CREENCIAS CONTEMPORÁNEAS Y CONSUMO DE SUSTANCIAS PSICOACTIVAS
En este trabajo se propone reflexionar sobre las implicancias de las ideas filosóficas implícitas que subyacen a la creciente problemática social de consumo de sustancias psicoactivas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se define como psicoac-tiva a toda sustancia que, introducida en el organismo, por cualquier vía de administración, produce una alteración del funcionamiento del sistema nervioso central del individuo, la cual modifica la conciencia, el estado de ánimo o los procesos de pensamiento (United Nations 1988). El consumo de estas sustancias no solamente puede terminar en una dependencia física o psicológica, que deteriore todas las áreas de la vida de una persona, sino que también su abuso puede generar conductas violentas, incidentes de tránsito (Tolstrup et al. 2021), muerte prematura (Torres et al. 2021), embarazos no deseados o alterar el neurodesa-rrollo (Sivolap 2015) y desencadenar desde fallas cog-nitivas (Weiss et al. 2014) hasta enfermedades discapacitantes como la demencia (Sharma et al. 2020). No obstante, su consumo y problemáticas asociadas han aumentado en los últimos años en disímiles países, clases sociales y culturas (NIDA 2020).
Es posible que haya ciertos factores de la filosofía contemporánea predominante que en cierta forma promueva estas conductas. Algunas características de esta filosofía que podemos proponer son:
• la diversión como valor fundamental (Rojas 2012) junto a la asociación de la necesidad de consumir para lograr divertirse, como tanto se promueve en las publicidades de bebidas alcohólicas y lugares de entretenimiento nocturno;
• la filosofía de la inmediatez o la idea de vivir estrictamente el momento (Barimboim 2020) y omitir el pensamiento sobre un futuro incierto;
• la moral estadística o relativismo moral (Emilio y Duque 2014) en la que se debe hacer lo que haga la mayoría porque es lo que debe ser correcto, a pesar de que sea erróneo existe una percepción generalizada de que la mayoría de la población consume alguna droga de abuso sin repercusión alguna;
• la relativización del conocimiento, considerando a la ciencia como una creencia, y un fenómeno de an-ti-ciencia o anti-intelectualismo (Diethelm y McKee 2009), asociado a este fenómeno se busca asociar a la medicina con el capitalismo de la industria farmacéutica y las drogas como una alternativa naturista y antisistema;
• la creencia del consumo como facilitador de la creatividad;
• la pérdida de habilidades sociales en mundo digital
y la necesidad de desinhibirse para interactuar personalmente;
• la promoción de los excesos, promovidos con frases publicitarias como “desafía tus límites” y “las reglas están para romperlas”;
• la inmersión en una cultura líquida del desapego (Bauman 2010), de la dispersión y sin referentes a seguir;
• el egocentrismo emergente de la sensación de autosuficiencia y de anonimato en la multitud (Huxley 2011), donde la otredad se invisibiliza;
• la idealización de la locura y la búsqueda de la manía;
• el consumismo como objetivo en sí mismo.
Para comprender el impacto social y la necesidad de consumo de sustancias psicoactivas, cabe destacar algunas propiedades de sus efectos biológicos. Gran parte de las sustancias más usadas, como alcohol, benzodiacepinas, cocaína, marihuana, heroína, keta-mina y opioides comparten la característica de tener propiedades anestésicas (Seward 2009). En la unidad indisoluble cuerpo-mente, es imposible diferenciar entre un anestésico físico y uno psíquico. La anestesia, es decir la pérdida de la sensibilidad, aplica tanto al dolor físico como al psíquico. De esta manera, no resulta extraño que muchos individuos busquen aliviar el malestar emocional mediante estas sustancias. Más aún, en el contexto de creencias descriptas más arriba y asociadas a la estigmatización de la psiquiatría y a las dificultades de acceso a los servicios de salud mental. Esta problemática se acrecienta si consideramos que también según la Organización Mundial de Salud, la depresión es la enfermedad que más discapacidad genera en el mundo (World Health Organi-zation 2021) .
Respecto a la idea del uso de drogas como promotoras de la creatividad, se podría realizar otra hipótesis según la cual, los grandes artistas suelen ser personas más sensibles y vulnerables al malestar de su entorno, en tanto sería más fácil de entender por qué buscarían más frecuentemente el uso de sustancias con estas propiedades anestésicas. También se destaca el concepto, históricamente mencionado, de que cuando existe un malestar generalizado en el que cada individuo no se siente capaz de autorrealizarse y mejorar su entorno, aumenta el consumo, que también podría ser promovido como anestésico social para evitar conductas rebeldes. También relacionado a la necesidad de escapar de un malestar motivado por una realidad adversa, es comprensible el uso de sustancias que tengan efectos disociativos, tales como el éxtasis, el ácido lisérgico, las anfetaminas y la marihuana (Seward 2009) .
Otra característica que tienen en común muchas de las sustancias más frecuentemente consumidas es la de ser psicoestimulante (Seward 2009) , como por ejemplo la nicotina, la cocaína, las xantinas, la efedrina y las anfetaminas. Esta propiedad puede ser buscada para exceder los límites fisiológicos de la duración de una fiesta, de jornadas hiperextendidas de trabajo o estudio, para una mayor productividad. Además, pueden ser elegidas para contrarrestar una carencia de motivación y desánimo, o para compensar la somnolencia generada por otras sustancias sedativas como el alcohol. Es importante destacar que un porcentaje importante de consumidores de psico-estimulantes tienen un Trastorno por Déficit Aten-cional no diagnosticado o no tratado médicamente (Ozgen et al. 2021) , con lo cual estas personas las estarían usando a modo de automedicación para paliar sus síntomas. Dada la mencionada presión social por los excesos, el aumento de la depresión y la pérdida de habilidades sociales en una creciente vida digital, pareciera que las personas requieren cada vez más el uso de sustancias desinhibitorias para cumplir con las conductas esperadas. También la tendencia indicaría que uno debe mostrarse consumiendo para impresionar divertido y relajado. Un reflejo de esta tendencia a normalizar el consumo y mostrarlo como sinónimo de diversión, puede verse en las canciones contemporáneas y sus videos musicales.
La diversión como principal fuente de motivación se combina con la filosofía de la inmediatez, desde la cual se prioriza el placer a corto plazo por sobre el mediano y largo plazo. Pareciera que se busca “vivir el momento” en una diversión permanente y sin lugar para pensar en las consecuencias futuras de ese momento. Todo debe obtenerse en forma inmediata o la atención se dispersará hacia otro objeto de fácil acceso. “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya” suele publicarse en redes sociales. No hay tiempo que perder, el momento es ahora. Esta ansiedad sumada al estilo de vida contemporáneo y la distracción permanente del mundo digital, con estímulos cada vez más intensos y fugaces, no dan lugar a la introspección, a la crítica y al análisis en profundidad. Realizar estas actividades parecería cada vez más tedioso. Así es más sencillo caer en falsas dicotomías o en tendencias de masas, dado que no hay tiempo para analizar matices. Para lograr este placer inmediato, sin grandes esfuerzos, se promocionan las sustancias psicoac-tivas como la gran solución. Y si los médicos o toxi-cólogos advierten lo contrario, la ciencia es solo una creencia más, una opinión, tan válida como la de un video de internet que describa la contrario. Los que promocionan la venta de sustancias, responderán que los representantes de la academia son las autoridades opresoras aliadas del capitalismo y que consumir debe constituirse como un acto de rebeldía al sistema. Cabe destacar que la mayoría de las publicidades apuntan a la población más vulnerable por su estado de desarrollo físico y psicológico, los adolescentes. Justamente en esta etapa vital y del neurodesarrollo en donde se tiende a poner a prueba los límites y en la búsqueda de encajar en grupos sociales, es donde se maximiza la unión entre demanda y oferta (Thomasius et al. 2020). Debido al desfasaje en el desarrollo de la corteza prefrontal respecto al sistema límbi-co en esta etapa de la vida, se favorece la aparición de conductas de riesgo, sin la plena capacidad reflexiva e inhibitoria. A la vez que es el período de más riesgo para alterar el neurodesarrollo, de sufrir accidentes o suicidios, como principales causas de mortalidad. La menor percepción de riesgos como característica intrínseca a la adolescencia, sumada a los efectos desinhibitorios y euforizantes de las sustancias psicoactivas generan una sinergia para el riesgo de embarazos a edad temprana, adquisición de enfermedades de transmisión sexual, incidentes de tránsito o conductas violentas. En Argentina por ejemplo la edad promedio de inicio de consumo de sustancias psicoactivas es de 13 años (OAD 2017) , muy lejos de la edad permitida para consumo de sustancias legales, a los 18 años y más aún de la edad promedio de madurez del neurodesarrollo a los 25 años. La adquisición del hábito de consumo en estas edades tan tempranas, de mayor vulnerabilidad e inmadurez para la toma de decisiones, pueden condicionar el futuro de gran parte de la población. Por ejemplo, ya es habitual encontrar pacientes con múltiples hospitalizaciones a menos de 25 años edad, debido a una adicción establecida por más de 10 años de carrera de consumo. No solo atravesados por problemas de salud, sino también con causas judiciales por conductas delictivas en estados de intoxicación o en búsqueda de recursos para calmar una abstinencia intolerable. Todo esto complica aún más el futuro de los jóvenes y disminuye las posibilidades de autorrealización y de salir de este círculo vicioso.
Desde el punto de vista médico, vale destacar el concepto de dosis. Es habitual escuchar en los medios de comunicación que una persona falleció por una “sobredosis” de alguna sustancia psicoactiva. Para que un fármaco sea autorizado para el uso médico en el tratamiento de una determinada condición, deben realizarse estrictos estudios para esclarecer un rango de dosis terapéutica, donde los beneficios del uso del fármaco superen el riesgo de consecuencias adversas para la salud. Pero en el caso de sustancias sin uso médico autorizado, no existe una dosis terapéutica o segura. Al contrario, como cualquier dosis de muchas de estas sustancias es perjudicial para la salud, son consideradas directamente como tóxicos, legales como el tabaco o ilegales como la cocaína. De hecho, difícilmente el consumidor pueda conocer con certeza la sustancia y la concentración que está adquiriendo. Para algunas sustancias como la cocaína o drogas sintéticas es posible fallecer con el consumo de una monodosis experimental de la sustancia (Hendrickson et al. 2008), como ha sucedido en múltiples fiestas, por ejemplo, por arritmias cardíacas y fallas renales agudas en personas previamente sanas. Por otro lado, otras sustancias que hace décadas eran consideradas como “drogas blandas” demostraron que pueden ser igualmente perjudiciales, como por ejemplo el mayor riesgo de desarrollo de psicosis por el consumo de marihuana en la adolescencia (Funada y Tomiyama 2020) o la mortalidad en incidentes viales bajo efectos del alcohol (Movig et al. 2004).
Como conclusión se propone que para lograr prevenir las problemáticas sociales y de salud asociadas al consumo de sustancias psicoactivas se debería tener presente el contexto filosófico y de creencias sociales que atraviesan especialmente a los adolescentes y jóvenes. Discutir estas ideas prevalentes a temprana edad podría servir como factor protector y disminuir la demanda de consumo de sustancias psicoactivas, con un efecto beneficioso para la salud y trayectoria vital de las próximas generaciones.
CONFLICTOS DE INTERESES
El autor declara que no posee conflictos de interés o relaciones personales que hayan podido influenciar lo enunciado en este trabajo.