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Revista latinoamericana de filosofía

versión On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.39 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2013

 

COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS

Rodolfo Mondolfo, La infinitud del espíritu y otros escritos de Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2009, 400 pp.

 

En noviembre de 2009, la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) reunió un conjunto de artículos de Rodolfo Mondolfo, originalmente editados en diversas publicaciones académicas de Córdoba entre 1940 y 1970, que por largos años habían permanecido olvidados. Integran el volumen dieciocho trabajos, de los cuales doce versan sobre filosofía antigua,1 tres sobre filosofía moderna2 y tres sobre el origen histórico de la universidad y su desarrollo, y el sentido del concepto de "cultura humanista".3 Ningún texto trata de temáticas marxistas. Este dato es significativo. Se ha dicho que hay dos Mondolfo. Uno es el teórico del marxismo al que Gramsci objetaba el practicar un "socialismo de profesores" y cultivar un "amor gramatical" por la Revolución Rusa. El otro es el estudioso del pensamiento griego, ampliamente conocido, que terminó por prevalecer sobre el Mondolfo socialista. Las razones de esta prevalencia están ligadas a vicisitudes de su biografía, precisamente las que lo llevarían al exilio sudamericano. Vittorio Alfieri explica la génesis del Mondolfo historiador del pensamiento griego señalando que llegó un momento en que en Italia "ya no fue posible procurarse la literatura marxista que se publicaba en el extranjero y el estudio, incluso puramente teórico, del marxismo llegó a ser sospechoso o incluso peligroso. Esta fue la causa ocasional gracias a la cual, desde 1925 en adelante, Rodolfo Mondolfo se dedicó casi exclusivamente a la filosofía griega" (Rodolfo Mondolfo e la filosofia greca en Filosofia e marxismo nell'opera di Rodolfo Mondolfo, Firenze, La nuova Italia, 1979, p. 66). En efecto, si bien se había interesado en la filosofía griega con anterioridad, recién en este año publica los primeros trabajos consagrados a este campo. La abstención de incursionar en el terreno del marxismo no bastó para protegerlo de la intolerancia fascista: en 1938 fue obligado a dimitir de su cargo de Profesor de Historia de la filosofía en la Universidad de Bolonia e inmediatamente se exilió en Argentina. Ahora bien, durante el tiempo en que vivió en este país (de 1939 a 1976), sólo consagró escritos esporádicos al marxismo. La razón de que aún en su exilio se abstuviera de publicar sobre temas marxistas ha de hallarse en el hecho de que al llegar a la Argentina, gracias a la mediación del filósofo Giovanni Gentile y su par argentino Coriolano Alberini, le fue recomendado que, para que se respetara su permiso de estadía, no participara, ni personalmente ni por medio de sus escritos, en actividades políticas en el país. Como recuerda Carlos Balzi en el prólogo, en el contexto local de fines de la conservadora década del treinta, "no es descabellado suponer que la publicación de estudios sobre el marxismo podía haber sido tomado como una desobediencia a esa condición" (p. XXXI).
Como quiera que sea, su renombre en Argentina está definitivamente ligado a su investigación y magisterio en el área de la filosofía antigua, que representó para la cultura universitaria del país en general, y para los estudios filosóficos locales en particular, un impulso de singular valor. Esto se hizo especialmente patente en los años en que vivió en la ciudad mediterránea de Córdoba, donde tuvo a cargo las cátedras de Historia de la filosofía y de Griego en la Universidad Nacional, entre 1940 y 1947.
Un claro ejemplo de su intensa actividad de investigación en estos años lo constituyen los textos del volumen que reseñamos. Aunque éste no tiene la unidad articulada de un libro pensado por el autor como tal, cabe discernir líneas de continuidad que articulan el conjunto. En efecto, es constante su lucha en contra de maneras estereotipadas de concebir las peculiaridades y diferencias de las filosofías antigua y moderna. Así, El problema de la causalidad, que aborda la crítica escéptica de este concepto, rechaza la validez irrestricta de la diferenciación corriente entre antiguos y modernos que supone que los primeros "plantearon el problema de la ontología y los segundos el problema gnoseológico". Este importante trabajo busca mostrar cómo "los antiguos plantearon, sin duda, el problema de la existencia de la causa, encontrando argumentos en pro y en contra" (p. 47-48). Pero pronto, al constatarse la disparidad y oposición de estos, la discusión pasó al terreno gnoseológico. Ya los pirrónicos acometieron la crítica del concepto de causa planteando los problemas relativos a su "conceptibilidad": la idea de causalidad es una idea de relación tal que la concepción de los términos relacionados "no es alcanzable al considerar cada uno de ellos por sí aisladamente", sino sólo en su correlación. Así, "el problema de la realidad de los términos se convierte en el de su conceptibilidad" (p. 49-50). Esta conversión se confirma con la sustitución de la necesidad causal por la teoría de la probabilidad de Carneades basada en lo persuasivo como criterio de verdad. Con ello, se alcanza "el punto central de la crítica de Hume" (p. 51).
El problema del conocimiento desde los presocráticos hasta Aristóteles, otro texto sobresaliente, polemiza con una persistente tradición decimonónica que contrapone radicalmente el pensamiento antiguo y el moderno "al definir al primero por los caracteres del objetivismo y el naturalismo estático, que reducen el espíritu a receptividad pasiva; al segundo por los caracteres opuestos del subjetivismo y el espiritualismo dinámico, que afirman el principio de creación en continuo desarrollo histórico" (p. 57). Esta tradición sostendría además que los antiguos no podían reconocer la función e importancia del sujeto en el conocimiento ni proponerse cabalmente el problema gnoseológico, tarea sólo reservada al pensamiento moderno. Mondolfo reacciona mostrando cómo, si bien la filosofía antigua no alcanzó la conciencia cabal del problema del conocimiento propia de la filosofía moderna a partir de Descartes, sí incursionó en él en grado suficiente como para alcanzar "la intuición, por lo menos en germen, de soluciones que han tenido trascendencia fundamental en la gnoseología moderna" (p. 58): Parménides preanuncia a Descartes con "su tentativa de convertir la conceptibilidad en prueba de la existencia de lo pensado" (p. 60). Berkeley tiene a los cirenaicos por precursores, ya que para ellos "sólo son concebibles nuestras sensaciones y no las cosas", que sólo son "colecciones de sensaciones" (p. 65). La distinción moderna entre cualidades primarias y secundarias habría sido anticipada por Demócrito. En el Teeteto, Platón habría expresado "un presentimiento germinal de la teoría kantiana de las categorías y de su unidad en el sujeto" (p. 69), al subrayar la necesidad de una actividad sintética del alma que relaciona las múltiples sensaciones, tarea imposible para los sentidos mismos. Y Aristóteles, al afirmar que "la multiplicidad de los sentidos exige un sentido común, por medio del cual además de sentir cada sensación sentimos que la sentimos, y que nosotros mismos sentimos a cada una y todas en su múltiple variedad" (p. 70), se ubicaría a "una distancia mínima" de Descartes y de Kant.
Por su parte, La ética antigua y la noción de conciencia moral muestra contra Brochard lo erróneo de oponer la moral antigua y la moderna, a partir de creer que "la idea de deber y de obligación, que parece fundamental a los modernos en la definición de la ética" (p. 107), está ausente en la ética antigua; que ésta no ha alumbrado una verdadera conciencia moral. Para mostrar este error, Mondolfo pasa revista a pensadores que, de los pitagóricos hasta Séneca, pasando por Demócrito, Sócrates, Platón, Aristóteles y Marco Aurelio, han dado muestras de afirmaciones vigorosas de la conciencia moral con su imperativo categórico del deber, su noción de responsabilidad ética y su conciencia del pecado como violación de una ley interior.
En otros textos, como Naturaleza y cultura en la formación de la filosofía griega, sienta polémicamente su punto de vista sobre los orígenes del pensamiento griego: las concepciones de la naturaleza de los presocráticos son resultado de la proyección en el universo físico de problemas atinentes al mundo humano, una vasta pintura antropomórfica y no, como se ha pretendido, una reflexión naturalista sólo más tarde sustituida por el interés en los asuntos humanos.
Así también discute valoraciones similares, sumarias y simplistas que postulan la "repugnancia e incapacidad" de los antiguos para pensar y asimilar el infinito (El infinito y las antinomias lógicas en la filosofía antigua; Eternidad e infinitud del tiempo en Aristóteles; La infinitud del espíritu en la filosofía antigua) o, en otro plano de la cultura, valorar positivamente el trabajo humano (La valoración del trabajo en la Grecia antigua hasta Sócrates). Mediante sendos análisis exhaustivos muestra cómo "el pensamiento de griegos y romanos no resultaba extraño" al problema del infinito y, en lo que hace a la valoración del trabajo, pone en evidencia lo infundado de una banausía o desprecio generalizado del trabajo manual, ya que tal valoración ha convivido desde temprano con su contraria. Nuevamente, ni la reflexión sobre el infinito ni la valoración positiva del trabajo son novedades aportadas por los modernos.
El esfuerzo de Mondolfo apunta a la esencial "poliedricità" de la filosofía antigua que contradice la imagen unilateral de un pensamiento de lo estático y lo finito y acentúa la verdad histórica de una imagen más compleja, donde elementos dinámicos como el subjetivismo y el infinito juegan un papel decisivo. Sobre todo, se percibe la convicción de una continuidad en la evolución espiritual de la humanidad, que no sigue ninguna línea determinada, sino que es, como dice, "irregular". Origen y sentido del concepto de cultura humanista (1940) es una profesión de fe que, en tiempos de penuria como los que entonces vivía Europa, abreva en el reconocimiento del valor incomparable "del terreno de la cultura": sólo aquí toda conquista lograda no es una propiedad de quien la efectúa, sino que "en cualquier parte y por cualquier hombre" que sea cumplida, se convierte en "un nuevo bien para todos y un nuevo vínculo de solidaridad y fraternidad" (p. 2).
El gran historiador de la filosofía, que tras la caída de Mussolini decidió no regresar a su patria, murió en Buenos Aires en 1976, sólo cuatro meses después del inicio de la sangrienta dictadura que sembraría la muerte y la desaparición de personas e interrumpiría brutalmente esa cadena de solidaridad que va unida a la difusión de los estudios humanísticos, según la fe mondolfiana.

Sergio Sánchez
Universidad Nacional de Córdoba

NOTAS

1. Sócrates (1941); El problema de la causalidad (1941); El problema del conocimiento desde los presocráticos hasta Aristóteles (1942); Naturaleza y cultura en la formación de la filosofía griega (1943); La ética antigua y la noción de conciencia moral (1944); El infinito y las antinomias lógicas en la filosofía antigua (1945); Eternidad e infinitud del tiempo en Aristóteles (1945); La infinitud del espíritu en la filosofía antigua (1945); La valoración del trabajo en la Grecia antigua hasta Sócrates (1953); Veritas filia temporis en Aristóteles (1961); Platón y la interpretación de Jenófanes (1964); Ciencia y técnica en la Grecia antigua (1968).
2. Campanella y Descartes (1942); El pensamiento de Galileo y sus relaciones con la filosofía y la ciencia antiguas (1944); La contribución de Spinoza a la concepción historicista (1970).
3. Origen y sentido del concepto de la cultura humanista (1940); Origen de las universidades (1964); Desarrollo histórico de la Universidad (1964).

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