Introducción
El esfuerzo del pueblo cubano por alcanzar la independencia respecto a España y establecer la república democrática planeada por José Martí Pérez (1853-1895), por medio de la gesta libertadora de 1895 a 1898, se frustró. Este sentimiento nacional tuvo dos momentos esenciales: primero, la oportunista intervención del gobierno de Estados Unidos en la guerra independentista y después, al hacerse efectiva la ocupación de los militares estadounidenses con la oficialización del traspaso de Cuba a la potencia norteña.
Durante la primera ocupación militar (1899-1902)3 el gobierno estadounidense se dio a la tarea de concretar su arcaica aspiración de dominar a Cuba desde lo político-económico e ideológico-cultural. La educación, en particular la escuela pública que se heredaba de España, estaba en condiciones desfavorables (Departamento de la Guerra, 1900) y, por ende, los ocupantes instituyeron reformas que la modificaron cuantitativamente a la par que pretendían establecer nuevos modelos extranjeros.
En esas circunstancias se reformó el aparato público de la educación y como parte de la superación de los maestros cubanos4 (denominación genérica que incluye a las maestras, los docentes ayudantes y de escuelas incompletas, titulados o no), se organizó y materializó el viaje de una representación de estos a la Universidad de Harvard, Estados Unidos.
La educación pública se implementó a nivel nacional con el acompañamiento y dirección de competentes pedagogos cubanos, como los principeños Esteban Borrero Echevarría (1849-1906) y Enrique José Varona Pera (1849-1933). A pesar de la constante resistencia cívico-independentista de la mayoría de los cubanos, los gobernantes estadounidenses impusieron mecanismos para controlar el mutilado Estado-nación que se estableció oficialmente como República el 20 de mayo de 1902.
Durante la primera ocupación, por primera vez en Cuba la superación de maestros se desarrolló y se organizó de manera masiva en dos líneas de trabajo definidas por el historiador Nicolás Garófalo: la organización de la superación masiva a través de los cursos de verano en Cuba y Estados Unidos, y la obligación de aprobar los exámenes que otorgaban certificados de primero, segundo y tercer grados para habilitarse en el ejercicio de la profesión como maestros de certificados (Garófalo, 2008).
La aplicación de la Orden Militar n.° 226 (6 de diciembre de 1899), impulsó la apertura de locales para la enseñanza primaria y el considerable incremento de las matrículas creó inmediatamente en Cuba, como en Puerto Príncipe, la necesidad de preparar un amplio número de docentes al estilo del modelo estadounidense. Por la Orden Militar n.° 223, del 30 de mayo de 1900, se estableció en Cuba la primera Escuela de Verano, también identificada como Instituto para Maestros, que dispuso los cursos para los maestros de las escuelas primarias del país.
El estadounidense Alexis Everett Frye, Superintendente de Escuelas en Cuba desde el 5 de diciembre de 1899, organizó por seis semanas las Escuelas Normales de Verano en las capitales de provincias. Esta experiencia educativa impuso la obligatoriedad de la asistencia, excepto para los que fueran eximidos por causas justificadas. Por otro lado, de carácter transitorio, se organizó la selección y viaje a la ciudad de Boston de un poco menos de la mitad de los maestros de Cuba, los cuales arribarían a Harvard, una de las universidades más prestigiosas, pero que no tenía concebida la formación profesoral.
A partir de la significación ideológica que implica el accionar de las personalidades vinculadas al tema, es importante señalar desde una perspectiva crítica de la discusión historiográfica, que la excursión a Harvard al ser concebida por un funcionario estadounidense ha motivado que sea valorada, en ocasiones, como una de las más claras manifestaciones de americanización de la política educativa del gobierno militar en Cuba. Esta aseveración es ampliamente refutada por Enrique Sosa (2001), Marial Iglesias (2010) y Nicolás Garófalo (2020), al reconocer el intenso e innovador trabajo educacional de Alexis Frye, quien no marcó tendencia a la americanización de la educación cubana.
Amplia es la relación de obras que desde las Ciencias Históricas, la Historia de la Educación y los estudios socioculturales han abordado el tema desde una perspectiva general, y con diversos propósitos investigativos. En este sentido, Ramiro Guerra (1954), Gaspar García (1985), Rolando Buenavilla et al. (1995), Enrique Sosa (2001), Justo Chávez (2002), Irene Fattacciu (2005), Rolando Rodríguez (2007), Nicolás Garófalo (2008, 2018 y 2020), Marial Iglesias (2010) y Yoel Cordoví (2011 y 2012), entre otros, constituyen referentes.
Especial significación han tenido para autores como Rolando González (2015), Francisca López (2016) y Rolando González y Juan Carlos Hernández (2019a y b) las valoraciones de dos de los maestros participantes en la excursión: Regino Eladio Boti y Antonia Llorens Ubieta, de Guantánamo y Pinar del Río, respectivamente.
En la provincia de Camagüey (Puerto Príncipe hasta 1903) se aprecia un vacío historiográfico sobre el desarrollo y alcance de la educación pública durante la primera ocupación militar, y en particular, sobre el viaje de los principeños a Harvard. Lo anterior es visible en obras de carácter municipal y provincial como las de Rafael Pera (1913), Guillermo Arrebola (1943), Academia de Ciencias de Cuba (1970), Sección de Investigaciones Históricas del Comité Provincial del Partido (1989) y Francisco Luna (2012).
La investigación de Fernando Manzo (2019) constituye un intento por sistematizar el tema como parte del estudio de la educación pública en Puerto Príncipe, antecedente inmediato de los resultados que a continuación se exponen.
Los referentes anteriores demuestran el estado actual sobre el tema objeto de análisis, en los que desde la macro configuración de la reconstrucción histórica se ha establecido una visión nacional a lo ocurrido en La Habana o región occidental del país en detrimento de los demás territorios, condición que no niega la utilización de datos aislados, extraídos de fuentes primarias y secundarias de los archivos y bibliotecas de los municipios, provincias y/o del extranjero.
En correspondencia con lo anterior se enfatiza que continúa pendiente la realización de estudios que aborden las características del viaje y la participación de los cubanos en los municipios y provincias de Cuba. El presente estudio constituye un aporte al develar las particularidades regionales y locales en Puerto Príncipe, destacando las manifestaciones nacionalistas que tuvieron lugar frente a las pretensiones anexionistas de los ocupantes en relación al viaje.
La no disponibilidad de las fuentes es una limitante a considerar como causa de lo antes expuesto, ya que un número importante de estas se localizan en archivos y bibliotecas de Estados Unidos5. Específicamente en la provincia, la información existente en el Archivo Histórico Provincial de Camagüey (AHPC) se encuentra dispersa y no sistematizada, por lo que se dificulta el proceso investigativo y hace indispensable ampliar la búsqueda hacia otros documentos que permitan la desmitificación de las cuestiones nacionales para visibilizar la historia regional y local, sus protagonistas y así contribuir a la comprensión del proceso histórico-educativo.
Reconocer el impulso gubernamental a nivel provincial y municipal, centros del poder político-administrativo en la región y los ayuntamientos, y la activa participación de los maestros a favor de la educación oficial constituye una necesidad para la formación y consolidación de la conciencia histórica en las presentes y futuras generaciones.
Desarrollo
Los vínculos entre Estados Unidos y Cuba, en particular los principeños, se habían expandido durante el siglo XIX, por lo que estudiar en la nación norteña no era cuestión novedosa para el período. Era más frecuente viajar al norte de América que a España, ya fuese por motivos comerciales, por placer o para estudiar. La deplorable situación de la educación en Cuba impulsó a miles de estudiantes a emprender estudios allá, la mayoría de estos provenientes de la alta burguesía criolla y de las clases medias en expansión (Pérez, 2016).
La invitación a los docentes cubanos para asistir en el verano de 1900 a la Universidad de Harvard se dio a conocer por la Orden Militar n:° 199, Circular 9, del 16 de mayo de 1900 y señaló que el proyecto «no tenía paralelo en la historia»6 (Military Governor, 1900: 351). El extenso documento demuestra el amplio nivel organizativo del viaje al exponer la descripción general, los gastos, los cursos a impartirse, el mecanismo para la selección de los docentes, las características del verano en Boston, la vestimenta recomendada, la estancia en Cambridge, las características del equipaje, la asistencia médica, la exigencia de vacunación y el certificado que así lo acreditara; así como la realización de la Escuela de Verano para los maestros que se quedaban en Cuba.
El viaje a la universidad contó con una amplia difusión por la prensa cubana y estadounidense, esta última para informar de la trascendencia del acontecimiento bilateral. En Cuba, la revista El Fígaro7 reflejó a través de imágenes y comentarios el impacto y las expectativas del proyecto.
En relación a los participantes de Puerto Príncipe, el Comité Gestor Central de las Juntas de Educación de la República de Cuba, ―aún sin ser república―, cuya oficina radicaba en la calle Paco Recio n.° 4, ciudad de Puerto Príncipe, dio a conocer un listado (sin fecha) con la representación de la provincia (AHPC, Fondo Jorge Juárez Cano, Carpeta 53, ff. 40-42). Correspondió al profesor Ángel Laca (Figura 1) presidir la delegación de la provincia Puerto Príncipe que viajó a Estados Unidos.
Al contrastar con la relación oficial se comprobó que este fue un listado inicial, considerando el hecho de que no todos los nominados asistieron al viaje. Los siguientes números consecutivos quedaron vacantes por el municipio Puerto Príncipe (1009, 1012, 1017, 1043, 1045, 1057, 1059 y 1067) y con posterioridad, fueron incorporados cuatro docentes del municipio Morón: Calixto Subiráts, Emilio Fernández y Fernández, Pedro Guillermo Subiráts y Rafael Acosta.
Previendo las ausencias, los alcaldes fueron autorizados a que, si por alguna razón a algún maestro se le imposibilitara viajar, este debía poner en su lugar a otro del mismo sexo y asumiría su billete de viaje. Del personal listado por el Comité Gestor de Puerto Príncipe se ausentaron siete personas. Por el municipio cabecera: Antolina Juárez Cano, Elina Jiménez Bejarano, Esther Parrado Pujol, María Agero y Pradas, María Eusebia Rodríguez y Pedro Camacho Méndez; de Santa Cruz del Sur, Carlota Álvarez.
Estas ausencias no debieron pronosticarse o conocerse con antelación, sino que fueron constatadas en el puerto de salida, razón por la que no fueron sustituidos por otros docentes. Estas plazas quedaron vacantes ya que sus números no fueron reasignados. Llama la atención que, entre los ausentes, seis eran mujeres. Aunque se desconocen las disímiles causas, una de ellas fue la posición asumida por la prensa conservadora, por ciertos grupos de la intelectualidad pedagógica y por la Iglesia católica, especialmente al condenar la participación femenina (por razones nacionalistas y de discriminación).
Múltiples familias influenciadas por la tensión del contexto, no consideraron correcto que las muchachas jóvenes participaran sin acompañamiento familiar en el viaje ―a pesar de la función de las chaperonas―, a miles de kilómetros, en un país extranjero y «[…] en una convivencia estrecha con otros hombres desconocidos, que podían representar una amenaza para su integridad moral» (Marial, 2010: 131).
Lo anterior demuestra lo planteado por la doctora María del Carmen Barcia al asegurar que para las mujeres que formaban parte de las capas populares todo era más complejo, a diferencia de las que pertenecían a la burguesía, «[…] por una parte porque sus acciones cotidianas se desenvolvían a la vista de todos o de casi todos los que la rodeaban y, por otra, porque poco o nada solucionaban a través de procesos legales o de escándalos públicos» (Barcia, 2009: 268). En este sentido, se incluyen dentro de las capas populares a maestros y maestras de escuelas que «[…] por su origen social, razones culturales, o situaciones coyunturales, defendían los intereses de la población común» (Barcia, 2009: 33).
En el listado de participantes (Tabla 1) se aprecia la coincidencia de apellidos, por lo que una de las estrategias utilizadas para calmar las preocupaciones familiares y sociales fue la de viajar junto a algún colega que fuese hermano o pariente. Es el caso de Ana y Mercedes Reyna Cannet, Aurora y Elvira Montoulveu de la Torre, Lidia y Rogerio Zayas Bazán y Ramírez, Loreto y Mercedes Cebrián, Rosa y Josefa Xiques Ramírez, Ana Margarita y María Teresa Guerra Masaguer, así como Porfiria y Teresa Nogueras Hernández.
En total asistieron, por la provincia, 90 personas: tres intérpretes, un médico y 86 docentes (40 hombres y 46 mujeres, estas ocupaban el 53,4 %). La distribución por municipios fue la siguiente: Nuevitas (7), Morón (7), Santa Cruz del Sur (5) y Ciego de Ávila (2). La mayor cantidad de los excursionistas era residente en el municipio cabecera ―65 maestros (27 hombres y 38 mujeres, estas últimas representaban el 58,4 % en el término municipal y el 42,2 % del total provincial)―. Indiscutiblemente, y a pesar de los estereotipos morales, las féminas alcanzaron la mayoría numérica en Cuba y en Puerto Príncipe8.
Para la selección se precisó la necesidad de enviar personal con capacidad intelectual, rapidez de percepción y originalidad de pensamiento, además de la idoneidad física, a partir de los rigores de la travesía, las largas jornadas a pie y el traslado por ferrocarril.
Según la información del Departamento de la Guerra (1900), en 1899 en la provincia fueron censados 122 maestros, y de ellos, nueve (3 mujeres y 6 hombres) clasificados en la despectiva y racista categoría de color. Uno de los méritos de la selección para el viaje fue la participación de siete profesionales afiliados a las asociaciones de instrucción y recreo de negros y mestizos de Puerto Príncipe: Emilio Céspedes Casado, Manuel E. Agüero Piloña, José Fermín Abad Agüero, Ángel Morales Casalís, Antonio Márquez Ramos, Rosa Xiques Ramírez y Clemencia Xiques (Henry, 2020).
