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Análisis filosófico

versão On-line ISSN 1851-9636

Anal. filos. vol.39 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires nov. 2019

 

NOTA CRITICA

Davidson después de Davidson. El estado actual de su “sistema”: Acerca de Mente y lenguaje: La filosofía de Davidson, modelo para armar, de Karina Pedace

Davidson after Davidson. The Present State of his ‘System’: On Mente y lenguaje. La filosofía de Davidson, modelo para armar, by Karina Pedace

Pablo Quintanilla

Pontificia Universidad Católica del Perú
pquinta@pucp.edu.pe


Resumen

Los veinte años que van desde fines de los setenta hasta fines de los noventa del siglo pasado, presenciaron la influencia del pensamiento de Donald Davidson en casi todas las áreas de la filosofía. Aunque el propio autor no se propuso construir un sistema, el proyecto que comenzó con algunas anotaciones técnicas en semántica formal y teoría de la acción fue ampliándose progresivamente para incorporar intuiciones en muchas otras áreas. Si bien los detalles técnicos del proyecto han recibido severos cuestionamientos, muchas de esas intuiciones siguen siendo válidas. En este texto me propongo reseñar y discutir las tesis centrales del libro de Karina Pedace con el objetivo de evaluar esas intuiciones, más allá de si algunos de sus críticos se han concentrado en detalles que podrían ser poco relevantes para entender los objetivos principales del proyecto.

PALABRAS CLAVE: Davidson; Pedace; Triangulación; Significado.

Abstract

The twenty years that have passed from late seventies to late nineties of last century, have noticed the influence of Donald Davidson’s thought in almost all areas of philosophy. Although the author himself didn´t attempt to build a system, the project that started with some technical annotations in formal semantics and action theory, became broader to progressively encompass intuitions in many more areas. Although the technical details of the project have received severe criticism, many of those intuitions are still valid. In this text I aim to review and discuss the central claims of Karina Pedace’s book, in order to assess those intuitions, regardless whether some of their critics have focused in details that might be of little relevance to understand the main objectives of the project.

KEY WORDS: Davidson; Pedace; Triangulation; Meaning.

