INTRODUCCIÓN
El uso y manejo del fuego por parte de las poblaciones humanas ha sido fundamental para colonizar y habitar ambientes fríos de latitudes altas y medias (Gamble y Soffer, 1990; Manzi y Spikins, 2008). El fuego se ha empleado como medio de comunicación, como protección contra depredadores y, por supuesto, como vía de calefacción y cocción de alimentos (Pérez de Micou, 1991). La puna de Argentina cuenta con diferentes investigaciones referidas al manejo del fuego por parte de los grupos que la habitaron a lo largo del tiempo (Jofré, 2007; Joly et al., 2009; Carreras, 2017). En el caso específico de la localidad de Antofagasta de la Sierra (puna meridional, provincia de Catamarca), los estudios antracológicos sistemáticos que vienen llevándose a cabo (Rodríguez y Aguirre, 2019) han permitido conocer distintos aspectos de la interacción entre los seres humanos y los recursos combustibles desde hace aproximadamente 10.000 años en uno de los territorios con secuencias ocupacionales más extensas del noroeste argentino.
La gestión de los combustibles leñosos fue abordada tanto para los grupos cazadores-recolectores (Rodríguez, 2000; Aguirre, 2015) como para los agropastoriles (Aguirre, 2015; Rodríguez et al., 2019). Los carbones procedentes de estos tipos de ocupaciones corresponden a especies arbustivas autóctonas quemadas en estructuras de combustión de diferentes morfologías; hasta el momento se reconoce solo un caso de carbones originados por la quema de una techumbre (Del Bel, 2016). El conocimiento actual sobre las áreas de captación, usos y funciones de los combustibles leñosos del área mediante trabajos etnobotánicos ha sido fundamental para comprender el rol que las plantas leñosas tienen y tuvieron en el pasado (Cuello, 2006; Pérez, 2006; Aguirre, 2009, 2020).
En este marco, la investigación que presentamos corresponde a una aproximación antracológica desarrollada en la estancia Peñas Chicas, del periodo republicano (fines del siglo XIX y primer tercio del siglo XX) de Antofagasta de la Sierra, en tiempos en que dicho territorio se constituía como parte de la puna de Atacama primero, y de la Gobernación de Los Andes, después. La estancia se compone de diversas estructuras arquitectónicas construidas colindantes al farallón de una peña de ignimbrita; en esta casa puneña confluyen el espacio residencial –compuesto por dos cocinas, un dormitorio, un recinto externo y un espacio de almacenamiento– y el espacio productivo –principalmente con asiento en las prácticas pastoriles (Martinez, 2020; Martinez y Ataliva, 2020, Martinez y Zamora, 2021)–. Partimos de considerar a la antracología como un campo de investigación interesado en el “estudio e interpretación de los restos leñosos carbonizados provenientes de suelos o de sitios arqueológicos y permite la reconstrucción de la vegetación leñosa local” (Scheel-Ybert, 2004, p. 3). Piqué i Huerta y Piqué i Huerta (1991) expresan que los estudios antracológicos buscan: a) reconstruir la paleovegetación (estratos arbóreos y arbustivos) y, a través de ella, los paleoclimas; y b) reflejar la relación de los grupos humanos con su medio ambiente, el aprovechamiento de los recursos forestales y la incidencia antrópica en la evolución de las comunidades vegetales.
Sobre esta base, el objetivo de este trabajo es caracterizar la gestión de los recursos combustibles leñosos por parte de los habitantes de la estancia mediante el estudio de las prácticas de pre y poscolecta de plantas combustibles. Se reconoce que el aprovisionamiento de las materias primas vegetales se realiza mediante la recolección de la o las partes útiles de una planta (sensuMontalembert y Clément, 1983). Los actos relacionados con la recolección involucran las manos de quien colecta o la intervención de instrumentos agrícolas o sistemas mecanizados. Piqué i Huerta (1999) menciona que la recolección forma parte de las prácticas de precombustión y puede ser entendida como una estrategia organizativa; es decir, como un conjunto de trabajos concretos que, de manera articulada y coordinada, ejecuta una sociedad para obtener y/o elaborar las diversas clases de bienes que requiere para satisfacer sus necesidades sociales.
Luego de la recolección, se inician una serie de procesos de producción de energía o transformación de las leñas vía combustión. Estas modificaciones corresponden a la etapa de consumo de los combustibles para fines diversos (Piqué i Huerta, 1999) y se asocian a toda una variedad de artefactos, tales como estructuras de combustión, braseros y hornos, entre otros. El encendido del fuego (prácticas de combustión) se vincula con la calefacción, la cocción de alimentos, la manufactura de artefactos, el sahumado, etc. (Piqué i Huerta, 1999). Por último, el descarte de residuos o prácticas de poscombustión contempla aquellas acciones orientadas a reutilizar carbones en futuros fuegos o a reubicar los desechos (astillas de carbón, cenizas) en espacios previamente definidos. Así, los residuos representan la etapa final de una serie de procesos de trabajo que han ido transformando la materia en recursos (Piqué i Huerta, 1999). Todas estas etapas posteriores a la recolección conforman lo que se entiende como prácticas poscolecta.
PUNA DE ATACAMA, FINES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL SIGLO XX
Antofagasta de la Sierra (en adelante, ANS) es una localidad de la actual provincia de Catamarca (noroeste argentino). Sin embargo, a lo largo del siglo XIX estuvo involucrada en diversos conflictos territoriales y políticos –como parte de la puna de Atacama– y fue foco de tensiones y disputas entre tres Estados recientemente creados: Bolivia, Chile y Argentina (Benedetti, 2005, 2007).
En el año 1825, ANS junto con el distrito de Atacama pasarán a pertenecer a la recientemente creada República de Bolivia, cuando esta se independiza de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En 1879, la confrontación entre Bolivia y Chile se materializó en la Guerra del Pacífico e impactó de manera directa en la puna de Atacama, al quedar incorporada al país vencedor: Chile. En las últimas décadas del siglo XIX, Argentina y Chile mantuvieron intensas negociaciones –junto con Bolivia– para definir la situación territorial del ámbito puneño. Estas gestiones se definieron en el año 1899 cuando, por vía diplomática y a partir de un laudo arbitral, ANS comenzó a formar parte del territorio argentino. Es así como, en enero de 1900, pasaría a integrar el último territorio nacional creado en nuestro país, la Gobernación o Territorio de Los Andes. Dichos territorios no eran entidades políticas autónomas, sino divisiones administrativas dependientes del gobierno central. Entre sus tierras se encontraba la localidad antofagasteña (Figura 1). En 1943, el Territorio de los Andes se disolvió y cada uno de los poblados que lo constituían pasó a integrar distintas provincias del noroeste argentino. Susques se anexó a la provincia de Jujuy; San Antonio de los Cobres y Pastos Grandes, a la provincia de Salta; y ANS, a la actual provincia de Catamarca.
En este complejo marco jurisdiccional de fronteras itinerantes en el que se vio envuelta nuestra área de estudio, nos interesa el lapso en que fue habitada la estancia puneña, que corresponde a las últimas décadas del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. La estancia Peñas Chicas constituyó un espacio residencial que formó parte de un circuito familiar mayor (Martinez, 2020; Martinez y Ataliva, 2020, 2021).
Una estancia puneña en Peñas Chicas
El paisaje actual de ANS se caracteriza por presentar planicies onduladas interrumpidas por volcanes y farallones ignimbríticos. En la localidad existen cursos de agua permanentes, de los cuales el río Punilla, que nace en la sierra de Calalaste y desemboca en las lagunas de Antofagasta, es el colector principal. Afluentes importantes son los ríos Miriguaca y Las Pitas, por la margen derecha, y el río Los Colorados, hacia la izquierda (Figura 2).
Olivera (1992), según la diversidad de recursos y diferencias topográficas, reconoce los siguientes sectores: fondo de cuenca, sectores intermedios y quebradas de altura. El fondo de cuenca comprende el curso inferior del río Punilla y la laguna de Antofagasta, entre 3400-3550 msnm, donde las asociaciones vegetales identificadas son vega, tolar y campo. La distribución de las especies vegetales es lineal, agrupada o dispersa, con un desarrollo de aquellas aptas para forraje, alimento, edificación y tecnología (Haber, 1992; Olivera, 2006). En cuanto a los sectores intermedios, entre 3550 y 3800 msnm, los recursos vegetales presentes (especies forrajeras, leña, entre otros) permitieron establecer una productividad media-alta. Además, en estas áreas puede desarrollarse la agricultura a mediana escala; las asociaciones vegetales que le corresponden son las vegas, los tolares y el campo. Por último, las quebradas de altura comprenden los cursos superiores de los ríos, entre 3900 a 4900 msnm. Aquí se distinguen vegas y pajonales (Babot, 2016).
La vegetación puneña está integrada en su mayor parte por estepas donde se destacan las comunidades herbáceas conocidas localmente como “pajonales”, entre las que predominan las poáceas y las estepas herbáceas ralas conformadas por especies mayormente anuales de las familias Asteraceae y Euphorbiaceae. Por otro lado, se presentan formaciones arbustivas bajas, con especies siempreverdes, microfoliadas y resinosas que forman los conocidos “tolares” (Cabrera, 1971; Cabrera y Willink, 1980; Haber, 1992; García y Beck, 2006; Babot, 2016). Entre estas últimas, se destaca el predominio de arbustos de las familias Asteraceae (géneros Parastrephia Nutt., Baccharis L., Chuquiraga Juss.), Fabaceae (género Adesmia DC.), Solanaceae (género Fabiana Ruiz & Pav.) y Verbenaceae (géneros Aloysia Paláu, Junellia Moldenke) (Cabrera, 1971).
La estancia Peñas Chicas (en adelante, EPCh) se ubica a 200 m sobre la margen norte del curso medio-inferior del río Las Pitas, a 5 km al norte de la actual Antofagasta de la Sierra (coordenadas geográficas: 26° 01 58” S y 67° 21 3” W) (Figura 2). Se emplaza lindante a una peña de roca ignimbrítica a lo largo del farallón este. Las estructuras arquitectónicas han sido construidas de norte a sur, y alcanzan una longitud de 25 m. EPCh está compuesto por un corral rectangular (de 15 × 9 m), recinto productivo que se encuentra separado de los recintos habitacionales por un pasillo de 3,5 m de amplitud. Las rocas utilizadas para la construcción de los diferentes recintos corresponden a ignimbrita, es decir que es propia del entorno. La arquitectura en superficie presenta una altura que oscila entre 1 m y 1,5 m. Se registró una porción del techo incinerado y desmoronado sobre uno de los recintos. En la construcción no se registraron ventanas, sí dos puertas y hornacinas sobre el muro norte, en dos de sus recintos contiguos.
A principios del siglo XX, las familias puneñas constituían el núcleo de la reproducción económica y social (Göbel, 2003; Martinez y Ataliva, 2020). Con una dinámica particular –con asiento en la movilidad pastoril–, cada unidad doméstica disponía de sectores de pastoreo y de instalaciones estratégicamente localizadas y empleadas en función del ciclo productivo anual, la disponibilidad de recursos y las decisiones familiares; ejemplo de ello es la familia de Vicente Morales –pastor que vivió en la estancia puneña con su familia durante las primeras décadas del siglo XX– y la distribución de sus asentamientos (“domicilio grande”, estancia, puestos, etc.) y corrales (Martinez y Ataliva, 2020).
A partir de la entrevista a don Vicente Morales, se pudo identificar la funcionalidad de los diferentes espacios arquitectónicos; se destaca, como mencionamos con anterioridad, una combinación de recintos residenciales definidos por el dormitorio, la cocina cerrada, la cocina abierta, el corral y otros dos recintos donde se desarrollaban actividades vinculadas a la producción de hilado (Martinez, 2020). Todo ello remite a la economía familiar y al empleo de la vivienda de forma estacional (Martinez, 2020; Martinez y Ataliva, 2020; Martinez y Zamora, 2021) (Figura 2).
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Figura 2 Localización de Antofagasta de la Sierra en la cuenca. Ubicación de Estancia Peñas Chicas en Antofagasta. Vista desde el este de EPCh. Fotogrametría de EPCh y los respectivos recintos: A. cocina abierta, B. cocina cerrada, C. dormitorio, D. corral.
Las excavaciones sistemáticas se realizaron en la denominada cocina cerrada, la cocina abierta, el dormitorio y el recinto externo respectivamente. La historia ocupacional de la estancia, según la secuencia estratigráfica y el análisis contextual de los diferentes recintos, nos muestra que una primera ocupación se da en la cocina abierta, quizás contemporánea a la construcción del corral; tal vez ese fueguero (sensu Carreras, 2017) fuera utilizado cuando se cuidaba a los animales. Posteriormente, se habrían construido los otros recintos habitacionales, donde se levanta un muro de cierre en la cocina abierta que la separa del recinto externo. La ocupación de la familia en las distintas unidades residenciales (ya en las primeras décadas del siglo XX) se asocia a la construcción del piso de arcilla y a las diferentes actividades vinculadas a la vida cotidiana y doméstica, sumadas al dato de los grabados en la roca con fechas e inscripciones que remiten al año 1911 (ver Martinez y Ataliva, 2020).
Las dos cocinas y sus estructuras de combustión
En la estancia, colindante al farallón de ignimbrita de 12 m de altura, se emplaza la denominada cocina abierta (en adelante, CA), como parte del espacio residencial, cuyos muros han sido levantados con la técnica de pirca seca, sin argamasa. En la edificación de este recinto se aprovechó la morfología de la roca para construir, y así se logró un mayor reparo de los vientos que azotan la región durante gran parte del año. La planta arquitectónica es rectangular, de 2 × 1,5 m; adosada al muro oeste se halló una estructura de combustión cavada de 0,90 × 0,65 m, cuya delimitación se construyó con la utilización de rocas metamórficas e ígneas que forman un diseño subrectangular. Este fogón presenta un espacio para el ingreso de las leñas, donde se registró una concentración de espículas de carbón (Figura 3).
