SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.23 número2Introducción al Dosier: Significados y experiencias de la ma/paternidad en la literatura hispanoamericanaMaternidad/paternidad y el pasado no vivido: cuerpos divididos y monstruosos en la literatura argentina contemporánea índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Cuadernos del CILHA

versión On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.23 no.2 Mendoza jun. 2022  Epub 05-Ene-2023

http://dx.doi.org/10.48162/rev.34.049 

Dossier

¿Mater semper certa est? Muestras de maternidades disruptivas, omisiones y dominios en la narrativa de Fernanda Trías, Giovanna Rivero y María José Ferrada

¿Mater semper certa est? Samples of disruptive maternity, omissions and domains in the narrative of Fernanda Trías, Giovanna Rivero and María José Ferrada

Giuseppe Gatti Riccardi1 
http://orcid.org/0000-0001-5500-1631

1 Università degli Studi "Guglielmo Marconi". Universidad de Vest - Timişoara. giuseppe_gatti@hotmail.com. Italia

Resumen:

Se propone un análisis de tres textos ficcionales contemporáneos de narradoras hispanoamericanas que construyen figuras femeninas capaces de cuestionar con sus actitudes y elecciones vitales tanto los modelos estereotipados de lo femenino y de lo maternal, como el mantenimiento de la tradición compacta de la familia nuclear. ¿Puede considerarse la desestructuración de las asignaciones tradicionales de los roles maternales en los núcleos familiares descritos en la diégesis como una ruptura con respecto al desenvolvimiento canónico del yo femenino en el marco de los lazos madres-hijos? O, en cambio, ¿se trata de un proceso subjetivo que atañe la individualidad y se desvincula de los procesos socio-históricos actuales? Se intentará ver cómo los textos seleccionados basculan entre un extremo marcado por el control materno del cuerpo ajeno, como práctica que interviene en el nivel anatómico volviendo el cuerpo del hijo débil y dócil, y otro extremo en que las omisiones y las ausencias maternas ofrecen a la progenie la oportunidad de articular un discurso de “constitución subjetiva del yo”, desligado del entramado relacional inter-generacional.

Palabras clave: Fernanda Trías; Giovanna Rivero; María José Ferrada; Maternidades alternativas; Existencia insular

Abstract:

We propose an analysis of three contemporary fictional texts by Spanish-American narrators that construct female figures capable of questioning with their attitudes and vital choices both the stereotypical feminine and maternal models, as well as the maintenance of the compact tradition of the nuclear family. Can we consider the dismantling of the traditional assignments of maternal roles in the family described in the novels as a rupture respect to the canonical development of the feminine ego within the framework of mother-child ties? Or, on the other hand, is it a subjective process that concerns individuality and is not related with current social and historical processes? We will try to see how the selected texts oscillate between an extreme characterized by the mother’s government of son/daughter’s body as a practice that intervenes at the anatomical level (making the body weak and docile), and another extreme in which maternal omissions and absences offer the progeny the opportunity to articulate a discourse of “subjective self-constitution”, detached from the inter-generational relational framework.

Keywords: Fernanda Trías; Giovanna Rivero; María José Ferrada; Alternative maternity; Isolated existence

Que de noche amigos míos en una reunion a mi corazón pobre le pongan aloé y fuego, que devuelvan el corazón a la que me lo dio: el pago de las madres son polvos que les llevan. Juliusz Słowacki, “Mi testamento”.

Binario pero no opuesto: prosa femenina apartada de las ideologías militantes

Al analizar la producción narrativa de las principales escritoras occidentales del siglo XIX, Ellen Moers (Literary Women, 1976), Sandra Gilbert, Susan Gubar (The Madwoman in the Attic, 1979) y Toril Moi (Sexual/Textual Politics: Feminist Literary Theory, 1985) han puesto de relieve, en sus sendos estudios, cómo la creatividad literaria se había sopesado -a lo largo de los siglos- como una actividad eminentemente masculina, por estar las (potenciales) escritoras imposibilitadas socialmente a crear imágenes propias y por convivir con la inviabilidad asentada culturalmente de proponer modelos literarios capaces de cuestionar y/o re-significar los arquetipos cultural-letrados impuestos por los esquemas especulativos hegemónicos. Desde diversas instancias legitimadoras, la escritora como figura social y cultural era percibida como El gran Otro1, la loca peligrosa (the madwoman de Gilbert y Gubar) o la invitada fuera de lugar, a quien no se le concedía el uso de ese “cuarto propio” que invocaba Virginia Woolf (A Room of One’s Own, 1929). De ahí su imposibilidad de construir su “postura literaria” fundada en imaginación y deseos propios, desvinculada de modelos de verosimilitud inscritos en el marco del hetero-patriarcado, como construcción cultural históricamente asentada.

A partir, precisamente, de los años setenta del siglo XX, la evidencia empírica ha puesto en evidencia el surgimiento de una autoridad literaria en femenino que conecta con la afirmación del análisis crítico de la literatura de mujeres al que Elaine Showalter (1975) dio el nombre de ginocrítica. La realidad sociocultural contemporánea se ha encargado de demostrar cómo la consolidación de una tradición literaria claramente femenina es un rasgo que no solo ha marcado el devenir de las estructuras culturales, ideológicas y sociopolíticas de las tres últimas décadas del siglo pasado, sino que se ha extremado -en los primeros veinte años de la presente centuria- gracias al desarrollo de nuevos modelos basados en el estudio y la experiencia femenina y en el análisis de perspectivas de género que revelan de qué forma se construyen culturalmente características específicas atribuibles a la masculinidad y a la feminidad, ya desligadas de las supuestas correspondencias con sus respectivos rasgos biológicos. En lo que va del nuevo siglo, se han definitivamente afirmado -en la literatura escrita por mujeres- ciertas inquietudes que pueden resumirse en

[l]a reconstrucción de la historia de las mujeres y de una tradición literaria femenina;[...]; el debate entre la determinación biológica y la construcción social del género; [...]; cultura y tradición lesbiana; [...]; condición de la escritora y circunstancias de su creación; autobiografía; especificidad y posibilidad de un lenguaje femenino; [...]; subjetividad y constitución de la identidad genérica (Domínguez Caparros, 2011, pp. 318-319).

En un marco sociocultural como el actual -en el que la literatura escrita por mujeres y centrada en el protagonismo de caracteres femeninos crea la posibilidad de una verdadera epistemología de lo mujeril- se ha ido conformando un canon que ha tomado dos caminos ideológicos distintos: por un lado, el de la crítica propuesta por el ultra-feminismo radical, que a) pretende acentuar los conflictos intergenéricos latentes; b) propone un rechazo de toda experiencia literaria anterior que estuviera apoyada en modelos de pensamientos no peculiarmente femeninos; c) aún partiendo de un punto de partida provechoso, apoyado en “la crítica al esencialismo biológico y a la naturalización de rasgos relacionados con lo masculino y lo femenino” (Castro Ricalde, 2009, p. 112), plantea una reivindicación que no ambiciona a la educación intergenérica sino al conflicto entre los dos polos de la sexualidad. El segundo camino se exterioriza, en cambio, en la reflexión artística que evita las oposiciones contrastivas y que pretende ensalzar una meditación sobre la construcción del sujeto femenino, sobre la diferencia y los constructos culturales que crea el discurso genérico o sexuado, desde una perspectiva literaria no sexualmente ideologizada. Si bien ambas tendencias pueden apreciarse tanto en el marco de la crítica literaria vigente como en el de la producción ficcional actual, centraremos nuestro estudio solo en los presupuestos en que se funda el segundo discurso.