Ya no es usual construir sistemas filosóficos. Se diría que el último gran filósofo sistemático fue Hegel, quien pretendió tener algo que decir sobre prácticamente cualquier tópico relevante para su época. Marx también podría estar en esa extinguida lista, aunque más concentrado en temas políticos, históricos y económicos.
Por diversas razones, muchas de ellas atendibles, las pretensiones sistemáticas no han sido bien vistas en el siglo XX. Como consecuencia de una suspicacia básica hacia las posibilidades de los grandes relatos, en la denominada “filosofía continental” las preferencias se han inclinado por objetivos más exegéticos que propositivos. En el caso de la filosofía analítica ha habido una comprensible desconfianza en los proyectos demasiado abarcadores, por pensar que pueden pecar de generalistas, y entonces se ha tomado como modelo a la ciencia que opera construyendo grandes edificios mediante el trabajo cooperativo de mucha gente que va ubicando pequeños ladrillos en edificaciones monumentales. Es innecesario decir, sin embargo, que eso que ocurre en la ciencia no está pasando en la filosofía analítica, donde lo que se tiene es una multiplicidad de proyectos superpuestos y es poco probable que ellos tiendan a la convergencia.
Más aún, con el impresionante volumen de publicaciones filosóficas actuales y la no menos abundante producción científica que es relevante para cada área de la filosofía sería por lo menos pretensioso, si no simplemente ingenuo, intentar abordar más que unas pocas áreas filosóficas, a veces incluso solo unas cuantas preguntas. Esa modestia es positiva porque permite conocer con cierto detalle los elementos técnicos de la discusión y, en consecuencia, hace posible una mayor profundización. Pero también tiene un costo, y es que muchos filósofos profesionales actuales conocen mucho de muy poco y carecen de una cultura filosófica amplia —en los distintos temas y tradiciones— lo que les resultaría de utilidad incluso para ver en perspectiva el pequeño objeto de su especialización, algo que eventualmente facilitaría una mayor creatividad ya no solo técnica sino intuitiva, así como una mayor amplitud de miras. Esta situación ha conducido a que la metafilosofía, un área que los analíticos solían mirar por encima del hombro, sea un tema que hoy concita cada vez más interés. En los orígenes de la filosofía analítica solía creerse que la metafilosofía nos desvía de los problemas reales y nos conduce a un regreso al infinito. Sin embargo la actual proliferación de estilos, metodologías y estrategias filosóficas diferentes, incluso al interior de la tradición analítica, ha hecho que nos preguntemos —cada vez más preocupados— si hay valores epistémicos compartidos entre estas diversas maneras de hacer filosofía. El riesgo es que sin criterios compartidos para la elección de teorías filosóficas, se tienda a una divergencia y multiplicación al infinito. Para evitar que eso ocurra la evidencia procedente de las ciencias empíricas es fundamental.
Este es un sencillo diagnóstico, muy personal sin duda, de lo que ocurre en la filosofía contemporánea. En este contexto la obra de Donald Davidson es inusual. Si bien sus primeras publicaciones, a mediados de los sesenta, se concentraron en temas muy puntuales y técnicos de filosofía de la mente, teoría de la acción y filosofía del lenguaje— especialmente los que eran el centro de la atención de aquellos años como el problema del significado y la referencia o la relación entre acción y causalidad— rápidamente su interés fue abarcando cada vez más temas, pero no desconectados entre sí sino conformando una suerte de rompecabezas que se iba armando progresivamente, para aludir al título del libro aquí reseñado. Davidson no pretendió ser un filósofo sistemático, pero con el paso de los años su obra iba convirtiéndose en un sistema.
Es materia de debate, sin embargo, si este rompecabezas está libre de tensiones o si hay una cierta ruptura entre algunos de los proyectos tempranos y otros más tardíos. Es discutible si se trata de un rompecabezas que, al terminar de armarlo, proporciona una imagen nítida de algo o más bien produce imágenes superpuestas que generan una cierta transfiguración. Así, por ejemplo, ¿hay complementariedad o tensión entre el proyecto de comienzos de los años setenta de elaborar una teoría del significado para lenguas naturales —basada en el esquema-T de Tarski— y una concepción más pragmática del significado como la que está presente en el artículo clásico “A Nice Derangement of Epitaphs” publicado originalmente en 1986? También es debatible si hay armonía o exclusión entre la concepción realista del contenido asumida cuando Davidson sostiene que las razones causan las acciones y la que está presente cuando elabora una teoría de la interpretación, donde parece que es la intérprete quien asigna los contenidos en una línea más bien instrumentalista antirrealista.
