El olvido es un mal argentino. Tal vez sea otra de las tantas formas de morir. Una marca que se lleva impresa a lo largo de este enorme cuento que es la historia. Y ese olvido a veces resulta fatal, hasta canalla.
Walter Marini (2005)
Olvidar a muchos de sus mejores escritores es una costumbre nacional. Pienso en Benito Lynch y “El inglés de los güesos”, en Alfredo Varela y “El río oscuro”, en Alberto Vanasco y “Sin embargo Juan vivía”, en Juan José Manauta y “Las tierras blancas”; pienso en los cuentos de Enrique Wernicke, de Humberto Costantini y de Daniel Moyano. El 2 de febrero de 2002, hace ahora diecinueve años, moría en un geriátrico de Chile, otro de nuestros grandes olvidados. Estoy hablando de Bernardo Kordon y quiero hablar del olvido que también padeció en vida.
Vicente Battista (2021)
Un autor popular
El escritor y periodista Bernardo Kordon(1915-2002) ha manifestado una actitud más bien indiferente hacia el ámbito académico durante su vida, ya que no se caracterizaba por exhibirse demasiado ni polemizar sobre ciertos temas. La “imagen de hombre simple, viajero empedernido y menos preocupado por la fama que por conservar su independencia”, en palabras de Florencia Abbate (2004: 584), fue la que lo definió en el campo intelectual (Bourdieu 2003), siendo coherente con el perfil delineado en las breves y sencillas respuestas que brindó en la entrevista publicada por el Centro Editor de América Latina. Esta editorial lo incluyó en la colección Capítulo. Historia de la literatura argentina, en la versión de 1982.1 La publicación se caracterizaba por la masividad en la tirada, el precio económico y la forma híbrida que conjugaba un libro más un fascículo. Los ejemplares aparecían semanalmente en los kioskos, con lo cual eran accesibles a todas las clases sociales.2 Por un lado, Eduardo Romano lo menciona y cita opiniones de críticos cercanos a Kordon (Sebreli, Larra y Rivera) en el volumen titulado “El cuento. 1930-1959”, acompañado por el libro El misterioso cocinero volador y otros relatos (1982), cuya introducción está a cargo de Jorge B. Rivera. Además, como dijimos, en el tomo de las encuestas a los escritores, realizadas por Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, Kordon se “presenta” a los lectores a través de nueve preguntas que contesta de manera detallada a veces, y exigua, otras.3 Aquí, comenta algunas anécdotas de su juventud y habla sobre sus influencias literarias, la recepción de la crítica, las cualidades de un escritor (resalta la autenticidad, que falta entre los autores, según él) y sus modos de sustento. Respecto de este punto, afirma que no vive “de la literatura” como le ha pasado a escritores más exitosos (Ernesto Sábato o Jorge Luis Borges; si bien aclara que incluso este último, por ejemplo, tuvo que trabajar en diferentes oficios para sustentarse). En su caso -agrega- prefiere no declarar las profesiones que ejerció (Altamirano y Sarlo 1982: 244). El hecho de no solventarse exclusivamente con la literatura permitía, en este intelectual, un mayor acercamiento entre el artista y los personajes de sus textos para, en última instancia, posicionarse críticamente y concientizar sobre el orden social (Cambiasso y otros 2007: s/p). En la entrevista, afirma que en su entorno familiar no había oposición, pero tampoco un apoyo exacerbado a su vocación de escritor, que consistía, para él, en una actividad “rigurosamente personal” alentada por una serie de colegas y amigos: Elías Castelnuovo, Álvaro Yunque, José María Monner Sans, Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda.
El circuito editorial de los textos kordonianos
Si nos retrotraemos a la década del 30, recordemos que se estableció y cobró auge uno de los grupos intelectuales más influyentes y excluyentes de nuestro país: en el verano de 1931, Victoria Ocampo lanzó la revista Sur y dos años después, la editorial homónima publicó su primer título. Los integrantes eran amigos de la directora y extranjeros residentes en el país, entre los que se encontraban Guillermo de Torre, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Ramón de la Serna, Julio Irazusta, Pedro Henríquez Ureña, Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada, por citar algunos. Sur configuraba una posición política, por ejemplo, en el debate sobre “lo nacional” y “el ensayo del ser nacional”, y en materia cultural importaba textos extranjeros de diferentes géneros y los traducía para llenar los “vacíos” de la cultura argentina, ya que rechazaba las expresiones artísticas populares (Delgado y Espósito 2014: 89-91). Sin embargo, en los años sesenta, había un grupo de escritores “injustamente olvidados” que no integraban ni se relacionaban con el círculo elitista de Sur. Tales autores, por el contrario, se acercaban más al legado de Boedo y contaban con una abundante producción en aquella época; algunos provenían del interior y reavivaban la tradición del regionalismo, mientras que otros adscribían al realismo urbano heredado de Roberto Arlt. Bernardo Kordon era uno de estos escritores “postergados” junto con Arturo Cerretani, Bernardo Verbitsky, Ernesto Castro, Enrique Wernicke, Guillermo House, Fausto Burgos, Mateo Booz y Luis Gudiño Kramer (De Diego 2014: 118-119).
En esa línea, para publicar muchos de sus libros -difíciles de conseguir en la actualidad, ya que esas empresas desaparecieron-, Kordon eligió editoriales pequeñas que tuvieron una etapa de esplendor, algunas de ellas cercanas a la izquierda: Ediciones A.J.E., A.I.A.P.E., Problemas, Abril, Cronos, Del Pórtico, Treinta días, Palestra, Leonardo Buschi y Jorge Álvarez.4Respecto de esta última, Jorge Lafforgue -amigo entrañable que le abrió las puertas a nuevas editoriales y colaborador en Capricornio-recuerda con emoción, pues varios de sus encuentros iniciales se dieron allí:5
Pasaron unos dos o tres años desde aquel primer encuentro hasta que se produjeran el segundo, el tercero y otros muchos. Éstos ocurrieron en los pasillos del estrecho salón de Talcahuano 485, donde el librero Jorge Álvarez había instalado su editorial. Junto a los títulos de David Viñas, Puig, Piglia, Germán García, Aníbal Ford, Germán Rozenmacher, Walsh y Quino, entre otros que publicó Álvarez, figuraban cuatro de Bernardo Kordon: Reina del Plata (1966), Domingo en el río (1967), Hacele bien a la gente (1968) y China o la revolución para siempre (1969) (originariamente, el primero se había publicado en 1946 y el segundo, en 1960); también uno en colaboración sobre El tango (1967) (Gasillón 2016: 256-257).
En julio de 1953, Kordon fundó la revista cultural Capricornio -Literatura, Arte y Actualidades-.6 La publicación era cercana al Partido Comunista, si bien abrigaba diferentes tendencias y autores en sus páginas: hombres de izquierda (Raúl Larra o Gregorio Selser), pero también nacionalistas (Fermín Chaves o Eduardo Azcuy) (Romano 2006: 8).7 Se difundió en dos épocas distintas, aunque siempre dirigida por el propio Kordon y, en la segunda etapa, Lafforgue fue incorporado como secretario de redacción:
En líneas generales la división del trabajo consistía en que mientras él se encargaba de la distribución y del aspecto económico, yo me ocupaba de las tareas técnicas (diseño, armado y corrección); pero primero ambos nos reuníamos ante unos suculentos desayunos para definir los contenidos: Kordon era quien aportaba las contribuciones sobre la cultura china, desde cuentos y poesías de su milenaria tradición hasta los testimonios de visitantes argentinos recientes como Carlos Astrada, Juan José Sebreli, Gregorio Bermann o él mismo; por mi parte, introduje algunas miradas latinoamericanas, como un ensayo de Josué de Castro o mi crítica a La ciudad y los perros, la primera novela de Mario Vargas Llosa que acababa de aparecer (Gasillón 2016: 258).
El contenido de Capricornio -Literatura, Arte y Actualidades- iba desde ensayos, debates, filosofía o política hasta manifestaciones artísticas como poemas, narrativa, cine y teatro. No tenía una postura nacionalista, sino más bien publicaba contenido relacionado con una perspectiva internacional. En su segunda aparición, se hizo eco de la posición de Jean-Paul Sartre respecto del realismo (Sobre el realismo) y los autores y los temas relacionados con la Revolución China adquirieron relevancia, lo cual se ejemplificaba -por mencionar un caso- con la publicación y el análisis de la conversación entre Carlos Astrada y Mao Tse-Tung en 1960. El cierre definitivo fue forzoso ya que, a comienzos de 1966, Kordon y Lafforgue querían continuar la revista, pero en palabras de este último: “los crecientes costos pusieron fin a nuestros propósitos, tan endebles (económicamente) como ambiciosos (ideológicamente)” (Gasillón 2016: 258).
Una narrativa dedicada a la ciudad arrabalera
Desde sus comienzos en la escritura ficcional, Kordon manifiesta la preocupación por acercarse a los sectores desclasados y a aquellos que viven en la clandestinidad (prostitutas, cuenteros, linyeras, boxeadores, cabecitas negras): en sus páginas ocupan un importante papel los vivillos, chantas, buscas, como dice Saccomanno (2002: s/p). La vuelta de Rocha. Brochazos y relatos porteños (1936) fue su primer libro de cuatro relatos publicado por Ediciones A.J.E., en la editorial izquierdista Claridad. Ideado como “libro barato” según Rivera (1992), con tapa de cartón, fue publicitado en los cancioneros populares (algo poco frecuente para muchos escritores del momento), e incluía cuatro ilustraciones de Arrigo Todesca que reproducían escenas de la vida urbana moderna en los arrabales y mostraban situaciones cotidianas de personajes marginales, tal como lo hacían los relatos.
En la década siguiente, el escritor incursionó en el realismo socialista, que había sido impuesto en la Unión Soviética (Romano 2006: 3), con La isla (1940) -novela corta cuyo protagonista viaja desde el interior a la gran ciudad: tópico reiterado en otros textos- y la novela Un horizonte de cemento, publicada ese año por la A.I.A.P.E. El texto refleja, una vez más, la especial predilección de Kordon a la hora de diseñar sus personajes, ya que su protagonista, Juan Tolosa, es un linyera que narra cómo llegó a esa situación en el marco de la Década Infame y describe su itinerario errante en la urbe. Reina del Plata (1946) retoma temas de La vuelta de Rocha: constituye una novela fragmentaria que incluye una serie de relatos centrados en personajes de la periferia (Aguilera, Alberto Fiacini, Mario, Arteche), desesperanzados, pertenecientes a un grupo juvenil heterogéneo con un triste destino, en el que la industria cinematográfica provoca efectos alienantes.
Además de la labor periodística en Capricornio, Kordon dio a luz una intensa producción narrativa que abarca la novela De ahora en adelante (1953), el libro de cuentos Una región perdida (1953) y su nouvelle Toribio Torres, alias “Gardelito” (1956) -perteneciente al volumen Vagabundo en Tombuctú, que incluye el relato homónimo y los cuentos fantásticos “Hotel Comercio” y “Un poderoso camión de guerra” (que formó parte de la Antología del cuento extraño (1956, reeditado en 1976) de Rodolfo Walsh)-. Durante 1956, Kordon obtuvo su primer premio nacional: la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. El reconocimiento vino también de la mano generosa de su amigo Pablo Neruda, que recomendó a la editorial Losada que reeditara Vagabundo en Tombuctú y escribió un prólogo para el texto sin que se lo pidieran (Altamirano y Sarlo 1982: 243).
Por otra parte, la gran recepción de sus narraciones en los lectores de mediados del siglo veinte y los premios nacionales obtenidos favorecieron la llegada del autor a un público masivo a través del cine. Una de las primeras versiones cinematográficas conocidas y galardonadas fue Alias Gardelito (1961) de Lautaro Murúa, basada en el relato Toribio Torres, alias “Gardelito” (1956). Pero no fue la única transposición del lenguaje literario al cinematográfico, sino que aparecen varios guiones basados en los relatos kordoneanos, pese a que el autor no estaba conforme con algunas adaptaciones: El ayudante (1971), El grito de Celina (1975), Romance en la puerta oeste de la ciudad (1979, cortometraje), Tacos altos (1985) y Con la misma bronca (1987, film inconcluso).
En aquel momento de apogeo, sus textos también entraron al círculo de editoriales importantes, todavía vigentes la mayoría de ellas, que abonaron su difusión en un público más amplio, tales como Siglo Veinte,8 Centro Editor de América Latina y Losada.9Parte del reconocimiento que tuvo el autor se materializó cuando la editorial Corregidor publicó una edición con veintinueve de sus piezas narrativas más conocidas bajo el título Todos los cuentos (1975). Asimismo, sus cuentos fueron traducidos al inglés, francés, alemán, ruso y chino.
El interés por lo exótico y la “gente común”
A fines de los años cincuenta, el autor decidió conocer otra cultura, otro sistema político, muy diferentes de aquellos a los que estaba acostumbrado. En aquel momento, los intelectuales argentinos partían hacia las tierras revolucionarias por diferentes motivos pero algunos, como Kordon, viajaron puntualmente para conocer la política, la historia, la cultura y el teatro tradicional chino.10 El escritor viajó ocho veces a este país: la primera, integrando una delegación cultural argentina, en 1957, y la última, en 1983; y dejó testimonio de sus visitas en diversos textos que evidencian una mirada poética sobre los paisajes urbanos y rurales, y sus habitantes. En estos textos -600 millones y uno (1958), Reportaje a China: una visión personal del país que conmueve al mundo (1964), China o la revolución para siempre (1969), Viaje nada secreto al país de los misterios: China extraña y clara (1984)-, Kordon describe su itinerario por la República Socialista Soviética y, en extenso, por la República Popular China. Además de una observación de las características del maoísmo en aquella lejana sociedad que el viajero veía progresar y del elogio no propagandista que describía minuciosamente, por momentos, los logros del nuevo régimen, el centro más destacado de sus recorridos por las ciudades fueron sus protagonistas, que le transmitían vivencias, costumbres y formas de vida.
En su autobiografía El tiempo de una vida, Juan José Sebreli comenta que, gracias a su amistad con Kordon, se sintió atraído por el maoísmo (algo semejante ocurrió con Lafforgue, quien conoció la literatura clásica china a través de Kordon). Según él, su compatriota resultó una “figura decisiva” en la consolidación del movimiento en Argentina: en 1960, era el presidente de la Asociación de Amigos del Pueblo Chino, una organización adyacente del Partido Comunista, pero después de la ruptura entre la Unión Soviética y China (1960), quedó solo al frente de la institución. Ello provocó que los servicios de inteligencia del momento lo consideraran un agente de Mao, por ese motivo, fue sometido a cárcel y exilio durante la dictadura de Juan Carlos Onganía: período denominado “Revolución Argentina” que coincidió con el inicio de la Revolución Cultural (1966) en la república oriental, que se desarrolló hasta 1969. Más tarde, apareció el Partido Comunista Revolucionario y la Vanguardia Comunista, al tiempo que la Asociación mencionada estaba compuesta solo por Kordon y su esposa, funcionaba “en posesión de un sello de goma y un papel con membrete”, y en esa situación, Jorge Lafforgue, el propio Sebreli y alguien más se unieron al grupo. En ese contexto, los Kordon, el director de cine Fernando Birri, su esposa y Sebreli (por primera vez) realizaron el denominado “viaje de izquierda” a China, donde se les mostraban las bondades del régimen (Sebreli 2005: 233-234).
Más allá de las circunstancias políticas y los viajes al Lejano Oriente, paulatinamente Kordon iba ganando popularidad en el público argentino. Además de sus observaciones sobre la cultura, la historia y la realidad de China, el autor continuó escribiendo cuentos que formaban parte de una producción más madura, como los que integran Domingo en el río (1960) -galardonado con el Primer Premio de Narrativa otorgado por la Sociedad Argentina de Escritores-, Un día menos (1966), Vencedores y vencidos (1968) -publicada por CEAL-, Hacele bien a la gente (1968), A punto de reventar (1971) -que incluye la nouvelleKid Ñandubay, cuyo protagonista es un inmigrante judío de origen ruso-, Los navegantes (1972), Bairestop(1975), Adiós Pampa mía (1978) -novela merecedora del II Premio Literario de la Municipalidad de Buenos Aires- y Manía ambulatoria (1978). En esos relatos predominaba otra vez la soledad, la desesperanza y la fragilidad existencial de personajes (muchos de ellos marginados socialmente) en tránsito, trasladándose por ambientes urbanos cotidianos, populares:
Proletario concienzudo, viajero incansable, lo que le permitió describir con firmeza a los marginales de la gran ciudad y al otro también, “al urbano”, que se tambalea en las orillas de la provincia. A Kordon solamente le interesaba el hombre común, el antihéroe. “He conocido hombres y no héroes. No me interesan como tales. Y por eso mismo no siento la necesidad de meter héroes en mis obras”, dijo alguna vez (Marini 2005: s/p).
El ocaso de la gloria
Según Lafforgue, a partir de los ochenta, la actividad de Kordon y sus visitas a las librerías o amigos fue decreciendo paulatinamente; su estado de salud empeoraba: cada vez eran más frecuentes los trastornos motrices y el deterioro cognitivo (Gasillón 2016: 262). Sin embargo, en 1982, ya finalizando su producción, una veintena de cuentos seleccionados por él (entre los que figuraban algunos de los títulos más reconocidos: “La última huelga de basureros”, “Hacele bien a la gente”, “Adiós Pampa mía”, “El misterioso cocinero volador aparecido en el Hotel y Pensión Esquina”, “Domingo en el río” y “La desconocida”) fueron publicados en una edición de tapa dura realizada por el Círculo de Lectores bajo el título Relatos porteños; también, ese año participó con algunas colaboraciones en la revista Caras y caretas.
Historias de sobrevivientes (1983) recibió varios galardones (como el Primer Premio Municipal), mientras que, al año siguiente, obtuvo el Premio Konex Diploma al Mérito en Letras y Cuento por su primer texto publicado antes de 1950. En 1986, publicó Un taxi amarillo y negro en el Pakistán; no obstante, el autor ya empezaba a alejarse del campo literario, su enfermedad se agudizaba y su imprenta familiar de la Avenida Córdoba -principal sustento económico- tuvo que cerrar. A fines de los noventa, la esposa, Marina López Elgueta, resolvió vender el departamento en Buenos Aires para trasladarse a Santiago de Chile y ser ayudados por sus familiares. En los textos de escritores y críticos (Aguirre, Zeijer, Marini, Saccomanno, Battista, por citar algunos) dedicados a reflexionar sobre la figura del autor porteño y sus relatos, se destacan la soledad, el olvido, el silencio y el alejamiento paulatino que experimentó al final de su vida. Kordon decidió aislarse pues decía que sus libros se estaban agotando y las editoriales que lo publicaron ya no estaban o habían cambiado de dueños, se sentía extraño en esta tierra, un extranjero en su patria, que no era aquella de su juventud: “Me voy porque Buenos Aires, para mí, ya no es más aquella tierra prometida. Me voy, la verdad, escapando a la mishiadura” (Marini 2005: s/p).
En 1998, el matrimonio se radicó en Santiago de Chile pero, al poco tiempo, falleció Marina; entonces sus parientes internaron a Kordon en el hogar geriátrico “Amapolas” de la capital debido a que su salud era muy frágil pues padecía el mal de Alzheimer. Allí falleció, a los 87 años, sin hijos, el 2 de febrero de 2002.
Reflexiones finales: puesta en valor de la obra kordoneana
Kordon instaló su figura de escritor en un lugar fronterizo dentro del campo intelectual argentino. La marginalidad -aspecto característico de los personajes en sus relatos- en este caso plantea matices: tuvo un momento de gran popularidad y reconocimiento a mediados del siglo pasado, fue un escritor premiado y muy leído, han hablado de él importantes críticos, pero aun así nunca ocupó un lugar en la Academia ni el ambiente universitario. Sus intereses iban hacia otros horizontes, no a causa de una impostura que “simulaba” el aislamiento, ni por una rebeldía intransigente que se oponía al poder y a la élite intelectual. Hombre de izquierda, que simpatizaba con el comunismo y, luego, con el maoísmo derivado de él, siguió el camino de su deseo y viajó muchas veces para tomar contacto con aquella lejana China en la que nació ese sistema socialista que admiraba:
Le gustaba andar de contramano: era un hombre de la izquierda argentina que, rara avis, había sabido comprender al peronismo desde sus orígenes. Miraba con gesto crítico al comunismo soviético, pero apoyaba con entusiasmo el modelo chino. Uno de sus orgullos era haber charlado cara a cara con Mao. No fue funcionario de ningún gobierno y nunca se lo vio deambulando por la cancillería en busca de invitaciones a congresos o eventos parecidos que le ayudaran a conocer el mundo. Prefirió arreglarse por su cuenta y con ese mismo espíritu nómada que supo impregnarles a sus personajes anduvo por casi todos los rincones de la tierra (Battista 2021: s/p).
Tal vez por las ideas en las que creía, por su enfermedad progresiva, por el avance de su edad, por el abandono de la ciudad de Buenos Aires como su residencia, los últimos años de su vida estuvieron marcados por una mala situación económica sumada a la indiferencia de los lectores, sus pares, las editoriales y la crítica:
Ninguneo, desidia, olvido. Es penosa la suerte de algunos grandes escritores nacionales. Aquellos que no terminan con un desenlace épico como Oesterheld o Walsh, terminan ignorados y abandonados a la pobreza y la marginación. Wernicke es una prueba. Kordon, fallecido hace unos días, otro. Cuando hace unos días murió Kordon, muchos se extrañaron pensando que había muerto hace tiempo (Saccomanno 2002: s/p).
En los pocos trabajos y notas que se encuentran al momento de su fallecimiento y en años posteriores, la presencia de la palabra “olvido” es recurrente. El título del artículo de Eduardo Romano -“No se olviden de Bernardo (Kordon)”- es muy significativo, ya que reclama con dolor que no se desestime a un escritor-cronista que dejó relatos que dieron testimonio de la sociedad argentina, y también más allá de sus fronteras, en China o Rusia, al calor de las revoluciones:
No casualmente el título coincide con un eslogan muy divulgado y que intenta conservar la memoria acerca de un hecho y de una víctima. ¿No lo son también aquellos escritores a los que una mezquina política de mercado condena poco menos que al olvido, luego de que durante décadas animaran el proceso literario nacional y obtuvieran reconocimientos de diverso carácter por su producción? No me cabe duda de que Bernardo Kordon (1915-2002) fue uno de esos animadores de la narrativa nacional, al que es indispensable volver […] (Romano 2006: 1).
Estas palabras extraídas del resumen del artículo (dedicado a Jorge B. Rivera, que fue uno de los principales críticos literarios de la narrativa escrita por Kordon) precisamente apelan a rescatar la figura de un intelectual que poco se recordó en los medios de comunicación argentinos en el momento de su muerte: los diarios La Nación y Clarín publicaron una breve semblanza (en este último, con un mayor reconocimiento y desarrollo de su producción narrativa), y se publicaron artículos sobre diferentes aspectos del escritor en el suplemento Radar Libros de Página/12, que reaccionan al “olvido” que padeció en Argentina.
Al respecto, Walter Marini cuenta (¿inventa?) una anécdota de un lector cualquiera (tal vez, él mismo) que en 1998 quiere comprar libros de Kordon:
Se acerca a la mesa de ventas y le pregunta al vendedor: “¿tiene algún otro libro de Kordon?”. La respuesta fue lapidaria: “No, es el último ejemplar que queda. Es muy raro que alguien venga a buscar esto. Kordon era un sesentista, ya no se lee más, además creo que ya falleció”. El lector se va y vuelven las mismas imágenes de los días pasados, recorre el libro, una ciudad mágica, una Buenos Aires que ya no es, lo vuelve a emocionar la simpleza en la forma de narrar. Pasó el tiempo, unos cuatro años, hasta que una tarde -no cualquiera-, el lector recibe un llamado telefónico. Un amigo, a quien tiempo atrás le había confesado su admiración por el narrador del que poco sabía, le dio la noticia, que después confirmaría la fría letra de un diario de tirada nacional, anunciando el fallecimiento del escritor. Un escalofrío recorrió su cuerpo; con cierta vacilación se dejó caer en la silla. Miró los alrededores de la biblioteca, tratando de encontrar esos libros. No se animó... y se quedó pensando: ¿Murió? ¿Pero no había muerto ya? (2005: s/p).
En esta breve anécdota ficticia, Marini logra graficar la desaparición progresiva del autor y de sus textos en el circuito comercial, la “muerte en vida” de su figura, y la dificultad a la hora de comprar alguno de sus relatos, que ya parecen incunables.
En la misma línea, su amigo Lafforgue señala que“Este escritor […] nunca formó parte de capillas o núcleos concentrados y […] supo alentar a los jóvenes escritores que se le acercaban” (Gasillón 2016: 265), además de haber gozado de mucha popularidad en los lectores, pero a partir de la década de los noventa, sus relatos no fueron reeditados ni se habló de él en el ámbito académico. Se convirtió en un escritor “abandonado”, incluso mucho antes de su muerte. Prueba de ello es que recién hasta los primeros años de este siglo, no se conocieran nuevas ediciones de sus textos ni análisis críticos sobre ellos. Lentamente, con un renovado interés, editoriales como Mil Botellas vuelven a instalar en las librerías los relatos Toribio Torres, alias “Gardelito”. Kid Ñandubay (2009), protagonizados por dos fracasados “memorables” de su narrativa, y Blatt& Ríos, Un poderoso camión de guerra (2015), una selección de los treinta cuentos más conocidos de Kordon. Al mismo tiempo, la atracción hacia su producción va cobrando fuerza, por ejemplo, en algunos críticos nacionales (Florencia Abbate, Jorge Consiglio, Guillermo Korn, Ariel Bermani, Matías Raia, entre otros) que siguen apostando a rescatar el valor de la producción de este autor tan prolífico y atractivo.