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Revista de historia americana y argentina

versión impresa ISSN 2314-1549versión On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.59 no.1 Mendoza  2024  Epub 16-Mayo-2024

http://dx.doi.org/10.48162/rev.44.056 

Artículos libres de historia americana y argentina

De la sociología de cátedra a la sociología científica. Protagonistas y tradiciones intelectuales de la transición en la Universidad Nacional de Cuyo (1939-1968)

From Academic Sociology to Scientific Sociology: Protagonists and Intellectual Traditions of the Transition at the National University of Cuyo (1939-1968)

Esteban Ezequiel Vila1 
http://orcid.org/0000-0002-1428-3051

1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Instituto de Investigaciones Gino Germani. Buenos Aires, Argentina. estebanvila@gmail.com

Resumen

Este trabajo estudia el derrotero de la sociología en la Universidad Nacional de Cuyo desde la conformación de las primeras cátedras dedicadas a la materia en 1939 hasta las fundaciones de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y de la Licenciatura de Sociología en 1967 y 1968, respectivamente. Considerando ese lapso de tiempo, se reconstruyen las trayectorias de los y las docentes de sociología de las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias Económicas, atendiendo a sus producciones académicas sobre la disciplina. A partir del análisis de sus textos, se observará la transición de la “sociología de cátedra”, enfocada a la difusión de conocimientos sociológicos, a la “sociología científica”, ligada a la investigación empírica. A su vez, en este pasaje podrá apreciarse un cambio de las fuentes en las que abrevaron los sociólogos y sociólogas locales, ya que se pasará de la recepción y usos de autores de la sociología europea (principalmente alemana) a aquellos provenientes de la sociología norteamericana.

Palabras clave: sociología; Universidad Nacional de Cuyo; transición; tradiciones

Abstract

This work studies the path of sociology at the National University of Cuyo from the appearance of the first chairs dedicated to the subject in 1939 until the foundations of the Faculty of Political and Social Sciences and the Sociology Degree in 1967 and 1968, respectively. Considering that period of time, the trajectories of the sociology professors of the Faculties of Philosophy and Arts and Economic Sciences are reconstructed, attending to their academic productions on the discipline. From the analysis of their texts, there will be observed the transition from academic sociology, focused on the dissemination of sociological knowledge, to scientific sociology, linked to empirical research. In turn, in this passage a change of the sources in which the local sociologists investigated can be appreciated, since they will go from the reception and uses of authors of European sociology (mainly German) to those from North American sociology.

Keywords: sociology; National University of Cuyo; transition; traditions

Introducción

Cuando Ada Caracciolo (2010) indagó en la particular forma que se desenvolvió la historia de la sociología cordobesa, indicó que existen modalidades de institucionalización dominantes de la disciplina en períodos concretos y territorios específicos. De esta manera, las matrices de institucionalización muestran diversidades que no siguen un mismo patrón predefinido, como el que puede observarse en algunos espacios nacionales. En este sentido, el ejemplo de los Estados Unidos sirvió como una suerte de modelo general (Shils, 1971) que luego fue aplicado en investigaciones sobre la sociología de otros países. En el caso de Argentina, pueden apreciarse marcadas diferencias regionales, de tal forma que Buenos Aires (Blanco, 2006; Blois, 2018), Córdoba (Caracciolo, 2010), Santa Fe (Escobar, 2011) y Tucumán (Pereyra, 2012), por sólo nombrar algunas de las ciudades más importantes donde se enseña sociología, dan cuenta de especificidades que no obedecen a un mismo esquema.

Sin embargo, el caso del que se ocupa este trabajo, es decir, la historia de la sociología en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCu) entre 1939 y 1968, muestra una adaptación local bastante ajustada al modelo que expuso Gino Germani1 (1964) para los países de América Latina. La tesis germaniana de la modernización propuesta a comienzos de la década de 1960 afirmaba que la transición de la sociedad tradicional a la moderna implicaba para la sociología el reemplazo del antiguo profesor de cátedra, generalmente abogado que hacía de la enseñanza universitaria un apéndice honorífico de sus menesteres principales, por el sociólogo científico, dedicado full time a la investigación empírica.

A su vez, esta modificación cualitativa en los agentes y su forma de practicar la disciplina suponía un correlato en el plano de las ideas. En este aspecto, Germani identificaba a la sociología en América Latina como una empresa de importación de teorías y metodologías de los centros productores mundiales localizados en Francia, Alemania y Estados Unidos. De esta forma, podían reconocerse tres etapas de la historia de la sociología en América Latina en general, y en Argentina en particular, resumibles de la siguiente manera: una primera fase donde el pensamiento local se encontraba imbuido del positivismo proveniente de Francia; un segundo momento en el cual se generó una reacción contraria al positivismo, cuando las vertientes antipositivistas alemanas se volvieron dominantes; y, finalmente, la época en que escribía Germani, en la que se percibía un predominio acentuado de la sociología norteamericana.

En términos generales, los referentes teóricos más importantes también coinciden con las etapas señaladas. Así, la primera fase, que abarcó aproximadamente el primer cuarto del siglo XX, tuvo como referencia insoslayable la teoría de Émile Durkheim y su escuela (Vila, 2017; Pereyra y Vila, 2019). La segunda, desde mediados de los veinte hasta la caída del peronismo, aunque no muestra un único autor representativo de Alemania, ya que Alfred Vierkandt, Leopoldo Von Wiese, Karl Mannheim, Max Weber, Rudolf Stammler, etc., fueron objeto de recepción y difusión local (Blanco, 2007), probablemente tenga a la sociología de Georg Simmel como la más relevante. Por último, si bien el funcionalismo de Talcott Parsons y Robert Merton era conocido desde la década de 1940, fue recién hacia comienzos de la de 1960 que se volvieron hegemónicos en la sociología argentina (Blanco, 2003). Por supuesto, el pasaje de una etapa a la siguiente no implica necesariamente el reemplazo de unos autores por otros, sino muchas veces una modificación de sus exégesis y la posibilidad de articularlos de diversas maneras.

Como podrá apreciarse a lo largo del trabajo, la sociología de la UNCu sigue en buena medida este patrón de desarrollo, aunque con algunas particularidades. Por ejemplo, el hecho de que la universidad se haya fundado en 1939 la excluye de haber vivido la primera etapa positivista2. A su vez, cuando en el período posperonista se impulsó la sociología científica, no emergió un liderazgo como el observado en otros casos latinoamericanos (Germani en Buenos Aires o Florestan Fernandes en San Pablo, por ejemplo). Esto significa que, aunque en la UNCu hubo disputas entre “sociólogos de cátedra” y “sociólogos científicos”3 (Blanco, 2004), no tuvo lugar la aparición de un “jefe de escuela”4. Este rol, que quizás podría haber cumplido Angélica Mendoza, quedó vedado por su temprano fallecimiento en 1960, poco después de su retorno al país.

Entonces, la finalidad del trabajo será reconstruir la historia de la sociología en la UNCu durante sus primeras décadas de existencia, atendiendo a los espacios institucionales en los cuales se dictó la materia, los orígenes y trayectorias sociales de sus principales animadores así como sus producciones sociológicas más relevantes durante los años en que estuvieron a cargo de la asignatura. Todo esto será realizado, claro está, en la medida en que las fuentes disponibles así lo permitan. En este sentido, si el atractivo principal de los sociólogos y las sociólogas de la UNCu podría responder a la apropiación y usos de autores e ideas foráneos, el análisis de esa recepción intenta no limitarse a la reconstrucción de sus mapas de lecturas. Se propone así un estudio contrastivo entre una primera generación de “sociólogos tradicionales”, cuya práctica estuvo centrada en la divulgación de conocimientos, y una segunda pléyade sociológica “moderna” donde aparece un marcado interés por la producción de conocimientos sobre la realidad social local.

A partir de estas premisas, pero sin agotar las posibilidades de interpretaciones del período, las cátedras de sociología seleccionadas o los autores abordados, se plantean algunas preguntas que guían el artículo: ¿en qué contexto se fundaron las cátedras de sociología de la Universidad Nacional de Cuyo?; ¿quiénes fueron sus primeros profesores y profesoras?; ¿qué posiciones ocuparon a lo largo de sus trayectorias sociales?; ¿cuál fue el ambiente intelectual en el que se desenvolvieron?; ¿de qué tradiciones sociológicas extranjeras se apropiaron y para qué las utilizaron?

