SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.27 número2Comunidades fracturadas Una relectura de Benedict Anderson a través del prisma de las redes socialesEl método Rousseau. Un dinamismo de los conceptos índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

  • Não possue artigos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.27 no.2 Bernal  2023  Epub 06-Dez-2023

 

Lectura

Cartas en juego. La revolución cubana en el epistolario de Ángel Rama

Gonzalo Aguilar* 

* Universidad Nacional de San Martín / Universidad de Buenos Aires

La aparición de la correspondencia de Ángel Rama (Montevideo 1926 - Madrid, 1983) implica un hecho trascendental para la historia intelectual latinoamericana: el acceso a la cantera de opiniones, proyectos, dilemas, discusiones y confidencias de una de las figuras que más activamente buscó tejer una trama continental de pensamiento en décadas clave de la segunda mitad del siglo xx -y cuyo profuso epistolario no fue nada accesorio en ese empeño-. Prismas agradece a Gonzalo Aguilar y María Inés de Torres, lectores atentos de Rama, su valiosa colaboración para internarnos en este libro imposible de abarcar en una reseña tradicional.

La publicación de epistolarios presenta un desafío y un terreno fértil para la historia de los intelectuales. Si la figura del intelectual se forja básicamente en la escena pública, las cartas revelan la vida privada e íntima y una serie de opiniones que todavía no pasaron por el tamiz de lo decible, antes de volcarse a un terreno (el de las circunstancias históricas y políticas) que a menudo exige reformulaciones, ajustes y adaptaciones. En las cartas personales suelen regir las confidencias, las consultas sigilosas y las complicidades, aunque también las discusiones y disidencias que muchas veces se prefiere mantener lejos de la arena pública. Nadie que escriba cartas supone la mirada entrometida de los lectores futuros: es como si, al adentrarse en los epistolarios, uno fuera espía de un laboratorio secreto y asistiera a los experimentos en los que se preparan los productos que finalmente se entregarán, después de una sutil metamorfosis, al escrutinio público. La compilación de la correspondencia que Ángel Rama escribió entre 1944 y 1983, titulada Una vida en cartas, permite atestiguar los avatares de la cultura latinoamericana durante buena parte del siglo xx, tanto por la dimensión intelectual del autor como por las diferentes ciudades y lugares por los que pasó en su errancia permanente (Montevideo, Caracas, San Juan de Puerto Rico, Stanford, París, Maryland), las diversas situaciones en las que le tocó participar (surgimiento de revistas culturales, proyectos editoriales, la Revolución cubana, el boom de la literatura latinoamericana, dictaduras militares, políticas migratorias estadounidenses) y los interlocutores con los que se carteó: entre los más de noventa destinatarios, Idea Vilariño y Jorge Guillén, Mario Vargas Llosa y Roberto Fernández Retamar, Antonio Candido y Darcy Ribeiro, Jean Franco y Saúl Sosnowski, además, por supuesto, de las cartas con Marta Traba, su pareja durante muchos años.

El título de uno de sus textos, “La riesgosa navegación del escritor exiliado”, describe bien la propia situación de Rama, situación que si bien le permitió tener una visión continental de la literatura y la cultura que pocos tuvieron (algo que se plasma en la Biblioteca Ayacucho que funda en Caracas y sobre la que hay muchísimas cartas) también lo llevó a una angustiante situación migratoria: después de quedar indocumentado en 1976 cuando la dictadura militar de su país le niega el pasaporte, debió enfrentar una de sus experiencias más traumáticas, cuando el gobierno estadounidense le niega la visa para dar clases, poco antes de su muerte en un accidente aéreo en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, en 1983.

La edición de Una vida en cartas fue realizada por Amparo Rama junto con Rosario Peyrou, quien escribió uno de los textos introductorios (el otro es de Beatriz Sarlo). Se trata de una selección muy exhaustiva acompañada de un excelente aparato crítico y que, si bien obviamente no ha podido recopilar la totalidad de la correspondencia, da una buena idea de la trayectoria y la personalidad de Rama. En una carta a Idea Vilariño del 24 de octubre de 1976, el propio Rama se refiere a lo que significa para él escribir cartas. Le comenta allí: “Contigo voy a celebrar haber llegado al medio millar de cartas de la editorial en lo que va del año y eso quizás te explique por qué, contra todos mis conocidos hábitos epistolares, no he sido un buen corresponsal privado en este tiempo. Escribo entre tres y cinco cartas diarias, algunas muy extensas, sobre diversos aspectos del trabajo editorial, lo cual agota mis posibilidades epistolares. Hasta el punto de que a veces me siento como desagradado por la tarea”. Sean impulsadas por trabajo o por afectos, las cartas continúan, de una manera desviada, lo que fue una de las pasiones dominantes del crítico: la conversación intelectual. Las cartas son “el mejor sistema de llenar el tiempo que te queda libre cuando estás deseando charlar con alguien” (29/4/1944) o, en otro momento, “las cartas no sirven de mucho, son pedazos, chispas de una conversación” (7/4/1966). Pese a esta deficiencia del género (“la vía epistolar no es la más precisa”, 24/12/1967; “aunque todo esto no sea para explicar por carta”, 27/3/1965), es el único espacio que alguien que viaja por diversos lugares (sobre todo a partir de 1969) encuentra para constituir redes intelectuales y afectivas que lo acompañan en la discusión latinoamericana.

Uno de los acontecimientos que mejor permite calibrar la alquimia entre lo público y lo privado en las cartas es la Revolución cubana. La laguna existente entre 1955 y 1962, período del que no se conservan cartas, no permite evaluar las primeras reacciones que aparecen, de un modo desviado, en la correspondencia que mantiene en 1963 con Ezequiel Martínez Estrada por la edición de su libro sobre Nicolás Guillén en Arca. Pero en los años posteriores, ya aparecen los hitos que marcan su relación con Cuba: la reunión con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional en 1967, su disgusto por el giro de 1968 con la invasión soviética a Checoslovaquia y el caso Padilla, la relación distanciada durante la década del setenta (sobre todo después de la prisión a Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé en 1971) y el nuevo capítulo que se abre con la ascensión de Reagan y el giro conservador que encuentra a Rama en los Estados Unidos enfrentando la negativa del servicio de migraciones a entregarle la visa y en polémica con los exiliados cubanos.

Aunque la crisis de Rama con la Revolución cubana se produce con el caso Padilla, ya antes hay indicios de que percibe un peligro que el entusiasmo deja en segundo plano: son “los malos pensamientos” que asoman, como le dice a Haydée Santamaría en una carta del 11 de mayo de 1964 en la que también afirma: “Cuba me supera”. En 1965, el realismo socialista es todavía una broma (“que los jurados elijan grandes novelas del realismo socialista como Somnia Malenkov heroína soviética”), pero el hecho de que incluya esa posibilidad en una carta enviada a todo el plantel de Casa en medio de loas a la situación cubana habla de que la percibe como una amenaza latente (15/1/1965). Las primeras desavenencias vienen, llamativamente, de la persecución a los homosexuales. Rama reacciona como otros intelectuales y artistas activistas (“soy un activista”, s/f, p. 203) con el consabido “no es el momento” (27/3/1965), pero tiene la valentía de plantear el problema en la reunión con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional, cuando denuncia frente a la plana mayor de la burocracia cultural cubana la existencia de las UMAP (Unidad Militar de Ayuda a la Producción; véase la carta del 28/5/1974). Pero la crítica nunca deja de tener un lugar secundario, como lo muestran sus objeciones a la invitación a Allen Ginsberg a visitar Cuba y el escándalo por homosexualidad y drogas que desató (“era previsible”, 27/3/1965), así como cuando unos años después, en una carta a Jean Franco, critica la “mariquería” de Juan Goytisolo para quien “la libertad y el progresismo se reducen al gay liberation” (28/7/1977). Rama se mantendrá hasta el final fiel a los debates de la modernidad ilustrada y de la política en términos clásicos, y si bien comprende los conflictos de la diversidad sexual, no los considera suficientes para romper con Cuba. La crítica de Rama a la política cultural transita por tres niveles: el elocuente de las cartas, el de la reserva de sus posiciones en la arena pública y, finalmente, uno elusivo, pero no por eso menos poderoso: la publicación de las obras de Reinaldo Arenas y de Norberto Fuentes en Arca, la editorial que dirigía en Montevideo.

La ruptura o la discreta toma de distancia (ya que el gran problema es hasta qué punto hacer públicas o estridentes sus desavenencias) llega con la prisión a Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé que, como dice en la carta del 5 de abril de 1971, “eriza la piel más coriácea” y configura “una de las mascaradas intelectuales más indignas y despreciables a que nos hayamos enfrentado” (carta a Jorge Ruffinelli, 16/5/1971). A eso se suma la posición de Cuba frente a la intervención soviética en Checoslovaquia y, entonces, metafóricamente hablando, Rama comienza a hacer las valijas. La carta clave es la que le escribe a Haydée Santamaría el 27 de mayo de 1971. Pese a que Rama la define como una “carta abierta”, en el prólogo Peyrou nos informa que “finalmente nunca fue enviada ni publicada” (p. 25). Para Rama, 1967 es el último año en el que hubo una “concepción abierta de la cultura” de la singular “experiencia socialista cubana”. Rama percibe un desplazamiento del “debate científico”, que alude a la confrontación de argumentos, al “insulto ad hominem” que alienta la persecución y la paranoia y a poner en un segundo plano el debate de ideas. Beatriz Sarlo define a Rama como un latinoamericano antiimperialista al que podría aplicársele el calificativo de “socialdemócrata” (p. 34); sin embargo, no sabemos si él hubiese adherido a las socialdemocracias de los años ochenta haciendo un pasaje desde lo que, en las cartas, define como una “democracia socialista” (27/5/1971, cursivas del original). Tal vez haya que ir a Las máscaras democráticas del modernismo, su libro póstumo, para ver las direcciones inesperadas que se abrían en su trayectoria intelectual. Durante los setenta, Rama mantiene la disidencia con la Revolución cubana en términos que prefiere no hacer estridentes, elaborando en una esfera más íntima su frustración ya que, como le escribe a Jorge Edwards, se “trata de asuntos que me han tocado mucho, que incluso he tratado de olvidar o ahogar adentro” (28/5/1974).

En ese momento crítico, Rama tiene dos destinatarios privilegiados: Roberto Fernández Retamar, quien entonces dirigía la revista de Casa de las Américas, y Mario Vargas Llosa, que pertenecía al Comité de Redacción y con quien Rama establece una alianza para entender lo que estaba pasando (sobre todo cuando el escritor peruano asiste a reuniones de la revista a las que Rama no puede ir porque no obtiene el permiso para viajar desde Puerto Rico, como se lee en la carta del 12 de noviembre de 1970). Con Fernández Retamar establece una relación epistolar a partir de su designación como director de la revista de Casa de las Américas, cargo que en un principio se había pensado para David Viñas, pero que varios no alentaron (el propio Rama, que lo va a defender enfáticamente cuando se enfrente a Borges por sus declaraciones durante la dictadura de 1976, va a decir que Viñas “tiene problemas con el género humano”, 27/3/1965). El nombramiento de Retamar es saludado por las “coincidencias en arte y en política”, por el “fervor común” y en contra de los “cubanos exiliados que en su diarucho nos tiran la mierda habitual” (cartas de 27/3/1965 y 10/3/1971). Pero las cartas toman cada vez un cariz más diplomático y como Rama percibe que Fernández Retamar no es víctima de la política oficial cubana, sino más bien uno de sus promotores, sospecha que el “debate científico” que intenta establecer nunca tendrá lugar. Ya en una carta de 1974, le cuenta a Jorge Edwards de su encuentro con Fernández Retamar en un congreso en Montreal con una descripción lapidaria: “Tan magro, mal vestido, ya canoso con barbita rusa”. En ese diminutivo y en el adjetivo despectivo se sintetizan los miedos del crítico uruguayo al autoritarismo de izquierda.

Con Vargas Llosa, en cambio, Rama encuentra un interlocutor ideal con el que puede disentir en un plano de franqueza. “Me muero de aburrimiento -le escribe- desde que no mantenemos polémicas tempestuosas” (22/3/1976). Pese a que tenían concepciones muy diferentes de la literatura (Rama escribió objeciones feroces contra Historia de un deicidio, el libro de Vargas Llosa sobre García Márquez), hacían ambos una defensa de la libertad de expresión que, por más que los haya impulsado a caminos distintos, los enfrentó a ambos con el Gobierno cubano a partir del clima represivo que comenzó a vivirse sobre todo a partir de 1968. Los dos pertenecían al Comité Editorial de la revista de Casa de las Américas y también compartían la pasión por Arguedas, en un momento en que Vargas Llosa escribía diversos homenajes y prefacios y Rama iniciaba la investigación que culminaría en Transculturación narrativa en América Latina (1982). Son dieciséis cartas, entre 1967 y 1982, que muestran la fidelidad a ese debate en el que lo que se pone en juego son las ideas.

Pese a que su decepción crece a lo largo de la década de 1970, la estrategia de Rama es lo que podría llamarse una tercera vía, un intento de establecer una disidencia desde adentro, a diferencia del camino que toma Vargas Llosa, que rompe públicamente con la Revolución. Y Rama encuentra esa vía en la figura de Norberto Fuentes, escritor que había declarado que se consideraba “un hijo de la Revolución” y que es involucrado contra su voluntad en el affaire Padilla. De hecho, Rama publica Condenados de condado (1968) cuando nadie quería hacerlo, ni dentro ni fuera de la isla. Su texto crítico “Norberto Fuentes: el narrador en la tormenta revolucionaria” trata de reinstalar un debate que se queda sin escenario: porque a los críticos e instituciones de Cuba no les interesa revisar su posición y porque para quienes habían adherido anteriormente la Revolución cubana deja de ser la referencia fundamental.

A principios de los años ochenta se produce una serie de transformaciones que van a afectar todavía más el modo en que Rama piensa su intervención intelectual. Las elecciones en los Estados Unidos en las que triunfa Ronald Reagan son el 4 de noviembre de 1980 y tres días después Rama le escribe a Idea Vilariño: “Creo mucho menos que antes en los seres humanos, los siento lejanos y poco estimables en general” (7/11/1980). Las posiciones del “debate científico” se hacen imposibles. Con las dictaduras en los países latinoamericanos, la frustración de la promesa cubana y la consolidación del conservadurismo en los Estados Unidos, el “insulto ad hominem” comienza a ser la norma para juzgar las ideas. Las acusaciones absurdas que le hacen para negarle la visa (básicamente ser comunista) rigen los debates de la escena pública y reciben apoyos insólitos como el de Reinaldo Arenas, a quien Rama no solo había defendido publicándolo cuando era censurado en Cuba, sino que lo había avalado con una carta para la obtención de la Beca Guggenheim. En las cartas con Arenas y en las referencias que les hace a otros destinatarios, puede observarse cómo Rama percibe que el “derecho a la libertad de opinión y expresión” (p. 783) debe lidiar con un “ambiente emocional” (30/11/1981) que hace difícil sostener la objetividad progresista. Es más, Rama por momentos se burla de ese deslizamiento (por ejemplo, cuando comenta que se entera por el “rimbaldiano Arenas” de que Desnoes es agente de la inteligencia cubana, 18/3/1982) pero en otras ocasiones también admite la irritación que puede producir su postura de “mantener una línea coherente, independiente y sensata” (carta a Reinaldo Arenas30/11/1981). En una comunicación que le envía a Luis Harss poco después, menciona el “estado paranoico” de Arenas y sus “delirios” y concluye así: “Han vivido muy traumáticas experiencias y necesitan un tiempo largo para descargar los trastornos espirituales que padecieron” (1/12/1981). La experiencia de Rama no es menos traumática, pero su formación ilustrada en la ciudad letrada lo lleva permanentemente a separar las desgracias personales de la escena pública, que imagina como un lugar de confrontación de argumentos y opiniones. Rama muere en un accidente en noviembre de 1983 y en las últimas cartas, como en las que envía a Saúl Sosnowski, se percibe esta preocupación por los modos de argumentación demenciales y por lo que llama “selectividad culpable” (20/8/1982), por la que un hecho desencadena las consecuencias más insólitas (por ejemplo, haber viajado a la Unión Soviética se considera una adhesión al comunismo). Una vida en cartas. Correspondencia 1944-1983 puede ser leído como la historia obstinada de un intelectual que hace todo lo posible para mantener la separación entre el debate de ideas y las cuestiones personales, y también como el testimonio de cómo esa separación se hace imposible a medida que avanza el siglo.

Ángel Rama: cartas de un editor letrado

Inés de Torres

Universidad de la República

La década de 1990 fue el momento en que la obra del crítico cultural uruguayo Ángel Rama alcanzó el mayor grado de atención de la academia, concentrada fundamentalmente en la discusión de sus obras tardías Transculturación narrativa en América Latina (1982) y, muy en especial, La ciudad letrada (publicada en 1984, poco después de su muerte). Como ocurre con frecuencia, fue el interés que despertó su circulación en la academia estadounidense el que inició la onda expansiva que llevaría a revistas, instituciones y congresos en los Estados Unidos y América Latina a discutir estos textos que resultaron provocadores para el campo de la crítica cultural. Más allá del interés intrínseco de la obra de Rama, hubo una serie de circunstancias que favorecieron su circulación en ese contexto particular. Una de ellas fue la cercanía cronológica de la publicación de La ciudad letrada, en 1984, y la de Imagined Communities de Benedict Anderson, en 1983. Esta cercanía hizo que, desde los departamentos de literaturas hispanoamericanas de las universidades estadounidenses, estos textos fueran leídos muchas veces en sintonía. Era la década del estudio de los nacionalismos, del retorno a las literaturas del siglo xix como momento fundacional de los imaginarios nacionales, y de la crítica a los discursos homogeneizantes y excluyentes que legitimaron la creación del Estado-nación. Era también, y no es casual, el momento de auge del neoliberalismo.

Pero la contribución de Ángel Rama a la crítica cultural latinoamericana no se reduce a estas dos obras que acapararon la atención en los noventa. Criado en un hogar de pequeños comerciantes inmigrantes gallegos, en donde -según sus propias palabras- el único libro que había era la Biblia que su madre tenía en la mesa de luz, Rama contrajo tempranamente la fiebre por la lectura a través de Carlos, su hermano mayor que, obligado por la poliomielitis a pasar la niñez tumbado en una cama, convirtió su dormitorio en un desborde de libros. En su juventud frecuentó las aulas universitarias, como alumno y como catedrático, pero fue fundamentalmente un autodidacta apasionado. Integró, junto con Carlos Maggi, Ida Vitale, Idea Vilariño, Carlos Real de Azúa, Emir Rodríguez Monegal, José Pedro Díaz, Mario Benedetti y Amanda Berenguer, entre otros, la llamada “generación del 45” o “generación crítica” en su país. A partir de 1970, comenzó una vida errante que lo llevaría, entre otros motivos por circunstancias políticas, a vivir en varios países y a recorrer como conferencista, panelista o profesor invitado buena parte de Latinoamérica, Europa y, en menor grado, los Estados Unidos. En 1970 se trasladó a Puerto Rico, donde dictó clases en la Universidad de Río Piedras. Entre 1972 y 1978 trabajó en la Universidad Central de Venezuela; en 1979 fue convocado como profesor visitante en la Universidad de Maryland, la que en 1981 lo designó profesor titular de Literatura Latinoamericana. Sin embargo, en julio de 1982, el servicio de inmigración estadounidense le negó la renovación de la visa, por lo que a comienzos de 1983 se trasladó a París, con apoyo de una Beca Guggenheim. No era la primera vez que un gobierno le impedía el ingreso o la permanencia en un país: tuvo problemas con el visado en Puerto Rico, Venezuela, México y Colombia, originados en una combinatoria de nacionalismos y clima de la Guerra Fría en la cual pesaba su pasado de fuerte adhesión a la Revolución cubana. El 27 de noviembre de ese año murió en un accidente de aviación, junto con otros artistas e intelectuales, como su esposa, la escritora y crítica de arte Marta Traba, y los escritores Manuel Scorza y Jorge Ibargüengoitia, cuando se dirigían a un congreso en Bogotá.

Se proyectó al periodismo cultural a través de Marcha, cuyas páginas literarias Rama dirigió por más de una década, y continuó esta práctica a lo largo de toda su vida. La bibliografía primaria hecha poco después de su muerte por Álvaro Barros Lemes rescata alrededor de mil quinientos trabajos, entre artículos, reseñas, ensayos y notas de prensa, publicados a lo largo y ancho del continente. Fue crítico literario primero y después crítico cultural. Entre sus obras más destacadas, además de las mencionadas al inicio, se encuentran Rubén Darío y el modernismo (Caracas, Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, 1970); Los gauchipolíticos rioplatenses. Literatura y sociedad (Buenos Aires, CaliCanto, 1976); La generación crítica (1939-1969) (Montevideo, Arca, 1972), o La novela en América Latina. Panoramas 1920-980 (Bogotá, Procultura, 1982). Último, pero no menos importante, es la actividad de Rama como editor, que comienza formalmente con la fundación en Montevideo de la Editorial Arca en 1962 junto con su hermano Germán y su amigo José Pedro Diaz, y que tiene su punto más alto en la organización y la dirección de la Biblioteca Ayacucho, fundada por un decreto del presidente venezolano Carlos Andrés Pérez en 1974, a partir de un proyecto de Rama. La Biblioteca Ayacucho se propuso recuperar y divulgar los textos clave de la literatura y la cultura del continente, algunos olvidados, a través de ediciones prologadas por especialistas. A la muerte de Rama en 1983, se habían publicado más de cien volúmenes en menos de diez años. La Ayacucho terminó convirtiéndose en un acto de refundación del canon de la literatura latinoamericana y caribeña.

La reciente publicación del voluminoso tomo Una vida en cartas. Correspondencia 1944-1983 amplía el corpus de sus escrituras de corte autobiográfico (las “escrituras del yo” o periautográficas, como han sido llamadas) que se inició con su Diario. 1974-1983 (Montevideo, Trilce, 2001) y continuó con la publicación de la correspondencia de Rama con Berta y Darcy Ribeyro, y con Antonio Cándido.1

El volumen de casi novecientas páginas fue editado por su hija, la arquitecta Amparo Rama, quien junto con Rosario Peyrou realizó la selección y notas del epistolario, precedido de textos introductorios, a cargo de la propia Peyrou y de Beatriz Sarlo. Se trata de cartas escritas por Rama, es decir, lo que tradicionalmente se conoce como “correspondencia activa”, a más de cuarenta interlocutores en su casi totalidad latinoamericanos.

Si, como sostiene Gonzalo Aguilar, la necesidad de escribir un diario no aparece en Rama como algo imperioso, sino como un ejercicio discontinuado en el tiempo, la necesidad de escribir cartas, de comunicarse con interlocutores ausentes a través de la palabra escrita, aparece en este torrente de cartas como una exigencia casi impostergable, que va modulando su tono y su ritmo de acuerdo con los interlocutores y los momentos de su relación con ellos y de la tumultuosa realidad política de América Latina entre las décadas de los sesenta y los ochenta, que es cuando se concentra el mayor volumen de correspondencia.

Como toda correspondencia de una figura pública, una de las cosas que añade su publicación es mostrar el “detrás de escena” de su trabajo, un aspecto fundamental para analizar su trayectoria intelectual, que debe ser considerada, como en la de todo intelectual, tanto a la luz de sus proyectos cumplidos como de los que quedaron solo en papel. Tal vez uno de los aspectos que resulta de mayor interés es comprobar, una vez más, que Rama no era solo un intelectual tout court, sino claramente lo que hoy llamaríamos un “gestor cultural”, vinculado fundamental aunque no exclusivamente con el mundo editorial, punto en el cual me interesa concentrarme.

Aun cuando el corpus publicado es solo una selección de las cartas del archivo, podemos a través de ellas tener un primer panorama de las redes editoriales que Rama fue construyendo a lo largo de su carrera. En efecto, este volumen de correspondencia confirma una vez más que el aporte de Rama a la historia intelectual no se limitó a su rol como crítico, ensayista o periodista cultural, sino que abarcó también y de modo decisivo su contribución a la historia de la edición en América Latina, aún antes de la Biblioteca Ayacucho. Su trabajo “El boom en perspectiva”, que conoció varias versiones y que se originó en una ponencia presentada en octubre de 1979 en el Wilson Center con el provocador título de “Informe logístico (anti-boom) sobre las armas, las estrategias y el campo de batalla de la nueva narrativa hispanoamericana”, es, entre otras tantas cosas, un diagnóstico sobre el mercado editorial latinoamericano, sus actores, estrategias y su relación con el mercado español, que mediante el análisis de un conjunto de nombres, cifras y montos termina configurando un mapa primario de los circuitos de producción y distribución editorial en América Latina.

Además de Uruguay (donde buena parte de la correspondencia se refiere de un modo directo o indirecto a aspectos relacionados con Arca), se puede observar a lo largo del volumen cuáles fueron los focos de interés editorial en el continente a los que Rama se acercó, o trató de acercarse, y las redes que terminó construyendo.

Los interlocutores cubanos: revolución y después

Como todo intelectual de su tiempo, su trayectoria estuvo marcada por la Revolución cubana. Hasta el caso Padilla (cuando en 1971 el Gobierno cubano detuvo al escritor Heberto Padilla acusado de “actividades subversivas”), que significó su ruptura con el régimen cubano y por lo tanto el alejamiento de la redacción de la revista de Casa de las Américas, Rama mantiene correspondencia constante con Fernández Retamar, Haydée Santamaría y Marcia Leiseca. Con Fernández Retamar se siente unido por una fuerte amistad e, inicialmente, también por la admiración a la Revolución cubana y la tarea de Casa, y trabaja de manera infatigable para que la revista pueda superar los escollos que le impiden circular por el continente. En 1965, le escribe: “Soy un activista, como sabes muy bien. Desde aquí hago todo lo que puedo. La revista de la Casa comienza a circular en librerías; los Concursos de la Casa tienen en Marcha un portavoz efectivo, he montado una editorial para movilizar a los escritores en una acción cultural militante; pero todo eso no es suficiente”. La misma preocupación le expresa a Marcia Leiseca: “Ninguna librería en Buenos Aires parece dispuesta a correr el riesgo de encargarse de recibir y distribuir la revista Casa” (p. 167). A Haydée Santamaría le informa acerca de las redes que está armando para impulsar la circulación de la revista: en Lima, Salazar Bondy se compromete a hacerla circular; en Buenos Aires, ha conseguido a un grupo de estudiantes universitarios que se compromete a distribuirla en pequeñas cantidades; en Chile, Carlos Orellana de la Librería Universitaria considera que es mejor continuar con el sistema de pequeños envíos postales. Así como acepta con entusiasmo militante viajar a la isla, integrar el Consejo de Redacción de Casa o los jurados de sus premios, el caso Padilla, al igual que para una parte importante de la intelectualidad latinoamericana, produce una ruptura insalvable. En la carta a su amigo Fernández Retamar del 5 de abril de 1971, le expresa los motivos por los cuales es imposible que siga apoyando el proyecto cubano ante “un hecho sin justificación que aviva las naturales inquietudes de quienes no hace tanto, apenas dos años, vieron en Checoeslovaquia destituir a decenas de escritores y encarcelarlos” (p. 339). En el volumen también se publica el borrador de una carta no enviada a Haydée Santamaría en la que, con igual afecto e igual dureza, le trasmite su posición frente a la Revolución (p. 346).

El Río de la Plata entre dos orillas

La vinculación con la Argentina es importante desde un principio, como lo demuestra la correspondencia con amigos y colegas como Saúl Sosnowski, Noé Jitrik, Beatriz Sarlo, Adolfo Prieto, Tulio Halperin Donghi, entre otros. El problema de la circulación de las publicaciones respectivas entre los dos países es una permanente preocupación para Rama. Ya antes de Arca, cuando fundó con otros tres socios la revista Clinamen, tiene el propósito no solo de que sea vendida en Buenos Aires, sino que consiga allí avisadores, según le confiesa en carta a su socio Manuel Claps, argentino radicado en Montevideo desde la niñez, pero que en ese momento realizaba estudios de filosofía en la Universidad de Buenos Aires. La llegada de Marcha a Buenos Aires es otra de sus preocupaciones. En 1964 se queja de que la revista todavía no ha podido ingresar a la capital porteña, pero poco más de un año más tarde le dice a José Emilio Pacheco que están vendiendo “más de diez mil ejemplares, o sea más que todas las revistas juntas de Argentina” (p. 193). Aun cuando haya evidente exageración en la cifra, lo cierto es que, como señala Beatriz Sarlo en el prólogo, el nombre de Ángel era inseparable del de Marcha, aquella “revista que los porteños de Buenos Aires íbamos a comprar, sin falta, los miércoles después del mediodía a los kioscos de la calle Corrientes”.

Si bien hay muchas alusiones a Cortázar y a Borges, no hay ningún intercambio específico con ellos en este epistolario. Son más frecuentes las cartas a Ezequiel Martínez Estrada durante los dos años anteriores a la muerte del argentino, cuando Rama le escribe para pedirle una colaboración para Marcha, al tiempo que se compromete a enviarle los materiales de interés para el “proyectado estudio sobre Artigas” acerca del cual Martínez Estrada parece haberlo informado. En una carta siguiente, del 25 de mayo de 1963, le escribe en su nombre y en el de la Casa de la Cultura Artigas-Martí, invitándolo a dar una serie de conferencias para su inauguración, algo que no se llega a concretar, aparentemente por motivos de salud del argentino. En una carta posterior, Rama le pide “sus originales sobre (Nicolás) Guillén” para inaugurar una colección americana, que se publicaría a través de un acuerdo de coproducción con la Casa de las Américas.2

En 1967 le escribe a Jaime Rest pidiéndole sugerencias, “como indicación de fuentes y de tamaño”, para crear en Arca “una colección de textos no muy extensos con materiales útiles y encantadores de esos que uno pesquisa por el mundo con deleite […]. Algo así como los Cuadernos de la Quimera”, aludiendo a la colección dirigida en Emecé por Eduardo Mallea en 1944 (p. 229).

Orfila Reynal es un interlocutor importante para Rama. En 1966, le responde una carta en la que el editor argentino radicado en México le proponía formar parte de un libro colectivo en el que podrían participar Seymour Menton, Rodríguez Monegal, Fernández Retamar y el propio Rama, sobre la actividad intervencionista de los Estados Unidos en la cultura hispanoamericana. Rama acepta la propuesta, a pesar de que confiesa que no sabe si será posible reunir a los participantes “dada la aspereza de la polémica”, pero a su vez aprovecha para hacerle a Orfila Reynal una propuesta: “Hacer algo semejante a la filial argentina de Siglo XXI”. Y agrega: “Estoy tratando de interesar a varios colegas para promover un intento editorial de tipo universitario. Y en él puede caber una vinculación con su editorial o el establecimiento de relaciones estables entre los profesores uruguayos y los que se agrupan en su editorial”. Casi diez años más tarde, en otra carta, le cuenta al mismo Orfila del interés de algunos amigos “en la posibilidad de abrir una entidad Siglo XXI en Venezuela” (p. 483).

Conviene recordar que además Rama había sido cofundador de la editorial argentina Galerna. En 1965, cuando García Márquez todavía no había llegado todavía a ser un escritor de renombre, Rama publicó en Arca La hojarasca, su primera novela. En un fragmento de una nota publicada en México, recogido por Peyrou en el prólogo, Rama recuerda que como el público uruguayo no se había interesado mucho en el libro y Arca no tenía capacidad para proyectarlo al continente, se les ocurrió otra solución: “[…] nos asociamos con un joven editor argentino que había hecho su aprendizaje con Jorge Álvarez y fundamos a medias la editorial Galerna” (p. 12). El joven editor era Guillermo Schavelzon y Rama participó en la empresa, una vez más, junto con su hermano Germán y su amigo José Pedro Díaz. Por lo visto el proyecto no cumplió enteramente con sus expectativas, ya que en los setenta entró en negociaciones para vender la parte uruguaya de Galerna, aunque sin grandes esperanzas, según le confiesa a su amigo José Pedro Díaz.3 Finalmente y en contra de todo pronóstico, el 3 de agosto de 1973 Rama le escribió a Tito Finkelberg para anunciarle que su hermano Germán había acordado con Schavelzon la venta de su parte de Galerna por mil quinientos dólares pagaderos en diez cuotas mensuales, y que el editor argentino les ofrecía la compra de sus respectivas partes a él y a José Pedro Díaz en las mismas condiciones.

El intercambio con editores, escritores y críticos argentinos era constante, y también lo eran los emprendimientos conjuntos. El Centro Editor de América Latina (CEAL), que de la mano de Boris Spivacow había creado la exitosa serie de fascículos Capítulo. La Historia de la Literatura Argentina, acordó con Carlos Real de Azúa, Carlos Maggi y Carlos Martínez Moreno la publicación de Capítulo Oriental, que entre 1968 y 1969 publicó cuarenta y cinco fascículos (en varios de los cuales participó Rama). Un poco después, entre 1968 y 1970, Rama, desde Arca y junto con Editores Reunidos, crea una colección similar en cuanto al formato, pero no limitada a la literatura sino abarcando también otras disciplinas: la Enciclopedia Uruguaya. Según afirma su hija Amparo, y recoge en el prólogo Peyrou, la Enciclopedia Uruguaya fue un ensayo de la Biblioteca Ayacucho. Se podrían remontar los antecedentes hasta incluso más atrás, cuando en 1951 Rama fue designado investigador y director de la colección Clásicos Uruguayos, un emprendimiento cultural del Estado de Uruguay que buscaba publicar textos “que contribuyeran a estimular el sentimiento nacional” y difundirlos en ediciones a precios populares.

México: tan cerca y tan lejos

México, la otra capital de la industria editorial hispanoamericana, no podía serle ajena a Rama, pero con este país la relación fue totalmente diferente. Rama conocía y valoraba la literatura mexicana y también el mercado editorial, en el cual sabía que Marcha podría tener un buen público lector. En carta del 25 de abril de 1965 a José Emilio Pacheco, le expone sus planes para que Marcha llegue a venderse en México. Pero hay en el volumen dos cartas dirigidas a Octavio Paz que marcan en cierto modo el tono de la relación, que pudo haber influido en la virtual imposibilidad de ingreso de Rama o de sus emprendimientos editoriales a México. En la primera, se defiende de un reproche aparecido en la revista Plural a raíz de la publicación en inglés de una antología de la literatura latinoamericana para la cual a Rama se le había encargado un prólogo. La crítica refería a la escasa representatividad de la literatura mexicana en dicha antología. A pesar de no haber estado Rama a cargo de la selección de textos, aprovecha la oportunidad para formularle a Paz “algunas precisiones, casi, se podría decir, en previsión de futuro”. Manifiesta su enorme interés por la literatura mexicana, destaca su labor como crítico y promotor de muchos de sus valores, pero el punto central era denunciar la prohibición de ingreso al país que pesaba sobre su persona, desde el momento en que cada vez que solicitaba un visado, aunque fuera de turista, se lo negaban. La segunda carta apunta más directamente a la figura de Paz, y el tono es aún más ríspido. Rama había remitido dos artículos consecutivos a la revista Plural, editada por Paz, y ambos habían sido rechazados sin explicaciones plausibles. Además, se queja de los términos agraviantes con los que lo había tratado Kazuya Sakai, el editor argentino que trabajaba junto con Paz en la revista. La conclusión de la carta parece aludir a una virtual “ruptura de relaciones”, ya que, según manifiesta, no estaba dispuesto “a sufrir ningún nuevo destrato”. Es obvio que un desencuentro con uno de los máximos referentes de la cultura mexicana del momento estaba lejos de facilitar el ingreso de Rama al país. Ello no impidió que Rama siguiera defendiendo la necesidad de una mayor representatividad de la literatura mexicana en reuniones y publicaciones. Invitado a participar en el Congreso de Escritores de Lengua Española en Madrid en 1979, sugiere que se le preste “mayor atención” a México, y a continuación menciona al crítico José Luis Martínez, en aquel momento director del Fondo de Cultura Económica, al poeta José Emilio Pacheco, y a Tomás Segovia “representando a los españoles que se integraron a América a consecuencia de la guerra civil” (p. 597). A su vez, propone como invitados de honor a dos editores: Gonzalo Losada y Arnaldo Orfila Reynal, de editorial Losada y Siglo XXI respectivamente, “en honor por la tarea que han cumplido en la difusión de las letras americanas y españolas”. En 1973, fue autorizado a entrar a México e invitado junto con Marta Traba a integrar una serie de mesas redondas en la televisión. En carta a su amigo Rafael Gutiérrez Girardot confiesa que esa escapada solo le ha servido para comprobar “que el caos y el nuevorriquismo”, del que ya se venía quejando en Caracas, estaban también presentes en la capital azteca: mesas e invitados cancelados o postergados y la constatación de que lo que se suponía que iba a ser un encuentro de actores culturales termina siendo “una monstruosa reunión de economistas famosos (Rostow, Myrdal, Urquidi, Colin Clark)”. Y concluye: “Nada peor que cuando los empresarios deciden hacer cultura” (p. 440).

Brasil, “el enorme desconocido”

Desde el punto de vista editorial, Brasil se presenta aún más inaccesible que México para Rama, en especial por los problemas de la traducción. Su gran socio para intentar romper las barreras culturales es Antonio Candido, a quien quiere como amigo y admira como intelectual, como puede verse en las múltiples referencias a su persona en cartas a otros interlocutores. En carta del 11 de diciembre de 1967, Rama pone al día a Candido sobre sus intentos de crear una cátedra de literatura brasileña en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, algo que finalmente no llegó a concretarse. En septiembre de 1971 se refiere a la posibilidad de un encuentro continental que reuniera a críticos, investigadores y profesores. Y agrega: “Como pasa siempre en esos casos, Brasil es el enorme desconocido”. Lo invita a participar, pero también le pide nombres que representen “otras líneas críticas” en el país. Rama admira la revista Argumento, fundada por Candido, quien le envía ejemplares en 1973; además, siente mucha afinidad con él y al mismo tiempo le reconoce cierto magisterio intelectual. En carta del 8 de noviembre de 1973 le escribe: “Me produce cierto asombro comprobar cómo caminamos por sendas paralelas, que creo se deben a perspectivas críticas similares” (p. 431). Y más adelante, refiriéndose a la necesidad de reunir un equipo de trabajo latinoamericano: “[…] a pesar de que tienes pocos años más que yo, es a ti a quien correspondería poner en marcha ese equipo y con una finalidad concreta e inmediata: re-escribir la Historia de la Literatura Latinoamericana, eso que nunca se hizo y que estamos obligados a hacer nosotros. ¡Ojalá nos dé tiempo el Señor!”. En 1974, cuando le escribe para agradecerle lo bien que lo han pasado con su compañera Marta Traba en San Pablo, le cuenta que ya se ha puesto en campaña para que hispanoamericanos remitan artículos a Argumento (ha hablado con José Emilio Pacheco y con Carlos Monsiváis), y le confirma con alegría que ya ha recibido en Caracas su primer envío de libros brasileños a través de un librero amigo de él, “con lo cual pasaré a ser tan sabio como tú en letras brasileñas”; “(ya ves los peligros del aprendiz de brujo en ciernes)”, bromea (p. 442).

Otro de sus interlocutores frecuentes y amigos es Darcy Ribeiro, quien vivió en Montevideo durante su exilio después del golpe de Estado en Brasil en 1964, y con quien Rama siempre mantuvo amistad (además, Ribeiro fue un interlocutor permanente para la Biblioteca Ayacucho).

España de cerca y de lejos

En cuanto a sus relaciones editoriales con España, si bien no se publica ninguna carta dirigida a Carlos Barral, su figura resulta clave para entender en particular el fenómeno denominado boom, terminología a la cual Rama siempre se opuso. El escritor Carlos Barral (1928-1989), heredero de una empresa familiar fundada por sus padres y dedicada en un principio a textos juveniles, relanza la editorial en 1955 asociándose con Víctor Seix e inauguran el prestigioso premio Biblioteca Breve. Poeta frustrado, sostienen algunos (aunque publicó no solo poemarios sino también textos en prosa, incluidas sus memorias), Barral, a quien le gustaba presumir de su vocación marinera y aventurera, era un integrante de la gauche divine de la Barcelona de la época En carta a Ugné Karvelis, editora de Gallimard (y pareja entonces de uno de los protagonistas del boom, Julio Cortázar), Rama se despacha nuevamente contra el fenómeno y expresa de modo despectivo la tesis que luego expondrá en El boom en perspectiva: este fenómeno es, “desgraciadamente”, “un juego de señoritos al estilo de Carlos Barral” (p. 401).

La posición de Rama en relación con el boom es conocida y muy diferente de lo que opinaban algunos de sus protagonistas escritores, como Vargas Llosa, que consideraba el fenómeno como un momento de eclosión de la publicación de algunos escritores hispanoamericanos, casi como si se tratara de un “accidente histórico”; Cortázar, que explicaba el crecimiento súbito del público lector con una búsqueda de “identidad” del pueblo latinoamericano; o Donoso, que trataba de explicarlo a través de una conjunción de elementos estéticos y vagamente generacionales. Rama, en cambio, definía al boom como un fenómeno fundamentalmente editorial, que analizó en detalle. Es por eso que El boom en perspectiva debe leerse, entre otras cosas, como uno de los primeros textos dedicados explícitamente a radiografiar el panorama editorial hispanoamericano en la primera mitad del siglo xx, y que ubica al boom en el comienzo de la internacionalización editorial con el surgimiento de las multinacionales del libro. La correspondencia da cuenta de su posición, y la mención a Carlos Barral dista mucho de ser casual, como tampoco lo es la despectiva calificación de “señorito”. Tal vez en una simplificación conceptual pero conveniente a su argumento, Rama distingue el rol pionero de lo que llama las editoriales “culturales” en Hispanoamérica (Losada, Emecé, Sudamericana, Compañía General Fabril Editora, Jorge Álvarez, La Flor, Galerna, Fondo de Cultura Económica, ERA, Joaquín Mortiz, Nascimento, Zigzag, Alfa, Arca, Monte Ávila), que en los años 1960 comenzaron a apostar por los autores latinoamericanos en una reconversión de sus catálogos -ocupados hasta ese momento mayormente por europeos-, impulsándolos a través de la publicación de sus obras y la creación de premios. Rama rescata la importancia de algunas figuras clave dentro de este movimiento editorial, como las de Orfila Reynal o Boris Spivacow. Por supuesto el movimiento incluyó -y de un modo protagónico- a España, y más concretamente a Barcelona, a través de Seix Barral, Anagrama y Lumen. La figura de Carlos Barral estuvo presente en lo que para Rama fue (si no el primero) uno de los primeros encuentros sobre la industria editorial en Hispanoamérica: el Coloquio del Libro organizado en Caracas por Monte Ávila en julio de 1972, al que señaló como clave en el llamado boom. Para Rama, este fenómeno significó “una coordinación de esfuerzos con las editoriales europeas en una suerte de pool dentro del cual Seix Barral procuró exitosamente representar no solo a España sino a todo el orbe de la lengua española” (El boom…, p. 279). Rama, ese “gallego testarudo”, como le gustaba definirse, veía en Barral a un señorito que, en un gesto que bien podría tacharse de neocolonial, en buena medida se había aprovechado del esfuerzo de estas editoriales culturales latinoamericanas que habían apostado en primer lugar por muchos escritores desconocidos, para que luego llegara Barral, eligiera con cierto grado de arbitrariedad o amiguismo a un puñado de ellos, y los proyectara creando el boom, vendiendo al mercado hispanoamericano sus propios “productos”.

¿Cuál ha sido la importancia de Ángel Rama para la historia intelectual? En primer lugar, fue el constructor de una de las versiones de Latinoamérica más influyentes de su época. Elaborada sobre la base de un conocimiento enciclopédico, como pocos tenían, de la producción literaria antigua y contemporánea de América Latina, sumó a ello importantes dispositivos teóricos que le permitieron arrojar al campo académico de su época hipótesis altamente productivas en su momento, aun cuando eventualmente hayan sido superadas: desde un marxismo temprano hasta los análisis de las relaciones entre poder y cultura elaborados por Foucault. Una de las cumbres de ese esfuerzo fue Transculturación narrativa en América Latina (1982), que supo integrar la teoría formulada por el cubano Fernando Ortiz a un trabajo sobre la especificidad que define la práctica literaria en un continente culturalmente plural, donde conviven y se solapan varias lenguas. La teoría de Ortiz aplicada a la narrativa del peruano José María Arguedas produjo una visión renovada de la problemática central del mestizaje cultural, subrayando no solo los condicionamientos que le imponía a la creación cultural sino también las vastas posibilidades que le abría.

Recorrer las páginas de Una vida en cartas. Correspondencia 1944-1983 constituye un aporte de sumo interés en muchos sentidos. Desde el punto de vista de la construcción de una biografía intelectual, es un mapa de la conformación de redes entre los países latinoamericanos en un período clave de la historia política; un mapa armado bajo la convicción de que Brasil debía indudablemente formar parte de la unidad continental a la que se apostaba en ese tiempo de utopías. También es un registro minucioso de lo que eran las múltiples pautas de sociabilidad del campo intelectual en esas décadas: el desplazamiento constante de escritores y críticos para formar parte de los rituales consagratorios de congresos, seminarios, debates, cursillos, jurados, participaciones en volúmenes colectivos, creación de revistas, colecciones o series que a nivel nacional difundieron producciones literarias menos conocidas, y a nivel latinoamericano intentaron refundar un canon. Finalmente (y esta es la lectura que he tratado de enfatizar), este volumen de correspondencia nos deja en claro que no menos importante que su labor como crítico cultural fue el lugar que Rama ocupó como gestor cultural, editor y analista de la industria editorial en el momento clave en que esta empezó a globalizarse.

1 Véanse Diálogos latino-americanos. Correspondência entre Ángel Rama, Berta e Darcy Ribeiro, organización, estudios y notas de H. Ribeiro Coelho y P. Rocca, San Pablo, Global Editora, 2015; y Un proyecto latinoamericano. Antonio Candido & Ángel Rama, correspondencia, edición, prólogo y notas de P. Rocca, Montevideo, Estuario Editora, 2016.

2Finalmente, el libro fue publicado póstumamente, en 1966, por Arca, con el título La poesía afrocubana de Nicolás Guillén.

3“Cuando pasé por Buenos Aires conversé con Finkelberg del asunto de la venta de Galerna. No tengo ahora mucha esperanza, aunque él me anunció que empezaría una campaña para tratar de forzarlo a nuestro socio a que comprara. Pero la verdad, luego de la quiebra estruendosa de Álvarez, luego del cierre de Codex con un quebranto de quince millones y de la convocatoria de Spivacow y de los retrasos en pagos por Sudamericana, si hay algo improbable en Buenos Aires, es la venta de una participación editorial” (carta del 30 de agosto de 1970. Archivo Ángel Rama).

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons