INTRODUCCIÓN
En diciembre de 2019 comenzó un brote de COVID-19 en China, declarado luego como pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 11 de marzo de 20201. Se determinó que el contagio era muy rápido y que el virus se transmitía entre personas por vía respiratoria y por contacto con fomites o superficies contaminadas. Esta característica determinó que la principal medida epidemiológica de prevención fuera el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO), dispuesto en Argentina el 20 de marzo de 2020, inicialmente por dos semanas, pero luego extendido de manera sucesiva por períodos similares.
Los anuncios gubernamentales en los que se informa cada nueva extensión es una medida estratégica que podría dar buenos resultados en comparación con el anuncio de un ASPO de varios meses de duración. Pero, de igual manera, podría decirse que esta situación es una experiencia potencialmente traumática, ya que quiebra los esquemas cognitivos habituales de la persona, aumenta la incertidumbre y, a la vez, es una situación ineludible (nadie en el mundo está exento del contagio) que genera mucho miedo. Esta situación cumple con el criterio A de la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV): “Evento que implica una amenaza de muerte o lesiones graves o una amenaza para la integridad física o lesiones graves del yo o de los otros”2, a esto se le suma la percepción que tenga la persona, noción contemplada en el DSM-V3.
En Argentina, hay varios elementos adicionales a tener en cuenta en este momento: la crisis socioeconómica que ya venía atravesando el país, la cantidad de jóvenes que suelen migrar a las grandes ciudades para estudiar (muchos de los cuales no pudieron regresar junto a sus familias debido a la interrupción del transporte de media y larga distancia), la transmisión de imágenes perturbadoras provenientes de lugares donde el brote por coro-navirus ya había ocurrido y de información (muchas veces falsa); la incertidumbre, la escolaridad en línea y el encierro, entre otros factores, podrían haber aumentado la ansiedad anticipatoria y el miedo, con el consiguiente estado de vulnerabilidad de los habitantes del país y la predisposición a un estado de ansiedad patológica.
La pandemia y el ASPO -enfermedad y tratamiento preventivo- podrían constituir dos potenciales factores ansiogénicos por la incertidumbre que implica toda la situación de crisis. Ambos factores han generado un campo fértil para el desarrollo de todo tipo de acciones y representaciones cognitivas a partir de la ansiedad y el miedo. Tanto el miedo como la ansiedad son dos emociones que se retroalimentan a pesar de que muchos autores las asocian4. Para los autores, son dos emociones bien diferenciadas, tal como las define Barlow5-8, que sostiene que el miedo consiste en una alarma primitiva en respuesta a un peligro presente, caracterizada por activación elevada y afecto negativo alto.
En cambio, la ansiedad es una combinación difusa de emociones orientada hacia el futuro. De esta forma, mientras que el miedo se caracteriza por presentar componentes más primigenios, biológicos y, en cierto modo, automáticos, como son las reacciones de alarma y defensa, y una orientación hacia el presente, la ansiedad es fundamentalmente de naturaleza cognitiva y de orientación marcada hacia el futuro.
La ansiedad es una emoción que tiene una función adaptativa, que permite estar alerta en relación funcional con el contexto y un afrontamiento de la situación, para dar lugar a una adaptación mejor. No obstante, si esta ansiedad es excesiva en relación con el estímulo que la provoca, se torna desadaptativa y se convierte en fuente de malestar4. A lo largo de la historia, la ansiedad ha sido definida de varias maneras. En 1968, Lang formuló que las emociones se manifiestan a través de reacciones agrupadas en distintas categorías: cognitiva, fisiológica y com-portamental. Es decir, que una persona puede mostrar una reacción muy intensa en lo cognitivo, moderada en lo fisiológico y leve en lo comportamental, mientras que otra persona puede mostrar lo contrario.
Por su parte, Wolpe9 definió a la ansiedad como una respuesta autónoma de un organismo individual concreto, después de la presentación de un estímulo nocivo3. En términos de aprendizaje, la ansiedad sería, entonces, tanto una respuesta condicionada como una respuesta incondicionada; las respuestas de ansiedad ante los estímulos condicionados pueden ser superiores incluso a las producidas ante los estímulos incondicionados9. En 1984, Lazarus y Folkman se refirieron a la ansiedad como una relación particular entre el individuo y el entorno que es evaluado por este como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar10. En la misma época, Spielberger la definió como una reacción emocional de aprensión, tensión, preocupación, activación y descarga del sistema nervioso autónomo11.
Cualquiera sea la definición de ansiedad que se considere, es importante diferenciar entre la ansiedad normal y patológica. La ansiedad normal puede definirse como una emoción psicobiológica básica, adaptativa ante un desafío o peligro presente o futuro y se encuentra ligada al instinto de conservación de la especie4,12. Su función es la de motivar conductas apropiadas para superar dicha situación y su duración tiene relación con la magnitud y a la resolución del problema que la desencadenó. En cambio, la ansiedad patológica es una respuesta exagerada, no necesariamente ligada a un peligro, situación u objeto externo, que puede llegar a resultar incapacitante, al punto de condicionar la conducta de un individuo, y cuya aparición o desaparición son aleatorias12.
La ansiedad comprende tres sistemas de respuesta: cognitivo, fisiológico y motor13: dentro de lo cognitivo están las percepciones subjetivas vinculadas a los estímulos (miedo, preocupaciones, pensamientos negativos). En el aspecto fisiológico, se produce un incremento de la actividad del sistema nervioso autónomo (diarrea, palpitaciones, hipertensión, temblores y malestar gástrico, entre otros) y en aquello relacionado con lo conductual, se manifiesta mediante gestos, agitación y respuestas de escape y evitación.
La ansiedad también aparece, en muchas ocasiones, acompañada de otras emociones tales como la angustia y el miedo14. El término viene del latín anxietas, que significa congoja o aflicción3,12. La angustia significa estrechez o angostamiento y se relaciona con el componente orgánico y visceral de esta emoción, es el temor indefinido a algo futuro que implica inhibición y paralización vital15. El miedo es una emoción que surge de la detección de una situación, objeto, o persona, que puede ser amenazante para el protagonista. La atribución del peligro real o subjetivo desencadena una serie de reacciones neurofisioló-gicas también relacionadas con la ansiedad (adrenalina y cortisol), aunque con una gran participación de la amígdala. Sirve para la protección y supervivencia, ya que nos da la posibilidad de generar el mecanismo de lucha o huida; puede decirse que en el miedo siempre existe la ansiedad, pero no siempre ocurre a la inversa14.
En este estudio se utilizará la diferencia entre ansiedad estado y ansiedad rasgo. La ansiedad “estado” contiene a los sentimientos subjetivos de tensión y nerviosismo junto a una activación del sistema nervioso autónomo frente a una situación amenazante. Vallejo Ruiloba (1998)15 sintetiza esta categoría como la valoración del estado mental en tiempo presente del cual habla Spielberger11. La ansiedad rasgo se refiere a las características de algunas personas a ser más propensas que otras a padecer síntomas de ansiedad15. Spielberger, Pollance y col.11 mencionan que las personas con rasgos de ansiedad son más vulnerables al estrés y les atribuyen peligro a muchas más situaciones que la media normal.
En China se comenzó a investigar qué trastornos podría causar esta pandemia en la población, sobre todo en los profesionales de la salud. Huang y col.16 estudiaron el impacto psicológico del personal en la primera línea de atención entre el 7 y el 14 de febrero de 2020; para ello, aplicaron la Escala de autoevaluación de ansiedad (SAS, por su sigla en inglés) y la Escala de trastorno por estrés postraumático a una muestra de 230 profesionales. Se evidenció que la incidencia de la ansiedad en el personal médico fue del 23,1% y que fue más elevada en el personal femenino. En cuanto al trastorno por estrés postraumático, la incidencia fue del 27,4%, también más elevada en el personal femenino. Lai y col.17 realizaron un estudio transversal en 1 257 profesionales de la salud de 34 hospitales de China, entre el 29 de enero y el 3 de febrero de 2020, cuyo objetivo era estudiar los niveles de depresión, ansiedad, insomnio y reacción al estrés. El personal informó la presencia de síntomas de depresión (50,4%), de ansiedad (44,6%), insomnio (34%) y reacción al estrés (71,5%).
En España se realizó un estudio con el objetivo de examinar el impacto psicológico de la pandemia y el confinamiento durante los meses de marzo y abril de 2020 sobre una muestra de 1161 participantes18. Se aplicó el Cuestionario de impacto psicológico del coronavirus, la Escala de intolerancia a la incertidumbre12y las escalas PANAS de afecto positivo y negativo. Los resultados indicaron que los miedos más comunes corresponden a las categorías de contagio-enfermedad-muerte, aislamiento social, y problemas de trabajo-ingresos. Se halló un impacto emocional alto, reflejado en el miedo al coronavirus, problemas de sueño y síntomas tales como ansiedad, depresión, desesperanza. Por otra parte, también se encontró que el confinamiento favorecía experiencias personales positivas.
Orellana y Orellana19 realizaron un estudio cuantitativo transaccional no experimental, con el objetivo de explorar la manifestación de síntomas emocionales y potenciales predictores en la población salvadoreña en cuarentena por COVID-19, con una muestra de 339 participantes. Un cuestionario en línea registró acciones y percepciones sobre la situación de pandemia y síntomas emocionales (escala DASS-21). El 75% experimentó síntomas emocionales leves y, en comparación con los hombres, las mujeres informaron más síntomas emocionales. El temor al contagio, ser más joven y la alteración de rutinas cotidianas constituyeron predictores centrales de la aparición de síntomas emocionales.
En India, por ejemplo, se registraron suicidios asociados al miedo a estar infectado por COVID-1920. También el aislamiento ha causado numerosas reacciones con-ductuales y emocionales que se reflejaron en diversas investigaciones como estudios sobre la circulación de la información21, el consumo de drogas en el aislamiento22; las problemáticas de las empresas medianas y pequeñas en el confinamiento23; o la medición de variables de ansiedad, estrés y depresión24, depresión, estrés e ideación suicida 25-27; y síntomas de ansiedad como insomnio, inapetencia, preocupación y cansancio28.
Otros autores destacan la presencia de ansiedad y miedo ante la muerte en contexto del COVID-1929, ansiedad y depresión30; estrés, ansiedad, síntomas depresivos, insomnio, negación, ira31; también hay artículos científicos que se refieren a las manifestaciones ansiógenas en diferentes situaciones y poblaciones en el contexto de la pandemia32-37. Se destaca, asimismo, el estudio de síntomas y patologías orgánicas tales como inmunodeficiencias, cardiopatías, diabetes, hipertensión y patologías respiratorias, entre otras38-41.
Hoy en día se cuenta con el antecedente de un primer estudio realizado en los primeros 15 días de aislamiento preventivo42, lo que motiva a realizar una nueva investigación a los 60 días de ASPO con el fin de determinar si los niveles de ansiedad se han modificado en el tiempo. Dicho estudio arrojó valores bajos de ansiedad para la población en general, aunque con una diferencia en favor de las mujeres (estas presentaron valores superiores a los de los hombres en ambas escalas). Los valores medios de ansiedad como estado (AE) fueron superiores a los valores medios de ansiedad como rasgo (AR) para aquellas personas que no sabían si pertenecían o no a un grupo de riesgo y para quienes creían que en su trabajo estaban en riesgo de contagio. Los profesionales de la salud presentaron niveles de AE superiores a los no profesionales de la salud.
El objetivo general de este estudio fue evaluar la ansiedad en el contexto de la pandemia por COVID-19. Los objetivos específicos fueron:
i) Medir la ansiedad de los grupos de factores de riesgo.
ii) Medir la ansiedad de las personas expuestas al contagio por su trabajo, en particular en profesionales de la salud, analizando las posibles diferencias.
MÉTODOS
La investigación es un estudio no experimental transversal43. El muestreo fue de tipo no probabilístico, con voluntarios, y se alcanzó una muestra significativa, con una amplia cobertura etaria y geográfica. El antecedente de un primer estudio realizado en los primeros 15 días del ASPO motivó a realizar una nueva investigación a los 60 días de ASPO, con el fin de determinar si los niveles de ansiedad se habían modificado en el tiempo; se utilizó la misma encuesta y el mismo modo de distribución.
El cuestionario fue diseñado en un formulario de Google® y distribuido por redes sociales (Facebook®, WhatsApp® e Instagram®) entre la segunda semana de mayo y la primera semana de junio de 2020. La distribución se realizó entre los contactos del equipo de investigadores, quienes a su vez lo difundieron a través de sus redes sociales, lo que permitió difundir el formulario en forma masiva.
Se obtuvieron las respuestas de 760 personas, de las cuales 38 resultaron ser extranjeros, por lo que se los excluyó del estudio.
Las preguntas de la encuesta eran de carácter cerrado. En la primera parte contemplaban variables de control en relación con:
i) Antecedentes de pertenencia a grupos de riesgo para la COVID-19; ii) Antecedente laboral y posible exposición laboral al contagio. iii) Si el participante era profesional de la salud, cuál era su lugar de trabajo. iv) Variables sociodemográficas: sexo, edad, ocupación, profesión, nacionalidad y localización geográfica.
Además de las preguntas mencionadas, se incluyó también en la encuesta el Cuestionario de Ansiedad Estado-Rasgo (STAI, por sus siglas en inglés), que es un instrumento psicométrico que comprende 40 ítems distribuidos en dos escalas separadas de autoevaluación44. Estas escalas miden dos conceptos de ansiedad independientes: la ansiedad como estado (AE, condición emocional transitoria) y la ansiedad como rasgo (AR, propensión ansiosa relativamente estable). Cada subescala se conforma por un total de 20 ítems que utiliza una escala Likert de 4 puntos según la intensidad (0: nada, 1: un poco, 2: bastante, 3: mucho). La puntuación total en cada una de las subescalas oscila entre 0 y 60 puntos. Esta escala ha sido validada en Argentina45.
CONSIDERACIONES ÉTICAS
El presente estudio fue aprobado por el Comité de Ética de la Universidad de Flores. No fue necesario obtener consentimiento informado, ya que las encuestas se respondieron en forma anónima, y no hay ninguna posibilidad de identificar a los respondentes.
RESULTADOS
La muestra original estuvo conformada por 760 personas, que luego quedó reducida a 712 al excluir la respuestas correspondientes a los extranjeros. Las edades de los encuestados fueron desde los 17 a los 84 años (media: 47,48; mediana: 46,50; desviación estándar: 13,65). Debido a que los valores de referencia para evaluar el nivel de ansiedad en la población argentina a partir del cuestionario utilizado están tabulados para hombres y mujeres por separado y para los grupos etarios de 19 a 39 años, 40 a 49 años y 50 a 69 años, a la hora de comparar los valores medios de los niveles de AE y AR con el bare-mo (comparación realizada en la Tabla 1), se excluyen las respuestas que corresponden a personas menores de 19 años y a mayores de 69 años. Cabe mencionar que en la escala de Rasgo se excluyó la respuesta completa de una mujer, ya que no había sido completada la totalidad de los ítems correspondientes (de haberlo tenido en cuenta, se estaría subestimado el verdadero valor del AR para dicha persona).
En función de los grupos de interés del trabajo, la muestra estuvo conformada de la siguiente manera:
• El 34,4% de los participantes declaró pertenecer a algún grupo de riesgo, mientras que un 10,4% dijo no estar seguro. • El 81,6% de todos los que respondieron a la encuesta no tenía en ese momento una ocupación con riesgo de contagio. • El 23,3% era profesional de la salud.
En la Tabla 1 se muestran los resultados de ansiedad-rasgo y de ansiedad-estado según el grupo etario. En toda la muestra, los puntajes de ambas escalas (AE y AR) se corresponden con percentiles bajos (percentiles menores a 20 en la escala AE y menores a 7 en la AR, para todos los grupos). Esto significa que todos los grupos presentan un nivel bajo de ansiedad. No obstante, dentro del nivel bajo que presentan todos los grupos, se detectaron algunas diferencias cuando se comparan los límites superiores del intervalo de confianza del 95% (IC95%) para el nivel medio de cada escala, teniendo en cuenta su variabilidad, con los percentiles tabulados. Así, se observa que las mujeres presentaron un nivel de ansiedad mayor al del grupo de hombres y que, en ellas, el nivel de AE era significativamente mayor que el de AR. No ocurrió lo mismo en el grupo de los hombres, donde los intervalos de confianza se solaparon.
A continuación, se comparan los grupos de interés, con base en que, en todos los casos, los niveles se corresponden con valores de ansiedad bajos en ambas escalas. A los efectos de ver si existen diferencias entre quienes manifestaron pertenecer a grupos de riesgo y los que no, se calculó el promedio de AE y AR en cada uno de esos grupos, para hombres y mujeres por separado. No se advierten diferencias entre quienes se consideran o no grupos de riesgo. Esto ocurre tanto para los hombres como para las mujeres. Aquellos que afirman no saber si pertenecen o no a un grupo de riesgo evidencian valores de AE superiores en ambos grupos.
Cuando las mujeres sienten que en su trabajo está en riesgo de contagio, aumenta el nivel de AE, a la vez que presentan una ansiedad rasgo levemente más elevada. Los varones evidencian un valor más alto cuando no saben si fehacientemente están en riesgo de contagio o no.
En la escala AR no se observan diferencias entre quienes sienten riesgo y quienes no lo sienten. Cuando no saben si están en riesgo, el comportamiento es diferente: en el caso de los hombres, el nivel de AR es más elevado, mientras que, en las mujeres, disminuye.
Una vez más, se detectan diferencias significativas entre los niveles medios de AE y AR para las mujeres en todos los subgrupos analizados (salvo para las que dicen no saber si están en riesgo de contagio). El nivel medio de AE es significativamente mayor que el nivel medio de AR (verTabla 2).
Se distinguieron otros dos grupos: aquellos que son profesionales de la salud de los que no lo son. Los profesionales de la salud presentan un nivel medio de AE escasamente más elevado que quienes no lo son (23,51 versus 22,89), a la vez que presentan una AR media levemente más baja (menor propensión ansiosa): 18,04 para los profesionales de la salud y 19,22 para quienes no lo son. No obstante, las diferencias entre ambos grupos no son significativas (ver Tabla 3).
Con foco en el análisis del grupo de profesionales de la salud, y con el objeto de analizar las diferencias que pudiesen existir entre las distintas especialidades, se calculó, para cada sexo, los niveles de AE y AR. Se excluyeron de la comparación las especialidades que tenían una frecuencia muy baja (1 o 2 personas de una misma especialidad).
Se pudo observar que, en las mujeres, las que presentaron mayor AE fueron las técnicas radiólogas, las enfermeras y las odontólogas; las que presentaron menor AE fueron las profesionales de salud mental, de trabajo social y de laboratorio. En cuanto a la AR, fue más elevada en las técnicas radiólogas, las odontólogas y las enfermeras. Las médicas y las trabajadoras sociales presentaron menor nivel de AR. Entre los hombres, la AE se presenta más elevada en los profesionales de salud mental, le siguen los médicos y, en último lugar, los odontólogos. En cuanto la AR de este grupo, se evidenció mayor vulnerabilidad en los médicos; en segundo lugar, los profesionales de salud mental y, luego, los odontólogos (ver Gráficos 1 y 2 ).
Con respecto a la comparación de los profesionales que en ese momento trabajaban en forma virtual y los que trabajaban en forma presencial, se pudo observar un leve incremento en la AE para los hombres que trabajaban en línea respecto de aquellos que lo hacían en forma presencial (20,95 y 20,04, respectivamente). Las mujeres presentan mayor nivel de AE cuando trabajaban en forma presencial (24,72 versus 23,03) y, con respecto a la AR, casi no hay diferencia (18,70 para quienes trabajan en forma presencial y 18,62 para quienes lo hacen en línea).
En cuanto a las propiedades psicométricas, el cuestionario posee una buena consistencia interna para ambas escalas: el alfa de Cronbach para la escala AE va desde 0,893 a 0,913, mientras que para la escala AR toma valores entre 0,861 y 0,875. La correlación entre ambas escalas resultó ser de 0,712 y significativamente diferente de cero, lo que indica que existe una correlación lineal positiva entre ambas variables.
DISCUSIÓN
La posibilidad de evaluar la ansiedad de la población en estos momentos permite evidenciar el estado de la población argentina luego de aproximadamente 60 días de iniciada la cuarentena y, de esta manera, orientar las políticas de salud mental hacia una mejor psicoeducación, con recursos que ayuden a la población a afrontar esta crisis, y la promoción del desarrollo de mecanismos de resiliencia.
El conjunto de las personas que respondieron a la encuesta evidenció bajo nivel de ansiedad luego de cumplir dos meses de confinamiento obligatorio. La pregunta que surge es si la ansiedad se encuentra obturada por el desánimo, la pasividad, la evitación y una escasa visión de futuro, síntomas propios de la depresión46. Del impacto de la situación inicial, cuando se evidenció un proceso de ansiedad de baja intensidad, tal cual se observó en los resultados de la primera toma del STAI a los 15 días del comienzo de la cuarentena (mencionada en la introducción de este estudio)42, en esta administración se ratificaron los valores bajos tanto en ansiedad de rasgo como en ansiedad de estado. En este período, después de haber pasado por el primer impacto del encierro y la circulación de noticias falsas, continúa la incertidumbre con respecto a la pandemia y sus consecuentes medidas, por lo que se lo podría considerar un factor de influencia importante.
La escolaridad y los problemas de tecnología para padres y estudiantes, la escasez de equipos tecnológicos para el estudio, el trabajo domiciliario, la falta de espacio y privacidad tanto para las parejas como para las familias y de extrema soledad en las personas que viven solas, son factores para tener en cuenta en el cuadro de situación actual. A todo esto, se le deben sumar los problemas económicos que surgieron y que no dependen exclusivamente de la jerarquía social, sino que afectan tanto a empleados, obreros, jornaleros y dueños de empresas de diverso tamaño. Por otra parte, no solo existe un freno en la producción, sino también en las prácticas de consumo; tal ecuación aventura malos pronósticos. Hay estudios que consideran que las personas que carecen de recursos económicos están más propensas a tener depresión47,48.
Las respuestas a una pérdida significativa (duelo, ruina económica) pueden incluir sentimientos de tristeza intensa, insomnio, y otros parecidos a la depresión3. Estos signos deben tenerse en cuenta en un contexto en el que los rituales de despedida (velatorios, sepelios) han sido restringidos y las personas con COVID-19 que fallecen sufren una muerte en soledad. Las costumbres de socialización, los encuentros, las salidas, las rutinas y los trabajos, se suman a la larga lista de pérdidas consecuentes de esta crisis sociosanitaria mundial y causan esta tristeza y desesperanza en lugar de ansiedad.
Dentro de la muestra, se pudieron observar algunas diferencias: las mujeres, en general, presentaron mayor AE que los hombres, tal como se evidenció en el estudio realizado en El Salvador en donde las mujeres -emocionalmente más sensibles y más cuidadoras en su actitud49- también mostraron más síntomas emocionales19. Tanto en varones como en mujeres se observó una AE más elevada cuando no saben si pertenecen al grupo de factor de riesgo, tal vez porque la conciencia despierta el miedo a la muerte y la incertidumbre, que juega un papel importante como disparador de la ansiedad ante esta fantasía. Las mujeres que sienten que se exponen al contagio en su trabajo presentaron AE más elevada, al igual que en la AR (mayor vulnerabilidad). Se observó una diferencia con respecto a los hombres, cuya AE aumenta cuando no saben si están en riesgo de contagio (nuevamente el incremento de la incertidumbre), presentando también mayor predisposición a la ansiedad.
Dentro de los profesionales de la salud, en el grupo de los hombres se observó una mayor AE en los profesionales de la salud mental, aunque los médicos tuvieron mayor predisposición a la ansiedad de rasgo. En las mujeres, la AE fue más elevada en las radiólogas, enfermeras, las profesionales de laboratorio y acompañantes terapéuticas, siendo estas últimas las que presentaron mayor predisposición a la ansiedad, probablemente por la exposición física y emocional. En este grupo, los hombres presentaron, de manera notable, mayor ansiedad al trabajar en forma virtual, a pesar de que esta modalidad los pone a salvo del contagio. Cabe preguntarse si estar expuestos al escaso dominio de la tecnología y a mostrar la intimidad del hogar, pueden ser factores que activen la ansiedad. En cambio, las mujeres presentaron mayor ansiedad al trabajar en forma presencial, esto se evidenció en el grupo de mujeres que en el trabajo se exponen al contagio, presentando estas últimas una AE más alta.
Tal como se indicó antes, el hecho de que el relevamiento no se haya realizado a partir de un muestreo probabilístico constituye una limitación a la hora de hacer inferencia al resto de la población. La no representatividad de la muestra se refleja, en particular, en el hecho de que la mayoría de los participantes (79,4%) fueron mujeres, y este factor podría sesgar las conclusiones, ya que la composición de la muestra no se corresponde con la verdadera composición poblacional según el sexo.
La escasa ansiedad observada en general a esta altura del confinamiento podría desencadenar síntomas lindantes con la depresión, o por lo menos de un decaimiento del estado de ánimo y mayor fastidio, malhumor, tedio, aburrimiento, ante el escaso control de la situación y, por lo tanto, escasa visión de futuro. Algunas de las investigaciones antes mencionadas van en esa dirección30-32. Esto nos lleva a considerar la posibilidad de evaluar, en un próximo estudio, la depresión y el trastorno por estrés postraumático, ya que de la misma manera que se entró a la cuarentena con el estrés que se desprendía de la situación, hoy se vive el estrés de la salida del encierro.
Más allá de este planteo, de acuerdo con los valores que recogimos de la muestra, los niveles bajos de ansiedad de rasgo y de estado podrían describir a una población con características fruto de un sistema social, político y económico inestable50, y que, más precisamente, es estable en su inestabilidad. Sobre esta hipótesis, para lograr sostenerse en un medio cuya inestabilidad se halla totalmente sistematizada, es necesario crear recursos y activar la inventiva: ser resiliente51,52. Por tales razones, es posible que la ansiedad en la crisis de la COVID-19 no se encuentre en niveles elevados. Esta estabilidad de la inestabilidad podría haber generado grandes niveles de resiliencia, es decir, la capacidad de adaptación frente a un contexto que permanentemente tiende al desequilibrio53,54.
Este estudio abre interrogantes con respecto a cuál sería el factor que genera mayor malestar, si la COVID-19 (con temor al contagio y sus consecuencias) o el contexto de cuarentena con sus implicancias, ya que se limita a medir la ansiedad, sin explorar cuál es la percepción de la población estudiada con respecto a los factores ansiógenos. Por otro lado, al evidenciarse una escasa ansiedad, aparece la necesidad de investigar si hay indicadores de depresión y medir niveles de resiliencia en la población argentina.