En un contexto histórico en el que cada día más se proyectan -en lo literario- imágenes de mujeres escenificadas desde la mirada femenina, ¿resulta todavía posible atribuir a la ficción un sentido que esté desligado del marco contextual de referencia? Y también ¿dónde se coloca la percepción crítica contemporánea en relación con este asunto? ¿Cuán amplias son las fisuras del entramado socio-normativo provocadas por la aparición perturbadora de cuerpos cuya presencia en la ficción postula una revisión profunda de las categorías epistemológicas al uso, en el contexto sociocultural del occidente hispánico? Julio Premat se muestra rotundo cuando alude a “la importancia del contexto en la atribución de sentido a los textos y una concepción de la historia literaria hecha de cambios y novedades. Ambos son aspectos operativos y a veces centrales en cualquier evaluación de la producción [cultural]” (Premat, 2014, p. 22). Nuestro contexto de referencia en las páginas que siguen es el de una tradición literaria femenina hispanoamericana que se aleja de las críticas ideológicas a priori a los modelos sociales vigentes y que ensancha una reflexión alejada de la celebración de la especificidad de la escritura femenina, para proponer -en cambio- una reflexión de carácter literario sobre las construcciones socioculturales imperantes en la actualidad, ofreciendo una lectura distinta de los constructos asentados que históricamente asocian lo masculino y lo femenino con ciertas propiedades influidas por instancias reguladoras de marca biopolítica. Esto significa que, si bien “contexto y conminación de innovación incluyen [...] elementos ideológicos que son entonces consubstanciales al relato moderno” (Premat, 2014, p. 22), se centrará la atención en las declinaciones posibles del concepto de escritura femenina focalizada en: a) el motivo de la maternidad y de una cierta performatividad que ha estandardizado la identidad de género; b) la normalización de las distinciones entre tareas masculinas y femeninas apoyadas en instancias reguladoras de las conductas según patrones binarios y oposicionales, pero desvinculándose del feminismo teórico más intransigente.

En particular, se intentará proponer un análisis centrado en las distintas formas de representación literarias contemporáneas de las relaciones que se establecen entre progenitores e hijos, haciendo hincapié -en particular- en las dinámicas interrelacionales que afectan el rol materno puesto en conexión con su progenie, según modelos y/o diseños corporales apartados de los hegemónicos2. Punto de arranque ineludible de este tipo de análisis es la tendencia a la renovación de las jerarquías de los estamentos sexuales que había empezado a afianzarse en la década del sesenta del siglo pasado y que, en el siglo XXI, se afirma como un desmantelamiento consolidado de las estructuras institucionalizadas que regulan los papeles sociales dentro de las estructuras familiares. Debe tenerse en cuenta, en primer lugar, que la prolongación de la esperanza de vida ha ido modificando el entramado biográfico de los seres humanos y ha tenido un impacto sobre todo en la vida de las mujeres puesto que hasta bien entrado el siglo XIX,

el tiempo que duraba la vida de una mujer bastaba para traer al mundo y educar al número de niños supervivientes deseado socialmente; hoy estos deberes maternos acaban a los 45 años. Vivir para los hijos se ha convertido en una fase pasajera de la vida de las mujeres. Tras ella, quedan por término medio tres décadas de nido vacío más allá del centro tradicional de la vida de las mujeres (Beck, 2017, p. 186).

El resultado de esta liberación demográfica de las mujeres, desde el punto de vista de la historia social, se ha manifestado en una reestructuración de los mecanismos de funcionamiento interno en los núcleos familiares, según unos nuevos modelos reguladores que replantean los esquemas de la funcionalidad socio-familiar. A esta primera reestructuración se han sumado, además, los efectos de la mayor participación de las mujeres en el trabajo retribuido, lo que ha producido otro tipo de compromiso femenino con respecto al cuidado tradicional de la familia, y de los hijos en particular. A la luz de lo expuesto -y considerando los cambios en las formas sociales de vida y en las estructuras institucionales de la sociedad de mercado (que ha modificado las asignaciones tradicionales de roles en la familia)- el corpus literario que se ha seleccionado está limitado adrede dentro de un marco cronológico extremadamente restringido, comprendido entre 2001 y 2017. Asimismo, en lo que se refiere a la cartografía geo-literaria rastreada, las áreas geográficas de referencia se reducen a dos países cono-sureños (Uruguay y Chile) y a Bolivia, nación que desde el punto de vista cultural e histórico mantiene todavía una fuerte ligazón con Chile, si bien a menudo no exenta de conflictos y discrepancias políticas. En las tres novelas objeto de estudio, La azotea (de la uruguaya Fernanda Trías, 2001), 98 segundos sin sombra (de la boliviana Giovanna Rivero, 2014) y Kramp (de la chilena María José Ferrada, 2017), las escritoras construyen una “geometría de la visibilidad” del rol materno, según parámetros perceptivos derivados de los mecanismos socioculturales contemporáneos, habilitando una revisión crítica del papel que el cuerpo y la físicidad maternales adquieren en el proceso de revisión de las agendas socioculturales3. ¿En qué medida estos actos descriptivos se insertan en un sistema de pensamiento y en una forma de percepción del papel de la madre que ofrecen al dominio del lenguaje unas individualidades femeninas distantes de los modelos familiares de cuño tradicional? ¿Cuáles son los matices que -al nivel textual- permiten a esta vertiente de la nueva narrativa hispanoamericana construir individualidades alejadas de los esquemas que marcaban genéricamente a los individuos, según los patrones conservadores difundidos en el occidente cristiano ya desde finales del siglo XVIII?

Las tres figuras femeninas que -con distintos grados de protagonismo- ocupan las páginas de las novelas escogidas proyectan caracteres que actúan en un contexto complejo de interacción humana ubicado en las antípodas con respecto a los moldes socioculturales asentados desde la Ilustración, cuando para las mujeres se pregonaba la higiene del matrimonio, es decir, se alababa ese “estado perfecto, el más saludable y recomendable para tener una larga vida: el del matrimonio, único lugar permitido por las leyes tanto religiosas como civiles para ejercer una sexualidad benéfica y saludable, es decir, fecunda” (Núñez Becerra, 2014, pp. 149-150). Lo que se pretende plantear en las páginas que siguen es un análisis de las distintas formas de representación ficcional de ciertas actitudes y posturas femeninas que -al desvincularse de toda atadura con los modelos de sometimiento y dependencia de las instancias normalizadoras de género- acaban construyendo, sin embargo, voluntades incapaces de frenar las necesidades espontáneas e instintivas del sujeto.

Así, a las preguntas que se acaban de plantear se suma la necesidad de reflexionar sobre unos aspectos que serán clave en nuestro análisis: a) ¿en qué medida las pulsiones que mueven a las figuras femeninas de las tres ficciones se alejan de los modelos estereotipados de lo femenino y de lo maternal, y “revientan las relaciones entre los sexos que están soldadas con la separación de producción y reproducción y son mantenidas juntas en la tradición compacta de la familia nuclear, con todo lo que esta contiene en comunidad, asignación y emocionalidad” (Beck, 2017, p. 184)?; b) ¿en qué grado el alejamiento de las asignaciones tradicionales de los roles maternales en el núcleo familiar que se describe -con distintos matices- en las tres novelas, puede considerarse de naturaleza patológica? o ¿en qué medida, en cambio, su origen es normal y en el camino algo las vuelve malsano y/o anómalo? c) ¿bajo cuáles rótulos de ese desenvolvimiento del yo femenino se insertan las formas de desestructuración de las relaciones madres-hijos representadas, en el marco de un proceso histórico más amplio de desarticulación de los tejidos familiares canónicos?

Condición insular de las existencias maternales

Si uno de los resultados más llamativos de las modificaciones de las estructuras socioculturales en el mundo occidental en el último medio siglo ha sido la des-tradicionalización de los modelos de vida familiar, debe considerarse como una de las causas principales de este fenómeno la concepción de la vida como una “experiencia individual”. El desmantelamiento de la idea de hogar avanza “al hilo de los procesos de individualización, [en los que] la familia nuclear agudiza sus límites, y se configura una existencia insular que se independiza frente a las vinculaciones que quedan aún” (Beck, 2017, p. 186). ¿En qué medida la vida de las jóvenes madres que protagonizan las tres novelas se vuelve una “existencia insular”? Y, sobre todo, ¿cómo se expresa en el plano textual esa independencia frente a las vinculaciones con los roles femeninos tradicionales anclados a los intereses del modelo neoliberal? Posibles respuestas podrían encontrarse en la exploración de las sendas “posturas literarias” de las tres autoras, o sea, preguntándonos dónde se coloca con respeto a este asunto el conjunto de dimensiones discursivas y no discursivas de cada autora. ¿Es posible detectar en cada una de ellas una distancia entre su función externa de autora (en entrevistas, discursos y actitudes públicas) y el nivel interno, es decir, en la construcción de la imagen del enunciador en el texto?

En La azotea, Fernanda Trías logra articular una estructura narrativa dominada por una atmósfera lóbrega en que la protagonista (una joven madre encerrada en su piso -por elección propia- con su padre anciano y su pequeña hija) percibe sobre sí una amenaza inminente e indefinida de la que surge la presencia de un conjunto de motivos centrados tanto en la relación cuerpo-poder como en formas distintas de gobernabilidad del sujeto. Aspectos temáticos que pueden resumirse en los siguientes: a) la experiencia que vive la protagonista como “cuerpo-víctima”, sujeta a la sensación doble de persecución y vulnerabilidad (la victimización del yo se explaya en este caso como efecto del trastorno mental de la mujer); b) las prácticas disciplinarias de encierro y sujeción que la protagonista ejerce sobre su pequeña hija y su padre, llevando a cabo una forma de disciplinamiento diario dirigido a conseguir la docilidad de la voluntad de ambos. La estructura narratológica del texto -construido alrededor de un discurso único trasmitido al lector a través del relato de la mujer- engendra la posibilidad de identificar un núcleo patológico en la figura materna, núcleo que el lector no sabe si colocar “en el cuerpo orgánico, en los objetos del mundo exterior o en la psique, ese nuevo lugar, ni físico ni mental completamente, que no se localiza espacialmente pero que es impactado por los objetos del mundo y produce efectos sobre el cuerpo” (Gorbach, 2014, p. 195).

En 98 segundos sin sombra, la percepción del rol materno se transmite al destinatario del relato desde una perspectiva opuesta: si en La azotea el sesgo de la mirada desde el que se miran los hechos es el -escasamente confiable- de la madre, en la novela de Giovanna Rivero el ángulo visual e informativo es el de Genoveva, una hija adolescente que se empeña a diario en la tarea de mantener la cordura ante las ensoñaciones delirantes de una madre insatisfecha de su vida, cuyas relaciones con un marido depresivo y obsesionado con el trotskismo se reducen a una mera convivencia en el espacio compartido de la vivienda común. El contexto espacial en el que se desarrolla la narración dibuja los trazos de un mundo cerrado y claustrofóbico: Genoveva estudia en un colegio de monjas y vive en un pueblo perdido entre montañas en la provincia de Santa Cruz, alegoría de la América Latina profunda donde los pocos elementos de modernización aparecen de la mano de los narcotraficantes locales. La anécdota del nivel diegético, aún alejándose del régimen estricto de encierro doméstico que se pormenoriza en el piso montevideano de La azotea, vuelve a proponer un movimiento de inclusión/exclusión marcado por la tensión entre el intento de construcción de identidades subalternas y el de la liberación de la subjetividad. La novela, de hecho, esboza un estilo de vida en el que se mueven paralelas dos condiciones antagónicas: por una parte -al faltar en el núcleo familiar de la joven protagonista un “control desde arriba” ejercido por los padres- el monitoreo constante se traslada a las instituciones, sobre todo durante las horas escolares; “nunca se sabe cuándo habrá control. Simplemente aparece alguien, linterna en mano, y comienza la inspección: te alumbran las piernas como si fueras leprosa” (Rivero, 2014, pp. 107-108). En el otro extremo respecto del régimen de control estricto que se despliega en el colegio, se coloca la laxitud de los comportamientos maternos: la inestabilidad emocional de la madre de Genoveva -ocupada en la lectura de sus libros sobre el karma- remite a una suerte de descalificación inconsciente de las prácticas consideradas canónicas en la maternidad, siendo la ausencia y la irracionalidad los elementos que más completamente definen a la madre de la joven. Frente a la voluntad férrea de Genoveva de abandonar el provincianismo mezquino de su lugar de nacimiento, intentando llevar a cabo una verdadera auto-expulsión de su ciudadanía corporal reprimida, se impone una figura materna que -en el imaginario social de lo femenino- remite a los conceptos de fisiología relacionados con la histerización del cuerpo: conceptos que conciben a la mujer “como un ser frágil y propenso a enfermar por la supuesta debilidad nerviosa de su carácter profundamente emocional que se perturba con mayor evidencia cada mes y en cada embarazo, puerperio y menopausia” (López Sánchez, 2014, p. 178). Esta segunda lectura (que introduce la segunda postura antagónica a las que se ha hecho alusión arriba) se desprende del análisis textual, en las palabras de resignada decepción que la hija pronuncia en uno de sus monólogos: “no es difícil domar a mi padre, solo hay que tener voluntad y ovarios y no estoy segura de que Madre tenga lo primero. Y lo segundo sin lo primero solo sirve para darle descendencia a un hombre” (Rivero, 2014, p. 10).

