En 1976 se publicó, en México, Memorias de un hombre de izquierda, una obra de más de mil páginas en la que el intelectual Víctor Manuel Villaseñor (1903-1981) se afanó en demostrar su coherencia política, laboral e ideológica a lo largo de una vida [1] . Para lograrlo, sobrepasó con creces el género de las memorias, practicando también el análisis historiográfico, el ensayo literario y el alegato político. El relato de Villaseñor cubre siete décadas de la historia de México, en el contexto mundial y con él como protagonista. La construcción de este relato, cuyas mejores páginas no desmerecen un acercamiento literario, tiene dos de sus piedras angulares en sus viajes a Europa y a la Unión Soviética. Estos episodios se convierten, en su narrativa, en experiencia vital que justifica sus conocimientos teóricos y de oídas, su posición ideológica y sus luchas políticas, sobre todo en lo que se refiere a los álgidos años treinta y cuarenta, cuando fue parte activa del cardenismo radical [2] . Este artículo se centra en la narración que hace Villaseñor en sus memorias de esos dos viajes a Europa y la URSS: el primero en 1935, el segundo en 1945-1946. A través del análisis de ambos episodios, aprehendemos la imagen que de la Unión Soviética de los años treinta y cuarenta seguía sosteniendo aún la vieja izquierda prosoviética mexicana en los setenta y demostramos cómo estas narrativas de viaje fueron utilizadas para justificar posiciones políticas, conocimientos, razonamientos e interpretaciones históricas incluso décadas después del momento originario en que se realizaron los viajes.
Hijo único de una acomodada familia porfiriana, Villaseñor se graduó primero en derecho internacional en la Universidad de Michigan y luego, junto a Miguel Alemán y otros miembros de lo que más tarde sería el primer gobierno civil mexicano, en la Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional de México [3] . Según cuenta en sus memorias, a inicios de los años treinta, cuando se encontraba en Washington trabajando y pudo presenciar por sí mismo los estragos del crack del 29, se convirtió al “socialismo científico” buscando dar respuestas a la crisis financiera. Después de vivir un tiempo en los Estados Unidos, donde hizo relación con algunos intelectuales de izquierda prosoviéticos norteamericanos, Villaseñor regresó a México y comenzó a relacionarse también con la izquierda mexicana: hizo buena relación con Vicente Lombardo Toledano, el famoso líder sindical, el “decano del marxismo” en México, en expresión de Barry Carr [4] . De este modo, cuando Lombardo Toledano proyectaba su viaje a la Unión Soviética en 1935 con motivo del VII Congreso de la Internacional Comunista, le propuso a Villaseñor que lo acompañase: cada uno cubriría sus gastos y ambos viajarían con sus respectivas esposas. Lombardo Toledano viajaría, en verdad, con los gastos cubiertos por la Confederación General de Obreros y Campesinos de México. Villaseñor, por su parte, aceptó con gusto, pidió una licencia de tres meses en su trabajo y le asestó, en sus propias palabras, un “sablazo” a sus padres, que fueron quienes le financiaron el viaje al completo (Villaseñor, Memorias1: 358).
Según Daniela Spenser, debieron ser Rafael Alberti y su esposa, Teresa León, “quienes intercedieron, junto con los comunistas mexicanos, para que los funcionarios de la Internacional Comunista invitaran a Lombardo Toledano a visitar la Unión Soviética” (En combate101). Para los comunistas mexicanos era una ocasión ideal para que Lombardo Toledano tomara conciencia de la importancia del Partido Comunista en México y volviera su poderosa influencia hacia ellos, fortaleciendo sus posiciones. En cuanto a la Komintern (la Internacional Comunista o Tercera Internacional), “debió haber tenido sus propias razones para acceder al viaje y colmarlo a él y a sus acompañantes de las atenciones otorgadas a los visitantes distinguidos, de los que esperaba propaganda a favor del régimen de regreso a su país de origen” (Spenser, En combate 102). Es importante recordar, en este sentido, el significado de este tipo de viajes en la época y lo que unos y otros esperaban de ello.
