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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.46 Rosario jul. 2023

 

Artículos

Poner las teorías al trabajo: la influencia de las teorías de los movimientos sociales en los estudios de la revitalización sindical1

Putting Theories to Work: The Influence of Social Movement Theories on Union Revitalization Studies

Agustín Gotelli1 

1 Becario doctoral del Centro de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires, Argentina, e investigador en el Laboratorio de Estudios en Sociología y Economía del Trabajo, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, Argentina.

Resumen

En el presente artículo, revisamos la literatura sobre acción colectiva y movimientos sociales de países angloparlantes. Nos centraremos en la teoría de la movilización de recursos y el enfoque del proceso político, así como en la influencia que ejerció en los debates sobre revitalización sindical. Sin intentar abarcar de forma excluyente la literatura relevante sobre el tema, ni de agotar sus posibles lecturas, ponemos en consideración la que, a nuestro criterio, presenta alguna novedad y la colocamos en debate. Esperamos, al finalizar el artículo, aportar a la difusión y la discusión de las teorías recientes sobre la acción colectiva en el mundo laboral.

Palabras clave: sindicatos; acción colectiva; movimientos sociales; revitalización sindical

Abstract

In this article we review the literature on collective action and social movements in English-speaking countries, focusing on the theory of resource mobilization and the political process approach, and his influence on debates on union revitalization. Without trying to exclusively cover the relevant literature on the subject or exhaust its possible readings, we consider what, in our opinion, presents something new and place it under debate. We hope, at the end of the article, to contribute to the dissemination and discussion of recent theories of union labor collective action.

Keywords: unions; collective action; social movements; union revitalization

Introducción

En este artículo, se intenta aportar a la difusión de perspectivas contemporáneas sobre la acción colectiva en el mundo laboral provenientes de países angloparlantes, en especial de Estados Unidos y el Reino Unido.2 Para ello, recuperamos los debates que se proponen en las perspectivas de la teoría de la movilización de recursos (McCarthy y Zald, 1977; Oberschall, 1973), en la teoría del proceso político (McAdam, 1982) y en la de la movilización sindical (Kelly, 1998). En los siguientes apartados, revisaremos la literatura y reflexionamos sobre su relevancia teórica y metodológica a partir de tres nociones: el conflicto, la agencia y la heurística. Entendemos el conflicto como el antagonismo social inherente a la relación capital-trabajo; la agencia es entendida como la capacidad de los actores sociales de actuar y producir cambios; y la heurística, como la potencialidad de las premisas teóricas y las metodologías de sugerir soluciones para el avance investigativo.

Viejas y nuevas miradas en los estudios de la acción colectiva

Entre las décadas de 1970 y 1980, tuvo lugar en las ciencias sociales un debate sobre los (nuevos) movimientos sociales en contraposición al (viejo) movimiento obrero. Los académicos que estudiaron movimientos sociales y aquellos que estudiaron el movimiento obrero se mantuvieron en gran medida en una mutua ignorancia. Sin embargo, a partir de la década de 1990, el diálogo entre diferentes enfoques comenzó a suceder y, actualmente, en las teorías de los movimientos sociales y en las de la acción colectiva de sindicatos, se observa una interrelación y un creciente desarrollo teórico y empírico nada desdeñable. La división entre nuevos y viejos movimientos sociales se remonta a los debates sobre la acción colectiva y al clivaje que la década de 1960 introdujo en las ciencias sociales, con el activismo de sectores no laborales en Estados Unidos y Europa que llamaron la atención de los investigadores. Se consolidaron, a ambos lados del Atlántico, enfoques sobre la acción colectiva donde el movimiento obrero no era el actor principal del conflicto o el cambio social, sino que, en el mejor de los casos, era un actor más. En Europa continental, en las discusiones sobre la acción colectiva, se postuló el surgimiento de nuevos movimientos, al poner el énfasis en la transformación holística de las sociedades industriales hacia sociedades posindustriales, y se desechó la hipótesis de que la clase trabajadora era el agente principal del cambio social, para estudiar nuevos movimientos sociales como causantes del cambio en las sociedades europeas (Toureain, 1970; Offe, 1985b). Mientras, en las teorías más segmentadas de los Estados Unidos, se analizó el conflicto y los activismos que atravesaba la sociedad estadounidense sin diferenciar entre nuevos y viejos movimientos sociales o sociedades industriales y posindustriales. Como señalaba Oberschall: “El conflicto social abarca una amplia gama de fenómenos sociales: conflictos de clase, raciales, religiosos y comunitarios; disturbios, rebeliones, revoluciones; huelgas y desórdenes civiles; marchas, manifestaciones, reuniones de protesta y similares” (1973: 291).

Por su parte, en la Europa continental, este ciclo de activismos estudiantiles, feministas, ecologistas y pacifistas, frente a un movimiento obrero estancado, llevó a los teóricos sociales a argumentar que se estaba produciendo la emergencia de un nuevo tipo de sociedad llamada posindustrial, con la variación de los actores causantes del cambio social, el movimiento obrero con la disputa por la producción y la distribución económica y movimientos que se enfrentaban a la tecnocracia y a formas de dominación no económicas, en las sociedades industriales y posindustriales, respectivamente (Toureain, 1970). En estas teorías también se argumentó que la relevancia que tomaba el activismo de nuevos actores no podía explicarse como conflictos de clases, y se hipotetizó sobre la emergencia de un nuevo paradigma político de las sociedades industriales avanzadas, donde las luchas ambientales, por los Derechos Humanos y contra la guerra, por fuera de los canales institucionales, eran las protagonistas (Offe, 1985a). En Estados Unidos, en las teorías de la acción colectiva, el impacto del éxito del movimiento por los derechos civiles de las personas afroamericanas y, luego, el movimiento contra la guerra de Vietnam, condujo a nuevas herramientas para analizar estos movimientos difícilmente ubicables como fenómenos laborales o de clase. Una de las respuestas fue la teoría de los recursos de movilización (McCarthy y Zald, 1977; Oberschall, 1973), en la que se dejaron de lado las explicaciones vinculadas a las teorías dominantes del comportamiento de la psicología social y de la integración/ruptura social del funcionalismo y en las que se siguió un camino diferente a las teorías holísticas europeas, para ahondar en hipótesis vinculadas a la sociología y a las ciencias políticas que se profundizan en el siguiente apartado.