Así como ocurre en la novela de Rivero en la que abundan precisas referencias topográficas y cronológicas que quedan patentes desde el comienzo del desarrollo novelesco, también Kramp, de María José Ferrada muestra un sólido anclaje a lo real, aclimatándose los sucesos expuestos en un período histórico claramente identificado que va desde 1969 hasta 1988, pocos meses antes del regreso de Chile a un sistema político democrático. El cronotopo de referencia resulta un elemento clave para que el lector pueda seguir el proceso de educación que recibe la protagonista a lo largo de los años en su trabajo de ayudante y cómplice del padre, vendedor viajero de serruchos, martillos, picaportes y clavos. La ausencia reiterada de la figura materna en la trama se debe, en este tercer texto, a una suerte de aislamiento emocional que la mujer elige como destino propio y que -tal como se descubrirá solo al final de la novela- mantiene una estrecha relación con hechos trágicos conectados con la dictadura militar en Chile. Resumir los motivos temáticos dominantes en Kramp significaría examinar: a) la fragmentación de la estructura familiar preceptiva, un quiebre que convierte a padre e hija en cómplices durante viajes picarescos recorriendo los pequeños pueblos del sur chileno, a escondidas de una madre casi incapaz de registrar lo que acontece a su alrededor; b) la ruptura del modelo canónico de la figura materna asociada a la normatividad doméstica y el cuestionamiento del género socio-sexuado y de comportamiento como algo dado, poniendo en entredicho “a la interacción social y a las instituciones como las variables determinantes para la constitución genérica del sujeto y su distancia en relación con su sexuación” (Castro Ricalde, 2009, p. 112); c) una condición de la infancia dotada de connotaciones positivas (lo que se aprecia en la primera mitad de la novela), representada como una etapa idílica y feliz relacionada con la inocencia, la pureza (manifiestas en las “aventuras” vividas al lado de la figura paterna) y la vulnerabilidad por la ausencia de la madre. Tal como se verá a continuación, la condición de aislamiento anímico que caracteriza a la madre de la protagonista la convierte en una suerte de astronauta alejada en el espacio, desinteresada en lo que acontece en la Tierra e incapaz de regresar sin lastimarse ni lastimar a su entorno de referencia: “los aterrizajes no son fáciles, y en el suyo, mi madre había perdido la mitad de la visión del ojo izquierdo. Por ese punto ciego comenzaría a pasar lo que llamé mi doble vida. Una madre entera lo habría notado” (Ferrada, 2019, p. 23).

El proceso de toma de conciencia paulatina por parte de la joven de la soledad existencial a la que todo ser humano está condenado acaba siendo el resultado de una des- incorporación gradual de los sistemas de protección socio-familiares; a su vez, su soledad se fortalece frente a la imposibilidad de establecer un diálogo con una figura materna atrincherada en una suerte de dimensión paralela, lo que ubica a la madre en el rol de cuerpo expulsado de la máquina antropológica por los efectos de políticas de Estado. Desde enfoques conceptuales distintos y mediante estructuras narratológicas opuestas, los tres textos matizan el determinismo de las construcciones sociales ligadas a la convicción de que el individuo (en nuestro caso, la figura materna) se coloca indefectiblemente en “un medio social estructurado y estructurante, que convierte al ser humano en opresor y oprimido, víctima y victimario, simultáneamente, en el cual él mismo reproduce las condiciones que material y simbólicamente lo atan a ese sistema” (Castro Ricalde, 2009, p. 113).

Alteración de las asignaciones tradicionales de género

En los tres textos de ficción es posible detectar un modelo de representación de lo femenino que desarticula tres concepciones ideológico-culturales y científicas arraigados en la cultura occidental. En primer lugar, se desmantelan los modelos arquetípicos de la tradición literaria femenina constituidas por “imágenes de encierro y fuga, fantasías en las que dobles locas hacían de sustitutas asociales de yoes dóciles, metáforas de incomodidad física manifestada en paisajes congelados e interiores ardientes” (Gilbert y Gubar, 1998, p. 13). Si de encierro se trata en La azotea, es de una forma de enclaustramiento que la mujer impone y no padece, si a yoes dóciles se alude en el texto, se trata más bien de las figuras infantiles o del personaje masculino. Por otra parte, en lo que se refiere a la desarticulación de concepciones ideológico-científicas arraigadas desde la antigüedad, se desmoronan tanto la estructura conceptual aristotélica que había reducido lo femenino a lo incompleto, como la lógica hipocrático-galénica que había empleado la sinécdoque útero-centrista para explicar la vida y la salud de las mujeres. En los modelos psicológicos y socioculturales de la modernidad, ambas concepciones científicas habían contribuido a fortalecer no solo la división sexual del trabajo y de las conductas sociales, sino también una perspectiva de género de raigambre biopolítica como concepción epistemológica productora de un entramado ideológico capaz de “fundamentar la desigualdad social y el ejercicio del poder de las mujeres en relación con los hombres” (López Sánchez, 2014, p. 166). Los tres textos construyen, cada cual a su manera, un discurso en el que las figuras femeninas -lejos de representar ejemplos modélicos de conducta- desmontan la tesitura ideológica que concibe a la figura materna como un ser consagrado a los hijos, según coordenadas biológicas socialmente construidas y culturalmente reguladas para la fabricación de modelos socio-corporales compatibles con las operaciones de regulación político-social. ¿En qué grado las actitudes de las tres, a veces violentas, otras veces impregnadas de irresponsable desinterés, apuntan un discurso autorial que remite a la desarticulación de los modelos propuestos por la antropología de la infancia -en los que prima la dedicación al interés superior del niño-? ¿En qué medida se articula una reformulación de las categorías modélicas dominantes? En el momento en que el sistema sociocultural considera a la mujer una loca, una enferma mental -si no vive la maternidad de acuerdo con las pautas establecidas por el patriarcado- ¿no estaríamos ante otro polo de la misma mirada? O sea, ¿no se estaría reproduciendo -desde lo femenino- este mismo discurso, más que desmantelarlo?

En La azotea los motivos clave del texto se pueden condensar en el delirio emocional de Clara, hecho del que nace una percepción desviada de lo real que se transfiere al lector. A esto se suma la condición de encierro que experimentan los personajes, enclaustrados en un espacio doméstico oscuro y opresivo por voluntad de la mujer, un aspecto que se relaciona precisamente con el control y el manejo de los cuerpos, sometidos por la figura materna a un cierto poder de vigilancia4. El acceso al mundo morboso y enfermizo de Clara implica la aceptación de un pacto previo de complicidad emocional con la protagonista-narradora, es decir, asumir que para ella el mundo exterior representa un peligro: una amenaza indefinida de la que tiene que protegerse y que le impone la defensa de los miembros de su familia mediante un enclaustramiento forzoso5. En su caso, la aplicación del poder sobre el cuerpo de los demás miembros de la familia se manifiesta bajo la forma de la disciplina y la coerción diarias, con el propósito de convertir la continuidad del disciplinamiento ejercido sobre el sujeto en una herramienta para construir la obediencia. En la novela, la niña y el anciano padre se convierten en cuerpos dóciles precisamente por (o a causa de) la instauración de un régimen doméstico de sujeción estricta según el modelo foucaultiano, por el que la disciplina genera

cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos dóciles. La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos de utilidad) y disminuye esas fuerzas (en términos políticos de obediencia). En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una aptitud, una capacidad que trata de aumentar, y cambia por otra parte su energía y la convierte en una relación de sujeción estricta (Sierra González, 2012, p. 32).

El modelo que propone Trías desmorona el edificio de la jerarquía estamental ínsita en el orden familiar tradicional y lo sustituye por una reformulación de la noción de identidad oprimida y estigmatizada. No solo se desmantelan desde el incipit las separaciones entre trabajo doméstico (asociado a lo femenino) y trabajo retribuido (prerrogativa tradicional de lo masculino) sino que, sobre todo, se invierten los códigos asentados de dependencia que asignaban a lo varonil el dominio del orden doméstico. Clara es una madre cuyo control sobre su hija y su anciano padre debe consolidarse bajo la forma de una presión constante, una coacción mantenida sobre “cuerpos sometidos”. Su dominio sobre los demás sujetos encerrados en el piso no solo rompe con las tendencias que le asignan al desenvolvimiento social el papel definitivo en la constitución del género como categoría, sino que también se ejerce “como derecho de apropiación o mecanismo de sustracción de las cosas, del tiempo y de los bienes, y que culmina en la posibilidad de apoderarse de la vida para suprimirla” (Hernández Martínez, 2012, p. 67). Para que la apropiación se complete, quien ejerce el poder debe lograr también que el cuerpo dominado pierda sus fuerzas, en pos de un más elevado grado de obediencia. En el proceso de volver débil el cuerpo es necesario invertir los términos de la urgencia que justificaría el encierro: así, Clara construye su “discurso de poder” fundándose en la subversión de los roles, con el objetivo de aumentar la capacidad de dependencia de su padre y su hija, bajo el pretexto de la urgencia de la protección de ambos.

Frente al régimen de control riguroso llevado a cabo por la protagonista femenina de La azotea, en 98 segundos sin sombra, la estructura narrativa del texto se apoya en la transparencia y fragilidad del rol materno -cuerpo que se auto-excluye-, compensada por una fuerte relación empática que la joven narradora mantiene con la anciana abuela moribunda, experta en las mañas de los ritos vudú. La transparencia y la fragilidad de la ligazón madre-hija son los parámetros que se imponen a partir de la comprobación por parte de Genoveva de la distancia emocional, ya imposible de reducir, que se establece en las relaciones inter-generacionales; distancia que se aplica a los escasos intercambios con su madre: Padre ve a Clara Luz, su propia madre, mi abuela, como si fuera una extraterrestre. Debe ser que así nomás son las cosas con las madres. Algo se rompe mientras te hacés grande y las madres se cansan, se pudren, se avergüenzan y de algún modo te abandonan” (Rivero, 2014, p. 19). En el acto de referirse a las madres como a una categoría sin distinción que expulsa a su progenie de la ciudadanía filial, la joven protagonista construye una doble epistemología de la maternidad falaz: en primer lugar, articula una práctica discursiva colocada en las antípodas con respecto al modelo de las coerciones diarias y de la continuidad del disciplinamiento ejercido adrede para construir la obediencia. Por otro lado, la reflexión de la niña extiende los contenidos expuestos a un ámbito que -en su lectura de los significados comportamentales- desvincula la percepción del rol materno de la experiencia meramente individual y amplía el alcance de su definición del papel de madre a un espacio socio-histórico mucho más complejo, pues considera que la desintegración de las relaciones entre madres e hijos es una “percepción colectiva de un fenómeno global [que] puede oponerse a la percepción individual de lo que una esencia pueda dejar aparecer constantemente de sí misma y de su identidad en la multiplicidad de los fenómenos” (Foucault, 2012, p. 50). ¿En qué medida el estado de abandono al que se refiere la joven protagonista de 98 segundos sin sombra enlaza con el conjunto de manifestaciones que caracterizan -en la contemporaneidad occidental- la progresiva liberación de las mujeres respecto de las nociones de su destino estamental femenino? La familia parece hoy en día constituirse en un obstáculo para los procesos de individualización y de creación de la “existencia insular” femenina, cuya consecución lleva no solo a independizarse frente a los roles de género socialmente consolidados, sino también a reformular los preceptos de las agendas sociales y morales al uso. La inconsistencia de la figura materna en la novela de Rivero parecería, en efecto, establecer una relación con “la espiral de la individualización (mercado de trabajo, educación, movilidad, planificación de la carrera) [que] interviene doble y triplemente en la familia. La familia se convierte en un malabarismo permanente con ambiciones divergentes entre las profesiones y sus exigencias de movilidad, las ocupaciones educativas, los deberes para con los hijos y la monotonía del trabajo doméstico” (Beck, 2017, p. 187).

A la obligación de hacer malabares diarios se sustrae la madre ausente de 98 segundos sin sombra, pues su desligarse de las asignaciones tradicionales femeninas es compensada por la presencia de la abuela y, sobre todo, por la toma de conciencia de la protagonista de la necesidad de llevar a cabo por su cuenta una estrategia de resistencia que pasa por un proceso de fortalecimiento de la subjetividad identitaria. ¿Es el modelo de perfil materno que esboza Rivero un arquetipo modélico que establece una ligazón con la imposibilidad de un lenguaje de comunicación intergeneracional? Parece viable afirmar, en efecto, que el refugio de la madre en la lectura de libros de la mística hindú remite al desmoronamiento de la subjetividad identitaria, que ya solo pretende sobrevivir, puesto que “nuestra animalidad ya se ha perdido en nombre de la civilización seca y bien comportada, nuestra atención ya está definitivamente focalizada en intentar sobrevivir, nuestra soledad es insufrible o impracticable [...] y nuestro lenguaje dejó hace tiempo de ser materno, ventral, fecundo, metafórico [...]” (Skliar, 2016, p. 21). Frente a los arbitrios reguladores que pretenden intervenir en la producción y dominación de cuerpos y subjetividades en la sociedad postindustrial, la madre de Genoveva opta por la auto-exclusión a través de la inmersión en el esoterismo, como forma alternativa de supervivencia.

El traslado de los procesos de desarticulación de las relaciones entre madres e hijos del nivel individual al plano colectivo y socialmente reconocido es un elemento cuya presencia es posible rastrear también en Kramp. El perfil de madre ausente que se describe en el texto de Ferrada pone en entredicho el imaginario social del instinto materno tradicionalmente asentado, al representar una figura de ficción que es descrita -siempre desde la perspectiva de la hija-narradora- como un ser ajeno, aterrizado casi por casualidad en los valles chilenos: “Todo lo que siguió fue posible gracias a que mi madre estaba ausente. No porque saliera mucho de la casa, sino porque una parte de ella había abandonado su cuerpo y se resistía a volver. Tal vez ese fragmento de mi madre era astronauta y había sido en uno de esos viajes al espacio donde se había cruzado con D, [mi padre]” (Ferrada, 2019, p. 23). Una experiencia de alienación de ese tipo -aplicada a un cuerpo femenino que busca aislarse de su propia espacialidad- bosqueja una representación del quehacer mujeril inverso con respecto a los llamados tradicionales dirigidos hasta bien entrado el siglo XX a las madres, basados en la noción de responsabilidad maternal individual. Hasta mediados del siglo pasado circulaban -difundidas por higienistas, psicólogos y médicos- invitaciones orientadas a “instruir” a las madres y a establecer una reglamentación social de la conducta femenina; en el intento de erradicar ciertas proezas emancipadoras de las mujeres, consideradas peligrosas, se invitaba a las madres de familia a poner en consonancia sus conductas con la necesidad de la presencia al lado de los hijos: “Vosotras madres de familia, tenéis que ser, para vuestros hijos, ese sabio conductor, ese benéfico consejero. Vosotras sois las llamadas, sois las elegidas para dar buena dirección a estos arbolitos [...]. Nadie tiene [...] más estricto deber de procurar a toda costa su bienestar físico y moral” (Silva, 1918, p. 12).

El discurso de subversión de la dependencia de los “estrictos deberes” femeninos que articula la figura materna de Ferrada no solo exterioriza una condición de ausencia que bien conecta con la idea de “existencia insular” e individualización del vivir, sino que se coloca en el margen opuesto respecto de la acción patológica de control que Clara pone en práctica en La azotea para llevar a los dos cuerpos (hija y padre) a una condición de docilidad, alcanzada por su presencia diaria e ininterrumpida en la casa. Si la figura materna que se describe en Kramp se desentiende de los andamios familiares y vive lejos de la lógica de la identidad impuesta, como un astronauta en un espacio-tiempo distinto del que rige en el contexto doméstico, la protagonista de La azotea actúa como los controladores de los modelos panópticos dieciochescos: vigila, observa, interviene en la gestión y el manejo del cuerpo, sin que los sujetos observados, en sus cuartos oscuros, tengan la exacta conciencia de los momentos en que la controladora está presente, oteando sus comportamientos a traves de rendijas o puertas entornadas. En el tratamiento revisionista de la normatividad de género aplicada al rol materno que las tres autoras llevan a cabo, la representación de los procesos psíquicos que acontecen en las tres niñas de la ficción remite a dos modelos opuestos: si en el caso de La azotea la hija de Clara es un sujeto sometido a una vejación en virtud de una supuesta exigencia de defensa que instituye un proceso de exclusión de lo social para los cuerpos súbditos, las dos jóvenes protagonistas de las novelas de Rivero y Ferrada viven las experiencias de la inconsistencia maternal como una oportunidad para el aprendizaje. En otros términos, viven su aceptación de la transparencia del rol materno como una ocasión para experimentar el quiebre de las conductas “que asignan significados determinados al género femenino y al masculino, la legitimación obtenida en función del respeto de esas reglas” (Castro Ricalde, 2009, p. 113) y, al mismo tiempo, rompen con la aceptación tácita “de la preexistencia de un conjunto de significados que el sujeto va adquiriendo, en un sistema parecido al de castigos y recompensas, desde su nacimiento” (Castro Ricalde, 2009, p. 113).

Del castigo corporal al trabajo sobre las conciencias

Frente a los modelos familiares que caracterizan las fisuras actuales en la ya superada tradición compacta de la familia nuclear -modelos en los que las mujeres sentían el desgarro debido a la contradicción entre liberación y vinculación a las viejas asignaciones sociales femeninas- los tres textos de ficción proporcionan sesgos divergentes de la mirada autorial, transferida a las voces ficcionales. Desde la perspectiva psíquicamente trastornada de la protagonista de La azotea, la ya mencionada continuidad del control sobre el núcleo familiar se postula como el factor esencial para el gobierno del cuerpo y se vuelve una práctica que actúa en un plano doble: por una parte, interviene en el nivel anatómico volviendo el “cuerpo estigmatizado” más o menos débil en función de la intensidad de los cuidados o de su falta. Por otra parte, actúa también en el plano político (lato sensu, como manera de ejercer un poder desde arriba sobre las formas de vida); esto significa que su modelo de actuación se refleja en un ejercicio anatomo-político que vuelve dóciles los cuerpos, siendo la disciplina propia de este dispositivo la que opera el panótpico. La docilidad del cuerpo de la niña respecto de su madre se asocia a una condición de control permanente que se hace manifiesta en la novela en la imposibilidad de todo ejercicio de de-sujeción de las presiones maternas. La disciplina del encierro se ejerce a partir del principio incuestionable de que el afuera es el “espacio de los monstruos”, y es también el lugar donde nacen las pesadillas: cuando Clara afirma que “Afuera no hay nada” (Trías, 2001, p. 98) y le pregunta a su hija “¿Querés que nos maten?” (p. 99), está construyendo una dependencia de la subjetividad, imponiendo al individuo sometido una verdad que sostiene un determinado modo de existencia y produce los límites de su acción. La única condición de seguridad (ilusoria) para el núcleo familiar de Clara se puede realizar a través de prácticas de apartamiento radical que se hacen explícitas en la defensa casi bélica de la casa -el único lugar urbano donde no hay ogros- y en un enclaustramiento riguroso. En el plano textual, la vigilancia diaria se aplica tanto a un enfermo real (el padre), como a un presunto necesitado (Flor) y el poder que la adulta ejerce sobre ambos consigue su debilitamiento anímico a través de preceptos reguladores que repiten los modelos impositivos de la tradición patriarcal.

Si la representación de las formas de control de los cuerpos se manifiesta en la novela de Trías a través de la descripción de conductas agresivas dirigidas al registro diario de las más mínimas funciones biológicas de los dos seres encerrados, en 98 segundos sin sombra las formas de supervisión articulan un discurso retórico que sustituye el rigor de Clara por una des-responsabilización materna que pretende quebrar los modelos de cuidado más básicos; así se expresa la hija: “No sé si [mi madre] acepta eso, que uno tiene una vida. Ella nunca dice tu vida, dice tu futuro. Y tu futuro es una forma de mandarme a dormir, de que no joda, de que no pregunte, que por ahora no le estorbe, que no crezca. O que crezca sin dar problemas” (Rivero, 2014, p. 58). De nuevo, la estilística del habla que caracteriza la novela plantea una ruptura de los esquemas socioculturales asentados que imponían una repartición de los papeles dentro de la familia, siguiendo la perspectiva de género como construcción epistemológica ineludible: la figura materna de 98 segundos sin sombra, al desentenderse del cuidado de los hijos, permite interpretar la novela como una revisión de “los rasgos y funciones psicológicos y socioculturales atribuidos a cada uno de los sexos en cada momento histórico y en cada sociedad” (Gamba, 2008, p. 1). En este modelo deseado de maternidad (que la hija crezca sin generar cuitas en su madre) reverbera un ejercicio anatomo-político opuesto al de Trías: la madre de 98 segundos sin sombra no solo no ambiciona a volver dóciles los cuerpos, sino que desestima la disciplina de lo físico y rehúsa el recurso a los dispositivos de control según el modelo del panótpico.

¿Qué ocurre al nivel de la vigilancia de la prole y la regularización de la vida familiar en Kramp? Ya se ha comprobado cómo se trata de elementos ausentes también en la figura materna que se describe en la novela: desde la perspectiva de la mujer adulta, la infancia no es ni una representación positiva (se desmorona ante el lector el modelo de construcción de lo infantil como el reino de la inocencia y de la vulnerabilidad), ni adquiere los rasgos de un tiempo negativo. En el relato homodiegético de la niña solo se aprecia el desinterés materno que, sin embargo, aparece justificado desde la perspectiva de la protagonista-narradora: “Mi madre era una persona taciturna. Aunque ahora que lo pienso bien, no era taciturna. Simplemente estaba triste y la tristeza no le permitía poner atención a los detalles” (Ferrada, 2019, p. 50). Ahora bien, no obstante en Kramp no sea posible apreciar ninguna forma tangible de gobierno del cuerpo como práctica que actúa al nivel anatómico, sin embargo -desde la perspectiva materna- la infancia de la pequeña debe ser “corregida”. ¿En qué términos se aplica este intento de corrección? Para encontrar una respuesta volvamos a la novela de Trías; allí el control llega al punto de convertirse en aplicación de verdaderas penas corporales (falta de comida y de agua, descuido extremado de la higiene doméstica y personal de padre e hija, ...), penas que actúan directamente al nivel físico, para que cada uno de los miembros de la casa vea reflejado en el cuerpo del otro el ejemplo de cómo se ejerce el poder, en forma de castigo. La presencia materna se manifiesta, así, bajo la hechura de una vejación que remite a las penas que se infligían hasta el siglo XVIII, cuando “los recuerdos se grababan directamente en los cuerpos a través de los rituales más horribles y crueles: una mnemotécnica del dolor, que funcionaba como espectáculo para el público [...]. Las prácticas penales afectaban al cuerpo en forma directa y negativa en la reproducción de un poder que era trascendente respecto de lo social” (Lash, 2007, p. 84).

