Hubo un tiempo en que el peronismo proscripto, opositor al statu quo instaurado en la Argentina después de 1955, no fue preponderantemente “de izquierda”. Durante una parte de la primera década posterior al derrocamiento del gobierno de Juan D. Perón por un golpe cívico-militar, una constelación de ideas, imágenes y en algunos casos trayectorias filiadas con el nacionalismo extremo y el catolicismo integral tuvieron un papel fundamental en la activación política de la franja combativa, “revolucionaria”, del peronismo fuera del poder. El antiliberalismo y el antipoliticismo, el culto a la acción y el juvenilismo, el antiimperialismo e, incluso, el anticapitalismo de raigambre derechista, estructuraron simbólicamente el activismo de ese sector, dando expresión a un bricolaje ideológico cuyo color político difirió mucho de su decodificación socialista, años después.1
La política de des-peronización de la “Revolución Libertadora” propició una actitud beligerante entre los peronistas, que además de desplegarse en prácticas de acción directa y de lucha gremial, cobró cuerpo en un lenguaje específico. Las medidas represivas y la proscripción electoral, persistentes durante los gobiernos civiles posteriores al régimen de Eduardo Lonardi, Isaac Rojas y Pedro Aramburu, prolongaron su vigencia. En el primer apartado de este artículo, se analizan algunas figuras salientes del lenguaje de los peronistas fuera del poder. En la segunda parte, se recorren los discursos de diversa procedencia que identificaron a la franja combativa del peronismo como una “nueva izquierda” o, directamente, como una “izquierda peronista”. Al final, se propone mirar el caso como una manifestación lingüística de la crisis política más general, por la cual se desestabilizaron y pusieron en juego distintos significados de la categoría de “izquierda”.
II Las figuras de la “invasión” y del “país ocupado” fueron recurrentes en los intentos de los peronistas de connotar su sentimiento de exclusión de la comunidad política. Ambas metáforas evocaban escenarios diversos, desde las guerras de la Independencia hasta la Segunda Guerra Mundial y su inmediata posguerra, pasando por las ocupaciones imperialistas de Asia y África, incluida la subordinación de América Latina. Asociadas en un primer momento al tópico antiimperialista de raíz nacionalista y revisionista histórico, a esta capa de significados se le sobreimprimió una resonancia “tercermundista” cuando los movimientos de liberación nacional africanos y asiáticos, y más tarde la Revolución Cubana, en el contexto de una recalentada Guerra Fría, compusieron un nuevo espejo en el que los peronistas combativos eligieron mirarse. Esta modificación semántica se relacionó con otra, el desplazamiento del blanco de la denuncia contra el imperialismo desde Gran Bretaña hacia los Estados Unidos, todo lo cual determinó a su vez una atenuación del eje principalmente diacrónico a lo largo del cual el peronismo solía justificar su pertenencia a la tradición histórica nacional. Pues fue, justamente, en torno de la imagen del “país ocupado” que se delineó un eje de referencias más contemporáneas que históricas, un nuevo espacio simbólico en el que los peronistas fuera del poder relocalizaron la vigencia de su identidad política: el campo de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo, incluida América Latina.2 Fue esta una de las vías mediante las cuales los peronistas procesaron su nuevo status de oposición proscripta.
La apelación a la “intransigencia” frente al “enemigo” constituyó otra manera de expresar, desde las primeras proclamas peronistas de circulación clandestina, y en la prensa afín que proliferó durante los años 1957 y 1958, la aspiración a lograr la supervivencia del conglomerado partidario, a la vez que el poder de enunciar su representación legítima. La noción puede remontarse a la tradición de la Unión Cívica Radical en la Argentina y estuvo presente, de hecho, en la denominación de la escisión partidaria con la que Arturo Frondizi ganó la presidencia de la nación el 23 de febrero de 1958.3 Ahora bien, la cadena semántica en la que este significante aparece formulado en el lenguaje peronista de fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta (la denuncia de la “traición”, la corruptibilidad de los dirigentes y la denostación de la política), se enraíza en un universo de creencias crítico del liberalismo y del sistema de partidos que no podría atribuirse sin más, en esa época, a la totalidad del radicalismo. Aun así, el peronismo encontró disponibles en distintas zonas de la cultura política argentina elementos de un discurso derogatorio de las alianzas y de los acuerdos electorales, en el que latían -en un nivel subterráneo- sentidos asociados a la simbólica de la pureza y la integridad, propios de una mitología redentorista. De hecho, los temas de la “invasión” y del “país ocupado” se hallan próximos a la mitología del complot, cuya sintaxis semántica encadena tales imágenes a la denuncia del carácter extranjero o infiltrado, corrupto y conspirador del “enemigo”.4 En el reverso de este imaginario latente, la intransigencia predicada desde el peronismo fuera del poder significaba que estaba en la Historia, y no en la política, el verdadero locus simbólico del movimiento liderado por Perón.
En un contexto de acusada crisis política y aceleradas transformaciones socio-culturales, este componente mitológico debió haber jugado un considerable papel en la activación de los sectores peronistas más dispuestos a enfrentar el statu quo. En el nivel más sistemático de las ideas, por lo demás, el carácter mixturado o de bricolaje de las creencias políticas de este segmento del peronismo no ha sido siempre reconocido por la literatura clásica acerca del período, y merece una discusión.5 En su magistral libro, Daniel James planteó que la estructura de sensibilidad de los años de la “resistencia peronista” estuvo marcada por el peso de los valores y de la conciencia práctica del conflicto de clases, lo que habría determinado en los actores del período el recurso a un lenguaje de tipo moral (el que apelaba a la intransigencia política y a la línea dura sindical).6 El obrerismo anticapitalista, el antipoliticismo, la denuncia de los traidores y la nostalgia por las conquistas perdidas, configuraban en la visión de James una lógica esencialmente moral y no política o ideológicamente articulada, de oposición de los duros del sindicalismo a la política de integración del presidente Frondizi. En el argumento, la complejidad de la constelación político-ideológica que impulsaba al activismo peronista duro e intransigente de esos años quedaba inadvertida. Esta omisión parecería fundarse en un a priori teórico, que podría formularse así: si la clase obrera peronista o su dirigencia combatían el statu quo político-social, era porque una conciencia clasista, esto es, proto-izquierdista, latía en su seno, en estado práctico. De este modo, para James, la dimensión anticapitalista, antisistémica y anticomunista, que una ideología nacionalista extrema y católica integral habían legado al peronismo, no resultaba visible. Para hacer esto posible se puede desplazar la mirada hacia activistas por fuera del ámbito gremial: en el periodismo, la política partidaria, la juventud y la “resistencia” no sindical. Allí se advierte que el antiliberalismo y el desprecio por los partidos, el culto a la acción y al líder; el antiimperialismo e, incluso, el anticapitalismo a favor de una “tercera posición” (generalmente manifiesto junto al anticomunismo), fueron tópicos que, articulados explícitamente en un plano ideológico, tenían un color político que no era precisamente de izquierda. Su formulación discursiva había sido elaborada en las proclamas y la prensa semiclandestina que, desde el ‘55 en adelante, organizaron simbólicamente la experiencia de exclusión y persecución del peronismo, en diálogo no siempre afinado con la palabra diferida del líder en el exilio.
II Hacia 1960, ciertas agrupaciones y fi-guras del peronismo comenzaron a ser identificadas, desde ángulos diversos del espectro político, como filo o “cripto-comunistas”, como una “nueva izquierda” o conformando, directamente, una “izquierda peronista”. ¿Có-mo fue posible este nuevo sincretismo? ¿Qué significaba la categoría de izquierda en este contexto? ¿Qué hacía cada uno de los actores que designaba a tal o cual grupo peronista como “izquierdista” o “filocomunista” al enun---ciar tal atribución de identidad?7 Se puede comenzar por el discurso enunciado desde el ámbito estatal. En un recurso que no era nuevo aunque sí lo era el contexto internacional en que se insertaba, el Presidente Frondizi y su ministro del Interior, Alfredo Vítolo, justificaron la implementación de medidas de excepción ante la envergadura de los conflictos gremiales, en la existencia de “complots” de signo “peronista-comunista” para alterar el orden público. Muestra de la imbricación de la dinámica política local con el horizonte de la Guerra Fría a escala regional, las Fuerzas Armadas, y en especial su fracción más conservadora, vieron en la escalada de huelgas del año 1959 la posibilidad de que un peronismo combativo representara la antesala del comunismo. A pocos días de haberse implementado el Plan Conintes, por caso, y ya frustrada la tentativa guerrillera peronista de Uturuncos, un diario del norte del país exigió la intervención de las provincias de Santiago del Estero y de Tucumán, argumentando que se estaba viviendo “la tantas veces anunciada guerra revolucionaria, que se realiza con inspiración y dirección comunista y con mano de obra peronista”.8
En ese entonces, activistas y trabajadores peronistas desarrollaron campañas de agitación política y gremial en compañía de diferentes fracciones de la izquierda partidaria y, en especial, de aquellas que se conocerían luego como “nueva izquierda”. John William Cooke -ex delegado de Perón y residente en Cuba desde 1960- fue parte activa en el sostenimiento de estos vínculos. Fue justamente un texto suyo de 1959, en el que argumentaba acerca del carácter indisociable de la liberación nacional y la revolución social, el que dio pie al señalamiento del joven Juan Carlos Portantiero, desde la publicación cultural del Partido Comunista, de que se estaba allí ante una de las variantes de las “neo izquierdas” en el país: la “izquierda peronista”.9 Pero mientras las denuncias desde el ámbito estatal acerca de una “infiltración comunista” en el peronismo arreciaban, Cooke proponía desestimar las “voces que se alzarán para acusarnos de comunistas, trotskistas, cripto marxistas, camaradas de ruta, idiotas útiles, filo comunistas, infanto comunistas, etcétera”.10 Eludía así asumir en primera persona la inclinación socialista del programa con el que intentaba comunicar la experiencia de la Revolución Cubana y la del peronismo, prefiriendo dejar a sus “enemigos” la responsabilidad de la imputación. Aquellas voces ciertamente escalaron. Informes de la Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires le atribuyeron al Dr. Cooke la dirección de una “fracción izquierdista” que trabajaba en conjunto con socialistas y comunistas, mientras que los medios de comunicación advertían acerca del avance del “fidelismo” y de la posible captación hacia la izquierda del electorado peronista.11 En un intento de rebatir ese tipo de imputaciones, la dirigencia de las 62 Organizaciones Gremiales (peronistas), en medio del dificultoso proceso para lograr la normalización de la Confederación General del Trabajo -hasta entonces intervenida por el gobierno-, proclamaba la identidad del movimiento gremial que representaban como de defensa de
los intereses económicos comunes […] del trabajador argentino, que es de extracción cristiana y de esencia nacional [y el cual tenía la suficiente fuerza para] contener, primero, y extirpar, después, las corrientes internacionales del imperialismo ideológico, en especial el comunismo y su paralelo el trotzkismo.12
No obstante esta profesión de fe anticomunista del sector que lideraba el gremialismo identificado con Perón, el gobierno de Frondizi presentó al Congreso el proyecto de Ley de Defensa de la Democracia, con el propósito de dejar fuera de la ley todos los “extremismos”, es decir, a quienes aspiraran a destruir el Estado democrático y a reemplazarlo por un “Estado comunista, o por alguna otra forma totalitaria de gobierno, cualquiera sea el signo ideológico que la informe”.13 En tanto, el propio Juan Perón polemizaba desde Europa con el estrechamiento de las opciones políticas planteado por la adhesión del gobierno argentino a la causa de la “defensa de Occidente”, esgrimida desde los Estados Unidos: “el mismo Justicialismo, si hoy quisiera alcanzar los éxitos populares que conquistó con sus verdades y creaciones de 1946, tendría que ir mucho más lejos que entonces y con procedimientos más expeditivos y drásticos [...] Nosotros no somos comunistas pero tampoco somos capitalistas”, terciaba el expresidente.14 Cuando, finalmente, en marzo de 1962, el peronismo encabezó las fórmulas electorales de una coalición que tuvo el apoyo de buena parte de la izquierda partidaria, el ministro Vítolo consideró oportuno volver a denunciar “la formación de un frente marxista revolucionario a través del Partido Popular Argentino y de Framini, con apoyo de la extrema izquierda, que quiere llevar a la masa peronista al campo del comunismo internacional”.15
Los militares responsabilizaron al gobierno desarrollista de Frondizi de la convergencia electoral entre peronistas e izquierdas, y lo derrocaron. Unos meses después, tras el Plenario Gremial de Huerta Grande, conocido por su programa radicalizado y en el que descolló la figura de Andrés Framini, el vespertino La Razón comenzó a aludir a este como uno de los “ideólogos” del sindicalismo que integraba “una izquierda peronista”. Sobre el “giro a la izquierda” había a su turno enviado instrucciones Juan Perón desde Madrid.16 Fue en esta peculiar coyuntura de 1962 que, en un texto interno de Cooke, su anterior indeterminación discursiva cedió lugar a la explícita asunción de pertenecer a una “izquierda peronista”, que disputaba con quienes (la “derecha”, desde su punto de vista) no querían reconocer en el “giro a la izquierda” lo permanente en el peronismo, esto es, su esencia revolucionaria.17
III Ha quedado evidenciada hasta aquí la cualidad primeramente heterorreferencial de la noción de “izquierda peronista”. Es decir que, en el comienzo de una historia que duraría al menos dos décadas, fue más bien desde fuera del peronismo de donde se proyectaron deseos políticos, o bien se objetivó una voluntad represiva cuando se identificó un sector de “izquierda” dentro de las huestes lideradas por Juan Perón. Surge a partir de ello la posibilidad de visualizar cómo se procesó en la Argentina un momento de desestabilización y transformación del propio concepto de izquierda, tensionado por las innovaciones político-ideológicas que caracterizarían, desde entonces, a las corrientes que pasaron a denominarse, justamente, de “nueva” izquierda: la primacía de la acción, la opción por las armas, la inminencia de la revolución, el antiliberalismo, el desprecio por la lucha parlamentaria y las formas del sistema político democrático... Esta desestabilización en el significado de “izquierda” explica una porción de las disputas y los equívocos que se dieron cita en esa coyuntura de crisis política argentina, la cual involucró también, como se vio, una crisis en el lenguaje y una alteración en el significado de las palabras.18
Para algunos de los actores referidos, la atribución de una identidad de “izquierda” a sectores peronistas derivaba del hecho de que representaban una posición de clase, la de la clase obrera, y ostentaban consiguientemente el discurso acorde a tales intereses. Dado que se consideraba al movimiento sindical la expresión legal mayoritaria del peronismo luego de 1955, la prédica acerca del carácter potencialmente izquierdista de una porción suya no resultaba difícil -aunque sí un desafío- para quienes hablaban desde el Partido Comunista o desde alguna de las fracciones del Partido Socialista. Por ejemplo, Victorio Codovilla saludó el hecho de que “desde el golpe de estado del 29 de marzo de 1962” se había hecho patente la “contradicción” en el peronismo “entre su ala derecha formada por elementos burgueses y pequeño burgueses -Bramuglia, Mercante, Saadi, Guardo, etc.- y su ala izquierda, formada en su mayoría por obreros y gente de extracción popular”.19 Desde otro lugar de enunciación, el sociólogo Seymour Lipset compartía contemporáneamente el punto de vista que asociaba posición de clase y definición ideológica (por lo que consideraba al peronismo en su totalidad como uno de los posibles extremismos de izquierda, es decir, de clase baja, junto al comunismo, el anarquismo y el socialismo revolucionario).20
Entreverados con esta significación clásica, aparecen durante estos años otros significados para connotar la parte “izquierda” del peronismo: el “extremismo” de determinados sectores, su método y prédica revolucionarios; su intransigencia en el reclamo del retorno de Perón a la Argentina. Son los persistentemente duros, y no otros, aquellos a quienes se identifica como una “izquierda peronista” en muchos discursos que hablan de ella en los primeros años sesenta. Esta última parece haber sido la acepción que se propagaba en la opinión pública cuando, fruto del discurso de fracciones del gobierno y de las fuerzas armadas, se equiparaba la acción de comunistas y peronistas bajo la misma categoría de “extremismos” o “formas totalitarias”. O cuando la revista Primera Plana intercambiaba la noción de “extremistas” e “izquierdistas” para referirse a los peronistas seguidores de Andrés Framini, desplazados de los órganos gremiales y partidarios por Augusto Vandor.21 El de 1964 fue el año del mentado y fallido retorno de Juan Perón a la Argentina, y el de la cuestionada pero exitosa reorganización del Partido Justicialista promovida por Vandor. Estar a la izquierda en el peronismo significó entonces, sin dudas, abrazar un peronismo adjetivado como revolucionario, y estar a favor de la liberación nacional y social; pero en las alternativas políticas de la hora ello se tradujo centralmente como la oposición a integrarse al sistema de partidos, una posición inescindible del reclamo intransigente del regreso de Perón a la Argentina. El significado de las nociones de “lealtad” e “izquierda” convergieron en esa coyuntura del peronismo, al filo de la mitad de la década del sesenta. Luego, siguió otra historia.