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CELEHIS (Mar del Plata)

versión On-line ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.34 Mar del Plata dic. 2017

 

Colaboración especial

La crítica de lo indecible. Sobre La poesía, reino autónomo de Roberto Fernández Retamar

The critique of the unspeakable. About Poetry, Autonomous Kingdom by Roberto Fernández Retamar

 

Jorge Luis Arcos*

Universidad Nacional de Río Negro

Fecha de recepción: 07-07-2017 / Fecha de aceptación: 05-08-2017


 Resumen

Artículo crítico sobre la edición argentina de La poesía, reino autónomo (2016), de Roberto Fernández Retamar -que amplía la cubana (2000)-, recopilación de casi toda su producción crítica y ensayística sobre poesía y poetas iberoamericanos. Se realiza una valoración de su trayectoria crítica, especialmente de su participación como crítico y poeta de la llamada poesía conversacional hispanoamericana. A tenor con el contexto inicial de la Revolución cubana, de la emergencia de la norma conversacional y de su apuesta por la construcción de una teoría literaria latinoamericana, se polemiza con algunas de sus ideas, o se matizan otras. Se reconocen muchos de sus aportes cognitivos. Se destaca la presencia de la literatura argentina, sobre todo de Borges, en su pensamiento poético. Se trata de caracterizar la índole de su estilo (de su prosa) como crítico y ensayista; la singularidad de su mirada; algunas de sus fuentes y afinidades tanto ideológicas como literarias, así como sus estrategias de (auto)legitimación de la poesía hispanoamericana. Se destaca su etapa formativa en el ámbito del grupo Orígenes.

Palabras clave Crítica - Ensayo - Poesía - Conversacional - Hispanoamérica

Abstract:

Critical article on the Argentinean edition of Poetry, Autonomous Kingdom (2016), of Roberto Fernandez Retamar - that extends the Cuban one (2000) -, compilation of almost all its critical and essayistic production on poetry and Iberoamerican poets. An evaluation of his critical trajectory is made, especially of his participation as a critic and poet of the so-called Hispanic-American conversational poetry. In accordance with the initial context of the Cuban Revolution, the emergence of the conversational norm and its commitment to the construction of a Latin American literary theory, some of its ideas are debated, or others are qualified. Many of his cognitive contributions are recognized. It emphasizes the presence of Argentine literature, especially of Borges, in his poetic thinking. It is a question of characterizing the nature of his style (of his prose) as critic and essayist; the uniqueness of his gaze; some of its sources and affinities, both ideological and literary, as well as its strategies of (self) legitimation of Hispanic American poetry. Its formative stage in the field of the Orígenes group stands out.

Key words: Critical - Essay - Poetry - Conversational - Hispanic America


 

"¿Y si yo fuera el tema de mi colección de ensayos sobre literatura?
La crítica como autobiografía" Ricardo Piglia (2016: 88)

"esa labor cada vez más extraña y necesaria que es la poesía"
Roberto Fernández Retamar (2016b: 13)

 

1

La edición argentina de La poesía, reino autónomo, del ensayista y poeta cubano Roberto Fernández Retamar (2016b), constituye un notable acontecimiento editorial. No porque sea otro libro de ensayos sobre la controvertida teoría literaria hispanoamericana, o sobre esa huidiza y compleja naturaleza (híbrida, según Néstor García Canclini; heterogénea, según Antonio Cornejo Polar) llamada por José Martí como "nuestra América", o sobre la polémica Revolución cubana, perfiles casi paradigmáticos del autor de Caliban.[1] Tampoco es un nuevo libro de poemas. Sin embargo, su singularidad se debe a que encarna exclusivamente en textos sobre poesía y poetas a través de una compilación de ensayos, textos críticos, reseñas, prólogos, conferencias, testimonios, memorias, obituarios... Aunque, como ya se verá, esa singularidad, como extraña entidad con poderosa vocación de impureza, participa también, de algún modo, de aquellos contenidos más generales.

Ni siquiera es un libro del todo inédito. Ya conoció, en 2000, con el mismo título, una primera edición cubana (2000b), pero más breve. Su diferencia radica entonces en ampliar esa compilación anterior, y reunir casi toda la producción ensayística de Fernández Retamar sobre poesía y poetas, con la excepción de dos libros: La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953) (1954b) y El son de vuelo popular (1972b) -sobre Nicolás Guillén-, y, entre otros textos que se irán señalando, "En los ochenta años de Regino E. Boti", incluido en Papelería (1962), y varios ensayos -o partes de ellos- sobre José Martí incorporados en libros diversos.[2] En la edición cubana, el autor había aclarado, en su "Noticia"·preliminar, que había seleccionado textos que, con alguna excepción, no había publicado en libros anteriores, lo que explicaba la ausencia de muchos. Incluso, esta nueva edición, comete el pecado del exceso, al añadir un valioso ensayo sobre Rubén Darío, "Rubén Darío en las modernidades de nuestra América", el cual, aunque referido al autor de Cantos de vida y esperanza, por su contenido no poético, sino ideológico, debió excluirse, porque de aceptar esta amplitud semántica para lo "poético" habría que haber incorporado, por ejemplo, varios significativos ensayos del autor sobre Martí (aquí se incluye uno, "Contra el verso retórico y ornado", prólogo a una antología poética del apóstol cubano).[3] Y, al revés, se echa de menos, al menos, un texto: "Recuerdo a Emilio Ballagas" (1959), ausente en ambas ediciones.[4] También se había agregado, al final de la edición cubana, una entrevista, la que le hizo Víctor Rodríguez Núñez, con el significativo título de "La poesía es un reino autónomo", y en donde el autor, al responder una pregunta, afirma ese credo; respuesta que, en la edición argentina (donde no se incluyó esta entrevista) pasa a formar parte de la "Noticia", y que luego citaré en su totalidad. La edición cubana -incluyendo la entrevista- constaba sólo de catorce textos. Sin embargo, la edición argentina, salvo la entrevista, los republicó (con la excepción de uno) todos, pero añadió veinte y ocho más. Finalmente, yo hubiera agregado también -aunque sé que es un texto más sobre el escritor que sobre su poesía, pero ¿no son uno los dos?- "Cómo yo amé mi Borges" (2001a: 529-538), que leyó Fernández Retamar en Buenos Aires, y que sí formó parte de la selección que hice (Arcos 2001c) para la Ã"rbita de Roberto Fernández Retamar.

Por cierto, Borges, quien será una presencia inevitable e intencional en las páginas que siguen, podría haber estado también en el libro comentado, a través de este extraordinario poema de Fernández Retamar, "Otro poema conjetural". Lo transcribo:

 

Otro poema conjetural

Jorge Luis Borges, 1899-1986

 

Así como descreí (al menos eso he repetido) de la fama, / Descreí también de la inmortalidad,/ Y es claro que hoy finado no puedo ser quien traza o dicta estas líneas falsamente póstumas, / Pero no es menos claro que ellas no existirían sin las que yo produje de veras, / Si es que yo y de veras tienen sentido en el extrañísimo universo / (Algún curioso habrá reparado en que ese superlativo no podría ser mío, / Pero eso no da autenticidad a las restantes palabras). // Afirmé que la duración del alma arbitraria está asegurada en vidas ajenas, / Y nada puedo hacer para impedir quedar en el autor que me atribuye este texto, / Y en muchos otros autores inconciliables. / Acaso en mí también fueron inconciliables los rostros, los estilos que asumí, / Y sin embargo hace tiempo los vanos diccionarios, las vanas historias de la literatura / Los han reunido bajo tres palabras, entre dos fechas, / De las cuales soy el abrumado, el imaginario prisionero, no la realidad. // Qué mal he sido leído con demasiada frecuencia. / Cómo no repararon en que laberintos, bibliotecas, tigres, espadas, saberes occidentales y orientales / Eran transparentes metáforas del pobre corazón de aquel muchacho / Que simplemente quería ser feliz con una muchacha / Como sus amigos corrientes en Buenos Aires o en Ginebra. / Al evocar mis antepasados, los presenté en mármol o bronce, y fingí ignorar / Que ellos mezclaron con sus batallas lágrimas, ayes y amores. / La tristeza, la soledad, la desolación contribuyeron a que existieran mis páginas perfectas, / Pero yo habría cambiado tantas de esas páginas / Por haber besado labios que nunca besé. / Dije abominar de los espejos, y no se entendió que lo que quería era verme reflejado / En ojos oscuros y claros bajo la gran luna de oro / O en la penumbra de la alcoba. / Me han atribuido la indeseable paternidad / De vocingleras sectas literarias y cenáculos de eruditos, / Cuando yo quería ser padre de hijas e hijos de carne y hueso. // Nadie extrañe dónde decidí quedar enterrado / Si antes no me entendió ni me ayudó a salir de mi celebrada cárcel. / Lamenté no haber tenido el valor de mis mayores, / Pero ahora que nadie puede censurármelo como jactancia / Proclamo que no fui menos valiente al afrontar una adversidad atroz. / Hubiera preferido muchas veces la bala en el pecho o el íntimo cuchillo en la garganta / Antes que el espanto que contemplé en mí / Mientras pude contemplar. / No se olvide que no soy quien escribe estos versos. / No los escribe nadie. (2008a: 210-212)

1999

 

2

Esta edición viene a enriquecer, por añadidura, una extensa trayectoria de publicaciones del autor cubano en Argentina, porque sus vínculos con ese país son antiguos y profundos.[5] No es baladí recordar que mucho de lo mejor de la cultura argentina contemporánea ha sido publicado tanto en la editorial de Casa de las Américas, institución que todavía preside, como en la ya cincuentenaria revista homónima, de la cual es director. El hecho de que en esta compilación sólo aparezcan dos breves textos sobre autores argentinos (escritos con motivo de las muertes de Ezequiel Martínez Estrada y de Jorge Luis Borges), no nos puede hacer olvidar que tanto en la editorial como en la revista fueron publicados, entre otros muchos, y no se pretende ser exhaustivo, textos de Lucio V. Mansilla, Enrique Larreta, José Mármol, José Hernández, Alfonsina Storni, Ricardo Guiraldes, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Leopoldo Marechal, Adolfo Bioy Casares, Ezequiel Martínez Estrada, Baldomero Fernández Moreno, Marie Langer, Roberto Arlt, María Rosa Oliver, Julio Cortázar, José Bianco, César Fernández Moreno, Néstor García Canclini, José Saer, David Viñas, Manuel Puig, Juan Gelman, Francisco Urondo, Ricardo Piglia, León Rozichtner, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Noé Jitrick, Miguel Bonasso, Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo, Tamara Kamenszain, etcétera, y... Ernesto Guevara, de quien Fernández Retamar prologara sendas compilaciones de textos (Guevara 1968 y 1997), y sobre quien escribiera su ensayo "Para leer al Che" (Fernández Retamar 1993c: ), y si como arguye Bloom (2011: 21), en su última corrección a su teoría de la angustia o ansiedad de las influencias, son los textos los que se relacionan entre sí, incluso con independencia de sus autores, entonces ese ensayo es antecedente de "Ernesto Guevara, rastros de lectura", de Piglia (2005). Un conmovedor y extenso poema, "Mi hija mayor va a Buenos Aires" (2001c), de su libro Aquí, da fe de esta entrañable relación que va más allá de la literatura...[6] Al final del poema, invocando a la ciudad de Borges, escribe, citándolo: "No nos une el amor sino el espanto. / Será por eso que la quiero tanto" (2001c: 190-201).[7] Todavía está por acometerse un estudio de las relaciones literarias entre Cuba y Argentina a través de Casa de la Américas (relaciones que, por supuesto, tampoco se reducen a la literatura) (VV. AA. 2011).[8]

 

