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Cuaderno urbano

versión On-line ISSN 1853-3655

Cuad. urbano vol.9 no.9 Resistencia dic. 2010

 

ARTICULOS ARBITRADOS

Rosario: la experiencia política de la ciudad-empresa

 

Emiliano Sacchi

Licenciado en Ciencia Política por la UNR. Se desempeña como Docente Adscripto en la Cátedra de Problemática del Conocimiento en las Ciencias Sociales y en el Seminario de Filosofía Política. Es docente invitado en el Seminario de Filosofía Política de la Facultad de Filosofía de la UNL. Participa de Proyectos de investigación en la UNR (Pensamiento libertario contemporáneo), RED PUC de la UNL (Arquitectura y filosofía) y en UNSa (La pregunta ¿Qué es pensar? en la filosofía contemporánea). Es becario doctoral de CONICET con lugar de trabajo en Instituto Gino Germani de la UBA. Actualmente cursa el Doctorado en Ciencias Sociales de la UBA, donde desarrolla una investigación sobre las relaciones vida-política en el pensamiento político contemporáneo. Pertenencia institucional: UNR – CONICET. emiliano_sacchi@yahoo.com

Recibido: 19-02-10 - Aceptado: 01-07-10

 


Resumen

En este trabajo nos preguntamos ¿cuál es nuestra experiencia política de la ciudad en el presente?, ¿cómo se ha constituido esta experiencia? Responder esas preguntas implica investigar una serie parcial de mecanismos de poder-saber, en los cuales se constituye nuestra experiencia. Intentamos comprender entonces la «forma de gobierno» de la ciudad, pero desplazando el acento desde la perspectiva clásica (jurídico-política) hacia una perspectiva centrada en las prácticas de gobierno y sus racionalidades específicas, entendiendo el gobierno en tanto tecnología política. En ese sentido, ensayamos una serie de lecturas de las modalidades actuales que adquieren las tecnologías de gobierno con el paradigma de la Empresa y la Gestión Estratégica, ya que entendemos que ellas demarcan los límites en los que se constituye la experiencia política de la ciudad.

Palabras clave Tecnología política, Arte de gobernar, Gestión, Empresa.

Abstract

Rosario: the political experience of the Enterprise-City.
In this paper we ask ourselves: Which is our political experience of the city in the present? How has this experience been established? To answer these questions we must investigate some mechanisms of power and knowledge in which our experience has been formed. We try to understand the "form of government" of the city, but shifting the accent from a classical perspective (legal and political) toward a perspective focused on political practices and their own specifics rationalities, understanding urban governance as political technology. In this sense, we try to interpret present forms of the technologies of government under the paradigm of the Enterprise and the Strategic Management, since we consider that they establish the boundaries within which our political experience of the city is structured .

Keywords Political technology, Art of governing, Management, Enterprise.


 

1. DISPARADOR

«El filósofo en cuanto hombre necesario del mañana y del pasado mañana se ha encontrado y ha tenido que encontrarse siempre en contradicción con su hoy: su enemigo ha sido siempre el ideal de hoy (...) Extiende su mano creadora al futuro. Su ‘conocer’ es crear.»
F. NIETZSCHE, Más allá del bien y del mal, § 211

Este trabajo nace de un apremio, de la necesidad de pensar el presente de ese vínculo arcaico entre polis y política, entre ciudad y política que parece borrarse en tiempos de globalización. Precisamente, ese apremio podría formularse como una pregunta del siguiente modo: ¿qué tipo de experiencia política somos capaces de realizar en nuestro presente? ¿Cómo se ligan en esta experiencia ciudad y política? ¿Cuál es nuestra experiencia política de la ciudad y ciudadana de la política? ¿Cómo se ha constituido esta experiencia? y ¿en qué hábitos impensados se alojan nuestros modos de ser ciudadanos/urbanos? Frente a la naturalidad con la que se presentan hoy los modos de ser y de vivir-en-ciudad, parece urgente oponer una mirada atenta que desbarate todo el juego de los reconocimientos. Nada hay de natural en los modos de ser urbanos: los modos de vivir-en-ciudad, de habitar en sus mega-edificios o sus villas miserias, de conducirse, de moverse en su espacio, en sus órdenes, en sus cuadrículas; de usar los artefactos urbanos; de amarse en sus plazas o sus en escondites; de asociarse políticamente en un estado democrático; de pensarse como sujeto de derecho (ciudadano), de manifestarse afecto en instituciones socialmente establecidas; etc. Y pronto, antes o después, estas instituciones y otras desaparecerán. Si no hay entidades eternas, ni siquiera nada duradero, si todas las instituciones que atravesamos y por las que somos atravesados son transitorias, es posible, entonces, atisbar cómo a la ciudad llena de puntos, señales y canales que formatean las experiencias posibles del presente le subyace una pleamar de caminos sin dirección.