En Estados Unidos, negros y mestizos sintieron de cerca el sentimiento segregacionista y, ante la disyuntiva presentada, las mujeres negras fueron acogidas en las casas de las familias de igual color, mientras los varones fueron alojados en los dormitorios de la Universidad, donde la mayoría del estudiantado era blanco y se regían por fuertes normas racistas.
Además de los maestros que en junio de 1900 estaban empleados en las escuelas públicas, a la comitiva se podía agregar cierto número de personas que desearan enseñar inglés en las escuelas cubanas y, a la vez, que sirvieran como intérpretes para sus compañeros, considerando que la mayoría de los participantes desconocía el idioma inglés. A los intérpretes que probaran su capacidad en el idioma se les entregaría un diploma de suficiencia, eximiéndolos de la obligación de examinar (Military Governor, 1900). De la provincia asistieron los intérpretes Rogerio Zayas Bazán y Ramírez y Rogerio Freyre Arango ―por el municipio cabecera― y Luciano Finci ―de Nuevitas― (Tabla 1).
Para garantizar la asistencia médica gratuita a los necesitados se convocó la presencia del personal médico cubano. Los hospitales de Cambridge se pusieron a disposición de los maestros y de los médicos cubanos, invitando a estos últimos a incorporarse a la delegación para que utilizaran sus instituciones, visitar hospitales, laboratorios y enfermerías, presenciar operaciones quirúrgicas, estudiar los métodos de tratamientos médicos y quirúrgicos, además de enseñarles los modos de administración de los hospitales.
Por Puerto Príncipe asistió el Dr. Juan Ruiz Ariza, del municipio Nuevitas. En las instrucciones generales para los asistentes cubanos al curso, se informó que de necesitarse los servicios médicos podían acudir al Dr. Ariza, que se hallaba en el n.° 3 del edificio Thayer en Harvard (Boti, 2018).
Los maestros participantes recibieron sus salarios durante los meses de verano. Para ello, constituyó una exigencia que los alcaldes adoptaran las medidas necesarias para que el salario correspondiente al mes de junio se pagara el día 15 o antes. Los salarios del mes de julio se pagarían directamente por el departamento del Tesoro en Cuba a la oficina del Tesorero de la Universidad de Cambridge, por lo que las alcaldías debían omitir del presupuesto este pago a los docentes ausentes del territorio. Los gastos personales para los participantes comprendían: ropa, baúl, maleta y el pago de transportación desde su residencia hacia el municipio Nuevitas, al norte de la provincia.
Para trasladar el personal docente desde la ciudad cabecera a Nuevitas, la Comisión de Maestros y Maestras solicitó a la dirección de la Empresa del Ferrocarril de Puerto Príncipe la concesión gratis de pasajes y equipajes. Los directivos de esta respondieron no poder acceder por los cuantiosos gastos y demás obligaciones que le imponía la explotación del ferrocarril (AHPC. Fondo Ferrocarriles de Cuba; Actas de los acuerdos de las reuniones celebradas por la Junta Directiva de la Empresa de Ferrocarril de Puerto Príncipe a Nuevitas, n.° 20, 1900, f. 147).
La transportación marítima se realizó en cinco buques de la Marina de Estados Unidos: McPherson, Crook, Burnside, Sedgwick y McClellan. La delegación de la provincia fue la última en zarpar por el puerto de Nuevitas el 29 de junio de 1900 en el McClellan, incorporándose a los colegas de Cárdenas, Sagua La Grande y Caibarién, conformando un total de 226 personas ―156 hombres y 70 mujeres― (Archivo de la Universidad de Harvard; Cuban’s school begins, 5 de julio de 1900, Boston Evening Transcript, Recorte de periódico s. p.).
El gobierno estadounidense garantizó la gratuidad del viaje de ida y regreso, la comida y el servicio a bordo de los buques. Los camarotes y otros departamentos fueron habilitados con catres para las mujeres, mientras que para los hombres serían arregladas las cubiertas especiales con catres. Estos contarían con libre entrada en la cubierta del buque, salas para comer y cuartos para fumar. A bordo solo debían llevar lo imprescindible para la travesía, ya que los baúles irían en los departamentos de depósitos.
El McClellan fue el último buque que arribó al puerto de Boston cerca de las 7 y 30 p. m. del 4 de julio, día de los actos de celebración por el Día de la Independencia de aquella nación (AUH; Cuban's school begins, 5 de julio, 1900; Boston Evening Transcript). La llegada a Estados Unidos se constató en Puerto Príncipe al recibirse el cablegrama enviado por Ángel Laca el 5 de julio, día que iniciaron las conferencias planificadas, con el breve texto: «Llegamos bien» (AHPC; Fondo Jorge Juárez Cano; Carpeta 53, f. 65).
Considerando el hecho de que el McClellan fue el último en zarpar, la publicación del periódico Boston Evening Transcript, edición del 5 de julio, el cablegrama de Laca y la información del semanario El Renacimiento Escolar. Semanario consagrado a propagar la Enseñanza (1900: 2), los autores del artículo demuestran la tesis de que los tripulantes de este buque no participaron en las actividades realizadas en Estados Unidos el 4 de julio, cuestión a rectificarse por la historiografía nacional. Resulta improbable que el buque llegara en la tarde del 3 de julio de 1900 como plantea el Dr. Yoel Cordoví (Cordoví, 2011: 104).
En las instrucciones generales se precisó que cada participante debía llevar en un lugar visible el alfiler con su número identificativo, entregado en el Memorial Hall y no el que usaron durante el viaje. Las maestras desayunarían en las casas donde fueron acogidas, mientras que el almuerzo y la comida serían en el Memorial Hall; mientras que para los hombres estuvo reservado el Randall Hall.
Para facilitar el trabajo de la policía, se solicitó a los hombres alojados en la Universidad que al salir debían cerrar con llave la puerta del cuarto y poner atención a sus bolsillos cuando se encontraran con extraños (Boti, 2018).
A los docentes se les impuso la responsabilidad de que, al regresar a sus municipios, debían prestar servicios a la Junta de Educación con la finalidad de compartir con el resto de sus compañeros las experiencias y conocimientos adquiridos en Harvard, adecuándolos a las necesidades de Cuba y del territorio, por lo que previamente debían acordar la materia a seleccionar.
El jueves 26 de julio de 1900, estaba planificado fotografiar en colectivo las delegaciones, pero como consecuencia del mal tiempo se reprogramó para el siguiente día. A ese efecto, se presentaron a la 1 p. m. detrás del Memorial Hall, los maestros de Puerto Príncipe y Santa Clara (Boti, 2018). La foto (Figura 2) fue publicada por El Fígaro el 9 de septiembre de 1900 y deja ver la bandera de la independencia y el sacrificio cubano, ondeando al lado de la de Estados Unidos.
Obvias eran las razones que impulsaban la coincidencia de ambas insignias en la imagen. La Bandera de la Estrella Solitaria y el Himno de Bayamo, fueron dos símbolos representativos como muestra de cubanía y patriotismo en Estados Unidos.
El 15 de agosto de 1900 concluyó el plan de las actividades de la Escuela de Verano (incluyó cursos de inglés, Geografía, Historia de las colonias españolas, Escuelas americanas, Psicología, imitación y procesos aliados en la niñez, Historia americana, Kindergarten para maestras, clases de Sloyd para maestros, bibliotecas públicas y excursiones vespertinas) y en la tarde partieron los transportes hacia Boston, iniciando un periplo por Washington, Filadelfia y Nueva York. Para el regreso se avisó sobre el cambio de transporte, ya que las delegaciones que llegaron a Estados Unidos en los buques Burnside y McClellan, como la de Puerto Príncipe, debían regresar en el Crook (Boti, 2018).
Aunque se ha ampliado sobre la organización, contenidos, objetivos y alcance de los cursos, es preciso retomar lo planteado por el Dr. Yoel Cordoví:
El problema no radica tanto en el plan de organización del curso, el cual, si bien no dejaba de ser amplio e interesante, mostraba un desnivel apreciable en las frecuencias asignadas a las materias impartidas. Así, mientras a los métodos y procedimientos de enseñanza, esenciales en la formación de un magisterio mayoritariamente inexperto, se le dedicaban apenas tres clases a la semana, la historia de Estados Unidos ocupaba la de mayor frecuencia entre todas las materias, con un total de 18 lecciones (Cordoví, 2011: 105).
En Estados Unidos los docentes cubanos fueron actualizados con las corrientes psicopedagógicas más avanzadas para la época. Entre ellas la de Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827), Johann Friedrich Herbart (1776-1841) y Herbert Spencer (1820-1903). Tales corrientes se consolidaron durante las dos primeras décadas del siglo XX, sobre todo en lo referido a la Escuela Nueva de John Dewey (1859-1952), su connotación se expresó en los niveles supraestructurales de la educación y en las revistas pedagógicas de la época.
Lo anterior es argumentado por un colectivo de autores cubanos de la forma siguiente:
Desde la primera ocupación se impone la influencia de corrientes pedagógicas extranjeras al penetrar el positivismo espenceriano, la neoherbartiana y la enseñanza objetiva de Pestalozzi interrumpiendo la continuidad de la actuación de lo mejor de la tradición pedagógica criolla del siglo XIX […] (MINED, 1990: 2).
La sección Telegramas del 8 de agosto dio a conocer la información enviada por el servicio particular del periódico local Patria y Libertad. Se explicó que el 18 del propio mes, los maestros cubanos debían llegar a Washington para el próximo día ser recibidos por el presidente William McKinley en la Casa Blanca. De allí partirían hacia Nueva York y, luego, con destino a Cuba (AHPC; Fondo Jorge Juárez Cano; Carpeta 53, f. 80).
El 25 de agosto zarparon hacia La Habana y el día 29 fueron recibidos con manifestaciones de júbilo en tierras cubanas. Después de la reunión celebrada en la capital, los enviaron hacia los puertos de procedencia (AUH, Álbum de la expedición de los maestros cubanos a la Universidad de Harvard, 1900). En Puerto Príncipe se conoció la estancia de los excursionistas en La Habana, una nota del 30 de agosto de 1900 (sin precisar la fuente) informó:
Han llegado á [sic] la Habana los maestros cubanos. Los transportes pasaron el Morro á las cuatro de la tarde. Las fortalezas los saludaron con salvas. La bahía presentaba un aspecto alegre llena de vaporcitos y embarcaciones que rodeaban los transportes con objeto de dar la bienvenida á los familiares y amigos. Los maestros desembarcaron esta mañana y dedicaron el día á pasear por la ciudad y puntos inmediatos (AHPC; Fondo Jorge Juárez Cano; Carpeta 53, f. 100).
En la sesión del Ayuntamiento de Puerto Príncipe del 27 de agosto de 1900, en relación al regreso de los maestros al territorio se dio a conocer la respuesta enviada por el secretario del Ferrocarril de Puerto Príncipe al alcalde sobre:
[…] un tren expreso que le ha interesado la Alcaldía para conducir á [sic] Nuevitas las Comisiones oficiales que deseen pasar allí á recibir a los Maestros de este Término que regresan de los Estados Unidos, y que á la vez sirva para trasladar á esta ciudad unos y otros, dice que, para resolver espera le diga el número de coches que ha de componer el expresado tren, con el fin de poder fijarle precio […] (AHPC; Fondo Ayuntamiento de Puerto Príncipe; Carpeta 65, 27 de agosto de 1900, f. 90).
En los documentos compilados en el archivo del historiador Jorge Juárez Cano (AHPC), se constatan las gestiones del Círculo Pedagógico de Puerto Príncipe para asegurar el acto de recibimiento de los excursionistas.
En la sesión celebrada la noche del 28 de agosto de 1900 en los salones de la Sociedad La Popular, la Junta del Círculo Pedagógico acordó que la representación de este debía concurrir dos horas antes de la llegada del tren, el día que regresara la delegación que visitó Harvard, a la Sociedad La Popular, con el objetivo de unirse a esta y recibirlos en el paradero, con el estandarte identificativo del Círculo. El señor Pedro Camacho, por la Sociedad, manifestó que había visitado al gobernador militar de la provincia con el objetivo de obtener gratis el tren para los compañeros y un coche para las comisiones que fueran a Nuevitas.
La comisión aprobada la integraron: la señora presidenta, las señoritas Consuelo Hernández, Carolina Recio y los señores Leonardo Ortega y Joaquín Román, secretario del Círculo, «[…] para si hay tren de comisiones, pasen á [sic] Nuevitas á saludar á los maestros» (AHPC; Fondo Jorge Juárez Cano; Carpeta 53, f. 95 y 99).
Con el fin de garantizar el tren que debía llevar la delegación al recibimiento en Nuevitas, fue publicada en la prensa local una nota con el título: ¡Qué no se diga! en la que el Círculo Pedagógico cuestionó públicamente la no disposición de la dirección del Ferrocarril de Puerto Príncipe en relación al traslado del personal que participaría en el acto. Esta planteaba:
En virtud de los grandes preparativos hechos en la capital de la Isla al Profesorado cubano en su regreso á [sic] la patria, tenemos entendido que la Empresa del Ferro-Carril [sic] de esta ciudad debe ceder un carro destiado9 [sic] á las comisiones que deseen ir á saludar en su llegada á Nuevitas á los maestros camagüeyanos, pues nos parece altamente ridículo para toda una Empresa ferroviaria, negarse á ceder á esta petición que lejos de serle perjudicial le honra y le enaltece.
Que no se diga que la Empresa del Ferro-carril de Puerto Príncipe se ha mostrado reaccionaria ante una idea que habla en prestigio de sí misma.
Creemos que la citada Empresa no se pondrá en evidencia con semejante negativa (AHPC; Fondo Jorge Juárez Cano; Carpeta 53, f. 99).
Las críticas a la empresa por no disponer de un tren gratis hasta Nuevitas para las comisiones de recibimiento, llegaron al punto máximo cuando los directivos de esta acordaron eliminar la suscripción al periódico local El Latino, como consecuencia de los ataques dirigidos por medio del suelto titulado Rasgo… ¿Generoso? del 29 de agosto de 1900 (AHPC; Fondo Ferrocarriles de Cuba. Actas de los acuerdos de las reuniones celebradas por la Junta Directiva de la Empresa de Ferrocarril de Puerto Príncipe a Nuevitas, n.° 28, 7 de septiembre de 1900, f. 239).
El regreso se produjo por el puerto de Nuevitas, en un acto de amplia participación popular como expresión del significado que tuvo el viaje a Harvard y la debida atención a los lugareños. El Fígaro, en la edición del 7 de octubre de 1900, publicó la foto (Figura 3) de la manifestación popular organizada para el acto de recibimiento a los excursionistas en la ciudad de Puerto Príncipe.
Sobre el resultado que a largo plazo tuvo este proyecto, Louis Pérez afirma:
[…] no es simplemente que la primera generación de niños recibió en las escuelas públicas la instrucción de maestros entrenados en los Estados Unidos, sino que muchos de los que participaron en esto, con posterioridad ocuparon posiciones importantes en todas las facetas de la vida pública (Pérez, 2016: 171).
Amplio fue el posterior accionar de los participantes, sirva para corroborarlo algunos ejemplos: Ángel Laca, en 1902 integró la directiva provincial de la Asociación de Maestros de Camagüey, y Narciso Monreal Varona fue nombrado Inspector Pedagógico de la provincia (1901-1905), ascendido a Superintendente de Instrucción Pública y en 1902, electo presidente de la Asociación de Maestros. Pedro G. Subiráts Quesada en 1906 se desempeñó como Inspector de la Secretaría de Hacienda, doctor en Derecho (1911) y en 1929 publicó Historia de Morón10.
Otra actitud asumió Rogerio Zayas Bazán y Ramírez cuando, en 1923, desempeñándose como gobernador provincial (1923-1925), propuso a Gerardo Machado como mediador en el conflicto de los obreros ferroviarios y la Cuban Railway Company; el que aparentemente traería propuestas para favorecer al proletariado, lo que en realidad era una cuestión arreglada con la compañía.
Una de las posiciones a tener en cuenta al abordar las Escuelas de Verano y la excursión a Harvard es la de Esteban Borrero, publicada el 9 de septiembre de 1900 en El Fígaro. En sus valoraciones se aprecian elementos que enaltecen el papel de estas Escuelas al referirse a su hermosa historia, sin embargo, plantea algunas observaciones que muestran las expectativas, y desconfianzas, al exponer: «[…] ojalá que sea bueno todo ello» y al referirse a Frye este exclamaba en tono providencial: «¡Que Dios lo bendiga si es sincero!» (Borrero, 1900: 410).
Al evaluar este proyecto, Nicolás Garófalo lo considera de progreso pedagógico y plantea:
[…] hay que considerar objetivamente que el saldo fue positivo en muchos sentidos como experiencia de superación masiva en una institución universitaria de primer nivel en un país desarrollado en su época, oportunidad de aprendizaje universitario masivo sin precedentes para un territorio excolonial devastado por la guerra como nuestro archipiélago (Garófalo, 2008: 35).
La excursión a Harvard en 1900 fue un macro-proyecto educativo único en la historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos. Este sirvió de antecedente para otros propósitos de igual naturaleza11, pero con menor número de participantes: en 1901 enviaron 50 maestros cubanos a un curso regular de formación en la Escuela Normal de New Paltz, Nueva York (Cordoví, 2011).
Los testimonios de los representantes de Puerto Príncipe (AUH; Autographs and Testimonials of Students, 1900), demuestran un profundo sentimiento patriótico mezclado con frases de admiración y respeto hacia los estadounidenses y su nación.
En el libro de la Sala Católica de Harvard Hall, Emilio Fernández y Fernández, director del Colegio «El Ángel Custodio» en el municipio Morón, escribió:
El pueblo de Cuba está agradecido del noble y grandioso pueblo americano, y el Magisterio Cubano guardará eternamente los recuerdos de gratitud y beneficios recibidos en él; y en la singulár Universidád de Harvard, teniendo entera confianza y satisfacción en el cumplimiento de la Joint Resolution.
En este caso, el agradecimiento no era a título personal, sino en nombre del pueblo de Cuba, pero se manifestaba una preocupación política latente en aquel período de transición: la Resolución Conjunta12. En cada frase era evidente la esperanza del cumplimiento estricto de dicho documento, como expresión del deseo de los cubanos. Otra valoración de importancia, fue sobre la influencia del idioma inglés para referirse a un término que, sin lugar a dudas, es de fácil traducción al español.
Rafael Acosta, maestro de la escuela n.° 1 del municipio Morón, sentenciaba con brevedad: «Yo admiro la grandeza del pueblo americano, la nobleza del Sr. Frye y la solicitud de la Sala Católica».
Cómo no comprender la posición de estos maestros que en su mayoría no habían salido de sus territorios de residencia, al admirar la grandeza de Estados Unidos y reconocer a Alexis Frye, el artífice de aquella experiencia que había dejado una importante huella en cada uno de ellos.
Sobre lo anterior Marial Iglesias reconoce que Frye trabajó sinceramente por el progreso de la educación en Cuba y se solidarizó con la causa de los maestros, a tal punto que esta actitud lo condujo a varios enfrentamientos con el general Leonard Wood, los cuales terminaron con la renuncia de aquél (Iglesias, 2010).
El maestro Pedro G. Subiráts, por su parte, dejó clara su posición de agradecimiento, al tiempo que demostraba su verdadero sentimiento patriótico-nacionalista: «Mi gratitud hacia el pueblo Americano es tan grande, que solo puedo compararlo con mi amor á Cuba» [sic].
Es notorio que entre los excursionistas existieran sentimientos de admiración y simpatía por la independencia absoluta de Cuba. Estos aprovecharon la oportunidad para hacer valer su fervor patriótico, especialmente al realizar propaganda sobre su patria y el derecho de ser libres e independientes.
No solo a Frye la estancia en Harvard le cambió la vida. Lo que sí es un hecho, sin lugar a duda, fue el profundo agradecimiento a este por parte de los docentes cubanos, y específicamente por los de Puerto Príncipe. Lo que fue ratificado el 16 de diciembre de 1901, cuando en la sesión del Ayuntamiento de Puerto Príncipe fue leída una comunicación suscrita por docentes de la localidad solicitando que Perla Elliot, hija de Frye, y la maestra cubana María Teresa Arruebarrena, fueran nombradas Hijas adoptivas de Camagüey. En el acta del Ayuntamiento se anotó:
Dióse cuenta de una comunicación suscrita por gran número de Maestros y Maestras de la localidad, en la que formando motivo de las pruebas dadas por el Sr. Frye, ya en la Prensa, ya en su desprendimiento generoso de cantidades a favor de Círculos Pedagógicos, como de instituciones patrióticas cubanas, interesan sea nombrada hija adoptiva del Camagüey, la niña que en su matrimonio con una cubana ha tenido el Sr. Frye, la cual, según de éste, lleva los nombres de Perla Elliot queriendo simbolizar con el primero á Cuba (la Perla de las Antillas), y recordando con el segundo al Director de la Universidad de Harvard, el buen amigo de los maestros cubanos (AHPC; Fondo Ayuntamiento de Puerto Príncipe; Carpeta 66, 16 de diciembre de 1901, f. 129).
La justificada propuesta, acompañada por las firmas de autorización de los docentes, encontró pleno apoyo en la Corporación, por lo que se acordó «[…] como una congratulación al Sr Frye», discernir a la niña el título de Hija adoptiva del Camagüey, y que así se les comunicara a los docentes solicitantes y a Frye.
Conclusiones
La Escuela de Verano organizada en Estados Unidos en 1900 constituyó un hecho de trascendencia en la formación científica, metodológica y cultural del personal docente en función del desarrollo de la educación pública en Cuba. Esta experiencia fue única en la vida de los participantes, que trascendió en sus proyecciones durante el período republicano.
La estancia en Estados Unidos fue asumida personal y socialmente como una marca de prestigio y admiración hacia el magisterio y no implicó un deterioro de las posiciones patrióticas; por el contrario, demostró el carácter patriótico-nacionalista de la mayoría de quienes ocuparon responsabilidades en todas las facetas de la vida pública y contribuyeron positivamente a la formación de generaciones de cubanos durante el siglo XX. Era imposible que en tan poco tiempo se transformara radicalmente el pensamiento y la actuación de los participantes, la mayoría conocedores de las tradiciones independentistas forjadas en la lucha contra el colonialismo español.
Sin desconocer los propósitos ideológicos-culturales que se enmascaraban detrás del viaje, la mayoría de los docentes regresaron a sus territorios, en este caso a Puerto Príncipe, y a sus escuelas, con la convicción de que era necesario convertir a Cuba en una nación independiente y soberana, a la imagen del desarrollo percibido en Estados Unidos. Tal responsabilidad social recayó en la actuación del claustro en los distintos contextos con posterioridad a la ocupación militar. El magisterio principeño demostró el apego identitario a las tradiciones patrióticas en la transformación de la educación pública.
Sirvan los resultados expuestos como un merecido reconocimiento a las personas imprescindibles de esta región que han permanecido anónimas durante el tiempo y como punto de partida para la realización de investigaciones sobre el posterior accionar político, pedagógico, cultural y social de los visitantes a la Universidad de Harvard.