No son pocos los libros que han intentado presentar de manera sistemática la obra de Davidson —ya sea defendiendo su unidad o subrayando los conflictos— tomando como punto de referencia los intereses del autor y los temas de la época en que fueron escritos. Es conocido que cada generación escribe la historia de una manera diferente. Eso vale también para la filosofía. Las primeras presentaciones de la obra de Davidson publicadas a fines de los ochenta y comienzos de los noventa (Ramberg 1989, Evnine 1991, Malpas 1992) tienen en cuenta preguntas que obsesionaban a los filósofos de aquella época y que ahora, ya sea por desgano o porque otras resultan más llamativas, han pasado a un segundo lugar. En aquellos años, por ejemplo, era usual preguntarse sobre los detalles técnicos de la semántica formal davidsoniana y si, en efecto, esta logra dar cuenta de la complejidad de las lenguas naturales. Aunque esas cuestiones siguen vigentes, a comienzos del nuevo siglo también interesó ver de qué manera se pasa de una teoría del significado a una teoría de la acción intencional (Caorsi 2001), qué queda del cuestionamiento davidsoniano a la noción de inconmensurabilidad, así como qué concepción del lenguaje permanece una vez que hemos abandonado la distinción entre esquema y contenido, considerada por Davidson como el tercer dogma del empirismo (Glock 2003, Hernández 2003). Hacia la segunda década de este siglo hay autores que reconstruyen el pensamiento davidsoniano tomando como pregunta central qué clase de realismo defiende y cómo se puede ser un realista sin algún concepto de representación (Duica 2014). También interesa ahora ver de qué manera el programa de Davidson puede recibir apoyo de las investigaciones recientes en psicología experimental y qué queda de los cuestionamientos a la concepción de lo mental de Davidson que la consideran una forma de epifenomenalismo (Glüer 2011).
Algo que estas presentaciones tienen en común es el considerar que el hilo conductor que nos permite transitar por la obra davidsoniana es el concepto de interpretación, y que hay que ver su filosofía como fundada en la intuición de que los diversos problemas filosóficos deben verse desde el punto de vista de una intérprete contextualizada en una situación comunicativa específica que trata de dar sentido a los hablantes con quienes comparte un mundo objetivo. Así es como el concepto de triangulación, al que antes no se le daba suficiente importancia, se vuelve central para entender a este autor.
El libro de Karina Pedace también se propone presentar de manera integradora la filosofía de Davidson tomando como hilo conductor —“hilo de Ariadna”, en el atinado símil de la autora— la noción de interpretación. Pero una de sus preguntas centrales es si la noción de interpretación davidsoniana presupone una perspectiva de tercera persona y cuál es el lugar que la perspectiva de segunda persona tiene en este modelo. De hecho, los momentos más propositivos del libro —aunque también los más discutibles, como sería natural— tienen que ver con explorar y eventualmente incorporar de una manera más enfática una perspectiva de segunda persona en el modelo davidsoniano. Pedace se propone incorporar “un correctivo y un complemento al fascinante entramado conceptual de Davidson” (p. 349, cursivas de la autora). El correctivo es eliminar “la dicotomía descriptivo/normativo que subyace a su filosofía de la mente” (p. 350). “El complemento reside en la adopción de la perspectiva de segunda persona de la atribución mental” (p. 350). En relación a lo primero, el libro se hubiera beneficiado significativamente con un análisis más detallado de la posición de McDowell, quien fue el primer autor en mencionar la necesidad de superar lo que él denominó el cuarto dogma del empirismo. En relación a lo segundo volveremos más adelante.
Pedace aborda tres temas principales que Davidson dio la impresión de haber tratado independientemente pero que, evidentemente, se encuentran integrados entre sí: el problema de las relaciones entre mente y cuerpo, el problema de las relaciones entre lenguaje y pensamiento, y el problema que surge al considerar las perspectivas de primera, segunda y tercera persona. Los dos primeros son clásicos y están presentes— aunque con diferentes enfoques y evaluaciones— en casi cualquier presentación de la obra de este autor. El último es de atractivo más reciente y ha dado lugar a muchos interesantes debates. El interés de la autora no es hacer exégesis de la obra de Davidson reconstruyendo su evolución en el tiempo, sino mostrar la manera como las diversas piezas se articulan entre sí, en muchos casos de manera fluida y natural, en otros evidenciando posibles tensiones. Así, por ejemplo, aborda los temas de la normatividad y la triangulación —que históricamente aparecen en el Davidson más tardío— en la misma sección con las relaciones entre verdad y significado, que es lo primero en la obra de este autor y lo que lo catapultó rápidamente al reconocimiento mundial. Es al mostrar estas diversas y a veces difíciles conexiones donde la obra de Pedace resulta más atractiva.
El libro está dividido en tres secciones. En la primera, “La filosofía de Donald Davidson, modelo para armar”, la autora se propone articular algunas piezas de la filosofia davidsoniana que incluyen la noción de normatividad, la relación entre verdad y significado, la interpretación radical, el holismo, el externismo y la noción de triangulación. Ella sostiene que, así como el problema de la interpretación es el hilo que nos permite viajar por la obra de Davidson, debe verse la noción de normatividad como el cemento que une sus diversas piezas (p. 35) formando una antropología filosófica que con frecuencia pasa desatendida. En efecto, una tesis central de Pedace es que este proyecto antropológico presenta una “particular mirada acerca de qué nos hace ser quiénes somos” (p. 24).
En esta sección, lo más difícil es ver de qué manera se integra el proyecto de construir una semántica formal para lenguas naturales, del Davidson temprano, con la concepción pragmática de la semántica del último Davidson. Como se sabe, muchos autores piensan que Davidson terminó abandonando el primer proyecto o que por lo menos debió haberlo hecho. Él mismo siempre creyó que su proyecto temprano era consistente con sus concepciones más tardías. Pedace no entra en la detalladísima discusión técnica a la que ha dado lugar el proyecto semántico de Davidson ni tampoco discute la andanada de objeciones que este recibió, porque la intención de la autora va más en la línea de reconstruir las intuiciones, ya sean explícitas o implícitas, que conducen a esa antropología filosófica. Aquí yo veo una virtud donde otros podrían encontrar un defecto. Aunque Pedace analiza los aspectos técnicos centrales de la teoría davidsoniana del significado, no se detiene en discusiones de detalle. Ella se interesa, más bien, por las ideas e intuiciones de fondo que atraviesan toda la obra de Davidson y a la luz de las cuales hay que ver los detalles. Conozco muchos filósofos del lenguaje que, al quedar insatisfechos con el proyecto semántico inicial davidsoniano consideran que toda la obra está descaminada, sin notar que ese proyecto semántico debe ser visto a la luz de la obra en su conjunto y que, incluso si ese proyecto inicial estuviera errado, no necesariamente contaminaría las intuiciones filosóficas que atraviesan la obra y que son más explícitas en el período tardío. Si tuviera que señalar algunas de esas intuiciones, coincidiría con Pedace en mencionar la noción de una interpretación situada —que se evidencia en el principio de caridad— y el concepto de triangulación que, como se sabe, han conducido a reflexiones metafísicas y éticas que van mucho más lejos de los aspectos formales de la filosofía del lenguaje. Yo añadiría a la lista la radicalización que hace Davidson del holismo, que llega hasta él vía Quine pero que sin duda también estaba presente en el segundo Wittgenstein. Pienso que puede rastrearse el holismo en los pragmatistas clásicos, pero ciertamente ese tema excede a esta reseña.
No puedo evitar citar una conversación personal con Alberto Moretti quien, en una ocasión y compartiendo un pisco sour, me dijo que el problema con los defensores y detractores actuales de Davidson es que se han dedicado a “limar los bordes” de su filosofía pasando por alto las ideas centrales. Coincido plenamente con Moretti en este punto y creo que Pedace no sucumbe al error que él diagnostica. El libro de Pedace muestra la vigencia de la obra de Davidson en momentos en que mucha gente piensa que su aporte se reduce a la teoría del significado contenida en el esquema-T y que, suponiendo que esa teoría ha fallado, la obra en su conjunto es fallida.
En la segunda sección, “Mente y lenguaje en la filosofía de Davidson”, Pedace discute el anomalismo de lo mental, que es la manera como Davidson abordó el problema mente-cuerpo con el objetivo de sostener una forma de no reductivismo con aroma a Spinoza. También aborda la interdependencia entre pensamiento y lenguaje, que conduce a la célebre y muy discutida afirmación davidsoniana según la cual solo puede pensar una criatura dotada de lenguaje. En esta sección la autora discute el problema de la atribución psicológica y el debate al que ha dado lugar en relación a las tres perspectivas personales.
Finalmente, la tercera sección, “En busca de nuevos horizontes”, permite a Pedace desarrollar algunas ideas propias, en particular la normatividad de lo mental y, de manera especial, el rol de la segunda persona. El último capítulo de esta sección, que es también el último capítulo del libro, “La normatividad de lo mental y el rol de la segunda persona” es quizá el más interesante para conocer la posición de la autora en relación a la obra de Davidson en su conjunto. Por su interés es quizá también el capítulo que se presta a mayor debate.
Pedace considera que Davidson solo “bautizó” a la perspectiva de la segunda persona pero no la desarrolló. Eso me parece cierto en la medida que, aunque Davidson publicò en 1992 su artículo “The Second Person” con el objetivo de analizar cómo se constituye el pensamiento, lo que explicitaría en 1997 con “The Emergence of Thought”, no entra en el debate que en esos años estaba ya gestándose en relación a la atribución psicológica y a si esta debe verse desde la perspectiva de una tercera persona o desde la primera. Años después aparecieron modelos basados en la perspectiva de segunda persona que, inspirados en enfoques de origen psicológico y con un indiscutible sello fenomenológico que se puede rastrear hasta Husserl y Merleau Ponty, privilegian la perspectiva de segunda persona como una superación que incluye a las otras dos.
Pedace considera aquí y en (2012) —y en esa línea también están Gomila (2001), Scotto (2002), y Gomila y Pérez (2017), entre otros— que la perspectiva de segunda persona tiene una cierta prioridad respecto de las otras dos perspectivas, porque es ontogenéticamente anterior y conceptualmente más básica. Aunque Pedace afirma en varios lugares que las tres perspectivas son complementarias, también piensa que sin la segunda no podría “tener lugar la de tercera” (p. 328), de manera que “más que un ‘triángulo’ la situación paradigmática respecto de la perspectiva de segunda persona parece ser la de una díada” (p. 328; cursiva de la autora). Así, por lo menos en sus orígenes “no parece haber necesariamente un mundo objetivo compartido” (p. 328). Sin embargo, también señala que en tanto “el mundo entra a través de nuestras emociones” eso “cifra la posibilidad de trazar la conexión conceptual con la comunicación lingüística y la triangulación en el sentido davidsoniano” (pp. 328-329). Pedace desea fundamentar la tesis de que ontogenéticamente el triángulo proviene de una díada a partir de evidencia psicológica experimental. Pero es necesario decir que también hay evidencia que sugiere, sobre todo a partir de las investigaciones en atención conjunta, que no hay una díada anterior al triángulo pues los tres puntos de vista se constituyen simultáneamente. Eso conduciría a sostener que los conceptos de “yo”, “otros” y “mundo” son lógicamente inseparables y que, además, se constituirían simultáneamente.
Más aún, yo me inclinaría por sostener que no puede darse la díada sin el reconocimiento de un mundo objetivo compartido, es decir, que solo pueden constituirse las tres perspectivas simultáneamente sin que la de segunda persona tenga anterioridad ontogenética ni conceptual respecto de las otras. Así mismo yo sostendría que un modelo de comprensión basado prioritariamente en la segunda persona no puede ser suficiente, porque la comprensión requiere necesariamente del reconocimiento de las razones que condujeron a los estados mentales y acciones del agente —lo que implica una perspectiva de tercera persona— y la comparación, normalmente implícita y no consciente, entre los estados mentales reconocidos en el otro y los propios.
Sin embargo, este es un tema abierto al debate y, especialmente, uno en el que la evidencia procedente de la psicología experimental y las neurociencias será crucial para adoptar una posición. En este punto el libro de Pedace representa un aporte, pues las presentaciones usuales de Davidson, con la excepción del libro de Glüer (2011), suelen concentrarse en el control argumental y normalmente no incorporan información empírica para validar o refutar las posiciones discutidas. Pero en los temas que nos ocupan, y particularmente en filosofía de la mente, eso es cada vez menos posible. Si bien el propio Davidson no se interesó por integrar sus posiciones con datos empíricos —cosa que sí hizo Marcia Cavell (2006)— estos temas están en un territorio interdisciplinario en el que sería empobrecedor no adentrarse.
Hay otras dos virtudes del libro que me gustaría señalar brevemente. Por una parte, está escrito con elegancia y muestra una cultura filosófica amplia. De otro lado, el libro estructura la obra de Davidson involucrando en la discusión a otros autores latinoamericanos, lo que es muy valioso para fortalecer una comunidad filosófica en crecimiento.

Bibliografía

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6. Glüer, K. (2011), Donald Davidson: A Short Introduction, Oxford, Oxford University Press.         [ Links ]

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10. Malpas, J. (1992), Donald Davidson and the Mirror of Meaning, Cambridge, Cambridge University Press.         [ Links ]

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13. Ramberg, B. (1989), Donald Davidson’s Philosophy of Language: An Introduction, Londres, Basil Blackwell.

14. Scotto, C. (2002), “Interacción y atribución mental: La perspectiva de la segunda persona”, Análisis Filosófico, XXII (2), pp. 135-151.

Recibido el 23 de julio de 2018; aceptado el 27 de diciembre de 2018.

 

 

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