Interrogarse de este modo por el presente de la ciudad implica animarse a pensar otra ciudad posible. Otras formas de vivir, de amar, de enseñar, de hacer política, de habitar, de compartir, otras instituciones. En esa tarea, una filosofía, un pensamiento que se quiera comprometido con las urgencias de pensar su propio presente, encuentra un territorio que no puede resignar. Por ello indirectamente, es decir, mediante la crítica de lo que ya hemos devenido, este escrito se suma a la posibilidad de fabular1 la ciudad, o quizá a la posibilidad de fabular otras formas no-ciudadanas de relacionarnos. Foucault no definía de otro modo la tarea genealógica. Ésta es una interrogación sobre el presente para buscar su lugar de invención, su emergencia, la instancia política de su irrupción. De tal modo, la genealogía muestra los mecanismos por los que el presente pretende pasar como lo único que puede ser, y a la vez muestra otras posibilidades de mundo, otras posibilidades de existencia en el murmullo sordo de los horizontes en que el presente se hace cotidiano.

2. LA EXPERIENCIA POLÍTICA DE LA CIUDAD-EMPRESA

«La empresa ha ocupado el lugar de la fábrica. (...) Ya sea el Estado o la iniciativa privada (...) se han convertido en figuras cifradas, deformables y transformables, de una misma empresa que ya sólo tiene gestores. (...) Instituye entre los individuos una rivalidad interminable a modo de sana competición, como una motivación excelente que contrapone unos individuos a otros y atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente.»
G. Deleuze, Posdata sobre las sociedades de control

Continuar el programa anterior y preguntarse por el presente de Rosario, por la experiencia de la cultura y de la política en el presente de esta ciudad, puede conducirnos a cuestiones diversas y heterogéneas; pero no sería desatinado afirmar que implica —en cierto modo— interrogarnos en torno a lo que Aristóteles llamaba la constitución de la ciudad. Es decir, se hace necesario preguntarse por las formas de gobierno. Pero para ello no basta con las formalidades jurídico-políticas en las que ha sido encorsetada la reflexión sobre el gobierno. Ya que a la vez que la reflexión filosófica política queda atrapada en el atolladero jurídico-político, las técnicas de gobierno se desarrollan en una serie de instituciones particulares y siguiendo una serie de saberes precisos que le sirven de apoyo y a los cuales retroalimenta en su práctica cotidiana. En este marco, preguntarse por la experiencia política del presente de la ciudad implica en cierto modo preguntarse por la figura del socialismo rosarino, por su arte específico de gobernar. No mediante la pregunta mítica por el socialismo, por su origen y destino, sino de un modo mucho más escueto y a la vez conciso: por el presente del mismo. Es decir, ¿qué es hoy el socialismo rosarino y qué tipo de experiencia política es capaz de trazar? ¿Cómo se ha constituido esta experiencia? Y finalmente, ¿cuáles son sus mecanismos o el tipo de racionalidad que pone en práctica en el ejercicio del poder?

La historia oficial del socialismo numera cinco momentos históricos y unos cuantos nombres célebres: la fundación (Juan B. Justo), los primeros legisladores (Palacios y Moreau de Justo), la formación del PSP (Estévez Boero), la unificación del partido (Alfredo Bravo) y finalmente la gestión (Hermes Binner). Como afirma Rubén Giustiniani, el último «momento fundante del partido es la gestión. Porque un partido que se precie de transformar la realidad tiene que ser un partido que llegue al gobierno y que ejerza el gobierno» (Giustiniani, 2003). De este modo, en Rosario y recientemente en la provincia, la «gestión» accede al carácter de momento fundante en la historia del partido y el «gobierno» se transforma en un elemento central no ya en un sentido amplio, en tanto locus, al cual se llega, sino más bien en un sentido mucho más restringido, en tanto ejercicio, práctica o arte. Es fundante del socialismo puesto que éste implica un arte específico de gobernar. La gestión marca un quiebre radical en la historia del partido, ya que lo transforma en lo que antes nunca había sido: un partido-de-gobierno. Por lo tanto, si lo que interesa es analizar qué tipo de experiencia política es capaz de construir hoy el socialismo en la ciudad, con mayor razón interesa descubrir cuál es el «arte de gobernar» inherente al socialismo rosarino. Para lo cual sería necesario reconstruir el dominio completo de la práctica de gobernar tal cual es concebida y ejercida en la ciudad tomando en cuenta sus modalidades, sus blancos de aplicación, sus objetivos y reglas generales, lo que es decir su racionalidad específica. Tarea que además valdría la pena ser llevada cabo en otras ciudades, ya que la racionalidad específica de la gestión como técnica de gobierno pareciera ser altamente maleable, adaptable a distintos contextos urbanos y políticos. La gestión parece constituir un modo de experiencia urbana más allá de La Ciudad, es decir, del arcaico vínculo entre ciudad y ciudadanía, entre polis y política. Dado que esa tarea escapa a los límites de este escrito, nos abocaremos sólo a sentar algunas líneas para su posible indagación.

Nacimiento de la Ciudad-Empresa

Ante todo deberíamos preguntarnos cómo concibe a la ciudad este «arte de gobernar», es decir, ¿cómo organiza la quimera política de una Ciudad cuando ésta no es más que espacio liso y artificio de lo colectivo que se auto-produce, territorio altamente desterritorializado en el que sólo hay relaciones diagramáticas en estado de excitación y variación permanente? ¿Cómo transforma la urbs en esta inédita polis? La Gestión organiza la nueva Ciudad estriando el espacio, modulando las relaciones, segmentando las zonas. Produciendo una imagen de ciudad que no es la del vértice de la soberanía o la del espacio disciplinario, una Ciudad concebida por otras formas de saber que de modo muy general podríamos englobar en lo que se ha dado en llamar Teoría del Desarrollo Local (o Desarrollo Endógeno, Estratégico, etc.). Puntualmente, no se trata de un corpus teórico sino más bien de una serie de estudios descriptivos y normativos sobre casos específicos y «exitosos» de ciudades y regiones que han aplicado los principios de la Gestión Local Estratégica (i.e. Barcelona, los distritos industriales italianos, etc.). Todo un sistema teórico y práctico de gestión del espacio local que hemos visto poner en práctica en Rosario y que concibe a la ciudad como una «organización emprendedora encargada de producir y comercializar unos determinados bienes y servicios para satisfacer a largo plazo unas demandas y expectativas propias y ajenas; en particular las demandas relacionadas con la localización de los individuos y las organizaciones productivas»2 (MENTA, 2001).

Concebir de este modo la ciudad implica una política de economización de la totalidad del campo social. Este moderno arte de gobernar llamado gestión estratégica da por traste con toda una serie de representaciones de la Ciudad como organismo, como agregación de familias, como asociación de vecinos, etc. para englobar todo bajo la forma Empresa y según la lógica de relación del mercado, la oferta y la demanda. De tal modo, la «oferta» de la ciudad está representada por sus recursos humanos, los sectores productivos locales, las infraestructuras de transporte, de comunicaciones y de soporte físico de las actividades socioeconómicas, los servicios públicos y los recursos paisajísticos y medioambientales. Por el lado de la «demanda», la ciudad estaría compuesta por los habitantes, los turistas, las empresas y las instituciones con presencia en el territorio. Esto que bien podría ser un relato de Isaac Asimov es parte del corpus teórico con el cual se piensa y organiza la ciudad de Rosario, habilitando todo un juego de traslaciones entre el dominio de la ciudad y el de la empresa que no es para nada metafórico e implica retomar todo el tejido social de la ciudad y procurar que sea organizado no según la textura de la ciudadanía, sino de la empresa.

Nacimiento de la Ciudad-Empresa. Deleuze afirmaba que en las actuales sociedades de control, que han transformado la moderna sociedad disciplinaria (cuya genealogía fuera realizada por Foucault en los años 70), la Empresa se ha constituido en la forma paradigmática de ejercicio del poder, incluso más allá de la distinción público/privado. A su vez, esta transformación tampoco ha sido desestimada por el mismo Foucault, quien en uno de sus últimos cursos en el Colège de France (1978-1979) se proponía trazar la genealogía de esta nueva racionalidad política a partir de ese corpus de saber-poder que es el (neo)liberalismo del siglo XX, y para el cual uno de los puntos fundamentales era «la formalización de la sociedad según el modelo de la empresa» (Foucault, 2007: 398). De este modo, el campo social todo, desde el Estado, las instituciones públicas y privadas, hasta los individuos mismos, es inscripto en una racionalidad empresarial. Los actuales modos de funcionamiento político de nuestra ciudad, cuya racionalidad política se expresa en los desarrollos teórico-prácticos sobre la gestión, no escapan a estas transformaciones, a la Forma-Empresa como modalidad paradigmática, y en ese sentido se puede hablar del nacimiento de una Ciudad-Empresa. Ello implica que no sólo la ciudad es proyectada como empresa, sino que sus «ciudadanos» somos concebidos por un lado como capital humano, como oferta o atractivo y a la vez como clientes de otros atractivos de la Ciudad-Empresa. Esta reinformación de la vida en los términos de la oferta y la demanda conlleva que «la vida misma del individuo (...) se convierta en una suerte de empresa permanente y múltiple» (Foucault, 2007: 277). Tanto la ciudad como sus habitantes son considerados a la vez productores y consumidores, quedando en cierto modo esta división clásica abolida; cuando algo se consume del otro lado se produce, pero no se trata de individuos distintos sino de un mismo dividuo (Deleuze, 1991). Un sujeto y una ciudad dividuos que en tanto consumen producen. Lo que deben saber es, por lo tanto, (auto)gestionarse.

Según este innovador arte de gobernar se trata, entonces, de construir una trama social en la que sus unidades sean in-formadas según la Forma-Empresa. ¿Qué es hoy la propiedad privada, la vivienda, o incluso la vida misma sino una empresa? También la experiencia estética ha sido capturada por la gestión. ¿Qué es la dirección de un centro cultural, de un grupo de teatro, de un espacio de arte en Rosario sino otras tantas formas de empresa? Elementos de la Ciudad-Empresa, pero a la vez pequeñas empresas que ofrecen ciertos bienes y servicios y demandan otros, por lo que al gobierno no sólo le interesa su presencia sino su correcta gestión. Por ejemplo, un espacio de experimentación artística es transformado de este modo en una empresa cultural que debe posicionarse en el mercado cultural local para posicionar a la vez a la Ciudad-Empresa frente a sus competidores en una especie de mercado urbano regional. Qué decir si no de la decisión municipal por capitalizar un monumento tan controvertido y tan cargado de significados políticos como el que rememora a Ernesto Che Guevara sin que ello implique para el gobierno local un compromiso político. En la óptica de la Ciudad-Empresa no se trata sino de un «recurso paisajístico» que la ciudad ofrece a cierta categoría de clientes: los turistas3. Por ello no resulta extraño que todo el operativo publicitario (el city marketing) desplegado por el gobierno local en torno al monumento se halla reducido a reforzar y enfatizar una sola y pobre consigna: «el Che nació en Rosario», y por lo tanto pertenece a la ciudad como un atractivo turístico tanto como Olmedo, la costanera, el bar El Cairo o Fontanarrosa.

La producción de espacio en la Ciudad-Empresa

En esta clave se puede retomar la cuestión —más aguda— de la lógica de apropiación y producción de espacios habitables y particularmente de vivienda. En Rosario se ha producido la inversión de la tradicional dicotomía entre la reducida oferta de viviendas en el mercado y la creciente demanda por parte de los hogares. Existen zonas de la ciudad donde las viviendas en su total ya no son un bien escaso. Lo que paradójicamente no implica que la constante presión de alza en los precios de la vivienda se haya parado. Más bien al revés, la cantidad de viviendas deshabitadas y las cotizaciones (de venta y alquiler) suben al unísono. De tal manera, el acceso a la vivienda se hace imposible para grandes sectores de la población local no por escasez de inmuebles sino por los valores que éstos tienen. Para la Ciudad-Empresa y su óptica, según la cual el crecimiento de la economía y el crecimiento de la urbe como fenómeno espacial visible son el punto de referencia, esto no es realmente un problema, puesto que esta doble tendencia es producto del alza en la inversión en bienes inmuebles: la ciudad crece y se expande. La pregunta obvia es ¿para quiénes crece la ciudad y particularmente la producción de espacio habitable? La respuesta también lo es: para las empresas (esto es, corporaciones, familias, individuos, etc.) que decidan localizarse o simplemente localizar su capital (i.e. los agrodolares del hinterland rosarino) en la ciudad. Por lo tanto, no resulta extraño que gran parte de las viviendas que se construyen en la ciudad estén vacías. Según esta lógica podemos decir que la ciudad produce y en cantidad espacio inhabitable. Pero a la vez esta sobreproducción de espacio su-perñuo produce especularmente la deshabitación de multitudes superfluas y abandonadas. Valga recordar que mientras se escriben estas líneas la plaza San Martín está «ocupada» por una muchedumbre (ausente en los titulares de los diarios y los noticieros televisivos) que reclama viviendas, una producción de espacio habitable que los contemple. Mientras tanto, los vecinos con derecho a la plaza se quejan por no poder llevar sus perros de paseo higiénico, por la inseguridad producida por la ocupación y por «lo feo que queda la plaza con esas carpas». Todo en el mismo momento en que el gobierno municipal rechaza la construcción de un plan de 3500 viviendas sociales financiadas por el Estado Nacional con el hobbesiano argumento de que un barrio de semejantes dimensiones sería «una ciudad dentro de otra», al decir de la ministra de Planeamiento Mirta Levin (Levin, 2008).

En cierto modo, la escasez de la vivienda (la insuficiencia o inaccesibilidad actual de viviendas para la subsistencia de la ciudad) es para los mecanismos de la gestión simplemente una quimera. Frente a este problema los mecanismos jurídicos y los disciplinarios actuaban con un sistema que intentaba por todos los medios evitarlo absolutamente, el soberano soñaba con prohibir la escasez por la ley y el poder disciplinario establecía una serie infinita de reglamentaciones para evitarla. Por el contrario, para la gestión estratégica hay cierta «naturalidad» en el fenómeno: es producto del mercado como proceso fluctuante. Por lo tanto, no se lo puede prohibir, sino a lo sumo provocar su compensación. Después de todo, bien puede ser que algunos se queden sin vivienda y tengan que buscarla en otras plazas más económicas o en los «asentamientos irregulares» en las afueras de la ciudad (y no en la ciudad dentro de la Ciudad, ese rechazado afuera interno), pero así se podrá hacer de la escasez de vivienda literalmente una quimera (Foucault, 2007). De tal modo, la ciudad produce un corte entre el nivel pertinente de la población y el nivel no pertinente o bien meramente instrumental (Foucault, 2007).

Mientras tanto, en el centro de la ciudad se produce un gran desarrollo de lo que se conoce como «el embellecimiento del espacio público» y que se presenta más bien como un vertiginoso proceso de puertomaderización de la ciudad y de la ribera. Rosario históricamente mantuvo cierta ambivalencia en relación con el río, ya que si bien desde temprano avanzó en la tarea de subordinar su fuerza hidráulica a conductos, canales y dársenas, a la vez nunca pudo emplazar un punto fijo sobre él y lo dejó, en su constante fluir, dibujar difusas orillas invisibles, fugaces bancos de arena, islotes móviles que hacían de su cartografía también una variación continua. Sin embargo, a partir de la construcción del megapuente Rosario-Victoria, la ciudad pudo finalmente medir y ocupar este espacio adyacente a ella fijando a la vez un punto fijo que permitió organizar el espacio liso del río controlando sus cauces, fijando definitivamente ciertas islas y definiendo sus borrosos límites. A partir de entonces la ciudad triunfó sobre el río transformándolo en un espacio de comunicación al servicio de la ciudad4, y avanzó en una carrera de organización y funcionalización de la ribera según este nuevo y doble punto fijo que ordena las visibilidades de la ciudad: en tanto punto visible desde toda la costanera y punto de vista que establece una determinada imagen de la ciudad (la costanera). El contrapunto del puente es claramente esta costanera que mira y que es vista, por lo que se trasformó en el punto fijo sobre el territorio de la ciudad y se vio consecuentemente implicada en todo un proceso de «embellecimiento»: restoranes de lujo, fastuosas torres, gimnasios ultramodernos, costosos clubes náuticos y otros «atractivos» que existían aisladamente a lo largo de la ribera se multiplicaron y la poblaron produciendo su costanerización o puertomaderización. La Ciudad-Empresa participó activamente en todo este despliegue saneando, ordenando, parquizando, concediendo terrenos públicos a manos privadas, obviamente desplazando familias que vivían en la ribera, destrozando formas de economía de subsistencia ligada a la pesca no-deportiva y espacios lúdicos de ciertos barrios cercanos a la costa, etc. Pero ante todo participó decididamente en la producción de una costanera heterotópica, en el diseño de un espacio-otro, suerte de contraespacio o utopía de ciudad feliz efectivamente verificada. La costanera se presenta así como una simple apertura al ocio para todos los habitantes de la ciudad, pero esconde exclusiones muy particulares. Si bien cualquier persona puede penetrar en ese espacio heterotópico, cuando cree entrar, está, por el mismo hecho de entrar, excluido. La costanera no tiene puerta de entrada ni control alguno, no hay patovicas ni derecho de admisión, están todos invitados y quien quiera puede perfectamente cruzar su umbral. Ahora bien, está dispuesta de tal modo que no cualquier visitante puede acceder a sus espacios interiores (los edificios, restoranes, etc.). Éstos están disponibles sólo a ciertas personas —sus habitantes con plenos derechos—, mientras el resto son sólo visitantes, extranjeros en su propia ciudad. De modo que la costanera como heterotopía central de la ciudad genera sus propios extranjeros: los pobres, los viejos, los feos, los negros, éstos, nosotros, aquellos, ustedes.

En cierto modo la ciudad entera o por lo menos su «zona céntrica» comienza lentamente a operar de la misma manera. Aunque ciertamente habría que cuestionarse si la Ciudad-Empresa sigue teniendo aún algo así como un Centro. Se podría hablar de la costanera como el paradigma de ciudad de la gestión estratégica. No es extraño que el socialismo piense consecuentemente la ciudad como una «isla», extraña heterotopía abierta a todos pero en la que caben sólo algunos. Precisamente en la costanera vemos funcionar cabalmente toda una maquina de rostridad. Si el rostro es el Ciudadano-Empresario exitoso5, hombre blanco medio-cualquiera, ni muy joven ni muy viejo; las primeras desviaciones-tipo son económico-sociales (empresariales), sexuales, raciales y etarias: pobres, villeros, no-exitosos, desmotivados; morochos, negritos; gays, lesbianas, travestis; viejos, etc. Esta máquina de rostridad «procede por determinación de las variaciones, en función del Rostro (...) que pretende integrar en ondas cada vez más excéntricas y retrasadas los rasgos inadecuados, unas veces para tolerarlas en tal lugar y en tales condiciones, en tal ghetto, otras para borrarlos de la pared» (Deleuze y Guattari, 2002: 182-183). De modo tal que la Ciudad-Empresa no produce o excluye un Otro, sino que fragmenta el campo social marcando sucesivas cesuras sobre el continuum de la población en función del Ciudadano-Empresario. Obviamente estas desviaciones no pueden simplemente ser abandonadas, o excluidas en tanto anormalidad, más bien deben ser asimiladas6, transformadas en posibles Recursos/Clientes de la Ciudad-Empresa, y por lo tanto ésta desarrolla una serie de mecanismos nuevamente compensatorios para su «integración».

La producción del ciudadano empresario

La ciudad para estar bien posicionada en relación con la «oferta» de otras ciudades posiblemente competidoras debe transformar a la mayor parte posible de la población urbana en dividuos: atractivos (oferta) y clientelas (demanda) de la ciudad. Según vimos, ello implica transformarlos a ellos mismos en pequeñas empresas distribuidas a lo largo y ancho del tejido social. Éste es el objeto de algo así como la política social de esta forma de gobernar. La cual obviamente no podemos entender según las lógicas del Estado benefactor en cualquiera de sus formas, ya que el corpus teórico práctico del desarrollo local se suma al coro de críticas al asistencialismo estatal: éste no hace más que producir pasividad y apatía en los ciudadanos y se trata por el contrario de generar un Ciudadano-Empresa que sea proactivo, autónomo (gerente de sí mismo) y que esté dispuesto a asumir los riesgos del mercado. Es por ello que —en líneas generales— el objeto central de esta «política social» es la de formación de capital humano o la capacitación, motivación, incentivación de los recursos humanos existentes. En este campo la gestión local no intenta sólo distanciarse de las prácticas asistencialistas, sino también de lo que llaman el «abandono de lo social» en aras del mercado. Y por ello —afirman— debe gobernarse «junto» a los economistas pero no dejar en ellos el gobierno. Sin embargo, esta distancia con la economía como disciplina científica y conjunto de prácticas habilita una serie de elucubraciones —politológicas y sociológicas— sobre la sociedad civil que promueven la ramificación de la lógica empresarial en lo más profundo del tejido social. Según estas perspectivas, se trata de dar lugar a una sociedad civil fuerte, densa, autónoma, innovadora, abierta al cambio, lo que implica necesariamente producir unos sujetos que compartan estas mismas características. Es decir, para producir una sociedad civil emprendedora hace falta que ésta esté compuesta por sujetos que sean empresarios de sí mismos. Las unidades mínimas de esta sociedad deben ser múltiples y heterogéneas unidades empresariales. Por lo tanto, la política social —¡no económica!— de la gestión local debe encargarse de fomentar la formación de estas unidades dividuas.

Por ejemplo, en relación con el problema del desempleo, la gestión no interviene en el mercado laboral, es decir, en el ámbito «económico» (con seguros de desempleo, por ejemplo) ni abandona a la «sociedad civil», sino que interviene en ella —a través del sistema descentralizado de gestión de la ciudad— garantizando que en cada distrito haya talleres de formación de recursos humanos para el mercado laboral. Con lo cual se distancia de sus dos monstruos (el intervencionismo y el neoliberalismo de los 90), a la vez que introduce una nueva forma de reflexionar y gobernar sobre el campo social. La mayor parte de los programas de «política social» que administra la municipalidad están bajo esta línea: generación de RRHH. Pero se trata de toda una nueva tecnología de subjetivación bajo la forma «Empresa» en la que convergen no sólo las políticas económicas y sociales sino culturales, educativas, de formación e informativas. Una nueva forma de subjetividad que cada vez es más difícil seguir denominando «ciudadano», pero que es interpelado como tal. Por todos los medios posibles se trata de incentivar, motivar, perfeccionar a los Ciudadanos-Empresa en las más diversas actividades, lúdicas, familiares, artísticas, culturales, laborales, políticas, etc. Todas estas políticas (basadas en el modelo de los talleres) son inversiones de la Ciudad-Empresa en su capital humano, y a su vez el ciudadano debe comprender que cada una de estas actividades que realiza es una inversión en sí mismo, de la cual podrá obtener una «rentabilidad» (aprender un oficio, conseguir un trabajo, aprender a construir su propia vivienda, resolver conflictos familiares, aprender a tocar un instrumento, etc.). La formación permanente se presenta entonces como un modo de vida para el ciudadano empresario, es la inversión y reinversión en su propio capital7.

Asimismo, esta economización de todas las prácticas sociales y específicamente de la ciudadanía permite a la gestión estratégica, en tanto «arte de gobernar», disponer de un excelente medio por el cual hacer de los ciudadanos una materia gobernable. La gestión sólo tendrá influjo y podrá conducir las conductas de los ciudadanos en tanto éstas sean entendidas primordialmente como conductas económicas o, más bien, empresariales. Cada vez más, en nuestra ciudad, la superficie de contacto entre los gobernados y este arte de gobernar, entre los sujetos y el poder que se ejerce sobre y a través de ellos y, por lo tanto, el principio de regulación de los mecanismos de poder sobre la sociedad no es otra que la interfaz de la empresa, el continuum empresarial que constituye la ciudad.