Respecto de un modelo materno como el de Trías, que recupera formatos de intervención represiva sobre el cuerpo, ¿en qué eslabón intermedio se coloca la estructura conceptual en que se apoya la figura materna de Kramp? Desaparece el castigo físico aplicado al cuerpo, como pena corporal tangible, y uno de los sujetos que ejerce (o debería ejercer) el poder -en nuestro caso, la madre de la niña- pretende actuar en el plano de la conciencia; es decir, la madre intenta engendrar en su hija y en su cómplice (el padre de la pequeña) la sensación de no estar actuando según modelos de buena conciencia (¿no debería la niña acudir a clase a diario?). La representación negativa de la conducta de la hija obliga a adoptar procedimientos normalizadores alternativos y “conlleva la necesidad de corregir [...] la rebeldía inherente a la infancia. Acostumbra ir asociada a una desvalorización de lo infantil y a la justificación del control” (Calderón Carrillo, 2015, p. 5). Así, el control que se describe en la novela de Ferrada ya no es el que desborda en manifestaciones extremas hasta llegar a adquirir la consistencia de un castigo corporal, sino una tipología de registro que no actúa directamente en los cuerpos; debe entenderse, más bien, como un dominio que interviene “sobre los cuerpos, no a través de la crueldad física directa, sino mediante una mirada que tiene su efecto sobre el alma por vía de la mala conciencia que se atribuye a los cuerpos” (Lash, 2007, p. 84).

¿En qué posición se coloca 98 segundos sin sombra ante estos dos extremos? En la novela de Rivero la estructura conceptual de la trama apunta una ausencia absoluta del deseo materno de implementar el gobierno de la fisicidad individual, que tan marcado está en el hilo narrativo de La azotea; de nuevo, la reflexión introspectiva de la voz infantil encargada del relato resulta iluminadora: “Madre […] no se ha quedado en ningún planeta alternativo, está aquí, solo que, hecha un capullo, encerrada en sí misma. Pero está aquí, no hay nada en ella que me haga sospechar de una impostura. El brillo verde de sus ojos tiene la misma tristeza de siempre. Su tristeza inútil” (Rivero, 2014, p. 42). No hay aquí ni un castigo en la línea del control biopolítico clásico (el de La azotea), que consistía en la inscripción física directa de una memoria del sufrimiento sobre los cuerpos sometidos al control, ni se aprecia esa otra modalidad de corrección de la desviación (la de Kramp) por la que es el discurso culpabilizador el que crea esa memoria doble (de la infracción y del castigo), a través de la generación de una mala conciencia en los sujetos controlados.

Breves reflexiones de cierre

Las tres novelas parecen sugerir un tipo de representación y un orden del discurso susceptibles de ser leídos e interpretados como una fractura en los mandatos de género: el término “género” -aplicado en nuestro análisis a la figura materna dentro de una estructura familiar que deja de ser modélica- ya no puede percibirse como “algo dado o alcanzado, [sino como] una categoría flexible, en donde se abre el espacio para las contradicciones las afirmaciones, las novedades, los rechazos y los cambios tanto en la subjetividad como en las prácticas, los gestos y los comportamientos de los individuos” (Castro Ricalde, 2009, p. 114). El marco histórico cultural de gestación de los tres textos resulta ser totalmente post-derrideano, al estar ya ampliamente en marcha el proceso de subversión de la dependencia de los modelos hegemónicos que habían regulado las lógicas de construcción idéntitaria en el mundo occidental. El derrumbe del “sistema de conceptos (sensible-inteligible; naturaleza-cultura; ficción-verdad; habla-escritura, etc.) [que] gobierna la operación del pensamiento” (Domínguez Caparros, 2011, p. 281) se asocia en las tres ficciones a una revisión radical de los llamados tradicionales que asignaban una determinada espacialidad normativa a lo femenino.

En el hilo narrativo de La azotea, construido en torno a la consolidación de una relación morbosa entre el espacio y sus habitantes (la oscuridad de los ambientes es el espejo de la condición anímica de la narradora homodiegética), la figura materna lleva a cabo prácticas de disciplinamiento, control y vigilancia sobre cuerpos sometidos: su objetivo -debilitarlos hasta alcanzar un estado de docilidad coherente con sus exigencias de protección patológica- se afianza a medida que se desestructura la subjetividad del Otro, proponiendo así una figura materna que remite a mecanismos de interpelación de las imposiciones típicamente asociadas a los modelos autoritarios patriarcales. Tanto en el plano simbólico como en el nivel efectivo la madre de La azotea aniquila la individualidad de los demás miembros de su núcleo familiar, negando a su hija la posibilidad de reconocer “la capacidad del sujeto en intervenir en la estructuración de su subjetividad, resignificando las prácticas regulatorias que obran sobre la construcción de su identidad” (Castro Ricalde, 2009, p. 114).

En 98 segundos sin sombra, en cambio, la voz contradictoria de la joven protagonista -que a veces desemboca en lo impúdico y en lo casi amoral a fuerza de las dosis de inocente ingenuidad que destilan de sus relatos- va informando al lector de la progresiva estructuración de su subjetividad de adolescente: una construcción del yo que se hace explícita en la entrega de la joven al deseo de alejarse de su núcleo familiar. Su consagración al objetivo adquiere los rasgos de una forma crédula de espiritualidad. Entregada anímicamente a las enseñanzas del Maestro Hernán, está convencida de poder agujerear el tejido familiar y sustraerse a la “presencia ausente” de sus padres: en el desenlace, pretende viajar con el Maestro y con su pequeño hermanito discapacitado a una dimensión paralela que la aleje de su realidad cotidiana y que le permita establecer una distancia “de ese lugar en el que dos extraños, dos criaturas que apenas comenzaban su evolución, Padre y Madre, habían dejado las marcas de su repudio en mi personalidad” (Rivero, 2014, p. 139).

Finalmente, en las actitudes cada vez más desencantadas que muestra la joven protagonista de Kramp, cabría identificar la toma de conciencia por parte de la niña de que su infancia -vivida burlándose del flojo e ineficaz control materno- se cierra, dando lugar a una nueva negociación social que pasa por una construcción subjetiva alejada de las normatividades materna o paterna. La percepción del fin de la primera infancia pugna con los límites de la nostalgia: por una parte, la complicidad con el padre se esfuma al derrumbarse un modelo de vida y un patrón de oficios (los vendedores viajeros) que se han vuelto anacrónicos a la víspera de los años noventa; por otra, la comprensión del silencio y de la ausencia de la madre -causados por traumas relacionados con la dictadura pinochetista- no hacen sino ratificar el clausurarse definitivo de una etapa, cuando la infancia todavía podía verse como “ese instante de la detención, la ficción, la atención desatenta y la percepción extrema” (Skliar, 2016, p. 27).

