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Revista iberoamericana de ciencia tecnología y sociedad

versão On-line ISSN 1850-0013

Rev. iberoam. cienc. tecnol. soc. vol.10  supl.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dez. 2015

 

EJE 8. CIENCIA E INNOVACIÓN  

Patentarás tu siembra *

* El artículo fue publicado originalmente el 10 de diciembre de 2009. Una versión actualizada se encuentra publicada actualmente en nuestro sitio web. Esperamos su comentario en: http://www.revistacts.net/elforo/298-el-debate-patentaras-tu-siembra.

Daniel Gómez **

** Profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes y director del Laboratorio de Oncología Molecular, Argentina. Correo electrónico: daniel.e.gomez.700@gmail.com.

Confieso que he sembrado y que he patentado, y que he licenciado comercialmente esas patentes. A confesión de partes: ya conoces de qué parte del tablero me encuentro.

¿Y si no lo hubiera hecho? Probablemente alguna empresa de evaluación de datos hubiera identificado, a la manera de un gran monstruo carroñero, qué novedad inventiva (financiada con impuestos de la gente) había yo abandonado alegremente, y hasta con mayor alegría la hubieran patentado ellos, para luego venderla a una gran corporación. Champagne para todos, menos para nosotros, como para perpetuar la queja de Atahualpa Yupanqui: “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”.

Y sin embargo, hubo una época en que el hecho de que las patentes fueran ajenas era bien visto, pues el científico puro y etéreo no pensaba en cuestiones económicas y menos en cuestiones propietarias. ¿Y tú? ¿De qué lado te encuentras?

Los científicos aportan soluciones a problemas concretos. Las industrias deben observar a los científicos como lo que son (fuentes de conocimiento) y establecer asociaciones con ellos. ¿Cuáles, te parece, son las mayores ventajas de estas asociaciones? ¿Y cuáles los mayores peligros? ¿Cómo es la relación entre científicos e industria en tu país?

Ya no podemos exportar carne salada como en la época de la Colonia. El motor delcambio es el quehacer científico. Todavía hoy, pese a los cambios, la gran mayoría de las tesis termina en un archivo. Varias de esas tesis cuentan con potencial para desarrollar un producto y generar un crecimiento económico. Se trata de ideas a las que no se les da uso, que no se patentan y que contraen un costo que no se reinvierte, un costo que se paga con el dinero de la gente, paradójicamente con el dinero de la gente más pobre. De esta manera se impide la creación de un círculo virtuoso. Todavía nos queda mucho camino por recorrer. En ese sentido, ¿cómo te parece que podríamos transitar ese camino con mayor velocidad y mejores niveles de seguridad?

A nivel general, sobre la cuestión del patentamiento hay posiciones encontradas.A nivel general, sobre la cuestión del patentamiento hay posiciones encontradas. Se sabe que muy pocas patentes son trasladadas luego al sistema productivo, razón por la que muchos expertos consideran que se ha consolidado una tradición de patentar sólo por patentar. Muchos dicen, incluso, que el patentamiento se ha convertido en un criterio implícito de evaluación académica.

¿Piensas que deberíamos patentar cualquier descubrimiento, sólo por si acaso? ¿O deberíamos patentar aquello que cuente con alguna perspectiva de alcanzar el mercado? ¿El patentamiento es un buen criterio de evaluación? Es decir: ¿habla de una conexión de la ciencia con el mundo real? ¿O deberíamos evaluar solamente las patentes licenciadas, aquellas que lograron el éxito de llegar al mercado?


EJE 8. CIENCIA E INNOVACIÓN  

Los cromañones ya hacían innovaciones tecnológicas *

* El artículo fue publicado originalmente el 22 de febrero de 2010. Una versión actualizada se encuentra publicada actualmente en nuestro sitio web. Esperamos su comentario en: http://www.revistacts.net/elforo/314-el-debate-los-cromagnones-ya-hacian-innovacion-tecnologica.

Javier López Facal **

** Profesor de investigación, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), España. Correo electrónico: j.l.facal@orgc.csic.es.

Si uno entiende por innovación el proceso de sacar a la luz una cosa totalmente nueva, o que simplemente mejora en algo a otra preexistente, habrá que concluir que esta afición de los humanos, aparentemente irreprimible, tiene una tradición milenaria. Y si, además, uno entiende por tecnología la aplicación práctica de un saber hacer en la forma de instrumentos, objetos o destrezas adquiridas, habrá que aceptar también que siempre ha habido tecnólogos.

Las pirámides de Egipto o de Michoacán, los templos griegos o las pagodas asiáticas, los drakkar vikingos o las carabelas castellanas, los arcos y flechas o los escudos, el queso, el vino o el aceite, e infinidad de productos más, que un buen día aparecieron en el “mercado”, no serían sino ejemplos de grandes innovaciones tecnológicas que hoy, con nuestro prurito de clasificar las cosas y de solemnizar obviedades, clasificaríamos respectivamente como tecnologías de la construcción, del transporte, de la industria de defensa o de la agroalimentación.

Muchísimos siglos después de la aparición y diligente actividad de estos ingenieros avant la lettre, aparecieron los sabios, que eran personas no siempre prácticas pero que sabían una serie de cosas estupefacientes: Tales de Mileto era capaz de predecir un eclipse de sol, lo que le granjeó una gran estima entre sus conciudadanos, pero al mismo tiempo se caía dentro de un pozo por andar “con-siderando”, es decir, andar ensimismado mirando las estrellas. A esta nueva especie de personas curiosas, se les llamó filósofos, u otros nombres variados, según las distintas culturas, pero a nadie se le ocurría entonces asociarlos con los proto-ingenieros innovadores, que solían pertenecer, más bien, a gremios artesanales, con frecuencia esclavos.

Siglos después de que naciera la raza de sabios y filósofos sobre la faz de la tierra, empezaron a surgir los científicos, un colectivo nuevo, movido por la curiosidad de Tales de Mileto, pero con algunos rasgos de quienes trabajan con sus manos, que decía el poeta: Galileo, por ejemplo, estaba preocupado por el geocentrismo y otras zarandajas por el estilo, pero era capaz de remangarse y hacer un canuto para ponerle lentes en los extremos, mejorando uno que había visto, hecho por un holandés un poco antes. El método científico, que se fue construyendo paso a paso, tratando de unir el talento teórico de Aristóteles con el práctico de Leonardo da Vinci, acabaría produciendo el impresionante edificio de la ciencia moderna, quizá la mayor hazaña del homo sapiens en toda su historia.

Y tras unos pocos siglos de rodaje de la ciencia moderna, y a la vista de que sus hallazgos resultaban muy rentables en no pocas ocasiones, apareció una especie nueva, llamada I+D, a la que empresarios y políticos intentaron domesticar, con el fin de cultivarla de un modo más eficiente para sus intereses. Como toda especie híbrida, la I+D tiene sus fortalezas, pero también sus debilidades, y por ello hubo que introducirle pronto un transgén que aumentase su productividad y reforzase su resistencia a plagas y depredadores. Nació así la I+D+i, que pretende ser el punto omega de la evolución de la especie, porque dice conservar en su genoma genes de los cazadores paleolíticos, de los ceramistas y picapedreros neolíticos y de los herreros, carpinteros, labradores, filósofos, alquimistas, ingenieros o científicos que nos han precedido.

O sea, como decía tan inmodestamente la leyenda escrita en las columnas de Hércules, el non plus ultra: imposible ir más allá. Lo malo del asunto es que no somos pocos los que no nos acabamos de creer que un atolondrado polinomio, fruto de intereses corporativos, refleje realmente un irreprochable modelo axiológico, epistemológico y económico.

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