3. LIMINAR

«Muchos jóvenes reclaman extrañamente ser «motivados», piden más cursos, más formación permanente: a ellos corresponde descubrir para qué se los usa, como sus mayores descubrieron no sin esfuerzo la finalidad de las disciplinas. Los anillos de una serpiente son aún más complicados que los agujeros de una topera.»
G. Deleuze, Posdata sobre las sociedades de control

Seguramente éste podría ser el diagnóstico no sólo de Rosario, sino de una ciudad cualquiera. Estos supuestos teóricos, estas reflexiones sobre lo urbano, estas prácticas y técnicas, estos mecanismos que constituyen toda una tecnología política urbana tienen un punto de desarrollo altísimo en Rosario, han calado profundo en el presente del socialismo rosarino que se concibe a sí mismo como gestión estratégica, pero no son —y lejos están de ser— excluyentes de nuestra ciudad. Sin embargo, a quienes vivimos en ella, un paisaje como éste nos obliga a pensar la ciudad. En esa tarea, un pensamiento que no sea indiferente a su propio presente, que intente por el contrario hacerlo diferir consigo mismo, hacerlo devenir-otro, encuentra un territorio que no puede resignar. Por eso mismo, frente a la naturalidad con la que se presentan hoy estos modos (empresariales) de ser y frente a los límites que nos impone semejante experiencia política de la ciudad, no tenemos mayor intención que la de permitir visualizar a partir de qué reflexiones y de qué prácticas se constituyen estos modos de ser y esta experiencia, puesto que —como hemos querido exponer— no hay en ellos necesidad alguna. Por el contrario, esta experiencia de la ciudad no sólo no es necesaria, sino que asimismo tampoco es global ni acabada. Como afirmamos al principio, la ciudad se estropea por todas partes, crecen experiencias nuevas e irreductibles donde la gestión no lo espera ni dispone, entre las estrías de la Ciudad-Empresa se dispersan máquinas de hacer política, de amar, de pensar, de crear, de vivir que ponen en tela de juicio el triunfo de este moderno arte de gobernar que hemos intentado describir. Máquinas de desorganización del cuerpo, la política y la ciudad que escapan a los modos estatizados de ser y de desear. Precisamente estas líneas no han querido más que ser parte de esa turba de experiencias a través de la cual se fabula la posibilidad de otra-ciudad.

Notas

1- En el sentido en que Bergson y luego Deleuze utilizan el término: fabulación de un lazo social.

2- Valga recordar que Oscar Madoery, el editor de este libro que compila artículos sobre el Desarrollo Local fue el encargado de conducir el Plan Estratégico Rosario 2000.

3- La separación entre festejos no-oficiales y oficiales por la implantación del monumento marcó la división entre los usos políticos y los del city-marketing. No afirmamos que el segundo sea no político, sino que se trata de uno que despolitiza, transforma una máquina de guerra en monumento de Estado. No podemos olvidar que todo monumento es una estetización y estatización. El monumento es la forma estatal por excelencia.

4- Esto le permitió anexionarse un nuevo hinterland agricultor (el sur entrerriano) demandante de sus bienes y servicios y proveedor de capitales, erigirse como nuevo nodo urbano y de comunicaciones en el litoral y posicionarse como Ciudad-Empresa en el marco de las redes de comunicación del MERCOSUR.

5- Sobre la existencia del «ciudadano» deberíamos mantener nuestras dudas. Se puede hablar de Dividuos-Empresa. Quizá el «ciudadano» como la «ciudad» son, en el mundo de la gestión, formas perimidas. Pero la gestión mantiene un discurso ligado a la «ciudadanía», modula espacios y flujos de la urbs: constituye una Ciudad y unos Ciudadanos a partir de la Forma-Empresa. Por ello decidimos mantener las nociones de Ciudad-Empresa y Ciudadano-Empresa(rio).

6- En estos días una campaña publicitaria municipal contra la discriminación sexual tiene como slogan «Todos diferentes. Todos iguales». La igualdad en la diferencia es el modo de funcionamiento de una tecnología política para la cual no hay exterior ni afuera, sino sólo diferencias homogenizables en una cadena equivalencial.

7- Un índice de este tipo de políticas son algunas pintadas en las calles rosarinas que rezan «Basta de tallerizar la pobreza». Cfr. Diario La Capital, 27 de julio de 2008.

BIBLIOGRAFÍA

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