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Revista Escuela de Historia

versão On-line ISSN 1669-9041

Rev. Esc. Hist. vol.15 no.1 Salta jul. 2016

 

COLABORACIONES INTERNACIONALES

Saberes remotos. Un panorama historiográfico sobre los viajes y el saber en los siglos XVI-XVIII1

(Distant knowledges. A historiographical overview about travels and knowledge from 16th to 18th Centuries)

Marie-Noëlle Bourguet
Universidad de Paris VII- Denis Diderot


Resumen:

Este trabajo examina, a partir de un conjunto de importantes obras escritas en las últimas tres décadas, las variadas formas a través de las cuales la producción de conocimiento científico, los viajes y las instrucciones de viaje interactuaron en la Edad Moderna. Éste, en especial, delinea el rol de la distancia geográfica, las agencias sociales, las prácticas de recolección y la circulación de datos han interactuado en la producción de conocimiento científico en el siglo XVIII. En consecuencia, la propuesta de este artículo es ofrecer un panorama historiográfico configurado a partir de una revisión crítica de algunas valiosas obras publicadas en francés e inglés con el fin de esbozar una agenda de investigación.

Palabras clave: Viajes; Instrucciones; Distancia; Territorios; Saber

Abstract:

Drawing on a set of influential Works produced in the last three decades, this paper examines the many ways in which scientific knowledge production, travels and travel instructions interacted in the Early Modern Age. Especially, it sketches the role of geographical distance, social agencies, collecting practices and data circulation have interacted in the production of scientific knowledge at 18th-century. Consequently, the purpose here is to offer a historiographical overview built upon a critical survey of some valuable works published in French and English in order to draw a research agenda.

 Key words: Travels; Instructions; Distance; Territories; Knowledge


En el frontispicio de la Instauratio Magna (1620) de Francis Bacon, dos barcos, con sus bodegas cargadas, se aprestan a franquear las columnas de Hércules. Evocación de las grandes travesías atlánticas y del descubrimiento de mundos nuevos, la imagen transforma al viaje en una metáfora de la actividad que caracteriza al conocimiento y del desarrollo de la ciencia empírica moderna.2 Este trabajo parte desde ese paradigma para delinear las condiciones históricas y epistemológicas que, a través del viaje y entre los siglos XVI  y XVIII, presidieron la producción del saber sobre los espacios remotos.3 Este trabajo analiza este modelo y la manera en la que se ha pensado la relación entre la ciencia y el viaje en la historiografía reciente, en particular, en lo concerniente a la cuestión centro/periferia, la noción de "campo" y las formas del regreso.

La ciencia a distancia: las "instrucciones a los viajeros":

En 1577, Felipe II instruyó al médico Francisco Hernández relevar las plantas y hierbas medicinales de las Indias occidentales, el uso que de ellas hacían sus habitantes y el que España podría hacer de ellas. Sin dudas, en el inicio de la expansión europea, la relación entre el Nuevo y el Viejo Mundo se establece mediante esta división del trabajo entre los poderes e instituciones del centro, comanditarias de los viajes, y los emisarios encargados de explorar, relevar, recolectar.

La tradición de las "instrucciones al viajero" testimonia la importancia de esta empresa que, entre los siglos XVI y XIX, se establece como un género literario en sí mismo.4 Sea como simple lista de preguntas o recopilación densa de directivas, estos textos prescriptivos constituyen un corpus masivo, repetitivo: Boucher de la Richarderie menciona más de 60 títulos, de origen oficial o privado, todos anteriores a 1800. El género se desarrolla aún más en el siglo XIX gracias a  las sociedades eruditas – en particular, las de geografía – en el marco de los viajes de  exploración.5 Pensadas para regir el comportamiento de sus destinatarios,  expresan la voluntad de reclutar a los viajeros o a las personas residentes "en otra parte" para servir a una ciencia que reposa sobre la colección y acumulación de datos. Son los portadores de una epistemología implícita, donde el viaje se concibe como un recorrido entre un "más allá" que solo existe y adquiere sentido en el marco de un proyecto definido a distancia por un "aquí", situado en Europa; el viajero es un ejecutor, que debe seguir un programa diseñado por la institución que lo envía y a quien debe rendirle cuentas. De allí la insistencia en la disciplina y la obediencia casi militares que pesan sobre él: subordinado a ellas, el viajero es por definición "periférico"  o, como expresó Justin Stagl, alguien sometido al "principio de heteronomía," por el cual el espacio lejano debe quedar bajo el control del centro. Simétricamente, esta dicotomía le confiere legitimidad a las instituciones centrales, instancia normativa que define el programa del viajero y, a su regreso, valida su testimonio.6 De hecho, el alejamiento del viajero comporta un problema epistemológico grave: ¿qué tipo de control se puede ejercer, qué credibilidad  darle a ese testimonio sobre lo remoto? "A beau mentir qui vient de loin" –"miente bien, quien de lejos viene" dice el proverbio. Dependiendo del tipo de relación instaurado entre el viajero y  sus comitentes, entre la subordinación y la confianza, se abre un abanico de relaciones posible.

En el caso de una división social de tareas tensada al extremo, el viajero – un marinero, un aficionado– se halla bajo tutela; sus gestos, prescriptos, calibrados al detalle, como se ve en esa directiva dirigida a los marinos alrededor de 1770 para la recolección de muestras botánicas: "Es necesario estar equipado con algunas resmas de papel gris y recolectar todas las ramas y los tallos de las pantas con flor que sean posible. Ordenarlos entre dos hojas de papel y ponerlos en el herbario; si las plantas están tienen fruto, numerar la rama que se va a desecar y anotar el mismo número en la bolsa o recipiente que contendrá a las semillas o a los frutos [...]."7  Como ojo y manos del sabio que permanece en el centro, ejecutan a distancia las tareas de observación, recolección, preparación: el viajero debe seguir un protocolo para recopilar  una información homogénea y ordenada para que esos especímenes puedan utilizarse a su regreso en un estudio del que estará excluido. Todo ello dominado por la preocupación de codificar y calibrar a distancia sus prácticas, inculcándoles hábitos, gestos reglamentados y metódicos, es decir, una disciplina. Para ser obedecido desde lejos, sirven todos los medios. Así, el joven Jean Collignon, embarcado como jardinero a bordo de la expedición de Lapérouse en 1785, recibió no solo unas instrucciones muy detalladas:  en las cajas con granos que debía distribuir en las escalas, el jardinero en jefe André Thouin colocó, asimismo, una serie de "consejos", que debían empujarlo a la obediencia. "[Que Collignon]recuerde que, al regresar a Europa, el único medio de hacerlo con honor y felicidad será de emplear todo su tiempo e inteligencia en la distinguida consecución de su misión."8

Por otro lado, en el caso de los viajeros pertenecientes al mismo mundo social que el de los sabios metropolitanos, las relaciones se basan en una cultura compartida y en esa confianza que uno otorga a los pares. En Inglaterra, cuando Robert Boyle a fines del siglo XVII, se interesa en el fenómeno del frío –algo que no puede reproducir experimentalmente en su laboratorio–,  recurre a los viajeros que, llegados de Rusia, Groenlandia o Terranova, pueden proveerle de información para juzgar, evaluar a distancia. Consciente de la dificultad de evaluar lo plausible sin haber experimentado el gran frío, el sabio debe fundar su creencia ya no en la naturaleza  sino en la sociedad, fiándose de las normas sociales que rigen la credibilidad del testimonio: el testimonio directo vale más que los rumores; el múltiple, más que el singular; el de los testigos socialmente recomendables, más que el del bajo pueblo, etc. Según estos criterios, el 'mejor' testimonio es el del capitán Thomas James procedente de la bahía de Hudson (1633), quien había asociado medidas instrumentales precisas a la descripción maravillada de los fenómenos observados. Además, se había preocupado de ratificar sus observaciones acompañándolas por las de sus compañeros de viaje. Y, como si fuera poco, se trataba de un conocido de varios amigos de Boyle, por lo que merecía toda su confianza. De eso habla Shapin cuando se refiere a los criterios, técnicos, sociales y culturales que justifican el crédito que se le acuerda a los testimonios y a los testigos.9

Asimismo, las formas de institucionalización inscriben la tarea del viajero en un marco oficial, definido y controlado por el centro metropolitano. En Francia, desde fines del siglo XVII, la Académie des sciences crea el diploma de "membre correspondant" y el Jardín del Rey, el de "botaniste du roi", marcando los vínculos simbólicos y materiales (un pasaporte, alguna remuneración, una pensión al regreso) que unen al viajero o al corresponsal (administrador, médico, colono) con la metrópolis. El botánico Joseph Dombey, enviado a América del Sur a fines de la década de 1770, se escribe con Thouin, en Paris para enviarle muestras y semillas, recibiendo consejos para su regreso. En Inglaterra, la Asociación Africana creada en Londres en 1788 para organizar la exploración de África prefiere reclutar ella misma a los viajeros, marco donde hay que situar al escocés Mungo Park. Finalmente, las convocatorias de concursos y premios, materializan el control ejercido sobre el viajero por las instituciones: en los inicios del siglo XIX, la Société de géographie de Paris estableció un premio para recompensar al primer viajero que llegara a Timbuctú.10 Todos estos elementos señalan cómo las instituciones centrales se constituyen como instancia de validación de los viajeros, tratados como subordinados y mantenidos en un lugar de simples recolectores remotos o instrumentos comandados a distancia.

La ciencia vista desde el centro: el viaje y la historia de la ciencia:

Esta manera de pensar el papel del viajero traduce una concepción de los actores de entonces pero que por mucho tiempo ha dominado la historiografía, en particular la historia clásica de las ciencias. Para el historiador de la botánica Henri Daudin, el viajero solo valía por los especímenes que era capaz de aportar y someter a la validación del sabio de escritorio.11 Recientemente, al estudiar los cuestionarios y las guías de investigación de campo desde la perspectiva de la historia de las ciencias humanas, el historiador de la antropología Claude Blanckaert señaló la estabilidad de "longue dureé" (siglos XVIII y XX) de los principios de heteronomía de la voluntad del viajero y del control del campo surgidos de estos textos normativos.12

Este esquema aparece también en los modelos difusionistas que asocian la expansión política de Occidente con la visión universalista de la ciencia. Para George Basalla, las etapas del desarrollo de la ciencia se corresponden a tres momentos de la relación entre centro y periferia – el descubrimiento, cuando las periferias son un mero objeto de estudio y un lugar de recolección; el período colonial, donde la práctica de las ciencias aplicadas (sobre todo, las ciencias naturales) se instala en las colonias; y finalmente,  el  de la independencia, cuando la periferia accede  a una práctica autónoma de la ciencia13.Mutatis mutandis, los análisis marxistas de la década de 1970, repitiendo este argumento, optan por la denuncia: la relación entre centro y periferia se ve como una dominación; la ciencia, un instrumento de la metrópolis para relevar y explotar los recursos de sus colonias.14 

Este esquema tampoco fue cuestionado por la historia de las ciencias preocupada por el contexto social, desarrollada a partir de las décadas de 1970-1980 alrededor de los "social studies of knowledge". Ese enfoque aparece, por ejemplo, en mis trabajos sobre las prácticas naturalistas de las expediciones francesas basadas en las instrucciones para los viajeros y dadas por instituciones tales como la Académie royale des sciences o el Jardin du roi. 15 Por otro lado, los trabajos de Emma Spary sobre los corresponsales de André Thouin;16 de David Philip Miller sobre la red de Joseph Banks;17 de Charles Withers sobre la credibilidad,18 exploraron las relaciones sociales urdidas entre un viajero o un informante remoto y el sabio o la institución científica de referencia. Sin embargo, el campo, el terreno, lejos de representar el centro del interés, aparece en el ángulo de las relaciones entre los diferentes protagonistas, en un esquema bipolar que privilegia al centro, el espacio donde se construye el saber legítimo.19

