1. Un argentino en Hendaya
La vida de Luis Juan Guerrero abunda en experiencias filosóficas y culturales significativas. En virtud de su correspondencia con el intelectual y dirigente anarquista Diego Abad de Santillán, con quien compartió la aventura de la Editorial Argonauta, que impulsaba la Liga de Educación Racionalista, hasta hoy solo sabíamos que, al finalizar en 1925 su doctorado en la Universidad de Zurich, había iniciado un viaje por Italia y Francia (véase Ibarlucía, R. 2009 , 19-20).Una indicación de Angélica Mendoza, en una nota publicada en el diario Los Andes, en noviembre de 1940, con motivo de la primera visita de Guerrero a la Universidad Nacional de Cuyo, hablaba sucintamente de lo que había hecho después: “pasó un año” con Miguel Unamuno en Hendaya entre 1926 y 1927 (Mendoza, A. 2003, 81)1. Mirtha Yolanda Russo de Fusari, en un artículo de la revista Cuyo, insistía en señalar que Guerrero había mantenido “una estrecha relación con Unamuno, a quien visitaba a diario en su refugio de Hendaya” (Russo de Fusari, M. Y. 1971, 47).
Un par de referencias en la correspondencia del gran escritor y pensador español nos permitió, en primer lugar, corroborar esta relación. En una carta del 16 de mayo de 1927 a Ernesto Giménez Caballero, director de La Gaceta Literaria de Madrid, Unamuno consigna que cierto “Sr. Guerrero” -no identificado por los editores- se halla “residiendo” hacia entonces en Hendaya (Unamuno, M. 2012, 214). En una segunda carta del 3 de junio, dirigida a su esposa Concepción Lizárraga, Unamuno cuenta que “Guerrero, el argentino” le ha escrito “una carta magnífica” desde Madrid: “Es un hombre inteligentísimo y que se entera de todo” (Unamuno, M. 2012, 226). Con posterioridad, en el Archivo de la Casa-Museo Unamuno de Salamanca, pudimos localizar la carta mencionada, junto con otras dos de la misma época, que dan cuenta de su travesía por España2. El valor de estas cartas para la biografía de Guerrero es inmenso, ya que cubren parcialmente el hiato entre su llegada a París hacia fines de octubre o principios de noviembre de 1925 y su retorno en septiembre de 1927 a la ciudad alemana de Marburgo, donde publicó su tesis doctoral Die Entstehung einer allgemeinen Wertlehre in der Philosophie der Gegenwart (1927a, La génesis de una teoría general de los valores en la filosofía contemporánea)3.
La manera en que Guerrero trabó amistad con “Don Miguel”, como lo llama con familiaridad en estas cartas, permanece incierta, aunque suponemos que su relación con él se prolongó al menos hasta 1933, cuando regresó a España con la intención de visitarlo en Salamanca4. Una posibilidad es que Guerrero haya conocido a Unamuno en París, ya a través de Saúl Taborda, que se encontraba allí tomando cursos en la Sorbonne, ya en virtud de sus relaciones con Carlos Américo Amaya y otros miembros del grupo platense Renovación, en contacto con el escritor y filósofo español al menos desde el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera en septiembre de 19235. Unamuno había arribado a Francia en julio de 1924, procedente de Fuerteventura. En agosto de 1925, invitado por el político republicano Ramón Viguri, su compañero de exilio, viajó a Hendaya, en la antigua provincia de Labort, junto a la frontera con España, para brindar una conferencia y, al estallar el conflicto de Algeciras, decidió quedarse para poder estar más cerca de su familia, de sus amigos y de los intelectuales disidentes que no tardarían en hacer de esta pequeña ciudad vasca uno de los bastiones más importantes de la actividad antimonárquica hasta 1930, cuando Primo de Rivera se vio forzado a dimitir y el Pacto de San Sebastián sentó las bases del gobierno provisional de la Segunda República Española6.
A la luz de esta relación, las citas de Unamuno en las páginas de Estética operatoria en sus tres direcciones (1956) adquieren nuevo sentido. Todas ellas proceden del Cancionero. Diario poético (1928-1935), que Unamuno escribió mayormente durante su exilio en Hendaya. Una de las dos versiones del poema Nº 829, titulado “El poeta” y fechado el 9 de marzo de 1929, constituye el “lema” del segundo tomo, Creación y ejecución de la obra de arte. Estética de las potencias artísticas:
Dijo cantando el decir,
hizo cantando el hacer,
quiso cantando el querer,
vivió cantando el morir.
Otras tres citas aparecen en el tercer tomo, Promoción y requerimiento de la obra de arte. Estética de las tareas artísticas, publicado póstumamente por Ofelia Ravaschino de Vázquez. Guerrero transcribe el poema Nº 274 del Cancionero, “Nombres de ciudades de España”, fechado el 12 de julio de 1928, en el capítulo “Tarea de consagración”, al explicar que el artista traduce, en el lenguaje específico su oficio, las demandas, a menudo anónimas y silenciosas, que recibe de una determinada comunidad histórica: estas exigen su consagración como obras de arte, pero no es sino el artista “quien anuncia y programa su instauración final”, “quien ‘ve’, en tanto pone en obra, lo que nadie había visto” (Guerrero, L. J. 1967, 168). Atento a estas demandas, sostiene Guerrero, Unamuno habría explotado en estos versos “las sugerencias sonoras del habla popular” y convertido “la nomenclatura de la geografía cotidiana, en el mapa de una España de hondas posibilidades esenciales”:
Ávila, Málaga, Cáceres,
Játiva, Mérida, Córdoba,
Ciudad Rodrigo, Sepúlveda,
Úbeda, Arévalo, Frómista,
Zumárraga, Salamanca,
Turégano, Zaragoza,
Lérida, Zamarramala,
Arramendiaga, Zamora,
sois nombres de cuerpo entero,
libres, propios, los de nómina,
el tuétano intraducible
de nuestra lengua española.
Las otras dos citas del Cancionero figuran como epígrafes en el epílogo del tercer tomo de Estética operatoria en sus tres direcciones, titulado “Las voces del éxodo”, y constituyen un verdadero homenaje al maestro español. Guerrero los dispone cuidadosamente a continuación de dos versos tomados de Leaves of Grass de Walt Whitman (1855), un libro que lo acompañó desde sus años de estudiante en Estados Unidos: Camerado! This is no book, / Who touches this touches a man… [¡Camarada! Éste no es un libro / Quien lo toca, toca a un hombre…] (Guerrero, L. J. 1967, 217 y 269; Whitman, W. 1955, 241). La primera cita de Unamuno procede del poema Nº 682, fechado el 6 de febrero de 1929, una pequeña copla que responde expresamente a los versos de Whitman:
Walt Whitman, tú, que dijiste:
esto no es un libro, es un hombre;
esto no es hombre, es el mundo
de Dios, a que pongo nombre.
La siguiente cita se compone de los versos finales del poema Nº 828, fechado el 9 de abril de 1929 y titulado “Me destierro en la memoria…”:
Y os llevo conmigo, hermanos,
para poblar mi desierto;
cuando me creáis más muerto
retemblaré en vuestras manos.
Aquí os dejo alma-libro,
hombre-mundo verdadero;
cuando vibres todo entero
soy yo, lector que en ti vibro.
2. Valle-Inclán, Machado y los “segovianos”
La primera de las cartas de Guerrero a Unamuno, fechada en Sepúlveda el 15 de mayo de 1927, se compone de dieciocho cuartillas manuscritas a una sola cara. Guerrero refiere en ella el viaje que ha emprendido por España desde hace unas semanas. Ha pasado unos días “muy divertidos” en Burgos, “no obstante la mediocre impresión de la catedral”, y luego “unos días extraordinarios, inolvidables en Silos”, cuyo claustro ornado de capiteles y bajorrelieves con escenas de los Evangelios considera que “tiene un valor excepcional en la historia del arte” (Guerrero, L. J. 1927b, 1). En el monasterio ha entablado relación con “un fraile joven y culto”, Justo Pérez de Urbel, autor de “dos tomos de Semblanzas benedictinas y unos ensayos sobre música y cantos mozárabes”, que prepara “un libro muy documentado sobre el claustro de Silos y otros trabajos sobre cultura mozarábiga” (ibíd., 2)7. Combinando trenes, ha pasado por Palencia, cuya catedral le ha causado “una grata impresión”, y se ha detenido en Valladolid, donde las esculturas de Alonso Berruguete han sido una “revelación inaudita” para él, “sobre todo después de haber recorrido Italia, admirado a Donatello y Miguel Ángel y creer que no se podía ir más lejos” (ibíd., 4-5). Berruguete ha logrado “plasmar notas de pasión tan intensa que fuerza es considerarlo uno de los más grandes representantes del genio español de todos los tiempos”, dice Guerrero, sin explicarse por qué no se le da la importancia que merece: “manejando el arte más material de todos, me parece que ha conseguido espiritualizar tanto su dura materia que sus personajes llegan a poseer una especie de ‘cuerpo astral’ -como sólo lo poseen los personajes del Greco y el Quijote” (ibíd., 4).
Así, recorriendo a pie los campos de Castilla o viajando en vagones de tercera clase, Guerrero fue a caer “un mal día” en Madrid o, más precisamente, como aclara enseguida, en los “círculos literarios” de la capital española (ibíd., 5). “Angustia” y “desolación” son las palabras que emplea para describir la impresión que le causaron las tertulias de la Revista de Occidente y La Gaceta Literaria, en torno de las cuales se nucleaba parte considerable de la inteligencia madrileña; en ambos grupos, “salvo alguna que otra figura discreta”, dice haberse topado con “el mismo espectáculo: jovencillos envejecidos prematuramente por la suficien[cia] y la pedantería (o por las ridículas posturas de aristócratas que adoptan), desatentos a todo lo que ocurre en España, despreocupados de todos los problemas sociales, políticos, religiosos y de cuanto hay de serio en la vida, incapaces de soportar el peso de la tradición y listos tan sólo para imitar las últimas cabriolas literarias de París” (ibíd., 4-6). Sin embargo, al cabo de algunas semanas y de “discusiones violentas (más bien feroces por mi parte)”, cuando estaba tan harto de ese ambiente que quería salir escapando, le presentaron “al primer hombre joven”, que vino a conocer en Madrid: “don Ramón del Valle Inclán (¡50 años más joven que todos los vanguardistas de la ‘nueva generación’! ¡Como que con su Tirano Banderas, los ha dejado a todos ellos a varios cientos de kilómetros a la retaguardia!)” (ibíd., 6)8.
Guerrero encontró a Valle-Inclán “en pleno apogeo literario y sobre todo gritando diariamente las cosas que todos los intelectuales callan” (ibíd., 7). En el entorno del escritor español, que había visitado la Argentina en 19109, conoció por fin a esa “gente humana que hasta entonces venía buscando sin éxito”; por ejemplo, a José Ramón Pérez Bances, discípulo de Francisco Giner de los Ríos, ligado a la Institución Libre de Enseñanza, epicentro de la cultura laica española y foco de las teorías científicas y filosóficas más avanzadas de la época, y a Luis Bello, miembro de Acción Republicana y autor de Viaje por las escuelas de España, cuyos dos primeros tomos, aparecidos en 1926 y 1927, elogia por ofrecer “una visión muy honda de pueblos y hombres” (ibíd., 7)10. También mantuvo conversaciones con el abogado socialista Julio Álvarez del Vayo, corresponsal en Berlín del diario argentino La Nación y gestor de las traducciones de Unamuno al alemán -“Siempre bien informado, certero en los juicios, franco y cordial (¿Será por eso que en la Rev[ista] de Occ[idente] le llaman el ‘energúmeno’?)-, que se opone firmemente a la colaboración de su partido con la dictadura de Primo de Rivera”11. Además, pudo charlar brevemente con el cubano Manuel Martínez Pedroso, “espíritu aventurero” que, después de haber vivido en Suiza, Italia, Francia y Bélgica, ha obtenido la cátedra de Derecho Político Español Comparado con el Extranjero en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla (ibíd.)12. Bastaron unas palabras con este “hombre libre” -a la vez masón y partidario de la Tercera Internacional- para cambiar su visión de la “triste vida intelectual” madrileña: “¡No todo se ha perdido en el diluvio de la ‘deshumanización’! Cuando cambie este régimen político, se podrá reanudar la ruta perdida” (ibíd., 7-8).
Dejando para más adelante sus conclusiones sobre la influencia de Ortega y Gasset -a cuyo ensayo “La deshumanización del arte” (1924-1925) alude aquí13- y el clima cultural de España bajo la dictadura de Primo de Rivera, Guerrero cuenta que se halla descansando en Sepúlveda, a donde ha viajado tras haber conocido en Madrid a Antonio Machado y “una docena de segovianos” en la cena de despedida a Fernando Arranz, “un gran ceramista (sin duda uno de los mejores artistas que hoy tiene España)”, que se marchaba a Buenos Aires (ibíd., 8)14. Asistió al convite con el escultor Emiliano Barral, primo de Arranz y militante anarquista, con quien compartió después una semana en Segovia15. Por intermedio de Barral entabló relación con el pintor Cristóbal Ruiz y los integrantes de la llamada “tertulia de San Gregorio”, que se daba cita en el alfar de Arranz, situado en medio de una capilla en ruinas (Guerrero, L. J. 1927b, 8)16. En Segovia tuvo ocasión de conversar mucho con Machado. “El pobre lleva una vida infernal”, escribe Guerrero, absorbido como está por las “inútiles tareas” de profesor de enseñanza secundaria: “Ansía las vacaciones para poder trabajar en un nuevo drama”, ya que “está muy entusiasmado con el teatro” (ibíd., 9). Juan de Mañara, drama en verso escrito en colaboración con su hermano Manuel, que se ha estrenado hace un par de meses en Madrid, es realmente “una gran obra”, apunta Guerrero (ibíd.)17. Por último, en lo que concierne a la situación política de España, Machado tiene una “posición muy clara frente a hombres y problemas del momento”, al igual que Unamuno, a quien recuerda siempre “lleno de cariño” (ibíd.).
3. Literatura y artes plásticas españolas en Estética operatoria
Algunas de las relaciones que Guerrero entabló en Madrid, durante el otoño de 1927, se prolongaron en el tiempo; otras fueron interrumpidas trágicamente por la muerte de sus protagonistas o por la Guerra Civil: casi todas dejaron en él una marca profunda. Tres versos de la serie “De mi cartera” -incluida por Machado al final de Nuevas canciones (1924), libro que recoge también su poema “Al escultor Emiliano Barral”, que había realizado su busto- habrían de constituir, en 1956, el “lema” de Revelación y acogimiento de la obra de arte. Estética de las manifestaciones artísticas, primer tomo de Estética operatoria en sus tres direcciones:
Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia
contando su melodía.
Guerrero cita otras dos veces a Machado en el segundo tomo, Creación y ejecución de la obra de arte. Estética de las potencias artísticas. En el cuarto parágrafo de la sección “Trama: Los hilos del comportamiento productivo”, el primer terceto de los “Proverbios y cantares” de Nuevas canciones, dedicados a Ortega y Gasset, remata su argumento en el sentido de que las obras de arte -como, en general, todos los entes histórico-culturales- “no existen originariamente como objetos” (Guerrero, L. J. 1956b, 53). En la terminología fenomenológica a la que apela Guerrero, estas no son hechos y procesos “en tercera persona” como los que investigan las ciencias de la naturaleza, sino “elaboraciones de ciertos modos concretos de la co-existencia humana”, esto es, derivaciones de acontecimientos “en segunda persona” en los que cabe reconocer una “previa consonancia de sentido” (ibíd.). Por eso, escribe Guerrero, no debe extrañar que la poesía “siempre vuelva a hundir sus raíces en un ejercicio intensivo del pronombre de segunda persona” como en estos versos de Machado:
El ojo que ves no es
ojo porque lo veas;
es ojo porque te ve.
(Guerrero, L. J. 1956 b, 53 ; Machado, A. 1928, 275; 1944, 289 ).
La tercera cita consiste en los versos iniciales de un poema de Soledades (1899-1907): “Húmedo está, bajo el laurel, el banco / de verdosa piedra” (Machado, A. 1928, 95; 1944, 146 ). Guerrero la incluye al final del parágrafo 8 de la sección “Escena de constitución: Potencia de plasmación”, donde sostiene que toda producción artística es la conciliación de dos fuerzas en pugna, el resultado de cierta “contienda” o “juego dialéctico” entre “dos dinamismos configuradores”: “la composición o configuración primaria y la exposición o configuración secundaria” (Guerrero, L. J. 1956b, 122-123). Buscando superar el esquema tradicional que concibe la obra de arte como un “compuesto inerte” de fondo y forma, observa Guerrero, Heidegger piensa la actividad plasmadora como “la disputa entre la tierra y el mundo”, esto es, entre “el surgimiento, hacia nada empujado, de lo que permanentemente se recluye y así opera como envoltura” y “la apertura del amplio camino de las decisiones simples y esenciales de un pueblo histórico”, como escribe Heidegger en “Der Ursprung des Kunstwerks” (1935-1936) (Guerrero, L. J. 1956b, 123; véase Heidegger, M. 1950, 35)18. Rechazando la interpretación metafísica que “los extraviados discípulos de Heidegger” hacen de estas palabras, Guerrero afirma que ellas pueden perfectamente aplicarse al análisis estético si se las toma “en un sentido trascendental”: “En efecto, el artesano no crea su obra con ingredientes extraños, como serían -metafísicamente considerados- el mundo y la tierra, sino con ingredientes de raigambre artística” (Guerrero, L. J. 1956b, 122-123). Por lo demás, subraya, los polos de su actividad no son fijos, sino cambiantes, es decir, “determinados por el curso mismo de la historia y aun ambiguos en sus incesantes determinaciones” (ibíd., 123).
El carácter agonal de la dimensión secundaria o expositiva se ilustra, en las páginas del primer tomo de Estética operatoria en sus tres direcciones con el comentario de un fragmento de Flor de santidad (1942) de Valle-Inclán (Guerrero, L. J. 1956 a, 232-233 ; véase Valle Inclán, R. 1942, 75). En toda obra de arte, escribe Guerrero, las significaciones “libran entre sí hondas contiendas y sufren golpes terribles”, dejando expuestas a menudo “las heridas de esa lucha a través de una -más aparente que real, o mejor dicho, momentánea- conciliación de los contrincantes” (Guerrero, L. J. 1956a, 232). Cuando el espectador penetra en la obra, aprecia “no sólo una cumplida exposición de mundo, sino también las tensiones desgarrantes y las sorprendentes vinculaciones creadas por la magia del arte” (ibíd.). Así, en la novela de Valle-Inclán, lo que podría caracterizarse como “el ‘poder contencioso’ de la exposición artística” se manifiesta como “una interminable lucha de significados de toda procedencia -referencias de vieja raigambre popular, transposiciones literarias de factura gálica, funambulescas resonancias- que terminan por constituir un mundo propio, tan frágil en su maravillosa esencia, como intransferible en sus manifestaciones” (ibíd.). Bajo los ojos del lector, en ella se va constituyendo, por la acción de los diálogos, un mundo “donde las palabras rezuman un clima, un paisaje, una convivencia, la condición social y espiritual de los personajes, sin que la obra agregue el menor comentario acerca de todo ello” (ibíd.).
En cuanto a Fernando Arranz, sabemos que forjó con Guerrero una amistad perdurable en la Argentina en el curso de las décadas siguientes. En abril de 1930, mientras se desempeñaba como Delegado Interventor en la Facultad de Ciencias Económicas y Educacionales de la Universidad Nacional del Litoral, Guerrero encomendó al artista español la ornamentación en cerámica del edificio de la Escuela Normal Anexa de la ciudad entrerriana de Paraná, “[…] en concordancia con los más elevados criterios que rigen en la actualidad en materia de artes decorativas, y especialmente en sus aplicaciones pedagógicas” (Guerrero, L. J. 1930, 420-421). El nombre de Arranz aparece en el primer tomo de Estética operatoria en sus tres direcciones, en los créditos de la foto en blanco y negro de una fuente realizada por alumnos de la Escuela Nacional de Cerámica, que él mismo fundó en Buenos Aires en 1933 (Guerrero, L. J. 1956a, 432 y 462, fig. 19).
Guerrero selecciona esta obra de los dirigidos por Arranz para ejemplificar la tesis del parágrafo 13 del capítulo “Escena de entonación: Presencia y llamado”. Retomando los análisis de Heidegger en “Der Ursprung des Kuntswerks” y de Jean-Paul Sartre en L’imaginaire (1940), argumenta que el arte “arranca al ente de la órbita de nuestros proyectos de dominación mundanal -sean de envergadura instrumental o de elaboración científica- desrealizándolo, volviéndolo “in-útil” y confinándolo “en el mundo de los imaginarios”, al punto que “lo deja enteramente ser y hasta lo des-cubre en su más íntima esencia” (Guerrero, L. J. 1956a, 136; véase Heidegger, M., 1950, 18-21; Sartre, J.-P. 1986, 361-373). El alfarero anónimo que fabrica una fuente semejante, que moldea la tierra, la cubre con rápidas pincelas y la cuece en un horno para venderla después en el mercado por unas monedas, no “sabe” que es una “obra de arte”; tampoco lo saben el traficante, para quien no es más que “una vulgar mercancía”, ni la cocinera, para quien es “un confiable instrumento” (Guerrero, L. J. 1956a, 136). Únicamente cuando la sustraemos a la esclavitud del utensilio, “advertimos, con ánimo estremecido, que dibuja un esplendoroso espacio plástico, saturado por los ritmos de una constelación cromática e iluminado por misteriosos reflejos metálicos” (ibíd.). Dicho de otra manera, “solamente en la actitud contemplativa la fuente se muestra tal como ella es -un arabesco de abstractas combinaciones- y, al mismo tiempo, como una resonancia de nuestro total Universo” (ibíd.).
Existe una importante diferencia, sin embargo, entre la fuente de cerámica del taller de Arranz y el cuadro de los zapatos de van Gogh que Heidegger analiza en “Der Ursprung des Kuntswerks”. En las páginas precedentes, Guerrero ha reelaborado la interpretación de Heidegger a través de los ejemplos de La silla (c. 1886) de van Gogh y la “Oda a la cebolla” (1953) de Pablo Neruda (Guerrero, L. J. 1956a, 132-135; véase Heidegger, M. 1950, 24 y Neruda, P. 1953, 41-42). Ahora, en el caso de la fuente, lo que acontece no es “el divorcio entre la eficacia de los instrumentos y el empuje de una presencia llena de sentido”; ella deja a la vez “un saldo imprevisto y una enseñanza previsible”: mientras en las obras de van Gogh y de Neruda las propiedades estéticas de la silla y la cebolla se revelan dentro del mundo del arte, las de la fuente de barro lo hacen “en la cocina misma” (Guerrero, L. J. 1956a, 136-137). La cocinera nada “sabe” de teoría e historia del arte, pero “sabe” apreciar la presencia de la fuente: “En un momento de ocio, la llevó a la altura de sus ojos y, sin proponérselo, la ‘desrealizó’, la convirtió en una ‘bella apariencia’, en una danza de ritmos plásticos” (ibíd., 136). Esto indicaría que no hay una diferencia ontológica fundamental entre el objeto de uso y el objeto artístico; por el contrario, ya en la alfarería, la más vieja y difundida de todas las artes, puede reconocerse “un patrón de cultura” que permite integrar las actitudes humanas respecto de las obras de arte: “[…] algo así como una matriz del saber operatorio del hombre” (ibíd., 137).
4. Gómez de la Serna, Ortega y la dictadura de la estupidez
Sepúlveda, de donde es oriundo Emiliano Barral, lo ha dejado totalmente “anonadado”, escribe Guerrero en su carta a Unamuno (Guerrero, L. J. 1927b, 10). El paisaje montañoso es una serie continua “de cataclismos geológicos” y las rocas “parecen modeladas por algún escultor sobrehumano, genialmente loco, que se entretuvo en crear formas expresivas para sus más desorbitadas pasiones” (ibíd.). Las personas tienen asimismo “un aire catastrófico”; de hecho le han contado que “el suicidio y la locura son aquí mayores que en cualquier otro pueblo” y ha oído las más divertidas “historias de aventureros y saltimbanquis” de boca de los parroquianos mientras iba con Barral “de taberna en taberna tomando una interminable copita de vino” (ibíd.). Con esta descripción de Sepúlveda, Guerrero concluye el relato de sus primeras impresiones de España para dar lugar a sus reflexiones sobre la situación política presente. En su opinión, lo que más diferencia a la dictadura de Primo de Rivera de “los otros regímenes dictatoriales más notorios”, de la Rusia bolchevique y de la Italia fascista, “es que aquí no gobierna un individuo (tipo Lenin), ni una clase (frailes, militares o proletariado), ni un partido, ni un programa” (ibíd.). En España no se mata a la gente “por el predominio de ideas abstractas, ni siquiera se cometen tantas violencias como en cualquier otro país europeo o americano”, advierte Guerrero:
En cambio reina la estupidez. Antes estaba acorralada en los conventos, en los cuartos de bandera y en algunas tertulias de aristócratas. Pero al desenvainar sus sables, los militares le dieron libre curso. Se rompieron los diques y hoy la estupidez ha inundado toda la península (Salvo unos picos aislados. Y algunos manotones de ahogados).
