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Prismas
versión On-line ISSN 1852-0499
Prismas vol.17 no.2 Bernal dic. 2013
DOSSIER
Presentación
Flavia Fiorucci
CONICET / Universidad Nacional de Quilmes / Universidad de San Andrés
Los textos que integran esta selección son versiones abreviadas de ponencias que se presentaron en septiembre de 2012 en las Jornadas Los otros intelectuales: curas, maestros, intelectualesde pueblo, periodistas y autodidactas. Dicho encuentro tenía como objetivo abrir un espacio de discusión común sobre "los otros intelectuales". ¿A qué nos referíamos con esa etiqueta -"los otros"- tan sugestiva como imprecisa? Básicamente a aquellas figuras que la historia intelectual (al menos la producida en la Argentina) comúnmente desdeña. El título de las jornadas ensayaba una lista de casos: curas, maestros, intelectuales de pueblo, periodistas y autodidactas. La serie invitaba a pensar figuras que no cumplían con ciertas condiciones que normalmente la literatura identifica como propias de los intelectuales y/o de su labor. Si bien es sabido que la categoría "intelectual" es escurridiza, las definiciones abundan y se contradicen, se puede afirmar que a pesar de todo hay consenso sobre ciertas características que hacen de alguien un intelectual con mayúscula. Una de estas es su ámbito de trabajo: aun si no es cierto para todos, la ciudad, precisamente las grandes urbes o las capitales, es señalada por la literatura como el "espacio característico de los intelectuales".1 Además, se considera que, al ser una categoría de la modernidad, los intelectuales se han convertido en tales porque han logrado cierta autonomía, tanto del poder eclesiástico como del político, y se desempeñan en un espacio que se rige por reglas internas. Han alcanzado ese estatus por el juicio de sus pares: dado que no hay un certificado profesional que acredite como tal, entre los intelectuales se es porque otros así lo reconocen.
La convocatoria de las jornadas invitaba por lo tanto a debatir sobre figuras que no cumplían con algunos de los atributos que la disciplina identificaba como específicos de su objeto de estudio. Sabíamos, no obstante, que la lista con que abríamos el debate remitía a figuras difícilmente homologables. Por muchas razones que irá revelando el dossier, no era lo mismo pensar como un intelectual a un maestro rural que a un cura o a un intelectual "de provincia", figura esta que no estaba en la serie original pero que fue surgiendo de las ponencias. En el caso de esta última, su "otredad" podía tan sólo reducirse a no ser un habitante de las grandes ciudades. Claramente, todos entraban en esa categoría laxa pero a la vez muy productiva que Raymond Williams definió como "productores culturales": figuras establecidas en instituciones políticas, económicas, sociales y religiosas, implicadas "en la producción y reproducción del orden social y cultural general".2 Sin embargo, no todos los integrantes de esa serie que esbozamos para armar la convocatoria estaban implicados de la misma manera, ni ocupaban el mismo lugar en el entramado social y cultural, y estas diferencias impactaban en el ejercicio propuesto. Si el desplazamiento de la mirada que sugeríamos como disparador de la discusión suponía un movimiento en sentido geográfico para estudiar a los intelectuales de pueblo o provincia -al menos en principio sólo implicaba moverse de la gran metrópolis-, en otros casos el movimiento debía -ya se sabía de antemano- ser doble. Requería no sólo alejarse de los centros urbanos sino también enfocarse en figuras y circuitos marginales y/o ajenos a los asociados al campo intelectual. A pesar de ser conscientes de estas divergencias creíamos que había ciertas características comunes entre todos esos otros que permitían una reflexión colectiva. La primera y la más obvia era que todos ellos se ocupaban de tareas intelectuales, es decir, trabajaban con "lo simbólico", por esto podíamos considerarlos como intelectuales. A esta podían sumarse características específicas que a priori los diferenciaban como "otros": la vinculación con "lo local"; la conciencia de ocupar un espacio marginal en el campo intelectual que devenía en sello de identidad y la pertenencia a otros campos en simultáneo.
No había en la consigna de la convocatoria un ánimo de reparación histórica sino la intuición de que el recorte usualmente utilizado por la historiografía dejaba de lado cuestiones importantes referentes a la producción y circulación de bienes culturales. A esto se sumaba una apuesta -en la que varios de los autores del dossier ya estaban trabajando- cuyo objetivo es la confección de nuevos mapas para la historia cultural, en particular argentina, más complejos e inclusivos.
Las páginas del dossier revelan que, a pesar de poseer algunas características comunes, "los otros" no se recortan como un grupo distinguible. El mote no funciona como una categoría nueva para pensar a los intelectuales que no están en el "centro", en el lugar en que -como dice Pasolini en su texto retomando a Darnton-, "parece que pasan las cosas verdaderas". Demasiadas diferencias los separan entre sí. Incluso ese "centro" se revela resbaladizo, como nos advierte Ana Teresa Martínez. No obstante, creemos que los escritos aquí reunidos muestran la productividad de pensar a estas figuras para y desde la historia intelectual. Para, porque creemos que los artículos reafirman aquello que asomaba como una intuición cuando se diseñó la convocatoria: muestran la importancia de extender la mirada a otros actores y otros recorridos que hacen a la vida intelectual más allá de los transitados por las élites culturales. Revelan que para asomarse a la vida cultural en esa zona que ha sido denominada como la "periferia de la periferia", las ciudades y los pueblos del interior, es necesario ampliar el repertorio de agentes, circuitos, artefactos y productos culturales, teniendo en cuenta siempre (como se subraya en los primeros textos del dossier) que el ejercicio requiere ajustar el lente y dejar de lado nociones preconcebidas sobre dónde reside el valor cultural. Al mismo tiempo, lo que surge del dossier es que incluso para aquellos intelectuales que tienen cierta notoriedad en la "periferia", ese lugar que no es el centro opera como "límite"-aunque no siempre en un sentido negativo- a la hora de construir su "proyecto intelectual". En otras palabras, la experiencia del pueblo o la provincia puede ser "límite y posibilidad", pero esa marca es ineludible y por lo tanto insoslayable para el investigador. También para porque la expansión conlleva a la elaboración de mapas más equilibrados de la historia cultural.
Al mismo tiempo, es importante mirar esos lugares y personajes de "baja visibilidad"desde la historia intelectual porque la perspectiva obliga a interrogarse sobre ciertas cuestiones que otros análisis dejarían de lado. El componente popular de una agrupación como Acción Argentina, que viene, como sostiene aquí Andrés Bisso, "a cuestionar comodidades analíticas establecidas por la historiografía del antifascismo en la Argentina", sólo aparece cuando se observa un periódico de pueblo escrito por plumas que difícilmente entrarían en un estudio de las ideas antifascistas en la Argentina. Desde, porque mudar a ciertos personajes (me refiero específicamente a curas y maestros) de las que parecen sus posiciones naturales en el campo historiográfico (la historia de la educación y la historia de la iglesia) contribuye a un entendimiento más complejo del rol de estas figuras en sus entornos específicos y en la cultura en general. Sopesar, por ejemplo, las ideas teológicas también con aquello que sucede fuera del campo eclesiástico permite "normalizar fenómenos que exceden -como anota José Zanca en su estudio- lo religioso". En el caso de los maestros, si dejamos de observarlos sólo como educadores y enviados estatales, podremos rescatar las otras facetas de su accionar que muchas veces entraban en tensión con las demandas particulares de su profesión.