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Historia de la educación - anuario

versión On-line ISSN 2313-9277

Hist. educ. anu. vol.23 no.2 Ciudad autonoma de Buenos Aires. dic. 2022

 

Colaboración

Ensayar, editar, educar

Liliana Weinberg1 

1 Investigadora titular del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la Universidad Nacional Autónoma de México (CIALC, UNAM) y profesora en los niveles de licenciatura y posgrado de la misma Universidad. Contacto: weinberg@unam.mx.

Celebro esta invitación a participar en una nueva edición de las Jornadas Argentinas de Historia de la Educación y mucho agradezco la iniciativa de Darío Pulfer y del comité organizador. También me congratulo de que esta ocasión coincida con la conmemoración del centenario del nacimiento de Paulo Freire. No hay mejor modo de comenzar a hablar del tema que propuse para mi conferencia: ensayar, editar, educar, que partir de una cita tomada de la propia obra de Freire: «En la medida en que el educador presenta a los educandos el contenido, cualquiera que sea, como objeto de su admiración [...], “readmira” la “admiración” que hiciera con anterioridad en la “admiración” que de él hacen los educandos» (Freire, 1970: 74). Sirva entonces esta expresión como preludio de lo que quiero presentar aquí, puesto que es aplicable tanto a la tarea del educador como a la del ensayista y el editor. En todos los casos, se trata de dar a ver, dar a admirar, nuestra visión de la palabra-mundo, a la vez que de atribuir un papel absolutamente activo al educando y al lector, hacerlo partícipe no sólo de un producto final, de un peso muerto que habrá de recibir, sino de la propia actividad descubridora, interpretativa, entendedora del mundo y de la vida que lleva a cabo el auténtico educador, el auténtico ensayista, el auténtico editor, que da a leer al prójimo, entendido como su igual, sus propios descubrimientos.

Dicho de otro modo, no se trata meramente, de acuerdo con el antimodelo bancario que plantea Freire como ejemplo de lo que no se debe hacer, de entregar una serie de contenidos, sino, de acuerdo con un modelo dialógico, transformador, liberador, crítico, que busca hacer partícipe al educando, al lector íntimo del ensayo o al lector amplio de toda obra publicada y de toda colección, de una experiencia intelectual y vital, apelando a su propio poder creador (Freire, 1970: 63). Se trata de un proyecto de descubrimiento del mundo en el que tan necesario es su impulsor como su destinatario. Diálogo, encuentro, participación en un proyecto compartido de comprensión crítica son las palabras de pase del maestro, del ensayista, del editor.

La siguiente presentación tiene también por objeto rescatar una etapa admirable en la vida cultural de una América Latina generosa y participativa que se pensaba a sí misma y que fue pródiga en proyectos constructivos, visionarios y multiplicadores del conocimiento, y que hizo de la política cultural, educativa, editorial, una de las más altas y dignas formas de hacer política en general. Eran los años en que además de un amplio desarrollo de las políticas educativas institucionales se presenciaba un proceso interesantísimo e inédito de extensión de la cultura, crecimiento del mundo del libro y autoformación intelectual en que emergieron grandes figuras autodidactas hechas posibles precisamente por una concepción del libro y la biblioteca como ampliación de la escuela.

Para el caso de Argentina pienso en el lema de editorial Claridad: la mejor universidad es el libro. Pienso en Ricardo Rojas (1882-1957), quien vio en la educación una estrategia de cohesión social y en la organización de La Biblioteca Argentina (1915) una contribución a forjar una nueva idea de nación a través de la lectura. Pienso en José Ingenieros (1877-1925), quien también tradujo sus ideales en proyectos editoriales y dio su impulso a la colección La Cultura Argentina (1915-1925), o en Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), quien fue un claro fruto del autodidactismo y escribió para editorial claridad, a instancias de Arnaldo Orfila Reynal, esa monumental obra que fue Panorama de las literaturas (1946), una titánica historia de la literatura universal destinada a educar a lectores provenientes de sectores populares, y que se reeditará veinte años después en cuba por parte de la Editora Nacional de ese país.

I

En lo que sigue quiero recuperar algunas de aquellas figuras que vieron el continuo entre ensayar, editar y educar, tres términos que podríamos recombinar de una y mil maneras, como parte de un megaproyecto que tenía por fin último consolidar la ampliación del espacio público y diversificar las formas de participación social a partir de un modelo generoso de nuestra vida colectiva centrado en la educación, la lectura y la extensión de las posibilidades de acceso al conocimiento. Estas figuras tuvieron en estos tres actos tres formas de ampliación de un proyecto democrático, incluyente, solidario, dialógico y participativo, que simbolizó una comunicación de abajo hacia arriba en un auténtico modelo compartido de cultura.

Una idea de Raymond Williams que me ha acompañado a lo largo de los años es la que abre la posibilidad de establecer una distinción entre formaciones e instituciones, esto es, entre modalidades de asociación informales que son fruto de distintos mecanismos de sociabilidad o de formas alternativas de intervención en la sociedad y las propias instituciones ya consolidadas (Williams, 1980: 137-143). Considero que para el caso de América Latina resulta altamente pertinente establecer este contraste, pero que a su vez el mismo se queda corto para pensar la variedad de fenómenos y procesos propios de la experiencia latinoamericana que se dieron entre esos dos polos. En este contexto volátil que es nuestra vida cultural, muchas veces se regresa atrás, se desmontan instituciones por falta de continuidad, por implosión o, lo que es peor, por pérdida de sentido. E inversamente, en un ejercicio de creatividad, se asiste a la necesidad de volver a imaginar proyectos como apuesta constructiva de futuro, de modo que se pueda ver surgir desde abajo nuevas propuestas de asociación, nuevos gestos de fundación y refundación, nuevos intentos de dotación de sentido.

II

Quiero proponer el siguiente punto de partida para abundar en el tema asignado: en muchas grandes figuras de la vida intelectual de América Latina existe una relación fuerte entre estas tres actividades: ensayar, editar, educar, así como un permanente esfuerzo por encontrar espacios fundacionales, iniciativas imaginativas, puentes entre estos extremos que son la formación y la institución, y que, más aún, han dado una característica peculiar a la vida de nuestra inteligencia. Y no sólo eso, sino que también en la estatura misma del pensamiento y en la estructura misma de las obras de esas figuras anida un permanente reenvío entre estos tres aspectos, a veces con particular énfasis en uno u otro de ellos, y en otros casos con una evidente relación decisiva y recíproca entre los tres.

El mundo del ensayo, el mundo del libro y las revistas, el mundo de la educación, constituyeron en algunas figuras de nuestro continente un universo a la vez uno y trino. No sólo puede rastrearse su acción y su reflexión en estos tres órdenes, no sólo puede descubrirse en sus escritos una tematización de estas cuestiones, sino que también pueden percibirse en sus propios escritos ciertas marcas de estilo y cierta forma de organización del discurso en que los actos de editar y de educar se encuentran en el horizonte de comprensión a los que estos textos apuntan. En algunos de ellos incluso la voz del maestro y la voz del editor se hacen presentes de manera característica en la propia voz del ensayista, y contribuyen a su propia autofiguración intelectual y a la representación o postulación de una nueva figura del lector

La nómina es amplia y puede rastrearse hasta las figuras precursoras de nuestra independencia intelectual, desde los venezolanos Simón Rodríguez y Andrés Bello, los argentinos Domingo Faustino Sarmiento y Juan María Gutiérrez o los mexicanos Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano, hasta los grandes del siglo XX, comenzando por José Martí y su concepción de su revista para niños La edad de oro, para continuar con José Carlos Mariátegui, quien hizo de sus ensayos y su actividad editorial en Amauta dos formas que alimentaron y contribuyeron a la construcción de redes de lectura y difusión de un programa político, o con Joaquín García Monge, cuyo Repertorio Americano, revista de revistas, se convirtió en una universidad informal antes de la fundación de una institución universitaria formal, en una nómina que fue creciendo a lo largo de los años, hasta llegar a un emprendimiento y una figura que me tocó conocer de cerca: la revista Cuadernos Americanos y Leopoldo Zea, él mismo pensador e impulsor de colecciones universitarias como las Cuadernos de la cultura latinoamericana.

Y propongo además que estos fenómenos no pueden observarse, de acuerdo con cornelius castoriadis, de manera plana sino desde otra dimensión, que tiene que ver con la relación entre lo fundante y lo fundado, lo instituyente y lo instituido en una sociedad, ya que detrás de toda institución, monumento, archivo, hay un sentido originario, abierto y creativo de lo instituyente. Para decirlo con Bourdieu, existen estructuras estructurantes, pero incluso esta idea luminosa de Bourdieu no refleja del todo lo que quiero decir: detrás de todo proceso estructurador existe un sentido instituyente, y detrás de todo proyecto una mirada innovadora, creativa, altamente productiva y constituyente de un modelo animado por un sentido de futuro y esperanza: dos palabras que, aunque hoy suenen ingenuas, tienen precisamente toda la inteligencia y el sentido estratégico y de alta política que muchos políticos hoy no tienen. No hay peor estado de inocencia que el de no creer en nada, como decía Antonio Machado.

Una larga nómina de figuras que reunieron las facetas de maestros, escritores y editores se puede rastrear en nuestra América. Cito sólo un puñado de nombres, que sumo a los ya mencionados: Alfonso Reyes, Pedro y Camila Henríquez Ureña, Gabriela Mistral, José Vasconcelos, Mariano Picón Salas, Ángel Rama, Darcy Ribeiro, entre otros, reunieron la vocación por el ensayo, la edición, la educación. A esta lista podemos agregar, claro, la de pensadores-editores de pura cepa, como Daniel Cosío Villegas, Samuel Glusberg, Arnaldo Orfila Reynal o José Boris Spivacow, o de maestros-ensayistas como el propio Paulo Freire o Jesualdo Sosa.

Planteo todo esto porque considero que las hazañas editoriales a las que voy a referirme se inscriben en ese lugar en que una sociedad se piensa a sí misma y se plantea proyectos a largo plazo. Y a pocos gestos de esta naturaleza he asistido en persona y vivido en carne propia como los de Gregorio Weinberg, mi padre, quien hizo de publicar un libro un modo de construir un país -no por nada se lo llamó El editor de la Patria (Casares, 2020 [2006]: 421-424)-. Quiero celebrar que precisamente por iniciativa de la UNIPE y CLACSO en Argentina, y por iniciativa de la UNAM en México, se ha logrado el año pasado, y en el lapso de pocos meses, sacar a la luz tres libros que aportan clara evidencia de la interrelación entre estos aspectos. Además, mi padre siempre mostró que contribuir a poner en circulación social un libro era mucho más que eso: era apostar a la multiplicación de la lectura y a la construcción de una biblioteca para la Argentina y para América Latina, para que un país y un continente se leyeran a sí mismos, se comprendieran a sí mismos, y que lo hicieran además no de manera aislada sino a partir del principio biblioteca, de la organización de la lectura, como una manifestación particular del principio esperanza, la forma más alcanzable y palpable de un voto al futuro. Tal es el sentido que anima su última obra: El libro en la cultura latinoamericana (2006).

insisto: lo he presenciado en ese maestro de mi propia vida, en ese maestro que tuve en mi propio hogar, que fue mi padre, Gregorio Weinberg, en cuya obra descubro este continuo entre pensar un proyecto para una sociedad y aportar las bases para construirla: escribir, editar, educar.

Y no se trataba por supuesto de proyectos de edición con fines comerciales, de proyectos educativos cortoplacistas ni de proyectos de escritura que buscaran la autopromoción. No había tiempo para ello: un sentido de urgencia y un sentido de oportunidad ante las demandas de una sociedad que crecía, se complejizaba y cambiaba, se combinó con una vocación por hacer bien las cosas. Tres posibles modos de articulación del mismo gesto educativo planteado por Freire: la educación en el aula y en la experiencia, viva y presencial, y no en las condiciones de laboratorio en que hemos tenido que vivir en los últimos meses a partir de la pandemia, es decir, en un estado de normalidad que hoy tanto añoramos, donde no sólo importan los contenidos a transmitir sino primordialmente las personas, el diálogo, el encuentro, las palabras, los gestos y las actitudes.

III

En lo que sigue tomaré tres ejemplos de intelectuales que imaginaron proyectos escriturales, educativos, editoriales: el primero, procedente de México, representado por José Vasconcelos; el segundo, protagonizado por una gigantesca figura puente, la de Pedro Henríquez Ureña, eminente intelectual de origen dominicano que vivió fundamentalmente entre México y Argentina; el tercero, una vez más, y a manera de homenaje, el constituido por el argentino Gregorio Weinberg.

Comenzaré por referirme, aunque sea sólo brevemente, al caso de José Vasconcelos (1882-1959), prolífico escritor y orador, además de político, quien tuvo a su cargo a partir de 1921, al frente de la secretaría de Educación Pública, una gran campaña -verdadera ofensiva- contra el analfabetismo (que por entonces llegaba a un poco más del 70 % en México). Mucho se ha dicho ya sobre este Maestro de América. En mi caso quiero enfatizar que para Vasconcelos ninguna campaña de alfabetización o ningún proyecto educativo podrían estar completos si no se fomentaba al mismo tiempo el hábito de la lectura y si no se daba al alumno un sentido de vida a partir de la consulta de obras clásicas que representaran los grandes valores de la humanidad. Recordemos que en 1921 dividió la Secretaría de Educación en tres departamentos: escuelas, bibliotecas y archivos y bellas artes. Desde la segunda lanzó su gran campaña de difusión de los clásicos. En su ensayo pedagógico De Robinson a Odiseo (1935) escribe

[...] todos los esfuerzos para la enseñanza de la lectura resultan inútiles si no se difunde después el libro. De suerte, que poblaciones enteras retrogradarán al analfabetismo, así hayan aprendido a leer en la escuela, si no encuentran en el libro el incentivo de su aprendizaje (Vasconcelos, 2002 [1935]: 240).

Famosos son, de Vasconcelos, La raza cósmica (1925) o Indoiogía (1927), así como en su momento los numerosos escritos y discursos que lo hicieron conocido en distintos puntos de América Latina, cuando decía que de Iberoamérica «[...] saldrá la raza síntesis o raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos» (Vasconcelos, 1948: 30). Pero me detengo en otro ensayo suyo menos conocido, el ya mencionado De Robinson a Odiseo, donde Vasconcelos contrasta el pragmatismo del primer personaje con el sentido de aventura y búsqueda espiritual del segundo. En este ensayo él mismo asume su autorrepresentación como educador, plantea sus ideas pedagógicas y lo hace a partir del contraste con otras teorías como las de Rousseau y sobre todo las de Dewey -a las que pasa revista de manera muy crítica-, al tiempo que se acerca más a algunas de las posturas martianas, arielistas y reformistas para defender una educación que no se reduzca a ofrecer meras enseñanzas utilitarias, sino que forme en los valores y defienda ia facultad descubridora del joven al que se debe iniciar en «el andamiaje de la cultura» (Vasconcelos, 2002 [1935]: 30). Sus modelos pedagógicos se inspiran en ejemplos tomados de la literatura universal, tales como los poemas homéricos o La divina comedia, donde el Virgilio guía es al Dante lo que un buen maestro a sus alumnos. Resalta la necesidad de fomentar en el estudiante la facultad descubridora. Y concluye que un modelo pedagógico debe adaptarse a pueblos como los nuestros, «que ambicionan una autonomía fundada en su cultura» (Vasconcelos, 2002 [1935]: 32). El portentoso programa educativo liderado por Vasconcelos, los avanzados proyectos que buscaban llegar a las más remotas zonas rurales a través de misiones culturales y maestros ambulantes, se vieron reforzados por amplios proyectos editoriales y por la fundación de publicaciones como la Revista del Maestro, así como por los programas de lectura para niños para cuyo refuerzo contó con figuras como la de Gabriela Mistral, amén de esas misiones secretas en las que, junto con Pedro Henríquez ureña, se dedicaba a dejar por las noches dotaciones de libros en distintos rincones de México. Las iniciativas vasconcelianas fueron seguidas más tarde por Jaime Torres Bodet, quien editó semanalmente las Lecturas clásicas para niños, la Biblioteca enciclopédica popular y llevó a cabo otro proyecto fundamental: la publicación de los libros de texto gratuitos destinados a los alumnos de las escuelas primarias, a través de una comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, dirigida por un escritor: Martín Luis Guzmán.

Quiero pasar a continuación a esos otros dos ejemplos de ensayistas cuya obra escrita se enlaza con aquello que Gustavo Sorá denomina «proyecto editorial-intelectual» (Sorá, 2006: 44). He seguido y sigo apasionadamente las huellas de Pedro Henríquez Ureña, pensador nacido en Santo Domingo en 1884 y fallecido en Argentina en 1946, cuya mirada racionalista y de avanzada política contrasta desde luego con el mesianismo, el giro hacia la derecha y el filonazismo del Vasconcelos de la derrota. Su visión estratégica de la cultura latinoamericana, su incansable capacidad de trabajo, su concepción del libro, de la revista, de la biblioteca y de la colección como formas de organización y multiplicación del conocimiento, lo llevaron a emprender y participar en numerosísimos proyectos editoriales. ¿Qué significa pensar una colección? ¿Qué operaciones editoriales, culturales, sociales, lleva aparejada la decisión de fundar una biblioteca? El caso de Henríquez Ureña es singular, puesto que ya desde sus primeras inquietudes juveniles vemos su vocación por idear antologías e iniciativas de diseñar una revista de alcances continentales. En México, su colaboración clave en la Antología del Centenario fue seguida por su activa participación en el Ateneo de la Juventud y en el proyecto de Vasconcelos, de cuya postura se distanciaría poco después. De este modo, a los anteriores modelos de trabajo editorial que conducían al armado de amplias bibliografías o bibliotecas o antologías, muy pronto, y con un sentido mucho más moderno, Henríquez Ureña suma la hazaña de constituir colecciones, fijar un canon de lectura para una sociedad en proceso de cambio y modernización, con el objeto de fundar una lectura no tradicionalista de la tradición. Sus Seis ensayos en busca de nuestra expresión, de 1928, tienen ya el aliento comprensivo y comprehensivo que se verá coronado en sus grandes obras de síntesis, como la Historia de la cultura en la América Hispánica (1947) o Las corrientes literarias en la América Hispánica (1949). Tras su participación en varios de los proyectos vasconcelianos posteriores a la Revolución, ya radicado en Argentina, su colaboración con Valoraciones, Sur, los sellos Jackson y Losada, culminan al final de su corta vida en su maravillosa participación en el sueño editorial del mexicano Daniel Cosío Villegas, que puede seguirse a través de las cartas que se cruzaron a partir de 1944 y la iniciativa de conformar una Biblioteca Americana, nueva y temprana colección del Fondo de Cultura Económica destinada a integrar a América Latina en una comunidad de lectura. Las listas de autores, prologuistas, anotadores, que don Pedro fue rauda y velozmente proporcionando a su amigo mexicano, como si las llevara elaborando toda la vida, constituyen un mapa, una cartografía simbólica constituida por lo mejor de la letra y la cultura latinoamericana. Esta colección, que Pedro Henríquez Ureña no alcanzó a ver en vida, se presentó como la única colección de clásicos americanos, esto es, relectura y a la vez refundación de una nueva tradición de lectura. El propio título de la serie tiene valor programático y se inserta en una prestigiosa tradición intelectual de hacedores de programas editoriales de amplios alcances para nuestro continente como Andrés Bello y Juan García del Río, cuya Biblioteca Americana data de 1823, y estuvo también destinada a dar a leer América y, más aún, a edificar América a través de la cultura. Y tiene también otro antecedente en el círculo intelectual rioplatense en que coincidieron Henríquez Ureña y Reyes en los años treinta, momento en el cual se había ya ideado la forja de una Biblioteca Americana que retomara y modernizara la estafeta de la iniciativa del peruano Ventura García Calderón y del venezolano Rufino Blanco Fombona. Desfilan en el catálogo de esa nueva Biblioteca

Americana los clásicos mayores de nuestra cultura, comenzando por los magnos textos elaborados en la etapa prehispánica.

Y cuál no sería mi sorpresa, al buscar algún dato sobre la recepción que hubiera podido tener esta iniciativa, al descubrir que por esos mismos años cupo a un muy joven Gregorio Weinberg la iniciativa de presentar en la revista Sur, con palabras emocionadas, la nueva hazaña editorial mexicana y la salida de los primeros títulos de esa colección, comenzando por el Popol Vuh, las antiguas historias del Quiché (1947) y Vida del Almirante Don Cristóbal Colón escrita por su hijo Hernando Colón (1947).

Quiero aquí hacer una serie de evocaciones para terminar de modelar la figura de Gregorio Weinberg, educador, ensayista y editor, nacido en Buenos Aires en 1919 y fallecido en esta misma ciudad en 2006, ya que la esposa y los hijos lo vimos desempeñarse en estas tres facetas. Claro, no estrictamente sobre la primera faceta, porque no asistíamos a sus clases en la universidad, aunque sí lo veíamos regresar feliz de sus tareas docentes, a la vez que asistíamos algunas veces a sus conferencias, donde alumnos y ayudantes de trabajos prácticos recuerdan que era evidente su apasionamiento por los temas que trataba. Se lo veía y se lo escuchaba pensar -y pensar con pasión-, en un tipo de reflexión compartida: le gustaba participar a los demás sus descubrimientos y, con ello, ver al prójimo como un sí mismo, una vez más, nada más lejos de la actitud bancaria y nada más cerca de la actitud humanística. Releídos desde la obra de Freire, este y otros gestos de mi padre pueden entenderse mejor.

Como editor, Gregorio Weinberg comenzó a integrarse a las tareas editoriales a partir de su trabajo como asesor literario de la editorial Lautaro, colaborando con la colección Tratados Fundamentales codirigida en sus inicios por el matemático Manuel Sadosky. Se trataba de hacer llegar al público iberoamericano los grandes clásicos y los grandes contemporáneos de la filosofía, la ciencia y la antropología (Nicolás de Cusa, Bacon, Locke, Holbach, Hegel, entre algunos de los primeros; Morgan, Lévy-Bruhl, Gordon Childe, Hubert y Mauss, entre los renovadores de la antropología). Pero muy pronto se interesó también por la recuperación de grandes figuras del pensamiento y la literatura argentinos y latinoamericanos: recordemos su temprana devoción por Bartolomé de Las Casas, Jorge Juan y Antonio de Ulloa o Bernardo de Monteagudo. Posteriormente, en la década de los años cincuenta, comenzó a trabajar en la editorial Hachette, en la cual creó la colección El Pasado Argentino, que más tarde pasó a ser Dimensión Argentina. A través de Dimensión Americana publicó obras de interés continental de autores como Josué de Castro y su Geografía del hambre; Philip Hauser, quien escribió sobre urbanización; John Johnson, que lo hizo sobre militarismo en nuestra región, y dos grandes sociólogos de origen español como José Medina

Echavarría, de quien se publicaron valiosas consideraciones sociológicas sobre desarrollo económico, y Juan Marsal, que escribió sobre el cambio social en América Latina.

En 1960, al presentar El Pasado Argentino, Weinberg escribió lo siguiente:

Esta biblioteca fue concebida con un propósito tan simple como elevado: brindar -a través de obras de géneros diversos, épocas distintas, y autores muchas veces de ideas encontradas- un panorama completo de todas las dimensiones del pasado, subrayando la importancia de ciertos temas o la vigencia de determinados nombres, mas rescatando a otros del olvido, para dar así una enriquecida imagen de la patria vieja y la Argentina nueva [...].

Aspiramos a que los libros de tapas azules y blancas que por decenas de miles están incorporados a los hogares de pobladores urbanos y rurales, y por centenas alegran los anaqueles de bibliotecas y librerías, sean substancialmente un elemento para formar e informar las pasadas y las nuevas generaciones en el entrañable conocimiento de la Argentina (Pulfer, 2020: 223-224).

En El Pasado Argentino y Dimensión Argentina se volvieron a publicar clásicos de la historia nacional en buena medida olvidados: Estanislao Zeballos, Álvaro Barros, Martiniano Leguizamón, Emilio Coni, Alfredo Ébelot, Vicente Rossi, Francisco P. Moreno. Aparecieron también textos que llegaron a convertirse en clásicos modernos de la historiografía argentina: Miron Burgin, José Luis Busaniche, H. S. Ferns, Félix Weinberg, mientras que otros aportaron un nuevo modo de leer la historia y la sociedad argentina, como los textos de Adolfo Dorfman, Horacio Giberti, James R. Scobie y Gino Germani. Se publicó también la serie de viajeros: Beaumont, Falkner, Hinchliff, Un inglés, McCann, Musters y Woodbine Parish. Por fin, bajo esta colección se dieron a conocer las obras de grandes autores argentinos como el epistolario de Belgrano, Educación común y Viajes de Valparaíso a París de Sarmiento o las Cartas de un porteño de Juan María Gutiérrez, amén de Lucio V. Mansilla, Bartolomé Mitre, Roberto J. Payró, entre muchos otros. Mi padre contribuyó a recuperar la literatura y la cultura popular a través de la publicación de Cosas de negros de Vicente Rossi, los estudios sobre el sainete criollo o a través de la obra de Eduardo Gutiérrez, a la vez que fue pionero en la revalorización de las aguafuertes de Roberto Arlt. Asimismo, volvió a poner a disposición del gran público, de manera orgánica, las memorias de un escritor injustamente olvidado, Manuel Gálvez, el mismo a quien se homenajeara precisamente ayer en este congreso, por la reedición de su magistral novela La maestra normal, aparecida en la colección ideas en la educación argentina, que con encomiable perseverancia promueve Darío Pulfer desde la editorial de la UNIPE.

Regresando a El pasado argentino, esta misma colección pasó a formar parte, años después, del sello independiente Solar, y cambió su nombre al de Dimensión Argentina. Décadas más tarde esta pasó a llamarse Nueva Dimensión Argentina, siempre bajo la dirección de Gregorio Weinberg, ahora para el sello editorial Taurus. Reitero que mucho agradezco la iniciativa de la UNIPE, en convenio con CLACSO, de publicar sus Escritos sobre el libro y la edición en América Latina, editado por mi hermano, Pedro Daniel Weinberg, donde se podrá alcanzar una visión más amplia de lo aquí adelantado. De los distintos ensayos que aparecen en esta obra podemos recuperar las siguientes palabras: El libro es la afirmación de la dignidad, de la difícil dignidad del hombre, a través de una de sus más excelsas manifestaciones. Es instrumento de conocimiento y también de creación, es herramienta, es semilla, es camino de libertad y de superación (Weinberg, 2020 [1965]: 106).

Hizo así Weinberg de la edición, el libro, y desde luego de la educación, temas centrales de sus reflexiones y sus ensayos. En cuanto educador, me permito presentar aquí y ahora El tiempo de la educación, una antología de algunos de sus principales ensayos sobre educación y políticas educativas publicada recientemente en México por el CIALC-UNAM en 2020, que complementa la valiosa reedición de sus Modelos educativos en la historia de América Latina publicados por la UNIPE y CLACSO también en 2020. Resta aún compendiar los preciosos ensayos que dedicó a autores específicos, como Sarmiento, Bello, Gutiérrez o Mariátegui, muchos de ellos publicados inicialmente por la Academia Nacional de Educación.

Es así como la obra de Weinberg pasó a acompañar y contribuyó a la comprensión de los acelerados procesos de cambio que vivieron la Argentina y América Latina en la segunda mitad del siglo XX.

IV

Ahora bien: no se trata sólo de resaltar las distintas facetas de la labor de estos intelectuales, sino de mostrar, en una nueva vuelta de la espiral, que muchos de estos ensayistas organizan sus propios escritos a partir de la mirada del educador y del editor, al punto que esto incide en la propia trama y estilo de los textos. Desde el empleo programático del nosotros en lugar del yo por parte del autor, hasta la orientación hacia la tercera persona, el no-yo de la voz de interés general, la vertebración del texto a partir de un orden histórico y cultural o, incluso, la permanente preocupación por contextualizar las ideas planteadas y los autores citados, en todo lo cual se puede advertir la mirada del ensayista-editor-educador. otro tanto sucede con la elección de una prosa cuidada, rica, densa y rigurosa pero a la vez abierta a un estilo ameno y transparente o preocupada por traer al presente las cuestiones históricas -el apagón cultural (Fros, 2006: 347)- a la vez que abrir la discusión al futuro -el descontento y la promesa (Weinberg, 1982)-. Por otra parte, el permanente y autoexigente rigor en el tratamiento de los temas como una forma más de honrar al diálogo, la lectura y aportar elementos sólidos para el debate sustentado, por no decir la absoluta honestidad intelectual de quien sólo habla de aquello que ha comprobado y meditado, son algunos de los rasgos con los cuales estos ensayistas dotaron su prosa. Pasión contenida, toma de posición crítica pero siempre bien temperada y, sobre todo, voluntad de compartir con el lector el amor por el conocimiento y el descubrimiento: ese gesto tan profundamente ensayístico que consiste en dar a leer su propia mirada y se convierte al mismo tiempo en la posibilidad de proponer un orden de lectura para entender el mundo.

Educar, ensayar, editar, son también tres modalidades que vinculan aquella expresión que debemos dignificar en cuanto abarca tres modos del trabajo intelectual. Los ensayos son fruto de una concepción del vínculo vivo entre el pensar, el entender, con el quehacer del libro, la imprenta, la edición, la traducción, de modo que comparten el aspecto artesanal y el intelectual, como comparten también la articulación entre la escritura y la vida mientras comparten, a su vez, el mundo de la oralidad y el de la escritura, sin dejar de enlazar esta última, la escritura, con la vida, el trabajo y la acción.

No quiero de ninguna manera que se confundan mis reflexiones con un afán por idealizar, por congelar la imagen de estos editores, ensayistas y educadores que estoy tomando como ejemplo de un círculo virtuoso del compromiso por hacer del conocimiento una herramienta de autoconstrucción del ser humano y un puente para que el ser humano se vincule con su época, su sociedad y su destino. Quiero mostrar que se trata de una actividad representativa de un modo de ser intelectual en

América Latina y de vivir, no en la calma aséptica de la torre de marfil ni en el círculo del especialista, sino, como diría Alfonso Reyes, al aire de la calle, donde se prodigan en distintas actividades los representantes de la que él mismo llamó la inteligencia americana. Entre colectivos y trenes, siempre en medio de las presiones de horario y las incomodidades de transportes repletos, mi padre iba siempre aferrado a un libro para seguir leyendo mientras viajaba, para que el desplazamiento se convirtiera también en un viaje intelectual.

V

cierro mi exposición con el ejemplo de estos dos últimos intelectuales que trazaron puentes con América Latina, que pensaron su producción no sólo para la Argentina sino para todo el continente, en eso que mi padre llamó Dimensión Americana y don Pedro proyectó como Biblioteca Americana. Considero también que en esta especie de vidas paralelas que estoy trazando puede caber un elemento más: su extraordinaria capacidad de intuir, entrever, fundar imaginariamente, lugares que no existen sino para aquellos que cultivaron el principio esperanza, entre el descontento y la promesa.

Volviendo al contraste de Raymond Williams, creo que, en el caso de los países latinoamericanos -y particularmente de la Argentina o México-, se puede evidenciar esta zona que es muy importante y que tiene que ver con algo que no es estrictamente ni una formación o una institución sino precisamente un lugar intermedio que contiene un elemento de autoexigencia permanente por integrar lo mejor de ambos mundos. Respetar siempre el sentido de respuesta a las exigencias sordas de una cultura y una época que tiene toda formación, y combinarlo con la sensibilidad a la apertura a los intereses sociales y a las novedades y demandas de la historia, con la sensibilidad para la escucha, que tiene toda asociación informal, llámese salón literario, llámese Fondo de Cultura Económica, Siglo XXI, Raigal, Solar, Eudeba o Centro Editor de América Latina, llámense revistas, conferencias, universidades populares, en una estafeta que hoy veo con alegría recoge la UNIPE, dado que estas iniciativas reúnen a la vez lo mejor de la institución, que es lograr la estabilidad, promover la difusión y, con ello, la garantía de supervivencia de los proyectos.

Estos grandes ensayistas, editores y educadores se movieron en este lugar intermedio, tratando de fortalecer proyectos contra viento y marea, mientras se enfrentaban en el corto plazo tirios y troyanos, para dar a su obra fundadora una estabilidad, una permanencia que garantizara el acceso y la participación, la inclusión, la multiplicación de los panes del conocimiento que son, a la vez, garantía de una apertura a la participación democrática y ciudadana que no deja de abrir los ojos a las crecientes necesidades de una sociedad, a las nuevas exigencias del conocimiento y de la cultura, a los nuevos fenómenos sociales y a los recambios de la vida política.

Debo aclarar, honradamente, que la táctica y la estrategia con que estos intelectuales buscaban contribuir a la generación de una conciencia crítica y una toma de conciencia de la propia humanidad del educando y del lector a través del conocimiento, se ejercieron con un solo costo: el de la propia salud, la propia tranquilidad, la propia vida. Y se asumieron con un solo y magno riesgo: la dolorosa incomprensión. se trataba de un amplio proyecto por el que lo informal se enlazaba con lo institucional, el trabajo individual con el compromiso colectivo y con el horizonte participativo, el descontento con la promesa. Tiendo a asociar permanentemente la figura de mi padre con la de Pedro Henríquez Ureña, ya que ambos siguieron trabajando en los tres sentidos hasta el último minuto de su vida: ensayar, editar, educar.

Notas

1 Conferencia presentada en las XXI Jornadas Argentinas de Historia de la Educación Argentina y Latinoamericana, 22 de octubre de 2021.

2 Para un empleo novedoso del término voz en este sentido véase González Echevarría, R. (2001 [1985]). La voz de los maestros: escritura y autoridad en la literatura latinoamericana moderna. Madrid: Verbum.

3 He desarrollado con mayor detalle estos temas en Weinberg, L. (2014). Biblioteca Americana. Una poética de la cultura y una política de la lectura. México: FCE, y Weinberg, L. (2016). Seis ensayos en busca de Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Ministerio de Cultura.

4 Para ampliar este tema, ver Reyes, A. (1997). “Notas sobre la inteligencia americana”. En Obras Completas XI. Última Tule. Tentativas y orientaciones. No hay tal lugar. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, pp. 82-90.

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