Introducción[1]
La crisis de 2001-2002 constituyó un punto de inflexión en la historia argentina reciente. Tras el colapso económico y el deterioro abrupto en las condiciones materiales de vida, tuvo lugar un ciclo de crecimiento económico que comenzó en el año 2003, mostró signos de agotamiento desde 2012 y se revirtió con una sucesión de crisis entre 2018 y 2020. Mientras duró el crecimiento económico, algunas desigualdades se morigeraron y otras fueron más tolerables por la mejora generalizada en las condiciones de vida. El prolongado final del ciclo económico que había comenzado a principios de siglo tuvo implicancias que perduran hasta hoy.
Ahora bien, ¿cómo calibrar el estado de situación de las desigualdades al inicio del declive? En este artículo describimos las desigualdades en las condiciones materiales de vida de la población argentina hacia 2014-2015 a partir de tres dimensiones: los ingresos, los bienes del hogar y los activos económicos-financieros que disponen las familias. Partimos del supuesto de que la distribución de estos recursos es resultado de desigualdades estructurales y, por esa razón, los analizamos desde la óptica de las clases sociales, los estratos y las trayectorias de movilidad. En el análisis incluimos también otros factores sociodemográficos que inciden en la distribución de recursos: la cohorte de nacimiento, el género y la región del país.
En línea con las tradiciones sociológicas del análisis de clase, consideramos que las posiciones de clase social no son asimilables a niveles de ingresos o a pautas de consumo, aunque sí están estrechamente vinculadas a estas dimensiones. Las posiciones de clase social han sido pensadas como relacionales tanto desde la tradición marxista, que concibe a las clases en sí como posiciones en las relaciones de producción entre propietarios y no propietarios de capital, como desde la tradición weberiana, que define las situaciones de clase como posiciones en el mercado según propiedades de activos y oportunidades de lucro. El carácter relacional de las clases implica que conforman una estructura en la cual las posiciones son interdependientes. Esta estructura precede y explica, dentro de un cierto nivel de variación, una serie de resultados, como los ingresos, los consumos, los activos de distinto tipo o las orientaciones políticas.
En esta ocasión nos enfocamos en tres resultados de la estructura de clases –los ingresos, los bienes y los activos económico-financieros– que tienen en común remitir a las condiciones de vida y al bienestar material de la población. Así, estas dimensiones son a la vez consecuencias de la estructura de clases y condiciones materiales en que las clases sociales se producen, reproducen y transforman. [2] Puesto que no hay una única manera de categorizar las clases sociales, incluso dentro de una misma perspectiva teórica, nos interesa observar los efectos de clase de tres maneras complementarias: en grandes clases sociales, en estratos desagregados y en tipos de trayectorias de movilidad social. Esta última manera de mirar los efectos de la estructura de clases combina las posiciones actuales que ocupan las personas con la historia familiar y permite enfocar la atención en el peso del origen social (Bourdieu, 2012).
Este artículo se propone describir las condiciones materiales de vida en la Argentina hacia 2015 según clase social y evaluar qué combinación de factores las explica mejor, comparando tres dimensiones: ingresos, bienes y activos. Nuestra hipótesis general es que la estructura de clases, y las relaciones que se establecen entre las posiciones, funcionan como generadores y ordenadores centrales de las desigualdades en las condiciones materiales de vida. Asimismo, los tipos de trayectorias de movilidad intergeneracional serían indicativos también de los constreñimientos y condicionalidades que el origen social puede generar sobre la distribución tanto de ingresos como de bienes y de activos.
En el primer apartado mencionamos algunos antecedentes conceptuales y empíricos sobre la temática. A continuación, en el apartado metodológico explicitamos una serie de decisiones para el tratamiento cuantitativo de la información: la selección de casos, la operacionalización de la variable clase social a partir del Clasificador Socio-Ocupacional y la construcción de dos índices. En el apartado de resultados, describimos la distribución de recursos según clases, estratos y trayectorias de movilidad. Asimismo, evaluamos dos modelos de regresión para avanzar hacia una explicación sobre la interacción entre factores que producen desigualdad. Finalmente, en las reflexiones finales, repasamos los principales resultados de este trabajo y señalamos algunos caminos posibles de continuidad en futuras investigaciones.
Antecedentes
Clases sociales y condiciones materiales de vida
El estudio de la estructura de clases ha recobrado cierta centralidad en la investigación sociológica desde comienzos del siglo XXI, tanto a nivel nacional como en términos regionales. El concepto de clase social, mantiene en distintos contextos históricos y geográficos, pertinencia teórica y empírica a la hora de comprender los intereses materiales, la formación de grupos de interés y las oportunidades de vida y conductas de los individuos (Hout et al., 1993). Aquellas sentencias que habían decretado la muerte de las clases en las sociedades post-materialistas o post-industrialistas (Clark y Lipset, 1991; Pakulski y Waters, 1996), no tuvieron correlato en investigaciones empíricas que demostraran que otras formas sociales de agrupación o clasificación tomaran el rol principal de estructuración de las desigualdades (Goldthorpe, 2002). Esto no implica desconocer la relevancia de otras dimensiones de la estructura social a la hora de comprender las relaciones y las conductas de los distintos grupos e individuos, tales como el capital social, el capital cultural, la raza, la etnia, el género, entre otros (Dubet, 2015; Savage, 2015).
En el análisis de la movilidad social ha habido un gran avance respecto a la comprensión del proceso de estratificación, específicamente en referencia a cómo la clase de origen (de los padres) condiciona las oportunidades del destino ocupacional de los hijos, y sobre el papel mediador que juega la educación en este proceso (Hout y DiPrete, 2006). En cambio, el estudio de la distribución de recursos y activos, que conforman las condiciones materiales de vida, se revela como una temática menos abordada en la literatura (Torche y Spilerman, 2009). En América Latina, recientemente, hubo algunas aproximaciones a la problemática acerca del modo en que diversos factores adscriptivos (por ejemplo, el nivel de riqueza en el hogar, el origen de clase, la posición socio-ocupacional) influyen sobre los niveles de consumo material, la posesión de activos financieros y el acceso a la propiedad de la vivienda (Assusa et al., 2019; Behrman y Vélez-Grajales, 2015; Poy y Salvia, 2019; Rodríguez de la Fuente, 2019; Torche y Costa Ribeiro, 2012; Torche y Spilerman, 2009).
El interés por las dimensiones de las condiciones materiales de vida reside en que la distribución diferencial de bienes y servicios origina diversos grados de libertad, autonomía y posibilidades de realización personal (Kessler, 2014). Los ingresos, consumos y activos brindan información acerca de condiciones de vida que forman experiencias de clase. Para comprender las experiencias de clase, ha de tomarse en consideración un conjunto amplio de procesos y prácticas familiares que no son exclusivamente efectos de las posiciones ocupacionales ni pueden entenderse solamente desde una lógica económica en sentido restringido (Seid, 2017 y 2020). Desde una perspectiva bourdeana, Assusa, Freyre y Merino (2019) entienden que los consumos, el equipamiento, los ahorros y las prácticas financieras que tienen lugar en el hogar se vinculan sistemáticamente con las estrategias de producción y reproducción social. Así, las posiciones de clase se expresan y también se construyen en los consumos y patrimonios.
Una razón adicional del interés por las condiciones materiales de vida es que, si bien es esperable cierta variación relativa según las posiciones de clase (Benza, 2014), pueden existir discordancias. Cuando lo que se espera de una posición social no se traduce en determinados resultados, se producen inconsistencias de status que, siguiendo algunas hipótesis clásicas (Lenski, 1956), de sostenerse en el tiempo, podrían tener efectos no deseados (por ejemplo, inestabilidad política y social por razones de inconformismo, falta de integración). Para Latinoamérica en general, y Argentina en particular, se detectó que la movilidad intergeneracional desde empleos manuales hacia ocupaciones del sector servicios en ocasiones no producía los efectos de mejora en la calidad de los empleos, las recompensas materiales y la percepción subjetiva. Este fenómeno fue caracterizado como movilidad espuria (Kessler y Espinoza, 2007) o terciarización espuria (Sémbler, 2006). En este sentido, poner en relación la estructura ocupacional con ingresos, bienes y activos es también un modo de escudriñar si las trayectorias de movilidad se corresponderán con experiencias de clase más o menos homogéneas.
Estructura de clases y desigualdad social en la Argentina contemporánea
A comienzos del presente siglo, y hasta principios de la década de 2010, tuvo lugar en América Latina una etapa política y económica que se ha denominado ciclo progresista o posneoliberal. Esta etapa se caracterizó por mejoras progresivas en los niveles de vida de buena parte de la población, reduciéndose en forma significativa tanto la desigualdad como la pobreza y la desocupación (Alvaredo y Gasparini, 2015; Beccaria, 2016). El crecimiento económico y las políticas de transferencias de ingresos desde el Estado hacia los sectores más empobrecidos fueron rasgos comunes en los países de la región (Benza y Kessler, 2020). En algunos países, especialmente en Brasil, se debatió acerca de la emergencia de una nueva clase media como producto de la mejora en los niveles de vida de segmentos de población que anteriormente estaban en situación de pobreza. Algunos estudios señalaron que la moderación de algunas desigualdades durante el periodo posneoliberal tuvo lugar sin que se altere la estructura social en términos ocupacionales. En este sentido, una de las hipótesis es que se produjo un acercamiento en las condiciones de vida entre la fracción obrera del sector formal y la fracción de empleados no manuales de puestos rutinarios, es decir, entre la fracción obrera más aventajada y la fracción inferior entre las clases medias (Scalon y Salata, 2012).
En Argentina, desde diversos estudios se han analizado la reproducción de desigualdades de clase en las dos últimas décadas en lo referente a los ingresos, a las condiciones laborales y a otras aristas del bienestar material (Benza, 2016; Chávez Molina y Pla, 2018; Dalle y Stiberman, 2017; Maceira, 2016). Pla, Rodríguez de la Fuente y Sacco (2018) señalan, para el Gran Buenos Aires en el periodo 2003-2013, el relativo descenso de la desigualdad en la distribución de ingresos, las condiciones laborales (informalidad y subocupación) y las condiciones habitacionales. Para mediados de la década de 2010 el ciclo político-económico mostraba señales de agotamiento: las economías entraron en estancamiento o retracción y las desigualdades frenaron su descenso para luego volver a acentuarse (Benza y Kessler, 2020). La segunda mitad de la década, ya con la presencia de un nuevo gobierno de distinto signo político, mostraría un cambio en la tendencia de la desigualdad, incrementándose las brechas de ingresos entre las clases sociales y consolidándose como grandes perdedores los pequeños propietarios de capital (trabajadores por cuenta propia relativamente capitalizados) y la clase trabajadora no calificada (Chávez Molina y Rodríguez de la Fuente, 2021).
Como hemos señalado anteriormente, las dimensiones de las condiciones materiales de vida más allá de los análisis de ingresos monetarios no fueron analizadas en profundidad, con excepción de algunas investigaciones. En este sentido, Chávez Molina y Pla (2018), con base en la Encuesta Nacional de Estructura Social, encuentran que para la Argentina urbana, la riqueza (entendida como una conjunción de bienes materiales, patrimonios y servicios del hogar) se estructuraba bajo un formato jerárquico desde la estructura de clases. En línea con ese trabajo, pero incorporando la noción de trayectoria de movilidad, Salvia y Poy (2019) para la Argentina urbana y Rodríguez de la Fuente (2020) para la Ciudad de Buenos Aires, señalan la importancia que juegan los orígenes de clase y la movilidad o la reproducción social en la transmisión de las desigualdades en el bienestar material, tomando como dimensiones relevantes a observar el patrimonio, los bienes del hogar y/o la propiedad de la vivienda. De esta forma, el origen de clase sería un eslabón más en el proceso de acumulación de (des)ventajas de una generación a otra.
Por lo dicho hasta aquí, creemos que describir algunas de las características que asume la estructura de clases a partir de la fotografía tomada entre 2014 y 2015 por la Encuesta Nacional de Estructura Social puede ser interpretado desde la actualidad como una contribución al balance de lo que, comparativamente con la experiencia política-económica posterior, habría sido un período de mejoras en las condiciones materiales de vida y en lo tocante a la reducción de desigualdades.
Diseño metodológico
La fuente de datos utilizada en este trabajo es la Encuesta Nacional sobre la Estructura Social (ENES) del Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC). Esta encuesta es una de las más relevantes y actuales para el estudio de la estratificación y la movilidad social en el país. [3] Con un relevamiento realizado entre los años 2014 y 2015 se cubrieron las localidades de más de 2000 habitantes de toda la Argentina, mediante un muestreo probabilístico, estratificado y polietápico de viviendas particulares, elaborado a partir de los datos y cartografía del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas de 2010 (Hoszowski y Piovani, 2018).
El universo de análisis de la presente investigación se circunscribió a aquellos hogares con principal sostén del hogar (PSH) de la población económicamente activa, mayores de 18 años. De esta forma, la muestra se compone de 5548 casos, [4] representando, tras ponderar y expandir los datos, a 7.899.189 hogares del universo total.
Para la operacionalización del concepto de clase social tomamos como punto de partida la propuesta elaborada por Torrado (1992, 1998) –y reactualizada por Sacco (2016)–, quien considera cinco indicadores centrales: la ocupación, la categoría ocupacional, el sector de actividad, el tamaño del establecimiento y la rama de actividad. El cruce de dichas variables genera una estratificación ocupacional, denominada por la autora como Clasificador de la Condición Socio-ocupacional (CSO). En su versión desagregada el nomenclador discrimina once estratos socio-ocupacionales. Mientras que la ocupación, la categoría ocupacional y el tamaño del establecimiento permiten establecer diferenciaciones verticales en la estratificación (formando capas sociales), la rama y el sector de actividad permiten diferenciar a los estratos en términos horizontales, es decir, en fracciones de clase (Torrado, 1998). El nomenclador es agregado en tres clases sociales, definidas por la autora como clase alta, media y obrera.
En este artículo utilizamos tanto el CSO a nivel agregado, es decir, la clasificación de once estratos, así como una recategorización propia en un esquema de cuatro clases sociales. El CSO desagregado nos permite analizar la composición de las clases sociales construidas y observar diferenciaciones internas en las condiciones materiales de vida. Por otro lado, para el estudio del nivel agregado, proponemos un formato distinto al de la autora (ver Cuadro 1) pudiendo así explorar otras fronteras de clase.
De este modo, diferenciamos dos fracciones de clase media y dos fracciones obreras. Ante la dificultad en la captación mediante encuestas de hogares de directores y propietarios de empresa, dicho estrato se agrupó junto a los profesionales y los propietarios de pequeñas empresas, en una fracción superior de la clase media denominada clase directivo-profesional. [5] Por su parte, los pequeños productores autónomos, los empleados administrativos y vendedores, y los técnicos fueron agrupados en una fracción inferior de clase media, que denominamos clase media tradicional. Esta clase se diferencia de la anterior en que los asalariados no son profesionales universitarios –con lo que esto implica, por ejemplo, respecto al poder en el lugar de trabajo–, mientras que los estratos ligados al trabajo por cuenta propia se encuentran más expuestos a los vaivenes de los ciclos económicos y, por lo tanto, presentan una mayor inestabilidad. En el caso de la clase obrera distinguimos entre calificados y no calificados, considerando en su interior, tanto a los trabajadores asalariados como independientes.
Otra cuestión a considerar es cómo asignar la posición de clase de un hogar (Erikson, 1984; Gómez Rojas y Riveiro, 2014). En este trabajo partimos del posicionamiento del PSH según la CSO alcanzada. En este sentido, un 70% de los hogares está representado por un PSH varón, mientras que un 30% por una mujer. Esta representación se mantiene inalterada en todas las clases sociales, con excepción de la clase obrera no calificada en las que las mujeres son PSH en casi el 52% de los hogares.
Para el estudio de las trayectorias de movilidad, construimos una tipología basada en una tabla de movilidad, siguiendo la propuesta de otros trabajos (Ipar et al., 2014; Poy y Salvia, 2019; Rodríguez de la Fuente, 2020). El origen de clase se deriva de la posición del principal sostén del hogar (padre o madre) en el que vivía el PSH encuestado cuando tenía 15 años. [6] De esta forma, de la combinatoria de los posibles cruces entre posiciones de origen y de destino, identificamos ocho tipos de trayectorias de pertinencia teórica en el análisis propuesto (ver Cuadro 2).
En lo tocante a las variables dependientes, consideramos a los bienes durables que constituyen el equipamiento de un hogar como observables de las condiciones materiales de vida. Si bien, en tanto valor identitario, los bienes pueden diferir según pautas culturales y estilos de vida, estos también son valor de uso y de cambio (Warde, 2004), y por lo tanto son indicadores relevantes que permiten asomarse a las condiciones materiales de vida al interior de los hogares. Tomados en conjunto, mediante un índice, permiten cuantificar de manera robusta cierta clase de consumos convertidos en stocks de recursos. De manera análoga, el acceso a productos financieros, la propiedad de inmuebles y los ingresos provenientes de rentas, son indicadores de los activos económicos familiares. Captar el ingreso o la riqueza permanente que dispone el hogar, más allá de las fluctuaciones en el tiempo de los ingresos corrientes (Spilerman, 2000), brinda un panorama más completo de las condiciones materiales de vida.
Así, para medir los bienes del hogar y los activos se decidió elaborar dos índices compuestos, siguiendo la metodología sugerida y utilizada en otros trabajos (Filmer y Pritchett, 2001; McKenzie, 2005; Minujin y Bang, 2002; OECD,[7] 2008). Para ello se utilizó la técnica de Análisis de Componentes Principales (ACP), que permite la reducción del conjunto de variables introducidas en componentes que simplifican y estructuran la información inicial (López Roldán y Fachelli, 2016). Mediante la aplicación de esta técnica se calcularon las puntuaciones por hogar de aquellos factores que aportaban un mayor nivel de varianza explicada. Para la construcción de los índices se seleccionaron las variables con mayor capacidad discriminatoria en términos de acceso (ver Cuadro 3).
De este modo, del ACP realizado para cada set de variables (bienes y activos) se retuvieron las coordenadas del primer componente. Los puntajes factoriales extraídos funcionan como valores ponderados, que permiten discriminar a los hogares en una única dimensión en la que se combinan todas las variables. Posteriormente, los índices construidos fueron estandarizados para que varíen en un rango de 0 a 100.
A su vez, en tanto parámetro de bondad de ajuste para evaluar el ACP, el índice de Kaiser, Meyer y Olkin (KMO), que mide la intensidad de las correlaciones parciales entre las variables, arroja un valor total de 0,8 para el set de variables de bienes y 0,7 para el set de variables de activos, presentando un ajusto meritorio en el primer caso e intermedio en el segundo (Kaiser, 1974). Por otro lado, el test de esfericidad de Bartlett, que contrasta si la matriz de correlaciones es la matriz de identidad, es estadísticamente significativo en ambos casos, lo que mostraría relación entre las variables (López Roldán y Fachelli, 2016).
Resultados
A continuación, presentamos el análisis de los resultados. En primer lugar, brindamos un análisis descriptivo de los datos, haciendo foco especialmente en las desigualdades de clase, estrato y el tipo de trayectoria de movilidad. En segundo lugar, realizamos un análisis multivariable, considerando una serie de factores que controlan a las relaciones originales estudiadas, a partir de un análisis de regresión.
Análisis descriptivo
En el cuadro 4 presentamos los estadísticos descriptivos de las variables consideradas en el análisis.
Al analizar la estructura de clases, observamos que el grupo de mayor peso es la clase obrera calificada (41,7%) seguido por la clase media tradicional (34,6%). La clase obrera calificada tiene como componente más numeroso el estrato asalariado, que alcanza el 30,2%. Dentro de la clase media tradicional, el estrato más representativo es el de empleados administrativos y vendedores (12,3%). Asimismo, los cuadros técnicos y los pequeños productores autónomos también tienen una participación importante con un 11,5% y 10,9%, respectivamente. Cabe recordar que esta mirada sobre la estructura de clases está basada en el posicionamiento de clase de los PSH. En este sentido, tomar otras unidades de análisis o evaluar la estructura de clases separadamente según género, arrojaría proporciones diferentes a las aquí presentadas.
La variable tipo de trayectoria de movilidad permite inferir cambios en la estructura de clases en el tiempo. Un primer aspecto es el aumento de la clase media tradicional, que expresa una tendencia de movilidad típica de las últimas décadas del siglo XX. Los ascendentes de clase obrera corta distancia (19%) y larga distancia (3%) refieren a movimientos intergeneracionales entre hogares provenientes de la clase obrera con destino en ocupaciones rutinarias del sector terciario (administrativos, vendedores, técnicos, etc.) y, en menor
medida, a posiciones profesionales. Una proporción importante de los que se movieron en la estructura de clases puede ser explicada por la movilidad forzada por los cambios estructurales ocurridos a partir de los años setenta: terciarización de la economía y expulsión de mano de obra de los puestos obreros-industriales. El análisis de condiciones materiales de vida, en sus distintas aristas, podrá ofrecer más elementos para evaluar hasta qué punto esto puede considerarse movilidad espuria (Kessler y Espinoza, 2007; Pla et al., 2016). Como contraparte, en términos intergeneracionales, la trayectoria de herederos de la clase obrera es la que adquiere mayor importancia en términos poblacionales (45,2%), indicando la influencia que aún mantiene el origen de clase en las probabilidades de ascenso y reproducción social.
En referencia a las variables sociodemográficas de control, podemos observar que en la muestra se encuentran sobrerrepresentados los grupos jóvenes (nacidos en la década de 1980 y 1990), mientras que hay un menor peso del grupo etario nacido antes de 1950, fundamentalmente porque en la mayoría de los casos ya no se encuentran activos en términos laborales. A su vez, como ya se ha señalado anteriormente, un 70,5% de los hogares presenta una jefatura masculina.
A continuación, nos interesa examinar cómo se distribuyen las distintas dimensiones de las condiciones materiales de vida según la posición de los hogares. Para ello, los analizaremos en tres niveles: según clase, según estrato social y según trayectoria de movilidad. Las dimensiones de las condiciones de vida evaluadas serán los ingresos totales del hogar per cápita (en su transformación logarítmica), la posesión de bienes durables y los activos económico-financieros. En este sentido, recurrimos a diagramas de cajas (ver Figuras 1, 2 y 3) ya que nos permiten representar en forma rápida medidas de tendencia central, de posición y de dispersión. Los puntos negros más pequeños representan a los hogares por clase, estrato o trayectoria de movilidad, mientras que los círculos representan los valores atípicos.
Una primera lectura de las figuras 1 y 2 nos indica que la estructura de clases, bajo su formato agregado y desagregado, está vinculada con la desigualdad en la distribución de los ingresos, los bienes y los activos. En términos generales, a mejor posicionamiento de clase de los hogares, se alcanza una mejor captación de recursos, fundamentalmente en el caso de los ingresos y los bienes. [8] Como puede observarse, sin embargo, esto no implica que cada posición se corresponda a un nivel determinado de ingresos o recursos, ya que la variabilidad, medida por el tamaño de las cajas, que representan el rango intercuartil, es considerable. Esto reafirma el hecho que la clase social, en tanto entidad teórica y metodológica, no es equiparable a las agrupaciones o deciles de ingresos o consumo, sino que es uno de los factores condicionantes en su distribución y, por lo tanto, nos permite dar cuenta de probabilidades típicas sobre las oportunidades de vida (Benza, 2014; Breen, 2004).
Al interior de la clase media directivo-profesional son pequeñas las diferencias en los ingresos y en las puntuaciones medias de bienes que alcanzan los directores, profesionales y pequeños propietarios de empresas. Una situación similar se presenta en el resto de los estratos que componen la clase media tradicional y las clases obreras. De esta forma, las barreras entre las clases sociales indican homogeneidad interna y heterogeneidad entre los grupos construidos.
Respecto a la distribución por clase y estrato de los activos económico-financieros, aclaramos lo siguiente. En términos estadísticos, pueden evidenciarse algunos problemas de truncamiento (McKenzie, 2005; Vyas y Kumaranayake, 2006), es decir, el índice construido presenta un escaso número de valores únicos (294) que pueden asumir los hogares. Esto puede derivarse de la poca cantidad de indicadores relevados en la encuesta utilizada (aunque también en las encuestas de hogares en general) que permitan dar cuenta de los activos. En consecuencia, se torna dificultoso contar con indicadores que, combinados en un índice, permitan discriminar matices entre hogares pobres o muy pobres, o entre la clase media alta y la población más rica (McKenzie, 2005).
Más allá de esa limitación, el índice de activos permite discriminar situaciones de desigualdad a nivel clase social, pero fundamentalmente entre estratos sociales. Por ejemplo, en el caso del grupo de directivos de empresas, la media del índice es considerablemente superior a la del estrato de profesionales y pequeños propietarios de empresas, situación que no se observa respecto a los ingresos o bienes. En anexo (Cuadros 9 y 10), disponemos la distribución de los activos económico-financieros que componen el índice por clase y estrato social, para una revisión más precisa del tema. De este modo, nos encontramos con recursos que están distribuidos casi homogéneamente en la población (propiedad de la vivienda o caja de ahorro) y otros que son exclusivos de los estratos mejores posicionados (ganancias, intereses o casas de fin de semana).
Por último, al evaluar las distintas aristas de las condiciones de vida a partir de la tipología de movilidad social (Figura 3), observamos distribuciones similares a las evidenciadas a partir del análisis de clase. El destino de clase es el factor que define, en mayor medida, el posicionamiento de los hogares. Más allá del origen de clase, los hogares pertenecientes a la clase directivo-profesional (herederos, ascendentes de clase media tradicional y ascendentes de clase obrera de larga distancia) presentan medianas de ingresos, bienes y activos más altos que el resto de las trayectorias. Sin embargo, la variabilidad entre las trayectorias de movilidad respecto a los recursos analizados aumenta a medida que descendemos en el origen social, sobre todo en el caso de los activos económico-financieros y los ingresos monetarios. En otras palabras, las probabilidades típicas de alcanzar condiciones de vida similares a los de los herederos de las clases medias disminuyen (o amplían su varianza) para los hogares con orígenes en la clase obrera. Esto ha sido señalado en otros estudios que analizaron el impacto de los orígenes y la mediación de la clase social y del nivel educativo, sobre los ingresos (Erikson y Jonsson, 1998; Esping-Andersen y Wagner, 2012) y sobre los activos económicos (Lersch y Luijkx, 2015; Torche y Spilerman, 2009). En este sentido, si bien las oportunidades de vida no son determinadas por el origen social, generan condicionamientos diferenciales, que impactan en el futuro de los individuos a través de mecanismos de transferencias intergeneracionales (en dinero, propiedades u otro tipo de activos), capital social y redes de ayuda o la socialización de expectativas y/o conductas. En otras palabras, como plantean Salvia y Poy (2019, p. 27), el origen de clase, según el tipo de trayectoria, puede “aliviar” a los descendentes o “penalizar” a los descendentes.
Análisis multivariable
A continuación, siguiendo con los objetivos propuestos, nos interrogamos por los efectos que la posición de clase y las trayectorias de movilidad presentan sobre las condiciones materiales de vida, considerando también otras dimensiones relevantes de la desigualdad en tanto medidas de control. De esta forma, conjugamos el estudio de cuatro instancias de la desigualdad social: las condiciones de origen, las condiciones de destino, las trayectorias intergeneracionales (en tanto combinaciones de ambas) y los resultados (Mora Salas, 2005; Reygadas, 2004).
Valiéndonos de la regresión lineal múltiple construimos tres modelos, uno para cada dimensión de las condiciones de vida. El cuadro 5 incorpora la clase social de los hogares, mientras que en el cuadro 6 reemplazamos dicho factor por la trayectoria intergeneracional de movilidad. [9] Para el caso de la variable de ingresos utilizamos su transformación a partir su logaritmo natural, con el fin de ganar sensibilidad en las variaciones de los ingresos más bajos, así como para facilitar la comparación entre variables. [10]
Nota: *** p < 0.001; ** p < 0.01; * p < 0.05. Error estándar en paréntesis.
Nota: *** p < 0.001; ** p < 0.01; * p < 0.05. Error estándar en paréntesis.
En referencia a las variables sociodemográficas, observamos que el género del referente del hogar parece no tener un efecto desigualador importante en el acceso a los ingresos monetarios, mientras que sí se observa una diferenciación más pronunciada por edad, que desfavorece a las cohortes más jóvenes. Con respecto a las regiones del país, residir en el NOA, NEA y Cuyo tiene un efecto negativo en los ingresos, evidenciándose percepciones entre un 50% y un 60% inferiores de las halladas en el GBA o en la Patagonia.
En el índice de bienes observamos una tendencia similar a la hallada respecto a los ingresos. La posición de clase de los hogares, controlada por el resto de las variables, actúa como el principal factor explicativo de la desigualdad en el consumo.
Los activos económicos-financieros presentan una distribución menos marcada por el posicionamiento de los hogares en la estructura de clases, en comparación a los ingresos o a los bienes del hogar. Considerando que la media del índice de activos es de 21 puntos, pertenecer a la clase directivo-profesional otorga una ventaja de 16 puntos respecto al posicionamiento en la clase inferior y 11 puntos en el caso de la clase media tradicional. Las variables sociodemográficas no permiten observar diferenciaciones relevantes en esta dimensión.
Para evaluar la influencia de las trayectorias de movilidad nos enfocamos en el cuadro 6. Allí puede contrastarse la situación de cada una de las trayectorias especificadas respecto a la herencia o reproducción en la clase obrera. En las tres dimensiones de las condiciones de vida se observan matices según la trayectoria de movilidad trazada. Como en los modelos anteriores, en la dimensión ingresos se observa un mejor ajuste del modelo planteado (R2 = 35%).
Por último, respecto al índice de bienes y al de activos económico-financieros, también se observan diferenciaciones relacionadas a la trayectoria de movilidad, aunque menos marcadas que las desigualdades de ingresos. Al igual que lo expuesto por Poy y Salvia (2019), en las trayectorias descendentes, el origen de clase pareciera funcionar como un factor aliviador, ya que para quienes transitan hacia la clase media tradicional o hacia la clase obrera, el índice de bienes y el de activos parecen ser algo superiores que los de aquellos que reproducen su condición de clase. Algo similar ocurre en el caso de las trayectorias ascendentes, en donde el origen de clase diferencia y penaliza a los individuos que provienen desde posiciones más desventajadas. Por ejemplo, en el caso de las trayectorias hacia la clase directivo-profesional, el acceso a bienes o a recursos financieros no es igual para los provenientes de la clase media tradicional que para aquellos de la clase obrera.
Reflexiones finales
En este artículo nos propusimos describir las condiciones materiales de vida de la población argentina, con la intención de conocer mejor el estado de situación de las desigualdades hacia 2015. Esto nos llevó a una serie de decisiones teórico-metodológicas y técnicas para observar el fenómeno bajo estudio. En este sentido, construimos un esquema de clases sociales basado en el Clasificador de la Condición Socio-Ocupacional elaborado por Torrado (1992). Propusimos una división en dos fracciones obreras y dos de clase media, que nos permitieron –dentro de la variabilidad en las condiciones de vida– identificar ciertas similitudes entre las oportunidades que presentan quienes pertenecen a una misma clase.
Para la medición de la desigualdad en los bienes del hogar y en los activos económico-financieros, elaboramos dos índices. El primero resultó ser una herramienta útil para evidenciar diferencias entre posiciones y entre trayectorias de clase, mostrando tendencias similares que para el caso de los ingresos corrientes. El índice de activos económico-financieros exhibió desigualdades entre las posiciones principales, aunque sin revelar diferenciaciones o matices entre las posiciones intermedias (a nivel de estratos sociales). Lo que se observa, fundamentalmente, es una polarización entre la clase y los estratos superiores que se apropian de activos exclusivos como intereses, ganancias o casas de fin de semana y el resto de la estructura de clases que comparte, en forma más o menos generalizada, la posesión de caja de ahorro, cuenta sueldo, tarjeta de crédito o propiedad de la vivienda.
Los resultados de los análisis de regresión han mostrado la relevancia que aún mantiene la estructura de clases como sistema generador de desigualdades sociales, aun controlando por otras variables demográficas relevantes como son el sexo, la edad y la región de residencia. Los modelos revelan el carácter casi jerárquico en que los ingresos, los bienes y los activos económico-financieros se distribuyen tanto por clase como por estrato social, más allá de la esperable variabilidad interna que muestran las categorías. De esta forma, si bien existen otros factores relevantes explicativos de la desigualdad, los efectos de clase son insoslayables.
Al analizar el peso explicativo de las trayectorias de movilidad intergeneracional, advertimos que las condiciones de vida fueron más heterogéneas en las clases medias que provenían de orígenes obreros. Considerar el tipo de trayectoria evidenció las diferencias entre herederos y recién llegados dentro de las clases medias. En línea con la hipótesis de la movilidad espuria, los recién llegados no alcanzan siempre las condiciones de vida de los establecidos, pero, a diferencia de lo que se esperaría siguiendo esa hipótesis, las trayectorias de ascenso sí se tradujeron en recompensas materiales que los separan de las posiciones inferiores.
Estos resultados abren camino a nuevos desafíos en las futuras investigaciones. Profundizar en torno a los efectos de las trayectorias puede ser una alternativa viable para eludir interpretaciones estáticas de la estructura de clases. Podría indagarse cómo se vinculan las pautas culturales y sociabilidades de clase con las transferencias de capital económico entre generaciones. Asimismo, poner en relación las condiciones materiales con las percepciones subjetivas puede ser una vía para comprender orientaciones ideológicas y políticas de las distintas clases y tipos de trayectorias. Por otro lado, en términos metodológicos sería indispensable diseñar instrumentos que capten mejor el patrimonio y las inversiones de los hogares. En este sentido, obtener información sobre los activos financieros y económicos de los hogares de origen, permitiría aproximarse a una mirada más completa respecto a la caracterización de las trayectorias de movilidad, comparando aspectos objetivos de las condiciones de vida pasadas y presentes.
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