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La trama de la comunicación

versão impressa ISSN 1668-5628

Trama comun. vol.17 no.2 Rosario jul./dez. 2013

 

ARTÍCULOS

Cavilaciones en torno a la negatividad de la noción de diferencia

 

Por Lucas Carena

lucascarena@hotmail.com / Universidad Nacional de Rosario, Argentina

Lucas Carena
Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario, y Magíster en Comunicación Estratégica, Universidad Nacional de Rosario. Investigador y Miembro permanente del Centro de Estudios de Filosofía del Lenguaje (CEFILE) de la Facultad de Humanidade
s y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
E-mail: lucascarena@hotmail.com

 


Sumario:

El presente artículo tiene por objetivo esbozar una serie de reflexiones y escarceos teoréticos con el propósito de ampliar la mirada acerca de las causas que hacen al estructuralismo un discurso fundante y el por qué de su desprendimiento del contexto intelectual positivista del cual indudablemente emerge. Haciendo particular énfasis en las nociones de diferencia e interdependencia de los elementos que componen la estructura, se buscará mostrar en qué medida esta noción sigue estando -en cierto sentido- bajo un manto de misterio. Muchos de los abordajes posteriores a las aportaciones de Saussure sobre el enfoque estructural de la lingüística han iluminado certeramente las razones del por qué el Curso de Lingüística General constituye inobjetablemente un hito en materia científica y las causas de que sus investigaciones no sólo estén lejos de perder actualidad, sino también sean reinterpretadas desde otras perspectivas: miradas deconstructivas que reivindicaron la literatura, el uso figurativo del lenguaje y hasta narrativo de la propia ciencia. Sin embargo, la noción de diferencia no ha sido abordada de la misma forma a través del tiempo. La existencia de una filosofía negativa detrás de la idea de diferencia, será el nudo gordiano que intentaremos desatar en el presente texto, haciendo un recorrido por distintas consideraciones que han girado en torno a la diferencia como tal, pero no necesariamente a explorar su negatividad.

Descriptores: Lenguaje; Estructura; Diferencia; Negativismo; Interdependencia.

Summary:

This article aims to outline a series of theoretical digressions and reflections in order to expand the look on the causes that make structuralism a founding speech and the reason why his positivist intellectual detachment from the context which undoubtedly emerge. With particular emphasis on the notions of difference and interdependence of the elements that compose the structure, we will try to show to what extent this concept is still -in a sense- under a cloud of mystery. Many of the posterior approaches to the contributions of Saussure on the structural approach to linguistics have accurately illuminated the reasons why the Course in General Linguistics is unquestionably a milestone in science and the causes of his research are not only far from becoming outdated, but also far from being reinterpreted from other perspectives: deconstructive glances that claimed the literature, the figurative use of language and narrative to science itself. However, the notion of difference has not been addressed in the same way over time .The existence of a negative philosophy behind the idea of difference, will be the Gordian knot we will try to untie in this text, making a tour through different considerations that have revolved around the difference as such, but not necessarily to explore their negativity.

Describers: Language; Structure; Difference; Negativism; Interdependence.


 

Cuando Charles Bally y Albert Séchehaye publicaron en 1916 la compilación sistematizada de los apuntes de los cursos dictados por Saussure, intentaron exponer no sólo los contenidos propositivos de su investigación lingüística, sino también, y ante todo, su postura crítica que retrataba la desconfianza de la nueva ciencia positiva respecto de la gramática comparada y la filología clásica como caminos adecuados para estudiar científicamente el lenguaje. El hecho de que el pensador ginebrino haga manifiesto, a lo largo de sus enseñanzas, que las perspectivas históricas y filológicas para un estudio de la lingüística eran insuficientes desde el punto de vista metodológico y por consiguiente, claro está, no permitían una genuina comprensión del lenguaje; no lo exime de haber desarrollado su enfoque estructural en circunstancias históricas y socioculturales muy particulares, donde la ciencia positiva casi exigía una "rutina" intelectual y procedimental que relacionaba al científico con el objeto de estudio de la misma manera que ocurre en las ciencias naturales.
Dado que el Cours no necesariamente refleja "el pensamiento" del lingüista suizo ni en su perfección ni en su completitud, sino que esboza sistematizadamente una serie de apuntes atravesados por los matices interpretacionales de sus seguidores, no se buscará en el presente trabajo desmenuzar su carácter de "fundacional" en sentido histórico. Tampoco indagar sobre el estructuralismo como discursividad fundacional desde una gramática de producción y reconocimiento (Verón, 1993) tarea ya debidamente realizada, sino que se hará centro en la noción de "diferencia" para lo que, en todo caso, se podrá luego reconstruir los motivos, casi naturalmente, del por qué un texto que aparece bajo condiciones ideológicas de producción en la culminación del positivismo, no es luego leído empero en clave positivista sino como una forma de discursividad original que sació la sed de un conjunto de intelectuales que, desilusionados con el marxismo, se ubicaron en la vanguardia del pensamiento de la centroizquierda europea en los albores del mayo parisino del 68 y la guerra de Argelia.
Verón (1993) alude a una "extrañeza" de la lengua estudiando el Cours: en producción, existe un problema epistemológico insoluble para el positivismo ya que la imperceptibilidad positiva e inmediata de los elementos de la lengua viene a su vez acompañada de la naturaleza indubitable de su existencia. Esta extrañeza pone en consideración la característica singular de la lingüística respecto de las demás ciencias, dado que es la única cuya unidad de análisis, incuestionable en su admisión, se disuelve en una trama relacional de diferencias negativas.
El Cours, como portaestandarte de un abordaje científico-positivo del lenguaje, es en rigor un producto emergente de una linealidad que conecta a Saussure con Comte y Durkheim en el ataque sistemático contra todo tipo de solipsismo y metafísica de las corrientes hermenéuticas. Así, la distinción entre lengua y habla para comprender momentos diferenciados dentro de un conjunto heteróclito de los hechos del lenguaje es perfectamente asimilable, salvando las distancias, a la distinción que hace posible estudiar un órgano biológico desde el punto de vista anatómico, por medio de una disección forense, o bien fisiológico a partir de análisis bioquímicos. En efecto, allí donde la lengua constituye la parte social, involuntaria y externa del lenguaje y el habla su puesta en acto individual, es donde consecuentemente radica su particular naturaleza, en apariencia, ambivalente: el lenguaje es a la vez volitivo desde lo arbitrario -creación y convencionalidad humana- y a la vez un involuntario hecho social -externo, general y coercitivo-. Al mismo tiempo, si se analizan los modos en que estos componentes se relacionan privilegiando el peso que la lengua posee sobre el habla en el doble proceso de selección -paradigma- y conexión -sintagma- aparecerá la denominada dimensión sincrónica del lenguaje. Si por el contrario lo que se estudia es el efecto del habla sobre la lengua a partir de sus leyes de alternancia, analogía y aglutinación lo que se comprenderá es su evolución, es decir, su diacronía.
Pero esta combinación de diagnóstico clínico con informe forense, inmediatamente obliga a formular el interrogante desde el cual es necesario partir para justificar la existencia de una filosofía negativa detrás de la noción de estructura y constituye así mismo el por qué de lo "fundacional" en el giro lingüístico que dio lugar a las posturas deconstructivas post-estructuralistas de la segunda mitad del siglo XX. La pregunta, que aparece inmediatamente después de admitir la exigencia coyuntural de la perspectiva positiva saussuriana, es ciertamente saber cuál es el hecho estrictamente positivo sobre el que se erige la idea de estructura.
Estaríamos fácilmente tentados a admitir que este hecho es sin lugar a dudas el "signo lingüístico" de no ser porque el mismo Saussure se encarga de establecer, inmediatamente, que esta unidad mínima de análisis dentro de la estructura es resultado de una pauta relacional. "Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Todavía más: una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece; pero en la lengua solo hay diferencias sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el significado, la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema lingüístico, sino solamente diferencias conceptuales y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de materia fónica hay en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor en los otros signos. La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación.
Pero decir que en la lengua todo es negativo solo es verdad en cuanto al significante y al significado tomados aparte: en cuanto consideramos el signo en su totalidad, nos hallamos ante una cosa positiva en su orden. Un sistema lingüístico es un a serie de diferencias de sonidos combinados con una serie de diferencias de ideas; pero este enfrentamiento de cierto número de signos acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento engendra un sistema de valores; y este sistema es lo que constituye el lazo efectivo entre los elementos fónicos y psíquicos en el interior de cada signo. Aunque el significante y el significado, tomado cada uno aparte, sean puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho positivo; hasta es la única especie de hechos que comporta la lengua, puesto que lo propio de la institución lingüística es justamente el mantener el paralelismo entre estos dos órdenes de diferencias" (Saussure, 1945:144).
He aquí la noción de diferencia. Por un lado el lazo efectivo entre sonidos e ideas las que, a su vez, se definen por su ubicación en la estructura. La relación entre significado y significante -y solamente esta relación- es lo que se denomina signo lingüístico como unidad singularísima la que devendrá, solo por medio de un vínculo de tipo arbitrario, la "materia" positiva estudiada por la lingüística sincrónica.
Ahora bien, el signo lingüístico no es portador de su carácter de signo únicamente por el proceso psicológico que combina una imagen acústica con un concepto acreditándole "algo" a la estructura a través de su significación, sino también por la posición que ocupa dentro de la estructura, es decir, en relación con otros signos -en determinado tiempo-espacio de su linealidad- debiéndole "algo" a la estructura de su propia significación. En este punto, la "diferencia" aparece necesariamente en estrecha relación con la "interdependencia de los elementos de la estructura", pero ¿Cómo puede la diferencia explicarse desde un negativismo?
Cabe destacar que ya Derrida introdujo la idea de temporización como factor itinerante para el abordaje de la diferencia con el objetivo de atacar cualquier ontologismo desde una mirada fenomenológica, esto es, desde un enfoque del pensamiento débil1. Jacques Derrida en su discurso sobre "La Diferencia" en la Sociedad Francesa de Filosofía (1968) estableció una crítica a esta idea purgándola del ontologismo, comparando las sombras detrás de la diferencia como [différance] y destacó lo fútil que puede resultar creer en una genuina escritura fonética de este neologismo homofónico ad hoc para mostrar que oralidad y escritura no son una complementación sino cosas totalmente diferentes entre sí. La oposición presencia-ausencia es para Derrida "presencia-en-el-presente", la diferencia como un mero efecto -o defecto- y no como algo ontológicamente inteligible. Según Derrida: "La diferencia [différance] es lo que hace que el movimiento de la significación no sea posible más que si cada elemento llamado "presente", que aparece en la escena de la presencia, se relaciona con otra cosa, guardando en sí la marca del elemento pasado y dejándose ya hundir por la marca de su relación con el elemento futuro, no relacionándose la marca menos con lo que se llama el futuro que con lo que se llama el pasado, y constituyendo lo que se llama el presente por esta misma relación con lo que no es él: no es absolutamente, es decir, ni siquiera un pasado o un futuro como presentes modificados" (1968:12). La temporización como modo de realización de la diferencia es presentada como una matriz interpretativa que rechaza la negatividad en sentido ontológico o proposicional. No implica, sin embargo, que esto surja necesariamente de la lectura del Cours sino quizá de la filosofía de Heidegger. Tan solo nombrar la diferencia como tal, desde esta mirada, implicaría ya una metafísica.

Negatividad y contradicción

La lógica formal y las aportaciones de la filosofía analítica han sido siempre vistas como distantes del estructuralismo. Si bien hay una ciencia semiótica que ha tenido su origen en el recorrido de la filosofía del lenguaje que va de Frege a Peirce, es poco lo que en general, puede relacionársela -excepto a través de comparaciones- con la semiología de extracción lingüística, aunque compartan el mismo objeto de estudio. Desde la Conceptografìa de Frege (1972) y su búsqueda de un lenguaje de tipo aritmético para un pensamiento puro, se hace explícita una inquietud de tipo semiótica que encuentra su desarrollo específicamente científico con el pensamiento de Peirce y su visión tricotómica de los signos. Pero con total independencia de este "linaje", la negatividad, en tanto la admitimos reconocible en la base del estructuralismo, puede valerse de la lógica proposicional para ser explicada.
Precisamente, los principios de la lógica pueden ofrecer herramientas importantes para echar luz a la compresión de la trama estructural en términos negativos. Para justificar esta idea, significado y significante pueden entenderse, valga el ejemplo, como los lados cóncavo y convexo de una línea curva, donde concavidad y convexidad no constituyen entidades per se sino cualidades -valores- que no se pueden considerar aisladamente sino a través de una relación ausencia-presencia que las vincula. Lo único positivo, en todo caso, es la línea curva. La arbitrariedad del singo lingüístico conecta un significado y un significante excluyendo, en esa misma conexión, otros conceptos y otras imágenes acústicas.
La primera tesis ofrecida para estudiar la "diferencia" está en desacreditar la antigua distinción de los principios ontológicos adoptando un radicalismo escéptico y asumiendo que tales principios en realidad se resumen en un solo y único formalismo. Tales principios son:

1. el principio de identidad: todo ente es igual a sí mismo y diferente a los demás.
2. el principio de contradicción: no es posible que el ente sea y no sea al mismo tiempo y en un mismo sentido.
3. el principio de tercero excluido: no puede ser que el ente ni sea ni no sea al mismo tiempo y en un mismo sentido.
4. el principio de razón suficiente: todo ente es por algo.

Estos cuatro principios o propiedades del ente son cuatro formas de expresar un mismo y único principio si hablamos estrictamente en términos formales dado que:

1. todo ente es igual a sí mismo en la medida en que es diferente a otros entes. Por consiguiente el ente se opone al no ente y por lo tanto la negación del no ente solo puede ser el ente.

a . -a
-(-a) => a

De lo cual se desprenden los demás principios que tienen su tradición en las aporías de los eleatas.
2. ente y no ente no pueden "ser" al mismo tiempo ya que uno niega al otro. Por consiguiente el ente solo puede ser y el no ente solo puede no ser.
3. ente y no ente no pueden "no ser" al mismo tiempo ya que la negación de uno es la afirmación del otro. La presencia de uno se explica por la ausencia de otro.
4. La razón suficiente solo puede ser entendida como "cusa formal" dado que ni la causa eficiente, ni la material ni la final, pertenecen al terreno lógico. La forma de las cosas solo es posible para la cognición respondiendo a los anteriores tres principios. En el plano de la forma la causa está en su relación de contradicción. Esto es demostrado por Köfka (1973) a partir de la idea de que forma y fondo son relativos entre sí. La forma de una entidad es la "no forma" de todas las demás entidades y viceversa. Causa formal lógica de la concavidad, desde este punto de vista, es la no-convexidad.

Esto puede parecer un escarnio a la lógica aristotélica, sin embargo es un intento de esclarecer la idea de negatividad desde un punto de vista netamente lógico. Puede llamarse en última instancia principio contradicción ya que es categórico para pensar la diferencia. La correspondencia que existe desde un plano ontológico a uno lógico permite afirmar que la contradicción gobierna las denominadas conectivas veritativo-funcionales de la lógica formal cuando estamos ante una proposición verbal con posibilidad de verdad o falsedad.
Sólo importan a la lógica las oraciones enunciativas, es decir los enunciados o proposiciones que tengan valor de verdad. Afirmar algo que no tenga valor de verdad, escapará a la contradicción y por lo tanto no tendría valor lógico-ontológico. Solo así es posible que la verdad o falsedad de los enunciados formales dependa de la verdad o falsedad de sus partes componentes (Quine, 1993).
Si traducimos los principios ontológicos a la teoría de los enunciados en forma típica es posible advertir que:

1. un enunciado o proposición se afirma así misma en la medida que niegue su contradictorio.
2. dos enunciados contradictorios no pueden ser verdaderos los dos.
3. dos enunciados contradictorios no pueden ser falsos los dos.
4. la causa formal de que un enunciado sea verdadero es que su contradicción sea falsa y viceversa.

Las formas de pensar el ente se dividen en cuatro principios ontológicos que derivan a su vez en cuatro condiciones de verdad para conectar los juicios. La conjunción, la disyunción la implicación y la negación.

a => -(-a) v
a ^ -a f
a . -a v
a => -a f

La única posibilidad de llevar enunciados a forma típica es expresando relaciones entre ellas que se reducen a estas formas conectivas y sus posibilidades de verdad o falsedad.
Formalmente la diferencia nos permite cuatro posibilidades de concepción del ente.

1. La afirmación de la afirmación es afirmación (+++)
2. La afirmación de la negación es negación (+--)
3. La negación de la afirmación es negación (-+-)
4. La negación de la negación es afirmación.(--+)

Por consiguiente:

1. sólo es posible la conjunción entre lo que no se niega [(a^b) => b] => -(-a)
2. sólo es posible la disyunción entre lo que se niega. [(a.b) => b] => -a
3. sólo es posible la implicación recíproca del ente mismo [(a => b ^ b =>a) => (a <=> b)] => [b=> - (-a)]

Esta ontología negativa, con su base en la contradicción, se estructura como un sistema encadenado a partir la diferencia binaria. Así "a" se define por una relación de contradicción u oposición binara con todo lo que constituye (-a) como ser (b,c,d,….z).
Así pues el principio de contradicción inherente al concepto de diferencia tal como se ha sido presentado nos permite otra conclusión propia de una filosofía negativa: el todo absoluto es igual a la nada absoluta. Con esto cabe preguntarnos: ¿Es el giro lingüístico un giro metafísico? Sin duda que esta pregunta es provocadora en demasía y por lo tanto una invitación a trascender los objetivos del presente artículo. Así mismo el hecho de intentar responder este interrogante nos ubicaría en un terreno filosófico que desvirtuaría por completo un estudio serio de la noción de diferencia en clave estructural. Pero también debe concederse a dicho interrogante una de las posibles causas del agotamiento del positivismo en el seno del propio descubrimiento estructuralista. La lingüística estructural rompe a través de la noción de diferencia no sólo con los postulados del paradigma positivo, sino con los postulados de cualquier paradigma. Ya no es posible saber en este punto, si de lo que se trata es de un análisis el lenguaje desde una perspectiva positivista o de un análisis del positivismo desde una perspectiva lingüística. Este es el carácter eminentemente deconstructivo de la diferencia desde un punto de partida negativo.
Para no caer en una reflexión de tipo metafísica, es preciso reformular la pregunta sobre la negatividad por sistema de oposiciones que no suponga una etiología de la diferencia, su génesis filosófica, sino cómo y donde se aloja. La pregunta debe enarbolarse sobre su localización. ¿Dónde se ubica la diferencia? ¿Dónde es reconocible dicha diferencia? Es menester advertir que hay al menos tres momentos bien distintos de negatividad en la interdependencia de los componentes de la estructura a considerar: negatividad diferencial de la materia, forma y semiosis lingüística.

Tres momentos de la diferencia

La diferencia -y por consiguiente la interdependencia estructural- opera en -y desde- varios niveles en un encadenamiento lingüístico cualquiera. Así se puede pensar la participación de sus componentes in absentia de varias maneras superpuestas aunque, en todo caso, distinguibles. Hay, se puede decir, por lo menos tres momentos reconocibles susceptibles de aparecer sobre un principio de diferencia de manera simultánea, a saber: un momento material -fonológico-, un momento formal o gramatical -sintáctico o morfológico- y un momento semiológico -semántico contextual- los cuales se intentará desarrollar.
Si bien únicamente los lenguajes formales permiten ver la diferencia en un plano puramente lógico, se podría decir unidimensional, no por ello un estudio de los lenguajes complejos está excluido de la posibilidad de realizar un desglose digital de sus partes y componentes. El primer momento de la diferencia ha sido evocado por Eco en sus estudios críticos del estructuralismo: "Las investigaciones lingüísticas recientes han sugerido la idea de que, incluso a nivel de sistemas más complejos, como el de la lengua hablada, puede obtenerse información por medio de disyuntivas binarias. Todos los signos -palabras- de una lengua se producen por medio de la combinación de uno o más fonemas; los fonemas son la unidad mínima de emisión vocal con carácter diferenciado; son breves emisiones vocálicas que no tienen ningún significado por sí mismas, salvo que la presencia de un fonema excluye la de otro que, de haber aparecido en el de él, habría cambiando la significación de la palabra" (Eco, 1986:42). La lingüística de vertiente estructural se aproxima cada vez más a una explicación binaria de oposición ausencia y presencia -unidades digitales de información- para abordar los eslabones del entramado lingüístico.
Hay diferencia desde una perspectiva material de tipo fonológica2 cuando los elementos sonoros que participan de la cadena hablada requieren de la relación presencia/ausencia para articular los sonidos combinables del habla pertenecientes a una lengua -sonido en tanto actuación fática que permite una actuación rética-. Así, un fonema /t/ puede distinguirse por su mera presencia "en lugar de" un fonema /p/ en una relación excluyente, v.g. "talo" por "palo" donde es posible interpretar -y solo luego de este reconocimiento- al primero como la primera persona del verbo talar y la segunda como un sustantivo común, en este caso, "trozo de madera" a partir de una diferencia fónica. El concepto "trozo de madera" o "talar" -cortar árboles- ocupará un lugar dentro la estructura por una relación de diferencia en lo que atañe al proceso psíquico vinculante que remite, como se verá, a otro momento de la diferencia. La correspondencia binaria en un cambio de fonema por otro dará lugar a la consecuente sustitución de un semema por otro.
Las diferencias fonológicas constitutivas del proceso de selección y combinación se pueden observar desde un punto de vista todavía más desagregado por negatividad diferencial entre alófonos: la materialidad del fonema está dada por una combinación binaria de presencia o ausencia de cualidades provistas por nuestro aparato fonador. Y allí donde la dentalidad reemplaza a la labialidad obtenemos /t/ en lugar de /p/. Esta presencia/ausencia de labialidad/dentalidad provoca -cual efecto mariposa- el reemplazo de un significado por otro por vía de un cambio sonoro en la composición del significante. Con esto afirmamos que una dentalidad en lugar de una labialidad, puede cambiar el sentido de todo un sintagma complejo.
El desarrollo de la fonología moderna desde el Círculo de Praga hasta el de Copenhague ha tenido entre sus metas identificar los niveles de contraste sobre que se producen los sonidos con los que se construirán combinaciones de sílabas, monemas, palabras y oraciones, es decir, todas las unidades de mayor nivel lingüístico. Estos contrastes en presencia/ausencia o relaciones de oposición no se limitan solamente a la identificación y diferenciación de los fonemas entre sí, sino también a discriminar sus cualidades fónicas, es decir, las características acústicas que diferencian a una /t/ de otros fonemas y que nos permiten reconocer la /t/ en cualquier trama lingüística.
Labial, dental, palatal o gutural refiere a la "localidad" de la oclusión de la unidad fónica -labios, dientes, paladar o garganta como lugar de cierre que se combinará con la espiración-. Si esta alofonía o propiedad sonora distinguible es oclusiva, fricativa, líquida o abierta dependerá del grado y forma de apertura de la boca. El fonema a su vez será sordo o sonoro en relación a la participación o no de las cuerdas vocales -espiración con o sin vibración laríngea - y habrá otro grado de distinción de acuerdo a la ausencia-presencia de resonancia nasal. La fonología como ciencia auxiliar de la lingüística nos proporciona el primer nivel de relaciones materiales de contradicción por la imposibilidad de superponer dos sonidos al mismo tiempo. Esta base material será el sustento que le dará rigor positivo a la lingüística moderna y la pondrá en una situación privilegiada respecto de otras ciencias sociales. Esto fue advertido por Levi -Strauss (1987:77) y forma parte de su derrotero etnológico para un modelo estructural sosteniendo que hay una verdadera inversión de la relación entre sociología y lingüística a comienzos del siglo XX, volviéndose ésta científicamente más fuerte que aquella.
Ahora bien, los fonemas como unidades materiales mínimas desprovistas de significado propio se combinan unos con otros seleccionando el correcto en el lugar adecuado. Selección y combinación no serán mecanismos fácilmente distinguibles, en tanto son interdependientes entre sí. Así entre las combinaciones los, ols y sol solo dos de ellas pertenecen a la lengua castellana. De la ubicación correcta o conexión de los fonemas seleccionados resultará la selección del monema o unidad de significación mínima correcta que a su vez, ocupará el lugar correcto en un sintagma completo correctamente formulado entrando así en el segundo momento de la diferencia, a saber, formal. El monema en esta conectividad resultará de una selección y a la vez combinación que podrá resultar componente radical o lexema -que evocará el contenido conceptual- o por el contrario resultar morfema añadiendo algo del orden de lo conectivo, i.e. una desinencia verbal cant- aba donde se aloja el tiempo pasado imperfecto y el número singular. Aquí la diferencia aparece en un nivel de selección y combinación o de expresión y contenido todavía entremezclado3, y esta instancia es gramatical ya sea al interior de la palabra -morfológicamente- o entre las palabras, -sintácticamente-. Este nivel de la diferencia es formal y sólo compromete a modificaciones de la imagen acústica, esto es, si afecta al significado es solo por medio del significante si lo que se aprecia es el mecanismo de combinación producto de la linealidad. Pero si lo que consideramos es la selección como proceso discriminante de eslabones, entonces de lo que se trata es de modificaciones sobre el significante por medio del significado producto de su relación arbitraria. Existe en este plano además, cabe aclarar, una presencia-ausencia de unidades modulares y de acentuación que tendrán impacto conectivo y significativo de tipo prosódico: los prosodemas.
La diferencia de tercer nivel opera en un sentido estrictamente semiológico. Esto implica una función de la diferencia que no obedece ya a los aspectos sintácticos y fonológicos de la lingüística sino que tendrán lugar en un proceso de semiosis y deberá contemplar elementos paradigmático-contextuales. Es importante aclarar en este punto que el orden en el que aparecen los esquemas de oposición en la estructura nada tiene que ver con el orden en que se adquiere o se hace uso del lenguaje. Nadie aprende los fonemas de manera aislada para luego construir oraciones y es posible respetar las reglas gramaticales sin siquiera conocerlas. Sería ridículo pensar que el orden aquí expuesto implica el camino que sigue la organización de la estructura lingüística. Por el contrario es a nivel de la semiosis, de lo que se quiere hacer o expresar con el lenguaje, que parte la intencionalidad comunicativa valiéndose de todos los instrumentos que estén a su alcance para lograr el propósito en un juego de lenguajes. El proceso de emisión implica el recorrido
que va del significado al significante y el proceso de recepción es el que va del significante al significado.
Las estructuras sintácticas, en efecto, son aprendidas simultáneamente con las construcciones conceptuales en un camino que va desde un uso performativo y expresivo a uno constatativo y taxonómico -el bebé que llora para llamar a su madre ya tiene una experiencia realizativa de sus propósitos por un mero acto fonético- de la misma forma en que las culturas ágrafas han privilegiado la utilidad situacional y no descriptiva o clasificatoria de las palabras respecto de las culturas escritas (Ong, 2006). Las actuaciones locucionarias, desde una perspectiva pragmática, son adquiridas en su totalidad por los efectos ilocucionarios y perlocucionarios que estos provocan (Austin, 1955) y de los cuales el niño se vale para lograr su voluntad. Los momentos fonéticos, fáticos y réticos que están formando parte del meramente locucionario permanecerán inadvertidos para la conciencia del hablante quizá por siempre.
Las relaciones onomasiológicas y semasiológicas al nivel del habla se ponen de relieve solo en acto y encontrarán sus fronteras en los límites de la lengua. "El aprendizaje del lenguaje no es aquí una explicación, sino un adiestramiento" (Wittgenstein, 1999:8). Desde este punto de vista, los mecanismos asociativos empíricos se tornan categóricos aún cuando por empírico no entendamos un saber ligado a una experiencia sensualista pre-lingüística sino una experiencia acerca del propio lenguaje. Las conceptualizaciones más abstractas dependen de que esto así sea. El infante a la vez que articula fonemas con dificultad recurre a construcciones gramáticas análogas, así "sabo" por "sé" y "cabo" por "quepo". Si bien es cierto que para algunos expertos esto ha referido a posibilidades preconcebidas de sintaxis (Chomsky, 2004) implicando un giro generativo-transformacional de tipo biológico, es igualmente cierto que el mismo argumento puede utilizarse para demostrar el juego de ensayo-error que proporciona la propia experiencia del lenguaje -Gast y Gäste en el ejemplo del alemán de Saussure-.
Incluso sería honesto admitir que las aportaciones actuales de la genética van más allá todavía del biologicismo y dejan al innatismo biológico también en un estado de obsolescencia. Hoy, de un órgano del lenguaje -como se lo llamó- se ha pasado a hablar de un "gen del lenguaje": el FoxP2. Ahora bien, si lo que hay en un segmento, es decir entre un codón de apertura y un codón de cierre, dentro de esa trama de cerca de 3 mil millones de datos -denominado gen- que componen el genoma humano, es una porción de información combinable sobre un esquema digital -no binario sino cuaternario- deberíamos por lo tanto preguntarnos: ¿No es esto un eslabonamiento estructural de unidades simples -los nucleótidos en tanto unidades de información- codificables que reivindican el estructuralismo en otro estrato? ¿A caso lo que desaparece no es la biología quedando sólo la estructura? La respuesta, lamentablemente, nos coloca nuevamente afuera de los límites del presente ensayo.
Con todo cabe preguntar: ¿En qué momento la diferencia se da a nivel de la semiosis? ¿En qué momento los sonidos que se emiten y las formalidades que los reglamentan comienzan a integrar algo que va más allá de estos componentes constitutivos?
En efecto, hay locución, es decir, hay discurso cuando en el acto fonológico identificamos la proposición verbal. Hay diferencia en un plano semiológico en el momento que se conecta este significado con un sentido -no referencia- que añade valor a todos los componentes constitutivos. Dicho significado estará a su vez formando parte de una trama negativa de diferencias siempre que en el consenso comunicativo aparezca de relieve -tanto en produccion o en reconocimiento- la proposición. "La proposición es, con respecto al lenguaje, lo que la representación con respecto al pensamiento: su forma más general y más elemental, dado que, a partir del momento en que se
la descompone, no se encuentra ya más el discurso sino sólo sus elementos como otros tantos materiales dispersos. Por debajo de la proposición se encuentran las palabras, pero el lenguaje no se cumple en ellas. Es verdad que, originalmente, el hombre sólo producía simples gritos, pero éstos no empezaron a ser lenguaje sino el día en que encerraron -aunque sólo fuera en el interior de un monosílabo- una relación que pertenecía al orden de la proposición. El aullido del hombre primitivo que se debate no se convierte en verdadera palabra mientras no es más que expresión lateral de su sufrimiento y si vale por un juicio o una declaración del tipo: me ahogo. Lo que erige a la palabra como tal y la sostiene por encima de los gritos y de los ruidos, es la proposición oculta en ella" (Foucault, 2002:97). El momento rético de la terceridad completa el proceso de semiosis articulado sobre la diferencia.

El diagrama de Venn posee puntos de intersección y sólo en el centro está el signo lingüístico puesto que: la materia sonora es fonema sólo en tanto se organiza formalmente. Es entonces cuando los fonemas dejan de ser sonidos para empezar a pertenecer al terreno de la gramática. Pero la gramática únicamente reglamenta morfológica y sintácticamente utilizando como insumo material una serie definida -finita- de sonidos que se producen por medio de la fonación. Esta sintaxis solo puede estar destinada a constatar -pasa a componer semas- por medio de la palabra siempre que el consenso de los participantes de la lengua esté presente en la actuación de nivel rético.

Binarismo digital, solidaridades sintagmáticas y tropos.

Del lado del significante, atravesado por el carácter lineal, la diferencia se muestra evidente. Del lado del significado, deberíamos entender que hay correspondencia con esta trama diferencial. Pero es la arbitrariedad la que establece dicha correspondencia y es difícil localizar la diferencia entre conceptos como si de un espejo se tratara. Hay más de un significante para un concepto y más de un concepto para un mismo significante.
La diferencia en el momento semiológico, se sugirió, está dada por la relaciones de oposición entre signos participantes de la estructura pero ¿cómo podremos darnos una idea de cuál es el momento en que pasamos de la mera información al signo como unidad cultural? ¿Cuáles son las unidades de información mínima que, en la tensionalidad entropía y redundancia, nos permiten dar el gran salto cualitativo a un singo provisto de sentido?
La propuesta es profundizar el ejemplo de la concavidad/convexidad utilizado para explicar la diferencia por medio de la obra del artista holandés Maurits Cornelis Escher, la cual aporta numerosos ejemplos de la percepción confusa producto de la eliminación de tipos opuestos. Esta recurrencia no es caprichosa sino que, al "pictorizar" la estructura podremos "traducir" la noción de diferencia e interdependencia a lenguaje icónico lo cual grafica, literalmente hablando, lo que intentamos exponer.
Las ilusiones visuales de Escher comprueban de manera explícita que lo "contrario" en un sentido estricto es "contradictorio" desde el punto de vista ontológico. Escher pone en la contrariedad, una relación exacerbada de contradicción visual, quedando en la selección discrecional cognitiva la decisión sobre qué observar. Incluso pone momentos de transición entre negro y blanco además de una reiteración mimética de las imágenes para forzar esta selección. Así es que logra provocar en el observador inadvertido un efecto distractor por vía de la reiteración para luego notificarlo así de la ambigüedad en la que ha incurrido su mirada. Allí donde no es forzado, de no ser por el albedrío del observador, la indeterminación perceptiva se convierte en la libre elección entre mimesis y alteridad. La idea de la cual se puede partir es que la estructura del lenguaje se asemeja a la obra de Escher.
Eliseo Verón ha analizado en más de una oportunidad esta idea de negatividad en la noción de la diferencia explorándola en el plano de la semiosis: "Esta concepción de la lengua como un sistema de diferencias, cuyas unidades son en consecuencia formas y no sustancias, es el núcleo histórico del estructuralismo. El principio diferencial vale tanto para el plano del significante ("aspecto material", en la terminología de Saussure) como para el significado ("aspecto conceptual) -aspectos ambos que manifiestan la "realidad puramente negativa" de las unidades del sistema- como asimismo para la totalidad del signo, función entre ambos órdenes y único hecho positivo del sistema de la lengua" (Verón, 1972: 53).
No es casual que la obra de Escher haya interesado a los matemáticos y lógicos por lograr la eufemización de las relacionales que componen los elementos que integran sus diseños. Muchas de sus litografías se caracterizan por la ferviente búsqueda de ambivalencias visuales, sobre todo en las obras producidas entre 1935 y 1941 en Suecia y Bélgica y las que produjo hasta 1972 de regreso a su Holanda natal. Esta pieza se llama Cielo y Agua I de 1938.

Conjunción o continuidad y disyunción o discontinuidad permanecen ensamblados de manera que una es a la otra lo que concavidad y convexidad lo son en una línea curva.
En esta pintura de Escher, las diferencias determinan las igualdades y las igualdades determinan las diferencias. Hacia el interior de cada elemento que participa de la imagen, la que se configura en el entrecruzamiento del negro y el blanco, existen valores que actúan por ausencia-presencia y en algunos casos con una iconicidad gradual hasta que la reducción se hace "in-asociable", es decir, perdemos la posibilidad de vincularla a su significado y por tanto desaparece el signo. En ese contraste aparece su objeto alterno que a su vez se nutrirá de datos hasta convertirse en unidad cultural, o sea, será signo. Recorremos de arriba hacia abajo la pintura y dejamos de ver el ave para empezar a ver al pez. Cuando ya no podemos asociar las manchas negras con la silueta de un "ave", en determinado momento, reunimos los dígitos necesarios para conformar una nueva relación e, inevitablemente, estamos leyendo la imagen alterna vinculándola al concepto pez. Nuevamente hay singo y estamos en presencia de un hecho positivo. El problema aparece cuando, a diferencia del código icónico en que la relación entre significado y significante es de similitud, en el lenguaje verbal el código es simbólico, es decir legisigno, y por lo tanto el consenso -y sólo éste- precede a la relación. En el código icónico también hay convencionalidad aunque en este caso no precede a la relación, no es del todo libre. No obstante es allí donde radica la negatividad en un momento netamente semiológico.
Cada una de estas imágenes, que constituyen un código icónico, posee entre sí lo que Saussure denominó solidaridades sintagmáticas (1945) aunque, desde luego, cada una requiera un proceso asociativo psicológico -arbitrario- para conectarlas con sus respectivos significados -aspecto conceptual- de lo contrario habría formas difusas que tan sólo distinguiríamos unas de otras.

En esta pieza llamada Encuentro (1944) Escher agrega la tridimensionalidad como factor de contingencia para ir en sentido inverso, onomasiológico, del concepto a la imagen. Supongamos que el lenguaje puede representarse en esta obra: tenemos dos signos cualesquiera. A uno le llamaremos homínido, de color negro, y al otro Homo Sapiens, de color blanco. Por separado sus características son positivas en el sentido de que poseen una materialidad al igual que los fonemas, pero a la vez negativas porque la posibilidad de distinguirlas depende de relaciones de contradicción, posibilidad que se hace visible en la medida que el "homínido" y el "homo sapiens" se acercan a la bidimensión. Su degradación icónica obliga a que sea la negatividad diferencial negro-blanco el único contraste que los hace mensurables. El degradé diferencial, en este punto, se asemeja a la estructura del lenguaje porque allí donde la división limítrofe de los
significantes está subordinada a los conceptos en juego, es el receptor de la comunicación que, en el plano de la ambivalencia, puede desplazar la diferencia a otros elementos componentes de la estructura.
El ejemplo más claro de esta similitud estructural está en los tropos o figuras retóricas de significación y, para este caso en particular, en el calambur. El más conocido y citado calambur de la historia es el de Francisco de Quevedo quien ganó una apuesta: dijo que se atrevería a decirle a la reina Mariana de Austria que era renga en su su propia cara, cuando era por todos conocido lo mucho que le enojaba que se hable de su discapacidad física. "Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja [es coja]", dijo frente al beneplácito de la realeza. El calambur juega con los eslabones de la cadena estructural desplazando la diferencia y junto con ésta, el sentido completo modificando los niveles de segmentación. "La significación puede concebirse como un proceso; es el acto que une al significante y al significado, acto cuyo producto es el signo. Esta distinción, entiéndase bien, sólo tiene valor clasificatorio -y no fenomenológico- ante todo porque la unión del significante y el significado, como se verá, no se agota en el acto semántico, ya que el signo vale también para su entorno; además porque el espíritu no actúa para significar, mediante conjunción, sino, según veremos, por segmentación; en realidad la significación -semiosis- no une entes unilaterales, no acerca dos términos, por la sencilla razón de que significante y significado son cada uno a la vez término y relación…" (Barthes, 1993:46).
Cuando el valor de relación, en una cadena lingüística, ramifica por un camino que también es válido gramaticalmente y, a su vez, los significantes se conectan con los significados por vía de la paronimia o polisemia, entonces tenemos un calambur. La obra de Escher es un tramado de calambures visuales donde, con clara conciencia de la negatividad diferencial, lo que se prioriza es el valor de relación y no de término de los elementos que la componen.
La metátesis, es una figura de dicción que juega con modificaciones diferenciales. Cuando un sonido cambia de lugar en una palabra adrede para hacerla pertenecer a la estructura en relación a los demás términos, de una manera distinta; procurando remitir al todo por una conexión estilística determinada lo que aparece es la forma figurativa de la metátesis. La metátesis, y no nos referimos a la metátesis propia de la evolución de la lengua, sino a la metátesis como recurso retórico literario, pone por medio de una analogía prosódica un fonema en lugar de otro forzando una rima.
Las formas sustitutivas, como la metáfora y la metonimia han sido las más estudiadas. La estructura agrupa y segrega elementos y a cada uno de estos subgrupos les da su propia identidad, o a través de un nuevo signo o dándole atributos de significación a un significante que originalmente no tenía.
Una sinécdoque como tengo tres bocas que alimentar o una metonimia del tipo fumar una pipa o poner la mesa implican un salto elíptico de un significante a otro obviando la cadena de significantes que está en medio. Como si fumar una pipa no fuera realmente sino fumar el humo del tabaco quemado que está dentro de la pipa o poner la mesa no implicara poner el mantel, los platos, los cubiertos y vasos siendo lo único que efectivamente no se pondría la propia mesa. Podría haber existido un nuevo significante para designar el acto de poner la mesa pero en la lengua castellana no existe, el significante mesa goza aquí del privilegio -que otros no- de ser portador del significado de toda una cadena estructurada.
Sin embargo el sentido no sólo parece inalterado por esta sustitución sino que sería ridículo expresarlo de otra manera. Decir que voy a leer a Freud a nadie le sugiere que Freud está tatuado y tomar un vaso de agua a nadie le impediría saber que no se trata de un vaso hecho de agua sino que es en su interior que hay agua. De igual manera tocar el piano significa hacer música con éste y no ponerle una mano encima y comer liviano no remite a que los alimentos que ingiero tienen poco peso. Estos saltos permiten que un significante o algunos significantes dentro de una extensa cadena del lenguaje queden provistos de un significado que excede la linealidad de doble sentido vertical significado-significante y que algunos significantes adquieran un valor horizontal distinto. La cognición no es otra cosa que un continuum de selecciones de agrupaciones y segregaciones -segmentación- por vía la selección de diferencias. Un significante puede remitir a una serie de significados muy complejos. Tal es así que Lacan (1955) entendió que las formas de desplazamiento del inconsciente funcionan de la misma manera que la metonimia. Un significante contiene atrapado un amplio y complejo encadenamiento de significados allí donde encontramos una perversión, v.g. fetichismo. En el Seminario III sobre la psicosis, por ejemplo, el nombre del padre, se presenta como un significante tan radicalmente importante como portador del sentido de filiación que, de desaparecer, no habría introyección de la ley y por lo tanto quedaría seriamente lesionado el principio de realidad; la forclusión, es el nombre que se le da a este proceso y a partir del cual se explica la etiología lacaniana de la psicosis.
Por otra parte, la metáfora opera por vía de los significados. Es posible eliminar un significante cuando hay elementos análogos en la constitución de su significado. Así, por ejemplo, la típica metáfora el cielo llora remite a la lluvia sin mencionarla debido a que la lágrima y la gota de lluvia están conectadas por una relación estrechísima de semejanza: gota de agua que cae. De igual modo, una representación onírica cualquiera, es fácilmente identificable como una serie de metáforas. La distancia que hay entre el contenido manifiesto y latente de un sueño no es sino la que hay entre una utilización informativa y figurativa del lenguaje.
Pensar que el inconciente se estructura como un lenguaje, le da un sentido pleno a la técnica de la asociación libre la cual sabemos que en su libertad no hay nada de azaroso. Las relaciones entre los significantes es lo que el analista debe comprender a partir del análisis estructural de los discursos debido a que, en el plano de lo inconciente, las ramificaciones posibles son numerosas y el ramal siempre cambiante de los sueños permite encontrar sentidos ocultos en los significantes que, a simple vista, parecieran carentes de importancia. Estas figuraciones implican la comprensión, en todos los casos, de los límites impuestos por la diferencia. La metonimia y metáfora juegan permanentemente con la interdependencia de los elementos que conforman la estructura alterando sentidos e invirtiendo sus formas. Lo importante es ver en qué forma participan los significantes dentro de la estructura y cómo cada uno de éstos está afectado por el resto la trama estructural.
El lítote, o atenuación, en tanto negar para afirmar, es otra de las formas en que la negatividad diferencial posibilita transmitir ideas y pensamientos rompiendo con linealidades informativas propias de los lenguajes formales: No es poco lo que sufrió [sufrió mucho]. Un significante, aunque aisladamente sea el más insignificante, puede adquirir por su posición dentro de la trama una fuerza de significación importantísima -el no que invierte el sentido en el lítote- de la misma mantera que la reina y el peón pueden tener distinto valor para el ajedrez dadas sus posibilidades de movimiento dentro de una partida pese a que esta distinción jerárquica se pueda ver de pronto invertida en una jugada específica. Los tropos, en general, explican el funcionamiento de nuestro pensamiento debelando las "extrañezas" de nuestro lenguaje.

Conclusiones

Dejando fuera a los continuadores del proyecto Saussiriano desde la semiología y la lingüística como Barthes, Hjelmslev, Jakobson, Greimas o Benveniste, ningún autor post-estructuralista que haya intentado aplicar el modelo estructural a otros campos del saber admite su condición o su relación con el estructuralismo -excepto Levi Strauss-. Pareciera que el estructuralismo, en tanto se constituye como sistema de pensamiento, surgió como algo a lo que había que aferrarse en un contexto de modernidad reflexiva y marxismo en agonía pero de lo que a la vez había que avergonzarse por su génesis positivista. Esto no implica que las críticas al estructuralismo carezcan de validez o no sean genuinas. Pero es preciso admitir que la Francia del mayo del 68' no podía quedarse en la lectura de Razón y Revolución de Marcuse y la nueva crítica deconstructiva, depurada de cualquier utopismo ingenuo, aparecía a la vanguardia de una nueva forma de reflexionar sobre los discursos de poder. Nietzsche, el filólogo que se mofó de la filosofía, el filósofo que no se desactualiza ya que señaló al rey desnudo de occidente, a saber, lo paradojal de la razón moderna; se veía de pronto completado con la mirada estructural. La filosofía denunciatoria de la antropologización del saber, del proyecto iluminista y el criticismo racional; la filosofía, en última instancia, de los maestros de la sospecha aparece de repente navegando por la segunda mitad el siglo XX con nuevas herramientas de deconstrucción. Cada estructuralista poseía a su vez su propio estructuralismo y, compartiendo la descentralización del sujeto, se aproximaban a ser militantes de una repelencia a la canonización racional de las jerarquías epistemológicas.
La matriz estructural era inobjetable, inamovible, era la nueva forma de interpretar el mundo en la Europa intelectual de los 60' y los 70' y la desaparición del sujeto como epíteto del proyecto falsamente emancipador moderno junto con el privilegio por las estructuras subyacentes y los condicionamientos a la voluntad individual engañosamente autónoma promovida por la racionalidad técnica, constituían una pléyade de nuevas posibilidades de reflexión sobre la humanidad sin sujeto, montada sobre estructuras. Pero el germen positivista del cuál el estructuralismo era portador impedía su reconocimiento efectivo. En el desprendimiento de la ideología conservadora que ponía en el paradigma positivo su voto de confianza, estaba alojado ese pasado siniestro, oscuro, que por momentos olvidaba la gran filosofía negativa que permitía la reivindicación del estructuralismo como discurso revolucionario. Filosofía negativa pero no metafísica, dado que reduce los problemas del pensamiento y la sociedad a la mera discursividad. Desingenuizante y a la vez portadora de una esperanza transformadora, la interpretación estructural de la realidad hizo coquetear a Althusser, a Foucault y a Deleuze con estas bases de pensamiento. La sociedad occidental opulenta, entronizada en su objetividad y tecnocracia, se encontraba en una situación propicia para un desglose dilapidario de tipo postestructural.
La diferencia es el cemento que une piezas formando una estructura, pero en esa unión desaparece toda positividad dejando a dicha estructura montada en la ausencia, en la interdependencia de fragmentos que se definen, a su vez, por la propia interdependencia como si fueran las piezas las que en realidad están uniendo al cemento. Todos los caminos por los cuales el interpretante da carga cultural a un signo requieren necesariamente de la contingencia que proporciona la totalidad -y solo en tanto totalidad- a las unidades simples que la componen. La estructura concluye allí mismo donde comienza. La estructura se explica estructuralmente lo que parte de una dudosa performatividad intelectual. La mirada estructural es así científica en tanto añade rigor al abordaje del objeto estudiado, pero este rigor se agota al mismo tiempo en las bases que sustentan a la propia estructura. El estructuralismo yace sobre sí mismo, reposando sobre la nada. Es un rompecabezas que posee innumerables piezas que simultáneamente se conectan por la concavidad y convexidad de sus formas y al mismo tiempo por la imagen de las que cada una de éstas es portadora, pero en el marco de una fractalidad en la que el todo y la parte se ven disueltos. La estructura es a la vez eufemismo y concreción, es consistencia e inconsistencia, dureza y blandura, presencia y ausencia, término y relación.
En definitiva, la negatividad inexplorada y a la vez inexplorable del estructuralismo es una interpelación directa a continuar con el proyecto arqueológico y genealógico sobre el nacimiento de una discursividad en torno a la tensionalidad negativismo/positivismo que aún no ha culminado. Es una invitación constante a replantear su actualidad y su caducidad en términos siempre cambiantes, siempre incompletos y, por sobre todas las cosas, cubiertos ciertamente de un manto de misterio.

Notas:

1Este término fue en realidad introducido por Gianni Vattimo y es una expresión que sintetiza una relatividad interpretativa de la cual el siglo XX es heredera -sobre todo a partir de Nietzsche y Heidegger- y lesiona severamente cualquier principio metafísico en sentido lógico-ontológico. La lógica, en su pretensión de univocidad, es por sí misma, un postulado autocrático, parte de una base tiránica, absolutista. En la deconstrucción derridiana de los textos roussoneanos, probablemente radican los primeros vestigios de este pensamiento débil, que ya aparece presente en el estilo post-estructuralista y se acentúa aún más en el posmoderno.

2Se excluye en este punto la noción de fonética -tal como lo hace Saussure en el Cours- y se hace referencia a la fonología dado que lo que interesa no es la identificación de cualquier sonido producido por el aparato fonador sino solo aquél que es fonema en tanto sonido diferenciado en la relación lengua y habla, es decir, en tanto este sonido es distinguible como perteneciente a un sistema de lenguaje. Los alófonos tendrán participación en el fonema desde una perspectiva estructural siempre que en la negatividad de sus propiedades construyan cierta ortofonía, es decir, articulación correcta de sus partes constituyentes para presentar al fonema.

3Se duda de la distinción entre selectivo y combinatorio, no porque haya esterilidad en tal distinción sino porque entre sintagma y paradigma se articula un doble proceso simultáneo e inseparable, como un vector de doble sentido que va desde la selección de los conceptos a partir de la combinación de los eslabones de la cadena hablada pero que a su vez implica la selección de estos eslabones en el proceso combinatorio. En el esquema gráfico presentado, selección y combinación se postulan como si fueran ejes cartesianos que ponen al signo lingüístico en un punto de tensión entre abscisas y ordenadas, obteniendo su carácter de signo sí y solo sí en el entrecruzamiento de estos niveles.

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CARENA, Lucas. "Cavilaciones en torno a la negatividad de la noción de diferencia" en La Trama de la Comunicación, Volumen 17, Anuario del Departamento de Ciencias de la Comunicación. Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario. Rosario, Argentina. UNR Editora, enero a diciembre de 2013, p. 197-214. ISSN 1668-5628 - ISSN digital 2314-2634.

Fecha de recepción: 30-06-2012
Fecha de aceptación: 20-09-2012

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