Desde los años veinte, como ha sido bien estudiado, el peregrinaje a la URSS se convirtió en una especie de episodio formativo e informativo de la izquierda [5] . Existía una verdadera ansia de saber lo que sucedía en el País de los Soviets y un nuevo público lector al que no le bastaban las noticias que le llegaban de la prensa extranjera. Se dio, como resume Horacio Tarcus, un fenómeno que se repitió en diversas partes del globo, la necesidad de comprender el significado de la Revolución, de descifrar su rumbo, llegando hasta el escenario mismo de los acontecimientos, por lejano y costoso que fuere. Se enviaban observadores que pudieran ver con sus propios ojos, remitir informes fidedignos y regresar con sus vívidos testimonios. “Era imprescindible presentarse ante los hombres que llevaban adelante la proeza de la edificación socialista y de erigir una nueva Internacional, estrechar vínculos con ellos, obtener su respaldo, hacerles saber que incluso en estas lejanas tierras había un proletariado y una juventud solidaria con sus hermanos rusos” (Tarcus 10). Obviamente, el número de viajeros fue mucho mayor que el de aquellos que al regresar dejaron escritas sus impresiones, pero, con todo, el relato positivo del viaje a la URSS se convirtió en una suerte de subgénero narrativo, subgénero que oscila entre el panfleto político y el testimonio autobiográfico. Los practicantes del género fueron en su inmensa mayoría los llamados “amigos de la Unión Soviética” —en terminología soviética— o, como se les conoció en el mundo occidental, los fellow-travellers o “compañeros de viaje”: sintetizando mucho, no comunistas que expresaron su simpatía, e incluso su compromiso, con el programa o parte del programa comunista, aunque manteniendo ciertas distancias [6] . Estos ofrecieron una visión excepcionalmente positiva de su visita al tiempo que sostenían que narraban las impresiones verídicas de lo que habían visto y vivido, mas el problema es que estas impresiones venían determinadas de antemano por una serie de expectativas, y que una vez en la URSS estas expectativas eran convenientemente tratadas por sus guías y traductores para que se cumplieran en todos sus puntos, e incluso para que se vieran superadas.
Así, Hollander defiende que la predisposición de los viajeros hacia el país socialista visitado fue un factor más determinante en la visión que se hacían de este país que las técnicas de manipulación con que los recibieron y guiaron durante su visita:
without the favorable predisposition toward the countries concerned, the sights would have made much less of an impact, as was also illustrated by the euphoric response to objects, sights, or institutions in themselves unremarkable and also to be found in the visitors’ own societies. Thus there was a marked congruence between the attitudes of most visiting intellectuals and their hosts: the former wished for the experiential confirmation of the favorable beliefs entertained about the social systems of the countries visited, and the latter were ready to offer just that. (351)
Este fue, por ejemplo, el caso de Villaseñor, que antes de su primer viaje ya decía llevar cuatro años persistiendo en estudiar el desarrollo de los planes quinquenales, recurriendo para ello a las fuentes más autorizadas que le había sido dable encontrar. Ya antes del viaje, Villaseñor afirmaba estar convencido de que las metas de desarrollo establecidas en la URSS estaban alcanzándose (Memorias 1: 357). Con esta buena predisposición, los anfitriones solo tenían que dedicarse a fondo a que sus expectativas se cumpliesen. Hollander ha analizado y distinguido una serie de técnicas de hospitalidad (16-21; 347-99), según las denomina, todas las cuales están basadas fundamentalmente en dos métodos complementarios: “one is the screening of reality, the attempted control over what the visitor can see and experience. The other one is the way he is treated”. (355)
Más aún, incluso si estas expectativas no se cumplían o se vivían experiencias negativas, no se informaba de ellas o se las “arreglaba” para que fueran positivas, pues al cabo se trataba de textos fuertemente ideológicos, con un claro objetivo político (Zourek 55-65). Dar una visión crítica hubiera significado hacerle un flaco favor a la causa socialista, que era lo más importante, además de que hubiese situado a sus informantes en una posición de derechas (Hollander 109-11). De tal modo, aunque lo esperable podría ser que estos relatos de viaje a la URSS brillasen por su singularidad, pues se basaban en experiencias personales —incluso si se hacía el viaje en grupo—, lo cierto es que en ellos se repiten lugares comunes y experiencias similares. Más que de un género autobiográfico o testimonial, ha argüido David-Fox, se trata de un “género de texto político” por excelencia, con todas las estrategias y fórmulas literarias que esto conlleva (109): de ahí la falta de originalidad final, las coincidencias narrativas y de actitudes. Las “sorprendentes” noticias del país del socialismo que traían una y otra vez los numerosos viajeros —peregrinos o turistas políticos, los llama Hollander—, sus “testimonios verídicos”, no eran más que variaciones de lo mismo: la confirmación —e incluso superación— de las expectativas con que habían partido, de lo que ya sabían, lo cual ahora habían visto y verificado por fin. Los testimonios, en última instancia, caían generalmente en la senda del adoctrinamiento, del proselitismo político, de la propaganda prosoviética. Cantaban las virtudes de la alternativa al sistema en el que vivían, con el convencimiento de que esa era la ruta a seguir, el modelo ideal que debía tenerse en cuenta en la construcción de un “mundo mejor”, el mundo del porvenir.
