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La trama de la comunicación

versão impressa ISSN 1668-5628

Trama comun. vol.20 no.1 Rosario jun. 2016

 

ARTÍCULOS

De Los Libros a Comunicación y cultura.
Praxis editorialista y proyecto intelectual en el itinerario de Héctor Schmucler

 

Por Mariano Zarowsky

zarowskymariano@gmail.com / Universidad de Buenos Aires, Argentina

Mariano Zarowsky
Argentino
Doctor en Ciencias Sociales y Magíster en Comunicación y Cultura por la Universidad de Buenos Aires. Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y docente regular de Teorías de la Comunicación en la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires.
Área de especialidad: estudios en comunicación, historia intelectual, sociología cultural.
E-mail: zarowskymariano@gmail.com


Sumario:

Nos proponemos reconstruir algunos momentos claves del itinerario intelectual de Héctor Schmucler. Su figura es productiva para poner de relieve el modo en que la emergencia de los estudios en comunicación y cultura en la Argentina se configura sobre una trama político-cultural que la contiene y desde la que este espacio de saber especializado se autonomiza. De Pasado y Presente (1963-1965) a Comunicación y cultura (1973-1985), pasando por su papel en la revista Los Libros (que fundó y dirigió entre 1969 y 1972), el itinerario de Héctor Schmucler, en especial su praxis editorialista, constituye un mirador privilegiado para seguir este proceso de múltiples aristas. En tanto nos interrogamos por las condiciones sociales de producción del conocimiento sobre lo social, se aspira a dar cuenta del espacio de cruces de discursos y saberes, de tradiciones intelectuales y político-culturales desde las que se recortan los estudios en comunicación y cultura en el país. Asimismo, se trata de pensar su historia como una entrada sugerente para abordar movimientos más amplios del campo político y cultural.

Descriptores: Estudios en comunicación; Intelectuales; Cultura; Política; Héctor Schmucler

Summary:

The present article attempts to reconstruct some of the key moments in Héctor Schmucler’s intellectual life. Studying Schmucler activity will help us to productively highlight the way in which Argentine communication and culture studies are contained within a political-cultural framework, from which it acquires autonomy as an independent knowledge corpus. Schmucler’s work, specially his publishing praxis, featuring the magazines Pasado y presente (1963–1965), Los libros (founded and headed by Schmucler between 1969 and 1972),and Comunicación y cultura (1973–1985), offers a privileged outlook on this multi-sided process. This article attempts to approach the encounter between discourses and knowledge corpora, as well as between intellectual and political-cultural traditions, that Argentine communication and culture studies emerge from, in order to gain an insight on the social production conditions of sociologically-based knowledge. Furthermore, Schmucler’s history is a suggestive way of approaching broader political and political movements.

Describers: Communication studies; Intellectuals; Culture; Politics; Héctor Schmucler


Introducción

La obra de Schmucler, quien publicó su primer libro a sus 52 años (en coautoría con Armand Mattelart, en 1983), se dispersa en un extenso números de escritos y en una pluralidad de formatos que invitan a pensarla desde una mirada plural o, de otro modo, si se la entiende como una praxis vital, una confluencia de textos y de prácticas significantes. Abordarla supone dar cuenta de la trama que irradia en torno suyo este hombre de actividad múltiple: nos referimos a su praxis editorialista, como uno de los animadores de las revistas Pasado y Presente (en su primera época: 1963-1965), Los Libros (1969-1972) y Comunicación y cultura (1973-1985) y como editor en Siglo XXI, pero también a su trabajo como crítico literario y como docente universitario. En el itinerario de Schmucler, estas actividades se congregan en torno a una concepción de la tarea intelectual que definió su politicidad en tanto crítica política de la cultura y que, en algunos de sus avatares y al calor de los acontecimientos que marcaron los convulsionados años sesenta y setenta en la Argentina, devino militancia en su sentido más estrecho.
Desde otro ángulo, la figura de Schmucler nos permite poner de relieve el modo en que la emergencia y consolidación de los estudios en comunicación en la Argentina se entrelaza con su historia cultural:la radicalización y"latinoamericanización" de una franja de su campo intelectual; la emergencia de la comunicación —en tanto problemática específica— como efecto de la renovación teórica de la crítica literaria; la existencia de una de red de intercambio entre instituciones y formaciones culturales de Argentina y Chile al calor de la atracción que despertó en el país el proceso político chileno (1970-1973); la problematización del estatuto de la cultura y de la función del intelectual como modo de asumir por parte de esta franja social su politización; todos estos elementos constituyen el intertexto que subyace a la aparición de Comunicación y cultura, una revista que indica —al menos retrospectivamente— la existencia de un momento de consolidación disciplinar de los estudios en comunicación y cultura en el país y en el continente.
En este trabajo nos proponemos reconstruir algunos momentos fuertes de este itinerario intelectual con el objetivo de situar la emergencia de los estudios en comunicación y cultura en la Argentina en una trama abierta de relaciones con otras disciplinas y con núcleos de problemas emergentes en el campo cultural y político. La figura de Schmucler se revela productiva en tanto permitiría pensar la historia de este campo de estudios como un capítulo de la historia político-cultural argentina reciente. 

Latinoamericanización, política y comunicación en la experiencia de Los Libros

Graduado en letras en 1961, joven militante del Partido Comunista cordobés hasta su expulsión en 1963, Héctor Schmucler fue, junto a José Aricó y otros colaboradores, animador de la revista Pasado y Presente en su primera etapa (1963-1965). En 1969, tras su retorno al país luego de una estadía de estudios en Francia de tres años dirigido por Roland Barthes, Schmucler le propuso a Guillermo Schavelzon editar una revista que, siguiendo el modelo de la Quinzaine Littéraire francesa, fuera un vehículo para la difusión de comentarios bibliográficos sobre las principales novedades editoriales del país. Una impronta de modernización cultural y una voluntad de renovación de la crítica literaria que, bajo inspiración barthesiana, redefinía sus marcos teóricos y funciones, animaban el proyecto. En su primer número y a modo de manifiesto Los Libros presentaba la orientación central de su programa: lacrítica se asignaba la ambiciosa tarea de develar en los libros la ideología que cargaba todo lenguaje, esto es, el"texto donde el mundo se escribe a sí mismo" (Los Libros, n°1, 1969: 3). Para ello deberían forjarse las herramientas teóricas y metodológicas que permitieran, con rigurosidad y precisión, emprender la nueva tarea crítica.1
En esta línea, en el editorial del número ocho (mayo de 1970) y como balance de sus diez primeros meses de vida, Los Libros respondía a las críticas que una franja de la izquierda local había lanzado contra ella, reafirmando su politicidad, contra cualquier ortodoxia o mecanicismo marxista. Puesto que la literatura no era clasificable según la"mera subjetividad del consumidor" ni era el producto de"zonas fantasmales de un escritor", el proyecto de la revista se fundamentaba como crítica ideológica ("la búsqueda de las estructuras reales que se descubren bajo formulaciones imaginarias") y como empresa de actualización teórica y metodológica ("a ideas cristalizadas por la ideología, se han propuesto instrumentos que pueden develar los mecanismos profundos de esas ideologías"). Este programa se vivía en toda su intensidad política: si bien se reconocía que con la crítica de libros no se superaría"el subdesarrollo que padecen los países latinoamericanos", al mismo tiempo se afirmaba que era engañosa toda postulación transformadora que continuara hablando el viejo lenguaje."En la búsqueda del nuevo, Los Libros justifica su existencia".
En este editorial se anunciaba también lo que se vivía como un giro en el perfil y la orientación de la publicación. Por un lado, se justificaba la ampliación del tipo de textos que se someterían al escalpelo de la crítica: era"posible que las obras más importantes" se estuvieran escribiendo no en los libros sino"en las noticias periodísticas o en los flashes televisivos. O en los muros de cualquier parte del mundo", se afirmaba. Estos textos"al igual que los libros tradicionales", requerían"una lectura que descubra su verdad" (Los Libros, nº8, 1970: 3). Junto a esta voluntad de desacralizar el hecho literario inscribiendo su significación y condiciones de posibilidad en una trama cultural más amplia, se informaba el comienzo de una etapa de"latinoamericanización" de la publicación. La bajada que acompañaba el nombre de Los Libros desde su inicio ("un mes de publicaciones en Argentina y el mundo") se sustituía por otra:"un mes de publicaciones en América Latina". Se anunciaba la incorporación de corresponsales de diversos países del continente al staff y de nuevos auspicios de editoriales latinoamericanas. El número 15-16 dedicado a Chile (enero-febrero de 1971) inauguraría una serie de números temáticos dedicados al análisis de los principales procesos socio-políticos latinoamericanos.
En función de nuestros intereses nos interesa poner de relieve dos procesos que contribuyeron a precipitar y anudar en Los Libros este desplazamiento epistemológico (la ampliación del objeto: de la crítica literaria a la crítica política de la cultura) con un movimiento de latinoamericanización y politización. Por un lado, por las temáticas y debates que puso a disposición y por las redes de intercambio intelectual que habilitó, el protagonismo que tomaron los sucesos en torno al ascenso y la caída de la Unidad Popular chilena de Salvador Allende (1970-1973). Por otro, el"caso Padilla" y los debates que promovió en la revista. El número dedicado a Cuba representó una ocasión para abrir problematizaciones y tensiones de nuevo tipo en torno a las políticas culturales de la revolución en el país caribeño y, de manera más general, un campo de reformulaciones sobre la cuestión intelectual, esto es, sobre los modos de concebir los vínculos de los intelectuales con la sociedad y la política.
En torno al proceso chileno, la red de intercambio que a través de Los Libros se habilitó con una serie de formaciones culturales e instituciones académicas del país andino es central para enmarcar la relación entre Schmucler y Armand Mattelart, un vínculo por demás prolífico que marcó como ningún otro la emergencia de una zona de saber especializado en torno a los fenómenos de la comunicación y la cultura en la Argentina y el continente. Esta relación cobró relieve a partir de la publicación y presentación de Schmucler en la edición de Siglo XXI de Argentina de Para leer al Pato Donald, en 1972, y de la dirección conjunta que asumieron poco tiempo después de una de las revistas"pioneras" del campo: Comunicación y cultura.
El interés de una franja del campo intelectual y académico argentino por el mundo de las ideas y de la política chilena puede interpretarse a partir de una diversidad de razones. Se destacan el nivel de desarrollo e institucionalización de las ciencias sociales del país trasandino desde fines de los años cincuenta —que se habían convertido, hacia fines de los años sesenta, en un auténtico polo de referencia regional (Beigel, 2010)— y la expectativa que desató el proceso político y cultural que se abrió con el triunfo de Salvador Allende, en septiembre de 1970. Se pueden seguir en Los Libros una serie de marcas que ponen de relieve el ascendiente que ejerció la situación chilena en la revista —en especial en relación con la emergencia de una zona de problematización en torno a los fenómenos de la comunicación y la cultura— y el modo en que se configuró una red de intercambio de ideas entre formaciones culturales e instituciones a uno y otro lado de la cordillera.
En efecto, en el mismo número 8 en el que se anunciaba la"latinoamericanización" de Los Libros y la ampliación de sus temáticas, se enseñaba también su nuevo staff de corresponsales, cuyo primer lugar en el orden de presentación lo ocupaban dos representantes"chilenos": el escritor Enrique Lihn y la investigadora argentina Mabel Piccini —por eso las comillas—, quien investigaba junto a Mattelart en el Área de Cultura e Ideología que éste había organizado en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) en la Universidad Católica de Santiago de Chile en 1969.2
En los siguientes números se puede seguir el creciente intercambio entre ambas formaciones culturales. En el siguiente Los Libros dedicó una breve reseña —sin firma—3 a la salida del tercer n de los Cuadernos de la Realidad Nacional (marzo de 1970), la revista del CEREN que por entonces dirigía Jacques Chonchol. Este número especial monográfico, titulado"Los medios de comunicación de masas. La ideología de la prensa liberal en Chile", reunía artículos de Armand y Michèle Mattelart y de Mabel Piccini. El comentario de Los Libros se iniciaba destacando que el trabajo se inscribía en una tradición de las ciencias sociales que no sólo discutía sobre la validez de los trabajos particulares sino también sobre"la inserción de éstos en el marco de la realidad en que se inscriben y producen" (Los Libros, nº9, 1970: 22). La"espectacular trascendencia" que había adquirido este libro en el proceso político chileno (había agotado una segunda edición después de haber tenido una"repercusión insospechada en todos los órganos de prensa y [de] alcanzar el debate público desde las tribunas de diversos candidatos para las próximas elecciones") agregaba"un interesante e inédito elemento de juicio" a la polémica señalada. La reseña también destacaba la perspectiva de análisis que se desplegaba en el programa de investigación dirigido por Mattelart: su equipo estudiaba"la naturaleza de los ‘Medios’ chilenos" desde la perspectiva de la"semántica estructural" y el artículo de aquel, referido al"marco del análisis ideológico", reivindicaba"una metodología capaz de hurgar en la estructura profunda del discurso". Los Libros subrayaba, por último, que en relación con la temática abordada y la perspectiva adoptada, esta investigación sobre los medios masivos era el"primer trabajo de esta envergadura realizado en América Latina".
Más allá de las diferencias y matices, se puede observar una zona de coincidencias entre los programas de las dos formaciones: ambas asumían una perspectiva de análisis estructural que definía a la ideología —implícita en la cultura y la comunicación— como objeto de investigación y a la crítica ideológica como estrategia de intervención intelectual y modalidad de intervención política.
La reflexión sobre los vínculos y las tensiones entre cultura, medios masivos y revolución socialista que ocupaban por entonces a Mattelart —y que lo volvían un referente en el campo de la izquierda chilena— interpelaban al programa de la revista argentina y su colocación en el espacio de la nueva izquierda local. En su número doce Los Libros publicaba en su sección"sociología" una reseña de Patricio Biedma sobre un libro reciente de Armand y Michèle Mattelart, Juventud chilena, rebeldía y conformismo (Biedma, 1970). Poco después, el editorial del número siguiente expresaba el fervor que producía la asunción inminente de la Unidad Popular: la experiencia política chilena abría"un mundo de problemas y de perspectivas de gran interés para América Latina", por lo que Los Libros había sentido el"deber [de] participar de esos acontecimientos". En ese momento, se informaba, un grupo de especialistas trabajaba en el material que integraría el siguiente número (Los Libros, nº13, 1970: 3). De este modo se anticipaba lo que sería el número especial sobre Chile, fruto del trabajo de coordinación que realizó el enviado especial de Los Libros al país trasandino, Santiago Funes, por entonces su secretario de redacción, junto a Mattelart.
El número especial se publicó finalmente en enero-febrero de 1971. En su editorial se afirmaba que Chile ocupaba desde noviembre del año anterior"un lugar privilegiado en el interés de la historia contemporánea". Con la asunción de Allende se había"reordenado el cuadro de la situación latinoamericana" y la expectativa había interesado al"mundo entero". Se asistía a una"fase abierta de un proceso inédito en América Latina" y se concluía que el acceso al poder formal por parte de la Unidad Popular comenzaba a"verificar su importancia, sus dificultades, su potencia" (Los Libros, nº15-16, 1971: 3). Mattelart publicaba en este número un trabajo donde proponía un marco teórico general para pensar la naturaleza de la comunicación de masas en la sociedad capitalista desde una perspectiva marxista. Esta tradición, en su visión, poco se había ocupado de estas cuestiones (Mattelart, 1971).4
El número dedicado a Chile de Los Libros marcó un punto de inflexión en el itinerario de la revista. Allí se anunciaba que, manteniendo el espíritu original que la animaba, se reforzaría la sección bibliográfica, pero que, al mismo tiempo, a partir de entonces se procurarían ofrecer"panoramas informativos y analíticos de problemas vinculados al destino de las naciones latinoamericanas". Se anunciaba entonces la"responsabilidad ahora insoslayable" que se asumía"con la transformación que los pueblos del continente parecen haber tomado en sus manos". Si, como se ha observado5, la politización de la revista se vivía de manera indisociable como un proceso de latinoamericanización, nos interesa aquí poner de relieve cómo la emergencia de la pregunta por los medios masivos de comunicación se anudaba a este movimiento de conjunto. En este desplazamiento de Los Libros, la conexión práctica e intelectual con el proceso chileno fue decisiva.

El caso Padilla: variaciones sobre la cuestión intelectual

El número de Los Libros dedicado a Cuba tuvo como epicentro la convulsión generada en torno al"caso Padilla". Como ha documentado Claudia Gilman, el episodio en relación con el escritor cubano obligado a"retractarse" por la dirección política cubana, produjo una conmoción en el campo intelectual latinoamericano y sirvió como ocasión para poner en discusión, de manera traumática, la orientación que tomaba la política cultural en la isla y los modos en que allí se habían forjado las relaciones entre los intelectuales y la revolución. Mirado de manera retrospectiva, el incidente produjo una fisura profunda en el espejo en el que los intelectuales latinoamericanos se miraban y frente al cual imaginaban su colocación en el proceso político que vivía el continente (Gilman, 2004).
Lo espinoso de la cuestión llevó a Schmucler a convocar a una reunión del grupo de colaboradores cercanos y"amigos" de Los Libros para proponer una discusión colectiva que permitiera desplegar los diversos puntos de vista que rondaban en torno al asunto. En el debate participaron junto a Schmucler, entre otros, Carlos Altamirano, Ricardo Piglia, Santiago Funes, y José Aricó. Según los testimonios retrospectivos, los dos primeros fueron más críticos de la posición cubana y los dos últimos, junto a Schmucler, más comprensivos (Somoza, Vinelli (2011: 14-15). En el editorial del número, sin embargo, se explicitaba el método de trabajo señalando que durante varias horas los presentes no sólo habían expresado"sus certidumbres", sino que también se habían hecho evidentes"amplias zonas inexploradas del problema, así como la necesidad de una elaboración específica de las múltiples facetas que evoca" (Los Libros, nº20, 1971: 3). Antes que conclusiones cerradas, Los Libros ponía de relieve lo que sus miembros vivían como un momento de perplejidad y de nuevas búsquedas en torno a la cuestión intelectual: las voces y documentos reunidos en el número,"a pesar de su provisoriedad" —se señalaba— suponían"una apertura crítica no sistematizada".
Aún así el producto de la discusión colectiva publicado en ese número de Los Libros exhibía algunos acuerdos de fondo. El documento tomaba como adversario polémico la"declaración de los 61" escritores contra lo actuado en el caso Padilla, señalando que en ésta subyacía"un determinado ‘modelo’ de participación del intelectual en el proceso político": el esquema de la declaración, acompañado de las firmas prestigiosas, evidenciaba una idea de intelectual en el que éste se imaginaba como"el crítico del proceso histórico, el que atesora la teoría, el que vigila la pureza de los procedimientos" (Ibid.:4-5). Ese papel de negación se edificaba sobre una idea: el saber nacía al margen de la producción. En el terreno opuesto —pero como revés de la misma problemática ideológica, se advertía— Los Libros ubicaba el"modelo populista" (las intervenciones en el debate de Gabriel García Márquez y Rodolfo Walsh eran citadas como ejemplo) que, apelando a los saberes populares, disolvía la problemática intelectual misma y"negaba la teoría a través de una demagógica defensa del sentido común". En contraposición a ambos modelos, para Los Libros se trataba de pensar una"nueva definición del intelectual" que tomara como punto de partida"la crítica de las posiciones anteriores". Frente al primer modelo, era preciso"destruir la idea de la función mesiánica del intelectual"; frente al segundo,"negar la desaparición de toda especificidad". En esta dirección se sostenía como punto de partida mínimo que una definición revolucionaria del intelectual debía"concebirlo con su especificidad, en el seno de las masas". Se trataba entonces de problematizar la cuestión en la que, de fondo, se inscribían los usos de la cultura: la relación entre los intelectuales, la dirección revolucionaria y las masas. Para Los Libros los vaivenes de la política cultural cubana, desde su"liberalismo" inicial hasta las iniciativas que permitían sentar las bases para poner en discusión los contenidos y formas de organización de una nueva cultura (campañas de alfabetización, comités de defensa de la revolución etc.), indicaban una línea que apuntaba a modificar las estructuras que la condicionaban y la ideología que la sustentaba. Se iniciaba, a entender de la revista,"un cuestionamiento permanente de los procesos de elaboración intelectual y de la existencia misma de la categoría que en las sociedades clasistas aparece como la natural productora del saber".6
Este conjunto de reflexiones sobre las relaciones conflictivas entre los intelectuales, la cultura y la política debe situarse en una zona de intersecciones donde la discusión sobre los avatares de la revolución cubana se sobreimprimía con el debate de la izquierda local y con el estado de movilización que generaba el proceso abierto en Chile. En efecto, luego de una breve estadía en Santiago en el año 1972 Schmucler volvía con un ejemplar de Para leer al Pato Donald (en diciembre de 1971 había salido una primera edición en la Universidad de Valparaíso), de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, con la firme determinación de publicarlo en Siglo XXI de Argentina, donde se desempeñaba como editor. Además de subrayar las aristas más significativas de la perspectiva de trabajo que organizaba el texto crítico sobre las historietas de Disney (dicho de manera breve: la crítica ideológica de impronta barthesiana de las mitologías que diseminaba la comunicación de masas) en"Donald y la política", el prólogo que Schmucler escribió para la nueva edición, se pueden seguir una serie de coordenadas en las que se articulaba esta problemática en torno a la cultura, la política, los intelectuales y la revolución. Una referencia, si se me permite la extensión de la cita, es altamente significativa. Schmucler escribía que en Chile"se volvía a comprobar que la relación estructura/superestructura mantiene un vínculo bastante más estrecho que el vulgarizado por un pensamiento que, aunque se quiere revolucionario, repite los gestos de un positivismo rigurosamente mecanicista. En la llamada estructura se subsume, en realidad, la totalidad de las relaciones sociales. Es uno solo, por lo tanto, el momento de cambio (...). La ideología, pues, no se ofrece como un terreno epifenoménico donde ‘también’ (pero más tarde) debe librarse una batalla, según lo afirma una izquierda mostrenca y desanimada. La  revolución debe concebirse como un proyecto total aunque la propiedad de una empresa pueda cambiar de manos bruscamente y lo imaginario colectivo requiera un largo proceso de transformación. Si desde el primer acto el poder no se postula como cambio ideológico, las buenas intenciones de hacer la revolución concluirán inevitablemente en una farsa (…) Si esto no se entiende, si la"lucha ideológica" no adquiere primordial importancia, se castra la función del proceso revolucionario que tiende, básicamente a reordenar el sentido de los actos concretos" (Schmucler, 2002 [1972]: 3-5).
¿Cómo no leer en esta presentación que enmarca el texto de Dorfman y Mattelart una orientación a la lectura, una toma de posición en el plano local con respecto al modo de concebir la lucha ideológica y el papel de la cultura y el mundo de lo cotidiano en un proceso de transformación socialista? ¿Cómo leer, si no es en referencia al debate con la izquierda local, la acusación que Schmucler arrojaba contra esa"izquierda mostrenca y desaminada" que soslayaba la batalla ideológica? Basta recordar el propio editorial del número ocho de Los Libros (mayo de 1970) que hemos comentado en el que se respondía a las críticas de la izquierda tradicional al programa de crítica ideológica de la revista para sostener esta hipótesis.
La deriva posterior de Los Libros ha sido reconstruida en diversos trabajos.7 Más allá de los avatares de la ruptura de su consejo editorial y del alejamiento de Schmucler de la revista en 1972, nos interesa subrayar aquí dos aspectos del recorrido hasta aquí propuesto: en la expectativa por lo que ocurría en Chile (la investigación sobre comunicación de masas en el marco de la"vía chilena al socialismo") y en el protagonismo que tuvo Schmucler en el número sobre Cuba (esto es, en el modo en que se procesaban ciertas redefiniciones sobre la cuestión intelectual), se puede leer la configuración de una zona crítica que contribuiría a forjar el programa de la revista Comunicación y cultura. Ahora bien, en este nuevo proyecto editorial que Schmucler animará junto a Mattelart se puede rastrear una experiencia previa y la presencia de una tradición que Schmucler invocaría ahora, aun de manera selectiva o actualizada: la de los"gramscianos argentinos" que en 1963 habían dado vida a la revista Pasado y Presente. La figura y la mediación de Schmucler nos permite trazar un hilo, hecho de desplazamientos y continuidades, entre este hito de la cultura de izquierda Argentina y las condiciones que enmarcan la emergencia de los estudios en comunicación en el país.8

Los usos de Gramsci

Pues diez años después de la publicación del número inaugural de la primera época de Pasado y Presente (1963-1965)9, Schmucler, su secretario de redacción desde su segundo número, firmaba en junio de 1973, junto a Mattelart y Hugo Assmann, el editorial del número inicial de una nueva aventura editorial que lo tendría como protagonista, la revista Comunicación y cultura. En sus primeras líneas sus editores escribían:"Cuando se inicia la publicación de una revista con las características de la que el lector tiene en sus manos, afloran, necesariamente, las preocupaciones que merecían a Antonio Gramsci un producto que él comprendía bajo la denominación amplia de ‘revista cultural’. Gramsci advertía que si una revista de este tipo no se vincula con un ‘movimiento disciplinado de base’, tiende inevitablemente a convertirse en expresión de un conventillo de ‘profetas desarmados’. Y, por supuesto, una revista no crea este movimiento: sólo puede aspirar a acompañarlo. Estas pertinentes reflexiones resultan imprescindibles para ubicar nuestra iniciativa" (Comunicación y cultura, nº1, 1973: 4. Las cursivas me pertenecen).
El recurso a Antonio Gramsci como inspiración intelectual para enmarcar el nuevo proyecto editorial remite a aquella también inaugural y programática traducción que había hecho José Aricó en el número uno de Pasado y Presente (1963) de las ideas del comunista italiano en torno al carácter y la función de una revista cultural; señala una línea de continuidad entre ambas iniciativas en la que la figura de Schmucler oficia como uno de los eslabones que las conecta. Sin embargo, en Comunicación y cultura es posible leer también algunos desplazamientos: ahora, más que crear un movimiento, un mundo de lectores, tal como postulaba Aricó la función que anhelaba para Pasado y Presente,10 Comunicación y cultura subrayaba que una revista de su tipo sólo podía pretender acompañarlo. Sus editores imaginaban que su función sería entonces la de"establecerse como órgano de vinculación y de expresión de las diversas experiencias que se están gestando en los países latinoamericanos, en el campo de la comunicación masiva". No se trataba de asumir cualquier experiencia, sino las que favorecieran los procesos de"liberación total" de las sociedades dependientes del continente (p. 3).
En este desplazamiento puede leerse —sobre una cartografía en la que se diseminan diversos usos de Gramsci— el modo en que, hacia 1973, una franja de intelectuales tramitó un proceso histórico vertiginoso y su colocación en él, proponiendo una revisión continua de su ubicación: si en 1963 la escisión que Aricó constataba entre la"conciencia revolucionaria" y la"acción proletaria" (o sin eufemismos: entre el Partido Comunista y las masas peronistas) pretendía saldarse a través de la tarea que emprendería el núcleo que organizaba Pasado y Presente en tanto centro ideológico irradiador, creador de un nuevo lector y, por ende, de una"nueva conciencia", Comunicación y cultura, por su parte, parecía definir de un modo menos"pedagógico" su relación con el movimiento: al mismo tiempo que señalaba que una publicación que no se vinculara con un"movimiento disciplinado de base" corría el riesgo de convertirse en la"expresión de un conventillo de profetas desarmados", subrayaba que el"objetivo propuesto no emanaba de la buena intención de los editores o de un comité editorial": si la revista pretendía posicionarse como un"instrumento de vinculación" era porque le preexistían en diferentes lugares de América Latina"una multitud de respuestas" que los sectores dominados ofrecían en su práctica cotidiana de resistencia. En torno a esta"lucha multifacética" debían nuclearse, en consecuencia, los distintos intereses y las diversas investigaciones en materia de comunicación.
¿Cómo leer entonces esta línea hecha de continuidades y desplazamientos? ¿Qué sentidos nos permite poner de relieve? En una mirada diacrónica (que va de 1963 a 1973) la distancia entre el editorial de una y otra revista pone de manifiesto un evidente cambio en la situación sociopolítica y, dado el ascenso de la lucha de masas, una previsible modificación de la autopercepción de los intelectuales en torno a su función y a su colocación frente a los procesos de cambio. Asimismo, en un eje sincrónico, en el modo en que Comunicación y cultura definía en junio de 1973 la razón de su existencia se puede leer un sistema de posiciones en el campo intelectual frente a una encrucijada teórico-política que organizaba alineamientos y reclamaba definiciones en torno al modo en el que era posible una intervención en la coyuntura. En esta línea, el uso de Gramsci que hacía Comunicación y cultura puede leerse también en diálogo con el que hacían los antiguos compañeros de ruta de Schmucler en Pasado y Presente quienes, desde junio de ese año —sin su participación11— volvían al ruedo al poner en circulación el primer número de los dos que marcarían la existencia de la segunda etapa de la publicación. En la revista que comandaba Aricó se puede observar también cierto desplazamiento en relación con el modo en que su primera época se había imaginado su función político-cultural. Nuevamente la figura de Gramsci volvía a invocarse como referencia, aunque ahora desde otras aristas, si se me permite la simplificación, menos vanguardistas.12
Pero también, pensando el sentido de esta colocación a partir de la reconstrucción del sistema de posiciones del campo de las revistas en las que se insertaba, se puede conjeturar que en la impronta gramsciana de Comunicación y cultura se figuraba un modo de asumir algunos de los desafíos planteados en Los Libros en torno a la cuestión intelectual, desplazando las problemáticas allí desplegadas y los marcos para abordarlas en una nueva formulación programática. Así, en la búsqueda de inserción en diversos movimientos de base como modo de crear una"nueva teoría y una nueva práctica de la comunicación" que promovía Comunicación y Cultura, se puede leer un desplazamiento respecto al programa de crítica política de la cultura de Los Libros, que suponía cierto énfasis en el desarrollo de una"práctica teórica" específica por parte de los críticos, portadores del saber. Asimismo, en la apuesta que hacían Schmucler, Asmann y Mattelart por establecer relaciones orgánicas con una pluralidad de sujetos y movimientos de base (donde la figura de Gramsci funcionaba como contraseña), se puede leer un contrapunto con la partidización maoísta de Los Libros, aquella que había motivado en 1972 el alejamiento de Schmucler de la publicación.
La lectura que proponemos encuentra su anclaje en los propios materiales de Comunicación y cultura13, más específicamente, en el artículo que Schmucler publicó en el número 4 de la revista, en 1975. Si bien allí orientaba abiertamente la polémica contra Eliseo Verón y la revista que éste dirigía, Lenguajes14,una lectura atenta del intertexto que lo habita pone de relieve el modo en que Schmucler también revisaba su propia trayectoria en Los Libros, tamizaba su programa intelectual y debatía la orientación que esta publicación había tomado a partir de su alejamiento.15
Schmucler partía de una pregunta: ¿cómo estudiar los medios masivos de comunicación? Luego de descartar la tradición de la sociología funcionalista (en su opinión esta perspectiva se ofrecía como legitimación de la estructura social, al sostener que los medios debían cumplir un papel regulador de la sociedad) Schmucler aludía críticamente a ciertos usos de la semiología estructural que se habían hecho en el país: si bien ésta se postulaba"como ‘develadora’ de la ideología de los mensajes", al hacerlo  prescindía"de la circunstancia político-social en que ese mensaje se inscribe" (1975: 12). Schmucler, por el contrario, proponía otra perspectiva de análisis:"la significación de un mensaje podría indagarse a partir de las condiciones histórico sociales en que circula. Estas condiciones significan en primer lugar, tener en cuenta la experiencia sociocultural de los receptores. Es verdad que el mensaje comporta significación pero esta sólo se realiza, significa, realmente, en el encuentro con el receptor. Primer problema a indagar, pues, es la forma de ese encuentro entre el mensaje y el receptor: desde dónde se lo recepta, desde qué ideología, es decir, desde qué relación con el mundo" (p. 12, el subrayado me pertenece).
Este planteo suponía, por un lado, una ruptura teórica con el principio de inmanencia textual con el que desde la semiología de inspiración estructural se había propuesto confrontar los mensajes de la cultura de masas. En el desplazamiento se puede leer una revisión del programa que había enarbolado una zona de vanguardia de la crítica literaria que, en las propias páginas de Los Libros, se había afirmado sobre este principio (Rosa, 1969; Ludmer, 1970) y, más directamente vinculada a la materia en cuestión, una discusión con los primeros estudios de Verón (1971 [1967]) y su modo de abordar las"operaciones de semantización" del discurso de los medios masivos. Hacia fines de los años sesenta, este programa había marcado con su impronta un modo de hacer crítica ideológica de los mensajes, incluso las perspectivas de Mattelart y del propio Schmucler (Zarowsky, 2013).
Por otra parte, en términos más coyunturales, las consideraciones de Schmucler también pueden leerse en contrapunto polémico con el modo en que —precisamente en el número que había motivado la ruptura de su comité de dirección— Beatriz Sarlo había practicado en las páginas de Los Libros un análisis ideológico del discurso de la televisión al momento del Gran Acuerdo Nacional y de la campaña electoral presidencial de 1973 (Sarlo, 1972, 1973). Crítica del acuerdo, para Sarlo el GAN y el propio Perón encubrían un programa de conciliación de clases que se proyectaban sobre una retórica televisiva despolitizadora que informaba la conciencia del receptor. Y esta retórica, que escamoteaba el conflicto —la lucha de clases— como dato inherente de lo social, era el objeto de un análisis de inspiración estructural (entre Barthes y Greimas) que se proponía develar sus procedimientos.16 La referencia que en cambio hacía Schmucler a la instancia de la recepción como lugar donde se producía la significación, tenía como fundamento la afirmación de la experiencia sociocultural de los receptores, esto es, de las masas peronistas: recordaba que el propio Perón solía repetir que había ganado las elecciones con todos los medios masivos en su contra (en 1946 y en 1973) y que había sido derrocado con todos los medios a su favor en 1955. Así, en el"caso argentino" —escribía Schmucler—"existe una experiencia que determina que los mensajes políticos signifiquen muchas veces lo contrario de lo que intenta el emisor" (p. 12). Aunque no descartaba su análisis, Schmucler subrayaba que era inútil comenzar el estudio de los medios por el análisis de sus mensajes. Era preciso, por el contrario,"bucear en las condiciones de recepción de ese mensaje para obtener datos reales sobre su significación". Y esas condiciones tenían"sustancialmente un referente político" (p. 13). Lo que nos interesa poner de relieve es que este desplazamiento de la problemática (de la ideología subyacente en los mensajes a los estudios sociales de recepción) se entreveraba de manera más o menos directa con una valoración política diferencial respecto al peronismo y la cultura popular. Estas nuevas modulaciones teórico-metodológicas se forjaban en el marco de una inscripción política que habilitaba una toma de posición diferencial de Schmucler no sólo respecto del cientificismo que, en su visión, subyacía en la perspectiva de Verón y el programa de la revista Lenguajes, sino también con respecto a los supuestos vanguardistas que anudaban el cuestionamiento del peronismo o de la experiencia de las masas peronistas, con la crítica ideológica de los mensajes de la cultura de masas en clave de denuncia:"todo utopismo izquierdista" —escribía—"que no tenga presente la correlación de fuerzas actuantes en el ámbito social o que preconice ‘ideales’ al margen de la experiencia del pueblo, está llamado no sólo a fracasar, sino a reforzar las instituciones vigentes" (pp. 13-14). Si bien el espectro de los interlocutores a quienes les podían caber estas palabras podía ser muy amplio (la propia política de la Montoneros, organización a la que Schmucler se había acercado en esos años, al menos hasta 1975), no es arriesgado leer aquí las discrepancias con la deriva maoísta que por entonces orientaba el programa de Los Libros a partir del alejamiento de su primer director.

Conclusiones

Hacia 1973, mientras se inclinaba a una militancia cada vez más cercana a la organización Montoneros, Schmucler se abocaba entre otras cuestiones a su trabajo como editor en la colección Comunicación de Masas de la editorial Siglo XXI de Argentina, a la edición de la revista Comunicación y cultura y al dictado de una cátedra de introducción a la semiología en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata. Con la asunción de Héctor Cámpora y los cambios que se produjeron en la Universidad de Buenos Aires, organizó un seminario curricular de introducción a los medios de comunicación en la Carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras, el primero de esta naturaleza en la Universidad. Por un breve período, además, fue director de su departamento de Letras. Por entonces junto a un grupo de colaboradores elevaron al rectorado de la UBA la propuesta de crear un Instituto de Investigación en Comunicación. Se sabe: en el marco de una polarización de las alternativas políticas en el seno de una sociedad dividida, la propuesta no pudo institucionalizarse. Poco tiempo después Schmucler partiría al exilio en México, donde participaría de algunas de las iniciativas que allí desplegaría la comunidad de exiliados, entre ellos, la edición de la revista Controversia (1979-1981). También retomaría la co-dirección de Comunicación y cultura en 1978, junto a Armand Mattelart. Con su retorno al país protagonizaría el proceso de creación de la Carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Estas aristas de su trayectoria deberían explorarse e integrarse en un trabajo de más largo aliento.
En este artículo hemos argumentado que el itinerario intelectual de Schmucler es altamente productivo para reconstruir el proceso por el cual emergió y se autonomizó en los años sesenta y setenta un espacio de saber especializado sobre la cultura y la comunicación que habilitó, tiempo después y bajo otras coordenadas político-culturales, un proceso de institucionalización académica. La emergencia de este espacio de saber especializado debe situarse en la trama específica de relaciones que entabló con un espacio social y cultural signado por un proceso de modernización cultural y de radicalización política de una franja del campo intelectual. Este trabajo pretende poner de relieve algunas de sus aristas principales. Desde otro punto de vista, entendemos que el itinerario de Schmucler, confluencia de escritura, praxis editorial y militancia política,  permite situar la historia de la emergencia de los estudios en comunicación en el país como un capítulo, o mejor, como uno de los avatares de su historia cultural. La noción de intelectuales de la comunicación con la cual podemos definir su figura —como la de otros intelectuales argentinos contemporáneos: entre ellos, Aníbal Ford, Eliseo Verón u Oscar Masotta (ver Zarowsky, 2013b, 2013c)— es productiva para pensar este proceso y su emergencia histórica. No hace referencia a un grupo delimitado por su especialización temática o disciplinar, sino a la existencia en el país entre los años sesenta y los años ochenta de una franja de intelectuales que imaginaron su propia condición y su campo de acción en el punto de intersección que trazaron entre una problemática teórica de nuevo tipo y una actividad militante específica. Desde la pregunta en torno a los nexos existentes entre la comunicación, la cultura y la tecnología, entre los mensajes masivos y las ideologías, entre la acción colectiva y las significaciones sociales, entre los medios y la reproducción —o transformación— del orden, los intelectuales de la comunicación (al igual que, y por momentos confundidos con,"los intelectuales de la literatura" o"los intelectuales de la sociología")17 se vincularon a sujetos sociales y formaciones culturales emergentes, y se proyectaron como figuras públicas legitimadas por su capacidad para darle a sus investigaciones específicas una significación social, cultural y, eventualmente, política.
Hombre múltiple, dedicado a la puesta en relación de esferas diversas de la práctica social, de tradiciones intelectuales y de formaciones culturales heterogéneas, locales e internacionales, la figura de Schmucler nos sitúa ante un perfil intelectual híbrido y tan singular como producto de su tiempo. Seguir su itinerario es productivo para indagar cómo el campo de los estudios en comunicación y la cultura se configuró en el país en los años sesenta y setenta desde una trama en la que se cruzan discursos y prácticas (académicas, políticas y culturales), saberes disciplinares y tradiciones político-culturales heterogéneas. Este espacio de saber intervino en los debates y los dilemas nacionales y latinoamericanos; sus promotores y portadores, desde prácticas político-culturales específicas y emergentes (en el sentido que le da Raymond Williams a esta noción), participaron de las querellas y apuestas que se tejieron en el mundo de la cultura, sobre todo de la cultura de izquierdas y, desde allí, participaron de disputas más generales en el marco de un intenso y vertiginoso proceso de reconfiguración hegemónica.

Notas:

1 Sobre el proyecto crítico de Los Libros véase Panesi (2000 [1985]), de Diego, (2007, [2003]); Fontdevilla, Pulleiro, (2004-2005), Grupo de Investigación de Revistas Argentinas del Siglo XX (2005); Cousido, (2008); Wolff, (2009), Somoza, Vinelli (2011).

2 Mabel Piccini, investigadora argentina nacida en Córdoba, había emigrado a Chile junto a su esposo, el historiador Carlos Sempat Assadourian, antiguo miembro junto a Schmucler del consejo de redacción de la revista Pasado y Presente. Sobre el itinerario de Mattelart en el"laboratorio chileno" y su papel en la emergencia de los estudios en comunicación y cultura en el continente, véase Zarowsky, (2013).

3 Dado que Schmucler por entonces era el único director de la revista, al menos se puede inferir que, junto a su secretario de redacción, Santiago Funes, asumían la responsabilidad por lo publicado.

4 El número incluía artículos de Carmen Castillo, Carlos Sempat Assadourian y Santiago Funes, James Petras, Norbert Lechner, Fermín Amina, Solon Barraclough, José Nun, Ariel Dorfman, Claes Corner. 

5 Ver la bibliografía critica citada sobre Los Libros.

6 En esta línea puede leerse la carta de Schmucler a Juan Goytisolo, director de la revista LIBRE, que se publicaba en el mismo número de Los Libros. Allí el argentino ponía en cuestión el modelo de intervención intelectual que subyacía en el proyecto de LIBRE (una serie de escritores consagrados por el mercado utilizaba su prestigio para difundir un supuesto pensamiento revolucionario; esto no era otra cosa que el modelo del intelectual como"conciencia crítica" de la sociedad) y afirmaba la idea de que el intelectual"revolucionario" debía estar presente, siendo parte de una estrategia política que lo incluya, en los escenarios concretos donde se elaboraba la historia. Schmucler daba más precisiones de su idea de intervención intelectual cuando afirmaba que si la política no acompañaba la cultura, sino que era cultura, la revolución sólo podía ser concebida"como hecho cultural", como un simultáneo y total reordenamiento de valores, estructurales y superestructurales. Contra una concepción estatista de la política Schmucler señalaba que era en la"acción cotidiana" donde"se elaboran los datos de la nueva cultura que surgirá del aporte de todos y no de la difusión masiva de valores consagrados" (Schmucler, 1971: 30). Sobre la revista LIBRE véase Gilman, (2004).

7 Se ha reconstruido en los trabajos ya citados el conflicto que llevó al alejamiento de Schmucler de la Los Libros a partir del número dedicado al Gran Acuerdo Nacional (Nº27, 1972). Las discrepancias en torno a la caracterización del GAN entre la fracción maoísta crítica del acuerdo (Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia y Carlos Altamirano, quienes se habían sumado al consejo de dirección a partir del número 22, de septiembre de 1971) y el grupo que giraba en la órbita de Schmucler, por entonces inclinado hacia la izquierda peronista, explicaría la ruptura y la salida de Schmucler, que había quedado en minoría. El número 28 de septiembre de 1972 fue el último en el que formó parte de su consejo editor y en el que participó con un artículo de su autoría.

8 A riesgo de parcializar la mirada y de fragmentar una historia que sólo puede ser leída de conjunto, deliberadamente dejamos fuera de análisis las condiciones de emergencia de la revistaque se vinculan a la actividad de Mattelart en Chile en los años de la Unidad Popular. Su trayectoria explica, tanto como la de Schmucler, la aparición de una revista como Comunicación y cultura. La impronta gramsciana que asumía Mattelart, aun mediada por su relación con los"gramscianas argentinos", seguía sus propios caminos y se insertaba en un singular contexto de producción que le daba significación. Al respecto véase Zarowsky (2013).

9 Sobre Pasado y Presente y sus legados en la cultura argentina véase, entre los trabajos más clásicos, Aricó, (2005 [1988]); Terán, (2013 [1991]); Crespo, Horacio (1999); Tarcus, (1999); Burgos, (2004), Petra (2012).

10 Aricó auspiciaba una inequívoca función político-ideológica para Pasado y Presente. Si el lector debía ser creado y estimulado por la publicación era porque se pretendía"facilitar" en aquel una conciencia"más profunda y verdadera" de su época, esto es, una conciencia que no esquivara analizar los motivos del desencuentro entre"conciencia revolucionaria" y"acción proletaria". Siguiendo explícitamente las ideas de Gramsci, Aricó definía a las revistas culturales como"una ‘institución cultural’ de primer orden", en tanto centro"de elaboración y difusión ideológica, y de vinculación orgánica de extensos núcleos de intelectuales". Las revistas cumplían esta verdadera acción de organización de la cultura —semejante al del Estado o los partidos políticos— sólo en cuanto devenían"centros de elaboración y homogeneización de la ideología de un bloque histórico en el que la vinculación entre elite y masa sea orgánica y raigal" (Aricó, 1963: 9. Subrayado en el original).

11 Los dos números de la segunda época de Pasado y Presente que se editaron entre junio y diciembre de 1973 dan cuenta de la aproximación de su grupo impulsor al peronismo revolucionario, aunque este intento no se plasmará en una incorporación orgánica del colectivo a ninguna de sus tendencias (Burgos, 2004). Schmucler, por el contrario, por entonces se ubicaba en la órbita de la organización Montoneros. En este sentido, más allá de las diferencias políticas, Schmucler y el grupo de Aricó conservaban relaciones de amistad y vínculos laborales (Schmucler trabajaba como editor con Aricó en  Siglo XXI). En las revistas se pueden rastrear huellas de estos lazos. En Pasado y Presente (nº2-3, segunda serie, diciembre de 1973, p. 204) se anuncia la salida del primer número de Comunicación y Cultura mientras que en ésta (nº2, marzo de 1974, p. 217) se anuncia la salida del nº2-3 de aquella.

12 En la reivindicación que hacía Aricó (1973) a través del Gramsci"consejista" del elemento"espontáneo" como base para la emergencia de una conciencia socialista y una práctica autónoma (donde no se disimulaba una crítica a la concepción de la vanguardia como depositaria de una verdad exterior a la experiencia de la clase) se puede leer una síntesis de los principios sobre los que se pretendía desplegar la nueva intervención de la revista. En esta línea, el colectivo editor afirmaba que Pasado y Presente no pretendía"transformarse en un sustituto de la práctica política ni colocarse por encima de ella". Reivindicaba, en cambio, un rol más"ideológico-político que político a secas: el de la discusión, abierta a sus protagonistas activos, de las iniciativas socialistas en el movimiento de masas" (Pasado y Presente, 1973: 28-29). El rol que imaginaban sus promotores parecía ahora menos vanguardista o paternalista que en los inicios de la publicación: discutir las iniciativas del movimiento antes que forjar su conciencia.

13 Es interesante notar que, mientras que Los Libros había perdido el apoyo de la editorial Galerna y a medida que avanzaba su politización y luego su partidización, veía reducirse los auspicios de las editoriales que la auspiciaban, Schmucler reflotaba para Comunicación y cultura una serie de relaciones que había forjado en Los Libros. A partir de su número dos (estaba en imprenta en Santiago de Chile al momento del golpe de Estado de septiembre de 1973 y logró enviarse a Buenos Aires) Comunicación y cultura saldría con el auspicio de Galerna como sello editorial y recuperaría elementos del modelo comercial de Los Libros:exhibía en sus páginas anuncios de algunas editoriales que habían sostenido el proyecto de ésta, como Galerna, Siglo XXI, Plus Ultra, Tiempo Contemporáneo, Planeta y Ediciones de la Flor.

14 La polémica entre Comunicación y cultura y Lenguajes ha sido ampliamente comentada en la historiografía de los estudios en comunicación en la Argentina. Se pueden consultar, entre otros, Rivera (1987); Grimson y Varela (1999); Zarowsky (2013).

15 En este sentido es indicativo el uso de la primera persona en algunos pasajes del artículo. En clave de balance autobiográfico, Schmucler escribía que entre las razones que hacían necesaria la reflexión sobre los medios de comunicación se encontraba"una práctica social directa o indirecta (es decir, realizada por otros y asumida por mí)" que había ido"modificando concepciones que teníamos hace algunos años". Más adelante refería al"proceso político que durante estos años ha sacudido a América Latina y que ha generado nuevas condiciones de pensamiento, a la vez que ha verificado o desechado la verdad de algunas hipótesis esgrimidas hasta ahora". Sobre su relación con el proceso chileno y las investigaciones de Mattelart, véase Zarowsky (2013).

16 En"Elecciones, cuando la televisión es escenario" (1973) se puede seguir la perspectiva de lectura que desplegaba Sarlo. Escribía:"me referiré en lo fundamental a la estructura del discurso político que propone el medio [la televisión] y no, o sólo muy tangencialmente, al discurso electoral de los partidos políticos que usan el medio. Es decir, que se ha elegido una articulación ‘formal’ del discurso electoral, pero afirmando que esta articulación es portadora de la ‘forma’ de una ideología de los medios" (1973: 4-5).

17 Lejos de ser un caso excepcional, se trata de una figura histórica que tuvo sus equivalentes en otras disciplinas de las ciencias humanas. Al respecto puede cotejarse la noción de intelectuales de la literatura que propone Gonzalo Aguilar (2010) para pensar el estatuto que tomó en América Latina la figura del crítico literario, o la de intelectuales de la educación que propone Claudio Suaznábar (2004), ambos en relación con el mismo período que abordamos. Para el caso de la sociología, ver Rubinich (1999).

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Fecha de recepción: 16-06-2015.
Fecha de aceptación: 13-11-2015.

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