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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

versión On-line ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.50 no.1 Buenos Aires jun. 2020

 

ARTICULO

Estudio Llauró-Urgell. Un cuarto de siglo de “alarmante libertad”

Llauró-Urgell Office of Architecture. A Quarter of Century of “Alarming Freedom”

Cecilia Parera *

* Arquitecta por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Nacional del Litoral (FADU-UNL). Magíster en Arquitectura por la Graduate School of Architecture, University of Utah. Doctora en Arquitectura y Urbanismo por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Nacional de La Plata (FAU-UNLP). En la actualidad se desempeña como profesora adjunta ordinaria del área de Historia y Teoría de la Arquitectura (FADU-UNL). Miembro del cuerpo docente de la Maestría en Arquitectura, docente a cargo del Curso de Iniciación a la Investigación Científica de la Secretaría de Ciencia  Arte y Técnica,  coordinadora Académica de la Maestría en Arquitectura y miembro del Consejo Asesor del Instituto de Teoría e Historia Urbano Arquitectónica (FADU-UNL). En los últimos años sus temas de investigación se centraron en los procesos de modernización de la arquitectura y la ciudad en los siglos XIX y XX, con particular interés en el vínculo entre el Estado y el campo disciplinar. En estos temas orienta su producción científica, tanto en libros y artículos como en presentaciones a eventos científicos.

Instituto de Teoría e Historia Urbano Arquitectónica. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Universidad Nacional del Litoral (INTHUAR-FADU-UNL). Laprida 4650 (3000) Santa Fe, Argentina. E-mail: ceciliaparera@gmail.com

El presente artículo se enmarca en el proyecto de investigación “Arquitectura y Estado en Argentina: lógicas de proyecto, entre lo ´sistémico´ y lo ´genérico´ (1966 / 2016)”, con sede en la Universidad Nacional del Litoral y dirigido por el Arquitecto Luis Müller.

RECIBIDO: 27 de julio de 2018.
ACEPTADO: 30 de octubre de 2018.


RESUMEN

Este artículo explora la trayectoria de la asociación profesional concretada entre los arquitectos Juan Manuel Llauró y José Antonio Urgell, y profundiza en los principios disciplinares y propuestas arquitectónicas que definieron sus obras conjuntas. Desde un inicial cuestionamiento al rígido racionalismo del llamado Movimiento Moderno a mediados de la década de 1950, hasta una aceptación reflexiva de la tecnología en la década de 1970, el texto analiza, desde una perspectiva histórica, cómo el Estudio Llauró-Urgell se constituyó en uno de los principales referentes del ejercicio profesional de la arquitectura en la Argentina por esos años. En relación con los objetivos planteados, una especial atención a cuestiones asociadas con sus biografías personales permite identificar ciertas singularidades de su producción respecto de la de sus colegas, y vincularla con debates vigentes en la cultura arquitectónica del periodo.

Palabras clave: Juan Manuel Llauró; José Antonio Urgell; crisis del Movimiento Moderno.
Referencias espaciales y temporales: Argentina; décadas de 1950, 1960 y 1970.

ABSTRACT

This article explores the career path of the professional association established between the architects Juan Manuel Llauró and José Antonio Urgell, and goes in depth into the disciplinary principles and architectural proposals that defined their joint work. From an initial questioning to the rigid rationalism of the so-called Modern Movement in the mid-1950s, to a reflexive acceptance of technology in the 1970s, the text analyzes, from a historical perspective, how the Llauró-Urgell office of architecture was constituted as one of the main references of architectural professional practice in Argentina around those years. In response to the stated objectives, a special attention to issues associated with their personal biographies allows to identify certain peculiarities of their production with respect to their colleagues, and to link them with current debates in the architectural culture of the period.

Key words: Juan Manuel Llauró; José Antonio Urgell; crisis of Modern Movement.
Space and time references: Argentina; decades of 1950, 1960 and 1970.


PERIODO DE FORMACIÓN, BÚSQUEDA DE NUEVOS RUMBOS

Juan Manuel Llauró y José Antonio Urgell, ambos nacidos en 1932, iniciaron su vínculo desde una corta edad como compañeros de estudio en la escuela primaria del Colegio La Salle de Buenos Aires. Tras obtener su título secundario de bachiller, la pasión común por la arquitectura los llevó a ingresar a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FAU-UBA) en 1949.
Estos primeros años de la Segunda Posguerra se caracterizaron por una coyuntura de transformación política, cultural y disciplinar a la que Llauró y Urgell no fueron ajenos. En términos políticos, las universidades argentinas estuvieron signadas por un clima de inestabilidad, en el marco de profundas discusiones sobre la autonomía de los espacios académicos, la base social del estudiantado y el rol de los profesionales en la sociedad, entre otras temáticas centrales para el justicialismo (Ballent, 1993).
En términos académicos, la FAU transitaba un reciente cambio de plan de estudios. Si bien ya se había alejado de su modelo Beaux Arts original, a partir de la incorporación de docentes jóvenes como los arquitectos Mario Cappagli y Claudio Caveri, una mayor atención por los conocimientos técnicos y la consideración de referentes arquitectónicos modernos, sus transformaciones se concretaban con excesiva lentitud (Cravino, 2012).

Nos hicimos en una facultad del desconcierto, donde los arquitectos, quienes se habían formado en los principios de la Escuela de Bellas Artes, [...] descubrían tardíamente al Movimiento Moderno y, al mismo tiempo, estaban obligados a enseñar, vivían una enorme confusión (Llauró, 1984b, p. 33).

Esta reflexión del arquitecto Juan Manuel Llauró condensa en buena medida la incertidumbre vivida por los estudiantes en el seno de la FAU. Las visitas de Pier Luigi Nervi en 1950 y de Bruno Zevi un año después, contribuyeron a atizar la búsqueda por nuevas líneas de interpretación en relación a los materiales, las estructuras y el espacio, entre otras cuestiones. La voluntad de cambio también se manifestaba en los principios fundantes del Instituto de Arquitectura y Urbanismo de Tucumán (IAU-UNT) en 1946, de la mano de profesores como Jorge Vivanco, Horacio Caminos e Hilario Zalba, quienes se habían transformado en referentes para estudiantes como Llauró y Urgell.
La voluntad por incorporar nuevas miradas impulsó a un número importante de estudiantes y recientes egresados a complementar su formación académica con experiencias autodidactas, a contactar docentes por fuera de las aulas, organizar viajes para visitar obras de referencia o realizar reuniones de lectura crítica sobre textos no abordados en las clases. A su vez, también participaban en grupos alternativos a los talleres formales de la Facultad, que auspiciaban el diálogo en torno a los principios que los nucleaban. Por ejemplo, la Organización de Arquitectura Moderna (OAM) se constituyó con el aporte de jóvenes interesados en las expresiones del racionalismo centroeuropeo y del espacialismo orgánico, con la participación de Horacio Baliero, Francisco Bullrich, Alberto Casares y Alicia Cazzaniga, entre otros. Por otro lado, la asociación Pedro de Montereau (llamada así en reconocimiento al arquitecto medieval francés responsable de numerosas obras religiosas) fue integrada por aquellos influenciados por una concepción espiritualista del hombre y sustentada por el pensamiento católico, como Eduardo Ellis, Horacio Pando, Guillermo Iglesias Molli y Horacio Berretta (Liernur, 2001).
A esta agrupación socialcristiana también se vincularon los aún estudiantes Juan Manuel Llauró y José Antonio Urgell, donde encontraron un espacio propicio para el debate sobre el status quo de la disciplina, en un contexto político adverso para sus ideales. En particular, en 1954 la oposición entre los movimientos estudiantiles y el gobierno peronista alcanzó mayores niveles de antagonismo, y generó una marcada inestabilidad en las actividades cotidianas de la Facultad.1

Para nosotros la crítica al mundo contemporáneo y sus productos no terminaba en un rechazo absoluto, sino más bien en la necesidad de comenzar una lucha por modificarlo… desde una nueva perspectiva cristiana (Llauró y Urgell, 1973, p. 29).

Esta crítica, sostenida por los arquitectos analizados desde sus iniciales participaciones en el campo disciplinar, coincidía con un posicionamiento que se consolidó en los primeros años de la década de 1950 en diversas publicaciones especializadas, encuentros profesionales y relatos de viajeros. De esta manera se daba cuenta de una crisis en ciernes ante el evidente agotamiento de la hegemonía del llamado Movimiento Moderno. El reclamo por una “nueva monumentalidad”, el anhelo por la recuperación del “corazón de la ciudad” y el cuestionamiento de la veracidad de la “estética de la máquina”, entre tantas expresiones de la época, transmitían la necesidad de replantear los fundamentos disciplinares.
En términos arquitectónicos, la posición de Llauró – Urgell buscaba expresar “un manifiesto rechazo por lo que en ese momento se denominaba arquitectura moderna, con sus formas cúbicas, su geometría elemental y sus paños acristalados. Considerábamos que este lenguaje era insuficiente, y por otra parte, agotado” (Llauró, 1984b, p. 33).

EL ESTUDIO, TEORÍA PUESTA EN PRÁCTICA

Tras obtener el título de arquitectos en 1956, Llauró y Urgell continuaron juntos como socios de su propio estudio profesional. Un edificio de oficinas en la Capital Federal, cuando contaban con tan solo 27 años de edad, fue su primera obra.2
Ya en sus proyectos iniciales se identifica una serie de pautas que constituirían sus principales premisas disciplinares. Por un lado, el distanciamiento respecto de la mera funcionalidad sostenida por los “grandes maestros”, que tras la Segunda Guerra Mundial había comenzado a cuestionar sistemáticamente el pensamiento moderno, en sintonía con corrientes atentas a la condición del hombre, como el existencialismo, el humanismo y la fenomenología (Zuccaro Marchi, 2013). Tempranamente, Llauró y Urgell hicieron manifiesto su rechazo a la estricta zonificación defendida por los primeros Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) en la Carta de Atenas de 1933, en línea con los planteos esgrimidos en el VIII CIAM de Hoddston, concretado en 1951. Este último evento se había centrado en la necesidad de “trabajar por la creación de un ambiente físico que satisfaga las necesidades emocionales y materiales del hombre, y estimular su crecimiento espiritual” (Giedion, 1951, p. 17), en palabras del Secretario General de la renovada organización. En sintonía con las mencionadas premisas, el proyecto de 1960 para la Capilla del Sagrado Corazón (Figuras 1 y 2) y sus salones de apoyo en Villa Celina, fue pensado por sus autores como “contraimagen” del adyacente conjunto de monobloques de viviendas del Barrio General Paz. En atención a ello, los espacios acotados, la identificación de cada lugar, y su relación con el entorno físico constituyeron las principales propuestas críticas del joven equipo.

Estos edificios se alzan como moles sobre una extensa área libre […] [Un] área desolada, desvitalizada, donde lo mejor que puede hacerse es atravesarla rápidamente para recluirse en un departamento. Estos errores eran típicos de una etapa en que la aplicación simplista de los principios del CIAM creaba ámbitos fuera de [la] escala humana (Llauró y Urgell, 1973, p. 31).


Figuras 1 y 2:
Fotografías exteriores de la Capilla del Sagrado Corazón en Villa Celina. Fuente: Summa, 1978, 129/130, p. 55.

La obra en Villa Celina también es explícita en términos simbólicos. La economía de recursos expresada en los muros exteriores simples y sin revocar de la capilla buscaba acentuar el contenido metafísico del recinto. Fue justamente la arquitectura religiosa uno de los programas arquitectónicos sobre los cuales el Estudio Llauró-Urgell más reflexionó, en virtud de su filiación católica. En sus múltiples proyectos para culto resulta evidente la búsqueda de la “desmonumentalización, hacer desaparecer del templo su carácter de representación de la divinidad” (Llauró y Urgell, 1973, p. 35). “Desmonumentalizar” con la intención de alejarse de la imponencia y mantener la escala humana.
Las decisiones en torno a la materialidad se expresan con claridad. No se trataba de forzar una “estética de la máquina”, como había caracterizado Reyner Banham (1955) a la imagen de las obras de la vanguardia arquitectónica de las primeras décadas del siglo XX, sino de resaltar la naturaleza de los materiales elegidos mediante estrategias proyectuales específicas, y de reconsiderar el problema tecnológico en el contexto de la realidad nacional. Quizás se anticipaban a la pregunta que Banham se haría pocos años después en relación al Nuevo brutalismo, ¿ética o estética? (1966), ya que en las primeras obras la “premisa fue el cuidado obsesivo en el uso y expresión de materiales, estructuras y elementos constructivos, dentro de una búsqueda de ´verdad ontológica´ (intrínseca) en cada constituyente del vocabulario arquitectónico” (Llauró y Urgell, 1973, p. 29).
En esta línea, el hormigón armado constituyó uno de los materiales más utilizados en sus obras tempranas, debido a su costo, rapidez, ductilidad y estética. El Estudio contaba con el asesoramiento de uno de los principales referentes en investigación sobre la aplicación de este componente, el ingeniero Arturo Bignoli. Este vínculo no se reducía a cuestiones meramente dimensionales, sino constitutivas de las decisiones proyectuales, como definía el propio Bignoli “La tecnología mediante la cual se ejecuta una obra debe ser tenida en cuenta desde las etapas de anteproyecto y proyecto, y debería pesar tanto como las razones estéticas y funcionales en la elección de las soluciones que se adopten” (Bignoli, 1973, p. 32). Es decir, la adecuación técnica constituía un factor decisivo a la hora del proyecto, el cual tendía permanentemente a la sinceridad estructural. Esta pauta se evidencia en el diseño de las estructuras cáscaras de la Terminal de Ómnibus en Luján (Figura 3), obra iniciada en 1960, así como también en las cubiertas del anteproyecto para la Iglesia Parroquial en Laprida, de 1961.


Figura 3:
Área de dársenas cubiertas en la Terminal de Ómnibus en Luján. Fuente: Bisman, H. (2016). Urgell-Penedo-Urgell Arquitectos: 60 años de arquitecturas. (p. 47). Buenos Aires, Argentina: Bisman Ediciones.

MODALIDAD DE TRABAJO PROFESIONAL EN UNA COYUNTURA AUSPICIOSA

La asidua presentación de propuestas a concursos aportó al Estudio una vasta experiencia en términos de posibilidades de exploración proyectual y variedad en la naturaleza de los programas. Con una decena de premios sólo en sus primeros quince años de actividad (Schere, 2008), el reconocimiento alcanzado con los galardones, ampliamente difundidos en las publicaciones especializadas locales, contribuyeron a su temprana consolidación en el ámbito profesional. Al reflexionar sobre sus primeros años de trabajo, Urgell destacó el rol que esta modalidad tuvo para el Estudio y sus colegas contemporáneos:

Los concursos nacionales eran tema de discusión y efervescencia de toda nuestra generación. Se conocían, se discutían, se hervían en el fuego sagrado de la creación... La continua competencia con las ideas de los equipos jóvenes, que no tenían otra salida para conseguir trabajo, creó una corriente fundacional que marcó una época (Bisman, 2016, p. 8).

Otro rasgo distintivo de la práctica del Estudio por estos años fue la asociación temporal con otros profesionales. De esta manera era viable participar asiduamente en concursos de anteproyectos de gran envergadura, que debían ser desarrollados en poco tiempo y con un mayor número de colegas. Así sucedió en la presentación junto a Guillermo Iglesias Molli y Sara Trevino para la Escuela de Ingeniería y Química de Misiones en 1958, o con Antonio Antonini, Gerardo Schön y Eduardo Zemborain para la Municipalidad de Ayacucho en 1965. Como señalara Urgell, estas prácticas también atendían a “la necesidad de interactuar con amigos o compañeros, discutir, enriquecer las ideas; en definitiva, contribuir entre todos a conseguir las respuestas para cada tema” (Bisman, 2016, p. 9). La reflexión grupal y el intercambio de ideas, como sucediera en su época de estudiantes, se mantenía como parte fundamental del proceso de diseño. Lo más conveniente de esta modalidad era que, en momentos de merma de la actividad, los estudios retornaban a su estructura estable. En algunos casos puntuales las incorporaciones temporales se volvieron definitivas. Por ejemplo, el arquitecto Enrique Facio se incorporó en los primeros años para reemplazar temporalmente a Llauró, quien se encontraba de vacaciones, y luego continuó como asociado (Figura 4); sucedió lo mismo con el arquitecto Augusto Penedo, convocado en 1972 para colaborar con el desarrollo del proyecto definitivo para el Centro Gubernamental de La Plata.


Figura 4:
Fotografía de los integrantes del Estudio: Llauró, Facio y Urgell (de izquierda a derecha). Fuente: Summa, 1978, 129/130, p. 44.

Un número importante de las grandes obras desarrolladas por el Estudio tenían como comitente al Estado, en sus distintos niveles y reparticiones. En esta línea, no es posible desdeñar el hecho de que ser premiados en un concurso o ganar una licitación, a diferencia de trabajar directamente vinculados con el Estado, posibilitaba “tomar distancia” respecto del gobierno de turno en el complejo contexto político que signó las décadas de 1960 y 1970 en Argentina. Como señala Graciela Silvestri en relación a la articulación entre arquitectura, política y sociedad por esos años, “los arquitectos siguieron trabajando en sus estudios privados y no rechazaron los grandes encargos, la mayoría impulsados por concursos estatales” (Silvestri, 2014, p. 81). La complejidad política era evidente; en 1966 Llauró y Urgell, como tantos otros, se vieron forzados a dejar sus cargos como profesores en la universidad pública.
Más allá de la práctica en el marco del Estudio, la activa vinculación de sus miembros en distintas incumbencias de la profesión permite reconocer la pluralidad de estímulos que impulsaban su accionar (Parera, 2018). El rol docente, que desempeñaron desde su graduación, constituyó un espacio complementario de debate e innovación permanente, particularmente por desempeñarse en asignaturas del área de Proyecto Arquitectónico. En la misma línea, la participación como asesor del Fondo Nacional de las Artes y miembro de la Comisión de Hábitat y Vivienda del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, en el caso de Juan Manuel Llauró, y como asesor de concursos de la Sociedad Central de Arquitectos y consultor del Ministerio de Obras y Servicios Públicos, en el caso de José Antonio Urgell –entre tantas otras funciones que asumieron a lo largo de su trayectoria- también manifiesta un compromiso por la profesión y una permanente preocupación por participar en los debates sobre cuestiones inherentes a la disciplina.

UNA OBRA, UNA ETAPA

De la vasta trayectoria del Estudio, el proyecto para la Villa Permanente El Chocón en Neuquén constituye un referente insoslayable, no sólo por la escala –con más de 40.000 m2 de obra construida- sino también por la relevancia que alcanzó para sus integrantes, en particular, y para la sociedad, en general.

Por primera vez se nos planteó la necesidad de proyectar de una sola vez el hábitat físico de una pequeña comunidad. No sólo eso, sino trabajar en un área que fue el foco de atención de todo el país en su momento (Llauró y Urgell, 1978, p. 46).

El Estudio Llauró-Urgell, junto al Estudio Antonini-Schön-Zemborain-Firpo,3 fue convocado en 1968 por la empresa Hidroeléctrica Norpatagónica Sociedad Anónima (Hidronor S. A.), con mayoría estatal, para la planificación de la villa permanente en la que se alojaría el personal a cargo de la operación de la Central Hidroeléctrica El Chocón (Figura 5) (Plotquin, 2018). Esta obra constituía una pieza fundamental de la política estatal desarrollista que, entre otras medidas, impulsó la generación de energía en todo el territorio nacional (Bandieri y Blanco, 2012).4

Figura 5: Esquema general de la Villa El Chocón. Fuente: Summa, 1978, 129/130, p. 67.

El haber sido los arquitectos responsables –junto a Rafael Amaya, Miguel Devoto, Alberto Lanusse, Eduardo Martín y Augusto Pieres- del proyecto de la Central Termoeléctrica Alto Valle en Cipolletti (1964), obra también enmarcada en la política energética impulsada por la gestión del Presidente Arturo Frondizi, constituye un antecedente ineludible. En este proyecto el Estudio había demostrado su capacidad para desarrollar una metodología de trabajo adecuada en torno a la colaboración con otros estudios y empresas internacionales. Por otro lado, en ambos proyectos relacionados con la energía participaron el ingeniero Arturo Bignoli como calculista y la firma José Cartellone S.A. como empresa constructora, elegida bajo la modalidad de contratación por concurso de precalificación de empresas (Bosio, 1974). Esto permite presuponer la decisión estatal de repetir una organización que ya había demostrado ser efectiva. La demanda por completar la totalidad de la documentación del proyecto en noventa días, para iniciar las obras, indudablemente también contribuyó a la elección de un equipo de trabajo experimentado.
La localización de la Villa fue determinada en atención a las particularidades del entorno. Se eligió una meseta natural frente al futuro embalse, protegida de los persistentes vientos de la región. El esquema general propuesto organizaba las actividades en sectores lineales identificables, que podían crecer en sus extremos en caso de ser necesario. La baja densidad de ocupación, a contrapelo de los debates contemporáneos sobre los conjuntos de viviendas emprendidos por el Estado, se entiende tanto por la amplia disponibilidad de terreno como por las pautas planteadas por el comitente (Williams, 2014). A su vez, se buscó independizar la circulación peatonal de la vehicular, para promover conscientemente a la primera como principal conector de los ingresos a los edificios públicos y a las viviendas, mientras que la segunda vinculaba a los accesos de servicio.
El programa de necesidades de la Villa exigía proveer alojamiento a cerca de doscientas familias en viviendas de dos y tres dormitorios, cuya construcción se realizaría en dos etapas. La tipología de unidad adoptada se desarrollaba de manera individual y en una única planta, con una superficie generosa, y se organizaba a partir de un ingreso central que separaba el área de dormitorios del área pública, y, más allá de ésta, el área de servicios.5 La configuración de la doble circulación lo alejó del agrupamiento morfológico del damero tradicional, y lo asoció, más bien, a las propuestas suburbanas de baja densidad que se multiplicaban en las periferias norteamericanas. En paralelo a las franjas residenciales se dispuso el centro cívico (Figuras 6 y 7), donde se ubicarían los edificios institucionales y las actividades públicas, y en el cual Llauró y Urgell pudieron expresar con mayor elocuencia su comprensión de la disciplina (Parera, 2019).


Figuras 6 y 7:
Sector de viviendas individuales; área de edificios públicos en el centro cívico. Villa El Chocón (2007). Repositorio: Archivo del Arquitecto Fernando Williams.

En términos formales es posible reconocer una solución unificadora entre todos los programas, inducida por la reducida gama de materiales utilizados, en la que predominan los volúmenes blancos con aberturas resueltas a partir de perforaciones en los planos y el plegado de muros. Lejos de buscar una imagen caracterizada por la expresión tecnológica, la que es posible identificar en obras posteriores del Estudio, los materiales elegidos respondían a su estricto sentido funcional. Tal como expresara Marina Waisman en relación a las soluciones de Llauró-Urgell:

La preocupación por los aspectos tecnológicos está lejos de implicar una actitud de distanciamiento… no se trata de un ´tecnologismo´ sino de una actitud coherente en la que la producción industrial es asumida positivamente como elemento esencial de las sociedades modernas (Waisman, 1978, p. 43).

El centro cívico constituye el corazón de la Villa (Figura 8). Para la fecha, los centros cívicos eran un tema destacado en el debate disciplinar, al buscar la ya mencionada “nueva monumentalidad”, ya que la gente “quiere que sus edificios sean más que satisfacciones funcionales. Quiere la expresión de sus aspiraciones de monumentalidad, felicidad y entusiasmo” (Giedion, 1944, p. 552). En el VIII CIAM, reunido en Hoddeston en 1951 bajo el lema “el corazón de la ciudad”,6 su presidente José Luis Sert había afirmado que era “necesaria la planificación de los sectores centrales de las ciudades y el desarrollo de nuevos centros donde la vida urbana cree lugares de reunión” (Sert, 1955, p. VI). En el ámbito nacional también tenían cabida estos debates; por estos años Marina Waisman afirmaba que “sólo una arquitectura que consiga la monumentalidad espacial podrá expresar las necesidades emocionales de una vida social orgánicamente constituida” (1957, p. 36). La ya mencionada “contraimagen” propuesta para la capilla en Villa Celina había demostrado un acabado conocimiento de los debates vigentes sobre el tema entre los miembros del Estudio Llauró-Urgell.

Figura 8: Planta del centro cívico, Villa El Chocón. Fuente: Summa, 1978, 129/130, p. 68.

El centro cívico de la Villa El Chocón no se aparta de este espíritu, como señalan las memorias de la obra. “El objetivo principal fue el recrear un ámbito con la riqueza necesaria para el desarrollo de pleno de la vida individual y colectiva” (Llauró y Urgell, 1978, p. 46). “Se buscó, mediante dimensiones ajustadas, obtener un lugar que acentuara la concentración y el movimiento de gente” (Villa El Chocón, 1970, p. 52). Emplazado en un banco natural con vistas al lago, por sobre las viviendas, los edificios requeridos por Hidronor S. A. fueron organizados linealmente a lo largo de una calle peatonal equipada con bancos, escalinatas, parquizado y juegos. Frente a los distintos edificios públicos, como el club deportivo, la escuela y la iglesia (Figuras 9 y 10), la calle peatonal se ensancha para promover espacios de congregación, mientras que frente a los comercios se estrecha y se protege por pérgolas. La escala humana, las restricciones al automóvil y la inclusión de elementos en el diseño urbano constituyen sustentos fundamentales de la intervención. En la misma línea, la intensa irrigación y la planificada forestación del área urbanizada contribuyeron a la apropiación social, en pos de atenuar las condiciones de viento extremo y aridez que caracterizan a la región.

El diseño de la villa recreó en un condensado espacio de tiempo y con el aporte de varios diseñadores trabajando en el marco de independencia, una cierta espontaneidad y un método aditivo en el proceso de proyecto, similar en alguna medida al desarrollo ´natural´ de la conformación física de un pueblo comercial (Llauró y Urgell, 1973, p. 46).


Figuras 9 y 10:
Fotografía exterior y corte de la iglesia en Villa El Chocón. Fuente: Bisman, H. (2016). Urgell-Penedo-Urgell Arquitectos: 60 años de arquitecturas. (p. 64). Buenos Aires, Argentina: Bisman Ediciones.

En el extremo Este del centro cívico, la calle peatonal se amplía y genera una plaza seca, desde la cual se accede, al descender por una escalinata, al atrio de la iglesia local. Su planta, con tendencia centralizada, respondía a nuevas prácticas de la liturgia católica que Llauró y Urgell conocían en profundidad, en las que los fieles asumían un rol protagónico, por lo que el espacio es simplificado e integrado en una única nave. En el medio local este lineamiento ya había sido apelado en otras iglesias que por esos años alcanzaron gran difusión, como la Parroquia Nuestra Señora de Fátima en Martínez, de los arquitectos Claudio Caveri y Eduardo Ellis (1956/1958), y la ya mencionada capilla en Villa Celina. La cubierta, una cáscara de hormigón armado con curvatura negativa, contribuye a la tensión centrífuga del espacio interior, el que parece diluirse en las rajas de iluminación laterales. En el exterior, el nivel de la cubierta arranca desde la plaza seca y se eleva hacia el lado más alejado para mantener la escala humana, lo que fuerza el soterramiento parcial de la iglesia. Este recurso, que buscaba simbolizar una conexión terrenal con el cielo, había sido ensayado por el Estudio en 1961 en el concurso para la iglesia parroquial en Laprida.

ÚLTIMOS AÑOS DE SOCIEDAD

El proyecto para la Villa Permanente El Chocón es indicada por los miembros de Llauró-Urgell como “referencia final de esta primera etapa del Estudio” (Llauró y Urgell, 1978, p. 46), demarcación que resulta evidente ante las similitudes proyectuales, constructivas y formales entre este conjunto y sus propuestas tempranas.7 Sus obras siguientes dejaron de manifiesto un giro significativo en materia de proyecto y fueron asociadas por los propios arquitectos a la producción teórica de Georges Candilis, Shadrach Woods y John Weeks, entre otras referencias. La producción en serie, la racionalidad constructiva, los materiales industrializados y la necesidad de controlar la totalidad del diseño y de abaratar costos, confluyeron en el  desarrollo de propuestas basadas en la sistematización de módulos ordenados ortogonalmente y organizados en bloques, en la previsión del crecimiento y en los cambios de uso a futuro, la indefinición, y la exteriorización formal de los adelantos tecnológicos. Esta línea, que ha sido identificada por la historiografía como “arquitectura de sistemas”, también debe ser leída en el contexto de las significativas transformaciones políticas, económicas y productivas que se vivieron en Argentina en la década de 1970 (Aliata, 2014).

El edificio como cosa única ha perdido su importancia. Con los métodos más rigurosos se diseñarían ´áreas habitables´ con posibilidades de crecimiento y flexibilidad totales. Moduladas con precisión de modo que permitieran una seriación en el sistema constructivo. La significación, el carácter y la escala no revestían ya importancia, la individualidad como coherencia de una obra no debía ser tenida en cuenta (Llauró y Urgell, 1978, p. 73).

El proyecto presentado por Llauró-Urgell en 1969 al concurso para el Hospital en Orán, y con el que obtuvieron el primer premio, constituyó el testimonio inicial de este viraje hacia la industrialización de la construcción y la sistematización del proyecto (Müller y Parera, 2016). En la misma línea, en la Villa Permanente de Yaciretá en Corrientes (1975) el Estudio retomó el debate sobre el habitar colectivo para empleados calificados iniciado en El Chocón, pero ahora con una propuesta que se esforzaba por conectarse con el damero existente del poblado de Ituzaingó (Figura 11), que dispersaba sus actividades cívicas y que en términos constructivos se distanciaba significativamente respecto de las tipologías, materiales y técnicas frecuentes en la región (Bertuzzi, 2018).


Figura 11:
Perspectiva del área de viviendas de la Villa Permanente de Yaciretá. Fuente: Summa, 1978, 129/130, p. 124.

Otras tantas evidencias del viraje pueden ser consideradas al analizar los múltiples proyectos encarados por el Estudio en la década de 1970. Entre ellas, los concursos para el Hospital Nacional de Pediatría en Capital Federal y el Estadio Deportivo en La Plata, las naves del Mercado Central en Buenos Aires y la Planta Industrial Tejidos Argentinos en Catamarca (Figura 12). Con numerosas obras en desarrollo simultáneo, el Estudio incorporó “lo que podemos llamar una ´segunda generación´: jóvenes arquitectos de brillante talento” (Llauró y Urgell, 1978, p. 73). Nuevas ideas y referentes nutrieron, entonces, el ejercicio proyectual.

Figura 12: Vista general de la Planta Industrial Tejidos Argentinos en Catamarca. Fuente: Summa, 1978, 129/130, p. 115.

En 1980 el Estudio Llauró-Urgell se disolvió y sus miembros continuaron su trabajo de manera separada. Por un lado estaba el Estudio Llauró y Asociados, a cargo de Juan Manuel Llauró, que siguió junto a los arquitectos Carlos Gómez Centurión y Carlos Bayala, entre otros. Por otro lado, José Antonio Urgell conformó Urgell-Facio y Asociados junto a Enrique Facio y Augusto Penedo, quienes también habían participado de la sociedad anterior, Estudio al que se incorporó años después Juan Martín Urgell hijo. Se inició así una nueva etapa, caracterizada ya por otros debates y otros actores, pero que sin embargo no opacó la producción previa, sobre la que en reiteradas ocasiones sus autores reflexionaron.8 Un número importante de artículos, números especiales y entrevistas que se publicaron en revistas especializadas, así como la invitación a participar de exposiciones y conferencias, permiten dar cuenta del rol protagónico alcanzado por el Estudio y sus integrantes en el contexto disciplinar.

VIDA, OBRA, TRAYECTORIA

Creemos que la contribución del Estudio Llauró-Urgell y Asociados merece una seria consideración, si es que hemos de asumir conscientemente las condiciones en que se desarrolla nuestra praxis arquitectónica (Waisman, 1978, p. 43).

El artículo se propuso reconstruir la trayectoria profesional del Estudio Llauró-Urgell, e iluminar una serie de posiciones sucesivamente ocupadas por estos actores en distintas expresiones de su propio campo disciplinar (Bruno, 2012). En términos metodológicos, fue necesario vincular rasgos individuales de la vida personal de los integrantes del Estudio, tanto con sus obras como con el contexto de referencia de su accionar disciplinar, con la finalidad de evitar interpretaciones lineales o aseveraciones tendientes a valoraciones heroicas.
Se espera que este abordaje microhistórico resulte un aporte inicial al conocimiento del objeto de estudio elegido y que logre superar aquellas miradas fragmentadas, dedicadas a obras como hitos aislados, que habitualmente han sido elaboradas sobre la arquitectura moderna en la Argentina. En particular, en las décadas de 1970 y 1980 se multiplicaron las construcciones historiográficas que buscaron explicar la “reacción antirracionalista” (Iglesia, 1978), donde incluso algunos autores llegaron a sugerir la inclusión de las obras del Estudio Llauró-Urgell en algunos de los cánones estilísticos propuestos por esos años. Reacción ilustrativa de esta estrategia fue un comentario de Llauró, quien al reflexionar sobre el llamado Casablanquismo aseveró “nunca hice casas blancas” (Llauró, 1984b, p. 33), con la idea de dejar en claro que no adhería a los principios ideológicos rectores de la producción de arquitectos como Claudio Caveri y Eduardo Ellis. Preocupados por las taxonomías, también se encargaron de diferenciar sus obras de aquellas del “Brutalismo”, al asegurar que si bien algunas de sus tempranas producciones, como la capilla en Villa Celina, podían asociarse a este movimiento por la atención a la escala y la expresividad del material, la iglesia era previa y respondía a una necesidad económica y de honestidad constructiva, que no formaba parte de las premisas de la expresión acuñada por Reyner Banham (Llauró y Urgell, 1973).
En este contexto, las obras de Juan Manuel Llauró y José Antonio Urgell permiten reconocer una singular respuesta respecto de las innovaciones en la metodología del diseño, la industrialización de la construcción, la funcionalidad, las referencias teóricas y los nuevos perfiles profesionales. Indudablemente, el fundante rechazo de los cánones fijados por el racionalismo despojó su accionar de ataduras que pudieran limitar su capacidad proyectual, para poder así “adquirir un grado alarmante de libertad. El diseño es entonces, casi exclusivamente, un lenguaje para afirmar una intención humana” (Llauró y Urgell, 1973, p. 28). Esta interpretación del ejercicio proyectual es, según la presente investigación, uno de los principales aportes del Estudio Llauró-Urgell al debate disciplinar contemporáneo.

NOTAS

1. En entrevistas posteriores, tanto Urgell como Llauró mencionaron que durante el año 1954 no pudieron avanzar con sus estudios. Ese año, en el marco de una huelga estudiantil, Urgell fue detenido junto a otros estudiantes de arquitectura.

2. Al momento de iniciar esta obra ni Llauró ni Urgell habían obtenido su título profesional, por lo que debieron convocar al arquitecto Eduardo Martín, docente de la FAU, para poder concretarla.

3. En virtud de la continuidad de los trabajos comunes de los estudios Llauró-Urgell y Antonini-Schön-Zemborain-Firpo, es posible afirmar que esta asociación resultó exitosa. Entre otros, en 1971 participaron conjuntamente en los concursos para el Centro Administrativo Gubernamental de la Provincia de Buenos Aires y el Centro Cívico de la Provincia de San Juan, con los que obtuvieron primeros premios, así como para el Hospital Durand y el Centro Administrativo y Comercial del Banco de Neuquén, segundo premio y mención, respectivamente. Más aún, ambos estudios fueron nuevamente convocados por Hidronor S. A. para proyectar su sede central en la capital neuquina en 1972 y la Villa Permanente para los obreros de la represa Alicurá al año siguiente.

4. Con la sanción de la Ley Nacional Nº 15.336 de Energía Eléctrica en 1960 se organizó un plan federal de construcción de grandes obras de generación de energía, que incluía a Salto Grande en Entre Ríos, Futaleufú en Chubut y Yaciretá Apipé en Corrientes. En la región, otros países afines al modelo estatal desarrollista también habían impulsado obras para mejorar la producción energética.

5. El sector de servicios incluía un dormitorio pequeño con baño propio, ya que se reconocía la capacidad económica de las familias para disponer de un servicio doméstico permanente. Se diferenciaba así de otras propuestas contemporáneas difundidas en materia de vivienda social, que claramente atendían otras necesidades.

6. La referencia a este órgano vital se caracteriza por una doble naturaleza: por un lado, como símbolo, ya que refiere a los sentimientos –sin validación racional- y, por otro, como metáfora de centro desde donde emanan las energías.

7. En el primer número especial dedicado al Estudio, publicado por la revista Summa en 1978, la producción de estos arquitectos fue dividida en dos etapas para estructurar la argumentación, justamente con la Villa Permanente El Chocón como la última correspondiente a este primer período.

8. Ambos se mantuvieron activos en sus respectivos estudios. Mientras la autora avanzaba en la elaboración del presente artículo, en marzo de 2018, falleció el arquitecto José Antonio Urgell.

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