- y, por eso mismo, no asombra la comodidad con que empieza a trabajar desde el, aparentemente, depreciado confín de la tradición.
Isaías, por lo pronto, se aviene a la secuencia narrativa que el mismo texto propone. Es decir, no necesita, como tantos abordajes supuestamente teóricos, recortar, innecesariamente, las parcelas útiles de aquellas que, para el propio programa, devendrían improcedentes.
Gesto democrático, como pocos, puesto que es algo sabido que muchas de las excedencias de un texto se construyen por la limitación misma de los acercamientos propuestos. Lerner no taracea, íntegramente, los capítulos 8 y 9 para que estos se conviertan en ejemplos de preocupaciones narrativas, cree más prudente permitir que el mismo texto se exprese por sí mismo.
Por ello, entonces, tampoco puede soslayarse que la batalla crítica tiene dos frentes. Puesto que si de un lado se encuentran los «innovadores» -los que no vacilan en hacer del texto un esclavo de cualquier otro de tipo de disciplina por cuanto lo que importa es justificar la lógica interna de aquella, y, en mucha menor medida, interesarse por la obra- del otro se mantienen incólumes los «tradicionalistas», un tipo de intelectual obsesionado por las filiaciones parentales del arte -«esto proviene de esto otro»-, proclives por demás a un automatismo carente de reflexión que indicaría, por reducción al absurdo, que cuanto pasaje caballeresco existe en el texto, debería ser explicado, sí o sí, por el género precedente.
Que este último frente pueda ser encuadrado, teóricamente, como las estribaciones en el siglo XX de la decimonónica crítica positivista (25) es un detalle que no debería ignorarse a la hora de analizar el posicio­namiento de Isaías en el mapa crítico que estamos trazando por cuanto nos indica, allende nuestro objeto, una deuda histórica de los cervantistas con su propia pasión: la evidente incapacidad -particularmente la de aquellos que aceptaron de buen grado la fetichización de Cervantes y su obra como ícono nacional- de contraofertar al propio campo intelectual otros acercamientos y lecturas ante el avance de los «-ismos» al galope de la crítica literaria.
Los modernos y los tradicionalistas no son, como el mismo Isaías nos los presenta, tan diversos, puesto que unos y otros adhieren, tácitamente, al preconcepto de que el arte puede ser normalizado. Unos por la enjundia de una técnica, toda ella reglas, procedimientos y dispositivos narrativos fríamente calculados, otros, en las aparentes antípodas, por la tesitura de que una filiación fáctica o estética sobredetermina, en todo momento, la libertad creadora. Cervantes, en palabras de Lerner, aspira a «cuestionar toda regularización normativa que impida una versión más libre del universo imaginario de la ficción» (p. 220).

