SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número39Hatunkuyay: los amores del Sol y la Luna en la poesía quechuaCarlos Monsiváis y María Moreno, cronistas latinoamericanos ante la cultura de masas. Posicionamientos culturales y autofiguraciones. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


CELEHIS (Mar del Plata)

versión On-line ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.39 Mar del Plata jun. 2020

 

Miscelaneas

Los cargos del soldado: El derrotero intelectual de la obra de Ulrico Schmidl desde el siglo XIX hasta principios del XX

The soldier's charges: The intellectual course of UlricoSchmidl's work from the 19th century to the early 20th century

Valentín Héctor Vergara1 

1 Universidad de Buenos Aires

RESUMEN

La obra de Ulrico Schmidl ha sido considerada durante la mitad del siglo XIX como la fuente principal para conocer los sucesos ocurridos en los primeros años de la colonización española en el Río de la Plata. El siguiente trabajo se encargará de analizar cuáles fueron los reparos que la crítica intelectual argentina hizo acerca de su escrito y los distintos criterios valorativos que adoptó para aceptar o rechazar los aportes realizados por el soldado alemán. Para cumplir con este objetivo, se considerarán las ediciones de Pedro de Ángelis, Mariano Pelliza y Samuel Lafone Quevedo, y cómo su circulación modificó crucialmente la estimación en el campo intelectual de su obra. A su vez, se tendrán en cuenta estudios críticos sobre el escrito de Schmidl que evidencian las disputas en torno a la apreciación que los estudios coloniales han tenido sobre su obra.

PALABRAS CLAVE: Ulrico Schmidl; siglo XVI; literatura colonial; crónicas de viaje; historia argentina

ABSTRACT

UlricoSchmidl's work has been considered during half the nineteenth century as the main source to get to know the events that took place along the first years of the Spanish colonization in the Río de la Plata. This text will analyse which were the objections of Argentina's intellectual criticism towards his work and the different criteria adopted to accept or reject the contributions made by the German soldier. In order to fulfill this goal, the editions made by Pedro de Ángelis, Mariano Pelliza and Samuel LafoneQuevedo will be studied and also how their circulation crucially modified the esteem in which the intellectual field held Schmidl's work; critical studies of his work that show the quarrels towards it among colonial studies will also be taken into account.

KEYWORDS: UlricoSchmidl; XVI century; colonial literature; travel chronicles; Argentinean history

Introducción

Ulrico Schmidl, lansquenete alemán que arribó al Río de la Plata en la expedición de Pedro de Mendoza, durante más de veinte años recorrió las costas del sur del continente, tras incorporarse, a mediados del siglo XVI, a la empresa colonizadora de la Corona española.1 Combatió contra indígenas, sufrió los humedales de los ríos locales y padeció en carne propia el hambre en el asentamiento que, años después, Juan de Garay revitalizaría. Luego del pedido por parte de su hermano para que regresara a su Baviera natal, arribó a Europa en 1554. En 1567, la experiencia de su viaje por América fue llevada a la imprenta por la casa editorial de Sigmund Feyerabend, en la ciudad de Frankfurt. Pocos años después, surgirán también las ediciones de LevinusHulsius y Theodor de Bry. Desde entonces, el texto del soldado bávaro tuvo varias ediciones y traducciones a diversos idiomas.

La traducción realizada por Edmundo Wernicke, publicada en 1938 y parcialmente actualizada en 1950, es considerada la más adecuada para leer el texto de Schmidl en español. Como indica Rómulo Carbia, esta edición logró evidenciar “las alteraciones que copistas desprevenidos o inescrupulosos introdujeron en el texto original; y nos da la ocasión, así, de poder librar a Schmidel de ciertos cargos que pesaban sobre él” (3). El siguiente trabajo no se encargará de analizar los aportes de Wernicke, sino los cargos que fueron depositándose sobre las espaldas del soldado durante el siglo XIX y principios del XX.

La primera traducción al español data de 1731. Según Pedro de Ángelis, esta se hizo a partir de la edición en latín de Hulsius, y fue llevada a cabo en España por Gabriel de Cárdenas. Una segunda edición aparecerá en 1749, publicada de forma póstuma bajo el nombre de Andrés González de Barcia, en Historiadores primitivos de las Indias Occidentales. Puede asegurarse que, durante el siglo XIX, sólo se conocía a Schmidl en español por esta traducción realizada por Cárdenas. Tanto De Ángelis como Pelliza la reprodujeron, sin conocer, hasta entonces, la existencia de manuscrito alguno. Por lo tanto, la única forma de acceder en español a la obra de Schmidl era a través de una traducción basada en una impresión que, como más adelante comentaremos, estaba llena de imprecisiones, agregados y omisiones.

Primeras ediciones y comentarios en Argentina

En 1836, De Ángelis, en el tercer tomo de su Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, publica por primera vez en territorio argentino la obra del lansquenete. Por entonces, los datos que existían sobre Schmidl eran escasos: solo se conocía la información que el autor había develado en su crónica de viaje. De Ángelis realiza una breve historización de las ediciones anteriores a la suya, y, tras nombrar la impresión de Hulsius, señala que de esta “se valió D. Gabriel Cárdenas para el epítome que publicó en 1731, y que reprodujo Barcia en el III tomo de sus Historiadores primitivos de las Indias Occidentales” (III). De Ángelis desconocía que, en verdad, Barcia y Cárdenas eran la misma persona, como revelaría Juan María Gutiérrez unos años después.

