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Revista de historia americana y argentina

versión impresa ISSN 2314-1549versión On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.57 no.2 Mendoza dic. 2022  Epub 03-Dic-2022

 

Crítica bibliográfica

Lichtmajer, Juan Pablo (2021). Alberdi: La noble igualdad. Buenos Aires: Sudamericana

Francisco Emmanuel Montivero1 

1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Universidad Nacional de Tucumán. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Históricas “Ramón L. Pinto”. Universidad San Pablo. Tucumán, Argentina. emmanuelm@conicet.gov.ar

Lichtmajer, Juan Pablo. 2021. Alberdi: La noble igualdad. Buenos Aires: Sudamericana, 237 p.p. ISBN: 978-950-07-6618-0.

En las últimas décadas los giros teóricos en la historiografía han enriquecido los estudios históricos. En la historia intelectual, el giro lingüístico aportó categorías de análisis, métodos y técnicas que permitieron dinamizar el campo y redefinir ciertas nociones fundamentales (Di Pasquale, 2011). El libro de Juan Pablo Lichtmajer puede inscribirse como una de estas iniciativas ya que revisita la producción intelectual de Juan Bautista Alberdi desde las confrontaciones que asume contra el liberalismo porteño y el caudillismo rosista, en una exploración aleatoria de aquel federalismo centralizante pero también visibiliza las operaciones retóricas en torno a la obra alberdiana. El libro, en cuatro capítulos y un epílogo, recorre los temas propuestos de forma aleatoria, es decir, no circunscrita rígidamente a la temporalidad evenemencial sino que se sostiene en la retroactividad y la recursividad.

El capítulo 1 presenta inicialmente el interrogante sobre el proceso de formación nacional “como principio de unidad” y despliega un argumento de carácter económico en el cual las reformas borbónicas tendieron a estimular la expansión de las economías coloniales a través de una sutil liberalización del comercio con otras naciones y la modernización administrativa. El desarrollo del texto no subordina la cuestión ideológica -plausible de ser tamizada a partir de la dinámica de viajes, exilios, circulación y apropiación de discursos ideológicos- a la cuestión económica, sino que las entrelaza. En tal sentido, el zurcido de la generación revolucionaria de las primeras décadas del siglo XIX resultó de una combinación específica entre la formación originaria de élites locales y el discurso contractualista que fue capaz de nominar a la plenitud ausente: la galvanización de conceptos que articularon el discurso revolucionario tales como soberanía, populus y autodeterminación. Por ello, Lichtmajer indica que el populus precede a la nación y al Estado, siendo éstos dos operaciones políticas en el orden de un discurso: la Nación se erige como el acto enunciativo de definición del nosotros y establecimiento de la alteridad; el Estado como la condensación institucional de este discurso.

Este diagnóstico culmina con la aparición de Alberdi en el texto, un Alberdi en edad escolar, “hijo” de la Revolución de Mayo. El autor retoma una idea elaborada por José Carlos Chiaramonte para comprender las tensiones entre las regiones geográficas, sus provincias y la organización federal o confederal de aquellos Estados que, de hecho, se asumieron como soberanos. En este contexto, para Lichtmajer, se solapan dos procesos: por un lado, la “feliz experiencia” de Buenos Aires que significó una instancia de modernización socio-cultural, política y administrativa al compás de una cualificación de sus élites económicas; el otro, la producción de liderazgos provinciales que desplegaron acciones políticas y militares con el propósito de establecer una Constitución que reconozca la preexistencia de las provincias. Lichtmajer señala que hacia 1829, año de asunción de Juan Manuel de Rosas al gobierno de la provincia de Buenos Aires, la estrategia de nacionalización de la corriente unitaria había perimido en pos de una concordancia con la praxis rosista de “solidificar el dominio del puerto en la estructura política del país” (p. 64)

El texto incursiona sobre los modos de pensar y enunciar la Nación y con ello, realiza una postulación sugerente: “La nación fue la forma en el que el romanticismo político pensó la unidad nacional” (p. 65). La sensibilidad romántica en las latitudes rioplatenses convirtió en su obsesión teórica la posibilidad de “unir lo universal -el concierto de naciones civilizadas- con el particularismo de cada nacionalidad -su genio, su idiosincrasia única, su irrepetibilidad” (p. 67) y sobre este telos depositó sus expectativas en el horizonte político y cultural de una civilización imaginada. Es posible retomar a Koselleck en su planteo sobre la generación, no sólo como camada que comparte tiempo biológico, sino social y con significaciones compartidas entre sí. En ese sentido, Lichtmajer señala que la influencia sansimoniana en un sector del romanticismo movilizó identificaciones con el gobierno de Juan Manuel de Rosas y con ello, una interpretación sobre el espíritu que habita la identidad nacional y en consecuencia, puede acelerar u obturar la obra civilizatoria. Con este acontecimiento, se produce la dislocación del campo romántico nacional entre quienes entendieron al rosismo como una vía de reforma social y aquellos que encontraron la continuidad histórica de la barbarie, derrotada en 1835. Alberdi se ubicó en la primera de estas posiciones, señalando que en la estrategia de Rosas existían condiciones de posibilidad para nacionalizar la política. El desplazamiento teórico de Alberdi lo enfrentó a sus coetáneos y las décadas posteriores transcurren entre el abandono de una reflexión en situación de guerra civil para instalarse en la emergencia de los conceptos político-jurídicos modernos que dotaron de institucionalidad a la Nación en ciernes.

El capítulo 2 del libro retoma la discusión acerca del romanticismo para entenderlo como el modo aleatorio de recepción, apropiación y postulación de una idea moderna en torno a la libertad; sin embargo, contempla que en la narrativa hegemónica la presentación de dos fuerzas, de forma binaria (el rosismo y el romanticismo político) obturan los matices y consonancias que existen dentro de este par. La inclusión de una perspectiva laclausiana entiende a la emergencia del rosismo y del romanticismo como par excellence de la definición por el sujeto y la sociedad nacional, de la colisión “anárquica” de los años ‘20 y sobre la cual se construye el binarismo civilización y barbarie. Por ello, el autor sostiene que “llevaron vidas simultáneas” (p. 83) y Alberdi expresa el matiz heterodoxo, nacional, popular. Lichtmajer señala que en Fragmentos de un discurso nacional, existe un itinerario de la teoría jurídica que, sin excluir el telos civilizatorio que persigue un texto constitucional, reconoce la legitimidad del poder rosista. En tal sentido, Alberdi asume una posición privilegiada como intérprete de una formación discursiva que nomina a la Nación como su propósito ulterior y al federalismo como la instancia de “establecimiento de un nuevo vínculo equivalencial entre ellas” (Laclau, 2005, p. 113). Para Lichtmajer, la reflexión alberdiana equilibra los sentidos en torno a civilización y barbarie, orden y anarquía, legalidad y legitimidad; y la Constitución nomina aquella “plenitud ausente” emergente.

A partir de aquí, se presenta el conflicto del campo intelectual sobre todo con la reacción de Esteban Echeverría a la política rosista y la apuesta por su integración en el proyecto confederal. La primacía del contenido óntico de la prédica antirrosista sobre la producción discursiva de una Nación unificada desplazó a Alberdi y la Generación del ‘37 al exilio, desde donde vertieron sus agudas críticas. En este escenario, hace su aparición en el texto una figura trascendental para la segunda mitad del siglo XIX: Bartolomé Mitre, y en el libro, su intervención disloca el consenso pacificista hasta entonces construido y el horizonte político del imperio constitucional aparece subordinado a la lucha por imponer una civilización en singular a la ignorancia, el primitivismo y el atraso que representaron las montoneras, los caudillos y las provincias. La apuesta del autor a argüir una duografía entre Alberdi y Mitre es explorar las dimensiones constitutivas de las dos Argentinas. Por un lado, Alberdi que concebía a Rosas como una condición de posibilidad para el ordenamiento constitucional, de coadyuvar la legitimidad de la representación a la legalidad de la razón y, fiel a la influencia sansimoniana del romanticismo argentino, desplegar la transición del gobierno de los hombres a la administración de las cosas (p. 126). Por otro lado, Mitre, quien inauguró una escisión radical del pensamiento liberal argentino.

El capítulo 3 inicia con la fractura de la Confederación y con ello, la asunción de posiciones singulares dentro de las formaciones discursivas que albergaban proyectos políticos diferentes: Mitre ensayó la narrativa que dotó de sentido al proceso de organización nacional, mientras que Alberdi se erigió como el intelectual orgánico de la Confederación, encabezada por Justo J. de Urquiza. A esta altura del texto, Lichtmajer enuncia el giro económico de Alberdi y lo comprende como la instancia de diseño “de la red institucional de mediante la elaboración de instrumentos político-técnicos” (p. 149) pero también puede inscribirse en la concepción gramsciana de intelectual orgánico, en tanto, aparece como fermento en una dimensión cultural del tránsito de formas del pensamiento abstracto a expresiones de la vida colectiva (Gramsci, 1986: 359). Esto se materializa en dos instancias: primero, la presentación de las bases de Las Bases en el periódico El Mercurio como esbozo de una arquitectura posible que garantice el equilibrio de poder entre Buenos Aires y la Confederación; luego, la incorporación del nuevo gobierno federal de aquellas postergadas demandas de las provincias, condensadas en el Acuerdo de San Nicolás de 1853, que desencadenaron la reacción secesionista de Buenos Aires, encabezada por Mitre.

El texto despliega un análisis de las Cartas Quillotanas como un momento de disputa en un terreno ideológico contra el liberalismo porteño. La operación en el discurso, señalada por Lichtmajer establece una contigüidad de intereses entre la “tiranía rosista” y el centralismo porteño en detrimento de un federalismo de “verdades prácticas” y el imperio de la Constitución, asume con el giro económico la condición posible para el ejercicio de la libertad y el establecimiento de una república. Luego, expresa una crítica al discurso militarista y por consiguiente, al republicanismo estrecho defendido por Mitre y el Partido de la Libertad, en tanto, plantea que la prensa de la guerra y la glorificación de la obra militar expresan la imposibilidad del liberalismo porteño en imaginar una comunidad nacional integrada y en paz. El capítulo concluye con lo que el autor entiende como una guerra anunciada, entre la precaria Confederación -a pesar de las iniciativas de Alberdi canciller en cosechar apoyos internacionales- y una fortalecida Buenos Aires que, en la Batalla de Cepeda terminaría de sellar un “nuevo mosaico político en la República Argentina” (p., 161)

El último capítulo profundiza sobre el “giro económico” en el pensamiento de Juan B. Alberdi, que contempla dos operaciones. En un primer momento, al revisar el pasado, Lichtmajer detecta una impugnación -desde la dimensión económica- a la Revolución de Mayo. A decir del propio Alberdi, al hacerse contra las provincias, se conecta y construye su cadena de equivalencias con otras dos experiencias históricas de igual carácter: el rosismo y el liberalismo porteño. La segunda operación despliega la sensibilidad romántica: la Nación es más que una amalgama de intereses económicos, está subordinada a una historia y una causa común. Por ello, el propósito de Alberdi es galvanizar al federalismo derrotado, o en vísperas de su derrota, en un discurso que contemple el reverso de una política de guerras, entablada por Mitre. Para finalizar, el autor retoma el debate entre Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López con el propósito de dar cuenta de la subordinación del giro económico de Alberdi en pos de una sutura del discurso que articuló el orden conservador. La operación metonímica sobre el federalismo lo implica al caudillismo y lo reduce a pura negatividad que el autor entiende como instancia constitutiva de la historia oficial.

El libro cuenta con un epílogo denominado “Final abierto”, en el que Lichtmajer presenta sus cavilaciones sobre el texto. Señala que no pretende asumir posiciones binarias o maniqueístas ni desplegar un ejercicio contrafáctico acerca de las problemáticas del presente, sino apoyarse en la amplitud de la historia pública e involucrar a quien lee con el relato histórico que propone. El texto resulta sugerente ya que se instala en un registro ¿poco observado? del análisis político del discurso y cómo el autor entiende la dirección del signo. Asume que en la posición intelectual de Alberdi hay una posibilidad para torcer el sentido sobre la obra del intelectual tucumano y entiende que este movimiento oscilatorio es posible sólo a partir de un itinerario “novedoso” en el discurso político. Su apuesta radica en postular una equivalencia radical: “La noble igualdad, según la entiendo, es condición y correlato de la libertad política” (p. 226)

Bibliografía

Di Pasquale, M. (2011). De la historia de las ideas a la nueva historia intelectual: Retrospectivas y perspectivas. Un mapeo de la cuestión. Revista UNIVERSUM, 1(26), 79-92. https://scielo.conicyt.cl/pdf/universum/v26n1/art_05.pdfLinks ]

Gramsci, A. (1986). Cuadernos de la cárcel, Tomo 4. Ediciones Era. [ Links ]

Laclau, E. (2005) La razón populista. Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

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