-IV-

El sendero crítico de Isaías, mucho más rico y bifurcado en intere­ses y propuestas metodológicas que el limitado territorio de este análisis, quedaría injustamente reducido si no se diera cuenta de otros dos grandes núcleos de su producción los cuales, precisamente, pueden entenderse como un corolario necesario del cierre brindado por sus mismas palabras al apartado precedente.
Me refiero, concretamente, a los vínculos de literatura y pintura, foco inspirador de no pocos artículos donde la pregunta que subyace es, a grandes líneas, el misterio de la traducción del código verbal al plástico(26), y, por otra parte, a un segundo gran conjunto de abordajes donde la tesis a sustentar es, contra toda expectativa del cervantismo institucional -el de las grandes historias de la literatura, los memorialistas y defensores de la canonización(27) -, que la lengua de Cervantes es un prodigio de creatividad cuyos márgenes de innovación y originalidad léxica han sido objeto de olvido y desconsideración.
Si nos centramos en el primer conglomerado temático, debemos destacar que uno de los aspectos más llamativos -pero no por ello incongruente- es el detalle de que, como bien lo demuestra en su «Cervantes y la pintura nuevamente» (1999: 491-497), su interés por el diálogo entre plástica y literatura no se basa en la expectativa de anclar, para siempre, un cuadro con un texto determinado.
Isaías puede analizar la comunidad de elementos que daban uni­dad al imaginario artístico europeo de un período pero se cuida de formular ecuaciones unidireccionales rígidamente establecidas. Se permite escribir, como pocos hoy día(28), para demostrar lo aleatorio de ciertas tesituras. Así, por ejemplo, cree importante rechazar «la idea de una estricta filiación entre las Novelas ejemplares y, en particular, La gitanilla , y la tela del pintor de Lorraine» ( La Tour ) cuando, precisamente, todo su trabajo previo podía sugerirle al lector que se encaminaba hacia la consolidación de un vínculo(29).
Y es innegable que en esta errancia por las comarcas de una traducción imposible se esconde mucho de su disfrute, no sólo el propio sino también el del autor puesto que Isaías nos demuestra, con esta galería de textos e imágenes, que el goce y el disfrute literario poco tiene que ver con la frialdad de una ley. Las páginas de este subgrupo de su producción no tienen el menor atisbo de esa compulsión de certezas que caracteriza a tantos colegas.
Esta ausencia de predicaciones tranquilizadoras -al estilo «Cervantes y...»- devela, también, un sentido otro de la cultura, una cultura viva donde coexisten un sinnúmero de discursos y elementos cuya existencia no se desdice por la construcción de jerarquías y filiaciones. No se trata, para él, de reducir un genio a otro genio y postular matrimonios textuales y pictóricos entre figuras descollantes de uno y otro medio ya que la producción de epígonos en una y otra disciplina enmascara, de conti­nuo, la misma coordenada de producción de cada uno de ellos(30).
Este fenómeno dialógico que tanto valoriza Isaías en sus propuestas sobre pintura y literatura se redescubre, finalmente, en toda su producción de los últimos años donde su cometido principal es el éxito del autor del Quijote . Y una serie de consideraciones previas se imponen.
En primer lugar el que recién en 1990(31), y tras catorce años de su última publicación de tenor léxico, Isaías retorne, renovado, a ese campo crítico. Campo que no ha abandonado desde entonces hasta la actualidad y que, para muchos, supuso la ocasión de un redescubrimiento. Nada sabemos, en efecto, sobre las razones de esa ausencia temática y si bien, de hecho, se puede especular que no supuso desinterés sino paciente trabajo, no me parece fortuito que su reingreso a la arena crítica con estos temas suceda, precisamente, en tiempos en que la academia cervantina - y la teórica en general- ha sucumbido al furor bajtiniano.
Todo, en ese entonces, se valida con referencias al dialogismo, la heteroglosia, y cuanta plurivocidad sea practicable, pero ¿cómo entender el dialogismo de una simple oración si no se entienden las resonancias, transgresiones o innovaciones de un término? Son épocas en que todos dicen escuchar las más diversas voces, momentos en los cuales una turba enloquecida de modernizados se dispone a auscultar cuanto texto se les cruce en su camino académico, instancia absurda, por demás, en que no se advierte que lo que hay que escuchar no es una receta o una estructura teórica sino, precisamente, palabras.
Un segundo aspecto que tampoco se debe desatender es el hecho de que el cervantismo tradicional haya ignorado, en todos los años de su consolidación como colectivo académico(32), la trascendencia de los estudios lexicográficos. Cervantes y su obra había quedado emplazado como un tipo de objeto que se podía prestar a las grandes construcciones teóricas, a los más inusuales abordajes epistémicos y, cada vez menos, se pensaba en su lengua.
No estimo estar descaminado si postulo que la canonización de Cervantes y su Quijote como íconos de la hispanidad trajo aparejada la necesaria ignorancia -funcional a ese postulado ideológico- de la creatividad cervantina con el lenguaje. Avalan mi hipótesis el hecho de que la lengua de los grandes ingenios del período -y los grandes transgresores, tales los casos de Quevedo y Góngora- no sean aptas para decir el carácter inmutable y eterno que es esperable del habla oficial. Y si Cervantes es el modelo de español(33) su lengua no podría ser menos que ortodoxa (34).
Por eso este retorno al léxico se resignifica, también, desde sus ya remotas reseñas al Vocabulario de Cervantes de Carlos Fernández Gómez y a La lengua del 'Quijote' de su maestro Angel Rosemblat. Y ello muy particularmente a partir de la constatación de lo no hecho, pues, ¿Por qué Isaías no redactó su manual de léxico cervantino? ¿Por qué no inventarió palabras y recursos en una obra de su autoría máxime en el momento en que ha quedado emplazado como autoridad indiscutida en la materia? ¿Qué es lo que viene a plantear Isaías con sus propuestas léxicas? ¿A qué apunta este retorno?
Aún a riesgo de quedar desautorizado en breve, pues nada impedi­ría que todos sus trabajos léxicos se terminen integrando en una obra de mayor alcance de cuya elaboración de momento nada se sabe, no parece improbable que el quid de este enigma dependa, principalmente, del tipo de enfoque que el mismo Isaías le confiere a sus búsquedas.
En efecto, la creatividad cervantina, tal como él la entiende, es cuestión de horizontes, no se trata tan sólo de repertoriar vocablos sino, por el contrario, de ubicarlos en su contexto, no sólo el del texto o el de la producción cervantina, sino también el más amplio de la propia cultura sea ésta tradicional o coetánea.
Esta apertura a los horizontes de expectativas de los mismos lectores, aquellos que, por ejemplo, sabían de tal término en el lenguaje burocrático pero nunca lo habían percibido en obras de ficción, o que conocían tal forma nominal pero nunca habían encontrado las derivaciones verbales que el escritor le proponía, apunta a insuflarle vida a las palabras, palabras cuyo eco se recupera, cuya vibración renace.
Puede afirmarse, entonces, que sólo a título provisional y como eterno punto de partida para nuevas indagaciones, tal empresa podría acometerse puesto que como bien nos lo recuerda nada es definitivo. Ni las ediciones, ni los manuales lingüísticos, ni las lecturas.
Isaías, en efecto, nos ha ofrecido y nos sigue tributando una misma y continua lección, aquella que nos indica «la dialéctica entre lo ya hecho y su revisión desde ángulos desatendidos por los estudiosos anteriores» (1995: 295) pues en esa resultante se ubica «la inagotable riqueza artística del Quijote » (1995: 295).
Y su magisterio -es innegable- siempre nos anuncia, una y otra vez, que no existe disfrute de Cervantes si el lector no se anima a gozar de sus palabras, esas mágicas creaciones que han esperado cuatro siglos para que el ojo del lector las libere y así resuenen, otras y semejantes, actuales y eternas, en cada interior.

Notas

1. La marca de estos dos maestros se extiende, inequívocamente, a lo que el mismo Isaías denomina el mundo clásico -tanto su cultura como su lengua- y puede leerse la impronta de estos maestros en ulteriores trabajos donde, evidentemente, el conocimiento del latín y la historia antigua lo aproximan a problemáticas propias de los humanistas en el Renacimiento español.

2. Recuérdese que, antes de ese traslado definitivo, ya se había desempeñado como Instructor del Department of Foreign Languages en la Northern Illinois University durante el curso 1963-1964.

3. Un ejemplo absurdo de la orfandad en que queda sumido el medio intelectual argentino los tiene a Isaías y Celina Sabor de Cortazar como partícipes excluyentes, puesto que cualquiera que conozca la historia de la edición del Quijote que prepara­ron para la editorial de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba) sabe que la versión entregada por los editores en 1966 sólo pudo ver la luz como edición impresa tres años más tarde. Celina debió peregrinar, año tras año, recorriendo despachos y entrevistando interventores y funcionarios a cargo de la casa impresora, para que se comprendiera la licitud de la empresa.

4. Remárquese que estos años de producción crítica cuyo análisis se propone coinciden, sugestivamente, con años en que la teoría literaria adquiere, en las distintas academias y comunidades científicas, un vigor inusual, fenómeno que se traduce en una multiplicidad de escuelas y corrientes cuyas polémicas y confrontes renuevan, periódicamente, la arena crítica y, lo que es más importante aún, muchas de ellas comienzan a definir programas y agendas educativas de diversas instituciones. Toda universidad que se preciara de actualizada debía tener -valga el ejemplo- un departamento o área destinada a los estudios de género o enfoques post­coloniales, y nadie, en esos contextos, cree esencial -permítasenos el confronte- un curso de retórica clásica o de historia de la lengua.

5. Esta floración, vivida cómo lógica y natural en el exterior, en la Argentina se vió limitada por las mismas coyunturas políticas que habían determinado la partida de los grandes maestros en 1966 y se reflejó en pérdidas progresivas de índices de actualización en los dominios propios de las distintas disciplinas. Hecho éste que con cada renovación «democrática» del contexto de producción crítica quedaba puesto en evidencia. La «modernización» de los enfoques sobrevenía, hasta 1983, de modo espasmódico y ello, por cierto, no supone juicio de valor de los ingentes esfuerzos de aquellos docentes que desde la Universidad de Buenos Aires siguieron preocupándose por la excelencia académica.

6. Este componente académico-editorial de la formación filológica no suele ser criticado. Y si bien se comprende en cierta medida este silencio crítico, puesto que la edición de un texto inédito supone un aporte para el patrimonio cultural de una nación, no se debería callar cómo, progresivamente, este enfoque tiende a desatender, indeseablemente a mi entender, la capacidad de lectura e interpretación de una obra, y, lo que es peor aún, las condiciones básicas para interpelar al texto, para formularle preguntas innovadoras que superen la receta canónica del género, período, o estética autorial.

7. Un ejemplo de primera mano -o voz, para ser más precisos- de cómo entiende Isaías una edición crítica puede hallarse en la justa y, a la vez, muy aguda reseña (1985) de la edición de Harry Sieber de las Novelas Ejemplares. Todos los reparos que le merece esta versión son bien caracterizadores del propio punto de vista. Le señala, por ejemplo, el que prefiera transcribir el texto enmendado en el cuerpo principal del texto y, en cambio, relegue a la nota la variante de la editio princeps , le advierte, también, y sólo con el ejemplo de una sola novela - La gitanilla -, cómo muchas de sus correcciones resultan inmotivadas a poco que se sopese la frase y el contexto de la fallida enmienda, le revela, finalmente, cómo muchas de las complejidades habrían dejado de ser tales si hubiese integrado a su concepto de lengua española el español de América a través de, precisamente, la consulta de sus Arcaísmos léxicos del español de América (Madrid: Insula, 1974), obra que, dicho sea de paso, recibió el premio extraordinario «Augusto Malaret» de la Real Academia Española.

8. Un detalle no menos significativo de cuánto difieren los modos de hacer ediciones actuales de aquellos que debieron poner en práctica junto con Celina Sabor de Cortazar lo brinda el hecho de que, entonces, no existían soportes informáticos ni ediciones digitalizadas por medio de las cuales, evidentemente, se ha allanado, y mucho, el trabajo de sistematización de la perspectiva lingüística de un texto. Para saber de las distintas ocurrencias de un vocablo había que basarse en un prolijo fichaje de voces o, en el mejor de los casos, en la memoria del anotador.

9. La versión que acaba de salir en Eudeba para celebrar los 400 años de la impresión del Quijote de 1605 supuso, por cuestiones de plazos editoriales, una primera etapa del proyecto de renovación puesto que, como él mismo lo declara en la nota a la segunda edición, sólo se subsanaron erratas de impresión y fallos de la anotación.

10. Esta doble autoría de las notas y del trabajo de fijación textual no encubre, por otra parte, una silente legión de amanuenses o auxiliares de investigación que prepa­raron el trabajo que otros suscriben. Tan es así que hoy día el mismo Instituto de Filología Hispánica «Dr. Amado Alonso» conserva muchas de las fichas originales con la caligrafía inequívoca de ambos.

11. La política lingüística de España no ha perdido, mudados los siglos, su cariz imperialista a punto tal que han naturalizado una centralidad cuyo cometido último es relegar al estatuto de realizaciones periféricas e imperfectas las diversas hablas regio­nales o nacionales distintas de la propia. Empresa que -nunca mejor elegido el término- se ve auxiliada por una supremacía económica y por intereses globalizados de editoriales y agencias de noticias. Conviene, a los fines económicos, que el español sea único y esté controlado desde la metrópoli. Es adecuado -y hasta lógico para muchos- que sean las comunidades evangelizadas, otrora y hoy día, por la cultura española, las que perciban mayores asimetrías con una supuesta norma estable.

12. Celina e Isaías dictaron, en la IV Asamblea General de Filología en Córdoba, en el año 1965, un curso sobre anotación del Quijote , curso en el que, evidentemente, se retransmitía el propio magisterio en la materia y el legado de sus maestros -muy particularmente en el caso, Morínigo, Rosemblat y María Rosa Lida.

13. Problemas textuales (notas 1, 2, 3); gramaticales (4, 5); léxicos (6, 7, 8); históricos (9, 10, 11 y 12).

14. Una de las frases más ilustrativas es aquella donde se refiere la actitud de Riquer ante la expresión «sola y señora» (I, 11).

15. «...siendo forzoso que pregunten muchos -¿Quién son estas señoras deste coche? Y un criado mío responder: -La mujer y la hija de Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria» (II, 52). La alternativa desechada es «responderá».