De Ángelis es el primero en delinear ciertas ideas que seguirán presentes en las discusiones acerca de la importancia del texto de Schmidl. En el prólogo de su edición, dice que esta crónica “es el primer monumento de nuestra historia, y la única fuente en que deben beber los que se proponen seguir los primeros pasos de los europeos en estas remotas regiones” (IV). De Ángelis, en una frase, abre dos cuestiones que serán importantes para la configuración de la imagen del soldado bávaro: es el primero en proponer que la obra de Schmidl es, por un lado, pionera y piedra inaugural de la historia argentina, y también, por otro, el testimonio más confiable que existía en aquel tiempo. A su vez, destaca la superioridad de la autoridad de Schmidl en comparación con otros historiadores posteriores, puesto que el soldado había sido un testigo presencial de las primeras acciones europeas en el Río de la Plata. Sin embargo, advierte que el relato de Schmidl no es objetivo, pues responde a las inclinaciones políticas del momento: “los juicios de Schmidel se resienten a veces del espíritu que reinaba entonces en los conquistadores, todos divididos en bandos y parcialidades” (IV). Si bien la posición contraria de Schmidl a Alvar Núñez Cabeza de Vaca y el apoyo que profesaba por Domingo Martínez de Irala resultan evidentes, De Ángelis es el primero en advertir sobre la parcialidad que encuentra en su escrito. De cualquier modo, siguiendo a Félix de Azara, considera exactos y certeros los datos históricos, etnográficos y geográficos aportados por Schmidl, sin agregar información adicional sobre su vida.

En 1873, Juan María Gutiérrez publica en la Revista del Río de la Plata el primer texto crítico de la obra de Schmidl. Al igual que De Ángelis, lo revindica como el primer historiador de la conquista del Río de la Plata. A su vez, seguramente inspirado en Karl H. Burmeister, es el primero en proponer, dentro de la crítica local, la discusión acerca de cuál es la forma correcta de escribir su nombre, tema que retomarán Bartolomé Mitre y Edmundo Wernicke. Gutiérrez comienza su trabajo con epígrafes sobre Schmidl de Armand-Gastón Camus y Henri Ternaux-Compans, lo que evidencia su contacto con los escritos que circulaban en Francia sobre el soldado desde comienzos del siglo XIX. Estos le servirán para aportar nueva información sobre las ediciones del texto.

En líneas generales, el escrito de Gutiérrez resume la obra de Schmidl. Cuando comenta la opinión negativa que el lansquenete sostenía sobre Cabeza de Vaca, el autor señala que “los asertos de nuestro historiador […] tienen todo el aire de veraces” (26), y prefiere su versión antes que los relatos de Antonio de Herrera y Pero Hernández. En cuanto a la parcialidad del texto de Schmidl, Gutiérrez toma un partido distinto que De Ángelis: según él, estaría probada “la poca atención [que] le merecían los motines escandalosos y las parcialidades enconadas en que a cada momento incurrían los conquistadores” (46), desestimando así las consideraciones sobre su posición a favor de Martínez de Irala. A su vez, Gutiérrez destaca que los estudiosos del territorio del Río de la Plata reconocen de Schmidl una “estrema exactitud en las apreciaciones de las distancias, en la localización de las naciones indígenas, y en general, en cuanto se refiere a la geografía y la etnografía de las comarcas que visitó” (68), afirmando de esta manera el valor que Azara, De Ángelis, Camus y Ternaux-Compans tenían sobre la información aportada por él. En este sentido, asegura que “todos cuanto le han examinado, teniendo oportunidad de confrontarle con otros documentos contemporáneos, convienen unánimemente en atribuirle la palma como amigo de la verdad y como testigo imparcial” (48). De este modo, Gutiérrez, en contraposición a De Ángelis, sugiere, como lo había hecho Azara, la idea sobre el carácter imparcial del texto de Schmidl.

El único reclamo que se le puede hacer a la obra del soldado alemán, según Gutiérrez, es “el que se le ha hecho desde Hulsius hasta Ángelis, de corromper y estropear los nombres de las personas, ríos y lugares” (49). De todos modos, Gutiérrez repasa el trabajo comparativo realizado por Hulsius, y considera su edición como la mejor, pues “rectificó unos cuantos nombres de personas y de puntos geográficos, lamentablemente adulterados en las ediciones anteriores a la suya” (55). A su vez, critica la edición de Pedro de Ángelis cuando dice que “carecía de la oportunidad y antecedentes para darnos una edición satisfactoria de la obra de Schmidel” (62) y deduce que posiblemente no tuvo siquiera las ediciones de Hulsius o Feyerabend cuando llevó adelante la suya: únicamente habría consultado la de Barcia. De hecho, Gutiérrez asegura que las palabras enmendadas “sin excepción alguna, se encuentran en Barcia” (65), reduciendo la tarea de DeÁngelis a la de un mero compilador, que, por un lado, ni siquiera estaba informado de que Cárdenas y Barcia eran la misma persona, y, por otro, hacía propias las correcciones ajenas del texto. Finalmente, denuncia que, de Schmidl, al momento “no existe de su obra un testo en español completo y correcto” (66), y propone un plan de trabajo filológico para poder acceder fielmente a un documento fundamental de los orígenes de la conquista del Río de la Plata.

En 1881, Mariano Pelliza realiza la segunda edición del texto en suelo argentino. Al igual que De Ángelis, reproduce la traducción de Barcia y sigue las palabras de Azara en cuanto a la exactitud de los datos aportados por el lansquenete. De hecho, coloca como epígrafe la opinión del naturalista español sobre Schmidl: “su obra es la más exacta que tenemos, la más puntual en las situaciones y distancias de los lugares y naciones y la más ingenua e imparcial” (3). Pelliza subraya esta idea al decir que “su libro contiene las primeras y más exactas noticias que se han consignado sobre la colonización de esta parte de América” (5). Para justificar las afirmaciones de Azara, compara las palabras del soldado alemán y las escritas por Ruy Díaz de Guzmán en su Argentina, publicada por Pedro de Ángelis en el primer tomo de su Colección. Cuando Pelliza advierte diferencias entre ambos en la narración de un acontecimiento, sostiene que “entre el testimonio de Schmidel que fue actor en estos sucesos y uno de los combatientes […], y el testimonio de Ruy Díaz que escribió por tradiciones y referencias, es preciso aceptar el primero como mas probablemente cierto; como mas ajustado á la verdad” (7). Es decir, sigue el criterio de DeÁngelis al asignarle un valor superior a la experiencia por sobre la tradición oral y escrita.

