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Revista latinoamericana de filosofía

versión On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.32 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires oct. 2006

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

La lectura ricoeuriana de Freud sobre la cuestión del sujeto*

 

Néstor Ángel Corona
Facultad de Filosofía y Letras
Pontificia Universidad Católica Argentina

 


RESUMEN: El artículo desarrolla los siguientes puntos del pensamiento de Ricoeur sobre Freud: 1) la imposibilidad de fijar un sujeto, siguiendo a Freud en sus conceptualizaciones de la conciencia, lo inconsciente, el ello, el yo, el superyo; 2) la no existencia de un yo transparente constituyente; y desde allí, el darse del cogito en el ser, advertido todo ello en la naturaleza primariamente afectiva –y finalmente energético-orgánica– de la pulsión; 3) el narcisismo como lo que impide progresar reflexivamente desde un supuesto sujeto hasta el fondo múltiple pulsional –y hasta lo orgánico–, que constituye a tal sujeto como derivado "provisorio"; y con ello, la valoración positiva de la advertencia de la existencia del narcisismo como falso cogito que, sometido a crítica, permite desalojar al sujeto del centro de todo acontecer, 4) la posiblidad de pensar, con Freud y Hegel, hasta cierto punto, un sujeto "hecho de" vida y deseo, pero éstos subsumidos y superados en un dinamismo creador de novedad –espíritu–, 5) en continuación e interpretación del pensamiento de Ricoeur, se puede decir que la experiencia religiosa, viviendo en el símbolo, impugna la transparencia total sujeto-objeto del pensamiento hegeliano y abre a la posibilidad de una constitución del sujeto humano como respuesta al llamado de lo totalmente Otro.

PALABRAS CLAVE: Sujeto; Pulsión; Cogito; Espíritu; Símbolo

ABSTRACT: This paper deals with the following topics of Ricoeur´s thought about Freud: 1) the impossibility to determine a subject, following Freud´s conceptualization of consciousness, unconsciousness, Id, Ego and Superego; 2) the non-existence of a constituing transparent Ego; and hence, the existence of cogito in the being, all of which is evidenced by the primarily affective –and ultimately energetic-organic– nature of pulsion; 3) narcissism as a factor that impairs the reflexive progress from an hypothetical subject to the multipulsional –and even organic– sphere that renders such subject a "provisional" derivative; and thus, the positive assessment of the awareness of narcissism as a false cogito that, when subjected to criticism, allows to remove the subject from the centre of any occurrence; 4) the possibility to think, together with Freud and Hegel, to a certain extent, a subject "made of" life and desire, both of which must be subjected to and exceeded by a novelty creating dinamism –spirit–, 5) following and interpreting Ricoeur´s thinking, it is possible to say that the religious experience, while living within the symbol, challenges the overall transparency of the subject-object of the Hegelian thinking, and creates the possibility of constituing the human subject in response to the totally Other´s call.

KEYWORDS: Subject; Pulsion; Cogito; Spirit; Symbol


 

I. Planteo

En este artículo no se podrán presentar todos los aspectos que implica la cuestión del yo en la lectura ricoeuriana de Freud. Tal desarrollo, para ser totalmente justo con Freud, reclamaría en primer lugar, la exposición detallada de la progresiva constitución de su pensamiento; y para ser justo con Ricoeur, reclamaría también, al menos, la presentación de los momentos previos de su pensamiento que desembocan en su lectura de Freud –y por cierto, lo ideal sería también presentar los desarrollos posteriores de las reflexiones de Ricoeur sobre la cuestión del sujeto y del yo, que tienen, en su diálogo con el pensamiento de Freud, uno de los más importantes puntos de arranque–.
Así entonces, en esta exposición deberán aparecer algunos decisivos puntos del pensamiento de Freud sin la plena explicitación de todos sus antecedentes y detalles propios. Y lo mismo corresponde decir del pensamiento de Ricoeur: no todo podrá ser dicho, pero se intentará que lo que se diga tenga en sí mismo suficiente inteligibilidad.
Con el fin de fijar con precisión y clara y sintéticamente el marco y los puntos a desarrollar aquí, será adecuado comenzar con la lectura de un fragmento del Ensayo sobre Freud de Ricoeur.1
El despliegue de lo dicho en este fragmento llevará luego a la lectura de otros fragmentos de la obra mencionada de Ricoeur.
Dice Ricoeur:

"Es una sola y misma empresa comprender el freudismo como un discurso sobre el sujeto y descubrir que el sujeto no es nunca lo que se cree. La reinterpretación reflexiva del freudismo no podría dejar intacta la idea que nos hacemos de la reflexión: la inteligencia del freudismo ha cambiado, pero también la inteligencia de nosotros mismos. Lo que nos debe aguijonear es la ausencia, en el freudismo, de toda interrogación radical sobre el sujeto del pensamiento y la existencia. Es totalmente cierto que Freud ignora y recusa toda problemática del sujeto originario. Hemos insistido muchas veces sobre esta especie de huída de la cuestión del yo pienso, yo soy. El Cogito no figura, y no puede figurar, en una teoría tópica y económica de los ´sistemas´ o de las ´instituciones´; no podría ser objetivado en una localidad psíquica o en un rol; designa algo totalmente distinto de lo que podría ser nombrado en una teoría de las pulsiones y de sus destinos; por ello es precisamente lo que se sustrae a la conceptualización analítica. ¿Lo buscamos en la conciencia?, la conciencia se anuncia como representante del mundo exterior, como función superficial, como una simple sigla en la fórmula desarrollada Cc.-Pcp. ¿Buscamos el yo?, es el ello lo que se anuncia. ¿Llamamos ello a la instancia dominante?, es el superyo lo que se presenta. ¿Perseguimos al yo en su función de afirmación, de defensa, de expansión?, es el narcisismo lo que se descubre, suprema pantalla entre el yo y sí mismo. El círculo se ha cerrado y el ego del cogito sum se ha escapado cada vez. Esta huída del fundamento egológico es muy instructiva; no marca de ninguna manera el fracaso de la teoría analítica; es esta misma huída de lo originario lo que es necesario comprender como una peripecia de la reflexión." (F, pp.408-409)2

Hay cuatro momentos en el texto presentado: en un primer momento, advierte Ricoeur, para decirlo sintéticamente, que la cuestión del sujeto originario es algo ausente en el pensamiento de Freud; en un segundo momento, encuentra Ricoeur que la ausencia de tal cuestión es algo totalmente justificado en el psicoanálisis de Freud; en un tercer momento muestra en concreto cómo huye, necesariamente entonces, la cuestión del sujeto radical en la exposición psicoanalítica; finalmente, en un cuarto momento, Ricoeur advierte que la ausencia de la cuestión acerca del sujeto originario debe ser entendida como una peripecia de la reflexión.
Corresponde entonces un primer análisis de cada uno de los momentos señalados del fragmento de Ricoeur.
El primer momento es una afirmación que el segundo momento ha de fundar. Pero hay en este primer momento dos expresiones que dan algunos indicios acerca de la intención última de Ricoeur en su análisis de Freud. En primer lugar, se dice que el freudismo es un "discurso sobre el sujeto", pero que allí se descubre que "el sujeto no es nunca lo que se cree". Esto significa que, según Ricoeur, el freudismo, aún intentando –y precisamente al intentarlo– decir algo sobre qué sea eso que se llama sujeto, termina advirtiendo que lo que a primera vista aparece no es realmente consistente; mejor aún: hacer pie en lo que se muestra es tanto como hacer ceder el terreno bajo el pie; en términos de pensamiento: el enfrentamiento del rostro primero del sujeto mueve en el freudismo a la sospecha de que allí, "por detrás", hay algo otro que inicialmente se oculta. Por otra parte, precisa Ricoeur que hay en el freudismo, una"huída de la cuestión del yo pienso, yo soy". Esto significa, prolongando y precisando lo anterior –y dicho ya claramente en discurso filosófico–, que en el psicoanálisis no se llega hasta un sujeto autotransparente.
El segundo momento del texto justifica ya, desde el psicoanálisis mismo, esa final imposibilidad de hacer firmemente pie en un terreno último: la imposibilidad de alcanzar a contornear ante la mirada un locutor y agente último. Un sujeto autotransparente, definido y consistente es algo totalmente ajeno para una concepción del psiquismo donde todo acontece como un juego de movimientos pulsionales.
En el tercer momento se muestra esa movilidad del juego pulsional, que hace que cada vez que se intenta detenerse en un momento del juego, se produce un deslizamiento hacia otro supuesto lugar de detención del juego –como si en cada caso se tratara de una solidificación del fluir pulsional en un punto fijo–. Y en particular aparece en este paso el nombre de la "suprema pantalla" que impide llegar al verdadero fondo que el rostro primero del "sujeto" oculta: el narcisismo. Él es el que hace que, como se dice en el primer paso, "el sujeto no [sea] nunca lo que se cree".
En el cuarto momento valora Ricoeur la concreta huída del "fundamento egológico" como "una peripecia de la reflexión". El término "reflexión" alude aquí, en Ricoeur, a su propio pensamiento, que él entiende, precisamente, como una filosofía reflexiva. Y se puede ya adelantar que esta valoración de Ricoeur, y en orden a su propio pensamiento como filosofía, es positiva –algo que habrá que precisar más adelante–. Justamente, en las primeras líneas de lo leído, dice Ricoeur que la ausencia –ahora: la imposibilidad– del planteo de la cuestión del sujeto debe "aguijonearnos"; ello significa: nos debe mover a pensar filosóficamente.
Para continuar ahora más profundamente el análisis, se puede preguntar: ¿cuál de los momentos señalados del fragmento es propiamente central, de modo que desde él resulte luz sobre los otros, para lograr así una adecuada articulación de los momentos y con ello una acabada comprensión del fragmento?
Son decisivos los momentos segundo y tercero, pues son, precisamente, el soporte de todo el texto. El freudismo es –se dice allí– "una teoría tópica y económica de los ´sistemas´ o de las ´instituciones´"; y también: "una teoría de las pulsiones y sus destinos". A esto, y en orden al análisis posterior, se agregan, como una prolongación, los términos-cuestiones que aparecen en el tercer momento: conciencia –y cabe agregar: inconsciente–, yo, ello, superyo, narcisismo.
Será el seguimiento del sentido de las expresiones y términos recién señalados lo que dará una comprensión acabada de lo central de lo dicho por Ricoeur, justamente en los momentos segundo y tercero de su texto.

II. Inconsciente, conciencia y las dos tópicas

Ricoeur entiende la interpretación freudiana de lo humano como una arqueología, y esto significa, precisamente, un desmontaje de lo que inmediatamente aparece en la vida –cosas, objetos, los otros, las formaciones culturales en su distintas figuras y los respectivos sujetos que allí aparecen– hasta sus elementos últimos...; y ello para, desde allí, proceder al movimiento ulterior de "construcción" hasta lo inmediatamente dado. De tal modo se tendría, simplemente, observando las peripecias de las etapas de "construcción" –en rigor del devenir y "metamorfosis" de lo originario arcaico siempre presente–, la clave de comprensión de lo que aparecería en primer plano en figura de sujeto y de diversos objetos respectivos.
La Interpretación de los Sueños es para Freud el descubrimiento de las claves decisivas iniciales de toda su concepción analítica. Sobre todo, se puede decir que en su capítulo VII se encuentra ya, como en germen, casi todo lo que Freud desarrollará en etapas posteriores de su pensamiento. En efecto, casi todas las ideas básicas de Freud aparecen ya en el texto mencionado o bien se insinúan en él. Pero en todo caso, lo que importa señalar aquí es que Freud utiliza luego el esquema básico del funcionamiento del aparato anímico que le proporciona el análisis de los sueños para la comprensión de todo el acontecer anímico, hasta las manifestaciones más elevadas de la cultura con sus objetos y sujetos respectivos.
Así, del mismo modo como los sueños son el "cumplimiento disfrazado de un deseo reprimido",3 esto es, la aparición en la conciencia onírica de representaciones que son disimulo, disfraz –debido a la interferencia débil de la censura–4 de representaciones inconscientes que, reprimidas, buscan satisfacción de su deseo concomitante, del mismo modo todas las representaciones de la conciencia vigil también son retorno desfigurado de lo reprimido. En rigor, tal "desfiguración" tiene importantes diferencias, según se trate de sueños, acciones eficaces, actos fallidos, síntomas o formaciones culturales superiores. Así, en el caso de las acciones eficaces –éstas resultado positivo del impedimento de un "proceso primario" que llevaría al fracaso– y de las posteriores formaciones culturales (economía, política, arte, religión, saber...) no se puede entender la "desfiguración" de lo originario pulsional como un proceso meramente negativo –no cabría entonces hablar de "disfraz"–, sino, más bien de una cierta "promoción" de lo arcaico; y esto sobre todo si se entiende que tales procesos y sus consecuencias se hallan ordenados finalmente a la preservación y expansión de la vida (sobre estas cuestiones habrá que volver).
En general, este esquema del funcionamiento del aparato psíquico tal como es inicialmente descubierto en la Interpretación de los Sueños, llevará a Freud a la formulación de dos modelos tópicos de dicho aparato. Corresponde decir, "en general", porque, en rigor, entre la presentación de la primera y la segunda tópica ha mediado, en la evolución del pensamiento de Freud, el descubrimiento de otros mecanismos del funcionamiento del psiquismo –por ejemplo aquellos que explican la aparición de las formaciones psíquicas "espirituales" de la cultura–.
En ambas tópicas, sin embargo, permanece el primer decisivo descubrimiento: la diferencia inconsciente-conciencia, aunque funcionando diversamente; y también permanece en ambas, el proceso de la represión y la presencia de la censura.
La primera tópica discierne en el aparato psíquico tres "lugares": el "lugar" de lo inconsciente, el "lugar" de lo preconsciente y el "lugar" de la conciencia. La segunda tópica discierne funciones estratificadas "jerárquicamente" del aparato psíquico, que en su proceder y en parte con sus elementos son conscientes o inconscientes: ello, yo, superyo.
En todo caso, lo que importa ahora señalar es que todo el movimiento del psiquismo es, para Freud, el juego intrincado de los dinamismos básicos psíquicos que son las pulsiones. Así por ejemplo, y en atención a algo ya adelantado, son las mismas pulsiones las que modifican su ruta –con la incorporación del pensamiento– para no fracasar en el intento de alcanzar el fin satisfactorio de la conservación del individuo. El dinamismo y la estructura de los objetos de las pulsiones de autoconservación, que se pueden observar, constituyen en verdad una modificación –proceso secundario– de un proceder inicial ineficaz –proceso primario–. Lo que aparece es así una modificación no substancial de lo originario.
En una primera división de las pulsiones, Freud agrega a las recién señaladas de autoconservación, las pulsiones sexuales. Éstas, a diferencia de las anteriores, no se pliegan "pacíficamente" a las exigencias de la realidad –el "principio de realidad"– para alcanzar sus fines –que no son sino la conservación y la ampliación de la vida–. De suyo, tales pulsiones deben ser impedidas "desde afuera" en su abroquelamiento en el autoerotismo y el narcisismo, a fin de que, sujetas al "principio de realidad", alcancen su verdadera finalidad, a saber, la apertura al otro heterosexual en orden a la procreación. El principio de realidad se impone así ubordinando a sí una primera vigencia del "principio del placer", para que finalmente se cumpla, en su madurez, precisamente el principio del placer.
En ese momento de transición hacia tal madurez juega su papel, "desde afuera", la amenaza de castración ejercida desde la instancia padre-madre, frente al Complejo de Edipo.
La interpretación de los sueños le procura a Freud, como quedó en parte dicho, un esquema básico decisivo para su comprensión del funcionamiento del psiquismo humano: un proceso primario de funcionamiento de las pulsiones –de ellas se hablará luego– queda transformado en un proceso secundario por la modificación del desarrollo originario, gracias, en caso y modo especial, a la intervención de una represión y posterior censura5 –represión y censura serán de diversa composición según que se considere el aparato anímico en su primera configuración o en su funcionamiento posterior–. En todo caso, ello dará como resultado, en los sueños, la presencia de un contenido manifiesto –lo consciente oníricamente– y un contenido latente: un sentido segundo discernido "por detrás", esto es, interpretado.6
Ello permite además a Freud, como se dijo, discernir tres "localidades" en el aparato psíquico: el "lugar" llamado conciencia, el "lugar" de lo preconsciente y el "lugar" de lo inconsciente, esto último, lo "dejado atrás", no presente en la noticia del sujeto, que sin embargo, en principio, ha puesto en movimiento todo el aparato –y que sigue obrando–: los objetos representativos y los afectos del proceso primario.
El estudio posterior del desarrollo del psiquismo da a Freud la clave para comprender más radicalmente la estructura y el funcionamiento del aparato psíquico, a partir de su progresiva constitución, y la base para concebir una nueva tópica. Así, se advierte que los dinamismos básicos del psiquismo son las pulsiones, especialmente las sexuales, –cuya naturaleza y "clases" será importante analizar–, y que el momento ya advertido de la represión y la censura viene dado por factores de "desempeño social", que resultan de la introyección de elementos representativos y afectivos que, a su vez, "quedan" en el aparato psíquico –mediando el proceso de sublimación– luego de la amenaza parental de castración, frente a la constelación de representaciones y afectos del niño –su comportamiento– que constituyen el llamado Complejo de Edipo.7
La sublimación da lugar entonces a formaciones culturales "espirituales" tales como la religión, la moral, el arte, la economía, la política, el saber..., todas ellas íntima y jerárquicamente ligadas. Así, la función normativa –para el individuo y, en él, para la sociedad– de lo religioso, lo moral, lo bello, el valor del dinero, del poder, del saber se constituyen en la instancia psíquica funcional, la "institución" general, que es el superyo, que juega con las instancias que son el ello y el yo, en la segunda tópica.
En todos los casos las pulsiones –decididamente aquí las sexuales– han dejado de obrar según su modo originario, y esto significa que, "obligadas" por la censura, han debido procurarse objetos "distintos". Pero tales objetos representativos "nuevos", que son los que se hacen conscientes, esto es, aparecen en la conciencia –en la onírica o en la vigil, en las acciones eficaces, en los actos fallidos, en las enfermedades o en lo "sublime del espíritu"– son retornos más o menos "deformados" de las representaciones originarias de las pulsiones. Así, en general, la conciencia adulta "resulta" de lo "dejado atrás", esto es, de lo devenido inconsciente. No habría, estrictamente hablando con Freud, en general, verdadera novedad en el psiquismo.
Pero lo dejado atrás como inconsciente son los objetos originarios –y otros– reprimidos de las pulsiones –que siguen siempre "obrando": el ello–. Pero también son hechos inconscientes por represión ciertos objetos originarios del deseo de las pulsiones, que han obrado luego negativamente sobre el sujeto, objetos ahora en su figura transformada-desfigurada-sublimada, en cuanto, precisamente, elementos represores, esto es, en su función represora, en su rostro de represores. Así entonces, son inconscientes estos objetos originarios –al menos en parte– y sobre todo el carácter represor de ellos mismos; y esto precisamente en cuanto son sublimados, esto es, en su "nueva" figura sublime –el superyo–.
Según todo esto, entonces, cabe decir, en general, que no hay conciencia sin lo inconsciente. Si se quiere comprender la conciencia se es llevado a lo inconsciente. La conciencia, allí donde el sujeto sabe de sí mismo sabiendo de sus objetos y de sus actos –en cualquier tipo y nivel de conciencia, y así en cualquier tipo y nivel de objetos y actos– no es un "lugar" firme y último.
No es posible desarrollar aquí una importante cuestión: el modo preciso de presencia de lo inconsciente y su precisa "relación" con la conciencia.8
Según lo visto, con razón puede decir Ricoeur –ya se pueden ir comprendiendo con precisión sus palabras–: "... tengo a la metapsicología freudiana por una extraordinaria disciplina de la reflexión".9 Y también: "...al término de este proceso, destinado a deshacer las pretendidas evidencias de la conciencia, yo ya no sabría lo que significan objeto, sujeto y ni siquiera pensamiento; el objetivo confesado de esta disciplina es la vacilación del falso saber que obstruye el acceso al Ego cogito cogitatum".10
Con lo dicho se tiene un primer acercamiento al texto inicial de Ricoeur.
Lo anterior posibilita comprender, por ahora, la "relación de desliz" que se advierte entre la conciencia y lo inconsciente en general. Pero los sentidos de "conciencia" e "inconsciente", en la tópica última de Freud, se aplican tanto al ello como al superyo; y en tal tópica juega también su papel lo que Freud denomina el yo. Ello, yo y superyo son tenidos en cuenta –como se ha visto– por el texto de Ricoeur.
Corresponde entonces aplicarse a entender mejor estas tres funciones estratificadas del aparato anímico, junto con los calificativos de "consciente" e "inconsciente", para lograr un más estrecho acercamiento al texto de Ricoeur.

III. Inconsciente, conciencia y las dos tópicas (continuación)

Ya se ha dicho que el estudio del desarrollo del psiquismo da a Freud oportunidad para concebir una nueva, segunda tópica.
Ese desarrollo consiste en la sucesiva constitución de diversas organizaciones pulsionales, según lo cual se configuran diversos "sujetos"; con respectivas diversas clases de objetos. Un gozne decisivo de este desarrollo son los momentos del Complejo de Edipo y su disolución, a partir de lo cual se constituye el pliegue del psiquismo que es el super yo. Pero en todo el desarrollo se trata siempre de una modificación de los objetos de las mismas pulsiones, modificación que es una "deformación" –de diversa "calidad", según se dijo– de los mismos objetos originarios que, en el proceso, han quedado en el inconsciente, o mejor, se han vuelto inconscientes.
De tal modo, también de parte del "sujeto" se puede hablar de una persistencia "modificada" de lo mismo, esto es –e importa decirlo así– de una determinada constelación de pulsiones.
Es claro que tal "sujeto" finalmente, como en parte se adelantó, "se multiplica" en yo, ello y superyo: el yo perceptivo consciente (e inconsciente y preconsciente), receptor de los influjos del mundo exterior; el ello, conjunto de las pulsiones en su originariedad y de lo rechazado –también a lo largo de la vida– de las mismas (inconsciente); y el superyo, conjunto de lo rechazado y a la vez normativo-represor –yo ideal-ideal del yo, resultado de la desexualización e idealización (sublimación)–, inconsciente como represor, consciente (¿y preconsciente?) según sus contenidos. En el texto de Freud El yo y el ello11 aparecen muy difusas las fronteras entre estas
tres instancias del aparato psíquico; todo señala hacia una cierta continuidad entre sí de las tres.
Es entonces decisivo el vaivén complejo, al que Ricoeur alude, entre ello, yo y superyo, y así entre conciencia e inconsciente, en el que, precisamente, es imposible "fijar" a uno de ellos como lo firme, permanente, fuente y fin de todo el acontecer. Tal vaivén puede verse con claridad en el análisis minucioso del proceso de constitución y acción del superyo –donde tienen un papel destacado el masoquismo del yo y el sadismo del superyo (ambos sanos, aunque se los llame "pulsiones de muerte" por su actuar inmediato; pero "pulsiones de vida", según el sentido final del proceso en el que se insertan, como se verá luego)–.
La intención de agresión del niño hacia sus padres, provocada por la anterior amenaza de esa instancia parental ante el deseo sexual dirigido hacia la misma (Complejo de Edipo-amenaza de castración), es seguida de temor y así produce la renuncia a la agresión, en un complicado juego de intercambio de rostros. Será importante ver esto aunque sea sólo esquemáticamente.
El agresor pasa a ser el superyo (sadismo del superyo), que en realidad es el yo revestido con las ropas de la instancia parental (identificación); este superyo, modelo de mandatos positivos y prohibitivos –el superyo como ideal del yo y yo ideal– es amado, como modelo, por el ello, por donde éste queda sometido al yo así revestido superyoicamente con las figuras parentales desexualizadas e idealizadas, y por donde el yo mismo se fortalece ante los embates del ello, amándose a sí mismo en la perfección de sí mismo que es su ideal.
El todo puede ser entendido, sintéticamente, como un amor de sí mismo del yo idealizado –con la mediación de las figuras parentales–; y a esto lo llama Freud narcisismo secundario –por oposición al primario, que se daría, quizás, desde la etapa del despliegue de las pulsiones de autoconservación hasta el Complejo de Edipo–.
Por su parte, las figuras parentales, amadas y odiadas y que se desea agredir, se revisten con las características del yo (identificación). Así, padre y madre son odiados, pero en la "persona" del yo.
En fin entonces, padre y madre son amados en el superyo y son odiados en el yo. Esta ambivalencia –retorno de la inicial del niño– es en verdad, según se sigue de lo anterior, un amor, aunque "a medias", de sí mismo y un odio "a medias" –no se llega a la agresión física– a padre y madre.
Así, la intención agresiva original del niño queda internalizada en el aparato psíquico.
Como se habrá podido ver, los "sujetos" son aquí, a la vez –en distintos niveles de presencia y manifestación– el ello, el yo y el superyo.
Corresponde ahora avanzar en la reflexión, con Freud y Ricoeur, para alcanzar niveles más radicales de análisis y con ello la consideración de nuevas cuestiones.

IV. Pulsión y deseo: el cogito en el ser

Toda pulsión "está hecha" de representación y afecto, y ello significa, precisamente, que está hecha de un representar –eventualmente un pensar– y un objeto representado –pensado–; tal objeto es el objeto variable de la pulsión, según el estadio del desarrollo del psiquismo que se considere; y "está hecha" de un afecto, al que también corresponde aquel objeto –como placentero o displaciente–.
Ahora bien, según advierte Ricoeur, el momento más originario de la pulsión es el afectivo. De este modo, todo objeto representable o pensable, todo sentido o significación tiene su raíz en el orbe del afecto; en lo afectivo se halla en germen de todo sentido y de toda aprehensión de sentido. En general: el pensamiento es algo segundo, cuando él comienza ya está precedido por lo otro del acontecer de lo afectivo como deseo. Ya el hombre es –y a una con él las cosas– antes de que piense; su pensar y lo pensado son algo dado por lo afectivo, esto es, el deseo prelógico que incesantemente ya siempre lo precede y que así nunca le pertenece –más bien él
pertenece al deseo–: es la fuente que nunca puede abarcar, el suelo que da siempre qué pensar y que pensar.
El pensamiento acontece en el ya dado claroscuro acontecer del deseo, donde aún no se han recortado uno frente a otro sujeto y objeto: hay un fondo ya dado donde aún no está la luz objetiva del sentido, pero de donde proviene y adonde vuelve todo sentido para el pensamiento. Toda tentación de constitución del sentido por parte del sujeto parte, en verdad, del momento derivado –y absolutizado– del enfrentamiento sujeto-objeto.
El nivel afectivo del deseo es el nivel del surgimiento tensional, "confuso", "táctil", a una del yo –en rigor, lo que luego se apercibirá como un recortado yo– y lo otro, nivel irrecuperable como tal para el pensamiento entendido como conocimiento que recorta un sujeto frente a un objeto, precisamente un sujeto así emancipado en el olvido del retorno a su fuente –se podría arriesgar: sólo la poesía, en su "extraño" lenguaje no olvidaría tal fuente–. Así, antes del cogito se da el sum del acontecer deseo-y-lo deseado: el cogito está en el ser, no el ser en el cogito.
Sentido y palabra van naciendo y se van nutriendo hacia su posible objetividad, desde y en el terreno ya dado en el que desde siempre ya se hallan dados el uno hacia el otro como afectar y serafectado: lo que es y el que es que es el hombre. Sentido y palabra son la "espuma de una ola" cuya profundidad es misterio dado y donación misteriosa.
Se puede hablar entonces aquí, con Ricoeur, de una "semántica del deseo". Con esta expresión designa Ricoeur en principio la concepción de la arqueología de Freud, según la cual todo el orbe de las representaciones de la conciencia, desde lo infantil hasta las sublimes representaciones de la religión, nace del deseo y para el deseo; deseo que sigue siendo siempre, enmascarado a través de todas las esferas no vitales de la conciencia, el deseo infantil, el deseo de las pulsiones de autoconservación y sexuales –estas últimas apoyadas en el comienzo en las primeras–.
Toda claridad del pensar proviene del rico claroscuro del deseo, esto es, en general, de lo-presente-al-afecto o del afecto-y-loque él-presenta. Toda palabra del pensamiento proviene de un fondo –y hace señas hacia él– que da qué hablar y que hablar. Así, el pensamiento acontece en el límite con lo que lo excede, puede advertir ese límite, pero no por ello puede sobrepasarlo y apoderarse de lo que se halla más allá, para lograr con ello una homogeneidad de "naturaleza".
Sea cual fuere la pulsión que presida la constelación pulsional constitutiva del sujeto dado, prima lo afectivo.
Pero hay en Freud algo más, que interesa aún a Ricoeur.

V. Pulsión, deseo y lo orgánico: el cogito en el ser

Si el análisis regresivo del acontecer anímico se lleva con Freud hasta el final, se descubre aún un estrato, en las pulsiones, que radicaliza al máximo lo que ya se puede llamar la posterioridad del pensamiento.
En un estudio detallado de la naturaleza de la pulsión, Freud descubre, "antes" de lo psíquico representativo y afectivo, un elemento somático que procede del interior del organismo, un estímulo (Reiz) que es una energía orgánica respecto de la cual lo representativo y lo afectivo deben ser entendidos como sus "representantes" psíquicos.12 No sin cierta ambigüedad terminológica, Freud llama alternativamente pulsión (Trieb) tanto a esa energía orgánica, como a sus representantes psíquicos, o bien al todo de lo orgánico y lo psíquico. Freud entiende que esa energía orgánica podría ser mensurable, aunque aún tal medición no se haya alcanzado. De tal
modo, lo accesible al estudio serían hoy los "representantes psíquicos" de la "pulsión", vale decir lo representativo y lo afectivo.
Es importante señalar aquí, a fin de dar lugar a posibles matices en la interpretación, que en Freud existe una cierta imprecisión, o mejor, ambigüedad, al momento de determinar las relaciones entre lo físico-orgánico y lo psíquico –lo cual no habla de suyo, entonces tampoco, al menos explícitamente, en favor de una especificidad de lo espiritual–.13
Será provechoso leer algunos fragmentos de Ricoeur en los que queda dicho lo que se ha visto hasta aquí:

"El método analítico es impracticable si no se adopta el punto de vista naturalista impuesto por el modelo económico y si no se ratifica el tipo de inteligibilidad que él confiere; todo el poder de descubrimiento se halla en principio del lado de este modelo. Es por ello que me parece que una transcripción puramente lingüística del análisis elude la dificultad fundamental propuesta por Freud; su naturalismo está ´bien fundado´; y lo que lo funda es el aspecto de cosa, de cuasi-naturaleza de las fuerzas y mecanismos considerados. (F, p. 421)14

"... si el deseo es lo innombrable, está originariamente vuelto hacia el lenguaje; quiere ser dicho; está en potencia de palabra; que el deseo sea a la vez lo no-dicho y el querer-decir, lo innombrable y la potencia de decir, es lo que constituye el concepto límite en la frontera de lo orgánico y de lo psíquico" (F, pp. 442-443)

Y más explícitamente:

"Lo que se presenta en el afecto y que no pasa a la representación es el deseo como deseo. La irreductibilidad del punto de vista económico a una simple tópica de las representaciones testifica que el inconsciente no es fundamentalmente lenguaje, sino sólo conato (poussée) hacia el lenguaje. Lo ´cuantitativo´ es lo mudo, lo no hablado y lo no parlante, lo innombrable en la raíz del decir. Mas para decir este no-decir, la psicología no tiene más que la metáfora energética: carga, descarga, y la metáfora capitalista: colocación, inversión, y toda la secuencia de sus variantes. Lo que en el inconsciente es susceptible de hablar, lo que es representable, remite a un fondo no simbolizable: el deseo como deseo. Este es el límite que el inconsciente impone a toda transcripción lingüística que se pretendiera sin resto" (F, pp. 438-439)

Ahora bien, lo psíquico afectivo, o el "quantum de afecto" en palabras de Freud, es lo que Freud llama libido; y se debe reconocer, precisamente, su conexión de origen con la "energía" orgánica antes señalada –así lo entiende precisamente Ricoeur–. Al hablar en un primer momento de esta libido, Freud la define como "la manifestación dinámica, en la vida psíquica, de la pulsión sexual".15 De este modo, la libido sería el afecto-base de las pulsiones sexuales, que Freud distingue de las llamadas –entre otros nombres– pulsiones de autoconservación. Pero en una posterior división de las pulsiones –como se verá–, la libido sería la energía psíquica de todas las pulsiones llamadas entonces de vida –se habla ahora de Eros para señalar tales pulsiones–, que incluyen las de autoconservación y las sexuales y las sublimaciones de éstas, y de las que corresponde distinguir las pulsiones de muerte (sadismo, masoquismo) –Thánatos–.16
Según todo lo anterior, se ha de sostener, entonces, que lo último del acontecer psíquico remite finalmente a lo orgánico. La misma afectividad, vista antes como lo otro que el pensamiento no puede "recoger", ahora aparece "dependiente" de algo otro, opaco, que ya no pertenece a la lucidez –graduada– de lo psíquico, sino que desborda y escapa a tal particular lucidez: hay un sum masivo que antecede y funda en cierto modo todo cogito, y donde este cogito se halla desde siempre instalado.
Todo lo dicho conduce hacia el corazón mismo de uno de los intereses de Ricoeur, presente en su lectura de Freud. Ya se ha oído hablar a Ricoeur de que con Freud y su no hacer pie en un sujeto último se estaría ante una "peripecia de la reflexión". Precisamente, lo que mueve a Ricoeur es el "deseo de una ontología" que, si bien parte del sujeto –filosofía reflexiva– pretende superar el "círculo encantado del idealismo", tal como Ricoeur entiende que se da en Husserl.
Para tal fin se embarca precisamente Ricoeur en la tarea de lectura de las obras del sujeto, tarea que, con Freud, se vuelve hemenéutica, esto es, de descubrimiento de un sentido segundo, inicialmente velado en el sentido primero dado de toda obra.17
Y justamente, aquella superación del idealismo –y de todo subjetivismo y solipsismo– es lo que se ha logrado con el total descentramiento del sujeto alcanzado siguiendo a Freud.

"... la anterioridad, el arcaísmo del deseo, que justifican el hablar de una arqueología del sujeto, imponen subordinar la conciencia, la función simbólica, el lenguaje, a la posición previa del deseo. Como Aristóteles, como Spinoza y Leibniz, como Hegel, Freud pone el acto de existir en el eje del deseo. Antes de que el sujeto se ponga conscientemente y voluntariamente, ya estaba él puesto en el ser en el nivel pulsional. Esta anterioridad de la pulsión por relación a la toma de conciencia y a la volición significa la anterioridad del plano óntico por relación al plano reflexivo, la prioridad del yo soy sobre el yo pienso". "De esta manera solamente pueden ser vencidas la ilusión y la pretensión del Cogito idealista, subjetivista, solipsista" (CI, p. 261)18

VI. El narcisismo: cogito abortado

Es preciso dar aún un paso, para penetrar en un aspecto del fondo del pensamiento de Ricoeur, provocado por la lectura de Freud.
Algo se da a lo largo de todo el desarrollo del aparato anímico, desde la niñez hasta la adultez, que impide que en él salga a luz el fondo último que allí es el motor inicial y permanente de todo el acontecer y de todas las formaciones "fluídas" del mismo ya vistas: las pulsiones con su naturaleza básica; y que hace, por ello, que en todo momento lo presente sea, precisamente, lo derivado y lo que hace que este derivado sea tenido por lo radical último; en rigor: que un determinado sujeto, esto es, una determinada configuración pulsional de sujeto y objetos se tenga a sí misma por lo último radical y así se crea transparente para sí y en plena posesión de sí como el yo simplemente tal.
Se está así frente a lo que Ricoeur llama un "falso cogito"; o también un "cogito abortado"; se está ante una falsa transparencia, que impide que el fondo último salga a luz, una falsa transparencia que hace que el cogito se detenga, esto es que, el sujeto reflexivo no progrese en su reflexión, una falsa transparencia que impide que haya un verdadero y radical análisis reflexivo, en el que la reflexión –el pensamiento– llega a verse, como reflexionante, como algo segundo, implantado y dado en algo que lo precede y que no puede contornear, abarcar, poseer en su lucidez –lo opaco de lo afectivo finalmente energético-biológico de las pulsiones, lo que no es aún sentido–, de modo que, en el extremo, pudiera verlo como surgido de él y permaneciendo en él; y una falsa transparencia que impide ver el surgimiento, desde ese fondo pulsional, de todas las instancias psíquicas: yo, superyo, ello.
El responsable de tal impedimento para el "descenso al fondo" es lo que Freud consigna con el nombre de narcisismo.19
Se debe observar, antes de avanzar, que ni el concepto de libido ni el de narcisismo tienen en el pensamiento de Freud un desarrollo orgánico acabado. Las definiciones de ambos conceptos y sus conexiones, se prestan, según los textos, a diferentes comprensiones. Con todo, se puede al menos intentar una presentación ordenada, en función de la temática general que aquí preocupa.20
Para ello, se debe tomar desde su raíz la cuestión de la división de las pulsiones según Freud. Con ello, inevitablemente, volverán a mencionarse algunos puntos ya anotados en esta exposición.
En un primer momento Freud, como se dijo, divide las pulsiones que conforman el organismo psíquico en pulsiones de autoconservación o del yo y pulsiones sexuales. Estas últimas, luego de un despliegue anárquico, pasan a actuar según una "anarquía mitigada", en las fases oral y sádico anal, con su autoerotismo, hasta configurarse como un "sujeto" frente a un otro-objeto, en la fase fálica con su Complejo de Edipo, hasta llegar a la pubertad y su ordenamiento a la unión heterosexual. Pero ello junto con la sublimación y la idealización –cuestiones complejas en las que aquí no es posible entrar– esto es, el despliegue de lo "espiritual" humano, con su cúspide en la religión y su padre-Dios.
A las pulsiones de autoconservación les atribuye Freud, como energía, genéricamente, el "interés" (también habla Freud de "necesidades", "funciones de conservación de la vida", sin haber dado nunca una clasificación exhaustiva de las mismas –parece haber para él tantas como las grandes funciones orgánicas: nutrición, defecación, emisión de orina, actividad muscular, visión, etc.–).21
La energía de las pulsiones sexuales es para Freud, en esta primera división, la libido, de la que ya se ha hablado. Pero en su ulterior división de las pulsiones –también ya se ha aludido a ello– distingue Freud, ampliamente, pulsiones de vida y de muerte. En el primer grupo quedan comprendidas ahora las anteriores de autoconservación y las sexuales. El segundo grupo queda configurado por la violencia del sadismo y el masoquismo, cuya energía, según Freud, resulta desconocida.22
Las pulsiones de vida –del yo y sexuales– tienen ahora como energía –el "quantum de afecto" de raíz biológica del que ya se ha hablado– la libido.
Ahora bien, esta libido (Eros, amor23 –aunque también Eros designa las pulsiones de vida como tales–) se divide, según que se halle orientada al yo mismo o a objetos distintos del yo, en libido narcisista o libido objetal. La libido narcisista tendría su actuación primera en las pulsiones de autoconservación –y allí, sin ser propiamente sexual, tendría con todo un "momento" sexual: en toda satisfacción pulsional hay, para Freud, satisfacción sexual concomitante–; y se desplegaría luego progresivamente la libido objetal, en todas las etapas ya mencionadas, desde el despliegue primero de las pulsiones sexuales hasta el Complejo de Edipo –hasta donde
se daría un narcisismo primario– y luego, mediando la prohibición parental, hasta la unión heterosexual.
El paso final –mediando sublimación e idealización– lo constituye el despliegue desexualizado de las pulsiones, en la "vida del espíritu".
Pero lo decisivo aquí –sea lo que fuere de las divisiones y distinciones hechas, que en Freud presentan dificultades– es que, para Freud, en todos los casos, en correspondencia con el mantenimiento sólo modificado de los objetos primeros, la libido narcisista se mantendría siempre, "por debajo", animando todo el proceso de desarrollo, como si la libido objetal fuera sólo una prolongación suya –lo que autorizaría, precisamente, a hablar siempre de narcisismo–.
Es así que luego de amar –y odiar– a nuestros padres como nutrientes, protectores y objetos sexuales, elegimos nuestras parejas sexuales según el modelo de ellos (elección anaclítica); y son precisamente también esas figuras modélicas las que engrandecemos en el superyo, finalmente en nuestro propio provecho, según se vio. Desde la unión heterosexual hasta la "vida del espíritu" se trataría de un narcisismo secundario.
Así, el narcisismo –el amor de sí mismo– permanece siempre, y es entonces él el que siempre está sosteniendo los sucesivos "sujetos" del desarrollo psíquico: él hace aparecernos a nosotros mismos como tal, y tal sujeto: niño, adolescente, adulto "espiritual". Los sujetos sostenidos por el narcisismo ocultan, gracias a él, su propia inconsistencia: no permiten ver, en el comienzo de la reflexión, el abismo de tal inconsistencia, no permiten advertir el deseo enraizado en lo pulsional finalmente biológico; ocultan que somos sólo una provisoria organización de fuerzas condenada a desaparecer como tal "individuo" –aquí juega un papel insigne el consuelo
religioso que provee el superyo–.
Para Freud, sólo quedaría el pesimismo frente a la muerte personal, mitigado por un optimismo de cara a la vida total, "gené-rica", que siempre permanece –finalmente vida anónima–. Aunque también este optimismo es a su vez mitigado por la experiencia de las guerras, desatadas por las pulsiones de muerte desordenadas.
Esta salida resignada del narcisismo viene posibilitada, precisamente, por la razón psicoanalítica, despojada de toda ilusión.
A propósito de las pulsiones de muerte, pulsiones de opresión, violencia y destrucción, cabe hacer algunas precisiones. Estas pulsiones, con todo, pueden ser consideradas como de vida –como ya se adelantara– si, justamente, se ordenan a la vida. Así sucede con la fuerza ejercida para el dominio del objeto sexual; y lo mismo puede observarse –algo ya mencionado– respecto del dominio (sadismo) de la instancia parental y luego del superyo, correspondientes al sometimiento (masoquismo), respectivamente, del niño y luego del yo adulto: ambos movimientos –"normales"– hacen posible la expansión de la vida más allá del círculo cerrado familiar, al impedir la permanencia del Edipo y al regular la vida en sociedad, respectivamente. (Inversamente, también es cierto que, más restrictivamente, la pulsión sexual de vida que se da, por ejemplo, en el Complejo de Edipo, puede entenderse como de muerte, pues allí el individuo se cierra en el círculo familiar, impidiendo así la expansión de la vida en sociedad)
Ciertamente, Freud distingue también frente al narcisismo normal del despliegue del psiquismo un narcisismo anormal: la perversión sexual, la megalomanía esquizofrénica, las enfermedades orgánicas, la hipocondría...
Y también se ha de contar con las pulsiones de muerte obrando fuera del señalado marco de la expansión de la vida: a las guerras, se han de sumar los sadismos y masoquismos anormales, enfermos –éstos sí "puras" pulsiones de muerte– excesos desorbitados de lo normal.
Luego de este inmenso rodeo, corresponde leer lo que dice Ricoeur sobre el narcisismo y el papel que el mismo juega para una filosofía reflexiva:

"El narcisismo aparece como una verdadera magnitud metafísica, como un verdadero genio maligno, al que se debe atribuir nuestra más extrema resistencia a la verdad" (F, pp. 413-414).

"Ahora bien, no ocultaré que esta táctica, perfectamente adaptada a una lucha contra la ilusión, condena al psicoanálisis a no reencontrar nunca la afirmación originaria: nada es más extraño a Freud que la idea del Cogito poniéndose a sí mismo en un juicio apodíctico, irreductible a todas las ilusiones de la conciencia. Es por ello que la teoría freudiana del yo es a la vez muy liberadora respecto de las ilusiones de la conciencia y muy decepcionante por su impotencia para dar al yo del yo pienso un sentido cualquiera. Pero esta decepción propiamente filosófica debe ser contabilizada del lado de la ´herida´ y de la ´humillación´ que el psicoanálisis inflige a nuestro amor propio. Es por ello que el filósofo, cuando aborda los textos de Freud consagrados al ego o la conciencia, debe olvidar los más fundamentales requerimientos de su egología, y aceptar que vacile la posición misma del yo pienso, yo soy; pues todo lo que Freud dice al respecto presupone tal olvido y vacilación; la conciencia y el ego nunca figuran en la sistemática a título de posición apodíctica, sino como función económica" (F, pp. 415-416)

Dice también Ricoeur:

"Vería de buena gana en la teoría del narcisismo el extremo más avanzado de esta arqueología, tomada en el nivel pulsional: el narcisismo, según parece, no agota su significación filosófica en este papel de obturación o de ocultamiento que nos ha hecho llamarlo el falso cogito. El narcisismo tiene también una significación temporal: es la forma original del deseo a la cual se vuelve siempre; hay que recordar aquellos textos en los que Freud lo designa con el nombre de ´reservorio´ de la libido; en él se resuelve toda libido de objeto; a él retorna toda energía retirada. El es así la condición de todos nuestros desprendimientos afectivos y, se lo repetirá luego, de toda sublimación. Así, llega Freud a sostener que la elección objetal misma lleva la marca indeleble del narcisismo. Todos nuestros amores, según él, se modulan sobre los dos objetos arcaicos, la madre que nos ha llevado, nutrido y mimado, y nuestro propio cuerpo; elección anaclítica o elección narcisista, nuestro deseo, me atrevo a decir, no tiene otra elección" (F. p.431)

"Es una sola y misma empresa comprender el freudismo como un discurso sobre el sujeto y descubrir que el sujeto no es nunca lo que se cree" (F, p. 408).

"Esta es la suprema prueba para una filosofía de la reflexión. El sujeto mismo de la apercepción inmediata es puesto en cuestión. Es necesario ´introducir el narcisismo´, no sólo en la teoría psicoanalítica, sino en la reflexión. Descubro entonces que la verdad apodíctica Yo pienso, yo soy, apenas proferida, está obturada por una pseudo evidencia: un Cogito abortado ya ha tomado el lugar de la primera verdad de la reflexión Yo pienso, yo soy..." (F, p.413)

"´Este punto espinoso del sistema narcisista´ es lo que llamo el falso Cogito…" (Ibid)

"Comprendo entonces la metapsicología freudiana como una aventura de la reflexión; el desasimiento de la conciencia es su camino porque el devenir consciente es su tarea. Pero de esta aventura resulta un Cogito herido: un Cogito que se pone pero que no se posee (...) Ahora nos es necesario dar un paso más y hablar ya no sólo en términos negativos de la inadecuación de la conciencia, sino en términos positivos de la posición del deseo, por lo cual yo soy puesto, yo me encuentro ya puesto (...) esta posición anterior del ´sum´ en el corazón del ´Cogito´..." (F, pp. 425-426)

El narcisismo es el obstinado deseo de sí mismo en el que se mantiene la constelación de pulsiones con sus objetos –éstos manteniéndose en diversas modificaciones–; es la autoafirmación de la reunión de pulsiones que constituyen un pretendido sujeto.
En el narcisismo aparecen, para un "sujeto", él mismo y sus objetos como lo último. Así queda bloqueado el paso hacia la opacidad de lo verdaderamente último, de donde todo surge y que siempre permanece: las pulsiones mismas con sus objetos originarios –y finalmente lo biológico orgánico–.
En visión macroscópica, Freud puede llegar a afirmar que la libido –Eros, en este nivel de consideración– es la fuerza unitiva ya en el nivel de las células del organismo físico.24 Y sería entonces esta libido-Eros la que, ahora en el nivel de la vida psíquica –el nivel de los "representantes de la pulsión": representación y afecto– sería la astuta responsable de esa otra unión psíquica que constituye al "sujeto" psíquico. A su vez, en este nivel quedaría oculto el nivel básico orgánico –capa última oculta por el narcisismo–.

VII. Una especulación

Lo últimamente dicho autorizaría a dar especulativamente un riesgoso paso más. Se podría pensar que la libido obraría en cada pulsión como deseo de su respectivo objeto representado –variable– y como factor unitivo de las distintas pulsiones entre sí. La libido uniría a las pulsiones entre sí en las distintas constelaciones de las mismas, constitutivas de los distintos sujetos, y así sería allí, en cada caso, el amor de sí mismo, esto es, el narcisismo. Pero entonces habría que admitir, en el límite, que la libido es única, es decir, única energía físico-psíquica que se colorea según los objetos representados originarios que definen la pulsión –luego variables–,
y que no sería más que la adhesión a sí misma de la vida"genérica" en sus niveles físico y psíquico.
Pues, en efecto, en todo esto se trata, contra Thánatos (desbordado), odiante factor de rechazo y asilamiento, de energía desconocida (y con Thánatos: recuérdese lo dicho sobre la inclusión de la violencia al servicio de la vida), del mantenimiento y expansión de la vida fisico-psíquica como tal. Todos los encubrimientos que hace el narcisismo, esto es, el hacer aparecer al yo como sujeto último, y aún, el hacer aparecer instancias valiosas "superiores" que se autosostienen en su validez frente al yo –la Ley, Dios... (superyo)–, ocultando el fondo últimamente natural físico-psíquico que todo lo sostiene –al yo y al superyo en sus ya vistas intrincadas relaciones–
son el inmenso rodeo que da la vida total físico-psíquica para hacer que se cumpla su dinamismo de expansión y permanencia–a través de la familia y la sociedad con sus elementos superyoicos–.
Sólo se trata ahora –y tal es la tarea liberadora de la razón psicoanalítica: comprensión de la necesidad– de desmontar todos esos mecanismos, reconocer el astuto rodeo que se lleva a cabo con el narcisismo, y hacer ver claramente todo el proceso, para preservar ahora lúcida, racionalmente la vida. Mejor: se trata de abandonar el amor narcisista de la superficie para dar paso en sí mismo –y así "olvidarse" de sí mismo– al Eros en el que la vida total se afirma a sí misma. ¿La resignación de la que antes se ha hablado se ha vuelto positivo amor de la vida a sí misma –en el olvido de sí mismo del individuo–? Casi se podría decir: con el psicoanálisis la vida misma descubre su propio amor a sí misma, superando el fugaz amor superficial narcisista de los sujetos humanos, en los que ella misma se embarcó en un principio, movida oscuramente, sagazmente por aquel Eros que la constituye.
Cabe preguntarse: ¿hay entonces un –se podría decir así– "narcisismo" radical –anónimo– de la vida misma total que debe pasar por los narcisismos de los aparatos psíquicos humanos individuales pasajeros? ¿Hay entonces un "sujeto", esto es, un sustrato permanente abarcante, global, anónimo de donde todo surge y adonde todo vuelve? ¿Y sería un sustrato o una polvadera de pulsiones físico-psíquicas? Pero si lo último es lo físico, ¿ese sustrato es la energía orgánica de base (vida física), que daría "luego" lugar a la libido-Eros psíquica (vida psíquica)?
Por otra parte, ¿quién es el sujeto que advierte racionalmente todo este proceso y esta unidad de base?; esto es, ¿qué consistencia tiene el sujeto del discurso psicoanalítico?. Él ha de ser también "provisorio". Entonces, ¿habla él o él es sólo el portavoz provisorio que se procura sagazmente la vida total pulsional? ¿Habla en él la vida pulsional?. Más radicalmente: ¿habla sólo la vida total?

VIII. Hacia el yo: Freud y Hegel

Finalmente entonces, la arqueología de Freud, según Ricoeur –independientemente de las últimas especulaciones–, termina "desfondando" todo posible sujeto. Conciencia, inconsciente, ello, yo, superyo, pulsión son otros tantos lugares donde no puede encontrarse asiento subjetivo definitivo.
Ricoeur ve ahora en la teleología de la Fenomenología del espíritu de Hegel precisamente un movimiento de sentido inverso.25 En efecto, el espíritu alcanza el estatuto definitivo de sujeto en la mirada retrospectiva en la que se reconoce presente ya en cada una de las figuras por las que ha pasado, empezando por la vida y el deseo, sin verse a sí mismo en su "momento" en la verdad parcial de cada una de ellas. Así, cada figura es el espíritu en la figura final abarcadora del saber absoluto, que recorre reflexivamente y subsume en la verdad cada verdad. El espíritu es el sujeto-saber absoluto totalmente transparente para sí como sujeto-objeto que abarca todo sujeto y todo objeto.
Ricoeur ve aquí, como se dijo, un movimiento de progresivo descentramiento del sujeto, de sentido opuesto al del descentramiento y finalmente disolución del sujeto que opera el psicoanálisis. Con todo, advierte en Freud lugares de su pensamiento en los que se podrían leer elementos del pensamiento de Hegel en esta cuestión. Pero también advierte en Hegel elementos del pensamiento de Freud. Aquí esos lugares sólo pueden ser señalados.
La presencia implícita de Freud en Hegel –en general– es advertida por Ricoeur en la permanencia, en el espíritu, de la vida y el deseo. Vida y deseo son en Freud lo insuperable que "se disfraza" –sublimación– de espíritu. En la Fenomenología del espíritu de Hegel el espíritu se reconoce como lo ya presente en la vida y el deseo, pero como lo que allí mismo aún no se advertía como tal. La vida y el deseo no se pierden en las sucesivas figuras de la conciencia sino que se hallan como el trasfondo sobre el cual las mismas se alzan y a la vez aquello sobre lo que y en lo que todas las figuras van haciendo lo suyo propio; y así se halla presente en todas.26
La presencia implícita de la teleología de Hegel en la arqueología freudiana es analizada muy detenidamente por Ricoeur, en ciertos puntos decisivos abarcativos del psicoanálisis. En primer lugar la advierte en ciertos conceptos operatorios del psicoanálisis: la situación total de la terapia analítica, la transferencia y las dos tópicas. Luego tiene en cuenta Ricoeur la problemática de la identificación. Según Ricoeur, las cuatro cuestiones mencionadas presuponen la relación intersubjetiva, que precisamente juega un papel decisivo en la Fenomenología de Hegel –y que en Freud no llega a ser tematizada claramente en su especificidad y en todo su alcance–. Y también –y sobre todo– advierte Ricoeur la presencia implícita del espíritu en el psicoanálisis de Freud, en las oscuridades del concepto de sublimación.27
Ello lleva finalmente a Ricoeur a sostener la necesidad de la complementación de ambas hermenéuticas, que haría en principio justicia a lo material arqueológico y a lo teleológico novedoso espiritual del sujeto humano, elementos ambos presentes en Freud y en Hegel.
La mutua implicación de arqueología y teleología es señalada luego muy precisamente por Ricoeur en lugares ejemplares, concretos, muy especiales: el análisis de Edipo Rey de Sófocles;28 la cuestión de la vida amorosa de Leonardo, presente en el trabajo de Freud Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci,29 y en el ensayo El Moisés de Miguel Angel30 de Freud.
Así, con Hegel –y en parte no sin Freud– ve Ricoeur una superación de Freud y su disolución del sujeto: con Hegel el sujeto llega al apogeo de sí mismo: él es y es todo en absoluta transparencia. Se trata de una exaltación hiperbólica del sujeto. Pero como se verá, esta exaltación no es aceptada por Ricoeur. Frente a ello, tendrá Ricoeur en cuenta otra hermenéutica posible, que deberá conjugarse con la freudiana y la hegeliana.
En el Ensayo sobre Freud la preocupación filosófica de Ricoeur, en lo que hace al tema del sujeto, es –no únicamante– mostrar, contra el idealismo, y haciendo base en Freud –como ya se dijo–, el enraizamiento del sujeto y el pensamiento en lo otro. Como ya se dijo: no está el ser en el Cogito, sino el Cogito en el ser. El recurso a Hegel le permite además a Ricoeur mostrar la especificidad del espíritu, en todas sus figuras, frente a la mera vida. Sólo en trabajos posteriores a su estudio sobre Freud ha avanzado Ricoeur en una determinación positiva cada vez más precisa de la naturaleza del sujeto.

IX. Mirada retrospectiva

Si se contempla el camino recorrido en esta exposición, a partir del primer texto provocador de Ricoeur, se pueden advertir las cuestiones siguientes, como etapas de ese camino:

1. la imposibilidad de fijar un sujeto, siguiendo a Freud en sus conceptualizaciones de la conciencia, lo inconsciente, el ello, el yo, el superyo.
2. la no existencia de un yo transparente constituyente; y desde allí, el darse del cogito en el ser, advertido todo ello en la naturaleza primariamente afectiva –y finalmente energéticoorgánica– de la pulsión.
3. el narcisismo como lo que impide progresar reflexivamente desde un supuesto sujeto hasta el fondo múltiple pulsional –y hasta lo orgánico–, que constituye a tal sujeto como un derivado "provisorio"; y con ello, la valoración positiva de la advertencia de la existencia del narcisismo como falso cogito que, sometido a crítica, permite desalojar al sujeto del centro de todo acontecer.
4. la posibilidad de pensar, con Freud y Hegel, hasta cierto punto, un sujeto "hecho de" vida y deseo, pero éstos subsumidos y superados en un dinamismo creador de novedad–espíritu–.

X. Yo mismo

Desde lo que queda sugerido en el Ensayo sobre Freud, se podría quizás, con cierta libertad, pero con la inspiración en primer lugar de Ricoeur, dar algunos pocos pasos más, sin pretender con ello cerrar cuestión alguna: más bien se trata sólo de señalar hacia un camino.
Frente al sujeto "desaparecido" del psicoanálisis, la Fenomenología de Hegel da a Ricoeur la posibilidad de afirmar un sujeto "consistente"; un sujeto espiritual que, luego de una primera lectura de Freud, podría aparecer también en Freud, reclamando sus derechos, en una segunda lectura motivada por la lectura de Hegel. La argumentación sería, en general, la siguiente: si hay "invención" en los objetos y no mera "imaginación vestigial", puede admitirse una "invención" –novedad consistente– en el sujeto –tal el aporte desde Hegel–. Pero el sujeto hegeliano es finalmente un sujeto consistente en la autotransparencia total: él mismo es, como pensamiento, lo mismo que él y todo. Contra ello señala Ricoeur hacia una experiencia que impugna esa total transparencia y consistencia autosuficiente del sujeto y su mundo. Se trata de la experiencia religiosa, esto es, con rigor, la vida, en el símbolo, del hombre religioso; éste es el lugar de lo que Ricoeur llama la hermenéutica escatológica.
El símbolo religioso, en su plenitud de experiencia en el decir metafórico –que reúne en sí lo interior y lo exterior, lo sensible y lo transempírico, conocimiento y afecto, y que, en su intención profunda, apunta a reunir el todo–, se resiste a cualquier reducción a la transparencia del discurso conceptual. Este discurso puede ser sí una paráfrasis sin fin que nunca agotará la riqueza de lo que se le hace presente simbólicamente al hombre religioso: un sentido insólito que se presenta traspasando y llevándose consigo un sentido primero mundano, literal, unívoco.
El sujeto religioso y lo Santo que hace su mundo, en el que tal hombre es, son así la crítica que limita, excediéndolo, todo saber absoluto-sujeto absoluto. Esto Santo se manifiesta en la naturaleza en las hierofanías presentes en todas las religiones, pero también se presenta en ciertas experiencias de relación humana intersubjetiva (lamentablemente no es posible aquí abundar en esta temática).
Ahora bien, en el símbolo el hombre religioso vive y en él experimenta lo totalmente Otro como promesa de vida para él, esto es, allí el hombre religioso atisba su carácter de sujeto también como profundidad y altura misteriosas, inabarcables tanto como lo Santo. Precisamente este símbolo religioso es asumido en simpatía por la fenomenología de la religión, y allí es discernido explícitamente en su estructura de significación sobredeterminada y en su carácter de manifestación de una vida otra e incontorneable.
En particular, hace notar Ricoeur que en la misma fenomenología de la religión, con toda su epojé, hay una cierta esperanzada fe, y precisamente en cuanto lo que allí interesa es "el algo apuntado (visé), el objeto implícito en el rito, en el mito y en la creencia; en efecto "el tema de la fenomenología de la religión es el algo apuntado en la acción ritual, en la palabra mítica, en la creencia o el sentimiento místico; su tarea es desimplicar ese 'objeto' de las intenciones diversas de la conducta, del discurso y de la emoción".31
Dice Ricoeur a propósito de esa fenomenología:

"¿(…) me interesaría yo en el ´objeto´, podría privilegiar la preocupación por el objeto, aún a través de la consideración de la causa, de la génesis o de la función, si no esperara que, del seno de la comprensión, ese ´algo´ se ´dirija´ a mí? ¿No es la espera de una interpelación lo que mueve a la preocupación por el objeto? Finalmente, lo que se halla implícito en esta espera es una confianza en el lenguaje; es la creencia de que el lenguaje que sostiene los símbolos es menos hablado por los hombres que hablado a los hombres, que los hombres nacen en el seno del lenguaje, en medio de la luz del logos ´que ilumina a todo hombre que viene a este mundo´. Es esta espera, es esta confianza, es esta creencia lo que confiere al estudio de los símbolos su particular gravedad. Debo decir que en verdad es ella lo que anima toda mi investigación" (F, p. 37-38)

Lo presente en el símbolo religioso es, según lo adelantado, una manifestación y un llamado a una vida otra, infinitamente, sin cesar imaginable en la metáfora e inapresable definitivamente por el concepto filosófico; éste sólo puede, quizás, señalar analógicamente, despojado de la espesura de la vida religiosa concreta, hacia algo de lo que el hombre religioso nombra, en su experiencia, como Dios.
Así, en tal llamado se constituye, como ya se dijo, un sujeto también inabarcable en su misterio en profundidad y altura. Lo importante a señalar en este momento es que Ricoeur advierte aquí también, en el mismo Freud, ciertos lugares de su pensamiento que, en conjunción con lo señalado a propósito de su cercanía con Hegel, al menos deberían llevar a admitir la no imposibilidad de una auténtica experiencia religiosa32 –por otra parte, Ricoeur se ha ocupado en particular de las cercanías y diferencias entre Freud, Hegel y la fe a propósito de la figura de Dios-padre–. 33
Es cierto que esto, que podría llamarse la admisión implícita de lo propiamente religioso, se opone en Freud a su reducción explícita de todo fenómeno religioso a una neurosis colectiva destinada a desaparecer –para decirlo en una de sus expresiones– (esta obstinada reducción de lo religioso no tiene en Freud, por ejemplo, su paralelo en su consideración del arte, ante el cual se muestra más concesivo).
Así, la fe del hombre religioso y la cuasi fe presente en la fenomenología, junto con la posibilidad de una cercanía a lo religioso en Freud dan testimonio –se refuerzan mutuamente en sus testimonios diversos– de la presencia de un sujeto constitutivamente excedido por el llamado de lo Santo y así precisamente constituido como sujeto también misterioso, inabarcable.
Este sujeto acontece y consiste entonces en el acogimiento de y la respuesta a, respectivamente, una manifestación y un llamado, y se hallaría así entre un pasado presente en lo pulsional suyo de donde procede y con lo que "se hace" –y así él es más que eso, y así eso es de suyo apto para acoger lo otro que es aquel llamado– y un futuro ya presente como horizonte dado en aquel llamado, según el cual existe ahora.
Consistir como respuesta a lo totalmente Otro; llamado-respuesta cuya conjunción asume y supera la oscuridad de lo pulsional –y hasta lo orgánico de ello–, y así existir según el misterio de lo Santo: todo ello es consistir... y más que consistir, si consistir es sólo un masivo, mero permanecer de un núcleo "sólido".
La circulación entre sí de tres hermenéuticas –arqueología (Freud), teleología (Hegel), escatología (fe)– da así la oportunidad de acercarse –al menos– a este sujeto... a este sujeto que, diciendo lo otro que él, sólo dice yo –es persona– propiamente en la medida en que los dice a ambos en dirección a y desde lo totalmente Otro, Santo, que a él se dirige para "despertarlo".
El centro que es este sujeto es así un centro dado desde otro Centro, es un sujeto que sólo a primera vista puede aparecer como meramente descentrado. La respuesta radical al llamado radical crea la propia altura y profundidad de este sujeto-persona; altura y profundidad son desde la altura y profundidad otras –e íntimas– de lo Santo.

NOTAS

*El presente texto es la reelaboración y ampliación de una conferencia dictada en las "Terceras Jornadas de Fenomenología y Hermenéutica de Santa Fe-Paraná", celebradas entre el 31 de septiembre y el 1º de octubre de 2005.
1. P. Ricoeur, De l´interprétation. Essai sur Freud, Paris, Éditions du Seuil, 1965;         [ Links ] en adelante se citará F. Todos los textos de Ricoeur que se transcriben han sido traducidos directamente del francés para este trabajo.
2. Ver también P. Ricoeur, Le conflit des interprétations, Paris, Éditions du Seuil, 1969, pp. 234-342 y 259-262;         [ Links ] en adelante se citará CI.
3. S. Freud, La interpretación de los Sueños, Obras Completas, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1972-1975, Vol. II, pp. 421 y 445.         [ Links ] [S. Freud, Die Traumdeutung, Frankfurt am Main, Fischer Taschenbuch Verlag, 1983, pp. 109 y 141];         [ Links ] en adelante se citará IS, y entre corchetes la paginación de la edición alemana.
4. Cfr. IS, p. 666 [428-429].
5. Sobre estas dos instancias, cfr., en primer lugar: IS, pp. 434-435 [126-128]; 436 [129-130]; 445 [141]; 490-491 [200-201]. Véase el capítulo VII de IS, en especial en los siguientes fragmentos: pp. 672-676 [436-443] (estructura y funcionamiento del aparato anímico); pp. 678-680 [446-448] (el sueño y la regresión); 689-691 [460-462] (la evolución del aparato; sueño y enfermedad); 694-695 [467-468] (conciencia, proceso secundario, pensamiento); 708-711 [486-491] (proceso primario y proceso secundario); 716-717 [499-500] (inconsciente y conciencia). Cfr. también, Las pulsiones y sus destinos, Obras Completas, ed. cit., Vol VI, p. 2039 (en adelante se citará         [ Links ], junto al título de la obra de Freud, OC, Vol.) [III, 75]. Los números entre corchetes remiten a volumen y página de S. Freud, Studienausgabe, Frankfurt am Main, Fischer, Taschenbuch Verlag, 1983 (esta edició         [ Links ]n alemana toma sus textos de las Gesammelte Werke); de esta manera se citará esta edición en las notas subsiguientes. Cuando se cite otra edición alemana se indicará expresamente.
6. La distinción contenido manifiesto-contenido latente es el eje inicial que da lugar a todas las tesis de la obra y así se halla por toda ella. La diferenciación aparece ya claramente en el análisis del "sueño de la inyección de Irma" (IS, pp. 412-421 [97-109], en especial p. 419 [107]). El análisis de este sueño termina con la afirmación de Freud: "una vez llevada a cabo la interpretación completa de un sueño, se nos revela éste como una realización de deseos" (IS, p. 421 [109]). La distinción y denominación contenido manifiesto-contenido latente aparece, motivada por la dificultad que plantean los sueños de angustia, en IS, p. 429 [121]. Todo el capítulo IV de IS está dedicado al análisis de "la deformación onírica". Finalmente concluirá Freud, con precisión, que "el sueño es la realización (disfrazada) de un deseo reprimido" (IS, p. 445 [141]): "Der Traum ist die (verkleidete) Erfüllung eines (unterdrückten, verdrängten) Wunsches"
7. Presentaciones generales del Complejo de Edipo pueden hallarse en: IS, pp. 506-508 [221-224]; Psicoanálisis, cinco conferencias, OC, Vol. V, pp. 1558-1559 [Gesammelte Weke, S. Fischer Verlag, Frankfurt am Main, Band VIII, pp. 50-51];         [ Links ] Lecciones introductorias al psicoanálisis: Lección XXI: Desarrollo de la libido y organizaciones sexuales, OC, Vol. VI, pp. 2328-2334 [I,         [ Links ] 324-332]; Compendio del psicoanálisis, OC, Vol. IX, pp. 3406-3410 [Gesammelte Weke, S. Fischer Verlag, Frankfurt am Main, Band XVII, pp. 114-121].         [ Links ]
8. Sobre este punto véase "Le conscient et l´inconscient", en CI, pp. 101-121.
9. F, p. 410.
10. F, pp. 410-411.
11. S. Freud, El yo y el ello, OC, Vol. VII [III]
12.         [ Links ] Sobre la relación y diferencia físico-psíquico véanse, por ejemplo, los siguientes lugares de Freud: IS, p. 406 [89]; 374 [45-46]. Sobre la naturaleza de la pulsión, véanse los siguientes lugares: Psicología de las masas y análisis del yo, OC, Vol. VII, pp. 2576-2577 [IX 85];         [ Links ] Psicoanálisis y teoría de la libido, OC, Vol. VII, p. 2667 [Gesammelte Werke,         [ Links ] Frankfurt am Main, S. Fischer Verlag, Band XIII, p. 220]; Tres ensayos sobre teoría sexual, OC, Vol. IV, p. 1191 [V,         [ Links ] 76]. En una nota de 1924, agrega Freud en Tres ensayos…: "La teoría de las pulsiones es la parte más importante de la teoría psicoanalítica pero también la más incompleta. En mis posteriores trabajos (Más allá del principio del placer, El yo y el ello) he desarrollado ulteriores contribuciones a la teoría de las pulsiones". En los siguientes textos de Freud , entre otros, se encuentran elementos para la comprensión de sus nociones de "representante de la pulsión", "representante psíquico", "representante representativo" (la versión en español no siempre vierte con rigor las expresiones utilizadas por Freud, respectivamente: Triebrepräsentanz - o Triebrepräsentant -, Psychischer Repräsentanz - Psychischer Repräsentant -, Vorstellungsrepräsentanz): Tres ensayos para una teoría sexual, OC, Vol. IV, p. 1191 [V,         [ Links ] 76]; Observaciones psicoanáliticas sobre un caso de paranoia autobiográficamente descrito, OC, Vol. IV, p. 1524 [VII,         [ Links ] 196]; Las pulsiones y sus destinos, OC, Vol. VI, p. 2041 [III, 85]; La represión, OC, Vol. VI, pp. 2054, 2057 [III,         [ Links ] 109, 113, 114]; Lo inconsciente, OC, Vol. VI, p. 2067 [III,         [ Links ] 136]; Inhibición, síntoma y angustia, OC, Vol. VIII, pp. 2837, 2838, 2843, 2844, 2846 [VI,         [ Links ] 238, 240, 248, 250, 253].
13. Cfr. Nota anterior.
14. Cfr. S. Freud, Lo inconsciente, OC, Vol. VI, p. 2061 [III, 119].
15. Véanse, al menos, los lugares citados en nota 12 de las obras Psicología de las masas y análisis del yo y Psicoanálisis y teoría de la libido.
16. Enseguida se hará mención nuevamente a estas dos divisiones de las pulsiones.
17. Este concepto de hermenéutica tendrá en Ricoeur, luego del Ensayo sobre Freud, un amplio enriquecimiento.
18. Ricoeur ha multiplicado las vías de salida del cogito idealista: la aquí analizada en pos de Freud; en reflexiones sobre el último Husserl; en consideraciones sobre Heidegger y Gadamer; en sus análisis del lenguaje y la hermenéutica textual frente al estructuralismo (sobre el lenguaje y hermenéutica textual, véase sobre todo Du Texte à l´action. Essais d´herméneutique, II, Paris, Ed. Du Seuil, 1986);         [ Links ] en sus estudios sobre la hermenéutica del testimonio… Una cierta enumeración y coordinación de esas vías
se puede hallar en P. Ricoeur, "Herméneutique de l´idée de Révélation", en La Révélation, Bruxelles, Pubications des Facultés universitaires Saint-Louis, 1977, p.35.         [ Links ]
19. Cfr. Introducción al narcisismo y los textos que se citan en nota 22.
20. Por ejemplo, véase "Narcisismo" y "Narcisismo primario-narcisismo secundario" en J. Laplanche, J. B. Pontalis, Diccionario del Psicoanálisis, Barcelona, Madrid, Buenos Aires, Edit. Labor, 1974.         [ Links ]
21. Cfr. "Pulsiones de autoconservación", en J. Laplanche, J. B. Pontalis, Diccionario del Psicoanálisis, ed. cit.
22. Sobre las distintas divisiones de las pulsiones en Freud se ha de consultar: Introducción al narcisismo, OC, Vol. VI, p. 2017 [III,         [ Links ] 37], íntegramente (contiene importantes elementos teóricos para la cuestión); Las pulsiones y sus destinos, OC, Vol. VI, p. 2043 [III, 87-88]; Más allá del principio del placer, OC, Vol. VII, p. 2507 [III,         [ Links ] 213], íntegramente (es importante la nota de pp. 2539-2540) [269]; El problema económico del masoquismo, OC, Vol. VII, p. 2752 [III,         [ Links ] 339], íntegramente; Lecciones introductorias al psicoanálisis:
Lección XXXII: La angustia y la vida instintiva, OC, Vol, VIII, pp. 3158-3164 [I,         [ Links ] 535-543]; El malestar en la cultura, OC, Vol. VIII, pp. 3049-3053 (cap.         [ Links ] VI) [IX, 245-249]. Sobre este tema son de capital importancia las observaciones de Ricoeur en F, pp. 277-289; 305-308 y 311-317.
23. En particular sobre sadismo y masoquismo y amor y odio véanse los siguientes textos en especial: Las pulsiones y sus destinos, OC, Vol. VI, pp. 2045-2052 [III, 90-102]; El problema económico del masoquismo, OC, Vol. VII, p. 2752 [III, 339], íntegramente; Más allá del principio del placer, OC, Vol. VII, pp. 2535-2536 [III, 261-263].
24. Alusiones a esta cuestión pueden encontrarse en Más allá del principio del placer (sobre todo), OC, Vol. VII, pp. 2533, 2539 (Véase nota al pie) [III, 259, 269]; y también muy veladamente en Introducción al narcisismo, OC, VI, p. 2020 [III, 46] y El yo y el ello, OC, Vol. VII, 2717 [III, 308].
25. Para todo lo que sigue sobre Freud y Hegel, véase F, pp. 444-475.
26. Cfr. F, pp. 455-456
27. Cfr. F, pp. 467-475
28. Cfr. F, pp. 495-498; CI, pp. 115-118
29. Cfr. F, pp. 172-177, 308
30. Cfr. F, pp. 170 y 171
31. F, p. 37.
32. Cfr. F, pp. 187, 205-206, 238, 513, 518, 519, 521.
33. En "La paternité: du fantasme au symbol", en CI, pp. 458-486.

Recibido el 10/08/06;
aceptado el 20/09/06.

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