16. La validación de este hipercultismo que realizan los autores es elocuente: «En 1615, gracias especialmente a Góngora, los oídos y la mente están habituados a este cultismo de concordancia en apariencia incongruente, y a Cervantes, quizá sin pensar­lo, se le ha deslizado en la prosa de su máxima novela» (p.192).

17. Mención aparte, como ya se ha insistido, es la presencia de textos americanos o expresiones populares de este continente -cfr. la voz «estrado»- para entender la diversa actualidad de un término.

18. Celina e Isaías nunca llegan -como se advierte en otros casos- a la legitimación de ciertas alternativas por el simple hecho de que tales lecciones se encuentran convalidadas por ilustres repertorios e instrumentos lexicográficos: «...más que evolución semántica que se inicia en Nebrija y en el Quijote , como quiere Corominas en su DCELC , encontramos en la obra de Cervantes el final del proceso, pues el significado actual, ya fijado en el siglo XVII, aparece desde el siglo XV en el Cancionero de Baena; mientras que el significado primitivo sólo evocaba un género literario» (pp. 196-197).

19. De 1964 es la reseña al Vocabulario de Cervantes de Carlos Fernández Gómez, de 1976 aquella de La lengua del 'Quijote' de Ángel Rosemblat, y también de ese año su «Nota léxica cervantina: Las algarrobillas». Este último artículo es una pequeña joya, puesto que, con suma paciencia, no sólo va derribando, una tras otras, las equivocadas interpretaciones y lecturas previas del pasaje, sino que también demuestra cómo una mala individualización del enclave geográfico determina que el texto -contrariamente a lo que espera todo anotador- pierda profundidad y densidad significativa. En el caso lo que se perdía era el sutil juego de resonancias en torno al tópico del prurito de limpieza de sangre.

20. El comienzo de este trabajo no deja, a mi entender, ninguna duda: «A medida que las preocupaciones teóricas e ideológicas han ido ocupando un espacio cada vez mayor en los estudios literarios, las nuevas lecturas críticas de la obra Cervantes y, en particular, las del Quijote se han concentrado en ciertos aspectos formales de la narración cervantina que permiten fundamentar y conceptualizar principios generales de la creación literaria y de la reflexión estética» (p. 207).

21. Un aspecto muy sugestivo del confronte polémico que puede leerse entre la propuesta de Lerner y de todos aquellos que se dicen «modernos» se percibe en la casi nula individuación de los «contrincantes» en la exégesis. Detalle que nos obliga a puntualizar que este borramiento de los interlocutores no era, por cierto, una marca distintiva de los primeros trabajos eminentemente lexicográficos. Allí, donde el prestigio de la fijación de un texto era lo que está en juego, Lerner plantea un diálogo. Y esta interacción opera, sin que ello implique decir que éste era su cometido, un acto de distinción. Aquí, en cambio, Isaías permite leer que su voz es una vox clamans in deserto . Del otro lado no hay un sujeto sino, básicamente, modas críticas por medio de las cuales los incondicionales seguidores del credo de turno creen que serán individualizados. Y Lerner, en este caso, también tiene razón. ¿Quién recuerda, hoy día, quiénes fueron los que dedicaron tesis enteras a contar narradores, discriminar puntos de vista o polemizar por los modos diegéticos?

22. «Por mi parte, creo que propuestas críticas nuevas no agotan la validez de posturas previas; creo, más bien, que permiten la reconfiguración, desde otra perspec­tiva, de las investigaciones precedentes. Es tan peligrosa la postura que solamente tolera el punto de vista tradicional como la que proclama la validez única y universal de lo nuevo por el hecho de ser nuevo» (p. 208)

23. «La rapidez con que evolucionan las preferencias críticas entre los actuales investigadores nos otorga a los veteranos el dudoso privilegio del escepticismo ante la novedad» (p. 208).

24. «Si los conceptos de heteroglosia y polifonía, hoy tan repetidos y no siempre bien asimilados en las prácticas críticas, tienen validez, creo que se halla en este tipo de mezcla de voces» (p. 209).

25. Reténgase que Isaías parte, en su introducción al vínculo Cervantes-Ercilla, de un distingo que opera con una nota de Clemencín. No porque ésta sea errada en sí misma, sino porque, precisamente, lo que indica -por sobre su exactitud- no se vincula directa­mente con la acción de la novela. La relevancia o irrelevancia del saber positivo no viene dada por el tipo de dato en sí mismo sino por la operación crítica que lo introduce. Por ello mismo puede aclarar que la relación de los dos autores ya la apuntaba Rodríguez Marín, pero se permite insistir en otros propósitos mucho más evidentes

26. La relación de literatura y pintura fue uno de los tópicos privilegiados de un sinnúmero de creadores y tratadistas del Siglo de Oro español. Lo interesante aquí es cómo esta preocupación resultó desatendida durante gran parte del siglo XX a la hora de proponer abordajes críticos a los textos del período. Puede recordarse que las escuelas de crítica iconológica -al estilo Panofsky- pervivieron después de la II Guerra Mundial como una corriente crítica mucho más propia de los análisis plásticos. El auge de los estudios emblemáticos del renacimiento y barroco europeo exhumaron una serie de perspectivas largo tiempo olvidadas y hoy día el peligro sería la tentación de acercarse al cruce de discursos desde una perspectiva excesivamente libre. Es evidente que cuando Lerner polemiza con algunas lecturas que versan sobre la traducción de tal obra cervantina en tal cuadro, o viceversa, no está desconociendo la licitud del vínculo sino, nuevamente, la amplitud de criterios para la aplicación de tales propuestas.

27. Es algo comprobado por todos aquellos que han analizado el empleo político de Cervantes y el Quijote como las dos caras de un ícono bifronte apto para decir la hispanidad, el que la figura del autor deba fungir el cariz ortodoxo y normativo de todo cuanto quiere imponer el poder de turno y que, en cambio, el protagonismo del hidalgo enloquecido sirva, por el contrario, para los momentos de reconstrucción nacional.

28. Es un defecto típico de la crítica literaria reciente -sea cual fuere su tipo de enfoque- el que se mida, de antemano, la entidad del propio trabajo por un supuesto corolario positivo del análisis cuando, en realidad, aceptados que fueren un sinfín de cruces culturalistas en las prácticas actuales, cabe especular, por cierto, con la licitud de ciertos aportes cuyo cometido es, en efecto, negar o rechazar un postulado no investigado adecuadamente.

29. Isaías, en este caso, anuncia que su objetivo es «replantear las relaciones que se han establecido entre los bodegones o pinturas de género de Georges de La Tour y La gitanilla de Cervantes» pero su conclusión descentra esta vía de unión.

30. Un aspecto no suficientemente denunciado en ese tipo de trabajos que operan alianzas de Cervantes con otros autores -plásticos, literarios, musicales- es la expectativa encubierta de lograr convencer al lector sobre la supremacía autorial del componente «padre» del vínculo. Así, entonces, el genio de Cervantes se aquilata porque influye, incide, determina, condiciona tal producción. Esas alianzas, es evidente, rara vez se plantean como matrimonios -aunque sea opinable que este símil resulte válido para traducir la igualdad de los constituyentes.

31. El artículo que marca un retorno es «Quijote , Segunda Parte: Parodia e invención» (1990: 293-310) publicado en el volumen que dirigió Monique Joly, y que años antes había sido presentado en Buenos Aires en ocasión de la entrega del Premio «Dr. Amado Alonso» al doctor Rafael Lapesa Melgar, cuya versión reducida salió publicada en 1991.

32. Pienso, básicamente, en la forja de la Cervantes Society of America y en la constitución de la Asociación de Cervantistas cuya perpetuación tanto le debió y le seguirá debiendo al infatigable José María Casasayas quien, no extrañamente a mi entender, pudo lograr su cometido de construir una asociación cervantina precisamente por no ser un académico.

33. Sobre la nacionalización del autor como modelo de hombre son muy interesantes las consideraciones de José Montero Reguera a la hora de estudiar la imposición de Cervantes en el imaginario popular por parte de los aparatos de acción oficial franquista, quienes, en una España plagada de muertos, tullidos y valdados, postulaban que el mejor modelo de hombre español era el manco de Lepanto con cuyas estatuas inundaron las más remotas comarcas del territorio español.

34. El mismo Isaías advierte en «El Quijote y la construcción de la lengua literaria áurea» que la exploración de los aspectos léxicos del texto «se lleva a cabo cada vez que se emprende su anotación» (p. 295), hecho que corrobora, desde otro ángulo, la ligazón del concepto de lengua con texto definitivo y canonizado.

Bibliografía cervantina de Isaías Lerner

I. Libros

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II. Artículos

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Bibliografía citada

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