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Cuadernos del CILHA

versión On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.16 no.2 Mendoza dic. 2015

 

RESEÑAS

Gómez, Antonio. Escribir el espacio ausente. Exilio y cultura nacional en Díaz, Wajsman y Bolaño.
Santiago: Cuarto Propio, 2013. 185p.

Roxana Azcurra

Universidad Nacional de Cuyo, Argentina
roxanazcurra@gmail.com

 

"El desplazamiento migratorio duplica (o más) el territorio del sujeto y le ofrece o lo condena a hablar desde más de un lugar". El epígrafe, de Antonio Cornejo Polar, da comienzo al libro de Antonio Gómez: Escribir el espacio ausente. Exilio y cultura nacional en Díaz, Wajsman y Bolaño (2013) con sello editorial Cuarto Propio, y es preludio de la condición descentrada que el autor asume como matriz para la construcción de una literatura transterritorial latinoamericana y del perspectivismo que adoptará –dueño de una mirada también multifocal, producto de su historia  intelectual entre  Argentina y Estados Unidos–  en sus lecturas de lo latinoamericano. El texto, una colección de ensayos, transita por la narrativa y el cine de tres escritores en lengua española: el cubano Jesús Díaz (1941–2002), la argentina Paula Wajsman (1939–1995) y el chileno Roberto Bolaño (1953–2003), que por su período de producción y estéticas desencantadas, se ubican en un lugar de ruptura respecto del proyecto político  del boom latinoamericano, y sintonizan más bien con el posboom o incluso con la generación McOndo, en germen en la poética de Bolaño, creador de un nuevo canon.

Con su elección de ficciones escritas fuera del continente, decisión sostenida por un sólido marco teórico, Gómez intenta mostrar la capilaridad existente entre vida y obra. El constructo comparatista le permite preguntarse por el tránsito hacia la disolución de las identidades nacionales producto del exilio, o lo inverso, la extraterritorialidad como consecuencia de la cancelación de un proyecto político.  Afirma en su estudio que las novelas seleccionadas nacieron en una época en la que el ostracismo  parecía ya un tema anacrónico. Estas narrativas, producidas en los años noventa o un poco antes, ven en la emigración la condición excluyente para la definición de lo latinoamericano: "el exilio político no es solo una circunstancia histórica recurrente en el proceso de construcción de las literaturas nacionales en América Latina […] sino […] la única circunstancia que permite y ha permitido la emergencia conceptual de las literaturas (o sea, de las identidades culturales) nacionales y regional" (18). Dicho rasgo proviene de la dialéctica territorial entre lo local y lo foráneo, que signa el proceso de formación de nuestra novelística  desde los románticos en adelante. La expatriación política posterior a los años sesenta acentúa la recursividad del proceso. A partir de su premisa, el autor se propone indagar en la capacidad del fenómeno para articularse en discurso privilegiado de la cultura latinoamericana, propio de la "inestabilidad" como clave textual.

El último decenio del siglo XX se reconoce como un momento de dislocación entre la ebullición política de los setenta  y el 9/11 –verdadero cisma en el pensamiento posmoderno que condujo al rebrote de la disquisición pública en el mundo entero. Enmarcada por el anuncio apocalíptico de Fukuyama sobre el fin de la historia y signada la década por el surgimiento de políticas neoliberales,  estos años se convirtieron en un intersticio, un reducto ideal para manifestaciones literarias aparentemente despreocupadas  por  construir un sujeto político según la acepción aristotélica. Las preguntas de este período giran en torno al lugar que ocupa lo nacional en las narrativas en que lo propio, el paisaje que nos hace ciudadanos de un lugar, está ausente. Y, desde qué concepciones se reescribe o no el topos local.  Por consiguiente, se hace posible una lectura alegórica de las novelas dada la ubicuidad de los escritores, hecho que les aporta una mirada en perspectiva, produciendo la renovación del pacto de lectura que rescinde  el contrato nacional. Los tres nombres estudiados padecieron la emigración. Sus biografías manifiestan la necesidad de reconstruir un ideologema de lo autóctono, la añoranza seguida de la decepción ante la imposibilidad de recuperar lo propio, o la indiferencia frente lo nacional con la consecuente imposición de una lógica de mercado.

Partiendo del método comparativo, al que respalda más allá de su clara conciencia de la crisis epistemológica que atraviesa este modo de abordaje, el investigador sostiene la necesidad de estudiar la literatura hispanoamericana  como un constructo plural y nos recuerda el valor fundacional que tiene el exilio como proceso social en la formación de la literatura comparada en Estados Unidos, para desde allí abordar el tema. Su valoración lo lleva a constatar la gradual y progresiva disolución de la nacionalidad como discurso identitario latinoamericano.  Avizora en las lecturas la reformulación  del proyecto revolucionario cubano, la mera etiqueta de lo nacional argentino sujeta a signos exteriores desemantizados por su anacronismo (el empleo del lunfardo, el tango), y  la huida centrífuga de un centro identitario, en un triple desplazamiento geográfico, político y estético. Señala: "[…] en estos textos puede reconocerse un camino político que va desde el revisionismo de los proyectos de la izquierda armada hasta la construcción de una suerte de utopía multicultural en la que se deposita la renovación del impulso político" (20).

Escribir el espacio ausente… está estructurado en cinco partes: una introducción, tres capítulos y una conclusión. En la introducción, dividida en dos secciones, se discurre sobre las distintas voces dedicadas al fenómeno exiliar. Están quienes han escrito sobre la expatriación propia o ajena y los que han hablado de héroes del pasado o de sus coetáneos más inmediatos. En su mayoría, estos procesos son narrados como las "ruinas de la emigración" por los teorizadores. Sin embargo, lo que aquí se pretende es analizar los conflictos en torno al espacio, el Estado y la escritura, sin teorizar: hacer una ideología de la desideologización, no caer en la metáfora, ya que es un cuerpo el que tiene que pasar por el desastre de irse. Por tanto, evitando asimismo recalar en lo meramente histórico o biográfico, se sugiere "atender al exilio como formación cultural que ha regido la elaboración de un discurso de la identidad nacional y regional, y su disputa" (15). Centrado en los estudios de Martín Barbero, el texto propone la desaparición del exilio político como tema central de la agenda cultural latinoamericana y su sustitución por la noción de diáspora, más acorde a las "fuerzas directrices" de la economía que rigen los años noventa. 

La segunda sección de la introducción considera la posible analogía entre extraterritorialidad y alegoría, a partir de la controvertida propuesta de Fredric Jameson sobre los textos narrativos del tercer mundo. El teórico norteamericano postula que las producciones de los países subdesarrollados deben ser leídas en forma alegórica, idea que produjo severas críticas  de parte de los estudios culturales, por el reduccionismo que implica. Gómez realiza una contrapropuesta: en su lugar de producción las novelas se leen de modo referencial. Sin embargo, teniendo en cuenta que los escritos exiliares se inscriben en el cruce entre al menos dos mundos – producidos en la metrópoli responden al campo cultural originario– se hace posible una lectura en clave alegórica. Sin ser explícito al respecto, el autor de Escribir el espacio ausente…, revitaliza también la teoría de Cornejo Polar, que es la que más se ajusta desde una lógica migratoria no andina, sino extrapolada a otros continentes, a una explicación de la diáspora y su discurso descentrado. La posición incómoda de expatriación plantea en sí misma una escritura dislocada, distanciada y en perspectiva: en suma un discurso otro desde el cual pensar lo propio. Esta interpretación se completa con la hipótesis de quien es considerado el teorizador más consistente en torno a la definición del campo intelectual latinoamericano, Ángel Rama.

En el capítulo uno se aborda la novela La piel y la máscara (1996) del cubano Jesús Díaz, escrita en el exilio por su excurso contra políticas oficiales de la isla en "Los anillos de la serpiente" – discurso pronunciado en el marco de los debates públicos por el quinto centenario de la llegada de los europeos al Caribe.  La contrapone  a la película del mismo Díaz, Lejanía (1985), producto de su etapa de intelectual revolucionario y de una retórica oficial monolítica. En el film, se descubre la alegoría del Estado como autor y al autor como representante del colectivo nacional, neutralizado por la fuerte presencia estatal. La novela, afirma Gómez, responde a una dinámica reescrituraria propia de la poética del cubano, pero adquiere un tono intimista al reproducir su propia biografía cultural. A la vez, simboliza una  utopía retrospectiva,  la película que debió haber sido y no fue, condicionada por la máscara de homogeneidad del régimen castrista. Por lo tanto, La piel y la máscara formula una nación posible y un propósito de acción política mediante la revisión de la historia reciente de Cuba.