Pelliza continuó con la idea de DeÁngelis y Gutiérrez de que Schmidl fue el primer historiador de nuestras tierras. Él expresa que “le cupo la gloria de describir primero que otro alguno las peripecias y contrastes de aquella dramática epopeya, cuna y origen de la familia argentina” (4). En contraste con De Ángelis -y en consonancia con Gutiérrez-, Pelliza abona a la configuración de la imagen de Schmidl como un historiador imparcial y objetivo. El crítico asegura que su narración es “siempre grave, noble y llena de la más constante imparcialidad” (6). El aporte fundamental de la edición de Pelliza es la publicación, como apéndice, de textos inéditos de mediados del siglo XVI. Entre ellos, publica el escrito de Pero Hernández, secretario personal de Cabeza de Vaca. Su objetivo era “con unos y con otros documentos, la mayor parte desconocidos, […] poner en claro el primer período de la colonización argentina, á la vez que completamos en mucha parte la narración de UldericoSchmidel” (16).

Editores alemanes de Schmidl: Mondschein y Langmantel

En el mismo año en que Mariano Pelliza publicó su edición del viaje de Schmidl, Johannes Mondschein, director de la Realschule de Straubing, ciudad natal del lansquenete, publica un escrito crítico de su obra en el Beilage zum Jahresberichtede esa institución. Allí brinda información que se convertirá en un aporte invaluable para Bartolomé Mitre unos diez años después. El objetivo de Mondschein era “dar a conocer todo cuando se pudo averiguar respecto a la personalidad, la procedencia, la familia y el carácter del autor” (1993a: XV). Si bien no se trata de la publicación del texto de Schmidl, Mondschein realiza un resumen detallado de su contenido y revela datos biográficos inéditos del soldado bávaro, rescatados de documentos oficiales de Straubing.

Según Mondschein, “el relato de viaje de Schmidel lleva el sello de la verdad. Sólo donde antipatías personales entran en juego el autor se enturbia, pero nunca se torna falta de sinceridad” (1993a: XLIV). Sin embargo, acepta que puede haber alguna equivocación en los datos aportados, pues “es natural que se deslicen algunos errores, si se toma cómo fue redactado el libro” (1993a: XLIV). Mondschein inaugura la hipótesis de que Schmidl posiblemente utilizó apuntes realizados en América para escribir su obra, pues “tal riqueza de indicaciones del autor sobre distancias y otras cifras, que se extienden por un espacio de tiempo de veinte años, no puede ser obra de la memoria” (1993a: XLIV). A su vez, destaca la misma idea que había sugerido De Ángelis: Schmidl habría sido el primer cronista de la época colonial. En este sentido, es evidente que Mondschein no conocía las traducciones al castellano.El crítico alemán solo cita en un par de oportunidades la Historia de la Argentina de Luis Domínguez, y desliza la hipótesis de que la obra de Schmidl posiblemente haya sido traducida al español. Puede asegurarse que no supo, hasta entonces, de los esfuerzos de DeÁngelis y Pelliza, ni de la crítica de Juan María Gutiérrez.

Siete años después de la publicación de Mondschein, Valentín Langmantel realiza su edición del texto de Schmidl basada en la impresión en alemán de Hulsius. Esta nueva versión se edita para la Asociación Literaria de Stuttgart en 1889. En una nota al pie, Langmantel agradece a Mondschein, reconociendo que tomó de su trabajo toda la información de la vida de Ulrico. Al igual que su colega, Langmantel afirma que “el relato de Schmidel trae acuñado el sello de la completa veracidad […]. Es por ello que su relato con plena justicia es considerado como fuente fidedigna por los historiadores de su segunda patria” (LXI). A su vez, perdona los errores de nombres cometidos por el lansquenete, justificándolos como posibles fallas de su memoria o deslices del copista. Sin embargo, a diferencia de Mondschein, Langmantel sí conoce la publicación de DeÁngelis. Por un lado, comete el mismo error al tratar como personas diferentes a Cárdenas y Barcia, y posteriormente revela que “una versión castellana más reciente de nuestro libro de viaje se halla en el tercer tomo de la recopilación editada por Pedro de Ángelis” (LXXIV). Langmantel menciona que “una ventaja de ella consiste en que las muchas variantes falsas que se leen en la edición de Nüremberg [realizada por Hulsius] han sido enmendadas casi sin excepción” (LXXIV), y destaca de forma positiva el prólogo y el índice onomástico que sirve de epílogo. La edición de Langmantel será muy importante para la historia textual de Schmidl, pues en ella se basa la primera traducción argentina, realizada por Samuel Lafone Quevedo en 1903.

Hasta entonces, la postura sobre la obra de Schmidl era unánime: su carácter de testigo hace de sus palabras un testimonio inobjetable. Sin embargo, la proliferación de nuevos documentos comenzó a dejar en evidencia que la confianza total que había en su escrito carecía de sustento.