Hacia el noreste de la estancia, se edificó la denominada cocina cerrada (en adelante, CC), con las mismas técnicas constructivas que el resto de los recintos, cuya planta también es rectangular, de 3 × 2 m. Esta cocina presenta una única abertura, una puerta con un dintel realizado con madera de cardón y un escalón realizado con rocas de ignimbrita para acceder al interior del recinto. En el centro de la habitación se registra una estructura de combustión que, por sus características, puede definirse como un hogar simple, limitado (March et al., 2012) por rocas metamórficas e ígneas que forman una arquitectura circular (de 0,75 m de diámetro y 0,12 m de profundidad); en el extremo oeste se observa un poyo. que apoya sobre el muro. Y del otro lado del fogón, un gran bloque de ignimbrita, que muestra un claro desgaste por el uso, en una de sus caras (Figura 3).
El conjunto de evidencias materiales asociado a los carbones (vellones, tortero de cerámica, cordeles, plantas tintóreas, restos de una tinaja utilizada posiblemente para teñir, y textiles –productos tanto del tejido en telar como de la confección con agujas–) remite a actividades vinculadas a la vida doméstica, entre ellas, a la cadena productiva textil para consumo familiar (Martinez, 2020). A su vez, se hallaron restos de cerámica sin marcas de torno alfarero, material lítico, restos arqueobotánicos tales como endocarpos de chañar (Geoffroea decorticans) y algarrobo (Prosopis sp.), y restos arqueofaunísticos de camélidos. Asimismo, se recuperaron elementos introducidos después de la colonización europea en la región, como un fragmento de cerámica histórica, endocarpos de durazno (Prunus persica), nuez (Juglans regia) y vid (Vitis vinifera), fragmentos de vidrio, una cuchara de metal, un clavo chato, ollas, latas, una herradura, fragmentos de papel –hojas manuscritas e impresas– y un peine de plástico fragmentado (ver Martinez y Zamora, 2021).
Figura 3. Arriba: diferentes vistas de la cocina abierta y la cocina cerrada. Abajo: estructuras de combustión relevadas en ambas cocinas.
MATERIALES Y MÉTODOS
Trabajo de campo
La metodología de recuperación de los datos ha sido la de una excavación estratigráfica, es decir, levantando los estratos sucesivos en conformidad con sus líneas de depositación (Carandini, 1997). Teniendo en cuenta el emplazamiento natural y las condiciones ambientales de la puna, dicha estrategia ha sido considerada la más pertinente. El sitio corresponde a una ocupación a cielo abierto con poco tránsito, y Peñas Chicas es una localidad arqueológica con importante erosión eólica y pluvial (esta última, en verano); la estabilidad relativa de la que gozan sus sedimentos se debe al resguardo de los espacios excavados, ubicados entre el farallón rocoso de las peñas de ignimbrita y los grandes bloques localizados sobre la superficie. Dentro de las capas que se suceden y que se perciben claramente, se consideraron para su determinación la posición relativa y atributos –composición, color, textura– (Cohen, 2005), y se registraron determinados rasgos e ítems culturales cuya ubicación, posición y asociación permitieron un análisis contextual. A partir de la relación entre los componentes diferenciales (estructuras) y la distribución de evidencia material se pudieron determinar, por cada estrato o capa, niveles de ocupación cultural. La superficie excavada fue mayor al 75% de la planta total de EPCh. En este caso, fueron excavados en un 100% los denominados cocina abierta (2 × 1,5 m), cocina cerrada (3 × 2 m) y recinto externo (4 m.), en tanto que el dormitorio se excavó en más del 25%, por lo cual se logró un muestreo estadístico significativo. En cuanto al espacio productivo (corral) de la estancia, no se realizaron excavaciones hasta el momento.
Las cuadrículas de recuperación contaron con 1 × 1 m de lado; la orientación de todos los cuadros respondió a la dirección norte-sur. Se excavó siguiendo capas naturales, las que fueron detectadas según diferencias en las propiedades físicas del suelo: composición, color, textura y/o consistencia del sedimento o, en otros casos, debido al hallazgo de estructuras arqueológicas o cambios en la frecuencia y/o en la disposición de los materiales arqueológicos. Cabe destacar que la matriz del suelo es principalmente franco-arenosa. Las características propias del ambiente de puna –la extrema sequedad y baja humedad– son las que posibilitan la preservación de materiales orgánicos e inorgánicos; en este sentido, las propiedades del sedimento y las escasas precipitaciones propician un sistema de registro detallado, no solo de la evidencia material sino también de la situación, asociación y matriz sedimentaria que esta contiene, registro que permitió realizar un análisis contextual complejo en las distintas excavaciones sistemáticas.
En los recintos donde se construyeron las estructuras de combustión se hallaron diversos ítems materiales que remiten a un espacio de cocina: concentración de cenizas, restos orgánicos dentro de los fogones, frutos y restos óseos con diferencias en termoalteración, dentro y fuera de los fogones. A su vez, se definieron áreas de dispersión de sedimento ceniciento y rubefacción en torno a ellas. En la denominada cocina cerrada se recuperaron restos de lo que podría haber sido el techo.
