Introducción
En la época de la globalización, la memoria del Holocausto ha experimentado por lo menos, tres derivas fundamentales. En primer lugar, su conversión en tropos universal o paradigma explicativo de las violaciones a los derechos humanos cometidas por los estados o con su anuencia en el último cuarto del siglo XX, fenómeno del que daba cuenta Andreas Huyssen1 a la vez que señalaba los problemas que traía ese traslado, en ocasiones forzado, de conceptos y representaciones que, construidos para explicar el genocidio nazi, se aplicaban a acontecimientos muy distantes en tiempo y espacio del hecho original. No obstante, en muchos casos, se tradujo en un importante aporte a la comprensión de hechos de violencia masiva producidos a finales del siglo pasado2.
En segundo lugar, observamos la centralidad que adquieren los hechos histórico traumáticos en la cultura de la sociedad occidental, fenómeno del cual, la Shoá se convierte en su sinécdoque y se traduce en la musealización, la construcción de monumentos recordatorios, objeto de representaciones artísticas, literarias, tema de investigaciones de distintas disciplinas sociales y humanas. Por último, y relacionado con lo anterior, el proceso llega a derivar en la conversión de la memoria de la Shoá en una “religión civil”, tal como lo señala, entre otros, el historiador Enzo Traverso3, y que consiste en el pasaje de una ‘memoria débil’ a una ‘memoria fuerte’ en torno a la cual se construye un consenso universal que oculta los propios genocidios y violencias pasadas y presentes de los estados que se consagran a la nueva religión.
Sin perder de vista estas reflexiones, nuestro trabajo se centrará en dos momentos de la historia de la memoria de la Shoá: por un lado, la llamada “era Adenauer”, desde la creación de la República Federal en 1949, hasta la sustanciación de los Juicios de Auschwitz en Frankfurt que culminan en 1965. Y, por otro lado, la Alemania de la segunda década del siglo XXI, momento en el cual se formula una fuerte crítica de la sociedad de los años cincuenta, en el sentido en que el escritor y documentalista Ralph Giordano llamó la “segunda culpa”4, es decir, el intento de eludir su responsabilidad en el reciente pasado violento, recurriendo a la negación, y a la amnistía de los crímenes que gran parte de la sociedad germana toleró, consintió o calló durante el periodo nacionalsocialista, es decir, la “primera culpa”.
La constelación de los dos momentos históricos, es posible percibirla a través del cine alemán de nuestros días, particularmente, este artículo se centrará en la película Laberinto de mentiras, también, titulada La conspiración del silencio, del realizador Giulio Ricciarelli (2014).
Holocausto. Memoria y justicia: un proceso tardío, discontinuo y sinuoso
La memoria de la Shoá recorrió un sendero complejo y discontinuo que la Historia ha intentado reconstruir, establecer sus etapas y contextualizar. La destrucción de los judíos de Europa por parte del nazismo fue considerada en la inmediata posguerra como un hecho que debía comprenderse dentro del marco de la Segunda Guerra Mundial. No concitó, por sí misma, un tratamiento particular ni estudios específicos. No se advirtió en el momento la extrema singularidad y la desmesura del acontecimiento. Como han señalado muchos historiadores, su inclusión en la conciencia de Occidente fue, por demás, tardía, ya que al suceso histórico siguió una etapa de represión del recuerdo en la que la voz de las víctimas fue desoída o subestimada durante dos décadas.
Por su parte, la justicia penal, estrechamente vinculada, aunque de manera compleja, con la memoria, se manifestó en una corriente de amnistías e impunidad que se extendió a finales de los años cincuenta.
Hasta la recuperación de la soberanía y la división de Alemania en dos naciones, la justicia transicional había estado a cargo de las potencias aliadas. Luego de los Juicios Principales de Nuremberg y los Secundarios, realizados entre 1945 y 1949, se instaló la idea de “cosa juzgada”.
En la naciente República Federal Alemana, las tareas de la reconstrucción material e institucional del país soterraron el pasado reciente, la memoria y la justicia para con las víctimas y los victimarios. Por otra parte, como es sabido, la dinámica de la guerra fría apartó al suceso de una agenda, ahora más interesada en la lucha presente contra el enemigo comunista que comprometida en castigar a los criminales nazis. La drástica caída del número de denuncias, sumados a reiteradas leyes de amnistía y de prescripción, aún para casos graves, caracterizaron esta etapa de la Justicia retroactiva, o más bien, la casi ausencia de ella (Müller, 2006)5.
No obstante, antes de finalizar la década del cincuenta, tuvo lugar el retorno de lo reprimido, la anamnesis, una revuelta ético política contra la amnesia y la impunidad que reivindicó el deber de la memoria. Dos acontecimientos fundamentales impulsaron y fueron consecuencia, co-determinando, en forma dialéctica, un cambio de época en la que la búsqueda de la verdad y el castigo a los culpables recuperó un lugar en las preocupaciones de la Alemania de los tempranos sesenta. La captura de Adolf Eichmann en Argentina en 1960 y el posterior proceso judicial en Jerusalén en 1961, con amplia cobertura por parte de los medios masivos, impactó en la opinión pública mundial corriendo, en parte, el manto de olvido que se había tendido en torno al evento. De boca de uno de sus principales perpetradores, a través de las audiencias televisadas, se comenzó a tomar conciencia del genocidio. Dos años más tarde, otro acontecimiento del orden judicial va a develar más detalles del horror vivido: el juicio realizado en Frankfurt, desde 1963 a 1965, donde se juzgaron y condenaron a ejecutores materiales de hechos atroces cometidos en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz6.
El fin de la guerra fría y el comienzo de la globalización presenció un desarrollo fenomenal de los estudios sobre el Holocausto, convirtiéndolo en un campo específico del saber dentro de la historiografía, acontecimiento, también, visitado por distintas disciplinas que lo abordaron desde múltiples perspectivas. La caída del Muro de Berlín, en 1989, tuvo fuertes consecuencias en el conocimiento histórico del Holocausto ya que permitió el acceso a importantes archivos hasta el momento ignorados en Occidente. Por otra parte, con la unificación de Alemania en 1990, la memoria de la Shoá cobró un valor especial en la tarea de fundar una identidad alemana, democrática, comprometida en saldar cuentas con el pasado totalitario y abocada a juzgar y castigar a los culpables que aún estaban impunes. En el plano de las representaciones audiovisuales, los estudiosos de la memoria de la Shoá coindicen en destacar la impronta de la serie televisiva “Holocausto” (EEUU, 1978) en la medida que el evento logró salir de los ámbitos académicos y penetrar en los hogares y en la conciencia de las familias en América y en Europa, fundamentalmente. Siete años más tarde, otro acontecimiento crucial resultó Shoá, (1985) del realizador francés Claude Lanzmann que vino a impulsar debates en las Ciencias Sociales, Humanidades y el Arte sobre los límites de las representaciones o la irrepresentabilidad del Holocausto. A partir de estas creaciones, la memoria de la Shoá, tuvo una progresión casi geométrica en los distintos campos del saber y del arte, muy, ostensiblemente, en el Cine, que contribuyeron a convertir, en nuestra época, a la Shoá en el trauma universal de Occidente.
Laberinto de mentiras (Alemania, 2014)
Im Labyrinth des Schweigens, su título original en alemán, es la ópera prima del actor y director italiano, Giulio Ricciarelli, co guionista del filme junto con Elisabeth Bartel. Su elenco se compone de Alexander Fehling, André Szymanski, Friederike Becht, Johannes Krisch, Johann von Bülow, Robert Hunger-Bühler, Hansi Jochmann y Lisa Martinek. Fotografía de Martin Langer y Roman Osin. Música de Sebastian Pille y Niki Reiser. Edición a cargo de Andrea Mertens. Duración 122 minutos.
La película aborda el espinoso tema de la elusión por parte de la gran mayoría de la sociedad alemana de su responsabilidad, por acción u omisión, en los crímenes horrendos del periodo nacionalsocialista. Comportamiento que mantuvo durante las dos décadas posteriores al fin de la guerra y que comienza a conmoverse a finales de los cincuenta, precisamente, el momento y las circunstancias representadas en la película de Ricciarelli. Dentro de la época referida, el director recorta un periodo de cinco años, desde que llega a la fiscalía de Frankfurt una denuncia hasta el inicio de las secesiones del Tribunal, en diciembre de 1963. Es la primera vez que el cine de ficción se hace cargo de tal acontecimiento7. Con una narrativa tradicional, sin demasiada innovación formal, el director construye un relato del pasado, que combina hechos reales, tomados del mundo histórico, con personajes y situaciones imaginarias, logrando un tratamiento serio y sobrio de un tema tan árido y esquivo a la cinematografía como lo es el universo de las denuncias, audiencias, archivos y testimonios.
La reconstrucción de la época es impecable: la música, los artefactos cotidianos, las vestimentas, los diálogos, logran hacer revivir aquel momento de auge económico y conformismo de una sociedad que pretende alejarse de ese pasado que la interpela, embarcándose un futuro que promete progreso y bienestar material.
Ya, en la primer escena, se introduce el nudo de la cuestión, que es, precisamente, la impunidad y el manto de olvido tendido sobre los horrores del pasado reciente: corre el año 1958, un ex guardia del campo de Auschwitz es reconocido por, Simón, un sobreviviente del mismo. El criminal no solo está libre, sino que, además, es profesor de un colegio de niños. Esta representación constituye, a nuestro criterio, un importante logro del director, haber podido significar con imagen y sonido, una de las dimensiones más terribles del ausencia de justicia, poner frente a frente a la víctima, cuyo daño no ha sido reparado con el victimario, no solo, impune sino cumpliendo un rol de fuerte reconocimiento social como es la enseñanza de los niños, una verdadera paradoja.
La segunda escena, es la antítesis: la joven generación. Un novel abogado, que debe pagar su “derecho de piso’ en la Fiscalía de Frankfurt y, confinado a resolver las infracciones de tránsito, sueña con un futuro vinculado a una gran misión. No subestima su tarea actual, pormenor que le parezca, sino por el contrario, se dedica con empeño a hacer respetar la ley y a castigar su incumplimiento, tesón que conservará, posteriormente, cuando tenga que acusar a los asesinos de Auschwitz. Este recurso le sirve al cineasta para dar cuenta de las características de estos fiscales -que en la realidad, fueron tres-: niños o adolescentes durante el nazismo, desvinculados del poder y con escasa experiencia en la Fiscalía pero con un fuerte compromiso con la justicia, la verdad y la ética. El protagonista, Johan Radmann, es un héroe inventado8. El personaje de ficción es un clásico héroe de película hollywoodense de los años cuarenta: joven, buen mozo, idealista, valiente, que, prácticamente, por azar entra en contacto con las denuncias de Auschwitz, cuya existencia, hasta el momento, ignoraba al igual que la mayoría de los empleados de la Fiscalía.
En un contexto en que los jóvenes desconocen el pasado y los mayores lo pretenden ocultar porque en alguna medida, estuvieron involucrados, se había instalado la idea de que “la democracia ya es un hecho en Alemania ¿para qué entonces hurgar en el pasado?”, la denuncia contra los perpetradores es arrojada, literalmente, en el film - al cesto de la basura. Es el Fiscal Radmann quien lo rescata del olvido.
La reunión de fiscales, presidida por Fritz Bauer, es la oportunidad que elige el joven funcionario, cuando, desafiando a su inmediato superior, decide exponer, directamente, ante Bauer la denuncia recibida.
La representación del Fiscal General de Hesse que emerge de la película es la de una hombre realista, experimentado y, aunque, consciente de todos los obstáculos que se oponen al develamiento del pasado, está convencido de que no hay una verdadera democracia si Alemania no se hace cargo de sus crímenes.
Como en el juicio real, el rol del Fiscal General fue fundamental, pero, más bien, lo desempeñó detrás de la escena, dejando en ‘primer plano” a su séquito de jóvenes fiscales en los que depositó su confianza y a los que brindó su apoyo.
Días más tarde, en la entrevista personal con Bauer, obtiene el espaldarazo que necesitaba. El Fiscal General, no solo lo va a apoyar en sus investigaciones, sino que lo coloca al frente de la misma, no sin antes, advertirle sobre las dificultades que deberá afrontar; por ejemplo; “haber servido en el campo de Auschwitz, no es un delito para Alemania,” y, por otra parte, “todos los crímenes prescribieron hace tres años”.