Luis Domínguez y las primeras críticas

El panorama sobre la obra de Schmidl empieza a cambiar en 1891. Luis Domínguez, autor de la Historia Argentina de 1861, realiza el prefacio de la edición inglesa del lansquenete. Acompañada por el texto de Pero Hernández, fue publicada en Inglaterra con el título TheConquest of theRiverPlate (1535-1555) por la HakluytSociety. Anteriormente, en el prólogo de su Historia Argentina, Domínguez aseguraba que “lo más instructivo y digno de confianza […] es la obra de Félix de Azara” (1861: IX), quien utiliza a Schmidl como una de sus principales referencias para presentar datos geográficos e históricos. Treinta años después, las suspicacias en torno al escrito del soldado alemán aparecen en el prefacio de la traducción inglesa. En principio, Domínguez sospecha que, como Schmidl publicó su libro doce años después que Pero Hernández, su objetivo principal era defender a Irala y ensuciar la imagen de Cabeza de Vaca.2 Por otro lado, a Domínguez le asombra que Schmidl no haya sido nombrado en ninguna de las obras que refieren al período de colonización del Río de la Plata y Paraguay. Enestesentido, asegura: “I know of no document mentioning Schmidt, nor is he noticed by the chronicler Francisco Lopez de Gomara, by his successor, Antonio de Herrera, in his history of the Indies, or by Ruy Diaz de Guzman, […] or, finally, by AlvarNuñez” (1891: XXVII). A suvez, señala que la obra de Schmidl -y, enconsecuencia, el trabajo de todossuseditores- estáplagada de errores: “the work of Schmidt is extremely defective, so much so, that I am unable to understand how the Spanish geographer Azara, recommending the merits of this adventurer” (1891: 24). Si bien años atrás consideraba la obra de Azara como una fuente segura para estudiar los primeros años de los españoles en el Río de la Plata, ahora, aunque reconozca sus méritos, también admite sus graves errores.3Es decir, luego de la publicación de su Historia Argentina, Domínguez pasa de aceptar las palabras de Azara a no coincidir con él, y advertir el error de reconocer tan livianamente el relato del soldado bávaro. De esta forma, abre una brecha en la construcción de Schmidl como historiador y figura destacada: no solo pone en duda su importancia, sino que también destaca las numerosas imperfecciones de su obra.

El escrito de Bartolomé Mitre

En 1891, en el primer tomo de los Anales del Museo de La Plata,Bartolomé Mitre publica su ensayo sobre Schmidl. En el título, lo erige como el primer historiador del Río de la Plata, continuando con la tradición que lo antecedía. A su vez, al igual que Gutiérrez, comienza su escrito con una comparación entre las figuras de Schmidl y Bernal Díaz del Castillo. A Mitre le interesa remarcar “la coincidencia de que los dos primeros historiadores de Méjico y del Río de la Plata hayan sido dos simples soldados, tan ingenuos como incultos, héroes y testigos presenciales de los hechos que narran” (3). La obra de ambos es “hija del instinto y de la observación propia, y por lo mismo, llena de la más imparcial y equitativa verdad” (3). Es probable que el objetivo principal de la comparación realizada por Mitre sea realzar la importancia de la empresa colonizadora española por el sur del continente, de mucha menor estima y consideración que la realizada por Hernán Cortés.

Mitre es quien resume de forma más precisa la información sobre todas las ediciones y comentarios de Schmidl en su historia textual. Nombra a León Pinelo, Barcia, Johann Meusel, Camus, De Ángelis, Ternaux-Compans, John T. Payne; y revela que en París consiguió una primera edición de 1567. Luego de comentar las ediciones de Feyerabend, Hulsius y De Bry, sostiene, al igual que Mondschein, que “la de Hulsius es la más correcta y completa, y la más elegante como trabajo tipográfico. Ella ha servido de texto a las traducciones que posteriormente se han hecho al francés y al español” (7). Mitre también aporta a la polémica por el nombre de Schmidl: amparándose en el escrito de Mondschein, asegura que tanto “Schmidl” como “Schmidel” serían las variantes correctas.4 A su vez, reivindica la obra de Mondschein al decir que en su escrito “adelantó mucho de las noticias biográficas y bibliográficas que acerca de él se tenían, con pruebas que no dejan duda respecto de su genealogía” (8).

En general, Mitre reproduce los datos biográficos aportados por Mondschein. Sin embargo, pone en duda los latinismos de Schmidl, y es el primero en sugerir que podrían tratarse de agregados de copistas o editores. Como la mayoría de sus antecesores, expresa que la obra está atravesada por “un sentimiento de verdad en cuanto a los hechos, de exactitud y precisión en cuanto á los lugares, fechas y distancias, un instinto de imparcialidad sin afectación” (16). También, al igual que Gutiérrez y Pelliza, abona la postura sobre la objetividad del soldado alemán, sin sugerir muestras de parcialidad aun cuando trataba sobre Cabeza de Vaca.

Mitre sentencia que “el juicio respecto del libro de Schmidel está definitivamente formado y es unánime” (16), y cita a Camus, Azara, Ternaux-Compans y Burmeister, que le dan carácter de verdad. Al parecer, no conocía -o, al menos, no nombra- el prólogo realizado por Luis Domínguez. De todos modos, tal como Mondschein había sugerido sobre las ediciones primitivas, opina que “la obra de Schmidel carece de un texto correcto” (16). Menciona a De Ángelis y, al igual que Gutiérrez, dice que “se limitó a reproducir con muy poca diferencia el texto de Barcia, sin cotejarlo con las ediciones originales, que á estar á su propia declaración, parece que entonces no conocía ni siquiera la de Hulsius” (16).

Hay un aporte importantísimo en el escrito de Bartolomé Mitre: agrega la firma de Schmidl, encontrada en el archivo de Andrés Lamas. Por un lado, esta será, según él, una prueba irrefutable de su nombre original. Sin embargo, la muestra fotográfica que incluye la insignia del soldado será en un futuro una pieza clave para asegurar la originalidad del manuscrito de Stuttgart, publicado por Mondschein dos años después.