Éste no es un régimen militar en esencia. (Mucho más lo es el fascismo). Mandan los militares porque tienen el privilegio de ser los más brutos. Éste es más bien el régimen de las notas de Primo19, de las metáforas taurinas y sexuales, de la censura, no tan violenta como en Rusia o Italia, pero mucho más imbécil, de los tópicos absurdos, del endiosamiento de la canalla y de la indiferencia de las grandes masas. Éste es el triunfo sobre las fuerzas del espíritu de todo lo plebeyo, lo hueco y lo basto que se venía acumulando en los arrabales de la vida cívica.
Por eso, cuando llegue la hora de las responsabilidades, las más grandes no caerán sobre el monigote de Primo, sino sobre los que ayer hicieron posible (políticos, etc.) y los que hoy consolidan este triunfo de la imbecilidad (Guerrero, L. J. 1927 b, 11-13 ).
Entre estos últimos, la “máxima indignación” de Guerrero se dirige fundamentalmente hacia “dos sectores” (ibíd., 13). En el campo político, los principales responsables son los socialistas, concretamente los líderes del PSOE, que por buscar prevalecer sobre los anarco-sindicalistas y los comunistas “vendieron no sólo la causa del proletariado, sino también de toda la España políticamente más evolucionada” (ibíd.). Los socialistas colaboran con el régimen desde el golpe del 13 de septiembre de 1923 y, en recompensa, el gobierno los ayuda a librarse de sus enemigos de izquierda: “Por sus hombres y métodos representan el triunfo de la estupidez dentro de las filas liberales y proletarias” (ibíd.). En el campo intelectual, piensa Guerrero, “la responsabilidad cae en los capitanes de la nueva generación”, los novecentistas y los acólitos de Ortega y Gasset, esto es, aquellos “que han ‘deshumanizado’, no sólo el arte y la literatura, sino aun los hombres, la mayor si no la mejor parte de la actual juventud española” (ibíd., 14). Ramón Gómez de la Serna, con quien ha tenido oportunidad de conversar en Madrid, le parece “extraordinariamente interesante, siendo como es extraordinariamente tonto”; a sus ojos, se trata de un hombre “para quien las cosas no tienen sentido”, que “resbala sobre ellas, incapaz de penetrar su significado”, cuya “atención (debilísima por lo demás)” se fija “en lo accesorio, en lo circunstancial, en lo que ninguno de nosotros habíamos reparado” (ibíd.)20. En eso reside “el secreto de su triunfo literario: esa visión alucinante de cosas nunca vistas, esa marcha inagotable, cinematográfica, de objetos y sucesos que nada son y para nada sirven. ¿Una especial visión del mundo? ¡Qué duda cabe! La Weltanschauung del patán hecho literato” (ibíd.).
Guerrero nada tiene que “objetar a los triunfos merecidos” de Gómez de la Serna; a título personal, el “Ramonismo” -según el cual, “hombres y cosas valen sólo como instrumentos para una pirueta literaria”- hasta le resulta “muy entretenido”: “Pero ¡por Dios! -escribe- querer hacer de ese ‘Ramonismo’ una doctrina y una escuela (como si fuera el aristotelismo o el marxismo) es convertir a la imbecilidad a la nueva literatura de habla española” (ibíd., 15). Ernesto Giménez Caballero es una de las tantas víctimas de esta moda: “[…] muy inteligente y preparado por cierto, muy superior a la gentecilla que le rodea […] por ‘ramonería’ hace alarde de ir saltando sobre el lomo de las cosas, dice tonterías junto a opiniones de mayor calibre y -sobre todo- jamás compromete su posición literaria” (ibíd., 15-16)21. La gran responsabilidad, sin embargo, no está en ninguno de estos literatos y su gusto por la diversión, al fin y al cabo, sino en los maestros y, entre ellos, la máxima corresponde a Ortega y Gasset. Guerrero ha querido conocerlo personalmente en Madrid, movido por la admiración filosófica, por la inmensa tarea de renovación que ha llevado a cabo como editor de la Colección Universal y de la Revista de Occidente y, en no menor medida, por la impronta que su visita a la Argentina en 1916 dejó en amplios sectores del Movimiento de la Reforma22. Sin embargo, Guerrero piensa que sus escritos más recientes, desde “La deshumanización del arte” hasta ciertos artículos del cuarto tomo de El Espectador (1925), como “Conversación en el golf o la idea del dharma” o “El origen deportivo del Estado” (Ortega y Gasset, J. 1946-1969, II, 403-409 y 607-624), a los que se refiere explícitamente, han terminado ejerciendo una influencia perjudicial en los círculos intelectuales españoles:
Él es el padre de todo este engendro de generación frívola, deshumanizada, de “nuevos ricos” de la cultura y de la aristocracia. Él es quien ha puesto en circulación todos esos tópicos “actuales” que uno escucha en las tertulias: la superioridad de ver los pueblos de Castilla desde un automóvil (!) o de recorrer el mundo siguiendo la fauna de los hoteles Ritz, considerar el “golf” como fuente de mayores entusiasmos que la religión, calificar de “pura sensiblería”, la posición de todo el que padece hambre de pan o de justicia, creer que el siglo XIX no ha sido en España más que un baile flamenco (ese llamado “predominio de Andalucía (!), en toda la centuria) y que el XX no será más que un continuo “charleston”, descalificando a toda la literatura “no estética” (desde Dante a Bernard Shaw… ¡Muy en especial Balzac!) y cien otros tópicos semejantes.
Este intento por convertir la Filosofía y en general toda labor de pensamiento en “crónica social” de los periódicos ha traído entre la gente joven una total despreocupación por lo político, religioso o simplemente humano (“imperativo de intelectualidad”), rompiendo la solidaridad con el cuerpo nacional (“jerarquía selecta”), con el consiguiente desprecio hacia la propia tradición (“cosmopolitismo”) y una continua burla de niños hacia toda tarea seria (“sentido deportivo de la vida”). ¡De ahí a la imbecilidad literaria -con un plus de cobardía frente a toda responsabilidad social- no hay más que un paso!
Por eso la inteligencia, que en otros tiempos pudo ser un dique para los atropellos de los de arriba, hoy no resiste nada. Muerto el espíritu cívico, la inteligencia abdica de sus funciones de dirección. Deja la puerta abierta hacia cualquier dictadura. O hacia un régimen de castas. Los intelectuales sólo piden que se les deje cultivar en paz su jardincillo literario (¡Y puramente literario! Porque los intentos de Filosofía o de toda otra severa disciplina hace ya rato que naufragaron en esas tertulias. Ni Ortega piensa tener discípulos, ni él mismo ha de creer ya posible una propia obra filosófica) (Guerrero, L. J. 1927 b, 16-18 ) .
5. Guerrero y los manuscritos de Unamuno
La segunda carta, fechada en Madrid el 18 de mayo de 1927, al término de su periplo “por la provincia de Segovia (Pedraza, Duratón, etc.), por Ávila y El Escorial”, tiene cinco carillas y fue enviada junto con la anterior, a manera de post scriptum (Guerrero, L. J. 1927 c, 1 [19]). En ella Guerrero ya no vuelve sobre su crítica de la inteligencia española, sino que se limita a informar a Unamuno acerca de las gestiones que ha estado llevando adelante para el estreno de sus obras. Refiere que ha recibido un telegrama de Álvarez del Vayo desde Berlín contando que el estreno de Todo un hombre, pieza teatral que había sido prohibida en España en 1926 después de haber estado en cartel durante meses, “fue un gran éxito” (Guerrero, L. J. 1927c, 1 [19])23. Según los diarios argentinos, agrega entre paréntesis, también fue un “triunfo completo” su puesta en escena por la compañía de Matilde Rivera y Enrique de Rosas en el Teatro San Martín (ibíd.)24. Ese mismo día, Guerrero le ha remitido a Unamuno una de las copias mimeografiadas que este encargó hacer de El otro, drama escrito en Hendaya en 1926; otra se la ha dado a Álvarez del Vayo para que la envíe a la Unión Soviética, donde lo mejor sería -opina Guerrero- que la pieza fuese representada por la compañía de vanguardia de Alexander Tairov, “que hoy es no sólo la mejor de Rusia, sino del mundo entero” (ibíd., 2 [20])25.
Con la ayuda del actor y director de teatro Ricardo Calvo26, Guerrero ha estado tratando de recuperar el manuscrito de El pasado que vuelve, obra estrenada en Salamanca en 1923, que permanece en manos de un actor. En forma paralela, ha contactado a la editorial libertaria argentina Alba, cuyos editores -suponemos que viejos camaradas de la Liga de Educación Racionalista (véase Ibarlucía, R. 2009, 13-16 )- están a la expectativa no solo de estas piezas teatrales, comenta Guerrero, sino “también y muy especialmente” de los libros inéditos de Unamuno, de los que les ha hablado y que quisiera hacerles llegar “cuanto antes”, no bien este le envíe “todos los manuscritos que tenga listos: Cómo se hace una novela, El verdugo, el libro de los romances, El misterio de don Quijote, etc.” (Guerrero, L. J. 1927c, 2 [21]). Así es como nos enteramos de que Guerrero fue quien gestionó la edición de los dos únicos libros de Unamuno que se publicaron originalmente en Buenos Aires: Cómo se hace una novela y Romancero del destierro, aparecidos en 1927 y 1928 con el sello de la editorial Alba27.
El resto de la carta da cuenta de su lectura entusiasta del segundo número de Hojas libres, revista de oposición a la dictadura editada en Hendaya por Eduardo Ortega y Gasset, hermano mayor del filósofo28, así como de una fuerte discusión, al poco tiempo de haber regresado a Madrid, con el pintor Luis Quintanilla, a causa de su relación con el cónsul Antonio Mosquera, que le encargó la pintura de los frescos del Consulado español en la ciudad fronteriza donde Unamuno se hallaba exiliado (ibíd., 3-4 [21-22])29. Tras anunciar que se quedará en Madrid hasta finales de mayo en un departamento de un estrecho edificio del siglo XVIII, ubicado sobre la calle San Andrés, en el barrio de Malasaña30, Guerrero menciona que ha estado con el pedagogo Lorenzo Luzuriaga31 y concluye enviando saludos a Ramón Viguri32 y otros amigos, especialmente a Eduardo Ortega y Gasset, a quien siempre recuerda “con gran afecto”, como lo recuerdan también Calvo y Barral: “Sobre todo, entre tanto político maltrecho, como hoy se ve, su figura se enaltece cada vez más” (ibíd., 5 [23])33.
La última carta de Guerrero a Unamuno está escrita en León, de camino a Galicia, presumiblemente a mediados de julio de 1927. Se compone de solo tres cuartillas y su interés principal consiste en mostrar el grado de familiaridad que Guerrero había alcanzado con Unamuno durante su residencia en Hendaya. El propósito de estas líneas es expresarle a Don Miguel “con mucho atraso” (Guerrero, L. J., 1927d, 1) las condolencias por la muerte de su nuera, María Rincón de Arellano, esposa de su hijo mayor, Fernando. Esta “desgraciada noticia” lo ha sorprendido en Madrid, de regreso de Andalucía, por donde ha andado los últimos dos meses o quizás más (ibíd.). Hoy ha deambulado entre la Basílica de San Isidro y la catedral de León; mañana espera estar en Vigo; pasado, tal vez en Santiago de Compostela: “¿Después? No lo sé. No sería raro que hacia mediados de este mes volviera a Hendaya” (ibíd., 2). En Madrid, ha “liquidado el asunto de las copias de El pasado que vuelve” y le ha enviado a Unamuno un ejemplar por correo (ibíd.). Con “la cabeza embarullada” de haber recorrido tantos kilómetros, de haber conocido y experimentado tantas cosas, no tiene fuerzas para seguir escribiendo, pero confía en poder contarle a su regreso sus impresiones de viaje personalmente, aunque imagina que Unamuno, “muy apenado por tan injusta desgracia”, no estará de ánimo para oírlo hablar de estas cosas (ibíd.). Si bien Guerrero trató poco a su nuera “en las dos ocasiones que ella estuvo en Hendaya”, sentía “gran aprecio por su carácter gentil y bondadoso” y lamenta profundamente “el golpe que ha venido a recibir” Fernando (ibíd.).
Después de esta carta, las huellas de Guerrero en España se pierden. Todo lo que sabemos es que en Vigo se reencontró con Carlos Astrada, que recién llegado a la Península Ibérica a bordo del Monte Ávila se dirigía a Colonia, con una beca de la Universidad Nacional de Córdoba, para estudiar con Max Scheler (Astrada, C. 1927a). En aquellos largos días de verano en Galicia, acordaron que Guerrero lo visitaría a mediados de septiembre, luego de pasar por Hendaya para despedirse de Unamuno y recoger sus pertenencias. Juntos realizarían un paseo por la ruta romántica: remontarían “el Rin hasta Maguncia”, desde donde se dirigirían “a Heidelberg y otras pequeñas ciudades” (Astrada, C. 1927b). La gira les tomaría unos quince días; después Astrada volvería a Colonia para empezar los cursos en la universidad y Guerrero seguiría viaje a Marburgo. El 14 de septiembre de 1927 se reunieron en Aachen (Astrada, C. 1927c). Pasaron la tarde en aquella histórica ciudad que fuera la favorita de Carlomagno y, al caer la noche, se trasladaron a Colonia. Guerrero alquiló el cuarto de una pensión al sur de la ciudad, a unos veinte minutos a pie de la Catedral. El viaje romántico proyectado no pudo realizarse (“¡Cuestión de moneda!”, diría Astrada); en cambio, recorrieron juntos la Renania y se entregaron a interminables discusiones teóricas (Astrada, C. 1927d). El 3 de octubre, Guerrero partió rumbo a Marburgo. Allí publicó su tesis doctoral, asistió al curso de Martin Heidegger Phänomenologische Interpretation von Kants Kritik der reinen Vernunft y leyó Sein und Zeit (1927), obra que acogió como un nuevo bautismo filosófico.