Trabajo de laboratorio
Los carbones se presentaron concentrados en las estructuras de combustión (Badal et al., 2003) de la cocina cerrada y abierta. Se realizaron un inventario y una descripción general de las 10 muestras carbonosas procedentes de las cocinas y luego se efectuó el conteo del número absoluto de restos de carbón (Popper, 1988). Una vez realizada la identificación taxonómica, se evaluaron la representación o porcentaje (Miller, 1988), riqueza (Lepofsky y Lyons, 2003), la estimación de la ubicuidad (Popper, 1988) y se midió el peso de los fragmentos estudiados según sus unidades de procedencia. Estas formas de cuantificación corresponden a los parámetros comúnmente empleados en el estudio de conjuntos arqueobotánicos (Banning, 2000). Además, se efectuó el registro de las características internas y externas de los fragmentos de carbón a fin de evaluar procesos tafonómicos. Théry-Parisot et al. (2010) proponen que los carbones pueden formar parte de distintos eventos que afectan su integridad a partir del momento en que dejan de ser utilizados por el grupo social que los originó. En este sentido, las variables tenidas en cuenta para evaluar los aspectos tafonómicos fueron: forma del fragmento (redondeado, anguloso, tabular, cúbico o cilíndrico –la forma cilíndrica contempla la presencia /ausencia de corteza) (Robledo, 2019) y alteraciones internas-externas (hifas, arena, raíces e incrustaciones de sustancias).
Las muestras tomadas en campo (10) no son homogéneas en cuanto a número de ejemplares, tamaño e integridad de los fragmentos; por tal motivo, se procedió a tratar a cada una según sus características particulares. Para obtener un grupo representativo de los taxones presentes en ambas estructuras de combustión, se procedió a seleccionar solo a aquellos fragmentos ≥ 5 mm, ya que a partir del tamaño de 4 mm existe mayor certeza de trabajar con maderas carbonizadas originalmente como combustible; los tamaños menores a 4 mm suelen ser generados por procesos posdepositacionales (Chrzazvez et al., 2014). Una vez seleccionados dichos fragmentos, se evaluó la resistencia al ejercer presión sobre ellos; los ejemplares que no soportaron la presión para obtener cortes frescos no fueron considerados. Así, del total de la muestra, el número de fragmentos estudiados por unidad de procedencia fue variable y se buscó trabajar con, al menos, un 25 a 30% de los carbones de cada cocina. Los fragmentos de carbón se fracturaron manualmente bajo lupa binocular y las secciones obtenidas se observaron bajo microscopio a diferentes aumentos (10-300x). Los estudios antracológicos se basan en la variación interna del leño según cada especie (Fahn, 1974; Piqué i Huerta, 1999), aun cuando hayan sido expuestas al fuego. Las tres secciones de una madera (transversal, longitudinal tangencial y longitudinal radial) se describieron siguiendo los rasgos anatómicos cualitativos propuestos en Wheeler et al. (1989); así, se tuvieron en cuenta: anillos de crecimiento (marcados o no), vasos (forma, tamaño, cantidad y disposición: porosidad), parénquima (tipo y disposición), radios (longitud y cantidad; tipo de células que los constituyen) y fibras (cantidad y características). Una selección de carbones representativa de la variación interna de la muestra se observó y fotografió con el microscopio electrónico de barrido (Supra 55VP) del Centro Integral de Microscopía Electrónica (CIME-CONICET). La identificación taxonómica de los fragmentos se realizó mediante la comparación con taxones ya conocidos que integran la antracoteca de referencia disponible para el área de estudio (Aguirre y Rodríguez, 2018) y a través de bibliografía específica (Rodríguez et al., 2019; Rodríguez, 2000).
RESULTADOS
Se identificaron individuos de las familias Asteraceae, Fabaceae y Solanaceae. Tres taxa no pudieron ser identificados (Taxón 18, Taxón 16 y Taxón 6) y cinco fragmentos quedaron incluidos en la categoría “No identificable”. Se contabilizó un total de 386 carbones, 319 de los cuales proceden de la cocina cerrada (CC), y 67, de la cocina abierta (CA). Se analizaron 82 carbones de la CC (25,70%) y 20 carbones de la CA (29,85%) (Tablas 1 y 2, Figuras 4 y 5).
El análisis detallado de la composición taxonómica de cada estructura de combustión señala, para el caso de la CC, que la cuadrícula de excavación Nº 1, integrada por cinco capas de extracción, cuenta con la presencia de Adesmia horrida y Parastrephia quadrangularis en cuatro de las cinco capas registradas en campo. En la cuadrícula de excavación Nº 2, Fabiana punensis es la especie identificada en las dos extracciones realizadas; por último, en la cuadrícula de excavación Nº 3, que cuenta con solo una capa de extracción, fueron recuperadas Fabiana bryoides, F. punensis, Adesmia horrida y Parastrephia lucida. En esta estructura de combustión, la mayor cantidad de fragmentos de carbón se distribuyen en los niveles de excavación inicial, 1 y 2, mientras que el nivel 3 presenta el número más bajo de los fragmentos. Con respecto a la CA, donde se planteó una cuadrícula de excavación, Fabiana bryoides se presenta en las dos capas de extracción definidas; la capa 4 es la que presenta una mayor cantidad de vestigios carbonosos.
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Figura 4 Representación numérica de los taxones identificados en las estructuras de combustión de la cocina cerrada y de la cocina abierta.
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Figura 5 Carbón arqueológico. Fotografías MEB. Adesmia horrida. A. Corte transversal. B. Corte longitudinal tangencial. C. Corte longitudinal radial. Fabiana bryoides. D. Corte transversal. E. Corte longitudinal tangencial. Fabiana punensis. F. Corte transversal. G. Corte longitudinal radial. Parastrephia lucida. H. Corte transversal. I. Corte longitudinal tangencial. Parastrephia quadrangularis. J. Corte transversal. Taxón 6. K. Corte transversal. L. Detalle del corte transversal. Taxón 16. M. Corte transversal. N. Corte longitudinal tangencial. Taxón 18. Ñ. Corte transversal. O. Corte longitudinal radial.
Considerando la totalidad de muestras de carbón analizadas para ambas cocinas, se pudo determinar que el taxón más ubicuo es Fabiana punensis (70%), seguido por Adesmia horrida (60%), Parastrephia quadrangularis (50%), Fabiana bryoides (50%), Parastrephia lucida (30%), Aff. Fabiana (30%), Taxón 6 (20%), No identificable (20%), Aff. Parastrephia (10%), Taxón 18 (10%) y Taxón 16 (10%).
Los fragmentos de la CC no superan los 2 centímetros de largo; se detectaron leñas parcialmente quemadas y predominan los carbones de forma tabular. Durante la preparación de los carbones para ser analizados bajo microscopio, se percibió que algunos (57) se partían fácilmente al ejercer presión sobre ellos, mientras que otros ejemplares ofrecían mayor resistencia a ser porcionados (25). En cuanto a los carbones de la CA, que en muchos casos corresponden a fragmentos de tamaño considerable (más de 2 cm de largo), se observaron ramas finas completas carbonizadas, mientras que en otros casos se observaron leñas parcialmente carbonizadas. En esta muestra predominan los carbones de formas cúbicas, seguidos por los de forma tabular. Al ejercer presión sobre ellos, la mayoría se partía fácilmente (14 carbones) y la menor cantidad de fragmentos ofrecía resistencia al ser porcionados (6).
Durante el análisis microscópico se detectaron vasos estallados de forma ovalada en Adesmia horrida . Fabiana bryoides y hendiduras radiales en Parastrephia lucida, P. quadrangularis y en el Taxón 18, mientras que se distinguieron hifas en Fabiana punensis.
DISCUSIÓN Y CONSIDERACIONES FINALES
Las plantas que pudieron ser asignadas al nivel de especie en ambas estructuras de combustión corresponden a arbustos ramificados y resinosos propios de la flora local de Antofagasta de la Sierra (Cuello, 2006). Adesmia horrida, Fabiana punensis, Parastrephia lucida y P. quadrangularis son buenos combustibles (Aguirre, 2020), y son empleados también en otras localidades andinas (Joly et al., 2009; García et al., 2018). Adesmia horrida, P. lucida y F. punensis son muy abundantes en el tolar, mientras que P. quadrangularis es común en las quebradas de mayor altura del área (Cuello, 2006). El aprovisionamiento de estas maderas habría requerido la colecta de leña en las adyacencias de la estancia y el traslado hacia lugares más alejados para la obtención de P. quadrangularis; esta especie posiblemente sería adquirida durante el movimiento de los integrantes de la familia hacia otros sectores de la cuenca, en momentos del manejo de sus rebaños de animales, por ejemplo.
El conocimiento disponible sobre las diferentes estructuras de combustión prehispánicas del área indica que a los fuegos ingresaron, en general, más de 12 especies locales; las asociaciones taxonómicas de leñas varían según cada contexto arqueológico (Aguirre, 2015). Se ha observado, además, que los conjuntos antracológicos prehispánicos son más diversos (Aguirre, 2015) que la nueva evidencia puntual recabada para el periodo republicano, para la cual se detectó el empleo de cinco especies para el funcionamiento de las estructuras de combustión estudiadas. Cabe destacar la recurrencia de Adesmia horrida en todos los contextos antracológicos estudiados hasta el momento (prehispánicos e históricos); el crecimiento abundante de esta especie en el área y sus buenas características como combustible la convierten en un taxón esencial para el encendido de los fuegos desde hace aproximadamente 10.000 años. Las restantes leñas (Fabianas y Parastrephias) recuperadas en la estancia han sido también registradas en contextos cazadores-recolectores y agropastoriles pero con presencias variables. Estos datos en conjunto animan a proponer que la gestión de los recursos combustibles de la región se valió principalmente de la flora local.
Una vez colectadas las leñas, las prácticas de combustión se desarrollaban en ambas cocinas, concebidas como recintos residenciales. La información disponible sugiere que la CC se asociaba al descanso de la familia, mientras que la CA podría haber sido utilizada durante distintos momentos del día. El encendido de los fuegos en ambos tipos de cocinas necesitó del empleo principal de Parastrephia, Fabiana . Adesmia, taxones reconocidos como excelentes leñas (Jofré, 2007; Aguirre, 2009); específicamente, las Adesmias son maderas duras y resistentes a la combustión (Jofré, 2007). La CC muestra el agregado de leñas del Taxón 6, 16, P. lucida y de Fabiana punensis al fuego. El ingreso de leñas finas y resinosas como son las Fabianas es coincidente con el gesto de avivar o mantener un fuego. Si bien la rápida combustión de este tipo de leñas influye en su baja representación antracológica, trabajos experimentales permitieron detectar que F. punensis genera carbones en estructuras de combustión planas y en cubeta (Aguirre y Rodríguez, 2013), por lo cual, su identificación no es extraña en contextos arqueológicos. En cuanto a la CA, el uso de Fabianas y Parastrephias durante el funcionamiento de los fuegos también está registrado pero están ausentes otros taxones (por ejemplo, Nº 16 y 6), lo que marca que los fuegos de ambas estructuras de combustión fueron, primariamente, diferentes, o fueron encendidos con finalidades distintas. En relación con este último aspecto, resultan importantes la información contextual y las conversaciones mantenidas con los antiguos habitantes de la estancia. La presencia de un poyo, la ubicación central de la estructura de combustión (en adelante, EC) en el espacio de la CC y la mayor cantidad de fragmentos de carbón recuperados señalarían la necesidad de calefaccionar e iluminar este recinto durante una mayor cantidad de horas, al tiempo que la EC de la CA implicaría fuegos intermitentes (principalmente debido a la menor cantidad de fragmentos de carbón recuperados en campo) y habría funcionado en un espacio a cielo abierto.
La EC de la CA evidencia una gran inversión de trabajo en su manufactura si es comparada con el formato circular y plano de EC de la CC; diferencias que podrían vincularse con las etapas de construcción de la estancia y las modificaciones arquitectónicas que fue sufriendo a lo largo de su uso. Se estima que la EC de la CA fue la primera y única estructura para generar fuego que se construyó y usó en la estancia; posteriormente se habría edificado la segunda EC. Recurriendo a la evidencia prehispánica, la identificación de estructuras de combustión con una alta inversión de trabajo en su construcción podría estar vinculada a eventos fundacionales (Jofré, 2007; Rodríguez et al., 2019). En este sentido, sería posible pensar que la EC de la CA habría tenido, además de una clara utilidad tecnológica, un significado ritual o simbólico al momento de su manufactura, en tanto rasgo que marcaba el inicio de ocupación del espacio familiar.
Desde la antracología se advierte que distintas variables actúan durante el proceso de combustión (March, 1992; Aguirre y Rodríguez, 2013; Dussol et al., 2017; Alston et al., 2018); en este sentido, las EC en cubeta logran temperaturas más estables y producen mayor número de fragmentos de carbón que las EC planas (March, 1992); esta situación también ha sido corroborada en ANS mediante estudios experimentales (Aguirre y Rodríguez, 2013). La EC subrectangular de la CA habría alcanzado temperaturas estables que permitieron el acondicionamiento térmico de una cocina que carece de techumbre y solo cuenta con el reparo de una ignimbrita y los muros de pirca. La segmentación interna de esta EC y las marcas de tiznado que se observan en las rocas que limitan el fogón y en la pared de roca son indicios del uso frecuente que se habría hecho de aquella. Esta CA habría sido ocupada durante diversos momentos del día en los meses más cálidos (diciembre hasta abril-mayo), durante los cuales la familia se trasladaba a Peñas Chicas, desde donde los niños asistían a la escuela del pueblo (a unos cinco kilómetros al sur), sector donde se hallaban las mejores pasturas y el agua era abundante. Las distintas actividades que realizaban en esta cocina se vinculaban a la curtiembre de cueros, la esquila de la hacienda, el hilado y trenzado de sogas, el tejido de las prendas y las maletas para los viajes (Martinez, 2020). La muestra estudiada da cuenta de un fuego apagado intencionalmente, relacionado con los carbones de gran tamaño, la predominancia de las formas cúbicas, las ramas carbonizadas que han mantenido su aspecto externo y leñas parcialmente carbonizadas. En tanto que el funcionamiento de la EC de la CC habría logrado temperaturas variables de acuerdo con su arquitectura, el tamaño de los carbones, un tanto menor que los de la CA y la mayor ubicuidad de una leña fina como F. punensis, señalarían el uso de un fuego para temperar el ambiente. Así, el funcionamiento de ambas estructuras de combustión puede vincularse con las observaciones tafonómicas que hemos realizado: presencia de vasos estallados y de hendiduras en radios que se asocian al proceso de combustión, específicamente al contenido de humedad de la madera y las temperaturas alcanzadas. Andreoni (2010) muestra que algunas especies, con un contenido de 0% de humedad, sometidas a 400 ºC y 700 ºC, presentaron mayor cantidad de hendiduras en radios y en anillos. Si bien el autor utilizó otras especies en sus experimentaciones, los datos por él exhibidos pueden actuar como un marco referencial de las temperaturas alcanzadas por los fuegos encendidos en la estancia. Para el caso de la especie Adesmia obovata, señala que esta evidenció cambios morfológicos significativos en los vasos a 700 ºC, independientemente del contenido de humedad (Andreoni et al., 2010).
Del análisis tafonómico se desprendió además la detección de hifas de hongos en Fabiana punensis; dichos elementos se han identificado en los vasos a partir de la observación de los cortes transversales y longitudinales tangenciales y radiales. Kabukcu (2018) presenta una síntesis de trabajos donde se ha observado una ubicación similar de las hifas, lo cual permite aseverar que el ataque fúngico había sido previo a la combustión, por lo tanto, el combustible correspondería a leña muerta. Así, un estudio detallado de la detección y ubicación de las hifas en los carbones recuperados en el área de estudio podría transformarse en una nueva forma de corroborar el uso de madera muerta y/o verde en los fogones locales.
En cuanto a la gestión de los residuos de combustión, se han detectado dispersiones de cenizas en los sectores contiguos a ambas EC, y en la CA se han registrado cenizas compactadas en su interior. Dichas dispersiones podrían deberse a tareas de mantenimiento de las estructuras de combustión previas al último fuego encendido en ellas e incluso podrían vincularse con la caída del techo del recinto cocina abierta.
Retomando el conocimiento arqueológico disponible para el área, la coexistencia de cocinas abiertas y cerradas se registra, por ejemplo, para el sitio arqueológico Punta de la Peña 9 (Sector III), donde Cohen y López Campeny (2007) mencionan el uso de recintos de verano/invierno o vinculados a distintos momentos del día, diurno/nocturno; además, sugieren un uso complementario de los recintos destinados a cocinas de invierno o nocturnas (la Estructura 2 del sitio PP9. III es techada) y cocinas de verano o diurnas (la Estructura 4 del sitio PP9. III no está techada). De esta forma, la diferenciación de espacios donde habitar a lo largo del día, o incluso según la estación del año, sería una práctica presente desde el periodo Formativo y que se habría mantenido, con sus divergencias propias, hasta épocas históricas actuales.
En otras localidades puneñas se reconoce la existencia actual de canchas o fuegueros, cocinas exteriores que se usan cotidianamente y están solo delimitadas por un muro bajo realizado en pirca seca (Tomasi, 2013); una constante es la presencia de estructuras de combustión planas o en cubetas (Carreras, 2017). De esta manera, las cocinas involucran la sociabilidad cotidiana, donde se concentran la preparación de comidas festivas y rituales y la curación de enfermos, entre otros (Pazzarelli, 2016).
Considerando la evidencia presentada en este trabajo y los antecedentes disponibles para otros sectores de la puna, es posible pensar que, a partir del desarrollo de un modo de vida agropastoril, la sectorización de espacios interconectados y la posterior ocurrencia de puestos y casas familiares en los poblados núcleo sería una constante en la puna argentina. En este sentido, destacamos que la familia de pastores y pastoras de la estancia no modificó sus vínculos con el manejo del fuego; en este caso, con la colecta y poscolecta de las leñosas utilizadas como combustibles, aún en un nuevo contexto de “modernidad” y con fluctuaciones sociopolíticas a lo largo de los años. En los recintos domésticos, el análisis antracológico muestra que continuaron utilizando los fogones como cocinas y, a su vez, las prácticas se nucleaban alrededor de él, siendo este el corazón de la casa puneña y un articulador de prácticas con fuerte raigambre ancestral. Esto refuerza la idea planteada de que el modo de residir pastoril trashumante de la unidad familiar puneña, con fuerte tradición prehispánica, le permitió “maniobrar” con cierta autonomía, lo que dio lugar a diferentes estrategias con una lógica propia ante los nuevos escenarios sociopolíticos (Martinez y Zamora, 2021).