A los obstáculos legales se suma un hecho, por demás, desalentador e inquietante, “el Funcionariado está repleto de antiguos nazis”. La novedad, el suceso que se presenta como una posibilidad de comenzar a desmadejar la telaraña la impunidad es que ha llegado a la Fiscalía un listado, proporcionado por una víctima. Se trata de una planilla con los nombres de los miembros de la SS que se desempeñaron como directivos en el campo de Auschwitz. En su rasgo moderno de organizar el crimen a gran escala -la forma burocrática- el nazismo había dejado innumerables registros de su accionar delictivo que, finalmente, servirán de pruebas en su contra. Habría que sumar testimonios de sobrevivientes y lograr más pruebas de los delitos concretos. Por primera vez, se pondrían en relación los nombres de los ejecutores, las víctimas, los crímenes y la voluntad de investigarlos y castigarlos.
Comienza, así, un desfile de testigos que llega a la Fiscalía dando testimonio del horror vivido, ante el cual, los funcionarios pasan de la postura inicial de la ignorancia o las justificaciones tales como “eran soldados, cumplían órdenes” o bien “los vencedores escriben la historia, es todo una exageración” a la toma de conciencia del mayor crimen contra la humanidad de la época moderna.
Paripasu, se inician las citaciones a los integrantes las planillas del personal de Auschwitz, que lejos de cualquier actitud de arrepentimiento, niegan, justifican y amenazan, llegando uno de sus abogados a sostener el cínico argumento de que el proceso la selección que tenía lugar en el andén, a la entrada del lager, que decidía quienes se destinaban al trabajo forzado y quienes a la muerte, era un acto de piedad, que, en definitiva, había evitado a muchos su muerte inmediata en la cámara de gas.
En Laberinto de mentiras, la tramase bifurca. Tangencialmente, sigue el paradero de Josef Mengele, el, tristemente, célebre médico de Auschwitz, autor de siniestros experimentos con seres humanos, particularmente, con niños gemelos, como es el caso de las hijas de Simón, el personaje de la película.
El Fiscal Radmann está, especialmente, empeñado en llevar a la cárcel al “Ángel de la muerte” y obsesionado de tal manera que se le presenta en sus pesadillas. La persecución del criminal, al que considera, el emblema de Auschwitz, es la parte en que la película cobra un notable dinamismo, convirtiéndola en thriller policial. Finalmente, el fracaso en la captura de Mengele hace que Radmann caiga en la decepción y el abatimiento.
Sin embargo, hay otras razones de su frustración: en el trayecto de la pesquisa, el Fiscal descubre que la mayoría de sus allegados, amigos y colegas habían pertenecido a las SS durante todo el periodo nacionalsocialista. El caso más impactante es el de su propio padre, quien, lejos de la imagen del soldado que aún siendo opositor al nazismo, murió en el frente de guerra, en realidad, había sido un miembro activo del partido nacionalsocialista. De esta manera, el director da cuenta de una de las característica de los crímenes modernos,en este caso, del nazismo: la participación es tan masiva, los grados de complicidad son tan variados que hacen que la culpa se extienda sobre vastos sectores de la sociedad, llegando a la paradoja de que si la culpa es colectiva, nadie es culpable. Entonces
¿Dónde trazar la línea de los que deben ser juzgados y castigados y quienes, no? La cuantía de los victimarios, de las víctimas y de los delitos, así como su naturaleza radical, hacen que estos crímenes sean, como decía Hannah Arendt, imposibles de perdonar, pero a su vez, imposibles de castigar. Así, la película nos lleva a reflexionar sobre los obstáculos y dilemas con que se enfrenta la justicia transicional a la hora de juzgar los crímenes masivos. Abrumado por razones personales, materiales y legales, el Fiscal, como en los relatos clásicos, abandona el combate y se retira al ámbito privado, dónde ha recibido jugosas propuestas de personas interesadas en que se interrumpan sus investigaciones en la fiscalía. Sin embargo, muy pronto se imponen sus valores y su determinación de que Auschwitz no caiga en el olvido y vuelve al campo de batalla donde le aguardan excelentes noticias: ya hay fecha para los juicios de Auschwitz.
Llega el final, un día de diciembre de 1963, los magistrados lucen las tradicionales togas, la sala está dispuesta, hay entusiasmo y conciencia de que se va a protagonizar un hecho histórico. Se cierran las puertas de la Sala de Audiencias de Frankfurty la pantalla se oscurece porque ha finalizado Laberinto de mentiras, dando paso a la Historia (con mayúscula) que informa lo que, en el mundo histórico, siguió a esa escena.
Algunas reflexiones finales
Según Daniel Feierstein, el juicio penal no solo es un mecanismo formal destinado a la sentencia ya castigar a los perpetradores, sino que constituye un espacio de encuentro obligado entre victimarios y víctimas, en el que los hechos traumáticos pueden ser reconfigurados frente a todos los partícipes y donde se produce un juicio moral legitimado que asigna responsabilidades y contribuye a la conciencia social.(Feierstein, 2015)9. A partir de los Juicios de Auschwitz, en Frankfurt, los alemanes y mundo se enteraron de la verdad y la dimensión del horror vivido. Pudieron comprobarlo a través de los innumerables testimonios de las víctimas y demás testigos, de pruebas materiales irrefragables, documentos escritos e imágenes y, en algunos casos, de la declaración de los propios acusados. Ante las evidencias, se desmoronaron las versiones negadoras del suceso: no se trataba de la “historia contada por los vencedores”, ni del relato exagerado inventado por los sobrevientas para vengarse.
Trasladando el concepto de Hugo Vezzetti (2003)elaborado para significar el Proceso a las Juntas militares en la Argentina en 1985, podemos decir que los juicios de Frankfurt constituyen una escena10, un punto de inflexión en la historia ya que condensa una trama histórica y, a la vez, se convierte en un núcleo duro y persistente sobre el cual vuelve el trabajo de la memoria. Es la culminación de todo un proceso, pero es, a su vez y, fundamentalmente, es un antecedentes de lo que vendrá después en materia de justicia retroactiva. Se trata de una escena a partir de la cual se abren nuevas narrativas, sentidos y se fundan nuevas memorias.
Aunque, los Juicios de Auschwitz en Frankfurt supusieron una importante ruptura con el pasado, en los años que le siguieron, el ímpetu de la Justicia en castigar estos crímenes mermó, considerablemente. Trabas legales, institucionales, materiales y políticas se combinaron para dificultar la tareas de los investigadores y fiscales ya que se necesitaban los testimonios de los escasos sobrevivientes; un gran número de los acusados se encontraban fuera de Alemania, por lo cual se requería cursar órdenes de extradición, citar a testigos residentes en el extranjero y demostrar los asesinatos cometidos a título individual.
Con la caída del muro de Berlín y la posterior unificación de Alemania en 1990, se abrió, nuevamente, luego de tres décadas, un contexto favorable para continuar con la justicia. Una de las razones fue que con la nueva instancia política abierta en 1989 se pudo acceder a nuevos archivos, pero, además y sobre todo, la nueva Alemania buscó construir una identidad, democrática, pluralista y comprometida con los derechos humanos, profundizando la condena ética, moral y penal a la experiencia totalitaria del nacionalsocialismo. A partir de esa fecha, se produjo un vasto proceso de recuperación de la memoria, reparación histórica de las víctimas, construcción de museos y monumentos, que dieron, en cada caso, lugar a importantes debates en la sociedad entorno al hecho histórico-traumático. Desde el año 2005, una ley de República Alemana condena penalmente a todo aquel que niegue o minimice el Holocausto, medida que se extendió a varios países de Europa. Por otra parte, a principios de la década actual, la Oficina Central de Investigación de los Crímenes Nazis, anunció nuevos procesos a cuarenta guardias de Auschwitz por el delito de colaboración necesaria en la masacre del Tercer Reich, dando inicio a un nuevo intento en Alemania de juzgar a los responsables con vida de los crímenes cometidos durante el régimen nazi. De esta nueva etapa de rememoración o anamnesis, participa, notablemente, en el cine alemán, con una focalización en la crítica a la era de Adenauer, embarcada en el “boom económico”, el conformismo y el intento de cerrar prontamente la página del pasado violento. En oposición, la filmografía hace una fuerte reivindicación de la figura del Fiscal General de Hesse, Fritz Bauer y su grupo de jóvenes colaboradores, verdaderos promotores de la rebelión contra la impunidad que se vivió en Alemania a fines los cincuenta y que tuvo como resultado la realización de los Juicios Auschwitz en Frankfurt. De la fuerte reactivación de la memoria en torno este acontecimiento y al Fiscal de Hesse, dan cuenta, además de Laberinto de mentiras, otros filmes alemanes de nuestra época como la película de Ilona Ziok, Fritz Bauer: muerte a plazos (2010), y Agenda Secreta (2015) de Lars Kraume.