En los tres casos, la “escritura femenina” se focaliza en la desarticulación de las distinciones de género en los modelos de oposición binarios aplicados al rol materno; este propósito se persigue proponiendo modelos de formas de existencia maternales que niegan y/o conceden la posibilidad del conocimiento y de la acción moral a su progenie. La transparencia de las figuras maternas en las novelas de Rivero y Ferrada, en particular, no constituye solo el desmantelamiento de los modelos preconcebidos que separan lo masculino de lo femenino, sino que permite cultivar lo que Michel Foucault argumenta en sus estudios sobre la “historia de la subjetividad”; es decir, sus omisiones (o inconsistencias) conceden a las dos hijas que protagonizan 98 segundos sin sombra y Kramp llevar a cabo un proceso paulatino de “constitución del sujeto como fin último para sí mismo, a través y por el ejercicio de la verdad” (Foucault, 2002, p. 305). Al otro extremo, el sometimiento de la hija de Clara al orden de la ley materna debe concebirse como una representación de la relación entre espacio del poder y espacio del sujeto moral, donde el poder es ejercido por una figura materna que se sustituye a la tradicional autoridad patriarcal.

Referencias

Beck, U. (2017). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Paidós. [ Links ]

Calderón Carrillo, D. (enero/junio, 2015). Los niños como sujetos sociales. Notas sobre la antropología de la infancia. Nueva antropología, 82(28), enero/junio de 2015. [ Links ]

Castro Ricalde, M. (2009). Género. En M. Szurmuk y R. McKee Irwin (coords.). Diccionario de estudios culturales latinoamericanos (págs. 112-119) Siglo XXI editores. [ Links ]

Domínguez Caparrós, J. (2011) [2017]. Teorías literarias del siglo XX. Editorial universitaria Ramón Areces. [ Links ]

Ferrada, M. J. (2019). Kramp. Alianza. [ Links ]

Foucault, M. (2012). La hermenéutica del sujeto. Curso del colegio de Francia 1981-1982. Fondo de Cultura Económica, 2002. [ Links ]

Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Nacimimiento de la prisión. Siglo XXI. [ Links ]

Gamba, S. (2008). ¿Qué es la perspectiva de género y los estudios de género? En S. Gamba (coord.) Diccionario de estudios de género y feminismos. Biblos. [ Links ]

Gilbert, S. y Gubar, S. (1998). La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria del siglo XIX. Cátedra. [ Links ]

Gorbach, F. (2014). Locura moral y degeneración: los caminos de la biopolítica. Mexico a finales del siglo XIX. En H. Cardona Rodas y Z. Pedraza Gómez (eds.), Al otro lado del cuerpo. Estudios biopoliticos en América Latina. Ediciones Uniandes, (págs. 185-207) Laertes. [ Links ]

Hernández Martínez, C. N. (2012). Foucault: las relaciones entre el poder y la vida. En D. Fernández Agis y Á. Sierra González (eds.), La biopolítica en el mundo actual. Reflexiones sobre el efecto Foucault. Laertes Ediciones, 65-88. [ Links ]

Lash, S. (2007). Sociología del postmodernismo. Amorrortu editores. [ Links ]

López Sánchez, O. (2014). La higiene popular dirigida a las mujeres-madres: estrategias de la cruzada médico higienista en la sociedad mexicana del porfiriato. En H. Cardona Rodas y Z. Pedraza Gómez (eds.), Al otro lado del cuerpo. Estudios biopoliticos en América Latina (págs. 164-184) Ediciones Uniandes, Laertes. [ Links ]

Núñez Becerra, F. (2014). Un secreto bien guardado: cuerpos, emociones y sexualidad femeninos y del México del siglo XIX. En H. Cardona Rodas y Z. Pedraza Gómez (eds.), Al otro lado del cuerpo. Estudios biopoliticos en América Latina (págs. 141-161) Ediciones Uniandes, Laertes. [ Links ]

Premat, J. (2014). Non nova, sed nove. Inactaludades, anacronismos, resistencias en la literatura contemporánea. Quodlibet. [ Links ]

Rivero, G. (2014). 98 segundos sin sombra. Caballo de Troya. [ Links ]

Sierra González, Á. (2012). Cuerpo y terror. ¿Una relación política? En D. Fernández Agis y Á. Sierra González (eds.), La biopolítica en el mundo actual. Reflexiones sobre el efecto Foucault. (págs. 11-40) Laertes. [ Links ]

Silva, M. (1918). Higiene popular. Colección de conocimientos y de consejos indispensables para evitar las enfermedades y prolongar la vida, arreglados para uso de las familias. Librería de la viuda de Ch. Bouret. [ Links ]

Skliar, C. (agosto, 2016). Niñez, infancia y literatura. Revista crítica, 1(1), 19-28. [ Links ]

Trías, F. (2001). La azotea. Editorial Tránsito. [ Links ]

1 No debe entenderse aquí el gran Otro en términos de Jacques Lacan, donde esta vendría a ser una instancia eminentemente masculina (es decir, algo asociado con la ley del padre), sino como un modelo perceptivo de lo femenino como desviación, descarrilamiento.

2Se excluyen delibera y necesariamente de nuestro análisis los muchos ejemplos de ficción contemporánea centrada en las dinámicas relacionales que involucran a un padre y un/a hijo/a, cada vez más abundantes, tal como demuestran novelas recientes como Herodes (2018), de Damián González Bertolino, Algún día te mostraré el desierto (2019), de Renato Cisneros, o Invención tardía (2015), de Horacio Cavallo caso en el que se construye un recorrido a la inversa, del hijo hacia la memoria del padre.

3La obra narrativa de las tres autoras se inscribe en el marco cultural y cronológico de las más recientes promociones literarias uruguaya, boliviana y chilena, respectivamente. Promociones integradas -en Uruguay- por narradores como Vera Giaconi (1974), Inés Bortagaray (1975), Natalia Mardero (1975), Daniel Mella (1976), Laura Chalar (1976), Horacio Cavallo (1977), Martín Lasalt (1977), Valentín Trujillo (1979), Martín Bentancor (1979), Damián González Bertolino (1980), Carolina Bello (1983) y Agustín Acevedo Kanopa (1985), entre otros. En Bolivia la obra de Rivero dialoga con las propuestas ficcionales de una hornada de narradores en la que destacan los nombres de Magela Baudoin (1973), Maximiliano Barrientos (1979), Rodrigo Hasbún (1981) y Liliana Colanzi (1981). En Chile, María José Ferrada se acaba de insertar en un contexto literario cuyo núcleo generacional está liderado por Alejandra Costamagna (1970), Lina Meruane (1970), Alejandro Zambra (1975), Isabel M. Bustos (1977), Carlos Labbé (1977), Gonzalo Eltesch (1981), Juan Pablo Roncone (1982), Alia Trabucco (1983), Uribe Arelis (1987), Diego Zúñíga (1987) y Paulina Flores (1988).

4Es también posible apreciar la relación morbosa, ambigua y sexualmente desviada que parece establecerse entre la misma Clara y su anciano padre; no obstante, no centraremos nuestra atención en este motivo temático, puesto que la relación entre Clara y su progenitor ha representado el foco de atención de la gran mayoría de los estudios críticos dedicados hasta ahora a la novela.

5La defensa de los cuerpos ante este tipo de amenaza se apoya en un progresivo proceso de involución psicológica de la protagonista que, en su estado mental enfermizo, apunta a la defensa y a la protección de un núcleo familiar que desafía las normas sociales y biológicas. El espacio cerrado y claustrofóbico en el que la familia vive (postigos de ventanas herméticamente cerrados; sábanas o frazadas cubriendo huecos de ventanas para que la luz no entre) se vuelve para la mujer una fortaleza sin posibilidad de acceso ni salida.

Recibido: 14 de Mayo de 2022; Aprobado: 10 de Septiembre de 2022

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons