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Ciclos en la historia, la economía y la sociedad

versão On-line ISSN 1851-3735

Ciclos hist. econ. soc. vol.33 no.58 Buenos Aires jun. 2022

 

Articulos

El conflicto armado anglo-argentino de 1982: un análisis de las particularidades de la morfología de la guerra del Atlántico Sur

The Anglo-Argentine armed conflict of1982: an analyses about the peculiarities of the South Atlantic War's morphologie

 

Claudio Gallegos

Marcos Fernández Peña

 

Resumen

El conflicto bélico que protagonizaron en 1982 Argentina y Reino Unido tuvo, desde la perspectiva de la morfología de la guerra, al menos dos peculiaridades. Por un lado, fue una guerra con características westfalianas: concentró como combatientes únicamente a las fuerzas armadas de dos Estados, en un teatro de operaciones determinado y con un claro comienzo y fin de las hostilidades. Después de Malvinas, la morfología de las guerras cambiaría definitivamente, al punto tal que, en la actualidad, no se ha logrado en el ámbito académico un consenso respecto a qué clasificación teórica es adecuada para abordar a las nuevas formas de la guerra. Por otra parte, para Gran Bretaña, significó el debut de la predominancia de su Complejo Industrial Militar (CIM) en la política exterior respecto de las Islas Malvinas. La decisión de la dictadura militar que a principios de los ochenta gobernaba la Argentina de recurrir a la fuerza para recuperar los territorios ocupados, fue funcional al CIM, que logró contrarrestar la política de ajuste de Thatcher y fortalecerse, transformándose en un actor protagonista en el sostenimiento de la usurpación británica de las islas australes. El propósito de este trabajo es analizar estas dos particularidades que ha arrojado la guerra argentino- británica.

Palabras clave: Guerra, Malvinas, morfología de la guerra, complejo industrial militar.

Abstract

The armed conflict between Argentina and the United Kingdom in 1982 had at least two peculiarities. On one hand, it was a war with westphalian characteristics: it concentrated only the armed forces of two States, in a given theater of operations and with a clear beginning and end of hostilities. After Malvinas, the morphology of wars would change definitively, to the point that, at present day, a consensus has not been reached in the academic field regarding which theoretical classification is adequate to approach the new forms of war. On the other hand, for Great Britain, it meant the debut of the predominance of its Military Industrial Complex (MIC) in foreign policy regarding the Malvinas' Islands. The Argentine dictatorship government choice of using force to reclaim the usurped territories was functional for the MIC, which managed to counteract Thatcher's adjustment policy and strengthen itself, becoming a leading actor in supporting the British usurpation of the southern islands. The purpose of this paper is to analyze these two particularities that the Argentine-British war has produced.

Key words: War, Malvinas, war morphology, military industrial complex.

Fecha de recepción: 4 de marzo de 2022 Fecha de aceptación: 22 de mayo de 2022

Introducción

Aun a cuarenta años del conflicto bélico por Malvinas, las reivindicaciones por la soberanía generan resquemores, por el contexto en el cual se llevó adelante. En este sentido, es necesario continuar con la lucha, que tuvo un indiscutido capítulo en 1982, pero que, en el siglo XXI, busca diferenciarse de los postulados que esgrimió la última dictadura militar, afirmando los principios anticoloniales respecto a los reclamos por la soberanía.[3]

Así, es dable diferenciar el sentido de la soberanía desde el punto de vista político -y como principio rector-, de los intereses militares. En sí, la guerra remite a un acto social y político, mezclado con postulados de la estrategia militar. En otras palabras, el desenlace de las acciones bélicas genera consecuencias sociales y políticas de gran envergadura.

El conflicto que enfrentó a Argentina con el Reino Unido representa el primero de los enfrentamientos bélicos entre fuerzas estatales que protagonizó nuestro país en el siglo XX,[4] y fue escenario de "la batalla naval y aeronaval más grande y en carnizada desde la Segunda Guerra Mundial" (Nievas y Bonavena, 2012:22). Otro dato a considerar se relaciona con la participación, por primera vez, de un país de la OTAN en una guerra regular con teatro de operaciones en un espacio delimitado. Asimismo, se consideró a esta guerra como el primer conflicto misilístico con utilización de tecnología computarizada, dando cuenta de mutaciones en la morfología de la guerra.

Pero lo que interesa destacar es que la guerra en Malvinas representa, quizás, el último "enfrentamiento convencional". Prueba de ello fue el respeto -mayoritario pero no absoluto[5]- por las normativas y leyes internacionales destinadas a los conflictos bélicos. Desde abril de 1982, hasta febrero de 2022, las guerras fueron mutando hacia formas más asimétricas, dando lugar a combates irregulares.

Para la época en que se desató la guerra de Malvinas -1982-, ya se habían producido, en el ámbito estratégico-militar, los cambios que habían marcado el fin de una concepción del modo de combatir. La imagen de la guerra napoleónica, con un frente de batalla determinado, fuera de las ciudades, con los generales utilizando prismáticos, en una posición alejada para observar los movimientos de las tropas (Nievas, 2006:8), era incoherente con lo que sucedía en los campos de batalla, como se vio en las dos Guerras Mundiales -en especial la Segunda-.

Los bombardeos aéreos de las ciudades, los ataques a la población civil, el fenómeno del partisanismo, el gas mostaza, la importancia de la inteligencia militar, entre muchos otros aspectos, marcaron un quiebre en el modo en que se desarrollarían los conflictos bélicos desde fines del siglo XX en adelante.

Aún más, la reciente -para la época en que se produjo el combate en Malvinas- experiencia de Vietnam, dejó en evidencia que había cambiado no sólo el modo de hacer la guerra, sino también la forma en que se obtenía la victoria. La derrota de los Estados Unidos demostró que el superior poderío militar y tecnológico ya no era suficiente para combatir exitosamente a un enemigo fluctuante y con métodos de lucha heterogéneos.

Por estos motivos, el manual que ofrecía Clausewitz (1983:201) en el siglo XIX para obtener la victoria militar final y total, cuya instrucción clave era centrar todo en una batalla decisiva en la que se destruiría la fuerza del oponente, ya, para los tiempos de la guerra de Malvinas, era obsoleto[6].

En esta línea de ideas, es posible afirmar que el conflicto de 1982 fue una verdadera particularidad en lo que a morfología de la guerra respecta. El modo en que se desarrolló la contienda en el Atlántico Sur, a fines del siglo XX, fue sin dudas anacrónico: sólo dos Estados, en unas islas alejadas y poco pobladas, combatiendo con sus fuerzas regulares, por un período de tiempo determinado -con un claro inicio y fin de las hostilidades- y procurando no afectar a la población civil (Nievas y Bonavena, 2012).

Asimismo, la disputa entre Argentina y el Reino Unido incluyó otra peculiaridad: significó la revitalización del Complejo Industrial Militar (en adelante CIM)[7] británico -que se encontraba a comienzos de la década de 1980 en decadencia-, y su reposicionamiento como un actor central -aunque oculto- en la política exterior de Gran Bretaña para sostener la usurpación de las islas.

En contraposición al postulado especulativo del conde de Saint Simón (1999), quien sostenía que el despliegue de la industria terminaría por apagar las guerras, el conflicto de Malvinas demostró que, al menos para ciertas áreas de la industria, la guerra es un catalizador clave.

Con el doble objetivo de analizar la morfología de la guerra de Malvinas y describir el rol del CIM británico en el conflicto, la estructura de este artículo será la siguiente: en primer lugar, se hará referencia a la evolución política de la disputa entre Argentina y Gran Bretaña, dado que es indispensable para entender cuál era el statu quo antes de que se inicien las hostilidades, que explican el desarrollo peculiar de los combates. Como corolario de este último aspecto, en el segundo apartado se hará una breve referencia a algunos aspectos militares-estratégicos del desarrollo del conflicto bélico, a los fines de demostrar la particularidad que significó, en términos de morfología de la guerra, el combate en el Atlántico Sur.

En tercer lugar, se hará alusión al concepto de Complejo Industrial Militar y se describirán las discusiones internas, producidas a inicios de la década de 1980 en el seno del gobierno de Margaret Thatcher, respecto del rumbo que debía tomar el presupuesto militar del Reino Unido. El cuarto apartado estará destinado a analizar el impacto concreto que tuvo la acción de la dictadura argentina para revitalizar el CIM británico y especialmente a la Royal Navy. Finalmente, se concluirá con una breve reflexión final.

La política antes de la guerra: mapeo del conflicto antes de 1982

Si bien, como se ha adelantado en la introducción, las premisas que ofrecía Clausewitz para obtener la victoria militar han devenido obsoletas, una de sus conclusiones sí se mantuvo -y mantiene- como un axioma intemporal: la guerra es la mera continuación de la política por otros medios (Clausewitz, 1983:24).

En esa línea de ideas, para poder comprender qué política continuó la guerra de Malvinas, es preciso realizar un mapeo general del conflicto y las relaciones argentino-británicas en este tema en el período inmediato previo a 1982. El espacio temporal de análisis abarcará desde 1965 -fecha de la Resolución 2065 de la Asamblea de las Naciones Unidas- hasta el comienzo de la guerra.

El amparo multilateral para la resolución de la cuestión Malvinas advino en 1965, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas (en adelante AGNU) emitió la famosa Resolución 2065 (XX), mediante la cual reconoció en forma explícita que la disputa entre Argentina y Gran Bretaña era de soberanía, y se invitó a ambos países a proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el Comité Especial de Descolonización. Además, la resolución exigía que se informe acerca del resultado de las negociaciones.

Las negociaciones comenzaron en 1966, con la reunión de los ministros de Relaciones Extranjeras argentino y británico, quienes emitieron un comunicado conjunto que expresó la voluntad de "proseguir sin demoras las negociaciones reclamadas por la Resolución 2065" (Cisneros y Escudé, 1998: XII, 52). Mientras se estaban produciendo esas conversaciones, un grupo de militantes argentinos llevó adelante, el 28 de septiembre de 1966, la Operación Cóndor[8]. Este hecho hizo que Londres decidiera estacionar en las islas a un pequeño contingente de soldados de la infantería de marina (Simonoff, 2015:372). Hasta ese entonces, sólo existía en las islas una pequeña fuerza policial.

En agosto de 1968, el embajador argentino en Londres, llegó a un acuerdo con el encargado británico de negociar con Argentina, por el que se adoptó un "Memorando de Entendimiento". Según éste, el Reino Unido concedería a Argentina la soberanía sobre las islas, a cambio de que se aseguraran las comunicaciones entre éstas y el continente, y se garantizaran los intereses de los isleños (Maffeo, 2002:5).

En octubre de ese año, durante las reuniones de la AGNU, Argentina aceptó el contenido del Memorando, y los ministros de relaciones exteriores de cada gobierno coincidieron en que sólo restaba firmarlo y publicarlo. Sin embargo, la demora en la firma del acuerdo activó el lobby isleño en el Parlamento británico, que en diciembre de 1968 rechazó el Memorando y estableció que el Reino Unido sólo estaría dispuesto a ceder la soberanía sobre las islas con la condición que se respetaran los deseos -y no meramente los intereses- de los isleños[9].

Éste último rechazo, junto a la posición de apoyo a la autodeterminación de los isleños que tomó el Reino Unido, produjo un estancamiento en la negociación, que se vio tibiamente reactivado en 1971. En ese año se firmó un "Acuerdo de Comunicaciones", en el que no se analizó la cuestión de fondo -la soberanía-[10].

En 1973, ante la falta de respuesta británica con respecto de la cuestión de fondo, el gobierno argentino impulsó una nueva Resolución de la AGNU. La Asamblea dio curso al reclamo argentino y emitió la Resolución 3160, mediante la que solicitó a ambos Estados que "aceleren las negociaciones previstas" y que "prosigan sin demora las negociones para poner término a la situación colonial" (AGNU, Resolución 3160).

En 1974, los británicos presentaron una propuesta innovadora: ofrecieron un condominio conjunto sobre las Islas. Según Ortiz de Rozas (2011:161-162) el entonces Presidente Perón era favorable a aceptar esta oferta, pues entendía que, una vez instalada Argentina como condómino, el objetivo de la soberanía no estaría lejos de obtenerse. Sin embargo, dentro de los cambios que sobrevinieron a su muerte, también se incluyó el tema Malvinas, ya que la nueva Presidenta -María Estela Martínez- decidió no seguir ese camino (Nievas y Bonavena, 2012:13).

Como se ha visto a lo largo de estos dos apartados, el historial de fracasos en las negociaciones es frondoso. Sin embargo, a pesar de tantos diálogos infructuosos, el conflicto, hasta 1976, nunca había escalado al enfrentamiento armado, más allá de lo ocurrido con la mencionada Operación Cóndor.

La tensión de la disputa comenzó a subir en 1976, cuando las necesidades de provisión de recursos energéticos impulsaron a los británicos a enviar una misión de investigación al Atlántico Sur que explorase los recursos disponibles en el área [11](Simonoff, 2015:376). Esta decisión generó el desagrado del gobierno argentino, que lo consideró una acción unilateral, y luego de la negativa británica a la propuesta de llevar a cabo una exploración conjunta, se terminó en una escalda diplomática que concluyó con la ruptura de relaciones (Lanús, 1986:II, 203).

En 1978 se reanudaron las relaciones y ambas partes acordaron la necesidad de celebrar una reunión anual para discutir la cuestión; sin embargo, volvieron a presentarse diferencias en torno a la incorporación de los isleños a la negociaciones y a la contemplación de sus "deseos", puntos que la Argentina rechazó, al igual que la propuesta de declarar a las Malvinas dominio argentino y al mismo tiempo firmar un arriendo de ellas para el Reino Unido por un largo plazo[12] (Terragno, 2006:164).

En 1980, el ministro de economía Martínez de Hoz, expresó la conveniencia de elaborar planes conjuntos para la explotación de petróleo y recursos pesqueros en la zona de Malvinas al tiempo de discutir la soberanía en las islas.

Sin embargo, las internas de la dictadura militar llevaron al reemplazo tanto de Martínez de Hoz como del Presidente de facto Jorge Rafael Videla por Leopoldo Galtieri. La llegada de éste último al poder significó el endurecimiento de la posición argentina, que culminaría con el enfrentamiento armado en el Atlántico Sur.

La guerra de 1982: continuación de la política por otros medios. Lado argentino

Thomas Hobbes (2013:88) afirmaba que "la guerra no consiste solamente en batallar, en el acto de luchar, sino que se da durante el lapso de tiempo en que la voluntad de luchar se manifiesta de modo suficiente". En ese sentido, la voluntad de hacer la guerra de la dictadura argentina ya estaba en marcha a fines de 1981.

Galtieri, poco después de asumir, instruyó a su Canciller Costa Méndez entorpecer las negociaciones, al proponer un plazo de imposible cumplimiento para los británicos (Ortiz de Rozas, 2011:259-265). Asimismo, el 15 de diciembre de 1981, el entonces almirante Jorge Isaac Anaya -jefe de la Armada- convocó al vicealmirante Juan José Lombardo a una reunión secreta en la cual le encargó preparar un plan de desembarco en las islas Malvinas (Cardoso, Kirschbaum y Van der Kooy, 1992:21).

