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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.42 Rosario dic. 2021

 

RESEÑAS

Libro: La ¿nueva? estructura social de América Latina. Cambios y persistencias después de la ola de gobiernos progresistas
Gabriela Benza y Gabriel Kessler
Siglo XXI Editores, Buenos Aires, Argentina, 2021 (198 pp.)

 

Lucía Kaplan

Licenciada en Ciencia Política e integrante del Centro de Estudios Desarrollo y Territorio de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. E-mail: luciakaplan@gmail.com

El libro de Benza y Kessler constituye una apuesta novedosa en el intento por abordar el tema de la desigualdad en tanto núcleo central de la cuestión social contemporánea y como rasgo estructural de las sociedades latinoamericanas. La novedad de estas páginas se expresa en, al menos, tres sentidos. En primer lugar, se destaca por el aporte que representa para la sociología latinoamericana, ya que ofrece una mirada integral sobre las principales dimensiones de la estructura social de la región, e imprime una visión de conjunto sobre los avances y retrocesos en materia de bienestar durante el período de los gobiernos postneoliberales.  Este ciclo político, que los autores sitúan entre los años 1998 y 2011, se caracterizó por el hecho de que once países latinoamericanos eligieron presidentes de izquierda, centroizquierda o nacionales populares. Estos mandatarios, en el contexto de un crecimiento económico impulsado, principalmente, por el boom de los commodities, implementaron numerosas políticas redistributivas y colocaron la cuestión de la desigualdad como un eje central de las agendas públicas.
En segundo lugar, este texto presenta un análisis de la estructura social latinoamericana desde múltiples dimensiones, tales como la dinámica poblacional, la desigualdad de ingresos y el mercado de trabajo, la educación, la salud y la vivienda. De esta forma, al identificar las principales tendencias, les autores reconstruyen un mapa de las diferentes desigualdades que aún persisten entre les habitantes de la región. Este abordaje multidimensional –que también puede rastrearse en el libro Controversias sobre la desigualdad de Gabriel Kessler– contrasta con aquellos enfoques que tienden a pensar la desigualdad únicamente en términos de ingresos y permite capturar las tendencias contradictorias en el interior de una misma época. Para ejemplificar esta cuestión, se afirma que, durante el período analizado, se produjo una mejora y recomposición de los ingresos al mismo tiempo que un encarecimiento de la tierra y vivienda. De este modo, se dificultó el acceso de amplios sectores sociales al derecho a una vivienda propia.
Por último, otro aspecto a destacar es el análisis de las sociedades latinoamericanas desde el punto de vista de las desigualdades estructurales de clase, género, etnia y raza. En consecuencia, a lo largo de estas páginas se puede observar cómo el entrelazamiento de cada una de estas categorizaciones sociales y culturales produce una acumulación de desventajas que incide en el acceso de ciertos grupos a determinados bienes o mejoras sociales. Por otra parte, se pueden hallar numerosas menciones al componente territorial, como una categoría social y política que también contribuye a la comprensión de los procesos de exclusión y de las brechas que existen no solo entre países, sino también en el interior de las mismas ciudades o naciones.
En función de estas consideraciones, la pregunta que se impone y que está presente en cada uno de los capítulos que componen este libro es la pregunta por el cambio, la persistencia y los desafíos que expresa la estructura social latinoamericana en la actualidad, bajo la hipótesis de que el ciclo de los gobiernos postneoliberales “se caracterizó más por una disminución de la exclusión que por un avance concreto en términos de igualdad” (p. 9).
En el primer apartado, se introducen los aspectos más relevantes de la dinámica poblacional de la región, cuyo perfil demográfico actual es el resultado de una serie de procesos que se sucedieron a lo largo del siglo XX. Se destaca que el aumento de la esperanza de vida al nacer, como corolario de una mejora en las condiciones de vida y una caída en los índices de mortalidad infantil, posiciona a América Latina en promedios similares a los de otras regiones con mayores niveles de desarrollo. No obstante, al mismo tiempo, les autores advierten que este proceso no fue homogéneo para todos los países de la región. Señalan que en Chile y Costa Rica la esperanza de vida al nacer es de 79 años, mientras que en Bolivia este promedio disminuye a 69 años y en Haití a 61 años.
Otro cambio significativo en materia poblacional es el descenso en las tasas de fecundidad como consecuencia de un cambio en las preferencias reproductivas. Esta tendencia se asocia principalmente a mujeres de clases medias y altas. A su vez, se manifiesta con menor intensidad en las mujeres pertenecientes a los quintiles de menores ingresos, donde se observa que el alto índice de embarazo adolescente constituye una característica común a todos los países de la región.
De esta forma, las transformaciones demográficas plantean el desafío de pensar políticas públicas que puedan incluir a una población cada vez más envejecida que, en muchos casos, no tiene acceso a los sistemas previsionales, como así tampoco puede garantizarse el acceso a cuidados y prestaciones de salud indispensables. Por otra parte, se alerta sobre la existencia de una estructura reproductiva dual, lo cual pone de manifiesto que las políticas de salud sexual y reproductiva aún son una materia pendiente para los países de la región.
En el segundo capítulo, se describen las tendencias en torno a la desigualdad de ingresos. En este sentido, se observa una caída de la tasa de desocupación que pasó del 11,4% al 6,9% durante el período 2002 y 2014. Lo mismo sucedió con la pobreza, que disminuyó un 15%, con lo cual alcanzó en 2014 al 28,2% de la población total de la región. Los datos que arroja el Coeficiente de Gini se inscriben en la misma dirección, ya que se redujo de 0,547 en 2002 a 0,491 en 2014. También es posible observar una disminución de la distancia entre los estratos de mayores y menores ingresos. Según los datos proporcionados en el libro, en el año 2002, el 20% de las personas más ricas tenían ingresos 22 veces mayores que el 20% de las personas más pobres. En 2014, esta distancia se redujo a 16 veces.  Esta mejora en la desigualdad de ingresos estuvo apuntalada por un contexto económico favorable, pero fundamentalmente por “la caída en los retornos a la educación, lo que llevó a que disminuyeran las brechas de ingreso entre los trabajadores más y menos calificados” (p. 61). También se destaca la importancia de las instituciones laborales que fomentaron la creación de puestos de trabajo de calidad y garantizaron un aumento de las remuneraciones al trabajo. Otro aspecto central de este proceso fue la expansión a gran escala de políticas de transferencias de ingresos, que adoptaron un carácter permanente en los países de la región.
Sin embargo, luego de la crisis mundial de 2008, este proceso de recomposición y mejora de las remuneraciones se atemperó paulatinamente. La coyuntura externa fue decisiva, pero también actuaron factores internos, tales como la persistencia de una estructura productiva con baja capacidad para continuar con la creación de empleos genuinos y la existencia de un mercado laboral heterogéneo que alerta sobre un núcleo de desigualdades que los gobiernos postneoliberales no lograron modificar. Nos referimos a la precarización de grandes contingentes de trabajadores, así como a la existencia de brechas en los ingresos laborales y en la calidad de empleo para les trabajadores informales, mujeres y otros grupos sociales, tales como trabajadores rurales y poblaciones indígenas y/o afrodescendientes. De esta forma, se puede observar que la mejora en la desigualdad de ingresos obedeció a una coyuntura particular, donde los avances fueron transitorios y no lograron alterar las bases estructurales de la desigualdad.
Por otra parte, se puede reconocer como rasgo constitutivo de este período el surgimiento de una nueva clase media. Este grupo social, que presenta una alta adscripción a ocupaciones informales, mejoró sus condiciones de vida a través de la ampliación de los niveles de consumo. Lo particular de esta “nueva clase media” es que pudo posicionarse como tal a raíz de los procesos de distribución de los ingresos que señalamos y que, sin embargo, se ha convertido en uno de los sectores más críticos a los gobiernos postneoliberales.
De forma paralela, otro dato que proporcionan les autores atañe al proceso de concentración del ingreso y de la propiedad que experimentaron las clases altas. Esta última tendencia, que parece contrastar con los indicadores presentados párrafos atrás, puede explicarse por dos motivos: en primer lugar, porque el proceso de distribución que se desarrolló en este período implicó “un reparto más equitativo del ingreso entre los trabajadores, pero la porción de la riqueza total que les corresponde parece haber cambiado poco” (p. 84). En segundo lugar, porque, a pesar de algunos avances, no se implementaron políticas fiscales que reviertan el carácter regresivo de los sistemas tributarios de la región.
En la tercera parte, se presentan los datos del período para las dimensiones de educación, salud y hábitat. Los indicadores educativos permiten observar que, desde la década de 1980, se ha producido un aumento de la cobertura para alcanzar la universalidad en los niveles inicial y primario. Con respecto a la educación secundaria, se observan importantes avances en materia de inclusión, vinculados con el establecimiento de la obligatoriedad de este nivel educativo en toda la región, con excepción de Nicaragua. Sin embargo, este proceso de ampliación de la cobertura se topa con la emergencia de nuevas problemáticas, tales como la incapacidad del sistema educativo para llegar a ciertos núcleos de exclusión geográfica y social, como así también se observan altos índices de deserción o de trayectorias educativas interrumpidas por la incorporación de les jóvenes al mercado de trabajo o bien, en el caso particular de las mujeres, por la maternidad temprana y por las cargas que implica el trabajo doméstico y de cuidados.
Otra cuestión relevante que se aborda en estas páginas es el tema de la calidad educativa, que exhibe amplias brechas entre diferentes sectores y países. Sobre esta cuestión inciden las políticas de distribución de recursos y las condiciones edilicias de los establecimientos educativos, como así también las bajas remuneraciones de les trabajadores de la educación. Los argumentos que se construyen en este apartado conducen a afirmar que, en los últimos años, se ha configurado un sistema educativo más igualitario en materia de inclusión. Sin embargo, el crecimiento de la tasa de cobertura trajo aparejado “un aumento de la estratificación y segmentación interna”, de forma tal que “las desigualdades que antes existían por fuera del sistema educativo, ahora se encuentran dentro de él” (p. 106).
En cuanto a los sistemas de salud latinoamericanos, se reconoce un aumento del gasto público y privado en esta área por parte de todos los países latinoamericanos. Sin embargo, se observan algunos desafíos. El primero tiene que ver con la transformación del perfil epidemiológico de la región y la capacidad que tienen los sistemas nacionales de salud para hacer frente a la emergencia de nuevas enfermedades que se vinculan con la pobreza y con una población envejecida. Otro punto relevante se vincula con el avance tecnológico y el incremento de los costos en salud que estas innovaciones suponen. De esta forma, a pesar de los mayores niveles de inversión en materia de salud, les autores identifican la existencia de importantes brechas en el acceso a este derecho.
En materia habitacional, los datos proporcionados indican que en 2009 los déficits habitacionales alcanzaban al 36% de los hogares latinoamericanos, lo cual representa una mejora en términos relativos para la región. Los problemas que persisten están relacionados en mayor medida con la titularidad o tenencia de las viviendas, mientras que se redujo con más intensidad el porcentaje de hogares construidos con materiales inadecuados, sin acceso a agua potable, electricidad o en condiciones de hacinamiento.  En esta dimensión de análisis, las brechas que existen resultan muy significativas: con respecto a lo territorial, se observa que el 70% de los hogares urbanos de Nicaragua tienen problemas habitacionales, mientras que en Costa Rica este porcentaje disminuye al 12%. Lo mismo sucede en términos regionales con los déficits de vivienda según los quintiles de ingresos. Mientras que para los sectores más altos el porcentaje se ubica en el 16%, para los sectores más pobres asciende al 56%.  En este mismo sentido, se pueden analizar los procesos de “segregación socioterritorial” (p. 126). Este concepto permite poner de manifiesto que, en América Latina, los hogares más pobres generalmente se ubican en aquellas zonas urbanas donde el acceso a servicios, espacios públicos y áreas verdes es más acotado. Lo mismo sucede con el acceso al transporte, las zonas comerciales y con la mayor exposición que sufren estos hogares a la violencia e inseguridad. De esta forma, puede observarse cómo se reproducen en el interior de un mismo espacio urbano desigualdades que configuran la vida cotidiana de las personas.
Por último, en la edición de 2021 se introduce un capítulo final dedicado a analizar el impacto de la COVID-19 en América Latina. Les autores afirman que las “desigualdades de larga data han sido el talón de Aquiles de la región durante la pandemia del COVID- 19” (p. 35). Esta afirmación permite recuperar la hipótesis central del presente libro: que, a pesar de las mejoras sustantivas en todos los indicadores sociales, los gobiernos progresistas no han logrado avanzar sobre los núcleos estructurales de la desigualdad latinoamericana y que es justamente sobre estas dimensiones y sectores sobre los cuales la pandemia exhibe y exhibió toda su crudeza. Sin embargo, estas páginas permiten entrever que la situación podría haber sido mucho más dramática sin la existencia de una serie de políticas de emergencia que encontraron su antecedente directo en las políticas de transferencias de ingresos que terminaron de consolidarse durante el período postneoliberal. En efecto, la existencia de una red de contención previa implicó la presencia de capacidades estatales ya desarrolladas que permitieron una rápida implementación de las políticas, como también lograron amplios márgenes de cobertura.
Para finalizar, en las conclusiones, Benza y Kessler realizan un recorrido general por las principales tendencias de cada una de las dimensiones analizadas. En este sentido, podemos decir que, a lo largo de estas páginas, coexisten dos movimientos simultáneos: por un lado, el reconocimiento a las diferentes políticas públicas y el papel crucial de los Estados para revertir las formas de exclusión más extremas. Por otro lado, se detecta un señalamiento muy claro a las limitaciones que tuvo este ciclo político para impulsar procesos que permitan “un cambio profundo en las relaciones entre las clases, los sexos y los grupos étnicos” (p. 175).
En suma, la conclusión de este libro permite entrever que la capacidad transformadora de los gobiernos postneoliberales se vio profundamente limitada. Esto se debió a que no lograron avanzar en discusiones más profundas, tales como la sostenibilidad de los modelos de desarrollo extractivistas, la persistencia de estructuras tributarias regresivas, la existencia de sistemas productivos profundamente heterogéneos o los procesos de concentración de la propiedad, como un primer paso para la construcción de sociedades más igualitarias.

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