Movilización de recursos y proceso político

En la teoría de la movilización de recursos se parte del supuesto de que la acción colectiva de grupos agraviados se vincula con el apoyo de las élites, los recursos propios de la organización y la relación entre las organizaciones del movimiento social. Se mantiene la importancia de los agravios o del descontento señalado en las teorías del comportamiento (Smelser, 2011), pero como un elemento secundario frente a la capacidad de las organizaciones para movilizar recursos. Se argumenta que la importancia de la organización reside en su rol como organizadora del descontento y se sostiene que la movilización consiste en la transformación de recursos individuales en recursos colectivos, por organizaciones que forman parte de un sector más amplio (un movimiento social) en donde coexisten organizaciones que lideran a los agraviados y simpatizantes y compiten por los recursos. En este enfoque, se propone analizar cómo se adquieren y se movilizan esos recursos. Para McCarthy y Zald (1977), la movilización no depende tanto de la existencia de un agravio sino de la disponibilidad de recursos para la acción colectiva. Cuando aumentan los recursos, aumentan las organizaciones que compiten por ellos dentro de un movimiento social. Un movimiento social puede estar conformado por varias organizaciones que son las que acaban por defender los objetivos y las acciones que dan forma al descontento. Los autores diferencian la organización interna de cada organización entre los constituyentes (dirigentes) y otros niveles de participación y compromiso, como aquellos que adhieren por conciencia o aquellos que se benefician de forma directa con la actividad del movimiento. Los constituyentes (aquellos que proporcionan recursos a un grupo en conflicto) pueden dividirse, además, en dirigentes o activistas a tiempo completo y equipos transitorios de trabajadores a tiempo parcial. Se diferencian de los adherentes (a los que valoran el bien colectivo), de los espectadores y de los opositores. Todas estas categorías pueden diferir según los beneficios directos que esperan obtener de la realización de los objetivos del grupo en conflicto (Oberschall, 1973: 309). En cuanto a la relación con el sistema político, en la teoría de la movilización de recursos, el poder no está distribuido de forma más o menos similar en la sociedad, como se sostiene en la tesis pluralista del poder, sino que la representación está condicionada por la disposición de recursos para la acción colectiva antes que por la existencia de un agravio o un interés. Oberschall (1973) reconoce los aportes de McCarthy y Zald (1977) y Tilly (1978) para aportar argumentos teóricos y empíricos sobre dimensiones de la acción colectiva en las que las teorías del comportamiento, por un lado, y las que postulan una relación mecánica entre cambios industriales y urbanos y conflictos sociales, por el otro, no se consideraban. Señala, además, tres limitaciones del enfoque de movilización hasta el momento. Considera exclusivamente recursos individuales que se trasladan a la organización: en la teoría no se tiene en cuenta que la organización tiene sus propios recursos emergentes que no provienen de los individuos ni pueden transferirse a ellos; se parte de acciones manifiestas, no se tiene en cuenta la capacidad de una organización que es influyente en la interacción con otras organizaciones o gobiernos; y se indaga en grandes procesos, como revoluciones y cambios sociales amplios, o en pequeñas organizaciones y redes, bajo la etiqueta amplia de conflicto social. Como argumentos a favor, en estos enfoques se teoriza sobre la importancia de la estructura de movilización, los recursos de las organizaciones, la creación de una solidaridad (o identidad) de miembros y adherentes del movimiento y los repertorios de protesta como parte de la acción colectiva y el conflicto social.

Posteriormente, en la teoría del proceso político (McAdam, 1982) se critica la idea de que las élites promueven o apoyan grupos retadores del sistema político, como sostiene la teoría de la movilización de recursos, y se argumenta que las élites tienden a responder de manera conservadora ante los desafíos de grupos externos. Además, la falta de recursos de los grupos excluidos no es de forma incondicional, sino que la acción colectiva es capaz de generar sus propios incentivos y solidaridades. Se recupera del marxismo la idea de la desigualdad de poder antes que la exclusión, así como la importancia de la solidaridad y la subjetividad en los procesos de acción colectiva. En el modelo del agravio de las teorías del comportamiento y en el de la integración/ruptura de las teóricas funcionalistas, se sostiene que la acción colectiva no institucional era irracional porque, en el marco de un sistema político pluralista, donde todos los grupos estaban representados o podían acceder a la representación de sus intereses por vía institucional, la acción colectiva que desaprovechara esos canales era irracional y se explicaba por la falla en mecanismos de integración (rupturas) o de tensión acumulada (agravios). La movilización se generaba por las personas que expresaban un descontento o malestar a través de las manifestaciones. En cambio, en el modelo de la movilización de recursos, se argumenta que el sistema político se explica mejor como un sistema formado por élites que promueven o excluyen grupos externos o retadores del sistema, y la movilización está determinada por la disponibilidad de recursos de un grupo para actuar. En el enfoque del proceso político, se argumenta algo diferente. Antes que entender la sociedad como un sistema en equilibrio que, de manera excepcional, sufre cambios, es, por el contrario, un sistema que es continuamente moldeado por la movilización de movimientos y élites en base a una distribución desigual del poder. Además de la estructura de movilización, los recursos de las organizaciones, la creación de una solidaridad/identidad de miembros y adherentes del movimiento y los repertorios de protesta, en la teoría del proceso político se argumenta que el contexto político (la oportunidad o amenaza del entorno), las formas de enmarcamiento, las alianzas y las campañas son determinantes para explicar la acción colectiva:

Los movimientos se desarrollan en respuesta a un proceso continuo de interacción entre los grupos de movimientos y el entorno sociopolítico más amplio que buscan cambiar. (…) El modelo de proceso político identifica tres conjuntos de factores que se consideran cruciales en la generación de la insurgencia social. El primero es el nivel de organización dentro de la población agraviada; el segundo, la evaluación colectiva de las perspectivas de éxito de la insurgencia dentro de esa misma población; y tercero, la alineación política de los grupos dentro del entorno político más amplio. El primero puede concebirse como el grado de “preparación” organizativa dentro de la comunidad minoritaria; el segundo, como el nivel de “conciencia insurgente” dentro de la base de masas del movimiento; y el tercero, siguiendo a Eisinger, como la “estructura de oportunidades políticas” disponibles para los grupos insurgentes (Eisinger, 1973: 11) (McAdam,1982: 40).

Un caso crítico de interacción entre movimiento y contexto político: el movimiento por los derechos civiles de las personas negras en Estados Unidos (1850-1970).

En la obra Political Process and the Development of Black Insurgency 1930-1970 (1982), de Doug McAdam, se define la teoría del proceso político y se la utiliza para analizar el movimiento por los derechos civiles de las personas negras en Estados Unidos. En cuanto al contexto político, se rastrean los cambios desfavorables en el entorno para los derechos civiles afroamericanos a mediados del siglo XIX, con el creciente peso de los intereses en la producción de algodón barato en las economías de los estados sureños para las industrias de los estados del norte. En ese marco, ni los gobiernos estatales ni el gobierno federal tenían interés en modificar el status de los derechos civiles de las personas negras. Incluso, se aprobaron leyes que dieron forma a la segregación durante las siguientes décadas. El contexto político se mantuvo reactivo y recién fue parcialmente moderado por la presión internacional en el contexto de la Guerra Fría y los reposicionamientos de los partidos republicanos y demócratas, desde la década de 1940. En cuanto a las organizaciones del movimiento, se argumenta que en la década de 1930 comenzaron a tener un rol organizativo las universidades y las iglesias cristianas que proporcionarían las redes que sostendrían a la organización más relevante: la Asociación Nacional por el Avance de las Personas de Color (The National Association for the Advancement of Colored People, NAACP, por sus siglas en inglés). Los cambios durante el siglo XX en el rol de las economías sureñas y las migraciones internas de afroamericanos permitieron aumentar el peso del voto negro en las elecciones nacionales y debilitar los intereses económicos comunes entre los estados del norte y los estados con segregación del sur. Se analiza que los cambios urbanos y económicos introdujeron cambios incrementales para la oportunidad de las organizaciones del movimiento, que los aprovecharon llevando adelante campañas con gran difusión. El auge de movilización del movimiento durante la década de 1950 y 1960 se explica en el estudio por cuatro factores: la fuerza de las organizaciones (a partir de su concentración organizativa y el aumento del flujo de recursos); la oportunidad, ligada a la vulnerabilidad de las élites por las divisiones y la presión internacional; el consenso alrededor de la agenda (con la unificación de los temas de protestas en la segregación institucionalizada y el status de los derechos civiles de las personas negras); y la confianza en la eficacia política de la acción colectiva junto con la respuesta de los oponentes al movimiento (McAdam, 1982: 160). Además, se apunta que las organizaciones y los líderes del movimiento llevaron adelante distintas acciones y campañas con una difusión de alcance nacional e internacional: actos, concentraciones, movilizaciones, boicots o campañas, como los viajes de estudiantes al sur para que conozcan de manera directa la segregación. Se señala sobre las campañas del movimiento que, mientras las acciones pacíficas del movimiento mostraban la segregación y la violencia que la sostenía, los opositores reaccionaban con más violencia y amenazas. La imagen de los supremacistas que generaban ataques para sostener la segregación favoreció la intervención del gobierno federal en torno a la caótica situación de los estados sureños. Sobre las consecuencias del movimiento se destaca que consiguió la sanción de leyes que revirtieron la segregación a finales de la década de 1960, como corolario de varias décadas de organización. Finalmente, como causas del descenso de la actividad del movimiento, se argumenta que, durante los años setenta, el aumento de organizaciones y la dispersión de los objetivos del movimiento, el menor flujo de recursos, la abroquelación de las élites, el aumento de la violencia por parte de las organizaciones del movimiento y la menor difusión nacional e internacional de las campañas marcaron su declive (McAdam, 1982: 227).

A diferencia de los modelos que postulan una relación directa entre urbanización, industrialización y conflictos, en el enfoque del proceso político se argumenta que los cambios en la estructura de oportunidades políticas son más acumulativos que disruptivos y actúan modificando el entorno de las organizaciones. Los cambios económicos, las disputas geopolíticas, los procesos de industrialización o urbanización pueden modificar esas estructuras de oportunidad e influir, indirectamente, en la acción de las organizaciones. No obstante, sin una organización con un enfoque y recursos para aprovecharla, la oportunidad puede pasar desapercibida. En síntesis:

El modelo del proceso político representa una alternativa tanto a la perspectiva clásica como a la de movilización de recursos. En lugar de centrar la atención exclusiva en “factores internos o externos” al movimiento, el modelo describe la insurgencia como un producto de ambos. Específicamente, se identifican tres conjuntos de factores que dan forma a la generación de insurgencia. Es la confluencia de la expansión de las oportunidades políticas, la fuerza organizativa originaria y la presencia de ciertas cogniciones compartidas dentro de la comunidad minoritaria lo que se mantiene para facilitar el surgimiento del movimiento. Con el tiempo, estos factores continúan dando forma al desarrollo de la insurgencia en combinación con un cuarto factor: la respuesta de control cambiante de otros grupos al movimiento (McAdam, 1982: 59).

Del contexto político a los eventos de protesta

Finalmente, con la publicación en 1996 de Comparative Perspectives on Social Movements, editado por McAdam, McCarthy y Zald, se intenta una suerte de síntesis de las teorías previas sobre acción colectiva y movimientos sociales de Estados Unidos. Se indaga en diferentes formas de conceptualizar las oportunidades, los enmarcados y la organización de los movimientos sociales. Se señala que existe un consenso en tres grupos de factores: la estructura de oportunidades políticas y las restricciones que enfrentan los movimientos sociales; las formas de organización; y los procesos colectivos de interpretación, como mediación entre la oportunidad y la acción ([1996]1999: 23). Por estructura de movilización se refiere a “los canales colectivos tanto formales como informales, a través de los cuales la gente puede movilizarse e implicarse en la acción colectiva” ([1996]1999: 24). Sobre las oportunidades políticas se argumenta que puede dividirse en cuatro dimensiones: el grado de apertura del sistema político, la estabilidad de las alianzas entre las élites, la posibilidad de contar con apoyo de las élites y la capacidad estatal (y su orientación) de reprimir a los movimientos ([1996]1999: 32). Por último, sobre los procesos de enmarcado se considera que: “junto a los requerimientos estructurales de oportunidad y organización hay que mencionar la importancia de significados y definiciones -marcos- compartidos por los partidarios del movimiento emergente” ([1996]1999: 30).

En el año 2001, se publica Dynamics of Contention, de McAdam, Tarrow y Tilly, donde los autores intentan una nueva síntesis de las teorías previas. En esta obra, se reconceptualizan los factores anteriores (oportunidades, enmarcamiento y organización) y se los define como “mecanismos”. Se agrega la noción de ciclos de protesta para seleccionar “eventos” y comparar los mecanismos (oportunidades, enmarcamiento y organización) que actuaron en cada evento (ciclos de protesta). Por ejemplo, la formación de identidades políticas, la radicalización, la polarización entre actores o la difusión de un conflicto entre sectores alejados son mecanismos; la secuencia de oleadas de protesta o ciclos de movilización de un país, como las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos o las movilizaciones obreras en Italia, conforman un episodio comparable con los de otros países u otros períodos. Los mecanismos son los factores que constituyen y explican a los eventos. Se propone una agenda dinámica frente a la supuesta agenda estática de las formulaciones anteriores: la contienda política es el resultado de un conjunto de actores estatales y un grupo insurgente, donde las oportunidades y amenazas del entorno dependen de la interpretación colectiva; las estructuras de movilización pueden ser preexistentes o surgir en el curso de la contienda, pero deben constituir vehículos para la movilización. Los episodios son enmarcados por sus participantes, pero también por sus oponentes, por los medios de comunicación y por otros actores; los mecanismos que conforman el modelo interactúan y producen los procesos de movilización (2001: 49).

Dos defectos limitan la potencialidad de las teorías expuestas, tanto en la obra anterior como en Comparative Perspectives on Social Movements. Por un lado, el carácter fuertemente centrado en la academia estadounidense (si bien se agregan casos ubicados geográficamente en Europa, no se dialoga con otras teorías e investigaciones) y, por otro lado, en el enfoque, se tienen dificultades para pensar la institucionalización de las luchas sociales y las arenas más amplias donde los movimientos sociales interactúan con otros actores gubernamentales, partidarios y sociales. Con la herencia funcionalista de concebir los movimientos sociales como un sistema diferente, aislado del gobierno y la política, junto con la influyente definición de Tilly (1978) sobre la actividad de los movimientos sociales como actores excluidos por las élites del sistema político que luchan por tener acceso (sobre la que vuelve en la última obra), se vuelve difícil argumentar arenas de interacción, tradiciones identitarias o contextos políticos que acercan o alejan a las élites y a los movimientos sociales, o a diferentes organizaciones y actores. Por último, con la reificación de las categorías de oportunidad, enmarcado y organización, con su uso recurrente en diversos contextos y con características disímiles, se tiende a borrar diferencias que podrían ser significativas y proveer variables explicativas sólidas a las variaciones entre episodios de movilización. En este sentido, su consideración como mecanismos y la de los conflictos o ciclos de movilización como episodios no parece resultar hasta el momento de mucha utilidad. Con los esfuerzos por sintetizar demasiado las categorías se terminó por empobrecer la productividad teórica, si las comparamos con formulaciones anteriores, de menor pretensión, pero mayor utilidad.

En síntesis, en los enfoques de Europa continental que argumentaron explicaciones holísticas sobre el surgimiento de nuevos actores, se tuvo menos capacidad para generar una agenda de investigación que profundice sobre casos empíricos. Estas argumentaciones holísticas derivaron más adelante en consideraciones sobre las emociones, las subjetividades y el fin del trabajo, sin una agenda clara de investigación sobre acción colectiva. En las teorías de países angloparlantes, que se orientaron a la investigación empírica, se produjeron herramientas teóricas de un nivel de alcance intermedio, como la teoría de la movilización de recursos o el enfoque del proceso político, que sustentaron investigaciones empíricas y debates que tienen continuidad hasta la actualidad. Sin duda, en las teorías de los movimientos sociales se renovaron preguntas y argumentos sobre la acción colectiva, frente a las teorías clásicas del comportamiento y las teorías funcionalistas de la ruptura. En el apartado siguiente, indagamos acerca de la renovación de los estudios sindicales a partir de las relecturas de la literatura de los movimientos sociales.

Poner las teorías al trabajo: de los movimientos sociales a los estudios sindicales

Hacia los años noventa, muchos estudios laborales comenzaron a recuperar las teorías de la acción colectiva, la movilización de recursos y el proceso político para el análisis de las organizaciones sindicales. Estas investigaciones coinciden en la importancia que los cambios en el entorno tuvieron sobre la acción de los sindicatos, con la reestructuración neoliberal de las décadas de los 1970 y 1980 (Hurd, 1998; Robinson, 2000); el enmarcamiento, con la conciencia de una crisis en los sindicatos (Voss y Sherman, 2000); y la organización, con la renovación de liderazgos y estrategias (Kelly, 1998; Turner, 2005). En el apartado siguiente profundizaremos en estos análisis.

Hurd (1998), por ejemplo, sostiene que, en la historia del sindicalismo de Estados Unidos, el modelo de servicios de los sindicatos entró en crisis en los años ochenta. Esta crisis estuvo causada por los cambios en el contexto con la reestructuración económica, los gobiernos contrarios a los sindicatos y la hostilidad de los empleadores. Luego, examina el proceso de reforma que la propia American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations (la Federación Americana del Trabajo y el Congreso de las Organizaciones Industriales, AFO-CIO por sus siglas en inglés) inicia como respuesta a su declive y reflexiona sobre sus límites y posibilidades. Sin definir de forma totalmente antagónica un modelo de organización (centrado en el aumento de los afiliados y la movilización de los miembros y enlazado a luchas sociales más amplias) y un modelo de asociación social (es decir, de negociación centralizada con el empleador como principal función de la organización), el autor llama a los sindicatos a renovarse, en una apuesta por la organización local y federal, por la participación y por el compromiso de sus miembros. A su vez, suponía impulsar iniciativas hacia los no sindicalizados y renovar los vínculos con partidos políticos y empleadores. Destaca la necesidad de crear una nueva conciencia de los sindicatos como vehículos de justicia social y económica. Se trata de concebir los sindicatos más como movimientos que como organizaciones administrativas, con toda la creatividad, acción y lazos de solidaridad que eso conlleva. Voss y Sherman (2000), a partir de un estudio sobre tres sindicatos de Estados Unidos, encuentran tres elementos clave para explicar la renovación de sindicatos estancados: la conciencia de una crisis, la renovación del liderazgo y el apoyo tanto del sindicato como de organizaciones externas no laborales para el proceso de renovación. Para Turner y Hurd (2001), el futuro de los sindicatos depende de su capacidad para volver a ser el núcleo de un movimiento social más amplio, que construya redes y acciones con otros movimientos, que intervenga sobre temas de igualdad y justicia social. Con la crisis del sindicalismo empresario (entendido como sindicalismo administrativo o de servicios), la renovación sindical se mueve hacia la construcción de un sindicalismo de movimiento social, entendido como tipos ideales hacia los que tienden los sindicatos. El sindicalismo empresario o de servicios se centra en la negociación colectiva, la prestación de servicios y la defensa de sus afiliados. El sindicato de movimiento social tiende puentes hacia los activismos de otros movimientos, se enfoca en la movilización de las bases, la agenda de los lugares de trabajo y la organización de sectores no organizados; busca la reforma institucional y la justicia social. Hurd, Milkman y Turner (2003) señalan que los procesos de renovación se dan a la vez por debajo, con el activismo y la movilización de las bases, como por encima, con la renovación de liderazgos y el apoyo de los sindicatos nacionales a las federaciones y seccionales. Se argumenta que para la acción sindical son tan importantes las instituciones y la organización como las coaliciones con otros actores. Se considera que los esfuerzos de los sindicatos deben orientarse a institucionalizar nuevas condiciones de acción si quieren revertir las adversas condiciones actuales. Kelly (1998) argumenta en el mismo sentido para el Reino Unido. A pesar de las dificultades que enfrentan los sindicatos en el contexto de la globalización neoliberal, aún son actores con capacidad de producir cambios, y las organizaciones sindicales son clave para entender los conflictos sociales. En síntesis, las investigaciones sobre acción colectiva de sindicatos comenzaron a preguntarse por el peso de los cambios en el entorno, en las oportunidades y las amenazas para los sindicatos. Comenzaron a fijarse en la importancia de la organización como vehículo de movilización y de justicia social, y en la importancia de la relación con otros actores. Consideraron los procesos identitarios y de enmarcado como una variable causal para explicar las variaciones en las acciones sindicales y se fijaron en los cambios institucionales para explicar el poder sindical.

Las causas del declive y las causas de la renovación

La renovación de los estudios sobre la acción colectiva de sindicatos conllevó dos discusiones. Por un lado, supuso un debate sobre el declive de los sindicatos, donde diferentes teorías intentaron explicar el declive de las afiliaciones y la influencia de los sindicatos, para lo cual consideraron el rol de las instituciones, la economía y la política. Por otro lado, implicó un debate sobre la revitalización de los sindicatos, donde el debate se dividió entre quienes sostenían que las estrategias y las campañas sindicales eran centrales para vivificar la actividad y el poder de los sindicatos y aquellos que señalaban la necesidad de construir nuevos tipos de sindicalismos para devolver a los sindicatos al centro de las luchas sociales.

Según Ebbinghaus y Visser (1999), podemos distinguir tres teorías sobre crecimiento y declive sindical: las explicaciones cíclicas, que sostienen un patrón regular de ascensos y caídas en el movimiento sindical que sigue a las alternancias de prosperidad económica y depresión; las explicaciones estructurales, que argumentan que el crecimiento y el declive de las organizaciones sindicales responden a cambios a largo plazo en la economía, la sociedad y las políticas; y las explicaciones institucionales, que postulan que el declive sindical es resultado de los cambios en las estructuras ocupacionales, los nuevos modos de producción, la flexibilización en el mercado de trabajo o la difusión de valores sociales individualistas. Todas coinciden en señalar que el sindicalismo tuvo un ciclo de actividad ascendente durante el proceso de industrialización masiva a principios de siglo XX y luego entró en una fase descendente, con los cambios sociales, políticos y económicos desde la década de 1970. En opinión de los autores, las diferencias institucionales “estructuran las alternativas”, al establecer las limitaciones y opciones de las elecciones sindicales (Ebbinghaus y Visser, 1999: 136) y resultan de mayor profundidad explicativa que los enfoques cíclicos y estructurales:

Los sindicatos se enfrentaron a nuevos desafíos, pero dentro de un legado de contextos institucionales que reflejan elecciones, éxitos y fracasos pasados. Estos contextos institucionales configuran las condiciones en las que actúan los actores colectivos, como los sindicatos. Ni el pasado ni el futuro determinan su destino, pero los legados institucionales estructuran las alternativas para la elección estratégica dados los cambios y nuevos desafíos (Ebbinghaus y Visser, 1999: 155).

Sin descartar la importancia de los ciclos económicos o los factores estructurales, como los cambios en las políticas en la sociedad, se destaca que las instituciones son la principal variable que explica el desempeño sindical. En términos de indicadores, se proponen las afiliaciones como el principal indicador para conocer el crecimiento o declive de los sindicatos y se encuentran dos factores institucionales determinantes para el declive (o el crecimiento) sindical: la presencia sindical en los lugares de trabajo y la prestación de las organizaciones de seguros exclusivos para los miembros (de desempleo o de salud u otros).

En contraste con las explicaciones que sostienen que las instituciones importan, como las de Ebbinghaus y Visser (1999), otros argumentan que es cierto que los países con ciertas instituciones favorecen el crecimiento de los sindicatos (como delegados en los lugares de trabajo, convenios colectivos y seguros administrados por el sindicato), pero que la organización también importa, es decir, que también es una dimensión determinante del crecimiento o declive del sindicato. Después de comparar los sistemas de relaciones laborales de diferentes países, se analizan las campañas sindicales y su impacto en las afiliaciones del sindicato y se llega a la conclusión de que ambas dimensiones, instituciones y organización, son variables explicativas del crecimiento y declive sindical (Mundlak, 2020). En el mismo sentido, otros autores argumentan que las estrategias importan (Turner, 2005) y pueden ser entendidas como variables independientes, como causa del crecimiento y declive sindical, y como variables dependientes, como consecuencia de determinantes institucionales, sociales y políticos. El declive y la revitalización del poder sindical deben buscarse en los factores que rodean al sindicato y sus estrategias: los cambios en la orientación de los partidos socialdemócratas europeos con el giro neoliberal, la restructuración de las economías con el ajuste y la apertura de las reformas neoliberales, y la creciente heterogeneidad de identidades e intereses que los sindicatos deben organizar entre sus miembros. En este contexto, la renovación de estrategias como la búsqueda de asociación con gobiernos y empleadores, la renovación organizativa, la promoción de mayor activismo de los miembros, la búsqueda de organizar a los no afiliados, las alianzas con otros movimientos tanto sindicales como sociales y la coordinación internacional pueden ser formas de aumentar las afiliaciones y el poder económico y político de los sindicatos (Frege y Kelly, 2003; Kelly, 1998; Turner, 2005).

Otra explicación sobre el declive y la revitalización sindical consiste en los tipos de sindicalismo. Algunos autores plantearon mayor énfasis en la construcción de tipos ideales, al argumentar que la tendencia de los sindicatos a transformarse en sindicatos de servicios llevó a su estancamiento, y que la renovación consiste en la reversión de esta tendencia para transformarse en sindicatos de movimiento social. Para Robinson (2000), el sindicalismo empresario (o administrativo/de servicios) está definido por su exclusividad y falta de posiciones críticas. El liderazgo de estos sindicatos entiende a la organización como una empresa que presta un servicio a cambio de una tarifa (la cuota sindical), mientras que los miembros son concebidos como clientes y tienen una participación muy limitada (Robinson, 2000: 113). En extremo opuesto, el sindicalismo de movimiento social consiste en un sindicato inclusivo y crítico del statu quo económico y político. Se argumenta que los líderes entienden el sindicato “(…) como parte de un movimiento social más amplio que tiene como objetivo alinear el orden económico y político con los ideales y posibilidades identificados por su noción de una economía política justa” (Robinson, 2000: 114). En este tipo de sindicato, la relación con las élites es conflictiva y su fuerza depende en gran medida de su capacidad para movilizar el apoyo de sus miembros y de otros sectores sociales. Por último, se señalan algunos indicadores sobre la mayor inclusividad de los sindicatos:

Tres buenos indicadores de una mayor inclusión son: (1) una mayor combinación de los escasos recursos sindicales para ayudar a los trabajadores no organizados, invirtiendo más en los esfuerzos de organización y luchando por políticas públicas que beneficien a aquellos que no son miembros; (2) nuevas políticas que demuestren que las mujeres y las minorías son bienvenidas en los sindicatos, y reducir las barreras para su ascenso a puestos de liderazgo superiores; y (3) políticas que tienen como objetivo cambiar las reglas de la competencia internacional de manera que beneficien a los trabajadores en todos los países (…) (Robinson, 2000: 128).

En estos enfoques también se recupera el peso del entorno sobre la acción sindical. Se argumenta, por ejemplo, que la reestructuración sindical favoreció al tipo de movimiento social por sobre el sindicato empresario, que vio disminuida su capacidad de prestar servicios y coordinar con las élites. También se le da un rol central a la organización, al indagar en los tipos de liderazgos sindicales que contribuyen a configurar diferentes tipos de sindicalismo, además de la relación de la organización con sus miembros y con los no organizados (Robinson, 2000: 122).

Mientras el sindicalismo de movimiento social cuenta con numerosos adherentes (Dreiling y Robinson, 1998; Hurd, 1998; Hurd, Milkman y Turner, 2003; Turner y Hurd, 2001; Robinson, 2000). También ha recibido algunas críticas, en las que se argumenta que en las teorías del sindicalismo de movimientos social se desplaza la centralidad del conflicto de clase por demandas posmateriales afines a la perspectiva de los nuevos movimientos sociales, y se soslaya la disputa entre seccionales o sindicatos y las direcciones sindicales o nacionales, donde el mayor grado de institucionalización llevó a una moderación de sus demandas (Upchurch y Mathers, 2011; Upchurch, 2009). Upchurch, Taylor y Mathers (2009) argumentan, por ejemplo, que:

Existe un creciente debate sobre el impacto de la reestructuración neoliberal y la globalización en la organización y vitalidad sindical. En el contexto norteamericano, el debate se ha centrado en la medida en que estos acontecimientos están desplazando las orientaciones estratégicas de los sindicatos del “sindicalismo empresarial” hacia el “sindicalismo de los movimientos sociales” (…) (2009: 519).

Los críticos al modelo del sindicalismo de movimiento social se centraron en desarrollar su propio modelo de sindicalismo, el sindicalismo político radical (Mathers y Upchurch, 2011), en donde se sostiene que aún puede ser útil volver sobre el problema de la oligarquización de las dirigencias y el análisis del conflicto en términos de bases y burocracias (Darlington y Upchurch, 2012).

El riesgo de los estudios basados en metodologías de tipos ideales es que pueden cosificar la acción de los sindicatos y reducirlos a modelos estáticos (por ejemplo, los esquemáticos “modelo de servicios” y “modelo de movimiento social”). En contrapartida, los estudios de caso simples y comparados que se utilizaron para examinar las estrategias y las campañas de los sindicatos han mostrado ser fructíferos para indagar en las acciones y las formas de construcción sindicales en diferentes lugares y contextos (desagregando dimensiones o variables comparables para los diferentes casos).

Para terminar esta sección, volvemos sobre un concepto que sustenta gran parte de esta renovación teórica: el poder sindical. De acuerdo con Kelly (2011), hay distintas teorías que explican el poder sindical: una teoría de mercado del poder, en la que se asigna el factor principal a la competencia en los mercados de productos y trabajo en el poder de negociación sindical; una perspectiva de movilización de recursos, en la que se entiende que el poder sindical está determinado por los miembros y los recursos materiales; una perspectiva institucionalista, en la que se argumenta que el poder sindical depende de las estructuras de los sindicatos y la negociación colectiva; una perspectiva del proceso de trabajo, en la que se argumenta que el poder sindical está influenciado por la organización del proceso de producción y capacidad disruptiva de los grupos de trabajadores; y la teoría de la movilización sindical, en la que se defiende la importancia de las ideas sobre la injusticia (enmarcado) como fundamento esencial para la participación de los trabajadores en la organización y la acción colectiva. Para el enfoque de la movilización de recursos, por ejemplo, la disminución de la afiliación y la densidad sindical en Europa occidental desde la década de 1980 representa una disminución del poder sindical. Para las teorías institucionalistas, un indicador del poder sindical es la existencia de cláusulas de extensión de los convenios colectivos, que mantienen niveles de cobertura de negociación por lo general muy superiores a la densidad de afiliación sindical. Estas teorías, que se presentan como mutuamente excluyentes, pueden ser, por el contrario, complementos potentes para explicar la renovación sindical. En este sentido, podemos entender el poder sindical en tres dimensiones, de acuerdo con Kelly (2015), quien recupera los aportes de Lukes (2005). En primer lugar, identificamos una dimensión vinculada al poder de y poder sobre, que sostiene una mirada relacional, donde el poder consiste en influir en otro actor a favor de los intereses propios. Una segunda dimensión consiste en los temas de agenda, donde no solo se consideran los resultados de una huelga o una serie de conflictos, sino que también se tienen en cuenta aquellos temas que llegan o no llegan a ser motivos de discusión, como los procesos de trabajo, el salario, las regulaciones laborales, los sistemas de seguridad social, las políticas económicas. Es decir, qué temas son discutidos y cuáles no muestran también la relación de poder entre actores. Una tercera dimensión se vincula con la hegemonía en la lucha de ideas: qué se considera justo e injusto, natural o irracional, qué debe ser cuestionado y combatido o, por el contrario, qué debe recibir apoyo.

Como vimos en esta sección, los estudios sobre acción colectiva de sindicatos estuvieron influenciados por relecturas de las teorías de los movimientos sociales, en especial las teorías de la movilización de recursos, del proceso político y de la movilización sindical. El énfasis en la importancia de la estructura de la organización como vehículo de la movilización y justicia social, el marco de la acción colectiva y el contexto político, junto a una visión multidimensional del poder, renovó los estudios sobre sindicatos. Entre los principales aportes de las lecturas de las teorías de los movimientos sociales, queremos destacar: volver a introducir en los estudios sindicales una dimensión de conflicto social en base al antagonismo capital-trabajo que había sido relegado por el funcionalismo y las teorías del comportamiento; el aumento de la capacidad heurística, con la sugerencia de soluciones metodológicas y teóricas para investigar la acción colectiva, como la formación de marcos comunes de interpretación, los recursos, los cambios en el entorno y la organización de campañas, que, junto con la aplicación sistemática de encuestas a sindicatos y los estudios de caso, constituyeron herramientas de gran valor heurístico, como puede comprobarse en la gran cantidad de estudios empíricos sobre sindicatos y en la producción de hipótesis innovadoras en los últimos años; y la introducción de una dimensión de la agencia, muchas veces olvidada en las perspectivas estructuralistas, que otorga, incluso en escenarios amenazantes, una capacidad de acción estratégica para los sindicatos.

Por otro lado, muchas de las teorías sindicales examinadas no son excluyentes ni pueden por sí solas explicar de manera completa sus problemas de investigación. Las perspectivas cíclicas, estructuralistas e institucionalistas del declive son más consistentes cuando combinan sus hipótesis. A su vez, las definiciones de poder sindical necesitan ser capaces de argumentar sobre dimensiones tanto institucionales del poder como organizativas, así como en las dimensiones sobre las políticas internacionales y nacionales y las disputas hegemónicas en el campo de las ideas.

Sobre las explicaciones de la revitalización, también parece necesario combinar hipótesis para mejorar los modelos explicativos. Sin desconocer que la construcción de tipos ideales puede resultar una metodología útil, las teorías de los tipos de sindicalismo parece la que menos tiene para aportar en la combinación de teorías: su definición sumamente abstracta de muchas dimensiones y el énfasis en los movimientos como opuesto a las instituciones pueden hacer difícil vincularla a otras dimensiones de peso causales en la acción sindical. Las explicaciones que buscan ahondar en tesis institucionalistas, organizativas y estratégicas parecen tener mayor flexibilidad para aportar a modelos multicausales de la acción colectiva.

Conclusiones

En la primera sección de este artículo, reconstruimos la trayectoria de las teorías de los movimientos sociales a ambos lados del Atlántico, como renovación del campo de estudios de la acción colectiva, dominada hasta ese momento por las teorías del comportamiento y las teorías funcionalistas. En el siguiente apartado, revisamos los argumentos de las teorías de la movilización de recursos y del proceso político y argumentamos que los aportes de las teorías de los movimientos sociales de países angloparlantes tuvieron un impacto más prolífico que la de sus competidores de Europa continental. Revisamos, en el apartado siguiente, cómo los estudios sobre acción sindical se renovaron en base al énfasis en la estructura de organización, los marcos de interpretación de los sindicatos (o enmarcado), y las oportunidades o amenazas del entorno. Por último, seguimos las discusiones sobre el poder, el declive y la renovación de los sindicatos, e identificamos las miradas que ponen el acento en las instituciones, en la organización y en las estrategias, como elementos que importan, y que proponemos entender como dimensiones complementarias antes que excluyentes. Como recapitulación, reflexionamos sobre las teorías y su valor heurístico para las investigaciones. Concluimos que la influencia de las teorías de los movimientos sociales ha sido fructífera y ha permitido renovar los estudios sobre sindicatos. En las nuevas teorías, la atención sobre la acción colectiva de sindicatos se puso sobre el conflicto social, la agencia de los sindicatos y la innovación de hipótesis de investigación, con la construcción de indicadores de declive de poder y revitalización sindical, e indicadores de estrategias sindicales y tipos de movimientos. Su innovación metodológica se basó en los estudios de caso y la aplicación sistemática de encuestas.

La esquematización de textos y su clasificación dentro de una u otra etiqueta útil para las síntesis que aquí realizamos tiene como contraparte la reducción de la complejidad y riqueza de las obras revisadas. Alentamos al lector o lectora a volver a las fuentes originales y hacer sus propias lecturas. En este artículo, intentamos releer estos aportes con énfasis puesto en su interrelación y en el diálogo entre las teorías de acción colectiva, en especial entre las obras de la sociología del conflicto, la movilización de recursos y el proceso político, y cómo influyeron en los debates posteriores sobre acción colectiva sindical.

Al contrario de las definiciones de la acción colectiva como acción contenciosa, es decir una acción que es disruptiva del orden y busca incluir sus reclamos en el sistema político, como vimos, gran parte de la acción colectiva no discurre entre la absoluta exclusión o la total inclusión. Por el contrario, la mayor parte transita en espacios intermedios de protesta y negociación, de triunfos y derrotas, de reformas institucionales favorables y desfavorables, de contextos políticos propicios y adversos, y de auge y declive del activismo. Encontramos más productivo definir la acción colectiva como una acción heterogénea, protagonizada por organizaciones con distintas estructuras organizativas, que se da en múltiples campos y en interacción con diversos actores, que se enmarca en diferentes tradiciones identitarias, y es política en la medida en que forma parte de la construcción de la comunidad, que incluye, pero no se agota en las instituciones.

Repetimos a lo largo del texto, a riesgo de agotar al lector, tres nociones recuperadas de la literatura de movimientos sociales: la organización, el entorno y el enmarcado. Las tres fueron claves para renovar los estudios sobre sindicatos. La primera hace referencia al rol de la organización como instancia clave para agrupar a los activistas, conseguir apoyos, sumar recursos y plantear estrategias ¿Cómo se organiza? ¿Con qué otras organizaciones se relacionan? ¿Qué acciones lleva adelante? El entorno refiere a la relación que las organizaciones tienen con el marco en el cual actúan. ¿El contexto es amenazante para la acción de la organización o es favorable? ¿Promueve algunas dimensiones de la organización y desalienta otras? ¿Cómo influye la organización en el entorno? ¿Qué cambios duraderos genera? La tercera, el enmarcado, hace referencia al enfoque de la organización sobre su propia actividad, las características del entorno, sus aliados, sus estrategias, entre otros. ¿Cómo concibe su actividad el sindicato? ¿Cómo entiende al entorno y a los otros actores? ¿Cómo concibe su rol en la sociedad? Hay también una noción sobre poder, entendido de forma multidimensional. ¿Ha ganado o perdido poder el sindicato? ¿Qué indicadores cuantitativos y cualitativos permiten indagar en las dimensiones de poder? ¿Qué acciones han aumentado el poder sindical? ¿Qué dimensiones del poder se acumulan o disminuyen en determinados entornos? Gran parte de la novedad en los estudios sindicales residió en responder estas preguntas y en relacionar sus dimensiones. Por ejemplo, cómo influyó el entorno en el poder del sindicato o cómo influyó la organización y su enmarcado en intervenir sobre su entorno.

Los sindicatos enfrentan una época de desafíos, pero tienen la capacidad de actuar en múltiples arenas y de movilizar amplios recursos, de influir sobre otros actores en su beneficio, de influir en la agenda y formar parte de las luchas por la hegemonía; nada indica que sus organizaciones sindicales no puedan renovarse y ser protagonistas.

Referencias

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1Se agradecen especialmente los comentarios de quienes evaluaron este artículo. Fueron parte importante de la revisión de este trabajo. Agradezco a la revista por su publicación.

2Uno de los principales desafíos al comenzar con un trabajo de investigación vinculado a la acción colectiva en el mundo laboral es la falta de traducciones al castellano de la producción científica de las últimas décadas. Podemos mencionar como ejemplo algunas obras que aún no cuentan con traducción, como From Mobilization to Revolution, de Charles Tilly (1978), en la que se argumenta una teoría de la movilización a partir de la lógica de grupos excluidos que presionan para tener acceso al sistema político; Political Process and the Development of Black Insurgency 1930-1970, de Doug McAdam (1982), en la cual se desarrolla el enfoque del proceso político y se examina el caso del movimiento de los derechos civiles de personas negras en Estados Unidos; Social Conflict and Social Movements, de Anthony Oberschall (1973), en la que se considera la relación entre las teorías del conflicto social y las de los movimientos sociales; Rethinking Industrial Relations: Mobilization, Collectivism and Long Waves, de John Kelly (1998), en la que se revisan los aportes de las teorías de la movilización y del proceso político para analizar la movilización de los sindicatos en un contexto de hegemonía neoliberal; o Social Partnership at Work, de Carola Frege (1999), en la que la autora examina los cambios institucionales y la acción colectiva en los lugares de trabajo en Alemania después de la unificación. Tampoco están traducidos libros que recopilan artículos académicos, como Rekindling the Movement: Labor’s Quest for Relevance in the 21st Century, editado por Lowell Turner, Harry Katz y Richard Hurd (2001) y Varieties of Unionism: Strategies for Union Revitalization in a Globalizing Economy, editado por Carola Frege y John Kelly (2004). En ellos, se indaga en la renovación o revitalización de los sindicatos en un contexto de políticas neoliberales en distintos países y sectores de la economía.

Recibido: 23 de Marzo de 2023; Aprobado: 28 de Abril de 2023

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