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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

versión On-line ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.41 no.2 Buenos Aires dic. 2011

 

RECENSIONES BIBLIOGRÁFICAS

La Escuela de Fráncfort y el estupor de la razón

Rolf Wiggerhaus, 2010. La Escuela de Fráncfort (Die Frankfurter Schule. Geschichte Theoretische Bedeutung, Carl Hanser Verlag, Munich, Viena). Trad. Marcos Romano Hassán. Revisión Miriam Madureira. México: Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa. Fondo de Cultura Económica. 928 páginas.

Si bien su edición alemana original es de 1986, es recién en 2010 que se da a conocer su primera versión castellana. La obra viene a continuar y enriquecer algunos estudios previos entre los cuales se destaca Martin Jay, The Dialectical Imagination. A History of the Frankfurt School and the Institute of Social Research, 1923- 1950, editado en Boston y Toronto en 1973 y que, hasta donde sabemos, no tuvo traducción a nuestro idioma. Pocas empresas culturales tuvieron, a lo largo del siglo XX, la significación y la repercusión de la Escuela de Fráncfort, denominación tardía y ajena. La Escuela también puede identificarse con el Instituto de Investigación Social (Institut für Sozialforschung) y, más directamente, como el círculo de pensadores nucleados en torno a la figura carismática de Max Horkheimer. Para no citar más que a algunos especialmente célebres, a su alrededor orbitaron Theodor W. Adorno, Friedrich Pollock, Walter Benjamin, Erich Fromm, Herbert Marcuse y, ya en una segunda generación, Oskar Negt y Jürgen Habermas.
El texto presenta una narración histórica de las épocas, situaciones y episodios decisivos de la Escuela, y en paralelo, una glosa de sus preocupaciones, sus obstáculos y sus logros. A lo que se anexa una minuciosa y espectacular bibliografía clasificada en documentos, obras primarias y secundarias. El inicio, paradójicamente, es un capítulo titulado "Ocaso" (Dammerung), adoptando el de una publicación de Horkheimer en Suiza, cuando escapa del avance nazi, que no podía tolerar una pléyade de intelectuales inspirados por el marxismo, el psicoanálisis y, por añadidura, casi unánimemente de origen judío, con la aislada excepción de Adorno.
En aquella primera etapa fundacional, el Instituto se instala en 1923 en Fráncfort del Meno, generosamente sostenido por el mecenazgo de Felix Weil (cuyos caudales provenían de la riqueza pampeana argentina). Allí la Escuela cumple la primera y, tal vez, más feliz parte de su trayectoria. Puesto que el largo destierro posterior, dramático de por sí, no menos que los terribles acontecimientos del siglo, echarán tintes sombriamente pesimistas a toda la obra de los "francfortianos." Por eso dice amargamente Adorno al final de su vida que no se podía ya escribir poesía después de Auschwitz.
En las partes subsiguientes, "En la huida," "En el Nuevo Mundo, 1" y "En el Nuevo Mundo, 2," se relata la secuencia que lleva a la instalación del Instituto en los Estados Unidos, principalmente en Nueva York desde 1934, cuando se suma un viejo conocido de nuestra disciplina histórica, Moses Finkelstein (luego Finley). Estancia americana que en el momento no se sabe si será definitiva, pero que Horkheimer prefiere mantener como una splendid isolation, para proteger su autonomía filosófica sin comprometerse excesivamente ni con las entidades universitarias ni con las estatales. Y que tendrá una soleada temporada californiana, cuando Horkheimer y Adorno se instalan en Pacific Palisades (Los Angeles), para acometer la largamente ansiada redacción de esa obra medular que en 1947 aparecerá como Dialéctica del Iluminismo, detrás de la cual merodean las intuiciones de Walter Benjamin, pese a su temprana desaparición en los Pirineos en 1940. Tal vez sea la Dialéctica la más acabada expresión del estupor ante una historia de la cultura europea contemporánea interpretada como una paradójica y continua autodestrucción de la razón iluminista.
Las últimas partes (V. "El lento retorno", VI. "Ornamento crítico de una sociedad restauradora", VII. "La teoría crítica en la reyerta" y VIII. "La teoría crítica en una época de cambios"), relatan el regreso de Horkheimer, Adorno y Pollock a Fráncfort, en cuya universidad el primero llega a rector en 1951. Por entonces se engendra la llamada "segunda generación", cuyo principal representante, Jürgen Habermas, será quien aplique el por entonces generalizado lingüistic turn al viejo proyecto francfortiano de una teoría crítica de carácter interdisciplinario. A fines de los '60, Herbert Marcuse, mediante su Eros y civilización, desembarca en Europa convertido en gurú de la nueva izquierda estudiantil.
Párrafo aparte merecen las aportaciones críticas de Wiggerhaus, él mismo un francfortiano, puesto que si no llegó a doctorarse con Adorno, lo cumplió con Habermas. Sus interrogaciones y comentarios, intercalados en la narración a propósito de las sucesivas investigaciones y publicaciones del grupo, lucen pertinentes, pero afectados por una posición, por así decirlo, desentendida de las restricciones sufridas por Horkheimer y los suyos; estas observaciones se debilitan, además, a raíz de una redacción errática y por momentos tortuosa.
Se trata, en fin, de una obra cuya lectura es imprescindible para captar como se han debatido los telones de fondo de muchas y variadas cuestiones disciplinarias, entre ellas las históricas y las estéticas. Mucho hay para aprender de las ajetreadas y contradictorias condiciones de producción de cualquier proyecto cultural colectivo sometido a las agitadas turbulencias de la historia.

Mario Sabugo

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