Los primeros profesores de sociología en la Universidad Nacional de Cuyo (1939-1955)

Este apartado explora la orientación de la sociología de la UNCu durante sus primeros años de vida, para lo cual se reconstruyen las trayectorias y aportes más relevantes de los docentes de la disciplina en las Facultades de Filosofía y Letras (FFyL-UNCu) y de Ciencias Económicas (FCE-UNCu). Estas instituciones son de suma importancia porque el plantel docente de ambas confluirá en la Escuela de Estudios Políticos y Sociales en la década del cincuenta, cuando se crea la Licenciatura en Ciencias Políticas y Sociales (1952) y, posteriormente, en la Licenciatura en Sociología (1968), al año siguiente de la fundación de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (1967) (Ficcardi, 2013). Si bien podrían agregarse otros casos como los de las cátedras de las Facultades de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales o de Ciencias de la Educación5, de las siete cátedras de sociología con las que contó la UNCu desde sus orígenes, las de la FFyL-UNCu y la FCE-UNCu son las más representativas.

Ambas facultades nacieron el mismo año de la fundación de la propia institución universitaria, es decir, en 19396. Entre los designios de los fundadores se subrayaba que esta universidad no aspiraba a ser solamente una “fábrica de profesionales”. Por el contrario, “para responder mejor a las necesidades culturales del ambiente, la Universidad tiene como fin principal (…) difundir una enseñanza de carácter humanístico que reconoce como su objeto central al hombre” (Universidad Nacional de Cuyo, 1940, p. 55). Por lo tanto, no es llamativo que desde sus comienzos la FFyL-UNCu y la FCE-UNCu contaran con cursos obligatorios de sociología, los cuales formaron parte, por un lado, de los departamentos de Filosofía (4to año) e Historia y Geografía (5to año) y, por el otro, del Doctorado en Ciencias Económicas (6to año).

La UNCu fue creada bajo una impronta conservadora que se mantendría durante los años del rectorado de Ireneo Cruz (1947-1954), quien supo responder a las exigencias del peronismo, no sólo por la expansión de los servicios que brindaba la institución, sino también por la búsqueda de una legitimidad académica del gobierno a través del famoso Congreso Nacional de Filosofía del año 1949. En estos años, varios miembros de los sectores tomistas y nacionalistas tuvieron una fuerte presencia en la UNCu (Fares, 2011). Por lo tanto, al igual que en casi todas las universidades nacionales, durante el primer peronismo, los planteles docentes de la UNCu estuvieron compuestos en su mayoría por miembros de la intelectualidad católica (Buchbinder, 2010; Neiburg, 1998; Warley y Mangone, 1984) y, como se verá, la cátedra de sociología no sería una excepción.

En el caso de la FFyL-UNCu, esta materia cambiaría de nombre a lo largo de los siguientes años:

(…) en el plan de 1947 figura en quinto año con la denominación de Filosofía Social y Sociología. Y en el plan de 1950 es la materia que debe cursarse después del grupo de correlativas en la carrera de Filosofía. Desaparece Filosofía Social y queda Sociología. En el plan de 1953 se mantiene la ubicación anterior. Se crea la cátedra Sociología Argentina que debe cursarse después de Sociología General. Según el plan de 1954, es materia del tercer año en el Departamento de Filosofía, y Sociología Argentina se ubica en el cuarto año. En el Departamento de Geografía, figura en cuarto año Sociología, y en quinto año Sociología Argentina. En el Departamento de Historia, la cátedra de Sociología aparece en cuarto año. En el plan de 1961 se mantiene la misma distribución (Quiroga, 1965, p.395).

Durante los primeros tres lustros de vida de la FFyL-UNCu estuvieron a cargo de la cátedra los profesores Juan Villaverde (1942-1946), Manuel Trías (1946-1949), Julio Soler Miralles (1948-1951) y Adolfo Ruíz Díaz (1953-1955) (Ficcardi, 2013). Según Diego Pró (1965), pueden distinguirse tres etapas de los estudios filosóficos, literarios, historiográficos y geográficos en la FFyL-UNCu hasta mediados de la década de 1960. La primera va desde la fundación de la facultad hasta el Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949. En estos años la mayoría de los profesores que dictaron clases provenían de las Universidades de Buenos Aires y La Plata, siendo las tendencias predominantes el idealismo, el bergsonismo, la fenomenología y el existencialismo. En la segunda etapa, entre 1949 y 1955, cobra relevancia la escolástica de tradición española y, finalmente, se abre una tercera fase en 1956 marcada por un ensanchamiento de las perspectivas existentes hasta ese momento.

Para el caso de la sociología, sin embargo, pueden pensarse dos etapas más extensas: una primera entre 1939-1955 caracterizada por una práctica propia de la “sociología de cátedra”, con profesores ligados al catolicismo y con una fuerte impronta de la sociología alemana; y una segunda fase que se extiende hasta la creación de la Licenciatura en Sociología en 1968 la cual, como consecuencia de la caída del peronismo, muestra la emergencia del interés por convertir a la sociología en una disciplina empírica. Aquí se podrá apreciar una reorientación teórica de Europa hacia los Estados Unidos, tal como se verá en el próximo apartado, con Angélica Mendoza, Luis Campoy y Yolanda Borquez como sus principales impulsores7.

Durante la primera fase Juan Villaverde enseñó sociología tanto en la FFyL-UNCu como en la FCE-UNCu. Villaverde era Profesor de Filosofía y Letras egresado de la facultad homónima de la Universidad de Buenos Aires y se desempeñó como docente de Sociología, Ética, Ciencia e Historia de la Educación, Metodología General y Legislación Escolar en la FFyL-UNCu. Además, dictó materias de pedagogía y educación en la sede de San Luis de la Facultad de Ciencias de la UNCu y en la Escuela de Comercio y el Liceo Agrícola y Enológico “Domingo Faustino Sarmiento”. A nivel institucional, Villaverde llegó a ser electo decano de la FFyL-UNCu en 1945 y fue miembro de la Sociedad Argentina de Sociología (SAS), liderada por Alfredo Poviña8, es decir, una red de sociólogos y sociólogas alternativos al mainstream sociológico porteño. Según Berta Quiroga (1965), estuvo especialmente interesado en la sociología del conocimiento desarrollada por Karl Mannheim y Max Scheler. A su vez, se manifestó en tono crítico frente a la teoría de Émile Durkheim debido a su “determinismo social”, aunque se evidencia una contradicción al respecto, ya que reconocía que la sociología era una ciencia positiva.

No obstante, quizás la contrariedad más llamativa que se encuentra entre sus afirmaciones fue la de proponer que los intelectuales recuperaran su prestigio perdido, debido a que eran avasallados “por la clase proletaria, cuyo ascenso social debido al progreso técnico y científico, desprestigia aún el pensamiento intelectual” (citado de Quiroga, 1965, p.396). Esta crítica a las clases desfavorecidas realizada en 1946 va claramente a contramano del texto que publicaría en 1953 sobre los derechos de la ancianidad. Allí plantearía que los mismos contienen elementos de la “justicia social” y de los “principios evangélicos” del cristianismo. Además, en este breve texto se agregaba un discurso de Eva Perón con motivo de la proclamación de los mentados derechos donde claramente se reconocía el lugar de los oprimidos.

Desde una interesante perspectiva sociológica, Villaverde se apoyaba en Mannheim y Max Weber para demostrar por qué el Estado debía hacerse cargo de los adultos mayores. Según el profesor de la UNCu, esto era necesario debido a que: i) la transformación de la familia en la sociedad moderna hace que ya no pueda proveer a las necesidades materiales y espirituales de sus miembros mayores; ii) la revolución industrial genera una mayor velocidad de los cambios sociales y, por lo tanto, la adaptabilidad a dichos cambios es más factible entre las personas jóvenes; iii) estos cambios sociales rápidos producen una pérdida del prestigio de la ancianidad; iv) finalmente, el alargamiento de la vida aumenta la proporción de ancianos en la sociedad, con lo cual sus miembros pierden estimación y consideración social, en beneficio de la juventud y la niñez (Villaverde, 1953). Más allá de este texto, no se cuenta con otras reflexiones sociológicas del autor.

Villaverde se alejaría de la enseñanza de la sociología en la FFyL-UNCu luego de su elección como decano en 1945 (García, 2017), pasando entonces la cátedra a manos de Manuel Bartolomé Trías (1913-1996), quien se hizo cargo de la materia hasta 1949. Trías se había graduado como Profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata en 1940. Antes de acceder a la cátedra, había colaborado en los seminarios del Doctorado en Filosofía dictados por el filósofo español Ángel González Álvarez, simpatizante del franquismo y de la organización católica Opus Dei.