Eduardo Madero y su investigación sobre el puerto de Buenos Aires

A pesar de las objeciones de Luis Domínguez en el prólogo de la edición inglesa, Mitre, basado en documentos y en la autoridad de otros historiadores, ubica a la crónica de Schmidl como un testimonio veraz e invaluable, y lo proclama nuevamente como el primer historiador del Río de la Plata. Sin embargo, esta estimación positiva del lansquenete será nuevamente cuestionada en 1892, cuando Eduardo Madero publique su Historia del puerto de Buenos Aires. El autor, si bien reconoce el valor testimonial de Schmidl, señala que “contiene […] errores, ficciones y exageraciones, que tendrían por causa los años transcurridos […] o tendrán origen en relatos o tradiciones falsas que oyera; pero en varios casos exagera” (VI). También denuncia que Azara, aclamado por los historiadores anteriores, es inexacto, y que copia a los autores que menos convenían, como es el caso de Schmidl. A su vez, y como aporte fundamental, demuestra con diversas fuentes que la primera fundación de Buenos Aires se habría llevado a cabo en 1536, y no en 1535 como indica Schmidl; y comprueba que “las fechas de sus crónicas están indudablemente equivocadas de un año” (116). Madero, entonces, prefiere seguir la información de otros documentos de la época -o que trataron sobre ella-, como los Comentariosde Pero Hernández, la Argentina de Ruy Díaz y el Romance de Luis de Miranda, relegando la obra del soldado alemán a un lugar secundario debido a sus múltiples inconsistencias.

El manuscrito de Stuttgart

El derrotero de la obra de Schmidl presentará un nuevo giro. En Alemania, Mondschein localiza en la Biblioteca Real de Stuttgart el manuscrito original de Schmidl, y lo publica para el “Programa de la Real Realschule” de Straubing en 1893, institución que había divulgado su primer escrito. Su edición es, en verdad, de circulación regional, un escrito pensado para el programa del colegio en donde ejercía como director. Aunque quiera darle una importancia relativa a su publicación, Mondschein no puede ocultar que completa y enmienda muchas erratas de la edición -publicada apenas cuatro años atrás- de su colega Langmantel, quien basó su trabajo en la poco confiable edición alemana de Hulsius. Al respecto, Mondschein estima el trabajo de Langmantel, realizado, según él, “en forma impecable, con explicación de palabras y materias e indicación de las variantes de las distintas ediciones impresas, con índices, etc.” (1993b: LXXVIII). Sin embargo, el director de la Realschule de Straubing concluye que “parecería superfluo dar a la imprenta esta primera redacción de la mano poco experimentada del guerrero […], redacción ésta con horrible sintaxis y ortografía aún más horrible, si ella no corrigiese o completase numerosos pasajes del manuscrito de Munich” (1993b: LXXVIII). Para no opacar el trabajo de su colega, Mondschein sugiere que su publicación sea considerada “sólo como suplemento de la edición de Langmantel” (1993b: LXXVIII). De todos modos, el manuscrito de Stuttgart no será tenido en cuenta por la crítica nacional, hasta que Wernicke lo utilice de base para su traducción de 1938 y confirme que fue realizado por puño y letra de Schmidl.

El ataque de Manuel Domínguez

El trabajo de Eduardo Madero sobre el puerto de Buenos Aires fue la piedra fundacional para el inicio de una nueva etapa dentro de la historia textual del escrito de Schmidl. En 1900, Manuel Domínguez publica su ensayo “Schmidl: Estudio crítico sobre la Historia y el descubrimiento del Río de la Plata y Paraguay” en la Revista del Instituto Paraguayo. Enfurecido por haber leído que Gutiérrez consideraba a Schmidl como “nuestro Heródoto”, Domínguez descarga allí una virulenta crítica acerca de la obra del lansquenete. En principio, busca indagar quién fue realmente, si se trató de un capitán o de un soldado raso, pues “guiarse por un relato de soldado, escrito de memoria, para historiar una campaña, sería una locura” (1900: 3). Por otro lado, afirma que “Schmidl, anciano, iba a narrar acontecimientos […] sin servirse de apuntes, porque no los tuvo o si los tuvo porque los perdió en un naufragio” (1900: 5). Incluso llega a insinuar que Ulrico ni siquiera sabía escribir.5 A continuación, Domínguez toma el dato aportado por Mitre, quien comentó sobre la existencia, en Straubing, de un cartel sobre la casa del soldado que decía “CO-DESCUBRIDOR DEL BRASIL”, y asegura que “esta leyenda prueba que Schmidl era lo que llamamos hoy un farsante. Faltó a la verdad a sabiendas. Mintió por darse aire de hombre importante” (1900: 6), y pasa a rememorar distintos conquistadores que estuvieron por esa zona antes que él. Por todos estos motivos, concluye que la obra de Schmidl “merece escasa fe” (1900: 6).

Según Domínguez, en la obra de Madero se prueba de forma contundente las gruesas equivocaciones que, por culpa de Schmidl, habían repetido los historiadores hasta entonces. Por lo tanto, supone que “los acérrimos partidarios de Schmidl, el general Mitre y el sr. Pelliza, habrán corregido sus errores” (1900: 10). Sin embargo, un año después, en la misma revista, Samuel Lafone Quevedo, próximo traductor de la crónica de Schmidl, responderá a las acusaciones de Domínguez con argumentos que aparecerán también en su propia traducción.

La primera traducción nacional: Mitre y Lafone Quevedo

En 1903 la Junta de Historia y Numismática Americana saca a la luz la primera traducción argentina de la obra de Schmidl, realizada por Samuel Lafone Quevedo, quien llevó a cabo este trabajo a partir del manuscrito de Munich editado por Langmantel. Esta nueva versión se encuentra acompañada, curiosamente, del escrito que Bartolomé Mitre había publicado doce años atrás para los Anales del Museo de La Plata. Llama la atención que no se haya actualizado de alguna forma este prefacio, pues, durante el tiempo transcurrido entre su escrito y la publicación de la traducción de Lafone Quevedo, ocurrieron hechos altamente significativos para la valorización de las fuentes utilizadas, como así también surgieron las críticas realizadas por parte de Luis Domínguez, Eduardo Madero y Manuel Domínguez. Quien se encargará de contestar a las invectivas será el propio traductor en un segundo prólogo. Sin embargo, tampoco allí se dedica ninguna palabra a la aparición del manuscrito de Stuttgart, considerado por Mondschein, diez años atrás, como original. En verdad, según Franz Obermeier, Mitre no supo por entonces de la existencia de este manuscrito:

Una carta de Bartolomé Mitre a Mondschein de 1903 también explica por qué no se utilizó la edición de Mondschein del manuscrito de Stuttgart, que de hecho ofrece una forma textual obviamente mejor que el de Munich, de numerosas desviaciones. Ella era simplemente desconocida en Argentina […]. Aparentemente, Mondschein supo de esta situación a partir del contacto por carta con germano argentinos, por lo que envió en 1903 su libro a Argentina, incluyendo al propio Mitre, quien, en una carta personal a Mondschein, lamenta posteriormente no haber tenido conocimiento de su edición (Obermeier 2005: 140).6

Lafone Quevedo realiza un enorme trabajo comparativo para enmendar los errores existentes en la edición de Langmantel. En vez de retractarse por haber defendido la obra de Schmidl, tal como Manuel Domínguez había exigido, Lafone Quevedo intenta explicar por qué Schmidl habría escrito de forma errónea los años en que se produjeron los hechos que narró. Aunque conviene con Madero que la fundación de Buenos Aires se llevó a cabo en 1536, argumenta que los bávaros tenían un calendario distinto, por lo cual computaban la fecha dentro del año 1535, y no según el calendario romano. A su vez, asegura que la obra de Schmidl es “la más importante de todas las que tenemos de aquella época, por sus muchos detalles y buen sentido, sin perjuicio de que algunas veces incurra en error” (83). En este sentido, el traductor sostiene que “entre digresiones, ampliaciones, omisiones y algunos errores que no ha dejado de cometer, vemos que hay que estudiarlo a la luz de los demás documentos de la época, que, sea dicho de paso, no son tampoco inmaculados” (89). Luego de relativizar la posibilidad de encontrar una sola fuente que no haya incurrido en errores -argumento que, al menos, pone al mismo nivel la obra de Schmidl con respecto a las demás-, carga las tintas contra Eduardo Madero por su reticencia a publicar ciertos documentos inéditos que le habían servido para realizar su Historia del puerto de Buenos Aires.

De esta forma, Lafone Quevedo acepta, por un lado, inconsistencias en el relato de Schmidl, aunque resalta que ninguno de los textos escritos sobre el siglo XVI puede tenerse como exacto. Por otro lado, marca el error de pretender un estudio científico hecho por el soldado. Eso sería, según el crítico, un anacronismo, pues “relata lo que se acuerda de sus viajes sin importarle demasiado el orden cronológico; y cuando habla de su capitán, o de su gobernador, no le daba mucho cuidado si lo nombra bien o mal” (118). A su vez, señala que, para rectificar los nombres propios, basta su comparación con la obra de Pero Hernández y la relación de Francisco de Villalta, “y que, en lo general, lo que dicen estos escritores se ajusta bien a la relación de Schmidel, y que unos a otros se suplementan y complementan” (118). Por otro lado, Lafone Quevedo desestima las ediciones realizadas tanto en España como en Argentina cuando sostiene que “la traducción española del siglo XVIII, y las reproducciones por Ángelis y Pelliza en el siglo XIX, nos dejaron a Schmidel donde había quedado después de las ediciones latinas de Hulsius y De Bry a fines del siglo XVI” (132). Tampoco defiende la calidad de la edición inglesa, puesto que, según él, fue publicada sin un análisis comparativo entre distintas ediciones del texto ni con otros documentos relativos a esa época.

Al finalizar su escrito, Lafone Quevedo responde a las críticas de Manuel Domínguez. Por un lado, destaca que, de ajustarse a las ediciones de De Ángelis y Pelliza, las críticas de Domínguez estarían bien fundadas, pero a partir de su edición no todas serían pertinentes, pues “en la nueva traducción se deja ver que muchos de los defectos no eran del autor, que otros respondían a la inexactitud y criterio de la época” (133). Su pretensión, entonces, es enmendar los errores que desde las ediciones primitivas de Hulsius y De Bry se repetían en la obra de Schmidl. De esta forma, las acusaciones de Domínguez no tendrían que recaer sobre el soldado, sino, en todo caso, sobre el devenir de sus palabras a través de tantos copistas y publicaciones.

Paul Groussac: nuevas críticas

En el tomo octavo de sus Anales de la Biblioteca, publicado en 1912, Paul Groussac, director por entonces de la Biblioteca Nacional, al escribir sobre la exploración de Pedro de Mendoza, pide que “no nos detengamos en el testimonio de Schmidel, cuya inconsciencia, en materia de números, excede toda ponderación” (1912: LX). El erudito francés afirma que el relato del soldado, “que ha sido aceptado sin observación -vale decir, sin examen- por los historiadores modernos, contiene varias afirmaciones que […] comprometen gravemente la estabilidad del conjunto” (1912: CXXVII). Groussac prefiere desautorizar la obra de Schmidl y tomar de ella información estrictamente confirmada por otras fuentes. Él señala que de ella “algo se puede sacar, siempre que no se haga caso alguno de sus nombres ni, mucho menos, de sus cuentas: número de hombres, fechas, distancias, etc.” (1912: CXLVIII). Para justificar estos errores, esgrime una crítica que ya había utilizado Manuel Domínguez: la posible falta de memoria de Schmidl debido a su senilidad, y el problema que podría generar esta circunstancia al escribir su crónica.

A su vez, en el tomo noveno de los Anales, Groussac le dedica una serie de párrafos directamente a Samuel Lafone Quevedo. Irónicamente, define a su traducción como un “verdadero tesoro de catamarqueñismos” y que “reproduce admirablemente la media lengua bonachona y tropezadora del original” (1914: 351). A continuación, lo ataca por haber intentado justificar los errores cronológicos que Schmidl ocasionó: según Groussac, es probable que estos, “contrariamente a las afirmaciones gratuitas del señor Lafone, sean debido al desbarajuste de sus recuerdos y a la falta de apuntes” (1914: 369). Finalmente, el erudito francés resalta que “ante la crítica histórica, poco o nada valen los papeles viejos, leídos a trochemoche y barajados a tientas, si faltan la reflexión, la rectitud de juicio, y algo de ese don innato, que los antiguos llamaron sagacidad” (1914: 373).

Es notable cómo, en los casos de Groussac y Manuel Domínguez, se esquiva toda discusión acerca de la inexactitud presente en manuscritos y ediciones de Schmidl. En sus análisis, los problemas textuales estudiados durante los siglos XIX y XX no encuentran lugar, y solo se encargan de criticar la obra de Schmidl como si su escrito reflejara cabalmente sus palabras. La conclusión sobre la crónica del lansquenete alemán es, para Groussac, definitiva: “muy poco puede sacarse en claro de Schmidel, cuyo abominable galimatías chapotea en un cenagal de incoherencia” (1914: 279). Las mismas acusaciones sobre la obra del soldado y su traductor aparecerán dos años después en su libro Mendoza y Garay.

Ricardo Rojas y la literatura argentina

Hasta el momento, las opiniones sobre Schmidl estaban separadas en dos parcialidades. Por un lado, quienes buscaron revindicar la información vertida en su escrito, cuyas filas integraban Mitre, Lafone Quevedo, Pelliza, Gutiérrez y De Ángelis; y, por el otro, quienes le negaban prácticamente toda autoridad, por tratarse de un farsante o un viejo desmemoriado, como Paul Groussac, Manuel Domínguez, Enrique Madero y Luis Domínguez. Quien por primera vez pone de manifiesto este desacuerdo sobre la obra de Schmidl y sienta una posición distinta es Ricardo Rojas en su Historia de la Literatura Argentina. En el tercer volumen, publicado en 1917, acepta la obra de Schmidl como parte de la literatura argentina. El crítico realiza una breve descripción de su contenido y luego se refiere a la traducción de Lafone Quevedo. Rojas dice que esta “aunque mala, es por hoy la mejor que tenemos las gentes de habla castellana” (115). Destaca, entre otras cosas, el aporte de Mitre, que amplía la biografía y la bibliografía conocida hasta el momento, las láminas que agrega de la edición de Hulsius y su apéndice documental; y también las notas realizadas por Lafone Quevedo para confirmar su valor histórico.

Rojas advierte que Schmidl “se equivoca a veces, como todos los historiadores, incluso aquellos que no han perdonado sus yerros” (115). Al referirse al valor que la historiografía le ha dado al soldado alemán, señala que “Hulsio, Azara, Barcia, Ángelis, Mitre y Burmeister, han elogiado a Schmidel como historiador: algunos hasta ponderan su exactitud” (115). Esta actitud le resulta comprensible cuando aún se carecía de fuentes para entender y rearmar la historia del Río de la Plata. Sin embargo, para el momento en que Rojas publica su obra, “la remoción de los archivos hispanoamericanos han demostrado la frecuencia con que se equivoca en nombres, fechas, cifras y lugares” (115). Sin embargo, esto no quiere decir que Rojas tome partido por aquellos detractores de la obra de Schmidl. El crítico asegura que “exageran tanto y se equivocan los de la extrema izquierda, como el señor Groussac, que innecesariamente lo desprecia y zahiere (aunque se ve que lo utiliza), y los de extrema derecha, como Lafone, que le confiere autoridad excesiva” (116). Como epílogo para la disputa, sostiene que “a pesar de sus errores externos, nadie negará su constante verdad de fondo, la que viénele de la realidad misma que el hombre ingenuo presenció. Se ve que yerra, pero no miente nunca” (118).

Lo innovador del escrito de Rojas aparece cuando define su postura sobre los dichos de Schmidl referidos a Cabeza de Vaca. Tras exponer la opinión negativa del soldado alemán sobre el adelantado, sostiene: “puede este juicio ser históricamente falso (y yo lo creo así), pero yo no juzgo al historiador, sino al escritor y hombre de partido” (120). De esta manera, Rojas se aleja del debate sobre si Schmidl transmite datos certeros o si yerra, ya sea por su mente senil o por verdadera intención. Nace entonces una nueva vertiente posible para el análisis de su obra: el texto será incluido dentro de la historia literaria, suceso que abre caminos inexplorados para su lectura, pues habilita el ménage à trois -según Ginzburg (1999)- entre los estudios históricos, etnográficos y literarios. De esta forma, los contextos se amplifican y permitirán analizar la obra de Schmidl desde nuevas perspectivas, pues ya no existe un contexto determinado para su estudio.

Conclusiones

La obra de Ulrico Schmidl, desde la mención de Azara sobre su imparcialidad e importancia, sufrió a lo largo del siglo XIX y principios del XX múltiples consideraciones, según las distintas variables destacadas por sus comentaristas. A saber, por lo que ya se ha destacado, podemos establecer que funcionaron como criterios de valoración históricos de Schmidl el tiempo transcurrido entre sus vivencias y la escritura, los flagelos del tiempo sobre su memoria, su ignorancia acerca de la escritura del español, su condición de soldado, sus motivaciones y parcialidades tanto políticas como religiosas, la concordancia entre sus palabras y otros documentos de la época, y la calidad de sus ediciones, traducciones y manuscritos. Ahora bien, también podemos aseverar que, a pesar de sus defensores y detractores, la obra de Schmidl, a partir del análisis de Rojas, queda definida para ser estudiada a partir de un amplio abanico de disciplinas, desde la Historia hasta la Literatura.

La publicación de la traducción al español del manuscrito de Stuttgart, realizada por Edmundo Wernicke en 1938, arribó a la escena intelectual con un trasfondo importante de críticas sobre el lansquenete alemán. En 1940, Rómulo Carbia, en su Historia de la historiografía argentina, dirá que “el mayor aporte para el conocimiento del libro del soldado alemán […] lo ha hecho el erudito Edmundo Wernicke, quien […] nos va a permitir juzgar la narración del aventurero con arreglo a una realidad que desconocíamos” (3). Sería meritorio de un próximo trabajo poder determinar qué debates pudo resolver su aparición y qué representaciones de la figura de Schmidl continuaron vigentes, tanto para revindicar su obra como también para desestimarla. Queda entonces como investigación futura analizar las consecuencias generadas por la obra de Rojas en el mapa intelectual argentino, y también determinar la influencia de la tradición crítica en la configuración de Schmidl desde la publicación de Wernicke en adelante.

Notas

*Valentín Héctor Vergara es profesor de Enseñanza Media, Normal y Superior en Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente, cursa el Doctorado en esa misma institución con el proyecto de investigación sobre literatura colonial titulado “El tópico de la guerra en la obra de Ruy Díaz de Guzmán: modelos centrales, reconfiguraciones americanas”, dirigido por la Dra. Silvia Tieffemberg (UBA/CONICET). También es adscripto en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires (ILH/UBA) con el proyecto “Lecturas de textos rioplatenses coloniales en el siglo XIX”, dirigido por Inés de Mendonça (UBA). Ha presentado numerosos trabajos sobre literatura colonial en congresos y jornadas nacionales e internacionales.

Bibliografía

Carbia, Rómulo (1940). Historia crítica de la historiografía argentina. Buenos Aires: Coni. [ Links ]

De Ángelis, Pedro (1836). Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata. III. Buenos Aires: Imprenta del Estado. [ Links ]

Domínguez, Luis (1861). Historia Argentina. Buenos Aires: Imprenta del Orden. [ Links ]

Domínguez, Luis (1891). “Introduction”. EnThe Conquest of the River Plate (1535-1555). Londres: HakluytSociety. XIII-XXXIX. [ Links ]

Domínguez, Manuel (1900). “Schmidl. Estudio crítico sobre la Historia y Descripción del Río de la Plata”. RevistadelInstitutoParaguayo, 27, II. 3-16. [ Links ]

Ginzburg, Carlo (1999). “Alien Voices. The Dialogic Element in Early Modern Jesuit Historiography”. EnHistory, Rhetoric, Proof. Hanover: University Press of New England. 71-91. [ Links ]

Groussac, Paul (1912). Anales de la Biblioteca. VIII. Buenos Aires: Coni. [ Links ]

Groussac, Paul (1914). Anales de la Biblioteca. IX. Buenos Aires: Coni. [ Links ]

Gutiérrez, Juan María (1873). “Nuestro primer historiador. UldericoSchmidel: su obra, su persona y su biografía”. Revista del Río de la Plata, 21. 3-72. [ Links ]

Lafone Quevedo, Samuel (1903). “Prólogo del traductor”. Viaje al Río de la Plata. Buenos Aires: Cabaut. 39-134. [ Links ]

Langmantel, Valentín (1993). “La vida de Ulrich Schmidel”. En Crónica del viaje a las regiones del Plata, Paraguay y Brasil. Buenos Aires: De la veleta. LVII-LXXV. [ Links ]

Madero, Eduardo (1892). Historia del puerto de Buenos Aires. Buenos Aires: Imprenta de La Nación. [ Links ]

Mitre, Bartolomé (1891). “Ulrich Schmidel: primer historiador del Río de la Plata”. En Anales del Museo de La Plata. I. La Plata: Taller de Publicaciones del Museo. 3-17. [ Links ]

Mondschein, Johannes (1993a). “Schmidel y su relato de viaje”. En Crónica del viaje a las regiones del Plata, Paraguay y Brasil. Buenos Aires: De la veleta. XIII-LV. [ Links ]

Mondschein, Johannes (1993b). “El viaje de Ulrich Schmidel a Sudamérica”. En Crónica del viaje a las regiones del Plata, Paraguay y Brasil. Buenos Aires: De la veleta. LXXVII-LXXVIII. [ Links ]

Obermeier, Franz (2005). “Die Geschichte Der Ulrich Schmidel Forschung”. En Jahresbericht des Historischen Vereins für Straubing und Umgebung. Straubing: Historischer Verein. 129-165. [ Links ]

Pelliza, Mariano (1881). “Introducción”. En Crónica del viaje a las regiones del Plata, Paraguay y Brasil. Buenos Aires: Imprenta de Mayo. 3-16. [ Links ]

Rojas, Ricardo (1960). Historia de la Literatura Argentina. III. Buenos Aires: Kraft. [ Links ]

Wernicke, Eduardo (1931). “¿Cómo debemos nombrar al primer historiógrafo del Río de la Plata?”. La Prensa, 25 de mayo. III. [ Links ]

1 El presente trabajo se basa en el artículo de Edmundo Wernicke (1931) para escribir el apellido del soldado alemán. Sin embargo, en las citas se reproducirá tal como fue escrito por sus autores.

2Domínguezsostiene que “The work of Schmidt, which in nearly all its details is in manifest contradiction to that of AlvarNuñez, was published twelve years after theCommentaries, and was apparently written expressly to refute them, taking up the defence of Domingo de Irala” (1891: XXXIV).

3Domínguez dice: “in my notes and observations the reader will see if I have good reason for differing from Azara, whose merits I recognise, as I also know his grave faults” (1891: XXXV).

4En su artículo de 1931, Wernicke refutará esta afirmación.

5Sin embargo, en nota al pie, Domínguez aclara que, luego de haber leído el trabajo de Mitre sobre Schmidl, en donde aparece su firma, desestima su sospecha (1900: 4).

6La traducción es propia.

Recibido: 10 de Diciembre de 2019; Aprobado: 14 de Marzo de 2020

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons