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Revista de la Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología

versión On-line ISSN 1852-7434

Rev. Asoc. Argent. Ortop. Traumatol. v.75 n.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./mar. 2010

 

MAESTROS DE LA ORTOPEDIA

Dr. Leoncio Luis Fernández

Quienes conocimos a Leoncio Fernández no podríamos desconocer que, junto con su reconocido virtuosismo para la cirugía, poseía un sensible y moderado espíritu que descubría durante el trato y la conversación, así como una clara aptitud para estimar el mérito y la valía de las personas. Vivió apasionado por querer alcanzar la verdad y la belleza de las cosas.
Tengo presente que solía decirme que cuando se escribe algo, se lo debe hacer siempre en rigurosa concordancia con lo que realmente se piensa, lo que trataré de cumplir al rememorarlo.
Aunque creo que, para comenzar, nada más acertado que recordar su propia identificación en oportunidad de la entrega del título de Maestro de la Ortopedia y Traumatología Argentina, de manos del presidente de turno de nuestra Asociación, Carlos Aiello. Dijo entonces: "Soy un hombre que aspira a ser sencillo. Que por vocación y por intención me alejo de la solemnidad.
He tenido pocas ambiciones y no hice planes para la conquista de títulos. En mi vida de médico me dejé guiar por el deseo de saber y de comprender con la mejor claridad posible tanto los problemas de mi profesión como los técnicos".
Sin duda, estos fueron sus más íntimos pensamientos en la búsqueda de su ser.
Leoncio Fernández nació el 22 de febrero de 1908, en el barrio de Flores. Se sentía orgulloso de su ascendencia española. Su padre emigró de Asturias a fines del siglo XIX y su madre, proveniente de Castilla (Madrid), falleció a los 48 años, lo que exigió que su progenitor quedara al cuidado de sus seis hijos (cinco mujeres). Cursó sus estudios en el Colegio Mariano Moreno. Escribía en la revista del colegio junto a su gran amigo Coronato Paz.
Pasó la mayor parte de su vida en su casona de Olivos, donde plantó un árbol en el nacimiento de cada hijo. Conoció a Celina, su esposa, cuando era enfermera de la Cruz Roja en el Hospital Rawson.
Comenzó la carrera de Medicina en 1925.
Antes había estudiado piano, lo que le sirvió para actuar en la radio y en los actos vivos de los cines. Su gallarda figura imponía respeto. Poseedor de una frente amplia, ojos indagantes y una nariz que avanzaba entre los pómulos, su postura y los gestos de sus manos sorprendían por la armonía; parecían danzar durante la cirugía. Fue modelo para la escultura. Así lo hizo su amigo Libero Badi, que con genialidad, en precisión y fuerza lo dejó plasmado en la piedra.
Se graduó de médico en 1931 y cuatro años después ingresó en la Escuela de Ricardo Finochietto, todavía en el Hospital Alvear. Luego de cursar por cirugía general y sus especialidades (que era propio para esa época en la Escuela del Hospital Rawson) se decidió por la cirugía ortopédica, ejerciendo la jefatura de la especialidad en la Sala Sexta (Pabellón II).
Conocí a Leoncio Fernández en el Escuela del Rawson en 1948, cuando todavía cursaba mis estudios universitarios. Desde entonces no me separé de sus enseñanzas. En la década de los sesenta pasó al Policlínico de Lanús, como jefe del Servicio de Ortopedia y Traumatología, hasta su jubilación.
En su práctica quirúrgica sintió gran atracción por todo aquello que indicara tratar el dolor; de ahí su tendencia por la cirugía de las lumbociáticas (fue uno de los pioneros en el país en el tema ya desde la década de los cuarenta), lo mismo que por las cervicobraquialgias, sean de origen vertebral o supraclaviculares. En la cirugía abierta de las lesiones del manguito de los rotadores del hombro, poco es lo que se ha agregado a su proceder hasta la fecha, pero sí lo referido a la dirección de la acromiectomía. También estuvo muy atraído por obtener, mediante cirugía a cielo abierto, reducciones perfectas de las fracturas, particularmente del cuello femoral, como del calcáneo y también las maleolares. Mucho de esto dejó escrito en los Boletines de nuestra Asociación. Todo su acto médico fue pasional, sin perder nunca el objetivo primordial de querer curar.
Poseía gran flexibilidad en sus indicaciones médicas, siempre con la mayor cercanía a la necesidad particular de cada paciente. Sentía atracción por clasificar todo, no sólo con la exclusiva intención de obtener la mejor comprensión del tema, sino además para poder seleccionar, con la mayor precisión, el procedimiento por emplear, aunque también, creo, por su fuerte impulso de identificar lo no clasificado.
En sus últimos años, ya retirado, se dedicó a escribir en Olivos -rodeado de sus afectos y obras de arte que tanto apreciaba- sobre lo que creía que se debería entender por una "operación perfecta". Lo hacía, como era de su agrado, con lápiz y en cuadernos escolares, que he tenido la fortuna de heredar. Escribía a modo de ensayo, dirigido a tratar de descubrir lo escondido detrás del acto mecánico de hacer cirugía (cortar, extraer, reparar, reconstruir) en su esencia curativa. Como contenido significativo expone que debería entenderse por operación perfecta, aquella en la que se obra con la mayor sencillez posible, eliminando todo adorno o artificio con el menor daño posible.
Sencillez operatoria es, por lo tanto, producir la menor lesión de los tejidos sobre los que se actúa y se construye por la suma de diferentes gestos creativos de máxima inocuidad o de mayor sencillez, desde la piel hasta que se finaliza.
Agrega, a su vez: "Hacer cirugía hacia la perfección no se alcanza exclusivamente por responder con rigurosidad a preceptos técnicos aprendidos o por intermedio de sofisticadas tecnologías, sino que es necesario agregar plena conciencia de producir la menor injuria en cada gesto, sea manual o instrumental, ya que todo acto operatorio es, en esencia, un acto 'contra natura'. Por insistir en este camino el cirujano puede llegar a alcanzar, finalmente, la actitud de un hacer operatorio automático del menor daño (producto de la inteligencia intuitiva), conformada desde la máxima información, experiencia y sentido común y por este hábito llegar a alcanzar unverdadero estado de gracia que lo habilita para curar por cirugía con la mayor naturalidad y espontaneidad posibles. Estado de gracia que indica que el cirujano actúa con total despreocupación de sí mismo, donde la imagen personal está ausente, estado particular que no puede conseguirse si lo que falta es preparación o lo que sobra es vanidad". Estado en que se potencian entre sí ética, oficio y creatividad. Fernández nos presenta así un accionar quirúrgico que no se aprende en los manuales, que se aleja de la rigidez de toda partitura.
Con estas ideas, homologa la cirugía técnica con la interpretación de Beethoven, cuando en 1804, en oportunidad de componer la "Appasionata", confiesa que "no estaba satisfecho con su labor" y que "debía encontrar otro camino", donde "el final debía ser más sencillo", llegando así a su idea del immer simpler -el hacer siempre más sencillo- para poder "encontrar el camino hacia la perfección".
Entiende así el immer simpler en la cirugía, idea que descubre en la profundidad de su interioridad luego de haber vivido apasionadamente la medicina por la cirugía.
Me he preguntado muchas veces cu ál fue el mayor legado de Leoncio Fernández a sus discípulos. Creo que la posibilidad de poder construir pensamientos de la mayor flexibilidad y sin ataduras; la importancia de adquirir precisión, soltura y espontaneidad en el accionar quirúrgico con el menor daño o sencillez posible; de decir y hacer lo justo; de poder salir con facilidad de la línea sin perder la dirección hacia el objetivo de máximo efecto curativo y de querer adecuar la indicación médica hacia la específica demanda de cada paciente, sin que ningún interés espurio o escondido la desvirtúe.

Eduardo A. Zancolli

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