El sociólogo de las ciencias Bruno Latour,20 por su parte, propuso una modelización de esta "ciencia a distancia", considerando las relaciones entre centro y periferia en términos de red. Latour agudiza al extremo la oposición entre el espacio remoto de la recolección y el lugar central donde los datos son analizados: producidos, sea en el campo, como "móviles inmutables" por las operaciones de preparación y de codificación (el mapa  dibujado a lápiz en una página de la libreta de Lapérouse por un nativo de Sajalin), sea a bordo del barco (herbarios, redacción de un diario, trazado de mapas), los datos llegan para  acumularse en los "centros de cálculo" (museo, academia, observatorio), donde constituyen  el material con el cual trabajan los sabios. Una lógica similar reposa bajo la metáfora de la "máquina colonial" de François Regourd y James McClellan III, usada para describir las relaciones entre ciencia y colonización durante el Antiguo régimen, la consiguiente ambición sistemática del proyecto imperial francés y su alto grado de burocratización, si se lo compara con el de otras potencias coloniales.21 Estos enfoques enfatizan las redes de instituciones, normas y prácticas que conectan la empresa científica con los aspectos políticos, religiosos o comerciales de la expansión europea: circuitos de navegación,22 redes de la Compañía de Jesús,23 engranajes de la monarquía administrativa francesa.24 Los mismos permitieron pensar el proceso de estandarización que hizo posible la de-localización y la transferencia de los datos a través de la distancia. Sin embargo, respetando la división social del trabajo, el centro está en foco mientras las periferias permanecen a lo lejos; los actores remotos, meros proveedores de datos en bruto coleccionados en el campo (los "móviles inmutables" de Latour), vehiculizados a través de las redes de la comunicación erudita para que se  acumulen en las instituciones del polo metropolitano, donde los saberes se construyen.25

La crítica a este modelo ha insistido su carácter simple y globalizante, que tiende a ignorar la complejidad de las situaciones locales, tanto en el campo (modos del encuentro del viajero con los habitantes),26 como en el "centro", en las instituciones donde los interlocutores del viajero – sean de Londres o Paris- distan de ser uniformes y homogéneos. Así, más allá del interés común en la geografía y la exploración, la Royal Geographical Society de Londres, estaba atravesada por numerosas tensiones y controversias internas, reuniendo personas con intereses, posiciones y proyectos muy diversos (anticuarios, geólogos, misioneros, aficionados).27 Al ignorar las transformaciones y reconfiguraciones que el centro hace posibles, este modelo no escapa de la unilateralidad euro-céntrica y simplificadora: de esta manera, la introducción de nuevos cultivos en otras regiones del mundo vía Europa (por ejemplo, el café en Java y luego, por Amsterdam y Paris, en las Antillas) pudo crear circulaciones novedosas y hasta la aparición de otros centros, capaces de una política autónoma, como ilustra el caso australiano.28 A fin de cuentas, estas visiones  no dejan de ver a la historia de la ciencia como un proceso de desarrollo y difusión según un modelo de pensamiento eurocéntrico y teleológico.29

Sobre el terreno del viajero: ¿colocar la periferia en el centro?:

Si las instrucciones dadas a los viajeros manifiestan la voluntad del centro de condicionar sus actos, hay que tener en cuenta el "efecto de la fuente", que privilegia el punto de vista del centro y su preocupación de perder el control, pero que poco o nada dice de esas consignas en acción. Los engranajes que vinculan al viajero con el centro no siempre estaban bien aceitados y más de una fuente– relatos de viajeros, informes, evaluaciones– lo demuestra. Pero para verlo, hay que desplazar llevarla a las prácticas de campo, a los accidentes del itinerario, a las interacciones y las negociaciones que se le imponen al viajero y que los autores de las instrucciones nunca llegaron a imaginar. ¿Qué pasa cuando "el allá" (definido como tal por el centro) se vuelve "el aquí" del viajero, una realidad descubierta a medida que avanza e intenta aplicar las instrucciones recibidas? Los viajeros no son máquinas sino seres humanos dotados de razón y de afectos, también de autonomía, no se desplazan solos, tampoco en terreno virgen: lo hacen acompañados de guías o ayudantes, de los pueblos que viven en esas tierras que ellos atraviesan; sus colecciones naturalistas o sus instrumentos de medición causan problemas, que los obligan a reflexionar o a explicar sus gestos. Algunas preguntas formuladas en las instrucciones, que, vistas desde el centro, podrían parecer anodinas o epistemológicamente justificadas, en el campo, pueden transformarse en algo extremadamente complicado, rozando lo ilegítimo. Acaso François Péron, encargado de las observaciones antropológicas de la expedición Baudin, ¿pudo satisfacer el encargo de Cuvier de cráneos y otras piezas anatómicas humanas? Apenas si reportó un brazo de momia guanche y las medidas de la fuerza física de los indígenas de Tasmania hechas con un dinamómetro de Reynier. Embarcado con Dumont d'Urville (1837-1840) y encargado de la remesa de cráneos de Papuas y de Patagones, Dumoutier esperaba superar los problemas gracias a una técnica de modelado sobre el natural; sin embargo, había que convencer a los indígenas de sacrificar su cabellera para dejarse modelar el cráneo, unas expectativas bastante distantes de la realidad.30

Estas formas de interacción y de negociación influyen sobre el itinerario o la actividad del viajero y conforman el saber que produce, un saber "mediado", híbrido. Entre los años 1990 y 2000, una nueva corriente historiográfica empieza a hacer hincapié en los actores y los lugares de fabricación del saber.31 En el marco de este interés en el papel de los actores remotos (viajeros, exploradores, misioneros, administradores o colonos) y los reencuentros y mediaciones con los intermediario locales (guías, changarines indígenas, informantes, intérpretes), la periferia empieza a mirarse desde la perspectiva de la construcción del saber. Contrastando con el espacio cerrado del laboratorio, el campo carece de toda separación neta entre el mundo exterior y lugar de actividad del viajero, de una división estricta entre el trabajo de investigación y las ocupaciones de la vida cotidiana; no se trata de la  "persona" científica sola sino del individuo en su totalidad (su cuerpo, sus percepciones, sus afectos). El campo ofrece menos posibilidades de control que el laboratorio, compone un universo social más poroso donde intervienen actores socialmente heterogéneos de los que no están excluidos los eruditos, los sabios locales y los exploradores. Se trata de un observatorio ideal para analizar el "carácter situado" de la producción del saber y para estudiar sus modalidades y consecuencias.32

Una versión de este enfoque aparece en la obra de Mary Louise Pratt33 y su noción  de espacio de contacto – "contact zone". Frederic Jackson Turner, en su obra sobre la «frontera» estadounidense (1893), había planteado que el escenario específico de la historia de este país se situaba en una región permanentemente en movimiento que avanzaba hacia el Oeste, definiendo a la frontera como una zona de confines con el territorio conquistado y civilizado. Pratt, por su parte, describe las transformaciones culturales de las zonas de encuentro entre los viajeros y quienes viven en las regiones atravesadas describiendo con el término "trans-culturation" las formas de hibridación de los saberes que se construyen en esta ocasión. De manera opuesta al modelo de Latour, este enfatiza la dinámica de los procesos culturales en las zonas de contacto, al aire libre, donde nada parece estable o estabilizado. Este enfoque se mostró particularmente fructífero en los dominios de la cartografía34 y de la historia natural, tal como se ve en el estudio de las plantas medicinales, dada la dependencia crucial de los viajeros frente a los saberes locales.35

Entre las escuelas historiográficas preocupadas por restituir a las periferias su protagonismo en la fabricación del saber, el debate fue peculiarmente activo entre los autores ligados a los "postcolonial studies." Para aquellos que continuaban los desarrollos de Edward Said, la dominación del colonizador es tal que, en el seno del saber producido por los occidentales, la voz de los "subalternos" es inaudible.36 Los partisanos de una historia anclada en lo local, insisten, por otro lado, en la capacidad de iniciativa y de acción de los dominados, su "agency", y subrayan su aptitud para interactuar con los agentes de la colonización o a movilizarse contra su poder. Trasladado al tema de la construcción del saber, esta problemática llevó a describir el saber producido por los viajeros y colonizadores como instrumentos propios de la sujeción simbólica y material de los colonizados, negando su facultad de acción; otros, por el contrario, subrayaron, como en el ejemplo de  la India colonial inglesa, que el saber cartográfico y botánico de los siglos XVIII y XIX fue el resultado de la interacción entre los colonos, los administradores, los militares ingleses y sus interlocutores locales.37 Este debate recordó que el reencuentro de Europa con el resto del mundo puso en contacto mundos sociales y culturales diferentes, donde los intermediarios fueron indispensables. Desde este punto de vista, el saber producido por los occidentales implicó la movilización de actores locales y del saber vernáculo: a pesar de la  situación asimétrica y desigual, fue el resultado de una colaboración –de una co-construcción– frecuentemente minimizada, silenciada. De hecho, los viajeros, en sus relatos, raramente designan  a los intermediarios locales con su nombre como verdaderos protagonistas o el saber indígena movilizado en el trazado de los mapas de la exploración de Egipto o en la conquista de Argelia tampoco aparece.38 Varias publicaciones consagradas a los intermediarios, mediadores y otros «go-betweens», testimonian la ambición de visibilizar el lado "local" del saber europeo.39 Citemos el caso de los pundits indios, cuyas prácticas de mensura posibilitaron que los topógrafos británicos definieran los primeros mapas de la India inglesa del siglo XIX.40 O, en la América española de los finales del siglo XVIII, los botánicos criollos que, como José Celestino Mutis y Francisco José Caldas, surgen como los principales interlocutores locales de Alexandre de Humboldt, impregnando con sus ideas la geografía de las plantas.41 En este sentido 2009, en una exposición de la Royal Geographical Society de Londres exhibió documentos y fotografías  para mostrar la presencia y el papel de los guías, intérpretes y changarines  locales en la exploración de Asia  y los picos del Himalaya.42

Regresos: la aclimatación metropolitana del saber sobre lo lejano:

El acento puesto en los actores locales (en particular, los indígenas) provoca una ganancia heurística revelando la naturaleza profundamente mestiza de este saber y la dimensión intercultural del encuentro entre los europeos  –sean estos viajeros de paso o actores establecidos (misioneros, comerciantes, soldados, colonos) – y los actores locales, "subalternos" o no, aceptados en su autonomía, con sus propios intereses y objetivos. Sin embargo, tomar como centro a lo local podría llevar a una polarización contraria, tan negativa como la precedente. Es decir, sea privilegiando la perspectiva central o local, cualquiera de estas historiografías aquí evocadas  hablan de un enfoque que no escapa de la bipolaridad, y que podría cuestionarse en nombre de la necesidad de integrar las etapas o configuraciones diversas que marcan la producción del saber. En particular, en el saber producido a distancia, en el transcurso de interacciones locales, destinado, de una u otra manera, a ser utilizado en la metrópolis, surge la pregunta acerca del regreso, del camino que lleva de la periferia al centro. ¿Cómo se produce la relación cognitiva entre las periferias remotas y los espacios metropolitanos, cómo ocurre la de-localización del saber local, su circulación y, finalmente, su apropiación– su "aclimatación" – en los centros metropolitanos?43 Este proceso no se limita a una mera movilización de escritos, objetos o artefactos, o a su transporte de la periferia al centro– los "móviles inmutables" de Latour. Primero, porque en la modernidad, esta operación, materialmente compleja, roza lo riesgoso y ha constituido de por sí un desafío. ¿Cuántos viajeros han desaparecido, dejando apenas unos apuntes ilegibles y colecciones incompletas? ¿Cuántas colecciones naturalistas se perdieron en un naufragio, como aquel de Lapérouse en Vanikoro, o simplemente por la dificultad de hacer llegar vivos a los animales y a las plantas acorraladas, amontonadas en el puente o en la bodega de un barco? Además,  aquello que se despachaba hacia los centros europeos desde la remota periferia, lejos de un simple flujo de datos en bruto y móviles que, a su llegada, serían utilizados por los sabios directamente, se trata de muestras más o menos fragmentarias, disímiles, extraídas de su medio natural y social, el resultado de una selección y un trabajo previos que, por lo general, implica una asignación cognitiva realizada por el viajero, sea in situ o a bordo del barco, en el viaje de regreso. Este itinerario hacia Europa, por otro lado, comprende etapas e intermediarios que acompañan el viaje de objetos y saberes y condicionan las modalidades de su apropiación. Para ver este proceso en acción, sobre todo en el siglo posterior al descubrimiento del Nuevo Mundo, el historiador cuenta con sitios ejemplares de observación: los puertos de Sevilla, Cádiz y Livorno, lugares de articulación entre el espacio remoto y los centros europeos, los lugares donde llegan los viajeros, la información, los productos; los espacios intermedios donde los apotecarios, los médicos (como Nicolás Monardes en Sevilla) pueden  experimentar con determinadas plantas y, luego de validarlas, acreditarlas como remedios e integrarlas a la farmacia europea. A medida que la ciencia se institucionaliza y se afirma la dominación de los centros, la importancia de estos lugares intermediarios disminuye, asociado a su papel de relais: el jardín botánico de Nantes, creado en 1720, más que un jardín autónomo de ensayos de los sabios locales se trataba de un anexo y de un espacio de recepción de plantas exóticas, un paso previo a su transferencia al Jardin du roi de Paris, donde serían cultivadas y se estudiarían sus características. Pero a fines de la década de 1730, cuando Joseph de Jussieu y La Condamine parten en la expedición geodésica del Perú y hacen la primera descripción botánica in situ de la planta de quina, el texto se dirige directamente a los sabios del Jardin du roi.44 Esto implica una cadena de intervenciones e hibridaciones que se moviliza y participa, de un extremo al otro, en la construcción y circulación del saber: de ella dependen los círculos eruditos y científicos metropolitanos. Pero, ¿cómo, a través de que ajustes, se produce la recepción y la integración de este saber mestizo en el saber ya aceptado como legítimo? Se trata de un saber "impuro" por su dependencia del saber indígena y por su heterogeneidad epistemológica, carente de la legitimidad social e intelectual de esos viajeros y recolectores que participaron de su elaboración. Como pueden reivindicar una capacidad fundada sobre la experiencia de campo, los viajeros más de una vez subvierten las normas del mundo erudito metropolitano. Por lo tanto, ¿cómo se articuló su saber-hacer con el de los sabios de escritorio?

Esta pregunta admite numerosas respuestas en función del estatus del viajero y de la naturaleza de su trabajo. Un ejemplo de esta tensión y de sus compromisos sociales y cognitivos aparece en la expedición del capitán Baudin, de regreso de los mares del Sur en la primavera de 1804, luego de tres años y medio de navegación. La expedición, desde el punto de vista humano, había sido un desastre: de los 22 viajeros naturalistas embarcados, regresaron solo 4; el resto– incluyendo a Baudin–, había muerto o desertado. Sin embargo la riqueza de las colecciones –plantas, semillas, animales vivos o preparados, dibujos, acuarelas– hablan de su éxito en el plano científico. Entusiasmados frente a la inminencia del arribo, los sabios del Muséum parisino envían a Geoffroy Saint-Hilaire a Lorient para recibir a Le Géographe y ocuparse del despacho de las colecciones a París; es decir, para pasarlas de las manos de los viajeros que las habían armado a la de los naturalistas de gabinete encargados de su estudio. La reacción de uno de los miembros de la expedición, el zoólogo François Péron revela los conflictos de esta transferencia de autoridad. Durante el viaje, Péron recolectó varios miles de crustáceos, arácnidos, insectos, moluscos, estrellas de mar con el cuidado de registrar para cada espécimen el lugar de colección y sus características biogeográficas (latitud, temperatura, exposición, etc). Por otro lado, el viajero calcó el orden de sus notas sobre aquel que le dio a los paquetes dispuestos en las cajas, un orden que podía perderse una vez abiertas y desembaladas, un riesgo que implicaba perder la posibilidad de correlacionar especímenes y notas. El trabajo del naturalista de campo estaba amenazado: "Mi estimado Sr. Geoffroy –suplicaba Péron- me atrevo a pedirle encarecidamente que, en la medida de lo posible, deje mis cajas intactas." Sin dudas, fue escuchado: algunas semanas más tarde, Lamarck, encargado de las colecciones de invertebrados, celebraba entre sus colegas la precisión de los datos y la localización de las muestras provistas por Péron: "Péron observó la sucesión de las especies de estrellas de mar y su variedad en las distintas latitudes". En esta transferencia de conocimiento, de todos modos, existió una fractura. Cuando Lamarck, años después (Péron muere en 1810) publica su Histoire naturelle des animaux sans vertèbres (1815-1822) con la descripción de los especímenes de la expedición Baudin, se limita a algunas menciones geográficas demasiado generales si se las compara con las de Péron– "vive ... en los mares australes" –, sin ninguna indicación del momento o a causa de qué "tragedia menor" (malentendidos, rivalidades, pérdidas, decesos...), las notas de Péron se extravieron y con ellas, el saber biogeográfico allí contenido.45

*

"Multi pertransibunt et augebitur scientia,"46 soñaba Francis Bacon en 1620.... Lejos del esquema unívoco y triunfal del filósofo, sostenido, además, por la historia de la ciencia más clásica, la historiografía de la ciencia y de los viajes de los últimos años nos brinda una composición muy diferente. Los modos de la construcción del saber sobre los mundos remotos ha ganado  en riqueza. Si el historiador se propone seguir los pasos de los viajeros, desde las instrucciones que reciben al partir, la confrontación con la realidad del «campo» y la interacción con los habitantes; si quiere seguir el regreso de estos hombres, de los objetos y del saber en sus etapas y mediaciones intermediarias hasta la prueba de la validación y apropiación en las instancias metropolitanas, esa decisión lo puede llevar, paso a paso, a un cuadro mucho más complejo, con diversos matices, uno que muestre las múltiples negociaciones implicadas en las relaciones de Europa con los  mundos por ella descubiertos. En este dominio de la investigación histórica, aún queda mucho por explorar; los estudios de caso recopilados en este volumen marcan ese camino.

 

Citas:

* El tema de este trabajo se inscribe en las reflexiones del seminario "Pratiques du voyage et constructions savantes du monde, XVIe-XIXe siècles" que con Isabelle Surun co-organicé entre 2004 y 2013 en la Université Paris Diderot: a ella le debo numerosas discusiones sobre los temas aquí desarrollados por lo que aprovecho este artículo para agradecerle su generosidad intelectual durante todos los años que trabajamos en colaboración. Vaya también mi agradecimiento a Pierre-Yves Lacour por la lectura de las primeras versiones de este texto y a Irina Podgorny, a cargo de su versión castellana.

1. Traducción del francés : Dra. Irina Podgorny, Museo Universidad de la Plata/CONICET, Argentina.
Edición: Dr. Marcelo Fabián Figueroa, UNT/ISES-CONICET, Argentina.

2. Sobre los significados de esta imagen –  descubrimiento y conquista en la tradición ibérica vs. progreso de la ciencia en la tradición anglo-sajona véase, Juan Pimentel, « The Iberian Vision : Science and Empire in the Framework of a Universal Monarchy, 1500-1800 », Osiris 15 (2000), Nature and Empire : Science and the Colonial Enterprise.

3. Aunque la autora usa en francés la forma plural "savoirs", para la traducción se ha preferido respetar el castellano y se ha optado por la forma singular "saber" sin que ello implique perder las pluralidades a las que remite el plural francés (Nota de la traductora).

4. Justin Stagl, A history of curiosity : the theory of travel, 1550-1800, (N.Y. : Harwood Academic Publishers, 1995) ; François Moureau, «L'œil expert », Voyager, explorer, n° spécial, Dix-Huitième Siècle 22, (1990) : 5-12.

5. Isabelle Surun, «Les sociétés géographiques, fin XVIIIe-milieu XIXe siècle : quelle institutionnalisation pour quelle géographie ?,» en Hélène Blais et Isabelle Lesage (dir.), Géographies plurielles. Les sciences  au moment de l’émergence des sciences humaines (1750-1850), (Paris : L'Harmattan, 2006) ; Felix Driver, Geography Millitant. Culture of Exploration and Empire, (London : Blackwell, 2001).

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