En la UNCu Trías se desempeñó como docente en las cátedras de Sociología, Ciencia e Historia de la Educación, Metodología General y Legislación Escolar, Lógica, Pedagogía y Estética. A su vez, fue Jefe de la sección Historia de la Filosofía del instituto homónimo (1950-1952), presidió la Asociación Cuyana de Filosofía (1952-1953), fue investigador y secretario administrativo de la Academia Argentina de Letras (1956-1960) y Jefe de la Sección Publicaciones de Bibliotecas desde 1960. Ese año ingresaría al Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur, donde dictó las materias Psicología, Pedagogía General y Didáctica y ocuparía cargos de dirección y vicedirección en diferentes períodos hasta su jubilación en 1992 (Domínguez, 2019; Ficcardi, 2013; Quiroga, 1965).

En el tiempo que estuvo a cargo de la asignatura (1946-1949), Trías enseñó algunos tratados de filosofía social católica como los de Tristán de Athayde, Joseph Gredt y Octavio Derisi. A su vez, participó activamente del Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949, al cual contribuyó con dos textos, “El objeto de la estética” (1949a) y “Nota sobre la belleza como trascendental” (1949b). Más adelante, tendría participación en las Segundas Jornadas Universitarias de Humanidades, con un artículo titulado “Significado y sentido del humanismo” (1964). Entre sus producciones más destacadas de los años posteriores se encuentran los libros Esencia y fin de las humanidades (1968) y Las demostraciones racionales de la existencia de Dios (1980). En todos estos trabajos se aprecia una tendencia filosófica tomista, siendo Platón, Aristóteles, Santo Tomás, San Agustín y Jacques Maritain las referencias principales, sin mencionar a ningún sociólogo clásico o contemporáneo.

Por lo tanto, las reflexiones de Trías estuvieron taxativamente ligadas a la filosofía social del catolicismo, a diferencia de Julio Soler Miralles, su sucesor en la cátedra. Este último, aunque también tuvo vínculos importantes con el pensamiento católico, incorporó a varios autores clásicos de la sociología. Natural de Mendoza, realizó sus estudios de derecho en Córdoba y fue profesor en las Facultades de Ciencias Políticas y Sociales, Ciencias Económicas, Filosofía y Letras y Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Cuyo. En particular, dictó Sociología (1947-1955) y Filosofía de la Economía (1952-1955) en la FCE-UNCu, y Sociología (1948-1951) e Introducción a las Ciencias Políticas y Sociales (1961) en la FFyL-UNCu. Más adelante, sería profesor de Ética Social y Sociología en el Instituto del Profesorado “San Pedro Nolasco” (1963) y de Sociología (Curso de Urbanismo) en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Mendoza (1963).

Por fuera del mundo académico, sus trabajos más importantes fueron los de Juez de la Cámara Federal de Apelaciones y Asesor del Ministerio de Bienestar Social de Mendoza. A nivel institucional, revistió el cargo de Secretario General de la UNCu desde 1943; colaboró con el Instituto de Filosofía y Disciplinas Auxiliares, donde fue Jefe de la Sección Sociología (1949); redactó el plan de estudios sociales para el Instituto del Trabajo (1946); fue miembro del comité ejecutivo del Primer Congreso Nacional de Filosofía y relator del mismo en la Sección Filosofía de la Sociedad y de la Historia. A su vez, participó de la Primera Reunión Nacional de Sociología (Buenos Aires, 1950), fue miembro de la Academia Argentina de Sociología9, de la Asociación Latinoamericana de Sociología, del Instituto Internacional de Sociología, de la SAS y del Centro de Investigaciones Sociológicas de Cuyo (Ficcardi, 2013; Quiroga, 1965; Soler Miralles, 1989b).

Soler Miralles posee una obra sociológica amplia comparada con sus antecesores en las cátedras de la UNCu, que se extiende más allá de los años en que estuvo a cargo de la materia. Por lo tanto, aquí se abordarán sólo algunos trabajos considerados representativos del período en que dictó la asignatura, intentando no caer en la redundancia de sus apreciaciones. Un repaso sobre sus ideas principales mostrará su concepción de la disciplina así como sus interlocutores sociológicos más importantes. El primero de los textos es la ponencia “Ubicación de la sociología y carácter de su enseñanza”, presentada en el Primer Congreso Nacional de Filosofía. Aquí Soler Miralles (1949, p.1764) sostiene que esta ciencia está conectada “con el saber moral, y más específicamente, con la política”, siendo auxiliar de esta última. Por lo tanto, proponer la autonomía de la sociología resulta “inadmisible” porque impide la recomposición de la “unidad humana”, desecha por la emancipación de conocimientos, los cuales se ven desentendidos de la “Causa Primera”10.

Más adelante, critica al positivismo de Comte y sus continuadores debido a su determinación de lo individual por lo colectivo. Según Soler Miralles (1949, pp.1767-1768), esa “reducción naturalista de la sociología muestra radical insuficiencia”, siendo el positivismo superado por las propuestas de Weber y Mannheim. Así, mientras el primero puso “como objeto de la sociología la ‘acción con sentido’”, el segundo rescató “las valoraciones de comportamiento como indispensables para el conocimiento sociológico (…) replantea[ndo] la temática sociológica en un terreno muy próximo a las consideraciones de la ética, proporcionando un auténtico contenido a los conceptos sociológicos”. Por ello, no alcanza con poseer una actitud antipositivista, debiendo concebirse la vida como “libre albedrío”, procedimiento mediante el cual “se cristianiza la persona”, para conectar a la sociología con un orden trascendente.

También en “Tarea de la sociología” (1950) y “El saber sociológico” (1951), se realiza una comparación entre ambos sociólogos alemanes. En el primero de ellos se plantea, apoyándose en Hans Freyer, que la sociología

(…) si no puede entendérsela como ciencia de la naturaleza, tampoco es una pura ciencia cultural o del espíritu, porque nunca desgaja sus objetos -las formaciones sociales- de los procesos vitales donde se originan, es decir, de la constelación psico-fisiológica real de la que están permanentemente surgiendo (Soler Miralles, 1950, p.36).

Ahora bien, si Mannheim cree que el objeto de esta disciplina debe ser “todo el inmenso contenido objetivo y subjetivo de la vida humana”, para Weber, en cambio, “el campo de la sociología se reduce al estudio de la acción social” pero, “aunque ambas posturas no parecen ser inconciliables vemos que cada una postula una diferente legalidad” (Soler Miralles, 1950, p.39). En la sociología comprensiva weberiana se logra previa estructuración del tipo ideal, y en Mannheim se establecen leyes a partir del orden de sucesión en la actuación de los factores ideales y reales determinantes del contenido de la vida total de los grupos humanos. Luego, el texto continúa nuevamente con la idea de una conciliación de la sociología con la política y de la unificación del saber, con alguna referencia al concepto de planificación de Mannheim.

Finalmente, en “Sobre la categoría ontológica de lo social y sus consecuencias para la teoría sociológica” (1953) se busca delimitar el campo de la sociología como distinto de la filosofía social. El texto comienza con la proposición de Parsons según la cual la madurez de una ciencia se mide por el estado de su teoría sistemática, siendo una de las dimensiones centrales de esa sistematización la distinción entre filosofía social y sociología. Para Soler Miralles (1953, p.30), el quid de esta cuestión es la distinción entre existencia y esencia porque

el saber sociológico no se dirige tanto a responder la pregunta de lo que [cursivas en el original] es esencialmente la sociedad, cuanto al hecho de darse existencialmente la esencia social, es decir, darse fuera de sus causas, en el acaecimiento concreto.

La sociología se ocupa entonces de “la existencia social concreta”, aunque en la vaguedad de “lo social”, que puede estar constituido al mismo tiempo por lo “interindividual” y lo “supraindividual”, debe verse que “siempre la entidad social se perfila en la apoyatura que le dan vidas humanas” (Soler Miralles, 1953, p.31). Esto significa, que la sociedad siempre es vivida como “formas de vida individuales”.

Sin embargo, no se negaba la “interdependencia de funciones” que constituye un “complejo relacional más amplio”, el cual responde a las características del grupo o la unidad social. Es decir, que también existe la ordenación y la organización, así como los “modos vitales colectivos e impersonales”. No obstante, el sistema de fines que sólo resulta comprensible para los miembros del grupo puede captarse de modo inteligible solamente “en la consideración metafísica de la causa final” (Soler Miralles, 1953, p.32). En definitiva, en estas reflexiones sociológicas, expresadas en un discurso abigarrado, se aprecia una mélange de antipositivismo, vitalismo y catolicismo, muy diferente de lo que este autor mostrará en las décadas de 1970 y 1980, cuando desarrollará una sociología de orientación jurídica mucho más madura11.

Finalmente, debe darse cuenta de la labor de un último docente que excede el recorte temporal propuesto para este apartado, es decir, Juan Ramón Guevara, quien ocupó la cátedra de Sociología de la FCE-UNCu entre 1945 y 197212. Guevara era un maestro rural y abogado que obtuvo su doctorado en derecho en la Universidad Nacional de Córdoba y, luego del golpe de Estado de 1955, cuando se creó la Licenciatura en Ciencias Económicas en la FCE-UNCu, fue designado interino de Sociología hasta su titularización por concurso en 1957. En estos años, Guevara se convirtió en uno de los aliados institucionales de Alfredo Poviña en el interior del país, presidiendo la filial mendocina de la SAS, así como el Primer Congreso Argentino de Sociología (Mendoza, 1961) y el Instituto de Investigaciones Sociológicas de Mendoza, el cual patrocinó dicho congreso. Con posterioridad, sería designado profesor emérito de la UNCu en 1969 y se jubilaría en 1972 (Guevara, 1961; Coria López, 2018).

En la producción de Guevara (1957, 1960, 1970) aparecen varios artículos que combinan el análisis de la historia argentina con citas de sociólogos célebres13. Sin embargo, su texto más relevante es el libro Sociología, publicado en 1961. Este manual muestra una estructura similar a la que puede encontrarse en muchos otros redactados por profesores de sociología a comienzos del siglo XX. Guevara dedica aquí dos capítulos a la definición de la sociología, tres a su historia, uno a su objeto, otro a los vínculos con otras disciplinas y, finalmente, los últimos dos a cuestiones de orden metodológico. El texto en sí no resalta salvo por dos motivos que podrían resumirse en: i) una contradicción en la forma de concebir la disciplina; y ii) algunos intentos de combinación entre proposiciones de Germani y Poviña, es decir, quienes representaban tendencias antagónicas y pujaban por el liderazgo de la sociología vernácula en ese momento.

El primer elemento es fácilmente rastreable. Al comienzo del libro, cuando Guevara (1961, p.11) define qué es la sociología, señala que se trata de “la más joven de las ciencias del espíritu”. Sin embargo, a partir del quinto capítulo pasaría a indicar que “para nosotros la sociología es una ciencia positiva (…) [y que] no es aventurado decir que los hechos del hombre social son naturales”14 (p. 97). A su vez, en el momento que aborda (de manera apresurada y desordenada) a los grandes teóricos de la disciplina, no se observa una preeminencia unos sobre otros, por lo que no termina de quedar en claro su ubicación al interior de una tradición sociológica15. No obstante, quizás lo más llamativo en este aspecto sea la ausencia de referencias a la obra de Weber, mientras otros sociólogos menos relevantes, como Spencer, Stuart Mill, Tarde, Vierkandt, Von Wiese, Ward, Giddings, Small, Ellwood o Pareto, cuentan con sus respectivos apartados.

El segundo elemento se observa en algunos pasajes del texto y refiere a la demarcación y el quehacer de la disciplina. En lo que concierne a Poviña, Guevara (1961, p.147) se interesaba por una afirmación que realizaba respecto a que “el no ser de la Sociología contribuye a su delimitación”. Así, señalaba que “debe concluirse con Poviña (…) [que] ni la sociología es una disciplina de orden enciclopédico que trata de explicar toda la vida social, ni menos que sea algo que nos lleve a solucionar el problema de la acción social misma”. Sin embargo, en ese mismo párrafo también admitía, con Germani, “que la dirección del interés determinado por el conocimiento se definió (…) por las exigencias de la previsión para intervenir, de una manera inteligente, en el ordenamiento de la sociedad” (p.107).

A partir de estas reconstrucciones, pueden apreciarse algunos elementos comunes de los profesores de sociología de las facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Económicas de la UNCu de esta época. En primer lugar, sus formaciones de base fueron en filosofía y letras (Villaverde, Trías y Ruíz Díaz) y derecho (Soler Miralles y Guevara), siendo la sociología una especialización posterior. En segundo lugar, en algunos de ellos se aprecia una fuerte impronta católica (Villaverde, Trías y Soler Miralles), lo cual se amoldaba a las características de los planteles universitarios durante el peronismo. En tercer lugar, varios formarían parte de la SAS (Villaverde, Soler Miralles y Guevara) aunque, como se dijo, esta membrecía puede considerarse más un indicador de ocupar posiciones alternativas al mainstream de la sociología porteña, antes que de ser portador ciertas prácticas sociológicas16. Finalmente, en todos los casos se trata de docentes que, más allá de sus formaciones y sus posiciones institucionales, no sobrepasaron el límite de la divulgación de conocimientos.

Puede entonces concluirse que con Soler Miralles y Guevara se cierra una etapa de la sociología en la UNCu vinculada a la enseñanza enciclopédica de la disciplina, mostrándose así los casos de la FFyL-UNCu y la FCE-UNCu como ejemplares de la caracterización germaniana de la “sociología de cátedra”. En este sentido, la sociología de la UNCu, entendida como un complemento cultural de otros campos, se tiñó de antipositivismo a partir de la recepción de autores alemanes. En el próximo apartado se verá cómo la mutación acontecida en el período posperonista modificó la naturaleza de la empresa sociológica, posibilitó una renovación en la forma de concebir y practicar la disciplina, y la reorientó hacia la teoría norteamericana, por un lado, y hacia la investigación empírica, por el otro. Este cambio está comprendido en un proceso general de transformación de la sociología a nivel internacional (Alexander, 1989).

El nacimiento de la sociología empírica en la Universidad Nacional de Cuyo (1956-1968)

Como se ha indicado en el apartado anterior, luego de la caída del peronismo serían profesores y profesoras de sociología de la UNCu Angélica Mendoza (1956-1960), Luis Campoy (1960-1967), Ezequiel Ander Egg (1960-1963) y Yolanda Borquez (1961-1965). Ellos y ellas iniciarían una renovación de los estudios sociológicos en Mendoza a tono con las transformaciones de las ciencias sociales en América Latina en esta época, cuando se fundó una serie de institutos de investigación multidisciplinarios y se produjo una peculiar simbiosis entre sociología y economía, dando paso al estudio del desarrollo económico (y las condiciones sociales bajo las cuales se produce) como problemática compartida por los profesionales de estas disciplinas (Ansaldi, 2015; Beigel, 2009).

En las universidades argentinas, luego del derrocamiento del peronismo en 1955, se produjo un parteaguas que dio lugar a una “depuración” de aquellos que habían participado del gobierno depuesto. Sin embargo, las políticas de intervención impuestas en la UNCu por la autodenominada “Revolución Libertadora” fueron limitadas. En esta institución tuvieron preeminencia “mecanismos de aglutinación” que supieron defender intereses corporativos más allá de la coyuntura política. En efecto,

(…) los intentos de la intervención universitaria conducida por el Rector Dr. Germinal Basso y el vicerrector Hernán Cortez, de llamar a concursos generalizados, dio lugar a fines de agosto de 1956, a una huelga prolongada con fuertes movilizaciones de profesores universitarios y de los colegios secundarios, en la que confluyeron tanto sectores católicos y nacionalistas como reformistas, aglutinados tras la defensa de las posiciones adquiridas, muchas de ellas con la afiliación al peronismo; lo cual terminaría con la renuncia del Rector y una política más acotada de reestructuración universitaria. Así convivirían dentro del ámbito académico los sectores que prestaron su adhesión al peronismo, tratando de ocultar lo que sería la mácula de la afiliación; junto con los reincorporados sectores del nacionalismo católico que reivindicaban el prestigio de haber resistido la presión oficial (Fares, 2011, p.221).

De esta manera, en la cátedra de sociología también podrá verse la presencia de docentes más “progresistas” y otros más “conservadores” que, sin embargo, compartirán prácticas propias de los sociólogos “modernos”. En un contexto favorable para el desarrollo de la sociología, donde las expectativas públicas sobre el impulso del desarrollo y la planificación social cobraban una fuerza peculiar a nivel local y regional (Blois, 2018), la particularidad de los sociólogos y sociólogas de la UNCu fue que, aunque tuvieron en cuenta el proceso de modernización del país en general, se enfocaron especialmente en las características de la transición en la región de Cuyo y, más específicamente, en las consecuencias que traía aparejada para algunos de los sectores más vulnerables de la provincia de Mendoza.

A su vez, es importante resaltar la presencia de mujeres liderando este proceso ya que la FFyL-UNCu, con excepción de los graduados del primer plan de la Licenciatura en Ciencias Políticas y Sociales (1952), ostenta una acentuada feminización de la matrícula de sociología hasta el presente (Ficcardi, 2013). En general, las Facultades de Filosofía y Letras locales, como las Buenos Aires (Carli, 2022) y Rosario (Entrocassi Varela y Bianchi, 2021) fueron instituciones tempranamente feminizadas pero, aún en la década de 1960, con una enorme dificultad de las mujeres para acceder a los cargos docentes de mayor jerarquía. En este sentido, la trayectoria de Angélica Mendoza, quien fue la primera promotora de la reorientación sociológica en la UNCu, resulta ejemplar de la renovación acontecida.