3

Muy significativo es, por sí solo, el título: La poesía, reino autónomo, ya que alude explícitamente a la debatida autonomía de la literatura. Significativo, además, porque acaso sorprenda que Fernández Retamar haga esa declaración de principios, cuestión sobre la que insiste en la "Noticia" que preside al libro -y luego (y esto no es una sorpresa) de citar a Martí-:

 

En cuanto al título del libro, hace algún tiempo dije, y reitero ahora, que creo que la poesía, en última instancia, tiene un reino autónomo, un reino que no es reducible a otros reinos, ni filosóficos ni religiosos ni políticos. Una obra poética (artística en general) no es necesariamente buena o mala porque comparta o discrepe de ciertos puntos de vista. Se puede leer con satisfacción a los buenos poetas que no comulgan con nuestras ideas religiosas, filosóficas, políticas o deportivas. ¿Hay que ser católico para admirar a Dante, comunista para admirar a Brecht, monárquico para admirar a Álvaro Mutis? En lo personal, tengo una concepción trágica de la vida, una concepción poética de la vida. Y tengo un gran respeto por la poesía, a la que considero, como Cardoza y Aragón, la única prueba concreta de la existencia del hombre (Fernández Retamar 2016b: 10).[9]

 

¿Cómo no sorprendernos si quien afirma lo anterior, en sus intentos por ayudar a conformar los fundamentos de una teoría literaria latinoamericana, había arguido, por ejemplo, al referirse a la vocación instrumental de la literatura latinoamericana, que varios textos de Ernesto Guevara debían formar parte de lo que deberíamos reconocer como literatura, y, dentro de ella, del canon de la literatura latinoamericana? Recuérdese que, entonces, el autor apostaba (como Huidobro en Altazor, por un mago, o poeta futuro) no sólo por un hombre nuevo sino por una nueva literatura, que llamó, profetizó, como un "nuevo realismo" (2016b).[10] No sé si el autor habrá variado o no sus criterios... Fernández Retamar, por ejemplo, a través del tiempo, fue variando algunas ideas que había expuesto en su Calibán original, tal y como reconoce y expone en sus numerosas apostillas, en una suerte de proceso de transfiguración (no de metamorfosis), de incipit vita nova dantesco.[11] Pero eso lo hace, solo, en última instancia (como decían los clásicos del marxismo). Sería totalmente legítimo que siguiera suscribiendo esas ideas -tensión que está en el substrato de su última poesía-, como parece refrendar en un comentario oblicuo.[12] En todo caso, más allá de que estemos o no de acuerdo con que pueda existir una teoría literaria latinoamericana (y soy de los que opina que no, porque apuesto por lo universal de cualquier teoría, más allá de reconocer diferencias o singularidades puntuales, que son, por supuesto, lo relevante, y no la teoría, como sabía Mefistófeles), lo cierto es que la llamada literatura latino o hispanoamericana (y ya estas denominaciones, por sí solas, son controvertidas) se inicia (¿se inicia?, también eso se discute) con la hibridez, la heterogeneidad, la promiscuidad genérica (y autoral) de las llamadas crónicas de indias, que luego serán el venero de la nueva novela latinoamericana, como supieron muy bien, por ejemplo, el Alejo Carpentier de El arpa y la sombra, el Carlos Fuentes (2012)  de Terra nostra -y lo hace explícito en su La gran novela latinoamericana-, y Roberto González Echevarría (2002: 33-48, y 82-88) hasta llegar al Facundo, de Sarmiento, o a Diario de campaña, de Martí, y hasta el Borges de Historia universal de la infamia, entre otros (para poner sólo tres ejemplos sobresalientes)...

En fin, no es el lugar ni la ocasión para discutir tales problemas. Pero sí destacar cómo Fernández Retamar ha terminado por apostar a su condición de poeta como su cualidad predominante. Es cierto que su poética personal presupone la "impureza" (2016b: 70).[13] Y es cierto que ha defendido (como José Lezama Lima, como María Zambrano, quienes le fueron tan cercanos en su formación) la existencia de un pensamiento poético. Repárese en que un pensamiento o razón poética es, más allá de su extraña necesidad, y precisamente por su ambivalente naturaleza, una aporía -aunque irrenunciable, enfatizo.

En un texto anterior (Arcos 2001: 18-19) profeticé que la perdurabilidad de su obra acaso descansaría más en su poesía y no en su obra ensayística más reconocida.[14] Iba a escribir: en su pensamiento, pero eso no sería exacto, pues su pensamiento nutre tanto su poesía como sus ensayos. Pero en su poesía acoge una forma que lo hace menos preciso, menos previsible y, a la vez, más inolvidable. Y eso a pesar de que sus ensayos despliegan una de las prosas más funcional y, a la vez, más límpida, de la ensayística iberoamericana. Tanto en su prosa como en su poesía se observa como una paulatina destilación expresiva hacia una cristalización cada vez menos barroca. Señaladamente en sus textos sobre poesía se aprecia cómo el crítico, por ejemplo, de La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953), con una prosa que aúna la adjetivación metafórica y la expresión imaginal con el dato preciso y la claridad conceptual, y que se encuentra muy cercana al propósito del mejor e infrecuente discurso académico, va cediendo terreno ante un ensayismo más libre y cada vez más personal. A veces, confieso, he echado de menos a aquel crítico primigenio porque alguien tan dotado para la crítica literaria (como lo demuestra con creces el libro antes citado) transfirió sus preocupaciones intelectuales hacia otros ámbitos ideológicos, muy importantes, sin duda, pero acaso en desmedro del ámbito más literario. Precisamente este libro constituye como los restos del naufragio comentado: "ilustres restos", acotaría Lezama (1985: 26). No obstante, la mayoría de estos textos trasmiten, como en Borges (uno de sus modelos infusos), una intermitente y, a veces, soterrada sabiduría.

Lo curioso (como le gustaba decir a Borges) es que en aquel libro "juvenil", La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953) (1954) -tesis de grado para optar al doctorado en Filosofía y Letras, en la Universidad de La Habana, presentada el 23 de noviembre de 1953-, y que, según dice el autor (1954: 6) en la "Noticia" preliminar: "Eso explica su condición didáctica, su sentido esquemático, su cargazón de citas", y también se refiere a su "forma escolar", lo curioso, reitero, en aquel libro, es la sostenida lucidez crítica y, con mucha frecuencia, la fulgurante penetración poética de muchos de sus juicios, hasta al punto que, con excepción del libro posterior de quien fuera entonces su maestro, Cintio Vitier (1958) ("que leyó, aconsejando, esta notas de estudiante", escribe también en dicha "Noticia"), Lo cubano en la poesía, no se ha escrito después, en toda la historia de la literatura cubana, un panorama semejante, y enfatizo, muy especialmente por la calidad de su prosa -y ahora leo en el tomo segundo de los diarios de Piglia (2016: 361) que "Un ensayo depende de la convicción que trasmita la prosa"-, más allá de sus valores cognitivos, ya notables. Es esa antigua mirada, que nunca lo abandonó, la que atraviesa los momentos más felices de los textos que conforman La poesía, reino autónomo. Ya me referí, en mi introducción a la Ã"rbita... -y cito a Fernández Retamar (2000a)- a la "genuinidad de la mirada". Expreso allí:

 

...porque en la poesía, la más de las veces, lo importante no es lo que se dice, sino desde dónde -y claro, cómo se dice-, lo que nos regresa a eso que el propio R. F. R. ha llamado la "genuinidad de la mirada". Lo importante no es lo mirado, sino la mirada misma. Porque esa mirada es la mirada también de la realidad, de la conciencia o autoconciencia de la realidad, o, exactamente, de esa realidad única, irrepetible que es esa persona, ese poeta, esa palabra. Hoy día la física cuántica nos dice que la mirada cambia lo que mira y, a la vez, que al menos una zona de lo mirado escapa, huye, no se deja poseer. Eso ya lo sabía la poesía desde los orígenes, y esa sabiduría es una de las virtudes consustanciales a la poesía de R. F. R. (Arcos 2001c: 25-26)

 

No puedo dejar de trascribir uno de los momentos -al menos para este antiguo lector y discípulo suyo- más intensos del pathos ensayístico y poético de Fernández Retamar:

 

Después de todo, es la mirada y no el objeto mirado lo que implica genuinidad. Tal genuinidad de la mirada, para mencionar un ejemplo de otra importante zona del mundo, explica el hecho de que no haya escritor más inglés que aquel cuyas historias ocurren no sólo en su pequeño país sino también en Verona, en Venecia, en Roma, en Dinamarca, en Atenas, en Troya, en Alejandría, en las tierras azotadas por el ciclón del Mediterráneo americano, en bosques hechizados, en pesadillas inducidas por el ansia de poder en el corazón, en la locura, en ninguna parte, en todas. (2000a: 150)

 

 

4

¿Por qué la práctica de la crítica literaria fue disminuyendo paulatina pero inexorablemente, sobre todo en contraste con otras preocupaciones ideológicas y con otro tipo de crítica, luego de 1959, en la obra de Fernández Retamar? Todavía, durante la romántica década de los sesenta, pueden leerse varios ensayos críticos esenciales del autor sobre poetas -a saber, y tomando en cuenta los incluidos en la edición argentina de La poesía, reino autónomo: Rubén Martínez Villena (escrito en 1964) [publicado en 1965], Pablo Neruda (1964) [1965], Fayad Jamís (1964) [1966], César Vallejo (1964, 1969) [1965, 1970], Domingo Alfonso [1968], Cintio Vitier (1969), que, para la producción de una década, son pocos-, y sobre poesía -"La poesía en los tiempos que corren" (1959), "Para presentar Poesía joven de Cuba" [1960], "Mínima introducción a la poesía cubana del siglo XX" [1965], y "Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica" (1968) [1969]-. De estos cuatro, habría que destacar "Para presentar Poesía joven de Cuba" y "Antipoesía...", los cuales funcionaron para, de una u otra manera, legitimar tanto la norma conversacional, y, dentro de ésta, la poética suya, como la vocación enfáticamente social, incluso política, de la literatura, sobre todo (y esto ya va a ser una constante en su obra en general) para apostar por la utopía revolucionaria, muy especialmente la cubana, por supuesto.[15] Después, es decir, a partir de los años setenta hasta el presente, son todavía más escasos sus textos de crítica de poesía (aunque algunos funcionan con el sentido legitimador antes apuntado: José Martí, Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Rafael Alberti, Nicolás Guillén, Gonzalo Rojas, Pedro Mir...). Es obvia, entonces, su dedicación -acaso, mediante un estilo diferente, en la estela de Martí- a otro tipo de ensayo que, aunque conservando las características imaginales y conceptuales ya comentadas, se orientó prioritariamente hacia un cambio de paradigma ideológico en la recepción de la cultura latinoamericana, movimiento directamente vinculado a la apertura que encarnaba entonces la Revolución cubana. Acaso compelido por una conjunción entre su teoría de la literatura -que privilegiaba lo ancilar e instrumental- y su práctica escritural (aunque, en su caso, no abandonó nunca la calidad literaria), en la misma medida en que su poesía se orientaba hacia otra poética (la llamada conversacional), su ensayística también conoció de un cambio notable en sus contenidos. La literatura (al menos la entendida como expresión de los géneros tradicionales) pasó a ocupar un lugar secundario en su práctica ensayística. Incluso su poesía (que sí conoció una gran vitalidad) se nutrió de esa impureza antes señalada; se nutrió, incluso, a veces, de una perspectiva y de una forma ensayística.

 

5

Hubo, sin duda, en el caso de Cuba, una contaminación entre la poética conversacional y la utopía revolucionaria. Sobre las virtudes y limitaciones de esta perspectiva, que rebasa la simple valoración estética de cualquier poética estrictamente literaria, y que denuncia un síntoma de época, pero que se acentuó muy especialmente dentro del contexto político cubano, he escrito (Arcos 1999: XIX-XLIII) extensamente en mi introducción a Las palabras son islas. Panorama de la poesía cubana. Siglo XX (1900-1998) -en donde, por cierto, Fernández Retamar fungió como uno de los consultantes para la selección de la muestra poética-. De ahí que el conversacionalismo insular, más allá de su expresión retórica, estilística, formal, común a otras prácticas poéticas iberoamericanas, haya padecido de una impronta extraliteraria muy poderosa. Pero lo que quiero destacar ahora, a propósito de La poesía, reino autónomo (y ahora se entenderá todavía más lo paradójico que puede resultar la lectura de este título retrospectivamente), es que de muchos de los textos aquí compilados puede extraerse una exposición de la poética que conformó la norma conversacional o de su poética más general o epocal, más allá de sus vertientes o énfasis particulares. Insisto en esto porque no fue el conversacionalismo (o el coloquialismo, o el exteriorismo, o la llamada poesía existencial, o la antipoesía -o, incluso, como ahora, extemporáneamente, con ínfulas de originalidad, se le llama a su obvio remake, la poesía de la experiencia), a diferencia de la vanguardia, muy proclive a la redacción de poéticas autorales, por lo que aquí contamos con un valioso testimonio de uno de sus poetas principales y, además, de sus mejores críticos.[16] Un somero repaso de la mayoría de los poetas comentados por Fernández Retamar indica la típica crítica de autolegitimación: como podría decir Piglia, Fernández Retamar, con mayor o menor conciencia o intención, se legitima a sí mismo al legitimar determinada norma literaria, como sucede -no en todos de la misma manera ni con la misma intención explícita- en los textos sobre Fayad Jamís, Domingo Alfonso -en este, incluso, obvia sus evidentes características antipoéticas, parrianas y, con típica "mala lectura", enfatiza las características conversacionales que son propias de la norma general y de su propia poesía-, Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Gonzalo Rojas, Roque Dalton, Luis Rogelio Nogueras... Incluso, sus textos sobre Cintio Vitier, Fina García-Marruz y Eliseo Diego, no son ajenos a esa norma común que llegó a permear también una considerable zona de la poesía de estos integrantes de la segunda promoción de Orígenes, con los que tuvo Fernández Retamar, primero, una intensa relación formativa, generacional, y, luego, otra contextual, la de la época de la Revolución.[17] Asimismo, como es conocido, César Vallejo fue un referente esencial para la cosmovisión (e incluso para una zona formal) de la poesía conversacional. Lo mismo podría decirse del posmodernismo (y la actitud política) de Rubén Martínez Villena. O de la vocación social de una zona de la poesía de José Martí, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y Rafael Alberti. Con lo que ya constataríamos una filiación general de parentesco en veintidós textos. Si a estos agregamos sus asedios generales a la llamada por él como poesía posvanguardista (o trascendentalista) o, sobre todo, a la entonces nueva poesía o poesía conversacional: "Situación actual de la poesía hispanoamericana", "La poesía en los tiempos que corren", "Para presentar Poesía joven de Cuba", "Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica", ya tendríamos veintiséis textos que versan, de algún modo, sobre esa norma literaria de un total de cuarenta.

Sin embargo, no siempre esta imbricación del crítico con el poeta es garantía de objetividad, si es que esto último es posible; aunque, a la vez, funciona como exponente privilegiado de un importante síntoma. Por ejemplo, su ensayo "Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica" -uno de los textos teóricos más importantes para comprender el movimiento cíclico entre clasicismo y anticlasicismo, y entre la norma canónica y su inevitable reverso pero dependiente pos- es una muestra de cómo la subjetividad que se deriva de la participación puede mediar en el distanciamiento crítico. Al establecer una excesiva polarización entre una vertiente afirmativa y otra negativa de la nueva poesía: conversacionalismo (Ernesto Cardenal) versus antipoesía (Nicanor Parra), no sólo se simplifica un proceso mucho más complejo, sino que se impone un deber ser ideológico al ser de la literatura. Porque, en realidad -y ya vista la norma conversacional con una perspectiva temporal imposible de detentar para quien vivía dentro de su influencia y era uno de sus exponentes (como una suerte de confundido Fabricio del Dongo dentro de la batalla de Waterloo)-, el autor confunde su poética personal con la general. Yo diría que el poeta y crítico Fernández Retamar confunde su poética personal, que hace coincidir con la utopía afirmativa (como deber ser) de la Revolución, con un movimiento literario positivo (¿existe acaso lo afirmativo y lo negativo, lo positivo y lo negativo, en literatura?), que el crítico desea abierto, es decir, con horizonte de futuridad, perdurable, con otro (el de la llamada antipoesía) que considera como un movimiento literario negativo, y cerrado, es decir provisorio. Bastarían algunos ejemplos para complejizar mucho esa polarización. ¿Acaso José Asunción Silva no detentó una poética sublime y otra desde su reverso (Gotas amargas)? ¿No reconoce el propio Fernández Retamar que la llamada antipoesía de Parra es más bien el reverso de la de Neruda (en la teoría de Bloom, el padre al que hay que matar o negar o del cual hay que desviarse)? ¿No fue la poesía de Domingo Alfonso (uno de los poetas elogiados por Fernández Retamar) un exponente insular de la antipoesía? ¿No fue Heberto Padilla, un poeta con una poesía de impecable factura conversacional, ejemplo, no retórico, pero sí ideológico, de lo que Fernández Retamar condena como actitud antipoética? ¿No fue Roque Dalton -otro de los poetas recordados Fernández Retamar, de indudable pasión revolucionaria, e imbuido por la realización histórica de una esperanza, de una utopía comunista, un poeta con una retórica a menudo parriana, es decir, antipoética? Pero, sobre todo (y ciñéndome al proceso poético cubano) (y arguyendo sobre la base del conocimiento de un desconocido futuro para el entonces joven autor del sintomático ensayo comentado) ¿no demostró una cuantiosa y poderosa zona de la llamada generación poética cubana de la década de los ochenta, para no hablar de la de los noventa, que se puede escribir con la retórica conversacional y, a la misma vez, detentar una cosmovisión completamente contraria a la utopía ideológica afirmativa, abierta, preconizada por Fernández Retamar -tendencia poética, mezcla de retórica conversacional con cosmovisión diferente a la que sustentaba el conversacionalismo cubano clásico, a la cual denominé como posconversacionalismo (Arcos 1999), siguiendo incluso la pauta teórica de los pos preconizada por el propio Fernández Retamar en el ensayo comentado? Los ejemplos (Ramón Fernández Larrea, Emilio Garcia Montiel et al) serían innumerables... Mi perspectiva es diferente a la del autor, porque no mezclo lo retórico con lo cosmovisivo, y entonces, según mi criterio, lo rasgos formales de la antipoesía (parriana) terminan configurando también rasgos del conversacionalismo. ¿No sería éste el caso de Roque Dalton, por ejemplo? Pero es que hasta el propio Fernández Retamar participa a veces de algunos de esos rasgos. Menos mal, porque, como ya reconoció Roberto Méndez (2008b: XVII-XVIII), la poesía de Fernández Retamar no sólo ofrece el lado luminoso de la realidad, sino el "más amargo"; y, como también aduce el crítico mencionado, es capaz de convertir la ironía en sarcasmo, y puntualiza que algunos poemas suyos "ofrecen una mirada crítica de la cotidianidad y no vacilan en mostrar el lado grotesco y hasta monstruoso de esta". En varios asedios a su poesía (Arcos 1998, 2000), y muy especialmente en la introducción a la Ã"rbita..., reparé en la simultaneidad de un sentimiento trágico de la vida y una "irrenunciable esperanza"(Arcos 2001).[18] Esta ambivalencia (¿hamletiana?), este vaivén, esta tensión (por suerte, nunca resuelta del todo), es la que le confiere a su poesía (e incluso a su mirada crítica sobre la poesía) su inevitable vulnerabilidad, un pathos singular que no la deja acomodarse en cualquiera de los dos fáciles extremos: lo luminoso o lo oscuro, y que termina salvándola de lo previsible o lo unilateral. Es decir, creo que la poesía de Parra ilustra una variante de la poética conversacional, como que se verifica también en otros poetas (Padilla, Alfonso, Dalton et al) más allá de su dilema bloomiano, más allá de su movimiento como reverso, desvío de Neruda. Algo semejante sucedió, por ejemplo, con la reacción poética (¿gombrowicziana?) de Virgilio Piñera (también cercana, en algunos textos, de la llamada antipoesía, como en su paradigmático "La isla en peso") a la poética de Lezama, e incluso de otros poetas origenistas, como Eliseo Diego.

Tampoco la poesía de Cardenal serviría para ilustrar el conversacionalismo (variante exteriorista, o poundiana, en su caso) general. Como aduce Paz (1990), los grandes poetas (Cardenal, Parra, Fernández Retamar...) no encarnan la norma general. Siempre son furiosas singularidades. Son los epígonos los que reiteran y normalizan ciertos rasgos suyos que luego se extienden y que terminan por configurar el corpus general de una norma (de una literatura) -como los poetas gongorinos contra los que despotricaba Quevedo (¿no fue Quevedo, como antigongorista, un antipoeta?), o los rubendarianos, o como esa plaga conversacionalista o coloquialista que asoló la poesía cubana en la década de los setenta, y contra la que llegó a reaccionar incluso Nicolás Guillén, y luego los llamados poetas posconversacionales... Pero, regresando a Cardenal, un poema como el fragmento de Gethsemani, Ky, que comienza con el verso "Como latas de cerveza vacías y colillas..." ¿no expresa, como pocos, cierto oscuro reverso (más allá de que soporte ser leído también en clave mística: sequedad, aridez, noche oscura...), además de apresar sintéticamente lo mejor de la expresión conversacional, y hasta encarnar una nueva cosmovisión o percepción de la realidad, que ya tiene su remoto antecedente en la "Epístola (A la señora de Leopoldo Lugones)" de Rubén Darío? ¿Y no fue cierto Darío final también un anti Darío? Pero ¿acaso la tremenda singularidad de Cardenal puede reducirse o difuminarse en la norma general del conversacionalismo? Ya se sabe, hasta Cardenal tuvo su contemporáneo reverso en ese extraordinario libro de Carlos Martínez Rivas, La insurrección solitaria. Pero la singularidad de sus Epigramas (con las versiones de Catulo y Marcial), la recreación de la poética imaginista de Pound al trasmutarla al castellano (como hizo Garcilaso y Boscán con Petrarca, como hizo Darío con los poetas franceses...), más su profunda incorporación de la poesía norteamericana, y que dio lugar a la variante exteriorista del conversacionalismo, la poesía mística de Telescopio en la noche oscura, y, en general, esos cantos épico-líricos, narrativos, históricos, exterioristas, místicos, cósmicos (algunos como una suerte de remake amplificado de "Primero sueño" de Sor Juana Inés de la Cruz), y donde parece difuminarse la frontera entre la prosa y el verso (como quería Pound) no pueden representar ninguna norma general (incluso, qué curioso, algunos dislates o ingenuidades suyas ¿no reiteran otras de su maestro, Pound, sin que ambas obras poéticas pierdan un ápice de su valor?).

Pero este ensayo de Fernández Retamar, además de la apertura cognitiva que significa su teoría de los pos, de los reversos, que ayuda a explicar gran parte del movimiento de la poesía en castellano desde el romanticismo a nuestros días, tiene otra virtud, acaso a pesar suyo, porque contribuye a iluminar ese punto ciego del crítico-poeta que le hace confundir su propia poética con la poética general del conversacionalismo.[19] Pero que sirve entonces para comprender casi con exactitud la poética de Fernández Retamar, y, también, el lugar desde el cual su mirada crítica y poética comprende a otros poetas.[20]

 

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Esa mirada crítica está sustentada por una prosa ensayística en el linaje de la de Martí, Reyes, Borges, Paz, Vitier. Y para comprender esto en parte, acaso haya que insistir en algo muy evidente pero que la crítica ha olvidado o minimizado, a pesar de que el propio Fernández Retamar en varias ocasiones ha insistido en que su formación se cumplió dentro del ámbito del grupo Orígenes. Por ejemplo, Méndez, en sus palabras de presentación a la compilación Con las mismas manos. Ensayo y poesía, de Fernández Retamar, dice, al referirse a su contacto con el grupo Orígenes: "con el que el poeta tendrá cierta identificación" (Méndez 2008: X). ¿Cómo que "cierta" identificación? Yo diría que intensa y -dado que sucede justamente en sus años formativos-, decisiva marca, como puede apreciarse en la prosa de La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953) y en la de los tres artículos publicados en la revista Orígenes, uno de ellos, sobre Reyes, incluido en la compilación comentada, y otros dos: "América, Murena, Borges" (1955) y "Vísperas" (1954a) (sobre el libro homónimo de Vitier, que debió también ser incluido en la presente compilación).[21] Una somera búsqueda en el índice de la edición facsimilar de Orígenes nos revela que, después de José Lezama Lima (cincuenta y tres entradas, más otras diez anónimas), José Rodríguez Feo (treinta y cuatro), Cintio Vitier (veinte y seis), Lorenzo García Vega (diecinueve), Eliseo Diego (quince), Fina García-Marruz (quince), Ángel Gaztelu (doce), María Zambrano (diez), aparece Fernández Retamar (siete: tres artículos, y cuatro publicaciones de poemas: doce textos en total), al igual que Juan Ramón Jiménez, Virgilio Piñera y Octavio Smith, más que Jorge Guillén (seis) y Julián Orbón (seis), etcétera. Como ya se anticipó, su libro La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953) (1954b) se publicó bajo el sello de Ediciones Orígenes, y en la misma imprenta que utilizaba el grupo: Ãscar García, S. A. También aparece en varias fotos del grupo como parte de sus ceremoniales. En fin, no me gustan los datos cuantitativos, pero cualquiera puede imaginar lo que debió significar para un joven escritor esta relación, puntualmente entre 1951 y 1955, entre otros notables escritores, al lado del descomunal Lezama Lima. Cierta adjetivación, cierta manera de metaforizar, ciertas imágenes, revelan enseguida la contaminación con algunos poetas del grupo Orígenes (sobre todo de la segunda promoción: Vitier, García-Marruz, Diego..., poetas, por cierto, que fueron transitando hacia cierta expresión conversacional, y con los que comparte, sobre todo, ciertos temas, y cierta expresión que puede catalogarse como la de un conversacionalismo lírico; Diego -el poeta de "una conversación en la penumbra" (2001: 127-128) -, ejerció una ostensible influencia sobre los poetas conversacionalistas cubanos), por lo que no es una casualidad que Fernández Retamar escribiera sobre la poesía de estos tres poetas amigos o compañeros de viaje, más allá de otras contaminaciones: Eugenio Florit -quien también transita hacia una suerte de conversacionalismo lírico-, Emilio Ballagas (acaso por su zona neorromántica), y otras que comenta Méndez (2008: XII).[22] El propio Fernández Retamar ha relatado cómo ayudó a Vitier a construir el aparato de notas de su antología Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952) (1952), donde, por cierto, aparece Fernández Retamar incluido como el último poeta de la compilación con algunos de los poemas publicados en la revista Orígenes. Creo que no son datos menores en ningún sentido.

Pero hay otra filiación que comparte con el grupo Orígenes, y es la de la cultura española. No sólo porque, además de Juan Ramón Jiménez, la llamada Generación del 27 tuvo una presencia muy significativa en la revista Orígenes, sino porque un poeta y un pensador como Miguel de Unamuno fue central en su formación. "Unamuno, uno de mis maestros", dice en una entrevista (2000b: 165).[23] Son conocidas también las afinidades entre Martí y Unamuno. A él recurro en mi texto de la Ã"rbita... cuando escribo sobre el componente trágico de su cosmovisión poética. Pero una lectura de muchos de los textos incluidos en esta compilación bastaría para demostrar la ubicua presencia y recurrente mención del autor de El sentimiento trágico de la vida. En su prólogo a la Antología de poetas españoles del siglo XX (La Habana, 1965) su conocimiento de la poesía española contemporánea se hace también evidente, como después en un polémico (y, en mi opinión, brillante) ensayo, "Contra la leyenda negra antiespañola" (Fernández Retamar 1977).[24] En Orígenes publicó un texto sobre otro maestro suyo, Reyes -quien fue un hispanista consumado- pero, sobre todo, en 1958, publicó un importantísimo artículo crítico, "Tercera antolojía de Juan Ramón Jiménez" (tan caro a Orígenes, como se sabe), de una poderosa penetración cognitiva, donde se pone de manifiesto su españolidad radical, y donde regresa, como el fantasma a Hamlet, su maestro o padre don Miguel de Unamuno.[25]

(Y, por cierto, ya que hablamos de maestros, para Fernández Retamar, junto a Martí -éste en una dimensión inaudita-, Vitier, Borges, y Unamuno, ¿no lo fue también Reyes, que también lo fue de Borges, como Martí lo fue de Vitier? Reparemos en que todos estos nombres pululan en las páginas de La poesía, reino autónomo. Otra lectura posible de este libro sería la de buscar en algunos de los poetas sobre los que ha escrito a sus maestros o a sus lecturas formadoras o a aquellos que ilustran un linaje espiritual, o a sus afinidades electivas. Pero recuérdese que uno escribe también, como sabía Platón, sobre lo que oscuramente reconoce en uno mismo. Por cierto, habría una línea poética (¿conceptista?) que desembocaría en Fernández Retamar, y esta podría ser la siguiente: Quevedo, Martí, cierto Darío, Unamuno, Machado, Vallejo, ¿Borges?... No es poca cosa.)

 

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El paciente lector de estas páginas habrá notado que Borges ha sido una presencia constante en ellas. Es porque Borges ha sido uno de sus maestros, durante algún tiempo, casi secreto -no tengo que decir que otro de ellos ha sido Martí. O no tan secreto. Una revisión de los textos donde Fernández Retamar, con formas y en modos diferentes, escribe sobre Borges, bastaría para, en una primera lectura, comprobar esta aseveración, más allá de que ya Fernández Retamar lo haya reconocido, sobre todo, en 1999, en su texto "Cómo yo amé mi Borges".[26] La segunda lectura es estilística: a pesar de muchas ostensibles diferencias (sobre todo ideológicas, temáticas, y alguna genérica: Fernández Retamar no es un narrador), Borges está íntimamente imbricado con la forma en que Fernández Retamar mira la realidad. Hay otra lectura, más infusa, porque tiene que ver con la inteligencia. Aunque Martí, en sus Cuadernos de apuntes, aseveró: "La inteligencia no es lo mejor del hombre", cuando le pregunté (confieso que con cierta curiosidad) a Fina García-Marruz sobre su parecer al respecto, me respondió: "Es cierto, pero la inteligencia es muy importante...". Fernández Retamar afirmó que "Borges era endemoniadamente inteligente". Algo similar podría decirse de Fernández Retamar. ¿Puede un gran escritor escribir, después de leer a Borges, como si este no hubiera existido? La inteligencia no lo permitiría... La forma en que Fernández Retamar ha criticado a Borges -furiosamente en Calibán, apuntes sobre la cultura en nuestra América- y la forma en que ha conservado intacta su admiración por él, es una lección para la veleidosa ciudad letrada. Con Fernández Retamar pasa algo semejante que con Borges: cuando uno los lee no puede olvidarlos, y no se trata, incluso, de estar de acuerdo o no con lo que dicen: es la forma en que lo dicen lo que los hace inolvidables. Y ambos, sobre todo en sus poemas, a menudo nos conmueven, lo cual es un don extraño (acaso porque, en el fondo, son unos sentimentales). Ambos, han tenido una muy lúcida conciencia sobre cómo construir un futuro, y hasta un pasado (en eso Fernández Retamar, dentro de nuestra tradición, encarna cierta perspectiva y actitud similares a la de un Domingo Delmonte...). Ambos han sido a menudo falibles, han padecido incertidumbres poderosas, pero también han perseverado en sus credos esenciales. Borges, sobre todo al final de su vida, fue humilde, y sabio, y reconoció a sus maestros. Cuando Borges murió, Fernández Retamar (1988) escribió: "el primer escritor de nuestro idioma acaba de morir".

 

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Ahora quisiera referirme a otros aportes cognitivos que se desprenden de la lectura de algunos de los textos de La poesía, reino autónomo; en primer lugar, de "Situación actual de la poesía hispanoamericana" (el cual, según anota Fernández Retamar, lo escribió mientras leía a Borges en los Estados Unidos, y que dictó como conferencia en la Casa Hispánica de la Universidad de Columbia, Nueva York, en 1957, donde impartía clases), texto que comienza, por cierto, con una interesante defensa de la literatura. Acaso su mayor aporte es la propuesta de denominación de la poesía de su tiempo como de poesía posvanguardista -ya vimos que Fernández Retamar es experto en pos-. No creo que se haya escrito un mejor panorama del tránsito de la poesía vanguardista (a la que también valora muy singularmente) a la llamada por él poesía posvanguardista (también trascendentalista, término que ya había utilizado en La poesía contemporánea en Cuba en 1954 para calificar a los poetas origenistas). No encuentro una definición mejor. Claro, corre el año 1957, y todavía, inmerso en esa misma generación que él trata de caracterizar, no se atreve o no puede calificar a la poesía que terminará por llamar conversacional. Eso lo comenzará a hacer en un texto publicado un año después, "La poesía en los tiempos que corren" (1959), aunque todavía tímidamente. Es al año siguiente, cuando escribe el prólogo a una antología de su generación, titulado "Para presentar Poesía joven de Cuba" (1960), que ya comienza a caracterizar directamente a la norma conversacional. Pero regresemos a "Situación actual de la poesía hispanoamericana". Digamos, de entrada, que no desmerece de los mejores ensayos de Octavio Paz (ni en penetración ni por su espléndida prosa), a quien se ve que ha leído con detenimiento, tanto su poesía (que es uno de las representativas de la poesía posvanguardista) como su ensayística, al menos El laberinto de la soledad, que elogia. Paz ya había publicado, por ejemplo, "Poesía de soledad y poesía de comunión" [1943], incluido en Las peras del olmo (1957), y, sobre todo, El arco y la lira (1956). Paz tenía una filiación de origen que no revela, con los libros (que sí tenía que conocer muy bien Fernández Retamar) Filosofía y poesía y Pensamiento y poesía en la vida española, de María Zambrano (1939a y b), ambos escritos en México. Fernández Retamar tenía, además, un referente también mexicano, muy importante, Reyes, muy cercano también a María Zambrano, a Paz, y todos muy conocidos por Vitier, otro referente ensayístico de Fernández Retamar. Por cierto, Paz y Vitier se leían mutuamente, y se carteaban. Uno tiene la impresión, leyendo a Fernández Retamar y a otros autores, de que la generación posvanguardista, como luego la conversacional, tenía una comunión, más allá de las fronteras nacionales, que ya no existe, desde, al menos, la década de los ochenta. En "Situación..." sorprende la rápida madurez ensayística del juvenil (aunque brillante) autor de La poesía contemporánea en Cuba, como también demuestra en su ensayo inmediatamente posterior, ya citado. Además de su afortunada denominación -y argumentación- de la poesía posvanguardista, Fernández Retamar hace algunas precisiones (que en la década siguiente retomará con más profundidad) sobre el valor de los estudios comparados y sobre el concepto generacional (al que le hará en su madurez esenciales reparos). Sorprende que coincida con Paz cuando discurre sobre la diferencia entre una poética o norma general y las poéticas individuales, cuando afirma, por ejemplo, que "Esa onda [se refiere a lo general] les comunica todo aquello que no le es esencial, lo que comparten con muchos. Hay, para serle fieles [a las poéticas autorales], que detenerse en lo personal, lo único" (2016: 14). Su valoración de Vallejo, por ejemplo, es mucho más incisiva, en algunos aspectos, que la que hace, con ser muy notable, en su texto posterior, "Para leer a Vallejo", donde obvia el señalamiento, que sí hace allí, aunque de manera general, sobre los juicios del poeta peruano, si comprensibles, demasiado categóricos, sobre la poesía de vanguardia, y, sobre todo (cosa que no hace notar Fernández Retamar) sus duras (o ansiosas) críticas a, nada menos, que los mejores poetas hispanoamericanos coetáneos suyos: Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges y Pablo Neruda... Como advertía antes, la caracterización de la poesía y de la generación posvanguardista es la más profunda que conozco, junto a las que hará Paz. No se olvide que esa generación incluye también a José Lezama Lima, maestro y centro del grupo Orígenes (de ahí la pertinencia de la otra denominación, la trascendentalista: poesía que iba a las fuentes, a lo profundo, a la penetración cognitiva, incluso a la metafísica del paisaje y de lo nacional, como también precisa, y que nos recuerda al Eduardo Mallea de Historia de una pasión argentina, libro que reseñó Vitier en Orígenes y que conocía Fernández Retamar). Ya en este ensayo valora muy positivamente la poesía de Borges. También la de Vitier. Pero llama sobre todo la atención que haya tenido la perspicacia crítica de notar la comunión entre el Borges de Fervor de Buenos Aires y el Diego de En la Calzada de Jesús del Monte, "donde el ojo cariñoso de Borges conoce las nostalgias tremendas de Milosz" (2016: 31), escribe. Al final, insiste en una de sus obsesiones, el dualismo entre el arte y la vida, que ya Lezama Lima (1981: 181-184), en el primer editorial de Orígenes en 1944, había tratado de dejar atrás, pero que Fernández Retamar, de la generación siguiente, podía intentar asumirlo de otra manera (de hecho, lo asumiría de otra manera después de 1959), pero entonces escribió: "Toda poesía que lo sea de veras es vital; toda vida auténtica es poética". (2016b: 32).[27]

 

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En el segundo tomo de la memorias de Piglia (2016: 88), Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices, se lee: "¿Y si yo fuera el tema de mi colección de ensayos sobre literatura? La crítica como autobiografía".[28] Esta sugerente idea nos puede servir, sin absolutizarla, y con todas las matizaciones que pueda soportar para no traicionar lo particular, para caracterizar una tendencia que hemos venido observando en la crítica de poesía de Fernández Retamar. Acaso para comprender mejor esto nos sirva como ejemplo sintomático su texto "El caso Rubén Martínez Villena" (escrito en 1964) [publicado en 1965]. Hay que remitirse antes a su poesía, cuyo primer libro publicado -más bien un cuaderno con un poema en cuatro partes- fue Elegía como un himno (A Rubén Martínez Villena) (Fernández Retamar 1950), inspirado en la figura legendaria del escritor y del revolucionario. El segundo, fue titulado significativamente Patrias (1949-1951) (Fernández Retamar 1952). Ya se sabe que su vinculación a la revista Orígenes comienza en 1951, por lo que es evidente que desde antes, desde sus inicios como escritor, su vocación poética estuvo marcada por una fascinación por lo histórico, por el destino histórico nacional, y, en este caso, por la figura del héroe revolucionario; tópicos que podemos reconocer como constantes, porque reaparecerán siempre a lo largo de toda su obra. Por ejemplo, además de la presencia ubicua de Martí, es indudable que ya en la época de la Revolución, fue el mito de Ernesto Guevara el que imantó una función semejante. Pero antes, como ya indicaba, era Martí acaso el mito fundamental para su vocación, y fue su encarnación fugaz en Martínez Villena lo que estableció una suerte de continuidad entre Martí, ese héroe republicano, a través de su recepción por Fernández Retamar, y los héroes de la Revolución cubana. No hay que insistir en que un poema tan sintomático como "El gigante", escrito en endecasílabos libres, encabalgados, proviene seguramente de la lectura que hizo Martínez Villena de Versos libres de Martí, como supo ver Vitier (1952). Pero no sólo por la forma. El poema tiene el pathos romántico martiano, y el tono: "¿Y qué hago yo aquí donde no hay nada / grande que hacer?".[29] Recuerda aquellos soliloquios hamletianos (o calderonianos) de Martí, y recuerda, muy especialmente, los monólogos del Homagno martiano, ese otro gigante barroco y monstruoso (por singular). La dos cuartetas, "La pupila insomne" y "El anhelo inútil", parecen como los poemas escritos por el Gigante metafísico: «La pupila insomne»:

 

"Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado / de atisbar en la vida mis ensueños de muerto. / ¡Oh, la pupila insomne y el párpado cerrado!... / (¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!)", y «El anhelo inútil»: "¡Oh mi ensueño, mi ensueño! Vanamente me exaltas. / ¡Oh el inútil empeño por subir donde subes!... / ¡Estas alas tan cortas y esas nubes tan altas...! / ¡Y esas alas queriendo conquistar esa nubes...!" (VV. AA. 1999).[30]

 

La contradicción o, mejor, la distancia, entre el clamor metafísico (y trágico) y el conocimiento concreto de las hambres de justicia social del héroe político, que pueden imaginarse pero que son, a la vez, inverificables en los textos, refuerza el valor polisémico, y la extraña fascinación que producen en el lector. No hay que insistir en que topamos con un mito viviente, y, como se sabe, los mitos son inderrotables, a la vez que ambivalentes. Como decía Salustio de los mitos griegos, esas cosas nunca sucedieron pero siempre están ocurriendo... Martínez Villena (1989-1934), el héroe que muere joven -tuberculoso, como los románticos-, admirado por todos, tanto como escritor como por su carisma como actor político: casi al alcance de la mano, apenas de la generación anterior. El héroe trágico, como Martí, pero que, a diferencia de aquel, decide sacrificar su vocación de escritor para entregarse completamente a su vocación revolucionaria. De nuevo estamos frente al mítico dilema trágico que acaso siempre ha obsesionado al propio Fernández Retamar. En el texto crítico "El caso Rubén Martínez Villena" todo esto se hace evidente. Lo inobjetable es que, a partir del mismo principio de la Revolución, Fernández Retamar confundió su destino vital e intelectual con ésta. Cuando uno lee algunas de las consideraciones que hace Fernández Retamar sobre Martínez Villena parece como si, a la vez, estuviera pensando en sí mismo. Y no es un azar sino una elección consciente y, a la vez, una pulsión profunda de su vocación, de su alma, de su imaginación, de su mito arquetípico, lo que lo llevó a escribir ese extenso poema al héroe y poeta revolucionario. Dilema trágico, además, porque el propio Martínez Villena fue consciente de esa tensión, de esa fatalidad, de ese destino, como expresó insuperablemente en sus poemas. En el soneto en alejandrinos «Insuficiencia de la escala y el iris» (como están escritas también las dos cuartetas) aparecen también el Misterio, y el imposible, que obsesionan y avasallan al poeta trágico: esa "canción imposible", esa inasible y "oscura región ultravioleta" (VV. AA. 1999: 41). Hasta su soneto erótico soportaría ser leído como la compensación poética de la imposibilidad radical en otro orden... En el texto de Fernández Retamar hay una inteligente explicación de por qué Martínez Villena abandonó la literatura, acaso porque padeció también allí un desgarramiento (este literario) proveniente de su provisorio lugar (entre el modernismo y la vanguardia, precisa Fernández Retamar) dentro de una época de transición (síntoma que también atraviesa "El gigante"), y que tiene su expresión sintomática en su poema "Motivos de la angustia indefinida" (VV. AA. 1952: 119-120)... Es una atendible conjetura.[31] Pero no podemos olvidar otra afinidad entre Martínez Villena y Fernández Retamar, que proviene ésta de la expresión posmodernista. Efectivamente, no es un secreto que poemas como «Canción del sainete póstumo» ("Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa...", dice el primer verso), y otros, por ejemplo, de José Zacarías Tallet, fueron un referente importante para los poetas conversacionales cubanos. Es esta, entonces, una razón más para fijar ese referente mítico. Ese pathos tremendo que pasa de Martí, de Unamuno, de Vallejo, y de Martínez Villena, a Fernández Retamar, es el que cuaja en textos suyos como "El otro". Hay un tono que proviene tanto de momentos poéticos extraños de Martí y Casal (donde la noche, el misterio, el secreto, el otro mundo, el imposible, hacen su aparición) y que pasa a Martínez Villena, como el que emerge, por ejemplo, en "El café" y "La noria", de Regino E. Boti; o en textos de Fernando Llés ("Música; gritos; voladores; humo"), de René López ("Barcos que pasan", "Las tribulaciones", "Canción pueril"), que configuran este tópico del imposible trágico, que heredará de algún modo Fernández Retamar (y que a ratos reaparece, por ejemplo, en Raúl Hernández Novás, como vio Fernández Retamar (2016b) en él cuando lo refirió a Casal...). [32] Como sabía muy bien Piglia, en el mito suele haber un secreto... Por eso Fernández Retamar se fija y marca lo indecible en Martínez Villena, al citar su verso "que tu mayor dolor quedará sin ser dicho" (el subrayado es de él), de «Insuficiencia de la escala y el iris». Al cabo, late en toda la breve pero sintomática y fulgurante producción literaria de Martínez Villena el eterno dilema entre el arte y la vida (expresado en su caso enfáticamente en aquella controvertida declaración suya a Jorge Mañach: "Yo destrozo mis versos, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores les interesa la justicia social"), tema, como ya se sabe, tan caro a Fernández Retamar.

 

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Coda personal

Tal vez siguiendo una costumbre crítica del propio Fernández Retamar (toda crítica es personal)..., escribo estas últimas líneas.[33] Tengo en mi mano la primera edición cubana de La poesía, reino autónomo (2000b), y leo esta dedicatoria de puño y letra de Fernández Retamar: "Para Jorge Luis Arcos, tan admirado y querido por su Roberto julio/00"... También he revisitado, mientras escribía las páginas anteriores, la edición colombiana de Para una teoría de la literatura hispanoamericana (1995), donde se puede leer en su generosa dedicatoria manuscrita: "Para el admirado poeta y crítico Jorge Luis Arcos, que tan generosamente lee a su agradecido amigo Roberto/ dic/98". Asimismo, le agradezco mucho (ésta, especialmente, mucho) la dedicatoria impresa que me hizo en uno de los sonetos que componen su "Trébol para Raúl Hernández Novás" (2001a), poeta amigo y admirado y querido por ambos. El texto que se recoge en esta compilación de Fernández Retamar sobre Hernández Novás, "Raúl en su Cuba y en su noche" [1993], leído en la despedida de su duelo, no tiene equivalente dentro del género fúnebre, y, a pesar de su brevedad, es un deslumbrante ensayo. Por cierto, a Hernández Novás le hizo otro merecido homenaje en su texto, también aquí recogido, sobre Vallejo, "Presencia de Vallejo en Cuba" (2016b). En otra dedicatoria, escrita en un libro suyo que he extraviado, me decía, más o menos así, Para Jorge Luis Arcos (...), severo. Severo, porque cuando él hacía chistes, con su inteligente ingenio, en el Departamento de Literatura de la Escuela de Letras, yo, entonces su alumno ayudante, no me reía, y no porque fuera severo, o no tuviera sentido del humor, o rechazara esos chistes, como acaso él pensó, sino porque, sencillamente, cómo me iba a reír de lo que decía alguien a quien admiraba tanto, entonces para aquel joven, casi un dios. Eso motivó que una tarde se aproximara al banco mítico de la entrada a la Escuela de Letras, se sentara a mi lado, y, para mi consternación (yo era muy tímido entonces, aunque entonces comprendí que los dioses podían ser vulnerables), me preguntara: Arcos, ¿usted tiene algo contra mí?, y ante mi fatal y seguro que incomprensible silencio, me explicara la razón de la pregunta. Entonces yo no le dije lo que puedo decirle ahora.

Roberto Fernández Retamar fue mi maestro. No porque haya sido mi profesor. No tuve esa dicha. Aunque fungí burocráticamente como su alumno ayudante, pues entonces él impartía las materias Teoría literaria, Poesía Hispano-Americana del siglo XX (que incluía la española) y Seminario martiano, en la antigua Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, y, en mi caso, yo estaba adscrito a la materia sobre poesía hispano-americana que dictaba durante ese curso el también poeta y ensayista Guillermo Rodríguez Rivera, pero de la cual Fernández Retamar era el profesor principal. Era la ominosa (para muchos) y feliz (para mí) década de los años setenta, cuando yo estudié. Repito, no me dio clases en el aula, pero sí fue mi maestro. Asistí a varias inolvidables conferencias suyas, y lo leí con fruición y avidez, tanto su poesía como su prosa. De su poesía (que todavía leo y enseño y me conmueve cuando imparto todos los años Literatura Latinoamericana II en la helada y remota Universidad de Río Negro en San Carlos de Bariloche) no sé qué habrá quedado en mí, seguro que infusamente, como quedan las cosas invisibles pero perdurables, pero de su prosa sí puedo asegurar que aprendí mucho. Como acaso él de Reyes, yo aprendí mucho de su prosa. Mi primer texto escolar universitario tuvo en sus textos sobre la crítica de Martí mi modelo. Acaso por haber leído tanto su prosa ensayística es que noté, mucho antes que él lo confesara públicamente en Buenos Aires, la presencia soterrada pero intensa y poderosa de su maestro sabio y ciego... Borges también fue una lectura insoslayable para mí desde que descubrí en una mítica antología cubana, Cuentos fantásticos (La Habana, 1968), un cuento ("Las ruinas circulares") de un hispanohablante, para mí, entonces, totalmente desconocido (no se publicaban libros de Borges entonces en Cuba), y que se llamaba Jorge Luis Borges (para mí esa lectura fue literalmente como el redescubrimiento de la prosa castellana).[34] Gracias a una extraña casualidad (como son todas) pude adquirir de una biblioteca personal, ya cuando era estudiante de Letras, varios libros de Borges que todavía conservo: El idioma de los argentinos, Ficciones, El Aleph, Historia de la eternidad, Discusión, Otras inquisiciones, El hacedor,... También, entonces -era el año 1976-, tuve acceso, por otra extraña casualidad, a la abandonada biblioteca personal de Enrique Labrador Ruíz (algún día contaré esa increíble historia), y allí obtuve muchos ejemplares de la revista Sur, donde colaboraba profusamente ese extraño escritor que escribía, como Góngora,  fatigar, y que adjetivaba como nadie en la lengua castellana desde Quevedo, su confeso maestro literario (también Reyes). En fin, sólo quería indicar esa deuda inicial e imperecedera, con ambos. Después leí mucho a Martí, otro maestro compartido. Y también a Vitier. Creo que no tengo que aclarar que también a Fina... Porque tuve también la dicha, como la tuvo él desde su juventud, de contar con la amistad de ambos. Todavía recuerdo la lectura que hice del deslumbrante poema "Aldebarán", de Unamuno, o de otro suyo, "Leer, leer, leer, vivir la vida", incluido, por cierto, en Antología de poetas españoles del siglo XX (La Habana: Ed. Universitaria / Ed. Nacional de Cuba, 1965), compilada y prologada por Retamar (como entonces le decíamos, obviando su común Fernández, aunque tal vez dejó de ser común cuando leímos su extraordinaria elegía "¿Y Fernández?"), texto que se recoge en la edición argentina de La poesía, reino autónomo. Si no me equivoco, pues recurro a mi memoria, en esa antología leí también aquel soneto de Unamuno (tan quevediano) que termina así: "hay que ganar la vida que no fina, / con razón, sin razón, o contra ella". Ahora recuerdo otra frase de los diarios de Piglia (2016: 296): "He sido construido por ciertas lecturas (...) como si hubiera encontrado ahí el oráculo escrito de mi vida".

No sé bien por qué escribo esta coda personal. Pero si es verdad, como estaba convencido Piglia, que toda crítica es también (matizo) autobiografía, entonces de algún modo yo hago su crítica y, a la vez, la mía, y digo estas cosas con mi prosa que aprendí de la suya, y ambos en la de otros, algunos otros también compartidos -algo, por cierto que haría las delicias de Bloom... No pretendo extremar con este comentario las deudas que tengo con Fernández Retamar, pero tampoco las minimizo. Después de todo, y menos mal que es así, son arduas también nuestras diferencias ¿no? Pero ya se sabe, los verdaderos discípulos (mientras lo son) no son los que reproducen a su maestro sino los que, a partir de él, buscan su propio camino...

 

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Como habrá notado el lector, no he podido detenerme, como hubiera querido, en todos los textos que conforman esta compilación, por lo que aquí se cumple aquella sentencia sobre que los textos no se terminan, sino se interrumpen o abandonan... Ojalá sirvan estos comentarios para que algún lector desconocido los haga suyos (acaso para contradecirlos) con la angustia y la ansiedad que pueden y deben provocar en cualquier amante de "esa labor cada vez más extraña y necesaria que es la poesía". (Fernández Retamar 2016b: 13)

San Carlos de Bariloche, 27 de enero, 2017

 

* Jorge Luis Arcos (La Habana, 1956). Ensayista y poeta. Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana en 1980. Doctor en Letras por la Universidad Complutense de Madrid en 2012. Desde 1984 y hasta 1992 trabajó como investigador literario en el Instituto de Literatura y Linguística de la Academia de Ciencias de Cuba, donde fue uno de los autores de la Historia de la literatura cubana en tres tomos (Letras Cubanas, 2002, 2003, 2008). Durante diez años dirigió la Revista de Arte y Literatura Unión (1995-2004) de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Fue profesor del Instituto Superior de Arte y de la Facultad de Artes y Letras en la Universidad de La Habana. En 2004 se radicó en Madrid, donde trabajó y colaboró en las revistas Encuentro de la Cultura Cubana y República de las Letras. Vive en Argentina desde 2010 y desde entonces se desempeña como Profesor Adjunto de la Universidad Nacional de Río Negro, Bariloche, donde imparte las materias Introducción a los Estudios Literarios, Literatura Española y Literatura Latinoamericana I y II. Ha publicado los libros de ensayo: En torno a la obra poética de Fina García Marruz (La Habana: Unión, 1990); La solución unitiva. Sobre el pensamiento poético de José Lezama Lima (La Habana: Academia, 1990); José Lezama Lima a través de Paradiso (La Habana: Letras Cubanas, 1993); Orígenes. La pobreza irradiante (La Habana: Letras Cubanas, 1994); La palabra perdida. Ensayos sobre poesía y pensamiento poético (La Habana: Unión, 2003); Desde el légamo. Ensayos sobre pensamiento poético (Madrid: Colibrí, 2007); Kaleidoscopio. La poética de Lorenzo García Vega (Madrid: Colibrí, 2012, y Madrid: Hypermedia, 2015). En 1999 publicó Las palabras son islas. Panorama de la poesía cubana del siglo XX (La Habana: Letras Cubanas). En 2002, compiló Los poetas de Orígenes (México: F. C. E.) y Antología poética, de Fina García-Marruz (México: F. C. E.). De María Zambrano, ha compilado los libros: La Cuba secreta y otros ensayos (Madrid: Endymion, 1996) e Islas (Madrid: Verbum, 2007). Entre otros, también ha compilado y estudiado la obra de Nicolás Guillén, Roberto Fernández Retamar, Jorge Mañach, José Kozer, Raúl Hernández Novás. De poesía, ha publicado: Conversación con un rostro nevado (La Habana, 1993); De los ínferos (La Habana, 1999 y Caracas, 2000); La avidez del halcón (Cádiz, 2002); Del animal desconocido (República Dominicana, 2002), y El libro de las conversiones imaginarias (Madrid, 2015).

 

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[1] Véase, por ejemplo: Fernández Retamar (1995b). Para una teoría de la literatura hispanoamericana. Primera edición completa. Santafé de Bogotá: Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, XCII. Véase, también: Fernández Retamar (1967). Ensayo de otro mundo. La Habana: Instituto del Libro (2da. ed., aumentada, Santiago de Chile: Universitaria, 1969); Fernández Retamar (1978b). Nuestra América y el Occidente. no. 10 de Latinoamérica. Cuadernos de Cultura Latinoamericana, México, D. F.: Coordinación de Humanidades, Centro de Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras, Unión de Universidades de América Latina; Fernández Retamar (1981). Para el perfil definitivo del hombre. La Habana: Letras Cubanas (2da. ed., corregida y aumentada 1995); Fernández Retamar (1989). Algunos usos de civilización y barbarie. Buenos Aires: Contrapunto (2da. ed., revisada, Buenos Aires: Letra Buena, 1993), y Fernández Retamar (2003). Obras. tres. Algunos usos de civilización y barbarie. La Habana: Letras Cubanas; Fernández Retamar (2001b). Concierto para la mano izquierda. La Habana: Casa de las Américas. Véase, por ejemplo: Fernández Retamar (1979). Cuba hasta Fidel y Para leer al Che. La Habana: Letras Cubanas; Fernández Retamar (1996). Cuba defendida. La Habana: Unión. Además de las numerosas ediciones a partir de la publicación original: Fernández Retamar (1971). Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra América. México, D. F.: Diógenes..., consúltese, sobre todo: Fernández Retamar (1995c). Todo Caliban. Buenos Aires: IDEP, Col. Milenio; (1998) 2da. ed., Concepción, Chile: Cuadernos Atenea, Literatura; y (2000a) 3ra. ed., aumentada, Obras. uno. Todo Caliban. La Habana: Letras Cubanas.

[2] Véase, por ejemplo: Fernández Retamar (1978a). Introducción a José Martí. La Habana: Centro de Estudios Martianos, y Casa de las Américas; Fernández Retamar (1986a). Naturalidad y modernidad en la literatura martiana. Montevideo: Dirección General de Extensión Universitaria, Universidad de la República; Fernández Retamar (1993b). José Martí. La encarnación de un pueblo. Buenos Aires: Almagesto. Fernández Retamar ha compilado y/o prologado numerosas antologías de José Martí. En la edición ya citada de Fernández Retamar (1995b), Para una teoría de la literatura hispanoamericana, se incluyen dos importantes ensayos: "La crítica de Martí" y "Naturalidad y novedad en la literatura martiana". Asimismo, otro ensayo importante, "Martí en su (tercer) mundo" (dedicado "A la memoria de Ezequiel Martínez Estrada), fue incluido en Fernández Retamar (2001c). Ã"rbita de Roberto Fernández Retamar. Selección y prólogo de Jorge Luis Arcos, La Habana: Ediciones Unión.

[3] Incluido antes, por ejemplo, en donde debe estar su lugar natural: Fernández Retamar (1995b), Para una teoría de la literatura hispanoamericana.

