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Recial

versión On-line ISSN 2718-658X

Recial vol.13 no.22 Córdoba dic. 2022  Epub 08-Dic-2022

http://dx.doi.org/10.53971/2718.658x.v13.n22.39632 

Reseñas

Improlijas memorias de Carmen Perilli

1 Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, dcmighina@gmail.com

Perilli, C.. 2021. Improlijas memorias. Santa Fe: Vera Cartonera editorial, on line, colección Testimonios,

Carmen Perilli publica Improlijas Memoriascomo un conjuro. Breve texto el que edita Vera Cartonera editorial -on line- (Santa Fe), que vuelca la memoria de su estancia y tránsito de Carmen en la época y el mundo más atroz del siglo XX argentino. Cuando toda vida y toda idea se encontró suspendida en las manos y en las voluntades de sicarios y déspotas.

Elijo reseñar el texto ajeno a toda retórica técnica y tratar así de asumir la congoja de un relato ceñido al dolor y al despojo. Ningún artilugio debe distraernos de la decisión central de vivir y sentipensar el testimonio de aquello que fue y ya no es por decisión de los violentos. Dicho esto, que es el lugar desde donde quiero leer, propongo un recorrido que sufrirá la banalidad de hablar de lejos del dolor que no sufrí directamente, que no me atravesó el cuerpo realmente y que solo, a riesgo de retórico puedo podemos afirmar que me conmueve. Ninguna palabra que diga miedo o dolor puede sustituir las sensaciones viscerales que otras y otros sufrieron. Si esto pudiera ser de alguna manera aceptado por quienes hablamos de los testimonios y sentimos ira ante la injusticia violenta, entenderíamos con aún mayor perplejidad -paradójicamente- el negacionismo creciente entre nosotros y cuya última enunciación pública la hizo un político facistoide justamente en Tucumán el 30 de setiembre de 2022.

La escena primera que encontramos es el lugar y el día en que en la sala del Tribunal Federal de Tucumán dicta sentencia sobre el secuestro y desaparición de Ángel Mario Garmendia, químico, docente universitario. Resulta un comienzo singular. No hay nombre de los sentenciados ni se transcriben las consignas -legítimas por cierto- con que denunciamos a los genocidas. Nos abrimos en cambio al estupor de la negación del nombre de Ángel Mario que un error del juzgado provoca. Estamos, de entrada, ante lo irreparable, ante el vacío que son los cuerpos y los recuerdos de los “desaparecidos” y que la banalidad perpetúa. Se hablará de Ángel Mario Garmendia, se nos informa de alguna manera, pero también de quienes son vacío aún de quienes han sido vaciados, Porque la ausencia es el signo que queda.

Reconstruir con el lenguaje los matices, las flexiones, los meandros y cauces de un mundo que ya no está y que estalló en pedazos es la decisión de la narradora, aún a costa de saber que no puede haber registro de lo que “nunca se recuperará”. Los pedazos de las palabras, los miedos, los gestos y la gesta de gentes concretas no regresan. La literatura en clave de testimonio improlijo es un conjuro mágico de lo que ha sido. Como un discurrir por el tiempo sin otro sentido que luchar, como se pueda, contra el olvido de eso múltiple que se fue y hemos sido. Como dijo Manuel Castilla, traído precisamente por Carmen Perilli a las memorias, “de solo estar nomás uno cuenta sus cosas”. Y recuerda. Recuerda la desolación de la cesantía como docente de Ángel, su condición de sujeto a disposición de la Ley de Seguridad 21.260 -un eufemismo de los violentos para amenazar-, en una cruel provincia donde todo era una alucinación: los combates, -“noticias lejanas de una guerra que sucedía en nuestro patio”-, la amoralidad perversa del sanguinario Bussi, gobernador de facto y principal perro de presa de la dictadura en Tucumán; la represión sucia de los matones de la policía y de la SIDE en el monte; la apostasía de los sacerdotes que no solo no intercedían por el prójimo sino que incluso negaban el consuelo a los que quedaban desamparados.

También dice de los amigos, de aquellos que no imaginaron que la violencia sin sentido irrumpiría de forma solapada primero y luego ferozmente, aniquilando aquello que parecía inconmovible. La amistad, cuyo símbolo es una mesa en el bar La Cosechera, acaba siendo una incertidumbre más, algo vacío dentro del vacío: quienes tuvieron miedo y se fueron conviven en esta memoria con quienes tuvieron miedo y se quedaron y además con quienes no tuvieron miedo. Otro signo de ausencia es ese desarraigo de la amistad, librada a una suerte de silencio o velo sobre la alegría que la había constituido y que era el sentido último de una generación cuya complejidad vertiginosa tampoco se puede reconstruir. Y dice, finalmente, de la sutileza vil de los miserables, de la sinrazón de cesantear a algunos, y luego secuestrarlos, torturarlos y asesinarlos, y a otros no hacerles nada. Y ese no hacerles daño constituye un daño mayúsculo. La pregunto ¿y por qué no a mí? desata la desconfianza, la creencia en alguna racionalidad del mal e incluso la angustia insoportable de encontrar una respuesta que sea la de la mirada inmisericorde de otros. Es magistral el relato de Improlijas memorias al respecto. Porque parece decir poco de tal modo que recobra un hilo que poco seguimos quienes estuvimos ahí. Las mentiras del mal incluso actuaron por omisión. Y ese pus así inoculado es algo que sigue secretando la lengua de los genocidas.

Carmen debe volver al pasado para salvar la vida. Y el pasado es un desplazamiento espacial. El terror y el desamparo la lleva con sus hijitos a volver a Aguilares, el pueblo donde la familia vive. Ya sin el padre, sin una memoria que surja límpida, los desplazados -porque la dictadura provocó desplazados que muchas veces no sabían que lo eran- requerían que “el cosmos debía detenerse” mientras la ausencia estuviera presente. Y ese hiato, entre un tiempo que vuelve y la exigencia de no transcurrir, provocaba una alienación fecunda. Alienación, porque exigía no convivir con la realidad montada por el horror y fecunda porque generaba una heroicidad de persistencia, de no olvido y de reclamo, tozuda y audaz. Cada entrevista, cada reclamo, cada exposición policial lanzaba a Carmen y a la familia de Ángel Mario Garmendia al riesgo evidente y al desafío no calculado. ¿Qué medida podía haber frente al tiempo trizado? Todo lo que restaba era, a solas, leer, escribir, sentipensar la agonía que a todos nos definía desde que la cruz y la espada desembarcaron de la mano en una playa caribeña. No se trata de la sublimación de la suerte y la desdicha, sino una búsqueda de palabras para decirlas y comunicarlas. Y ahí estaba, como todos los que leemos y escribimos como oficio, tratando de pedir aquello que únicamente sirve para conjurar tanto caos, “la vida que se me iba en el dolor, volvía con creces en la escritura”. Pero igual volvió en pedazos, como los pordioseros que Bussi, en un gesto de exterminador, arrojó al desierto catamarqueño; porque restos de los pobres y locos volvieron y fueron los primeros testigos evidentes de la cobardía del sátrapa, la primera vergüenza de los pulcros vecinos de San Miguel, el aullante rostro del hedor americano que vuelve.

La que narra, Carmen, obtuvo finalmente el derecho a las palabras, “me las he ganado”, dice. Pero ahora nos las da, nos las ofrece, no porque reemplacen la vida bestial que se vivió, o sirvan de algo, como las que escriben jueces y mandatarios. Sino porque el camino de tanto silencio las amontonó como conjuros mágicos ante el espanto para que como el amparo de los simples, sirvan para dar figura a “una paz inmensa”. Para encontrar el modo de instalarnos en el presente, como cuenta Carmen.

Referencias bibliográficas

Perilli, C. (2021). Improlijas memorias. Santa Fe: Vera Cartonera editorial, on line, colección Testimonios. [ Links ]

Recibido: 12 de Julio de 2022; Aprobado: 20 de Septiembre de 2022

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