Nacida en Mendoza en 1898, comenzó dedicándose al magisterio, donde tuvo una intensa actividad gremial llegando a ocupar el cargo de Secretaria General del ente Maestros Unidos. A raíz de la huelga general de la provincia que estalló en 1919 fue detenida y, producto de esta experiencia, escribió el famoso libro Cárcel de Mujeres, publicado en 1933 por la editorial Claridad. Mendoza fue afiliada al Partido Comunista y participó de los debates que llevaron a su escisión en 1925, cuando se crea el Partido Comunista Obrero, siendo candidata a presidente por este último en 1928. Al año siguiente dejó de lado la militancia política e ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires donde concluiría el Profesorado en Filosofía en 1938, para después estudiar la Especialidad en Pedagogía en el Instituto de Ciencias de la Educación. De aquí nacería su primer acercamiento al pensamiento estadounidense, con la publicación de Líneas fundamentales de la filosofía de John Dewey (1940).

Durante la década de 1930 Mendoza también se formaría en el exterior. En París asistió a las clases de Psicología de George Dumas y Pierre Janet, y en Alemania, Suiza e Italia estudió sociología y pedagogía. Luego de su regreso a Argentina, trabajó como traductora de las obras de Georg Hegel, René Descartes, Nicolas Malebranche y Lucien Henry. En estos años entablaría relación con el filósofo Francisco Romero y, hacia 1941, reorientaría su ideología hacia el liberalismo de la revista Sur. Mendoza también trabajaría para la Unión Panamericana y para la Comisión Interamericana de Mujeres (sede Buenos Aires). Estos vínculos la aproximarían aún más al pensamiento estadounidense, lo cual se intensificaría con el inicio de sus estudios doctorales en la Universidad de Columbia entre 1944 y 1948 donde, bajo las directivas de Herbert Schneider y Ernst Cassirer, redactaría su tesis titulada Fuentes del pensamiento norteamericano (1950)17. En los años posteriores ingresaría a la División de Idiomas de la Comisión de Asuntos Sociales y Económicos de las Naciones Unidas y luego a la UNESCO (Ferreira, 1996).

Después del golpe de Estado de 1955, ya radicada definitivamente en Argentina, Mendoza daría a conocer un nuevo libro sobre el pensamiento norteamericano, Panorama de las ideas contemporáneas en Estados Unidos (1958), a la vez que comenzaría su labor docente en la FFyL-UNCu, donde enseñaría en las cátedras de Introducción a la Filosofía, Antropología Filosófica y Sociología. En esta última sería interina entre 1956-1957 y luego titular por concurso hasta su fallecimiento a comienzos de 1960. El programa de la asignatura propuesto por Mendoza, que contaría con René Marder como ayudante18, comprendía una parte introductoria muy reducida, para luego considerar temas como

(…) cultura y personalidad, tipología de grupos, estratificación social, etc.; y una tercera parte, sobre técnicas de investigación social. Se muestra la Sociología como disciplina empírica preocupada por problemas concretos. Si bien la Sociología científica está por encima de los nacionalismos, se advierte influencia norteamericana en las técnicas que selecciona para la investigación. La importancia que concede al trabajo monográfico y a la valoración del manual de Ogburn-Nimkoff, la lectura obligatoria de casi todas las bolillas, constituían otros aspectos de su enseñanza (…). Fomentaba el interés por el estudio en el terreno. Sus trabajos prácticos consistían en seminario e investigaciones en las que aplicaba técnicas de “trabajo de campo” para la recolección de datos concretos sobre el terreno. Con su dirección se hicieron estudios descriptivos de comunidad rural y urbana en un barrio obrero y en un grupo migratorio de bolivianos y además una investigación sicosocial entre las internadas de la cárcel de Mendoza (Quiroga, 1965, p.400).

Ahora bien, a pesar de haber cursado estudios en Columbia, donde seguramente tuvo contacto con destacados miembros de la tradición funcionalista como Robert Merton o Paul Lazarsfeld, en sus escritos no se aprecia una apropiación de estos autores y, de hecho, tampoco aparecen menciones de sociólogos clásicos19. Entonces, puede afirmarse que el interés por la sociología llegó en un momento tardío de la trayectoria de Mendoza y, por lo tanto, que lo más relevante de su trabajo en vínculo con esta materia fueron, por un lado, la dirección de las investigaciones mencionadas y, por otro lado, la fundación del Instituto de Sociología de la FFyL-UNCu en 1959, poco antes de su fallecimiento.

En este sentido, debe resaltarse el impulso de tres pesquisas durante los años 1957, 1958 y 1959 que denominó “Estudios socioeconómicos de problemas regionales”. La primera, de 1957, fue un trabajo en equipo sobre el barrio obrero “General San Martín, Ciudad de Mendoza”. Al año siguiente dirigió una investigación de Psicología Social sobre los internos de la cárcel de Mendoza y, finalmente, en el período 1958/1959 una indagación sobre “trabajadores migratorios bolivianos en la campiña mendocina” (Ferreira, 1996). Estas pioneras investigaciones empíricas sentaron las bases de algunos trabajos que llevarían adelante quienes la sucederían en la cátedra y el instituto durante los años posteriores, siendo Luis Bruno Campoy Gainza el primero en hacerse cargo de la dirección del último así como de la revista Investigaciones en Sociología, su órgano difusor.

Campoy ya enseñaba sociología antes de asumir estas responsabilidades institucionales, habiendo titularizado por concurso en la cátedra de Sociología Argentina en 1954. Nacido en Mendoza, realizó el profesorado en Filosofía en la FFyL-UNCu y luego las carreras de Contador Público Nacional, Perito Partidor y Profesor de Enseñanza Media en Ciencias Económicas en la FCE-UNCu, donde obtuvo el título de Doctor en Ciencias Económicas. También dictaría cursos de sociología y orientación rural para maestros (organizado por la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNCu y el Consejo Nacional de Educación), de sociología en la Escuela Superior de Servicio Social de la Provincia de Mendoza y fue miembro de la SAS. Luego del golpe de Estado de 1966 Campoy pasaría a integrar el elenco de profesores titulares de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires y, durante la última dictadura militar (1976-1983), momento en que la mayoría de los docentes tuvieron una orientación conservadora y fuertes vínculos con el catolicismo, integraría el comité de redacción de Sociológica. Revista Argentina de Ciencias Sociales (1978-1984), la cual fue editada con subsidios del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, institución de la cual formó parte en esos años (Blois, 2019; Ficcardi, 2013; Rodríguez, 2017).

Entre los ejemplares de Investigaciones en Sociología que se han podido rastrear en los que se publicaron artículos de Campoy (1962, 1965a, 1965b), aparece un marcado interés por la modernización del país, especialmente en la región de Cuyo. El primero de estos trabajos comienza precisamente con una reflexión teórica sobre la “región sociológica”. Campoy recurre a Parsons para plantear que no es posible realizar una analogía entre este concepto y lo que se conoce como “espacio geométrico”. A su vez, el concepto de “espacio social” (delimitado por fenómenos sociales), tampoco equivaldría a “región sociológica” porque lo “sociológico” es una forma particular de lo social. El “espacio social” es un universo de población humana que, como sostiene Pitirim Sorokin, carece de interacción. Por lo tanto, una región supone, por un lado, un espacio complejo que contenga una mezcla de objetos y fenómenos de distinta naturaleza y, por otro lado, una organización unitaria con relaciones funcionales entre sus partes.

Según Campoy (1962, p.128) estos complejos unitarios ostentan “la articulación de las partes en un todo con sentido”. La integración de partes distintas resulta fundamental para pensar la “región sociológica” porque así se armonizan y unifican unidades diferentes. El autor recupera entonces una tipología de la integración desarrollada en The Language of Social Research (1957), libro compilado por Lazarsfeld, donde la funcional es la forma de integración central, mostrando que “región sociológica” e “integración funcional” se presuponen mutuamente. En definitiva, concluye Campoy (1962, p.131), la “región sociológica” no es otra cosa que una sociedad “integrada por lo menos desde un punto de vista funcional, que reside en un espacio geográfico”. A partir de este herramental teórico, se cierra el texto señalando algunas características de las regiones sociológicas argentinas (Atlántica, Cuyo, Noreste, Norte, Central y Noreste, más no la Patagónica por falta de datos) tomando como indicador operacional la migración. Este último elemento será central en los textos posteriores.

En el primero de ellos, Campoy (1965a) intenta demostrar cuatro hipótesis sobre la persistencia de valores tradicionales en la sociedad mendocina, la cual se encuentra en proceso de desarrollo (i.e. transición). La primera de ellas supone que en la provincia de Mendoza casi todos los miembros del “grupo criollo” (familias de origen español de larga data en el país) han perdido sus posesiones (la tierra rural irrigada más valiosa), que ha pasado a manos del “grupo no criollo”, es decir, inmigrantes italianos y españoles de comienzos de siglo XX. Este traspaso de la propiedad se explica por la persistencia de valores tradicionales entre los criollos, quienes “nunca estuvieron dispuestos a cambiar de estilo de vida. En tiempo de crisis (1930/32) por ejemplo ellos preferían vender su capital productivo (los viñedos) a restringir los consumos” (Campoy, 1965a, p.61).

La segunda hipótesis sostiene que el “grupo no criollo” devino en Mendoza más rico y económicamente más poderoso que el “subgrupo criollo alto”. Esto se verifica cuando se comprueba que los “no criollos” no sólo cultivaron viñedos sino que también establecieron un gran número de bodegas, lo cual puso en situación de dependencia a los hacendados criollos. Al igual que el punto anterior, la explicación se debe al carácter tradicional del segundo grupo en comparación al primero. Esto se aprecia en la formación de sociedades comerciales, donde se “manifiesta una gran capacidad de los no-criollos para adaptarse al ritmo de vida moderna; el grupo criollo, como más viejo, parece seguir patrones más estables y ser menos apto para el cambio” (Campoy, 1965a, p.63).

La tercera hipótesis plantea que el subgrupo criollo alto ha perdido el monopolio exclusivo del poder político que poseyó en Mendoza y, para demostrarlo, Campoy se remonta a la sanción de la ley Sáenz Peña de 1912. Desde el establecimiento del régimen pluralista en ese año el Partido Conservador, que representa a este subgrupo, ya no detenta “la parte más amplia del poder legislativo ni judicial y ejerce (…) en forma negociada el poder ejecutivo (…)” (Campoy, 1965a, p.71). Finalmente, la cuarta hipótesis es aquella que afirma que, a pesar de haber perdido la tierra más valiosa, la dirección de las actividades económicas y el monopolio exclusivo del poder político, el “subgrupo criollo alto” mantiene una “autoritaria influencia social” y constituye el sector más importante de la clase alta en Mendoza.

La última parte del texto recopila una serie de datos empíricos que demuestra esta “influencia”, entendida en el sentido de Bernard Barber, es decir, como “el efecto que la conducta de una parte (individuo o grupo) tiene sobre el pensamiento y la acción de alguna otra parte (individuo o grupo)” (Campoy, 1965a, p.72). La conclusión a la que Campoy arriba es que existen valores compartidos entre el “grupo criollo” y el “no criollo” porque: i) el orden de clases es generalmente aceptado; ii) importantes sectores de la clase alta y media “no criolla” buscan interacciones con el “subgrupo criollo alto”; iii) la mujer “no criolla” trata de tener éxito en esas interacciones y las esposas alientan a los hombres a hacer lo mismo; iv) es considerado un valor social no estar en conflicto con los conservadores; y v) los medios de comunicación se empeñan en reforzar esos valores.

Finalmente, el último artículo también está enfocado en el estudio de la modernización de Argentina, analizando datos sobre población urbana y ocupación industrial desde el período de la organización nacional hasta el nacimiento del peronismo. En este texto, Campoy indaga en los procesos de urbanización, metropolización e industrialización, siguiendo las conceptualizaciones de varios autores de la sociología norteamericana20, y planteando las siguientes hipótesis al respecto: i) que metropolización e industrialización se dan de manera concurrente; ii) que la gran industria sólo está presente en las metrópolis; y iii) que la urbanización puede ir o no acompañada de industrialización.

Luego de un análisis de datos estadísticos correspondientes a estas variables Campoy concluirá que: i) en el período 1869-1895 no se puede afirmar que una de ellas influya sobre la otra, aunque la industrialización sí aparece determinada por la inmigración; ii) que en el período siguiente (1895-1914) aumenta la ocupación industrial y la población urbana en todas las jurisdicciones, conformándose un área metropolitana en Buenos Aires y la Capital Federal; iii) que en el período 1914-1947 la ocupación industrial es sensiblemente menor que en el anterior, observándose un aumento de la urbanización de las provincias pero no de su industrialización, lo que dificulta encontrar una correlación entre ambas variables; iv) en el mismo período en todos los sectores del área metropolitana hay un incremento del personal afectado a la industria; por lo tanto, v) la industrialización no está necesariamente asociada a la urbanización ni a la metropolización, aunque sí en períodos posteriores, cuando las ciudades y las áreas metropolitanas tienen una industria relativamente importante y poseen saldos positivos de migraciones internas.

Los textos de Campoy resultan ejemplares tanto de la selección de problemas como de las apoyaturas teóricas de la sociología de esta época. Sin embargo, no todos los miembros del plantel docente de la universidad mendocina siguieron este camino. Por ejemplo, Ezequiel Ander Egg (La Pampa, 1930), quien ocupó la cátedra de la FFyL-UNCu en carácter de contratado entre 1960-1963 y también perteneció a la SAS, da cuenta de varios trabajos que enfocan a la comunidad y su modernización/desarrollo desde otro punto de vista. Con un currículum vitae por demás extenso, podría resumirse su trayectoria diciendo que realizó estudios en sociología, filosofía, ciencia política, economía, planificación económica y social y pedagogía tanto en Argentina como en España, Francia y Bélgica, alcanzando el título de Doctor en Ciencias Políticas y Económicas.

Entre los muchos puestos que ocupó, pueden mencionarse los de Asesor Técnico del Gobierno de La Pampa y de la Secretaría de Cultura de la Nación, Director de Desarrollo de la Comunidad, de Estadísticas y Censos y del Equipo de Investigaciones en Política Social. Además, trabajaría como Consultor de la OEA, la ONU, UNICEF y UNESCO. Ahora bien, si hubiera que decir la profesión en la que Ander Egg se constituyó en un referente insoslayable, esa fue el trabajo social (Duque Cajamarca, Saavedra Guzmán y Velásquez Castañeda, 2010). A su vez, varios de los trabajos que publicó durante el primer lustro de la década de 1960 muestran una acentuada orientación cristiana21. Por ejemplo, en el texto co-escrito con José María Llorens, Campamento Universitario de Trabajo (1965), donde se estudiaban las condiciones de vida del Barrio General San Martín, es decir, el mismo sobre el que había iniciado investigaciones Angélica Mendoza, citaban a Joseph Folliet, cura y sociólogo francés, y el trabajo colectivo de teólogos católicos franceses y belgas, Tolerance et Communauté. Chrétiens dans un monde divisé (1952).

A su vez, en esta indagación los autores mostraban una forma de aproximación al objeto que se alejaba de los métodos de la sociología empírica, cuando señalaban que

La pedagogía personal del Campamento Universitario de Trabajo (C.U.T.) consiste en la inmersión del universitario en el mundo de los marginados. En modo alguno se trata de entrar en ese mundo por el conocimiento puramente intelectual que pueden proporcionar los estudios sociológicos, las estadísticas o los libros en general. Simplemente consiste en convivir con ellos, en participar de sus vidas. El C.U.T. “MAS QUE CONOCER ES SABER CON-LA-VIDA [subrayado y énfasis en original]” (Ander Egg y Llorens, 1965, p.27).

De esta manera, se vuelve palpable una metodología que, si cabe llamarla sociológica, resulta por entero heterodoxa. Algo similar ocurre en el manual Metodología y práctica del desarrollo de la comunidad (1965) donde si el texto está enfocado en las posibilidades de impulsar el desarrollo comunitario desde un punto de vista que excede lo económico y contempla aspectos psico-sociales, el emplazamiento teórico del autor está por entero alejado de las tradiciones sociológicas. Por lo tanto, ninguno de los conceptos aquí utilizados (como desarrollo, planificación, comunidad, etc.), podrían relacionarse con esta disciplina.

Por último, está el caso de la profesora Yolanda Emilia Borquez Ramal de Neme22, en cuyos escritos también aparece la problemática del desarrollo o, más específicamente, cómo utilizar elementos de la sociología para el análisis y promoción del desarrollo regional, así como la intención de convertir a la sociología en una disciplina científica. De hecho, en los textos que dio a conocer a comienzos de la década de 1960 manifestaba explícitamente su interés por “abordar el desarrollo económico desde el ángulo de la Sociología” (Borquez, 1961, p.181). En su indagación, Borquez identificaba “cuatro niveles sociales” de la población de la provincia (nivel agricultor o rural, medio, andino y de desplazamiento), haciendo una descripción de algunas características de estas clases sociales23, entre las que la cantidad de personas en actividad y el nivel educativo eran centrales.

Según Borquez, entre estos grupos había unos en condiciones de desarrollarse y otros no. Por ejemplo, de los agricultores se resaltaba a quienes “ofrecen los caracteres de una comunidad desarrollable en algunos casos” (Borquez, 1961, p.216). Por el contrario, el nivel social andino se caracterizaba por ser “primitivo y arcaico”, ya que permanece en estado estacionario. Por último, el nivel de desplazamiento presenta grupos subdesarrollados que aguardan pasivamente “el mejoramiento industrial de la zona”. Estos últimos presentaban rasgos propios de comunidades suburbanas o en transición. En todo caso, la autora subrayaba que “la transmisión del saber es esencial para el desenvolvimiento integral o regional de las comunidades [énfasis en original]” (Borquez, 1961, p.215), por lo que la educación formal era una de los elementos más importantes para pensar un posible desarrollo regional.

Esto mismo es manifestado en otro de sus trabajos, impulsado por el Instituto de Estudios Políticos y Sociales, el cual se enfocó en el barrio “El Bajo de la Media Luna” de la ciudad de Mendoza. El texto estudiaba, desde un marco teórico que establecía como telón de fondo el proceso de transición de lo tradicional a lo moderno24, una serie de características de la comunidad (sociales, económicas, habitacionales, educativas, etc.) y las posibilidades de mudanza de la misma ante el inminente desalojo del barrio. En términos generales, esta comunidad se trataba de “un grupo de familias ubicadas en una zona semi urbana, de deficiente nivel cultural y bajo poder económico y que como es característico en los grupos subdesarrollados tienen alto índice de fecundidad” (Borquez, 1962, p.18).

Borquez identificaba desigualdades en los procesos de modernización que experimentaba la provincia, donde el núcleo urbano mendocino se desarrollaba de forma acelerada, mientras que sus márgenes se mantenían atrasados. Estos desequilibrios en la modernización generaban una “falta de coordinación del grupo con el todo” (Borquez, 1962, p.27) y, por lo tanto, una dificultad de adaptación de sus miembros a las nuevas condiciones. De esta manera, el eje de la investigación terminaba por desplazarse de la “conducta desviada” a las capacidades de adaptación de los individuos de acuerdo a su posición social.

Dice Merton, que a pesar de que el objetivo de estudios del tipo que nos ocupa es siempre la génesis cultural y social de distintas proporciones y tipos de comportamiento desviado, la perspectiva se traslada del plano de los valores culturales al plano de los tipos de adaptación a estos valores entre personas que ocupan distintas posiciones en la estructura social (Borquez, 1962, p.29).

En resumen, debido a que las condiciones generadas por la modernización traen consigo nuevos problemas sociales y, por consiguiente, una necesidad de adaptación de los grupos a los cambios producidos, Borquez señalaba que la planificación se volvía un imperativo de los nuevos tiempos. En este sentido, entre las dificultades más relevantes para el desarrollo se encontraban la vivienda, el nivel cultural y las condiciones de salubridad de la población. En definitiva, en las investigaciones empíricas de esta autora se aprecia una sociología a tono con su época, tanto por la problemática a partir de la cual realiza su aproximación a la sociedad mendocina como por los referentes teóricos utilizados, enmarcados en el funcionalismo norteamericano.

Esto último puede verse con toda claridad en el texto donde abogó por la constitución de la sociología como disciplina científica. En este trabajo, que llevó por título “La sociología científica. Su justificación como ciencia del hombre”, Borquez explicaba que existe una falsa dicotomía entre quienes sostienen que la sociología constituye sólo una especulación y quienes la plantean sólo como una ciencia empírica. Por el contrario, la sociología científica se apoya en dos grandes pilares: uno teórico, que supone un conjunto de proposiciones sobre un objeto enlazadas lógicamente; y otro metodológico, que corresponde a las técnicas que permiten la comprobación y verificación de dichas proposiciones en la realidad.

Según Borquez (1964, p. 284), siguiendo a Parsons, una ciencia no puede construirse sobre la base de la generalización empírica y, en sociología, “la teoría tiene como función principal ordenar sistemáticamente los hechos que constituyen su objeto”. Sólo cuando una teoría satisface el requisito de la comprobabilidad en todos los niveles de análisis, como es el famoso esquema AGIL propuesto por Parsons y Bales25, es posible generalizarla a otros ámbitos. En caso contrario, se está haciendo ciencia de lo particular y de lo accidental. Por lo tanto, hacer verdadera ciencia implica la formalización de una teoría y la deducción de un conjunto de hipótesis para ser verificadas y, posteriormente, buscar la explicación causal del hecho en una etapa analítica. Sin embargo,

esta causalidad exige a su vez un requisito: poner en relación lógica las variables, formando con éstas un sistema que se corresponde con el esquema teórico. El primero se manifiesta en la realidad empírica porque ha sido definido o elucidado, como dice Merton, operacionalmente. Esa realidad es una estructura en donde cada sistema interactúa con otros, de donde resulta aquel carácter estructural y funcional que tiene la teoría sociológica y que no descuida la comprobación empírica (Borquez, 1964, p.286).

De esta forma, Borquez entiende que la sociología es una disciplina científica que tiene por objeto de indagación a los hechos sociales, los cuales se caracterizan por el marco normativo que adopta el individuo y el objetivo es la acción misma del sujeto. De modo que la interacción humana se define por los fines, valores y normas provenientes de la tradición social y cultural de una sociedad. “Este objeto de por sí define su carácter estructural y dinámico dado en situaciones particulares. Impone condiciones metodológicas para la generalización y teorías sociológicas superando el mero empirismo o la mera especulación” (Borquez, 1964, p.288).

En conclusión, en el período posterior a 1955 los profesores y profesoras que se hicieron cargo de la enseñanza de la materia así como de la dirección del Instituto de Sociología de la UNCu tomaron partido por la constitución de la sociología como disciplina científica orientada a la investigación sobre la realidad social de la provincia. Con un claro énfasis en la cuestión del desarrollo regional y comunitario, se aprecia por primera vez una verdadera vocación por conocer científicamente el funcionamiento de la sociedad mendocina en algunos de sus núcleos sociales más importantes. Tanto Mendoza como Ander-Egg, Campoy y Borquez, aunque especialmente estos últimos dos, dan cuenta de una sociología interesada en la modernización comparable a la que desarrollaron Gino Germani en Buenos Aires o Juan Carlos Agulla en Córdoba en esta misma época.

Así, con la caída del peronismo se produjo una renovación de los planteles docentes de sociología, abandonando las esclerosadas prácticas de los “sociólogos de cátedra” de las décadas previas y generando un claro contraste en la orientación sociológica de la UNCu. En este sentido, a pesar de que Campoy, Ander-Egg y Borquez formaron parte de una asociación liderada por sociólogos tradicionales, sus prácticas no fueron homólogas a muchos de quienes compartían la membrecía de dicha asociación. A su modo, entonces, se observa una transición hacia la “sociología científica” en la UNCu que, con sus particularidades locales, sigue los lineamientos generales trazados a nivel nacional e internacional, donde las teorías y metodologías empíricas de la sociología norteamericana cobraron preponderancia.

Conclusiones

La sociología de la UNCu es un ejemplo del proceso de modernización de las ciencias sociales en América Latina en el pasaje de la primera a la segunda mitad del siglo XX. A lo largo de este trabajo ha quedado manifiesto que, de un conjunto de profesores con una fuerte impronta católica, que entendían a la sociología como una disciplina subordinada a la política, y donde el pensamiento alemán de orientación antipositivista ocupaba un lugar central, se pasó a docentes enrolados en las modernas teorías y metodologías de la sociología norteamericana, con una perspectiva científica de la ciencia social e interesados por conocer empíricamente la realidad de su provincia. En este sentido, la sociología de la UNCu acompañó el desplazamiento del eje referencia de Europa a Estados Unidos, lo cual sigue el patrón a nivel global de esta época.

De este modo, de una primera pléyade sociológica de la que formaron parte Juan Villaverde, Manuel Trías, Julio Soler Miralles y Juan Ramón Guevara, cuya práctica se basaba en la divulgación de conocimientos, se pasó a otra compuesta por Angélica Mendoza, Luis Campoy, Ezequiel Ander-Egg y Yolanda Borquez quienes, aún con los matices que se han podido observar a lo largo del texto, estuvieron interesados en la producción de saberes sobre la sociedad en la que les tocaba vivir. Al mismo tiempo, mientras los primeros abrevaron con intensidad en los sociólogos alemanes, siendo Weber, Mannheim, Scheler, Freyer más algunos filósofos sociales del catolicismo sus referencias principales, los segundos se enfocaron centralmente en la lectura e interpretación de autores de la sociología estadounidense como Parsons, Merton y Lazarsfeld, entre otros, indagando en la realidad social de Mendoza con el objetivo de impulsar el desarrollo regional y comunitario.

En definitiva, después del derrocamiento del peronismo, en la Universidad Nacional Cuyo se consolidó una tradición sociológica afín al funcionalismo e interesada por la modernización de la región. De tal forma, se vuelve ostensible una activa intención por estudiar científicamente la estructura y el funcionamiento de la sociedad mendocina, atendiendo a las condiciones de vida de los sectores menos favorecidos por el proceso de transición que experimentaba la provincia. Otra cuestión significativa, que deberá realizarse en una investigación futura, es una profundización en el análisis de las redes que los profesores de sociología de Mendoza establecieron a nivel nacional con los grupos liderados por Poviña y Germani, y qué papel jugaron en las disputas por las posiciones institucionales y el reparto de bienes simbólicos y materiales. Esto, a su vez, seguramente tuvo un alto grado de incidencia en la selección de problemas sociológicos y en la metodología utilizada para abordarlos.

Finalmente, como se sabe, en los años posteriores a las actuaciones de los y las docentes estudiados en este trabajo se fundaron la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (1967) y la Licenciatura en Sociología (1968), produciéndose un nuevo cambio cualitativo en el ejercicio de la sociología, ya que la aparición de sociólogos profesionales en el mercado de trabajo reperfilará el ejercicio de la disciplina. Más adelante, como producto de la violencia política desatada en la década de 1970, la clausura de la carrera en 1976 por el gobierno de facto marcará un nuevo quiebre en el proceso de institucionalización de la sociología en Mendoza. Sin embargo, escribir este capítulo de la sociología en la UNCu ya corresponde a otro trabajo.

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1 Fundador y primer director de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires. La bibliografía sobre este autor es profusa, pero sobre su trayectoria puede consultarse la biografía escrita por su hija, Ana Germani (2004).

2Aunque el pensamiento social local no estuvo libre de la influencia de esta corriente de pensamiento, ya que Julio y Cicerón Aguirre, Agustín Álvarez y Emilio Ceriotto fueron algunos de los introductores de Augusto Comte en Mendoza (Roig, 1965).

3Los sociólogos del Instituto de Sociología de la UNCu tuvieron vínculos tanto con miembros de la Asociación Sociológica Argentina, liderada por Germani, como con la Sociedad Argentina de Sociología, presidida por Alfredo Poviña, es decir, quienes disputaban por el liderazgo local de la disciplina en esta época. Al respecto, véase Ficcardi (2013, pp.25-28).

4Según Blanco y Jackson (2015, p.39), siguiendo a Edward Tiryakian, una escuela se define como “un grupo intelectual formado por un líder y discípulos, reunido en torno de ideas, técnicas y disposiciones normativas, que piensan su actividad como una misión”.

5Las cuales contaron con Eduardo Brizuela Aybar y Plácido Alberto Horas entre sus primeros profesores, respectivamente. Sobre el último sería interesante poder profundizar en un trabajo futuro ya que muestra una inusual tendencia hacia la sociología empírica en esta etapa, tal como se ha demostrado en otro trabajo (Giorgi y Vila, 2019).

6La FCE-UNCu comenzó como Escuela de Ciencias Económicas y se elevó a la jerarquía de Facultad en 1946.

7En el plantel docente de estos años también estarán Ezequiel Ander-Egg y René Marder.

8Profesor de sociología en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, fundador y primer presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología (1950-1964) y presidente del Instituto Internacional de Sociología (1963-1969), entre muchos otros cargos. Para una reconstrucción de su trayectoria, véase Díaz (2013).

9Este fue un intento fallido del gobierno peronista por sindicalizar a los sociólogos y cooptarlos, al estilo de lo que se hizo con los escritores (Fiorucci, 2011).

10Esta negación de la autonomía de la disciplina es propia de los sociólogos católicos de la primera mitad del siglo XX y se encuentra presente en otros exponentes de esta tradición como Alberto Baldrich, Jordán Bruno Genta y Octavio Derisi.

11En estos años dio a conocer textos como “La Justicia Social” (1977), “Sociología de la función jurisdiccional” (1981) o “Poder Judicial y Función Judicial (Una visión sociológica)” (1989a). En ellos hay interesantes reflexiones sociológicas sobre el derecho, sustentadas en lecturas de Economía y Sociedad y los escritos políticos de Weber, en combinación con el funcionalismo norteamericano.

12También cabría mencionar un último profesor de la FFyL-UNCu antes de la caída del peronismo (1953-1955), es decir, Adolfo Ruíz Díaz (1920-1988), aunque carece de producción sociológica. Oriundo de Buenos Aires y graduado en Filosofía y Letras (UBA), en la UNCu estuvo a cargo de las cátedras de Sociología, Antropología, Estética e Introducción a la Literatura. En estas dos últimas, al igual que en la dirección del Instituto de Literaturas Modernas, ocupó la titularidad por más de treinta años (Pró, 1988).

13Por ejemplo, cuando lanzaba violentos ataques a la “argentinosis” (la herencia hispánica) citaba la idea de la planificación de Mannheim como forma de defender las libertades (Guevara, 1957, p.29). También se apropiaba de la sociología comprensiva de Weber (Guevara, 1960, p.34) para señalar que el pueblo mendocino no “comprendía” al movimiento revolucionario de Mayo, y no se privaba de decir que la trayectoria de Manuel Belgrano, “sociólogo sin saberlo” (Guevara, 1970, p.113), conformaba lo que Sorokin llamaba “teoría del alma empírica” porque muestra “un papel social cambiante y distinto conforme a los centros de interés social en que desenvuelve su acción” (Guevara, 1970, p.111).

14Esto se reitera en los capítulos siguientes, cuando afirma que la sociología “es una ciencia positiva, experimental (…)” (p.106) o, más adelante, que “es una ciencia empírica y positiva” (p.183).

15Por tradición se entiende, con Peter Burke (2017, p. 62), “un conjunto de prácticas y modos de pensamiento (ya sean explícitos o tácitos) que se pasan (…) de generación en generación”. Por supuesto, estas tradiciones se “reaniman”, es decir, que se “traducen” a nuevas situaciones o necesidades históricas, por lo que no son inmutables.

16De hecho, si se revisa la lista de miembros de la SAS, puede encontrarse que varios renovadores de la sociología argentina de la década de 1960 formaron parte de ella, como Juan Carlos Agulla y Adolfo Critto en Córdoba o Antonio Donini y José Enrique Miguens entre los católicos (David, 2000).

17Publicada ese mismo año como Fuentes del pensamiento de los Estados Unidos por el Colegio de México.

18De quien, lamentablemente, no se ha conseguido información ni publicaciones. Sólo se sabe que era Profesor de Filosofía por la FFyL-UNCu y que realizó una Especialización en Ciencias Sociales Aplicadas en México (Ficcardi, 2013).

19Aquí las referencias son tanto los tres libros sobre el pensamiento estadounidense mencionados como la selección de artículos realizada por Florencia Ferreira (1996, p.33), los cuales se agruparon con el objetivo de representar “los intereses principales de la Dra. Mendoza”, es decir, “Filosofía y Política”, “Estados Unidos y Canadá” e “Iberoamérica”.

20Samuel Koenig, Robert Dickinson, Thomas Wilkinson y Charles Stewart Jr., entre otros.

21A diferencia de otros profesores de la UNCu con la misma orientación, Ander Egg sí conocía las teorías de los sociólogos clásicos. Por ejemplo, en el artículo “¿Qué es la sociometría? Esbozo del pensamiento de Jacob L. Moreno” (1961) mencionaba como algunos de sus antecedentes aspectos centrales de las obras de Marx, Tarde, Simmel, Durkheim y Gurtvich, entre otros.

22Desafortunadamente, tampoco se han encontrado datos biográficos de esta autora, aunque se sabe que cursó estudios en la Escuela Latinoamericana de Sociología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de Chile entre 1962-1963, de gran importancia en la región durante esta época y con un fuerte vínculo con la UNCu (Pérez Brignoli, 2008), y que también formó parte de la SAS (David, 2000).

23Término utilizado de manera muy laxa, por cierto.

24En palabras de la autora, la sociedad es una organización que se basa en costumbres e instituciones entre las cuales existe un grado de equilibrio que se rompe en virtud de los cambios sociales. Por ejemplo: de la comunidad rural a la urbana, raíz de la era industrial” (Borquez, 1962, p.25).

25Por sus siglas en inglés, Adaptación (A), Logro de objetivos (G), Integración (I) y Latencia (L), son los requisitos funcionales de todo sistema social.

Recibido: 26 de Agosto de 2022; Aprobado: 23 de Noviembre de 2022

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