[4] Fernández Retamar (1959). "Recuerdo a Emilio Ballagas". Lunes de Revolución. La Habana, 14 de septiembre. Este texto fue incluido en la compilación de Fernández Retamar (2008b). Con las mismas manos. Ensayo y poesía. Selección y presentación de Roberto Méndez, Caracas: Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, No. 34, 35-42. En esta compilación también aparece la memoria "Un cuarto de siglo con Lezama", que acaso también debió formar parte de la edición argentina. Ninguna compilación es definitiva. Si lleváramos a una exhaustividad autista el criterio de todo texto sobre poesía o poetas tendríamos que agregar a ésta o a cualquier futura edición semejante algunos poemas de Fernández Retamar dedicados a poetas. Por cierto, algunos son más notables que algunos de los textos "en prosa". Pero tiene que haber un límite porque si no tendríamos que agregar una porción considerable de su poesía, al menos aquella que es explícitamente metapoética.

[5] Véase: Fernández Retamar (1993a). Fervor de la Argentina. Antología personal (con algunos textos ajenos). Buenos Aires: del Sol. En el título alude, por supuesto, a Fervor de Buenos Aires, de Borges.

[6] Sin pretender ser exhaustivo, Fernández Retamar (2001c) ha dedicado varios significativos poemas a autores argentinos, entre ellos: "In memoriam Ezequiel Martínez Estrada", de «Buena suerte seguir viviendo»; "Ãsltima carta a Julio Cortázar", de «Hacia la nueva»; "Mi hija mayor va a Buenos Aires", "Con Haroldo Conti para que como Haydée nunca se muera", de «Aquí».

[7] Fernández Retamar, Roberto (2001c), "Mi hija mayor va a Buenos Aires", «Aquí», Ã"rbita de Roberto Fernández Retamar; Fernández Retamar, Roberto (1995a). Aquí. Caracas: Pomaire (2da. ed., Santa Clara: Capiro, 1996; 3ra. ed., ampliada, Madrid: Visor, 2000).

[8] En la edición cubana de La poesía, reino autónomo, se incluyó un texto (que luego no apareció en la edición argentina), "Unas pocas palabras verdaderas", prólogo a una antología de nuevos poetas cubanos para ser publicada en Buenos Aires, hecha por la poeta y crítica argentina, radicada en La Habana, Basilia Papastamatiu, donde Fernández Retamar se refiere a su relación con escritores argentinos.

[9] "[l]a poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida". Citado por Fernández Retamar (2016b: 9) en "Noticia", La poesía, reino autónomo. Faltan las comillas en la edición argentina. El fragmento citado de Martí pertenece a su texto "Walt Whitman".

[10] Fernández Retamar (2016b), "Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica". En La poesía, reino autónomo. Por cierto, y más allá de la ilimitada e imprecisable extensión semántica de la palabra realismo, hay indicios, tanto en la reciente literatura cubana, como en la argentina, y en algunas zonas de la poesía iberoamericana -porque qué significa la aparente novedad de esa llamada por Luis García Montero, para referirse a la suya fundamentalmente, como "poesía de la experiencia", sino un relativo regreso, enmascarado por otra denominación, a lo conversacional- de una tendencia que trata de ser todavía más radical, en su aparente distanciamiento de lo literario, y que pudiera soportar, entre otros, el calificativo de posconversacional... Consúltese, por ejemplo, los tres interesantes textos de Dobry, Eduardo (2007). "Poesía argentina de los noventa: del neobarroco al objetivismo (y más allá)", "Dicción en la poesía argentina", y "Zeitgeist ZurDo (epílogo a una antología de la poesía latinoamericana)". En su Orfeo en el quiosco de diarios. Ensayos sobre poesía. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 269-321.

[11] Véase: Fernández Retamar (1995c). Todo Caliban. Buenos Aires: IDEP, Col. Milenio (2da. ed., Concepción, Chile, Cuadernos Atenea, Literatura, 1998; 3ra. ed., aumentada, en Fernández Retamar, Roberto (2000a). Obras. uno. Todo Caliban, La Habana: Letras Cubanas.

[12] Tanto en la edición cubana como en la argentina, en la "Noticia" preliminar, Fernández Retamar (2000b) (2016: 9) consigna que: "...entre los primeros y últimos de estos textos median más de cinco décadas, y sería absurdo creer que en tan amplio lapso no haya experimentado cambios en mis puntos de vista. Sólo que no me es fácil decir cuáles preferiría hoy, ni qué decir mañana. Ezra Pound escribió: «Uno de los placeres de la edad madura es descubrir que uno tenía razón, y que uno tenía mucha más razón que la que creía tener, digamos a los diecisiete o a los veintitrés años»".

[13] Calificación que utiliza en "Para presentar Poesía joven de Cuba".

[14] Escribo allí: "Me atrevería a afirmar que, cuando pase el tiempo suficiente para que muchas de sus ideas sean patrimonio común, u otras hayan perdido, felizmente, actualidad, o hayan desaparecido las coyunturas que les dieron sentido; en fin, cuando llegue ese tiempo en que su nombre se mencione en las escuelas, en las universidades, en las historias de la literatura, etc., como el de un notable ensayista y un excelente prosista de uno de los siglos más crueles de la historia humana, al que él contribuyó como pocos a comprender y a criticar desde la justicia, y, especialmente, desde un hermoso mirador, el de los pobres de la tierra o, como él mismo gustar citar, de los condenados de la tierra, con frase de Fanon, y, en muchos casos, desde una perspectiva poética, su poesía, la de sus versos, continuará viva, y acaso más que ahora, en el desconocido e imprevisible porvenir. Sí, creo que su futuro se desenvolverá en el reino de la poesía -el cual, por cierto, es el reino más real, más humano, más perdurable que pueda existir. Es probable que, incluso, muchos de sus poemas sirvan para comprender mejor este complejo siglo XX que algunos de sus ensayos. Ello ocurrirá precisamente porque su poesía detenta un profundo, complejo, a veces trágico, pensamiento, a la vez que una irrenunciable esperanza". Esta perspectiva ha tenido una continuidad en el excelente ensayo de Sarría, Leonardo (2015). "Roberto Fernández Retamar. Sobre los sentidos de lo elegíaco". La Gaceta de Cuba. La Habana, (6): 32-33, donde se cita el ensayo introductorio a la Ã"rbita..., también publicado por Arcos (2003) en su La palabra perdida. Ensayos sobre poesía y pensamiento poético. La Habana: Unión.

[15] Un ejemplo clamoroso de esto es su texto "Apuntes sobre Revolución y literatura en Cuba", escrito en mayo de 1969, y publicado en Unión. La Habana (4), diciembre, 1972; también puede leerse en Fernández Retamar (1995). En este texto, que puede leerse hoy como un síntoma de época, el autor propende (obsesión suya) a describir una suerte de canon literario de izquierda, o revolucionario, con los previsibles peligros de una visión unilateral (aunque, en este caso, aquí esté más justificado por el tema: la Revolución), y hacia un cuestionamiento de los géneros tradicionales. Por ello, menciona al final la teoría de Shclovski sobre la factografía, que complementa la suya sobre el carácter ancilar e instrumental de la literatura latinoamericana. Es significativo que, aunque el texto se refiere a la literatura "revolucionaria" cubana, el autor no pueda dejar de mencionar a los poetas latinoamericanos afines: Gonzalo Rojas, Ernesto Cardenal, René Depestre, Juan Gelman, Roque Dalton, Javier Heraud, Otto René Castillo...

[16] Véase, sobre el conversacionalismo: Rodríguez Rivera (1994: 30-40).

[17] Escribe Fernández Retamar (2016b: 158-159) en "El hombre que es Domingo": "Pues bien: no puede dudarse de que la poesía de nuestro tiempo es una poesía directa, realista (lamento que la palabra sobrelleve una carga tan equívoca pero no es cuestión de renunciar así como así a ella), apta para expresar la vida inmediata, sus glorias y conflictos, apta para la alegría y el dolor. Una poesía, en fin, en las antípodas de la evasión a otras tierras o épocas imaginarias. Una poesía de ahora y de aquí, lo cual no quiere decir limitada, pues todo se nos da a través del ahora y el aquí, o no se nos da en absoluto". Por cierto, esta tendencia de la crítica no es reprochable por sí misma. Sólo lo es cuando impide ver la singularidad de su objeto, o cuando, como se dice, el bosque impide ver el árbol. Ya en su "Carta a Cintio Vitier" (a propósito del poemario Testimonios), confiesa (2016b: 161) -cuando recuerda su crítica, publicada en Orígenes, sobre Vísperas, del mismo autor- que "como siempre que uno se acerca entrañablemente a una poesía, me descubrían aspectos de la poesía". Por cierto, Testimonios, de Vitier -cuya poesía había sido ya elogiada por Octavio Paz-, es, para quien esto escribe, uno de los libros más importantes del conversacionalismo cubano de los publicados en la década de los sesenta, algo que reconoce Fernández Retamar (2016b: 162) cuando afirma que tiene "el valor de un testimonio poético y humano de excepcional importancia, indudablemente uno de los más hermosos y perdurables de estos diez años dramáticos". También, asumiendo esa filiación intelectual conceptista, que le es consustancial a su propia poesía, Fernández Retamar (2016b: 163) destaca los siguientes versos de Vitier: "He pasado de la conciencia de la poesía / a la poesía de la conciencia". Como le sucede a menudo, Fernández Retamar reconoce en otros poetas sus propias preocupaciones. Así, recuerda, de Vísperas, el cuaderno «Canto llano», y cita estos versos, que parecen escritos por él mismo: "¡pobre destino de escribir / en sustitución del obrar!", dilema que se reitera en Testimonios, y que Fernández Retamar asedia, por ejemplo, en la poesía de Martí, en la de Villena... Insondable tema que se confunde con la extraña, turbia conciencia de la escritura como culpa, tan vallejiana, aunque en el poeta peruano se exprese en una dimensión mucho más profunda... Recuérdese el conmovedor poema (tan vallejiano, por cierto) de Fernández Retamar, "El otro", que ha tenido tan polémica descendencia, al menos en dos poemas que dialogan con éste, de Eugenio Florit y de Ramón Fernández Larrea... Recuérdese la sentencia martiana sobre que prefería ser poeta en actos que poeta en versos... Y, también, la desconfianza del origenismo católico (fundamentalmente de Vitier y de Fina García-Marruz) de la letra (también de la literatura en contraposición a la poesía, como explicita Vitier (1997) en «Raíz diaria», de La luz del imposible) con respecto al espíritu, a la vida..., aunque luego cantaron a los héroes de la Revolución, como otros poetas de este tiempo, tema cuya elucidación rebasaría el objetivo de esta páginas. De ahí que Vitier (1998) reconociera, en su segundo prólogo a Lo cubano en la poesía [1970], que "la poesía puede encarnar en la historia y debe hacerlo". En fin, sería muy útil estudiar esa conciencia (o falsa conciencia) de "pecado original" (para decirlo con frase de Ernesto Guevara) que aquejó al llamado intelectual con respecto al político, o, más exactamente, al hombre de acción, o al héroe, típica de la cosmovisión revolucionaria de estos años; tema, por cierto, de uno de los poemas que destaca Fernández Retamar de Vitier: "La voz arrasadora" (recuérdese, a modo de ejemplo paradigmático, el poema de Miguel Barnet al Che, que termina con los conocidos versos: "no es que yo quiera darte pluma por pistola, / pero el poeta eres tú"). Conflicto, ya se sabe, muy explícito y recurrente en Martí, a pesar de que él también escribiera, ilustrando sus típicas y enriquecedoras tensiones y ambivalencias, que "...Verso, o nos condenan juntos, / o nos salvamos los dos!". Habría que meditar sobre esta tradición homérica que acaso se remonta a Píndaro, quien cantaba a los héroes (atléticos) -ya se sabe que no era partidario de la guerra-, y que, en la tradición de nuestra lengua, tuvo un momento culminante en el discurso de las armas y las letras del Quijote... Recordemos que en el Quijote se admira al Cid. Cervantes todavía pertenecía a ese linaje de "caballero", al que pertenecieron Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla -y hasta nuestro Inca Garcilaso de la Vega; incluso Hernán Cortés escribió versos, y, aunque malos, también el Che; hasta a Pound le fascinaban los héroes caballerescos...-, si bien, como está explícito en la poesía de Garcilaso, también luego en la de Fernández de Andrada, la guerra no era una opción estimulante..., corriente que llega incluso a nuestro "extraño Zequeira" (como lo veía García-Marruz), quien llegó a descreer de la guerra en su famoso soneto "Contra la guerra", a pesar de haberla cantado antes en un poema épico, y haber sido militar, aunque en el poema alucinante "La ronda..." llega a autoparodiarse como militar..., marcando un singular reverso. Ya se sabe que la generación romántica, que tuvo en Byron a un importante referente, volvió a cantar a los héroes (Bello, Olmedo), en rediviva épica, y que Martí, quien sólo creyó en una guerra "necesaria"-que preparó sin embargo prolijamente no sólo contra la España colonial sino, como confesó, acaso como resurrecto Quijote, contra el nuevo poder imperial- y que abominó, como pocos, del héroe arquetípico del siglo XIX, Napoleón, exaltó a los héroes de nuestra independencia: incluso, en su prólogo a Los poetas de la guerra, escribió la frase famosa: "rimaban a veces mal, pero morían bien". La acaso absurda, incomprensible, imagen final de Martí, nos entrega, como la esfinge, una poderosa ambivalencia mítica. Pero, reitero, este es un tema para otro ensayo; un tema, acaso, para un ensayo de Fernández Retamar.

[18] Aíslo este fragmento (Arcos 2001: 24-25): "En su poesía el pensador pierde sus brillantes argumentos lógicos pero le queda la intensidad de su mirada: una mirada temporalísima, relativizadora, donde la historia personal y la colectiva se confunden, donde el hecho escueto, personal o histórico, es traspasado por su concepción trágica, agónica, de la existencia y de la Historia. Esa vulnerabilidad, esa sentimentalidad, entre martiana y vallejiana, también borgiana, pero a la vez tan suya, es uno de los secretos de su intensidad expresiva. // Otra imagen posible de su pensamiento poético se revela a partir de esa extraña dialéctica entre una como descomunal nostalgia y su no menos desaforada esperanza. Su mirada elegíaca -él ha escrito algunas de las elegías más conmovedoras de la poesía hispanoamericana-, con ser tan profunda, tan trágica, secreta una como indecible alegría. Sí, él ve al instante despeñándose, a la vez, hacia el pasado y hacia el porvenir, hacia un paraíso- por supuesto, perdido, como diría Borges-, pero situado lo mismo en el pasado que en el futuro. Es que su mirada salva al pasado de su caducidad, y, al hacerlo, le otorga una vida trascendente. Desde el aquí inexorable de su poesía, el poeta, como dijera Louis Massignon, ve pasar las cosas de la realidad con una insondable melancolía, pero también con una misteriosa esperanza. ¿Qué es la nostalgia sino una esperanza de resurrección? La conciencia trágica de la vida, que no es otra que la de la muerte, hace que el poeta se afane por captar lo intemporal de lo temporal, o, al menos, enarque la eternidad de su sentimiento como un profundo testimonio. Sí, la poesía es palabra en el tiempo, como diría Machado, pero palabra que quiere perdurar, que quiere, frente a las cosas que pasan, asir lo imperecedero. Hacer esto desde un discurso afincado en lo inmediato, en esa rugosa realidad, como le llamara Rimbaud, le aporta un espesor simbólico a lo cotidiano, a la tantas veces inextricable circunstancia, porque le descubre al ahora, un antes y un después, y al aquí, un más allá simbólico, trascendente, un otro mundo, así sea el de su esperanza, el de su imaginación, porque es el otro mundo que habita su corazón. Ah, sí, la vida pasa [apriesa] como sueño, dice Segismundo [y Manrique], pero el poeta sabe entonces que las palabras que denotan y connotan a la vida, sueñan también. Ofrecer ese testimonio es ya un logro de poeta mayor de nuestra lengua, más allá de escuelas, ismos, generaciones, cánones y retóricas epocales".

[19] Es muy interesante al respecto un ensayo de Edgardo Dobry sobre Bécquer y Heine. Véase: Dobry, Eduardo (2007: 207-227). "De Heine a Bécquer". En Orfeo en el quiosco de diarios. Ensayos sobre poesía. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

[20] Sobre esta problemática de la poesía conversacional puede consultarse el texto de Rodríguez, Francisco (1993: 35-47). "La poesía posvanguardista latinoamericana: notas para un acercamiento a la lírica conversacional. Revista de Filología y Linguística de la Universidad de Costa Rica. XIX (I). En una zona de su ensayo, el autor se detiene críticamente en el texto de Fernández Retamar "Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica". Algunos de sus juicios son muy afines a los expuestos aquí.

[21] Fernández Retamar, Roberto (1954a). "Vísperas". Orígenes. La Habana, XI (35): 56-60, y (1955). "América, Murena, Borges", Orígenes, La Habana, XII (38): 53-56. En este último, por cierto, ya se aprecia su familiaridad con la obra de Borges (lo lee en Sur, por ejemplo), pero también, además de El Pecado original de América, de H. A. Murena, menciona Historia de una pasión argentina, de Mallea, y a Martínez Estrada.

[22] Diego, Eliseo (2001: 127-128). "No es más", «El oscuro esplendor». Obra poética. Compilación de Josefina de Diego, Prólogo de Enrique Saínz, La Habana: Unión / Letras Cubanas. En su texto "Por los extraños pueblos de Eliseo Diego" (1958) [en la edición argentina se olvidaron de marcar las cursivas que denotan el título de un libro de Diego] -que comienza con la invocación de don Miguel de Unamuno-, ya puede apreciarse, aun sin calificarla como tal, el reconocimiento tácito de una filiación conversacional (además de algunos de los temas y de las percepciones que hicieron que la poesía lírica de Diego tuviera una extraña ascendencia sobre una vasta zona de la poesía conversacional cubana) como cuando habla de sus "palabras testimoniantes" (2016b: 90) y, con más precisión, dos veces, de una "conversación" (2016b: 90). Pero acaso su percepción más fina acaece cuando nos dice: "Paradójicamente, de la despiadada interiorización de la poesía de Eliseo Diego surge una salvación objetiva no sólo de su mundo: también del nuestro. Como si toda intimidad verdadera, que no sea la trampa de espejos del yo, acabara por regalarnos una universalidad conquistada" (2016b: 89). Comentarios como estos avalan la presencia de un  pensamiento poético, o de una percepción poética de la realidad, en este caso, funcionando desde la mirada crítica.

[23] Rodríguez Núñez, Víctor. "La poesía es un reino autónomo" (entrevista a Fernández Retamar). En Fernández Retamar (2000b).

[24] Texto escrito en 1976.

[25] Fernández Retamar (1958). "Tercera antolojía de Juan Ramón Jiménez". Revista Hispánica Moderna, abril-junio. Incluido en su La poesía, reino autónomo, edición argentina.

[26] Fernández Retamar (1955). "América, Murena, Borges". Orígenes, La Habana, XII (38): 53-56; Fernández Retamar (1971). Calibán, apuntes sobre la cultura en nuestra América (primera edición como libro). México, D. F.: Ed. Diógenes [publicado originalmente en Casa de las Américas. La Habana, (68), septiembre-octubre, 1971], y en Fernández Retamar (2000a). Obras. uno. Todo Caliban; Fernández Retamar (1986)."Calibán revisitado". Casa de las Américas. La Habana, (157), julio-agosto, y en Fernández Retamar (2000a). Obras. uno. Todo Caliban; Fernández Retamar (1988). "Prólogo". En Borges, Jorge Luis (1988). Páginas escogidas. La Habana: Casa de las Américas (primera reimpresión, 1999); Fernández Retamar (1993). Fervor de Argentina. Buenos Aires: del Sol; Fernández Retamar (2001a). "Como yo amé mi Borges" (leído en el Encuentro de Escritores Borges y yo. Diálogos con las letras latinoamericanas realizado en el Fondo Nacional de la Artes, Buenos Aires, entre el 2 y 4 de junio de 1999). En su Ã"rbita de Roberto Fernández Retamar; Fernández Retamar (2016a). "Borges y el recuerdo"; Fernández Retamar (2008b). "Otro poema conjetural". Con las mismas manos. Ensayo y poesía.

[27] Apareció originalmente en Orígenes, La Habana (1), 1944.

[28] Con este mismo sentido, escribe también: "De hecho, La interpretación de los sueños es la primera autobiografía moderna" (2016: 164). Y también: "Me dejo estar, leo al azar. Me ocupo también del libro de Ludmer sobre Onetti, que estoy leyendo con mucho interés. Buen comienzo, los dos primeros capítulos con excelentes remates sobre el corte y el comienzo del relato, a la vez hay como una sobreinterpretación, que hace pensar en el exceso de una crítica que agrega significados propios y que puede ser leída como la autobiografía del propio crítico, que escribe sin saber sobre sí mismo" (2016: 416) [los subrayados son míos].

[29] Rubén Martínez Villena en VV. AA. (1999: 39-40, 40, 40, 41, 41-43, 43 respectivamente). "Canción del sainete póstumo", "La pupila insomne", "El anhelo inútil", "Insuficiencia de la escala y el iris", "El gigante", "Soneto". En VV. AA. (1999). Las palabras son islas. Panorama de la poesía cubana del siglo XX. También en Rubén Martínez Villena (1965). Ã"rbita de Rubén Martínez Villena. Prólogo de Raúl Roa, Selección y nota final de Roberto Fernández Retamar, La Habana: Unión (2da. ed., La Habana: Pueblo y Educación, 1972).

[30] Escúchese: Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, Volumen 2 - Balada para dos poemas de Rubén Martínez Villena o la "Pupila insomne", Texto: Rubén Martínez Villena, Música: Silvio Rodríguez y Emiliano Salvador, Cantan: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, EGREM HABANA CUBA LP 33 RPM. CARA "B". https://www.youtube.com/watch?v=oOZ4ZJECWRQ

[31] El poema comienza así: "¡Oh, consciente impotencia, para vencer la empresa / de traducir al verso la aspiración informe!", tan dariano. Y, más adelante, se refiere a "un verso de consonancia imposible", que haría las delicias de Giorgio Agamben para su singular teoría de la poesía... Véase: Agamben, Giorgio (2016). El final del poema. Estudios de poética y literatura. Traducción y prólogo de Edgardo Dobry, Buenos Aires: Adriana Hidalgo, especialmente los ensayos "«Corn»: de la anatomía a la poética" y "El final del poema".

[32] "Raúl en su Cuba y en su noche". Todos estos poemas pueden leerse en VV. AA. (1999).

[33] Este juego o promiscuidad entre la crítica y la vida, o intercambio, o trasvasamiento, de lo uno en lo otro, y viceversa (como le gustaría a Machado) -escribí juego, pero en éste acaso se nos puede ir la vida, o su sentido...-, creo que está implícito en un juego de palabras (como los conceptistas, Fernández Retamar es proclive a ellos, y al oxímoron, a las paradojas, como Quevedo, como Martí, como Unamuno, como Vallejo, como Borges...) que utiliza en su texto "Para leer a Vallejo", cuando enuncia con el mismo sentido estas frases: "una situación histórica, y por tanto vital", y "una situación vital, y por tanto histórica" (2016b: 124).

[34] El único libro que se ha publicado de Borges en Cuba, lo prologó y compiló Fernández Retamar (1988). Páginas escogidas. La Habana: Casa de las Américas (primera reimpresión, 1999). La segunda edición tuve la oportunidad de comentarla, con la presencia de Fernández Retamar, en Casa de las Américas, con un texto que todavía conservo inédito, "Sobre Borges".

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