No obstante, la voluntad de luchar no se había manifestado aún de modo suficiente, dado que, en el ámbito público, tanto para mantener las apariencias como para ganar tiempo en la preparación, el Estado argentino fingió continuar las negociaciones, aunque endureció en forma progresiva su postura. En enero de 1982, exigió al Reino Unido reuniones mensuales -en lugar de las anuales-; y, el 26 de febrero, declaró que cualquier conversación futura debía presuponer la soberanía argentina (Reisman, 1982:311).

En marzo de 1982 la dictadura argentina comenzó el proceso que desembocaría en el conflicto armado. El 1° de marzo -dos días después de concluida la ronda de negociaciones descripta en el párrafo anterior- el canciller Costa Méndez declaró que, si éstas no se aceleraban, Argentina "mantenía el derecho de poner término al funcionamiento de ese mecanismo -la negociación pacífica- y de elegir libremente el procedimiento que mejor consulte a sus intereses" (Cardoso, Kirschbaum y Van der Kooy, 1992:59).

El hecho desencadenante de la guerra fue la denominada "crisis de los chatarreros" del 19 de marzo de 1982 (Moro, 1985:30 - 35). Constantino Davidoff, empresario argentino, ancló ese día en la Isla San Pedro -integrante de las Georgias del Sur- a bordo del buque Bahía Buen Suceso, con 41 obreros a bordo para comenzar a ejecutar un contrato que había celebrado con una empresa de Edimburgo, cuya celebración había sido comunicada a las autoridades de las islas.

Sin embargo, al desembarcar en Puerto Leith, se encontró con tres miembros de la British Antarctic Survey, quienes indicaron al capitán del buque que debía embarcar todos los materiales desembarcados y recalar en Grytviken (asentamiento británico). Ante la negativa de los argentinos, el hecho fue comunicado al gobernador de las islas, y posteriormente a Londres. El mensaje que se transmitió fue que un grupo de civiles y de militares argentinos habían invadido la Isla San Pedro (ibíd., 36).

El 20 de marzo Londres presentó una protesta y exigió que las personas desembarcadas abandonaran las islas inmediatamente, o el gobierno inglés tomaría las medidas que considerara más convenientes. La respuesta argentina fue que el buque abandonaría Puerto Leith al día siguiente, que no había personal militar ni armas de guerra a bordo del mismo, y que el contrato que Davidoff estaba ejecutando era conocido por las autoridades, por lo que estos hechos no tenían la trascendencia que los británicos pretendían otorgarle.

El buque abandonó la isla, pero dejó en ella a los obreros. El 23 de marzo, el embajador británico en Buenos Aires comunicó al Ministerio de Relaciones Exteriores argentino que el buque Endurance llegaría a Puerto Leith al día siguiente con el fin de desalojar a los obreros argentinos. La respuesta de Casa Rosada fue que los trabajadores no serían evacuados, y que no se permitiría su evacuación por la fuerza.

El 25 de marzo el embajador británico manifestó a las autoridades argentinas que los obreros podrían permanecer en San Pedro solo si se presentaban en Grytviken a sellar sus pasaportes. Ésta fue la última gestión pacífica entre ambos países hasta 1990.

El 26 de marzo, los altos mandos militares argentinos, se reunieron y decidieron ejecutar la llamada "Operación Rosario", que consistía en el desembarco de militares en las Islas Malvinas para desalojar a las fuerzas armadas y autoridades británicas, y recuperar la posesión de las islas, sin ejercer la violencia (Coconi, 2007:12). La idea de la Junta militar era "golpear primero" y obligar al Reino Unido a negociar, desde una posición de fortaleza (Nievas y Bonavena, 2012).

En forma concomitante, el gobernador británico de las Islas Malvinas, informado de que buques argentinos se dirigían a las mismas con la intención de invadirlas, recibió la orden de hacer regresar al Endurance, que se dirigía a las Islas Georgias para expulsar a los trabajadores de Davidoff.

Morfología del inicio de la guerra: particularidades

El desembarco de las tropas argentinas, 4 km al sur de Puerto Argentino, se produjo a las 6 horas y 22 minutos del 2 de abril de 1982 (Maffeo, 2002:7). Las peculiaridades de esta contienda, anticipadas en la introducción, es posible advertirlas ya desde su inicio. Previo a tocar tierra, el Contraalmirante Busser, Comandante de la Fuerza de Desembarco argentina, a bordo del buque ARA Cabo San Antonio, les anunció en un discurso a sus tropas que

En estas islas vamos a encontrar una población con la que debemos tener un trato especial. Son habitantes del territorio argentino...ustedes deberán respetar la propiedad y la integridad de las personas. No entrarán en ninguna residencia privada ... respetarán a las mujeres, niños, ancianos y hombres (Moro, 1985:57).

A esta orden precisa de no producir bajas civiles ni violar los derechos de ningún habitante de las Islas -nuevamente, una rareza a fines de siglo XX-, se siguió otra, que también parece más propia de los combates del absolutismo que de las guerras totales del siglo XX: "Serán duros con el enemigo, pero corteses ... si alguien incurre en violación, robo o pillaje, le aplicaré en forma inmediata la pena máxima" (ibíd. :58).

Luego de este primer desembarco, se sucedieron otros en las horas siguientes[13] y las fuerzas armadas argentinas llegaron a la Casa de Gobierno, donde, después de una breve escaramuza, rindieron las fuerzas británicas.

Por otra parte, el 3 de abril, el Grupo de Tareas 60.1- al mando del Capitán Trombetta- tomó Grytviken. Las órdenes habían sido las mismas que para el desembarco en Puerto Argentino: tomar la isla produciendo el menor daño posible al enemigo (Moro, 1985: 64). Esa orden fue cumplida con precisión -un solo soldado británico herido en un brazo- aún a costa de las propias tropas: del lado argentino hubo tres muertos, siete heridos -dos de gravedad- un helicóptero destruido y una corbeta averiada (ibíd.).

La evidencia indica que la decisión de que la recuperación de las islas tuviera este carácter de mínimas bajas enemigas y respeto a la población civil, más que en un propósito humanitario específico, se debió al cálculo estratégico que realizó Galtieri. En ese sentido, el dictador había evaluado que el apoyo que las Fuerzas Armadas argentinas habían brindado a los norteamericanos en Centroamérica - es decir, financiar y capacitar a la Contra nicaragüense-, en conjunto con la toma prácticamente sin bajas de las Islas, sería suficiente para que Ronald Reagan abandonara a Margaret Thatcher -su principal aliada en Europa- y respaldase a la Argentina en esta aventura militar (Simonoff, 2015:378).

A diferencia de las cúpulas militares, Terragno (2002:161) advirtió que

si la suerte de la guerra le fuera desfavorable en los tramos iniciales, Gran Bretaña no reconocería límites a su acción bélica posterior ...

cuando una potencia ... con una responsabilidad central en la estrategia de Occidente, se decide a entrar en guerra con un país del tercer mundo, no puede permitirse sino el triunfo.

Los hechos demostraron lo acertado de este pronóstico y el grave error de Galtieri: si la reacción británica en el incidente de los chatarreros de Davidoff ya había sido violenta -alentada, como lo exponen Cardoso, Kirschbaum y Van der Kooy (1992:80) por la Royal Navy y el ala más conservadora del gobierno de Margaret Thathcer-, la toma de Puerto Argentino y de Grytviken fueron el puntapié para que el lobby industrial-militar británico lograse revitalizar la Armada y revertir el proceso de ajuste que había decidido su Primera Ministra.

En síntesis, la previsión de la dictadura militar de que la estrategia de recuperación rápida y sorpresiva del territorio conjunto a una forma de hacer la guerra caballeresca evitaría la respuesta armada del Reino Unido, no tuvo su correlato con lo que sucedió a continuación.

La reacción del Reino Unido: la revitalización del Complejo Industrial Militar

La política naval del gobierno de Margaret Thatcher en 1980 puso el eje en los submarinos, el poder nuclear disuasorio y las operaciones antisubmarinas por encima de un esquema tradicional más costoso dentro de las fuerzas. El gobierno tory evaluó que la Royal Air Force (RAF) podía cubrir cualquier conflicto que sucediera en Europa del Norte, y, por lo tanto, entendió que no había necesidad de contar un poder aéreo orgánico con el mar, más allá de la aviación marítima tradicional (Winer et. al., 2018).

Asimismo, el gobierno conservador estaba atravesando una crisis de inflación y desempleo, en el contexto de un mundo en recesión económica y aumento del valor de la Libra Esterlina, que ocasionó una merma en los mercados internacionales y domésticos, a raíz de lo cual surgieron una serie de cuestionamientos internos acerca de la eficiencia del Ministerio de Defensa y se impuso una política de ajuste y recortes (Cooper 1987:109).

En este marco, la Primera Ministra previó un recorte a principios de 1981 que afectaría todas las capacidades convencionales de las FF.AA. en general y en especial de la Royal Navy. Siguiendo esa línea de acción, se puso en venta el HMS Invincible, y el portaviones HMS

Hermes fue asignado a desguace junto con la Fearless y la Intrepid - naves de asalto-.

A su vez, se planificó reducir el número de fragatas y destructores de 59 a 42, y se abandonaron todos los planes modernización de naves en existencia, resignando también la adquisición de nuevas naves. En su lugar, se introdujo un nuevo tipo de embarcación de bajo costo y capacidades reducidas, la Type 23 (Ministry of Defence, 1981:8-10).

Este es el punto en el que la Guerra de Malvinas jugó un rol clave para la reversión de esta tendencia dentro del área de la Defensa: a menos de un año de la decisión de Thatcher, el conflicto le otorgó a la Royal Navy el argumento ideal para poner en valor el activo que representaba una flota capaz de operar por fuera de las áreas convencionales de la OTAN.

La Marina Real es uno de los máximos representantes del CIM, y su líder, Sir Henry Leach, First Sea Lord (Primer Señor del Mar), fue el responsable de sugerir un desenlace bélico a la tensión producida por las acciones argentinas. En contra de la opinión de todo el gabinete, Leach convenció a Thatcher[14] para que se enviase una rápida fuerza operativa para retomar las Islas. De este modo, el conflicto en las Malvinas transformó por completo las resoluciones sobre la Defensa y en especial sobre la marina, puesto que la mayoría de los planes de ajuste fueron revisados y anulados (Winer y Melfi, 2020).

Las ventas del Invincible y del Hermes se anularon y se decidió que sus tres portaviones de apoyo permanecerían activos y operacionales. Por último, en 1982, se decidió cambiar los misiles C4 por los D52, en el marco del programa nuclear Trident, lo cual ocasionó un gasto de £7500 millones (UK Public Spending, 2019) por encima de lo estimado en el presupuesto de gobierno.

En conjunto, el Reino Unido envió a las Islas unos 28.000 hombres, repartidos en los tres estamentos de sus Fuerzas Armadas: la Task Force reunió 127 buques en total (Haggart, 1984) e intervinieron en el conflicto unos 271 helicópteros (Moro, 1985:135) y alrededor de 70 aviones entre los Sea Harrier y los Harrier (ibíd.). Las fuerzas terrestres británicas estuvieron compuestas por tropas de la Royal

Marine y los Army Parashooters (paracaidistas), además de numerosos batallones de infantería[15].

En definitiva, la guerra de Malvinas, para el Complejo Militar Industrial británico, fue funcional para revertir la tendencia de la política neoliberal thatchereana en materia de adquisiciones y gasto militar. Gracias a este conflicto, el CIM logró imponer la idea de que existía la necesidad de contar con una sólida Defensa que fuera autónoma de la de la OTAN.

Las dos manifestaciones más importantes de la influencia del CIM en la política post-1982 son la creación de la base portuaria de "Monte Agradable" -Mount Pleasant en inglés- y la construcción de un nuevo aeropuerto militar en Malvinas. La base Monte Agradable inició sus actividades en 1985 y en el presente cuenta con una plataforma naval en Mare Harbour y con una aérea en la región más llana de la Isla Soledad, las que facilitan el acceso al mar y posibilitan el desplazamiento de aviones y helicópteros (Winer y Melfi, 2020:25).

Conclusiones

Resulta interesante recordar que la guerra en Malvinas fue más provocada que buscada, y por ello hay un gran componente de improvisación a considerar. Asimismo, es preciso volver a recalcar que las lecturas geopolíticas realizadas por la Junta Militar, veían lejana la posibilidad de un movimiento de fuerzas por parte del Reino Unido[16]. La situación real fue muy lejana a la imaginada.

En este sentido, el gobierno dictatorial dio paso a una guerra para la que no estaba preparado. Por un lado, el desarrollo de la misma culminaría en la derrota; pero, por otro lado, resolver el conflicto diplomáticamente, antes de que las fuerzas británicas lleguen a Malvinas, podía debilitar las relaciones con la sociedad, que tenía otra perspectiva de su gobierno de facto.

La finalización de la guerra de Malvinas, al igual que su comienzo, reprodujo su doble peculiaridad morfológica y política[17]. A las 9.30 horas del 14 de junio de 1982, el gobernador militar de Malvinas Menéndez se comunicó con el General García, apostado en Comodoro Rivadavia, y le informó que la situación era ya irreversible[18]. García le ordenó aguardar las órdenes de Galtieri.

El presidente de facto, en una breve comunicación, instó a Menéndez a resistir e impulsar las tropas argentinas a la ofensiva[19]; no obstante, le recordó que el comandante de las islas era él, y que debía ejercer sus responsabilidades. Menéndez ordenó entonces a las 10.30 el alto al fuego y quedar a la espera de otras directivas (Moro, 1985:501).

Finalmente, sobre las 20 horas del 14 de junio de 1982, el General británico Jeremy Moore se reunió en el Town Hall de las Islas Malvinas con Menéndez, quien firmó la rendición definitiva de las tropas argentinas. Este último acto refrenda lo advertido en la introducción respecto de la peculiaridad de la morfología de la guerra de Malvinas: la rendición formal de un ejército, a esas alturas de la historia, era una verdadera rareza. Es decir, un documento firmado por las autoridades de ambas fuerzas regulares, fue el que puso fin a la batalla.

En ese mismo sentido se ubica el reconocimiento del valor del enemigo[20] y la aceptación de los ingleses en aplicar la Convención de

Ginebra a los términos de la capitulación (que permitió, entre otros aspectos, que los oficiales argentinos retuviesen el mando sobre las tropas y que las unidades conserven sus banderas). Esta forma de culminar la guerra no volvería a hacerse presente en el mundo post­Guerra Fría.

Por otra parte, como hemos visto, las islas del Atlántico Sur se convirtieron en la cabeza de ariete para que el CIM británico lograse reposicionarse en la política exterior de su país. El representante del Reino Unido en la OTAN, en su informe a dicho organismo, admitió la estrecha interrelación entre industria, Estado y guerra:

Posiblemente no hubiéramos podido enfrentarnos con las enormes cantidades de material y personal a mover hacia el Atlántico Sur con la Armada y la Flota Auxiliar solas, aunque utilizamos el 85% de esta última. Pero con la excelente cooperación del Departamento de Comercio, fue posible fletar y requisar todos los barcos que necesitábamos (Moro, 1985:139).

De este modo, la guerra de Malvinas significó un verdadero punto de quiebre en los dos sentidos: fue el último estertor de un modo de hacer la guerra que hacía rato se encontraba moribundo, y, al mismo tiempo, dio un impulso inusitado al gasto militar británico en el Atlántico Sur.

El Comodoro Rubén Oscar Moro, quien participó de los combates, logró resumir lo especial de Malvinas en unas pocas líneas:

En los albores del siglo XXI, este acontecimiento revestía características inusitadas: el colonialismo de nuestros días no viaja ya con formidables armadas imperiales, sino en los portafolios de no menos temibles banqueros y financistas internacionales (1985:139).

En 1982, Galtieri y la cúpula militar de la dictadura reactivaron el CIM británico en Malvinas, y, hasta la actualidad, no hubo forma de detenerlo. El desarrollo exponencial que el Reino Unido ha propulsado en Monte Agradable[21] ha convertido a las Malvinas en una de las zonas más militarizadas del mundo, en la cual operan sus tres armas (Real Fuerza Aérea, Marina Real y Ejército Real).

La también denominada "Fortaleza Malvinas", tiene apostados en forma permanente alrededor de dos mil efectivos, mientras que la población civil de las islas ronda las tres mil personas. La manutención de esta base -que, por otra parte, es el complejo militar más importante de toda América Latina- cuesta más de 60 millones de libras anuales (Bilmes, 2021).

Tanto las prospectivas de inversión[22], la proyección hacia la Antártida, y las presiones del Complejo Industrial Militar, auguran que Monte Agradable no será desmantelada en el futuro próximo.

Para el Reino Unido, mantener las islas Malvinas -sin importar la legitimidad o no de esa posesión- ha pasado a ser una prioridad, en pos de continuar con la posibilidad de desplegar sus fuerzas a escala mundial.

 

Lista de referencias

Asamblea General de Naciones Unidas. Resolución 3160 (XXVIII).

Bilmes, J. (2021). "La Cuestión Malvinas ante la crisis y transición del sistema mundial: perspectivas frente al Brexit", en Geograficando, vol. 17, n° 1, mayo - octubre                            2021.                              Disponible                               en:

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[1]Doctor en Historia por la Universidad Nacional del Sur (UNS). Investigador adjunto del Conicet, en el Instituto de Investigaciones Económicas y sociales del Sur. Profesor adjunto y subsecretario de Derechos Humanos, UNS.

"Abogado por la Universidad Nacional del Sur y maestrando en Políticas y Estrategias por la misma Universidad. Becario doctoral del Conicet, en el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales del Sur.

[3]  Como bien sostienen Flabían Nievas y Pablo Bonavena, alejarse de las teorías que indican que la causa por Malvinas representa una prolongación de la dictadura en las islas. Vale decir que se observa el tenor político del conflicto, que se aleja del reclamo anticolonial (2012:11)

[4] El segundo de ellos lo representa la participación argentina en la invasión a Irak (Bonavena, 2006:21)

[5]    Cabe destacar que existen reclamos de violaciones de tratados internacionales vinculados también con la protección de los derechos humanos. Por otro lado, también se confirmó el uso de fósforo blanco y napalm, ambos prohibidos por la Convención de Ginebra, sumado a la utilización de bobas racimo o beluga por parte del Reino Unido (Bonavena, 2006).

[6]  El cambio en la concepción de lo que significa la victoria militar puede ilustrarse con una anécdota recogida en el libro de Summers (1982:1). El Coronel norteamericano Harry G. Summers Jr. dice que, en abril de 1975, sostuvo una conversación en Hanoi con su par norvietnamita, a quien le dijo: "Ustedes saben que nunca nos derrotaron en el campo de batalla". A lo que el norvietnamita respondió: "Puede ser, pero eso es absolutamente irrelevante".

[7]   Winer y Melfi ofrecen una definición básica del CIM explicando que se trata de "una coalición de intereses y de relaciones establecidas entre distintas agencias públicas y la industria privada, con la capacidad de ejercer influencia en la agenda de la política exterior de una nación, en provecho de sus propios intereses antes que en el interés general del Estado" (2020:39).

[8]  Se llamó así al operativo mediante el cual un grupo de argentinos secuestró un avión de Aerolíneas Argentinas que se dirigía a Rio Gallegos y lo desvió hacia Puerto Argentino (Stanley en la toponimia británica) con el fin de izar una bandera nacional.

[9]   Para aclarar la diferencia entre deseos e intereses, es clarificadora la caracterización que hace González Napolitano: "La población de las Islas Malvinas es una minoría que goza de los derechos que poseen estos grupos ... En su calidad de minoría que habita en una porción de territorio cuya soberanía reclama la Argentina, los isleños poseen derecho al respeto de su organización política, social y cultural. Estos derechos, no obstante, no los legitima como titulares del derecho a la autodeterminación" (2015:438).

[10] El Acuerdo se limitó a la adopción conjunta de ciertas medidas prácticas tales como el establecimiento de un servicio regular por mar hacia y desde las islas a cargo del Reino Unido, la agilización del envío de correspondencia, el establecimiento de un servicio aéreo semanal a cargo de la Argentina y la emisión de un documento para los isleños, que les permitiría ingresar y desplazarse por el territorio argentino (Maffeo, 2002:6).

[11]             Conocida como la expedición Shackleton

[12]  El rechazo al arriendo se debió al temor de que esta opción fuera empleada por Gran Bretaña como pretexto para dilatar indefinidamente las negociaciones, visto que hasta ese momento el tema del "arrendamiento" nunca había sido expresamente incluido en las conversaciones oficiales.

[13]  La Fuerza de Desembarco se integró con el Batallón de Infantería de Marina n° 2, una Agrupación de Comandos Anfibios, una Sección de Tiradores del Ejército, un Grupo de Comandos Anfibios y una reserva. Estas tropas fueron trasladadas por los buques Cabo San Antonio, Almirante Irizar, e Isla de los Estados. Como escolta y tareas especiales se sumaron las fragatas Hércules y Santísima Trinidad, las corbetas Drumond y Granville y el submarino Santa Fe (Moro, 1985:58).

[14]   Apoyado también sobre el eje mediático controlado por el CIM. Las ediciones del 3 de abril de los periódicos británicos incitaban a la población a apoyar la guerra: por ejemplo, la tapa del Daily Telegraph rezaba en grandes letras "HUMILIATION" (humillación) y la del Daily Mail "SHAME" (vergüenza) (Moro, 1985:67).

[15]  La movilización de esa cantidad de soldados, buques y aeronaves -todas fuerzas regulares del Estado británico- con los problemas logísticos que implicó, es al mismo tiempo una muestra de la peculiar morfología de esta guerra, y una demostración de la influencia que adquirió el CIM en las decisiones bélicas. La proeza logística británica para movilizar esa cantidad de tropas y materiales puede profundizarse en Nievas y Bonavena, 2012; y Moro, 1985.

[16]  Sus proyecciones consideraban la gran distancia espacial, el pronto arribo del invierno, movilizar un ejército que poco formado estaba para combatir con las características de las islas, la crisis económica de la potencia europea, etc. Asimismo, para ese momento los kelpers no eran considerados ciudadanos británicos.

[17]  Finalmente, la guerra se pierde producto de la imprevisión de la Junta Militar, unido a la falta de una conducción seria. La asimetría técnica, si bien fue real, no representó el argumento que explica a derrota.

[18]  Para esa fecha, Argentina ya había perdido posiciones en los montes, tenía las tropas de infantería completamente dispersadas y había perdido grupos enteros de artillería, además de su portaaviones estrella, el Belgrano.

[19]  Cardoso, Kirschbaum y Van der Kooy, (1992:318) citan textualmente a Galtieri, quien habría dicho "Reagrupen a las tropas y salgan adelante...hay que pelear, Menéndez. (...) Yo lo único que le puedo decir, es que peleen". Para profundizar la divergencia entre Menéndez y Galtieri se recomienda la lectura de Manson, 2010:230.

[20]   El representante de la Royal Navy, durante las discusiones sobre la rendición, elogió la bravura y el coraje con que habían luchado las tropas argentinas, especialmente los infantes de marina (Ministry of Defence, 1982).

[21]  En 2016, la Secretaría de Infraestructura del Departamento de Defensa del Reino Unido, encargó a la empresa Trant Engineering Ltd., la ampliación avanzada de la planta de energía que abastece la isla por 55,7 millones de libras esterlinas (Winer y Melfi, 2020:27). Esto es parte del compromiso de más de 180 millones de libras estipulado por el Reino Unido para la próxima década, destinado a la modernización de la infraestructura militar (Ministry of Defence, 2016).

Este mismo año, en enero de 2022, el Ministerio de Defensa británico anunció la puesta en servicio operativo de una nueva gestión del tráfico aéreo para sus fuerzas armadas, a través de un contrato por 1500 millones de libras esterlinas con la empresa Aquila Air Traffic Management Service. Las variaciones se implementarán para 2024, en diversas áreas dependientes del imperio británico, incluidas Chipre, Gibraltar y las islas Malvinas (Ministry of Defence, 2022).

[22]  Además de la mencionada con anterioridad, el Reino Unido ha realizado también un contrato por 19 millones de libras con la firma VolkerStevin (Ministry of Defence, 2016) para mejorar la infraestructura militar en Mare Harbour, lo que permitirá el abastecimiento de buques grandes de alto calado; y un contrato por 180 millones de libras con las firmas AAR Airlift y British International Helicopters por el servicio de dos helicópteros (Winer y Melfi, 2020:62). En suma, el Reino Unido ha anunciado inversiones por 300 millones de libras esterlinas para mejorar los sistemas de comunicaciones, renovar el sistema de defensa aéreo y desarrollar la infraestructura militar (Hang y Dojas, 2016:373).

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