Los clásicos de este subgénero narrativo en México —las memorias-testimonio de viaje a la URSS— son seguramente los libros de José Mancisidor, Ciento veinte días (1937), y el de Luis Cardoza y Aragón, Retorno al futuro (1948), pero existen muchos más ejemplos, algunos publicados en forma de libro, la mayoría perdidos en las páginas de publicaciones periódicas de la época. De hecho, lo más común parece haber sido reducir los testimonios y relatos de estos viajes a unas pocas páginas para que vieran la luz en revistas comunistas o prosoviéticas del tipo El Machete, La Voz de México o Cultura Soviética, así como en otras revistas o periódicos hoy día ignorados. José Revueltas, por ejemplo, publicó crónicas de su viaje a la URSS —también en 1935 para asistir al VII Congreso de la Internacional Comunista— en El Machete, en El Activista. Boletín de la Organización de la Federación Juvenil Comunista, en el Diario Sureste y en El Día [7] .
En todo caso, no cualquiera podía permitirse un viaje a la URSS y no cualquiera podía conseguir un visado para entrar. Como bien ha observado Sebastián Rivera Mir, aparte de que el viaje fortalecía las “actitudes subjetivas de admiración” de estos elegidos y los convertía, a su regreso, en propagandistas; los escritores, intelectuales y académicos que realizaban la visita eran tenidos de vuelta a casa por “expertos” en el país visitado, cuyas opiniones y conocimientos estaban “autorizados” por su experiencia (s/p). La conciencia que tenían Villaseñor y sus conocidos de que el viaje lo convertiría en un “observador privilegiado”, en una “autoridad” sobre la URSS, se refleja particularmente en dos hechos de los que Villaseñor deja debida cuenta en sus memorias.
Primero señala que antes de partir, dos días antes, tuvo una entrevista, la primera de su vida, con el presidente Lázaro Cárdenas, quien, enterado de su viaje, lo citó con el fin de instarlo a estudiar con particular empeño algunos aspectos de la organización soviética por los que se interesaba vivamente: “los inherentes a las granjas colectivas —koljoses— y a las unidades agrícolas estatales —sovjoses—” (Memorias 1: 353). En segundo lugar, escribe que el mismo día de su partida recibió una carta de don Luis Cabrera, el famoso intelectual revolucionario que en 1911 proclamase aquello de “La Revolución es la Revolución”. Cabrera era amigo íntimo de los padres de Villaseñor, y Villaseñor había trabajado para él en su bufete de abogados durante varios años, desde finales de 1927. En las Memorias, esta carta es incluida íntegramente. En ella puede leerse cómo Luis Cabrera describe a Villaseñor como un “observador sincero y honrado” (354), lo que, obviamente y de manera estratégica, pretende validar a través de la inclusión de la opinión de un tercero la fiabilidad de lo que este va a narrar a continuación. Más importante, Cabrera da a Villaseñor una serie de consejos para que le aproveche todo aquello que va a ver. Por ejemplo:
[…] recomiendo a usted ante todo que procure ver la vida rusa con candidez y con deliberada ignorancia para tomar de ella un conocimiento directo y de primera mano. (354)
[…] procure observar los hechos cerrando un poco los oídos a las teorías, […] más bien procure percibir los puntos en que la vida rusa se ha apartado consciente o inconscientemente de las teorías marxistas. (354)
[…] le encargo igualmente observar con todo cuidado la vida de las masas y principalmente de las masas campesinas con preferencia a las masas obreras metropolitanas. (355)
[…] le encargo especialmente observar hasta qué punto el pueblo ruso está satisfecho, sin confundir la satisfacción con la resignación. (355)
[…] le encargo observar sobre todo la acción de las masas, es decir, su iniciativa voluntaria distinguiéndola particularmente de la coacción. (355)
Desde luego, estos encargos parecen estar hechos con gran desconfianza y escepticismo hacia el sistema soviético y Cabrera no ceja en prevenir a Villaseñor para que no lo engañen — “no olvide usted el triste papel que hacen los yanquis cuando los llevan a visitar el parque Balbuena o un ejido arado ad hoc”, “en Rusia, como en México y como en todas partes del mundo, hay mucho de pose y de mixtificación al servicio de una propaganda exterior, aun cuando esta sea de buena fe” (355)—, pero aun así, sus encargos, como los de Lázaro Cárdenas, demuestran la autoridad y el conocimiento que sobre el país visitado le concedía al viajero su estancia en la URSS. Muestran, igualmente, la ingenuidad o desconocimiento de unos y otros, pues esta serie de encargos eran un imposible: Villaseñor no manejaba el idioma y las visitas eran siempre guiadas, estrictamente controladas.
Villaseñor incluye también, en sus memorias, la carta respuesta que le envió a Luis Cabrera, gesto con el que demuestra la convicción que tuvo siempre —desde al menos 1935 hasta 1976— de que a él no se le podía conducir a engaño. En ella, le pide a Cabrera que se despreocupe, que él no llegará a Rusia “como el turista yanqui que llega a México sin saber nada del país y regresa creyendo haberlo conocido” (Memorias 1: 357). Reconoce, por una parte, haber estudiado durante cuatro años el desarrollo de los planes quinquenales, “recurriendo para ello a las fuentes más autorizadas que me ha sido dable encontrar”, y estar convencido, por tanto, de que las metas establecidas se están alcanzando; pero, por otra, confiesa ser consciente de que, no obstante, le será imposible “comprobar personalmente la veracidad de las cifras correspondientes”. De ahí que, “en consecuencia”, su interés residirá, sobre todo:
en darme cuenta, tal como usted me lo recomienda, de cuál es la actitud del pueblo, de los hombres y mujeres que trabajan, ante lo que en su país está sucediendo. Tal vez no me sea posible cumplir plenamente con este propósito, a resueltas, principalmente, de las insuperables dificultades del idioma, pero me esforzaré al máximo por lograrlo. (357)
Resulta evidente, por tanto, que Villaseñor pretendía ser objetivo, pero que su predisposición hacia los logros del socialismo era indiscutible y le cegaba.
El viaje, tal y como preconizaban los textos insertados recién comentados, resultó ser un éxito. En Leningrado le impresionaron “las amplias avenidas y cúpulas doradas, los hermosos puentes sobre el Neva, los viejos palacios y las flamantes casas de departamentos para obreros”. En Peterhof, “el famoso palacio de Pedro el Grande, […] en su enorme parque”, un domingo a los dos días de haber llegado, conoció por primera vez “al pueblo ruso” (Memorias 1: 361):
Ahí se hallaban congregados millares de jóvenes cantando, bailando y discutiendo alegremente. Nos mezclamos con la gran masa del pueblo, el genuino, el tan calumniado y desconocido para Occidente, que lejos de trasuntar la tristeza y el agobio que en énfasis recalcaban los diarios mexicanos, irradiaba salud, fuerza y entusiasmo. En ningún parque del mundo había yo contemplado, en un domingo como otro cualquiera, a una multitud tan desbordante de alegría como en ese parque del palacio de Peterhof. (361-62)
Todo el viaje se narra en este tono de éxito y admiración. Villaseñor viaja a Moscú, donde va a celebrarse el VII Congreso de la Internacional Comunista. Tiene encuentros con algunos líderes importantes, por ejemplo, con el búlgaro Giorgi Dimítrov, Secretario General de la Komintern, que fue quien promovió la política del frente único proletario —el frente popular antifascista—, que es la política que implementaron a continuación también en México los diferentes grupos de izquierda. También se encuentra allí con los dirigentes del Partido Comunista Mexicano —Hernán Laborde, Miguel Velasco y José Revueltas—. Tras el congreso, realiza viajes a otras partes de la Unión Soviética, visita “numerosas fábricas, granjas colectivas, escuelas y centros recreativos, así como, más tarde, importantes campos petroleros y algunas refinerías en la zona de Bakú” (Memorias 1: 363). Durante los dos meses de su permanencia, resume, tuvo ocasión de sentir “un mundo distinto”, y escribe: “partía yo de la URSS con el espíritu cargado de vivencias y repleta la mente de enseñanzas, impresiones caleidoscópicas pero precisas que se fundieron en adecuación a mis convicciones” (Memorias 1: 363, énfasis mío).
Lo que encontré fue un pueblo que, en marcado contraste con los habitantes de los países capitalistas en crisis, se hallaba en actitud de confianza hacia el futuro que se estaba labrando, que no abrigaba ninguna duda acerca de que sus arduos esfuerzos no sólo significaban una elevación constante de su nivel de vida material y cultural, sino que se traducirían, en un mañana no lejano, en condiciones de existencia colectiva, desconocidas en todos los demás países del mundo. (Memorias 1: 364)
Esta visión optimista, que no dudaba del éxito del futuro comunista, que lo daba por hecho, es lo que, a su regreso, como experto en la materia, Villaseñor se dedicaría a enseñar junto con Vicente Lombardo Toledano. Abandonaron la Unión Soviética el 17 de septiembre de 1935; estuvieron luego en Berlín, París y Madrid; y regresaron a México el 20 de octubre (Spenser, En combate 109). En noviembre de 1935, apenas regresados, ambos impartieron un ciclo de seis conferencias en el Teatro Hidalgo dirigidas a “todos los trabajadores” de México: en ellas explicaron de forma didáctica, con datos precisos y anécdotas basadas en sus experiencias de viaje, refiriéndose a lo que habían visto y aprendido allí, aspectos tales como la estructura política de la URSS, la estructura económica o las condiciones en que se encontraba el pueblo soviético. “Las conferencias cayeron como una bomba en un medio convulso. Los periódicos editorializaban la agitación roja y la mano de Moscú. Sin embargo, Lombardo Toledano reafirmó que la URSS se levantaba ‘como ejemplo de lo que habrá de ser el mundo futuro’” (Spenser, En combate 118) [8] . Menos de un año después, en septiembre de 1936, se imprimían en forma de libro estas conferencias con el título Un viaje al mundo del porvenir (1936) [9] .
Significativamente, en sus memorias, Villaseñor termina el recuento que hace de este primer viaje con una defensa de Stalin. Se trata del típico argumento según el cual el fin justifica los medios. ¿Que los planes quinquenales fueron despiadados? Villaseñor argumenta: “se estaba llevando a cabo una revolución, la más trascendental conocida en la historia, y la violencia es inevitable en toda revolución” (Memorias 1: 365). Es decir, como ya sintetizase en los años treinta en popular expresión el corresponsal del New York Times Walter Duranty: you can’t make an omelette without breaking eggs [10] . Más de cuatro décadas después, Villaseñor demuestra no haberse movido un ápice de argumentaciones como esta. “Se incurrió en errores”, concede, “cometiéronse injusticias y hasta crímenes, qué duda cabe, pero las prodigiosas recompensas de esa revolución […] no habrían sido posibles de no haber contado los planes quinquenales con el apoyo resuelto y entusiasta de las grandes mayorías” (365). A lo que sigue el argumento basado en su autoridad como viajero, en su conocimiento del terreno: “mi impresión, después de haber visitado numerosas fábricas y granjas colectivas, fue la de que en la Unión Soviética imperaba auténtica democracia en la organización económica” (365).
Si esto lo escribe en los años setenta, ¿cómo sería el Villaseñor de los años treinta y cuarenta? Fue en esa época, a su regreso de Rusia, que se fundó la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y él quedó a cargo de la revista Futuro, que estaba vinculada a esta Confederación en la que Lombardo Toledano fungió como Secretario General. También se hizo cargo Villaseñor, de 1936 a 1941, de la dirección de la Asociación de Amigos de la URSS. En 1940 rompió con Lombardo Toledano por desavenencias políticas y se arrimó al grupo de Narciso Bassols, uno de los intelectuales y economistas socialistas más distinguidos de México. Con este ideó la Liga de Acción Política y el breve pero aguerrido semanario político Combate. Entre 1941 y 1942 Villaseñor y Bassols abogaron firmemente por la restauración de las relaciones diplomáticas entre la URSS y México, rotas desde 1930 [11] . En 1944, animado y ayudado por el nuevo embajador de la Unión Soviética en México, Villaseñor puso en marcha el Instituto de Intercambio Cultural Mexicano-Ruso, que editaría por diez años la revista mensual Cultura Soviética, y al que él permanecería firmemente ligado hasta 1950. Aunque la dirección de este Instituto y de su revista quedó pronto en otras manos, al menos oficialmente, Villaseñor se abocó a este proyecto durante meses, hasta que salió de nuevo de viaje hacia Europa y la Unión Soviética a finales de 1945 [12] .
Poco antes de finalizar la guerra, Bassols fue nombrado Embajador en la URSS y medió para que el presidente Ávila Camacho, una vez concluida la guerra, comisionara a Villaseñor un viaje a Europa como “observador”, para que pudiese estudiar las condiciones en que habían quedado los diversos países azotados por la guerra (Villaseñor, Memorias 2: 40). Es así que el 12 de mayo de 1945 partió de nuevo de viaje, por ocho meses, con la misión de investigar la realidad de la guerra y con instrucciones del presidente, en un itinerario que lo llevaría a Londres, París, Berlín, Varsovia, Moscú y otras tantas ciudades de la Unión Soviética y a los países vecinos de la Europa del Este: Yugoslavia, Bulgaria, Checoslovaquia, etcétera.
Por razones de espacio, es imposible detenerse en detalle en este segundo viaje. Baste recordar que Villaseñor viajó por una Europa en ruinas, de “dantescas escenas” (Memorias 2: 45), de “espectáculos fantasmagóricos” (49). Su llegada a la URSS, diez años después del primer viaje, fue contrastada con su primera experiencia, y su narración se abocó fundamentalmente en describir las condiciones en las que se encontraba el país y la gente tras la guerra. Sobre Moscú, escribe:
en cuanto a sus características físicas, la ciudad manteníase prácticamente intacta. Sus poderosas defensas antiaéreas habían rechazado a los aviones alemanes. Pocos fueron los edificios dañados. Observé absoluta carencia de cosas superfluas. Mostrábase ajada la ropa de los habitantes. Imperaba el racionamiento que, como era natural, en aquellas críticas circunstancias, habían impuesto las autoridades. No obstante, en las tres fábricas que visité, los trabajadores disfrutaban de equilibrada alimentación. (Memorias 2: 55)
La descripción que ofrece de Leningrado, obviamente, es algo más oscura, pero igual le sirve para destacar el heroísmo y la resistencia del pueblo soviético:
Al regresar, en aquella ocasión, a la ciudad de Lenin hallé las calles menos animadas que diez años antes. Veíase la urbe maltrecha, a pesar de que se trabajaba afanosamente en reparar y reconstruir los edificios dañados. […] Hitler había codiciado Leningrado. […] Pero Hitler murió sin ver realizada su predicción [“Leningrado se rendirá”]. No había contado con el denodado espíritu que animaba a los habitantes de Leningrado. (Memorias 2: 55-6)
De este modo, vuelven a cumplirse en este relato, en la medida de sus posibilidades, las expectativas del viajero, y vuelven a hallarse en el recuento de su visita varios lugares comunes de la narrativa de viajes a la URSS: se enfatiza la descripción de la llegada, del encuentro con el pueblo, las comparaciones con las naciones occidentales, las relaciones que establece el viajero con el “nuevo mundo” y las amistades que allí hace, su adhesión ideológica, su admiración por el mundo soviético. Villaseñor se reunió con Bassols en Moscú. Conoció a la joven Vera Kuteishchikova, que recién había comenzado a trabajar para la VOKS —la Sociedad para el Fomento de las Relaciones Culturales de la URSS en el Extranjero— y se convirtió en su guía e intérprete durante el resto del viaje. Visitó Leningrado, Járkov, Kiev y Stalingrado [13] . Pasó el 15 de septiembre con Bassols en Moscú, “en compañía de tan solo un invitado: Sergio Eisenstein” (Memorias 2: 57), el famoso director de cine.
En honor a la justicia, es en relación a este admirado artista que Villaseñor se permite introducir las únicas palabras ligeramente negativas sobre un aspecto de la cultura soviética en el recuento que hace de su viaje:
Desde años atrás [Eisenstein] era objeto de acres censuras por parte de los seguidores del “realismo socialista”, preconizado por Stalin empeñado en hacer llegar el arte a las masas, lo que se tradujo en lamentable estancamiento estético. En la Unión Soviética se reconocía el genio de Eisenstein, pero era violentamente impugnado por hacer “cine intelectual”, por ignorar a las grandes masas, incapaces de asimilar su mensaje.
Según pude enterarme más tarde, Eisenstein había caído en un estado de depresión nerviosa, del que no me percaté aquella noche. (Memorias 2: 57)[14]
A su regreso, siguiendo un procedimiento similar al anterior, también los resultados del segundo viaje fueron convertidos en conferencias —además de en el informe presidencial que se le había encargado—: nueve conferencias sobre los países visitados y estudiados, con la última dedicada a la URSS, impartidas en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México y luego publicadas por la Sociedad de Estudios Internacionales en forma de libro con el título Al otro lado de la “Cortina de hierro” (1946) [15] . En el “Prólogo” —sin firmar, pero debido, según se entiende, a los editores—, se indica que la última conferencia, “La URSS en la Postguerra”, había sido previamente impresa como folleto, y que se había agotado debido a su espectacular éxito, a pesar de que incluso había sido reimpresa sin permiso: “Es tan grande el interés suscitado por las conferencias, que en el Estado de Chiapas, espontáneamente y sin pedir siquiera autorización o dar conocimiento de sus propósitos a la sociedad editora, una persona entusiasta reimprimió el folleto sobre la Unión Soviética y lo distribuyó profusamente” (6). Villaseñor se había convertido en un “especialista” sin igual en materia (pro)soviética, lo que por supuesto volvió a implicarle en polémicas y debates públicos con la prensa (Villaseñor, Memorias 2: 82-3).
Pues bien, después del recuento que hace Villaseñor de su segundo viaje, ¿qué es lo que se encuentra de nuevo el lector?: una vez más, una defensa de Stalin. “Pero hoy, Stalingrado, oficialmente ya no existe”, declara: “A un nuevo gobernante de la URSS se le antojó cambiarle el nombre, ese nombre que esplende en las páginas épicas de la historia contemporánea” (Memorias2: 60). Igual que antes, el escritor defiende que el fin justifica los medios y que, por más errores e injusticias que se cometieran, el balance final fue positivo. La figura de Stalin, según Villaseñor, está a la espera de la ratificación definitiva de la historia que lo situará, “a pesar de todos sus errores, entre los gigantes de todos los tiempos” (Memorias 2: 61).
Con razón ha escrito Carlos Illades que la primera generación de intelectuales marxistas mexicanos, la de Lombardo Toledano, la de Bassols, la de José Mancisidor, Luis Chávez Orozco y otros tantos, esa que se formó al calor de la Revolución mexicana y estuvo influida por las ideas de la Komintern, nunca cuestionó el estalinismo (41). Víctor Manuel Villaseñor fue el más joven de este grupo, los sobrevivió a todos, y en esta publicación tardía consigue aún articular lo que parece haber sido el sentir común de todos ellos. La exposición de su estalinismo, la defensa de Stalin, a pesar de lo mucho que se sabía y que se había denunciado ya para los años setenta, son un claro ejemplo del anquilosamiento ideológico de su autor, de lo que seguía sosteniendo aún la vieja izquierda mexicana prosoviética, basada en su “experiencia”, en su “conocimiento directo de la materia” y en su “autoridad” sobre el tema.
Incluso Vera Kuteishchikova, que dedicó párrafos hermosos a recordar a Villaseñor y subrayó la importancia de las Memorias de un hombre de izquierda entre los libros de su tipo en México, no pudo evitar señalar el inmovilismo ideológico de su autor, su persistente visión idealizada de la vida soviética, su incapacidad para hacer autocrítica (236-43): “Es difícil cambiar para un septuagenario; las personas que no se han atado a una ideología concreta sobreviven más fácilmente a los cataclismos de la historia. […] Incapaz de comprometerse, Villaseñor también fue incapaz de analizar y reconocer sus propios errores. Este, de hecho, es el drama de quienes son íntegros” (242-43; traducción mía).
Para defender sus argumentos y su visión de los hechos, a Stalin y “sus logros”, Villaseñor construye un discurso utópico trasnochado, un recuento de su viaje al mundo del porvenir que articula en consonancia con el subgénero literario de la crónica de viajes a la URSS. Recuerdos de un futuro que no fue y que plasman la añoranza y errancia política de toda una generación.