El siguiente capítulo, contrasta la novela cubana con una obra de poca resonancia y de gran valor debido a que plantea la novedad de una literatura posnacional, "postargentina",  en la voz de una mujer: Informe de París, de Paula Wajsman. El texto  puede ser leído como el negativo de Rayuela, entre otros motivos, por  la desidealización vital que aflora en él. En los personajes, sujetos sin política con ideologemas de lo nacional que son expuestos como piezas de museo, y en la traición, leitmotiv de la obra, se advierte el fin de la idea de nación. Señala el crítico que Informe de París: "[…] funciona como el preanuncio y la realización intuitiva del desmantelamiento de la nación […]" (84). Además, agrega: "Toda la novela puede quizás describirse como el esfuerzo por poner a prueba la funcionalidad de las adscripciones nacionales […]" (87) por la imposibilidad de lazos colectivos. Consecuentemente, el exilio se va desdibujando, aunque persiste la nostalgia de la nación como aglutinadora de una identidad colectiva. El final es disfórico, porque a diferencia de la interpretación de Cortázar o de Diana Sorensen, la emigración no produce el pasaje de la diáspora al ágora. El viaje de la argentina fuera de su país resulta en proceso de deconstrucción de la identidad nacional.

En el tercer y último capítulo,  se estudian fundamentalmente tres novelas de Roberto Bolaño: Estrella distante (1996), Los detectives salvajes (1998), y la póstuma, 2666 (2004), estableciendo analogías entre ellas y la errante vida del artista.  Belano, alter ego de Bolaño en Los detectives…, y narrador en 2666, se caracteriza por el "triste folclore del exilio" y por el "caminar hacia atrás", alegoría de la actitud de las culturas posdictatoriales, subraya Gómez, respecto del pasado y el porvenir. Para el crítico, en Bolaño desaparece la noción de exilio como pérdida de la nación. En lugar de ese binarismo el espacio se vuelve disgregado, circular, y el lazo entre país y sujeto se corta. En consecuencia, el hecho literario pierde su valor como bien simbólico capaz de transformaciones y adhiere a la lógica de mercado.  Para hacer estas aseveraciones, el investigador no se apoya solo en las ficciones, sino en el discurso de Caracas que pronunció Bolaño, donde la idea de generación aflora como la de un grupo de derrotados, herederos del fracaso del proyecto de la Unidad Popular, tema central de su narrativa. Con todo, Los detectives salvajes proyecta, luego de un movimiento sin localización espacial determinado por el nomadismo, la posibilidad de la política que reaparece en un tercer mundo otro, África. Pero  la diégesis permite más lecturas, la de un paradigma desnacionalizado, un mundo pospolítico que continúa en 2666. El fragmentarismo, análogo a la ausencia de integridad nacional, y un tono testimonial que anuncia el fin de la literatura frente a la impronta de lo real, son indicios claros de que esta es una novela sobre el fin de la literatura. El hallazgo del comparatista está en la lógica rizomática que descubre entre las historias. En todas, la circulación de los sujetos funciona deslindada de filiaciones identitarias.

La coherencia de esta colección de ensayos es el resultado de su organicidad estructural y temática. Una consistencia teórica incuestionable y el afán de discusión,  consecuentes con la renovación del subgénero exiliar en los noventa, nos permiten considerar la lectura del volumen como fundamental para quienes se acerquen al estudio de la narrativa latinoamericana de las últimas décadas. Con una génesis múltiple, entre Tulane,  Mendoza y  Chile, la obra estudia las escrituras nómadas y se ocupa de redefinir el rol del escritor como sujeto político. Gómez logra cribar aquellos rasgos que muestran la permeabilidad cultural de las voces estudiadas; algunas más reconocidas, como las de Díaz y Bolaño, y otras que pasaron casi desapercibidas, como la femenina de Wajsman. Su planteo es, en suma, una invitación a poner en relación lo político con lo personal, lo nacional con lo subjetivo, y en esto, reconocemos el acierto en la elección del texto de Jameson como marco teórico, que ve en las historias privadas una cifra de la nación. Pero sobre todo, el mérito de la colección está en desentrañar la trama posmoderna subyacente como fenómeno cultural, político, histórico y filosófico.

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