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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versão On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.29 Córdoba jun. 2013

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Democratización de la democracia: El conflicto y las pasiones1

Cecilia Lesgart 2


Resumen
Desde hace más de medio siglo en las teorías de la política y al interior del gran campo de la ciencia política, el término democracia está disponible para hablar de la construcción y tramitación de los asuntos comunes. Sin embargo, pareciera que la democracia ya no conserva la efectividad teórica y política del pasado reciente cuando con su mención podíamos ubicarnos en un espacio en el que se señalaba el «resurgimiento global de la democracia » con posterioridad a las diferentes formas opresivas del ejercicio del poder político. En este texto se revisan un conjunto de críticas actuales, para nada homogéneas, que se dirigen al corazón de la tradición democrática asociada con la liberal desde mediados del Siglo XX. Y cuyos cuestionamientos a la democracia van más allá del argumento sobre la crisis de representación o la mutación del lazo representativo entre gobernantes y gobernados. Estos se preguntan cómo recobrar la singularidad de una democracia que se resiste a disolverse al interior de la tradición liberal. Este escrito analiza, fundamentalmente, la teorización de la política de Chantal Mouffe, y sobre todo el argumento sobre el desgaste de la potencialidad de la democracia y de la política democrática para significar el mundo presente. Aunque se reconoce que este problema, trabajado de una manera particular por la autora, también señala la crisis de una forma de entender lo político, entendido como marco de sentido a la vida común entre los hombres.
Palabras clave: Democracia contemporánea y pos-democracia; Conflicto y pasiones; Chantal Mouffe

Abstract
Since the mid of the twenty century, Political Theory and Science are using the concept of democracy to talk, describe and perform the construction of the common world of politics.
But we can´t affirm that democracy has got the identical political force or the same clear meaning as in the recent past, when mentioning it, theorization of democracy were talking about the global resurgence of democracy after authoritarian or totalitarian rule. In this text there is a review of some contemporary and heter ogeneous critical arguments to the core of the democratic tradition; the one which was associated with political liberalism since the end of II world war. These critical opinions are going beyond of what we can call the crisis of representative democracy or the transformation of the representative link between government and citizens. And they are asking how to recuperate the singularity of democracy. Here, democracies it is not assimilate with political liberalism, and the claim is that the former don´t need to dissolve inside the last. In this sense, this article emphasis Chantal Mouffe Political Theorization about the erosion of democracy to give sense to contemporary world, giving less importance to other dimension that is present in her analysis, about the crisis of politics.
Key words: Contemporary democracy and post-democracy; conflict and passions; Chantal Mouffe


 

1-Introducción: la pos-política y sus sinónimos.

Como término e idea organizadora del espacio público contemporáneo, la democracia está lejos de denotar una sola cosa, de presentarse con un significado simple o circunscripto temporal y espacialmente. Muy por el contrario, su «invención moderna» (Lefort, 1990) y su penetración en la «tradición de discurso» (Wolin, 1993) liberal desde el cruce de los siglos XIX y XX, ha ampliado sus connotaciones. Ha dejado disponible distintas capas de sentido construidas por las batallas conceptuales diacrónicas y sincrónicas que ha despertado, debido a las experiencias políticas que la han ceñido, y de las expectativas que ha provocado en aquellos regímenes políticos que han padecido su ausencia. Lejos de haberse clausurado, estos problemas toman nuevos rumbos en las discusiones teóricas y políticas del nuevo milenio. Las distintas teorizaciones de la democracia producidas a lo largo del siglo pasado, han sumado y renovado sus posibilidades de significarse al incorporar la pregunta sobre qué es la democracia en tiempos pospolíticos. En rigor, tampoco hay unanimidad en torno a cómo llamar lo que aquí se ha nombra como «pospolítico», y son varios términos los que aluden a este nuevo tiempo y estado de la discusión teórico-política: posliberalismo, posdemocracia, paradigma agonístico, teoría crítica, democracia radical. ¿Son todos estos vocablos lo mismo? ¿Cómo son empleados?, ¿En relación a qué otras teorías o tiempos serían estos «post» -liberales o democráticos-?, ¿Cómo ha sido hasta ahora la democracia que necesita plantearse a partir de su propia radicalización?

En las argumentaciones se cruzan los diagnósticos y pronósticos sobre lo que debería ser o promoverse. Lo «post» (democrático, liberal, político) se usa tanto para describir el momento actual, como para proponer caminos en un futuro más o menos próximo. Asimismo estos conceptos subrayan diferentes cosas, pero al interior de un universo en el que se acentúa que la «democracia liberal3» está en crisis, y donde se entiende que a nivel global se ha producido un incremento de la retórica democrática que en realidad se refiere al triunfo del liberalismo. Estas discusiones no se muestran muy interesadas por realizar una pregunta que fue central desde y durante buena parte de la segunda mitad del S XX y en torno a cómo lograr una articulación entre libertad e igualdad, entre liberalismo y democracia, entre soberanía popular, Derechos Humanos y centralidad del individuo moderno (Mouffe, 2007). Tampoco hay, como en las primeras décadas del S XX, la presentación de ambas tradiciones como extrañas debido a la incompatibilidad constitutiva de sus principios -la universalidad y abstracción del liberalismo político y la forma espacial y temporalmente concreta en que se presenta la democracia4-.

Las explicaciones sobre la crisis de la democracia liberal si bien son variadas, reconocen un núcleo argumentativo común. La llamada post-política se concentra en lo que considera crisis o agotamiento del «paradigma» teórico de la democracia liberal. Y se centra en la construcción de un «modelo» teórico cuyos lineamientos se formulan desde lo que se considera una política después de la predominancia liberal sobre la democrática, en la que han entrado en crisis los componentes liberales, y también los democráticos-liberales. Por esto, el problema planteado es cómo reconstruir un pensamiento y un espacio de izquierda no socialdemócrata (en el sentido de la Tercera Vía). Lo que significa que nos encontramos ante líneas de pensamiento «democráticas ». Pero no en el sentido atribuido generalizadamente al término desde el final de la Segunda Guerra Mundial, básicamente dirigido a sostener la libertad. La demanda es democratizar a la democracia, tarea bajo la cual se pueden reconocer distintas posturas.

En primer lugar, las que aceptan esta crisis pero no se interesan por problematizar la cuestión liberal, y dejan fuera de interrogación a la democracia. Esta es básicamente presentada como un método electoral libre, pero manejado por profesionales y expertos que seleccionan un conjunto de temas para que ingresen en la agenda electoral. Por esto, las instituciones democráticas permanecen más o menos en su lugar. Y se reponen incesantemente en el poder «élites cerradas», conformadas por políticos y poderosos intereses empresariales. Debido al uso dominante realizado en torno a la democracia, a su empleo por diferentes interlocutores argumentativos para defenderla, atacarla, o escudarse tras de ella con distintos fines, esta es presentada como una categoría desacreditada. Y es denunciada como un «término político reaccionario», al que se propone abandonarlo en «manos del enemigo»5.

En segundo lugar, hay quienes reconocen que esta crisis de la democracia liberal deriva, después del 11-S, de un sostenido ataque a sus dos pilares. Por un lado, uno iniciado entre los años 1970/’80, en donde el liberalismo y el capitalismo globalizados le asestaron sucesivos golpes a la soberanía popular. Por ejemplo, haciendo recaer decisiones cruciales para la soberanía del Estado Nación en autoridades e instituciones supuestamente neutrales o independientes (como los Bancos centrales o los organismos internacionales de crédito y monitoreo). En este sentido, se impuso un discurso que demandaba la intervención experta en los asuntos comunes y la gestión administrativa de la vida pública, lo que fue despolitizando a la democracia. De este lado, despolitización supone que se ha «des-democratizado» la soberanía popular, presentándose como imparciales (en el sentido de expertas o administrativas) decisiones que son políticas. Este sería un triunfo del capitalismo y del liberalismo de mercado. Por otro lado, se argumenta que el ataque a la democracia fue seguido por un predominio del liberalismo político, apoyado en los derechos individuales abstractos, en el legalismo formal y excesivamente interesado en la búsqueda de consenso. De este lado, la despolitización toma la forma de una denuncia sobre la incesante búsqueda de acuerdo. El actual «consensualismo» se produce desmovilizando las pasiones, desplazando las creencias hacia ámbitos no-políticos, y presentando todo conflicto como moral, privado o ajeno a la construcción de identidad propia de la democracia. Este «consensualismo» de raigambre liberal, des-democratiza a la democracia privándola de los elementos que la constituyeron en su ingreso a la modernidad y al S XX: el conflicto, el antagonismo, la construcción del otro a partir de la identificación. Finalmente, el mundo construido después del 11-S habría puesto en jaque tanto la soberanía popular como las libertades individuales. La preocupación en torno a la seguridad difícilmente construya una política basada en lo común a todos, y en torno a la identidad del demos. Al mismo tiempo, parecen más importantes las autoridades de los tribunales (nacionales o internacionales) y los militares, que los funcionarios electos localmente. La censura a los medios de comunicación se ha vuelto indispensable para impedir la publicidad y amplificación de las voces dispersas en el espacio público doméstico. Aquí, la pospolítica adquiere sentido a partir de las embestidas producidas contra la democracia, en función de lo cual estaríamos en un tiempo posdemocrático. Pero también de las que se hicieron contra el liberalismo político, y en este caso correrían tiempos posliberales. Pospolítica es la política después de la crisis de los dos pilares que le dieron sentido durante el siglo próximo pasado. Sin embargo, al igual que los argumentos que se presentan posteriormente, el objetivo propuesto frente a ese diagnóstico es «democratizar la democracia»6.

En tercer lugar, hay argumentos que si bien no se diferencian tajantemente del anterior, conciben a la pospolítica como un espíritu de época en el cual, a través de la idea-clave de consenso, se realiza un movimiento hacia el centro y hacia la derecha de partidos políticos de izquierda, lo que impide realizar diferenciaciones políticas claras. En este sentido y como una aceptación acrítica y optimista de la globalización, se borran las diferencias entre las propuestas progresistas que aspiran a modernizar a la socialdemocracia hallables, por ejemplo, en las elaboraciones de la Tercera Vía de Ulrich Beck en Alemania o Anthony Giddens en Inglaterra, y las propuestas de los populismos de derecha. En todos los casos y en la relación entre democracia y liberalismo político habitada en el parlamentarismo democrático, se ha exacerbado el componente liberal que se centra en la garantía legal de derechos formales y en un individuo universalmente abstracto. Esto ha socavado las posibilidades de desarrollo de un espacio público palpitante y de una vida política en donde se plantee la pregunta por la constitución del demos. La cuestión actual versaría, entonces, sobre las posibilidades que tendría la democracia para desplegarse. Una democracia que no busca despojarse de los componentes propios del liberalismo político, pero sí aliviar su preeminencia. Esta es, por ejemplo, la versión del «pluralismo agonístico» de Chantal Mouffe, del que nos ocuparemos básicamente en adelante. La mutación de la política contemporánea y los sucesivos intentos por des-democratizar a la democracia imponen dotar de sentido a este significante, avanzando en la construcción de una esfera pública palpitante y agonística frente al consenso liberal predominante. Aquí, radicalizar la democracia significa reforzar alguna de sus particularidades. Entendida por muchos años como la construcción de acuerdos derivados de la discusión racional, se ha arribado a una visión antipolítica que licúa las pasiones y las creencias de la esfera política, y niega la dimensión antagónica constitutiva de lo político. Si bien la democracia debe reconocer el particular juego entre producción de consensos y disensos, ella entraña el desacuerdo, y no desplaza el conflicto fuera del espacio político, sea este público o estatal. Una democracia que considera que la constitución del demos se enlaza con la representación, pero sobre todo con la identidad y la construcción de algo común frente a lo extraño7. Y que esto requiere construir adversarios con los cuales, en lo inmediato, estemos dispuestos a entablar luchas que no son de índole moral, estética, o privada. Radicalizarla es aceptar el agotamiento de sus elementos liberales (la preeminencia del individuo, la deliberación racional como base de la democracia procedimental, la búsqueda de consensos) y construirla a partir de sus propios principios (la pregunta por el demos, la constitución de un otro, el reconocimiento del conflicto, el despliegue de las pasiones y las creencias). De este lado, la posdemocracia también es entendida, paradojalmente, como la democracia después del demos. Es decir, una democracia que ya no formula y prácticamente no se interesa por el demos: es la que evanesce la acción democrática en nombre de la democracia8.

2. La delimitación de la democracia frente al momento «post»

Para elaborar su crítica al rumbo actual de la democracia, Chantal Mouffe sienta su idea sobre cuándo y cómo la democracia al penetrar la modernidad, se transforma en una tradición teórica y política moderna. La paradoja de la democracia es precisamente este ingreso y en el que comienza a convivir «contingentemente» con una tradición específicamente moderna, el liberalismo político y sus principios ordenadores: los Derechos Humanos y la centralidad del individuo moderno. Esta es la singularidad de la democracia: la permanente contingencia de su resultado al tener que negociar su principio ordenador basado en la soberanía popular con los del liberalismo político. Esta peculiaridad que no guarda necesidad teórica, se refuerza con posterioridad inmediata a la II Guerra Mundial. Es decir, teniendo como trasfondo político e histórico a los regímenes totalitarios y las distintas formas opresivas de ejercicio del poder político, algunas de las cuales habían eliminado todos los derechos -de participación, de protección a las garantías del estado de derecho y de la vida del individuo- en nombre de la democracia y a través del método que la define en el S XX: el voto.

En este camino también sucedió que ambas tradiciones de discurso se transformaron: el liberalismo se democratizó y la democracia se liberalizó. Pero es aquí mismo donde Chantal Mouffe encuentra un problema y ofrece su diagnóstico. El liberalismo en sus distintas versiones teóricas y semánticas de la segunda mitad del siglo ha predominado sobre la democracia9.

Una característica de este liberalismo democrático es el pluralismo, y la autora reconoce que ninguna política democrática actual debería desconocerlo.

«Cabe señalar que entendemos por pluralismo el reconocimiento de la libertad individual, la misma que John Stuart Mill defiende, en su ensayo On Liberty, como la posibilidad que tiene cada individuo de fijar sus propios objetivos y tratar de realizarlos a su manera. Ese pluralismo no es intrínseco a la lógica democrática si pensamos en ella como la soberanía popular, la identidad de gobernantes y gobernados; proviene más bien del pensamiento liberal, con su defensa de los Derechos Humanos, su distinción de lo público y lo privado, y su famosos principio de tolerancia » (Mouffe, 1997: 17)

El problema, entonces es que en su registro liberal predominante el pluralismo pretende que el espacio público y político se desarrolle armoniosamente o, lo que puede ser más grave, que los conflictos y luchas se desplacen hacia el ámbito moral o privado.

2.1. Los problemas del pluralismo

Mouffe subraya que uno de los pilares de la democracia moderna es el pluralismo. Esta característica, que es constitutiva de las sociedades democráticas en la contemporaneidad, no impide que al mismo tiempo existan relaciones de dominación y de violencia. Es decir que estas democracias plurales deben convivir con el antagonismo, sin licuarlo. A través de este reconocimiento la autora se diferencia de ciertos teóricos liberales que entienden que el pluralismo puede y debe ser procesado de manera racional y consensual.

En este sentido la cuestión del pluralismo le preocupa en función de dos cuestiones que, para ella, constituyen los signos problemáticos de una época de predominancia liberal. Primero, y en un sentido muy general, cómo lo entienden los liberales y dónde colocan el conflicto inherente a las sociedades contemporáneas: ¿en el espacio privado o en el público?, ¿en un espacio público desligado de estatalidad o en un espacio político que no se sustrae a la virtual estatalización? Segundo, y en estrecha relación con lo anterior, las formas teóricas y políticas de tramitarlo.

Un problema no menor radica en el énfasis que han hecho los liberales en torno al pluralismo.

«La mayoría de los autores liberales entienden el pluralismo como un hecho empírico, ligado a la existencia de una pluralidad de sistemas de valores en los que deben actuar, a veces a pesar suyo, para no atentar contra la libertad del individuo. Esta forma de entender el pluralismo está ligada a la doctrina liberal de la neutralidad del Estado, fundamental para la política liberal. Algunos aspectos de esa doctrina son muy importantes, como la idea del gobierno limitado o la distinción entre lo privado y lo público. Pero la «neutralidad» puede tener diversas interpretaciones, algunas de las cuales producen consecuencias negativas en la política democrática. Por eso es urgente revisar dicho concepto» (Mouffe, 1989:18).

Esta visión liberal ha disuelto cualquier autoridad del Estado para promover o favorecer alguna concepción del «buen vivir», o ha convertido a la democracia-liberal en un conjunto de procedimientos para procesar la pluralidad de opiniones e intereses individuales. Y sobre todo, ha impedido ver que el conflicto es inherente a la naturaleza humana (una cuestión antropológica), y además, constitutivo de la acción política y de la tramitación de los asuntos comunes (estructurante del zoon politikon y de la polis moderna).

El problema es, entonces, cómo se entiende la relación entre el Estado y el conflicto, o dónde se coloca el conflicto, los lugares y las maneras teóricas y políticas de tramitarlo. Se puede decir que una de las formas teóricas o políticas de pensar y ubicar al conflicto ha sido desplazarlo como momento anterior a la constitución de lo político (del Estado, de la sociedad o del poder). Por ejemplo, el pensamiento que entiende que para que se geste el Estado y el poder político es necesaria la eliminación la guerra10. Para otras tradiciones, la operación ha sido neutralizar distintas «zonas controvertidas». Así por ejemplo, se ha colocado lo heterogéneo o lo diferente en el espacio íntimo o privado con el fin de entender que solamente en el Estado anida lo público-político, pero que este nada tiene que ver con una compenetración recíproca con la sociedad11.

Aunque Mouffe reconoce matices entre el pensamiento liberal y los pensadores liberales, ella considera que contemporáneamente la tradición liberal-republicana o kantiana ha pensado en el modelo agregativo de los
intereses o en la resolución de lo diferente a través de acuerdos discursivos con pretensión de racionalidad. Así, Rawls desplaza al ámbito moral aquello que por ser conflictivo no puede ingresar al momento de la posición original. Y Habermas no lo saca del espacio público, pero considera que la acción política puede constituirse como una deliberación racional con altos contenidos procedimentales atinentes a llegar a un acuerdo discursivo y racional12.

Estas han sido para Mouffe, las soluciones halladas por los liberales para insertar el pluralismo en la democracia de la segunda mitad del S XX, y diseñadas frente a los sentidos asumidos por la democracia durante la primera mitad del mismo siglo. Esta cuestión, se replica en cómo tratar con lo controvertido, lo heterogéneo, lo conflictivo en las sociedades altamente complejas: desconocerlo frente a la insistencia por tornar armoniosa la convivencia humana eliminando el antagonismo, la tolerancia con las diferencias y el aquietamiento de las pasiones, la racionalización de las creencias o las identificaciones a través de instituciones supuestamente imparciales, la licuación del conflicto frente al consenso o su desplazamiento fuera del ámbito público, político-público, o estatal. Para Mouffe el resultado no sólo ha sido conceptualmente erróneo, también resulta ser políticamente peligroso.

No sólo no se eliminaron el antagonismo, el conflicto, ni las pasiones. Precisamente por intentar eliminarlas, estas resurgieron en otros ámbitos y en donde en vez de presentarse como conflictos políticos, se presentaron como guerras dilemáticamente morales

«Lo que ocurre es que actualmente lo política se expresa en un registro moral. En otras palabras, aún consiste en una discriminación nosotros/ellos, pero el nosotros/ellos, en lugar de ser definido mediante categrorías políticas, se establece ahora en términos morales. En lugar de una lucha entre «izquierda y derecha» nos enfrentamos a una lucha entre «bien y mal» (Mouffe, 2007: 12/13)

Si la confrontación entre adversarios se reprime de la arena política, esta resurge en otro ámbito y se transforma en enfrentamiento entre enemigos. Si se elimina la persuasión y se convierte al otro en amenaza a eliminar, se impulsa la democracia hacia el totalitarismo. Así, en vez de reconciliación, el conflicto se desplegó con una máxima intensidad como una guerra amigo/enemigo. Es imposible la articulación de intereses opuestos para alcanzar el acuerdo. Hay que restituir el conflicto al ámbito político y reponerle a la democracia su carácter partisano, es decir, radicalizarla, dotarla de sus cualidades constitutivas, en donde en vez de la enemistad despliegue su carácter adversarial.

«Voy a demostrar cómo el enfoque consensual, en lugar de crear las condiciones para lograr una sociedad reconciliada, conduce a la emergencia de antagonismos que una perspectiva agonista, al proporcionar aquellos conflictos una forma legítima de expresión, habría logrado evitar » (Mouffe, 2007: 12)

2.2. Especificando la democracia moderna

Este es un momento interesante para marcar las polifonías del momento democrático. Chantal Mouffe elabora una conceptualización de aquello que distingue a la democracia moderna a partir de la segunda mitad del S XX, en el momento en que esta debe entablar una relación con el pluralismo. La incorporación de este concepto, clave en su teorización, es un punto fundamental de su recuperación y contrapunto con Carl Schmitt. Al mismo tiempo que le permite distinguirse de lo que ella llama tradiciones liberales. De Schmitt se diferencia fundamentalmente porque en su idea de la democracia lo diferente, lo heterogéneo, queda eliminado. De lo que ella recorta como tradición liberal, se aleja debido a que allí lo conflictivo, lo controvertido, lo pasional, es neutralizado.

De esta manera para la autora, la democracia no puede ser entendida, al menos exclusivamente, como un conjunto de procedimientos. O comprendida como algo regulativo no normativo. Asimismo, el Estado en democracia debe albergar lo heterogéneo, y no puede desplazarlo a una esfera moral, privada o íntima. Pero al mismo tiempo tiene que construir un demos desde la homogeneidad y la identidad entre gobernantes/gobernados. En definitiva, el Estado no debe promover la neutralidad, y no sólo debe lidiar con el conflicto o la lucha atinente a valores heterogéneos, sino además, incitar y promover las pasiones en política.

El pluralismo no desaparece en su proyecto de radicalización de la democracia y de construcción agonística de un espacio público. Este es el momento democrático de Mouffe que se enlaza de la siguiente manera. De la democracia de la primera mitad del S XX habrá que tomar las pasiones, las creencias y la lucha como componentes constitutivos de la política moderna y de la democracia contemporánea. Habrá, pues, que amansar la cruda violencia procesándola en instituciones. Pero aún con esta racionalización a través de instituciones, habrá que construir un espacio a través del cual las pasiones puedan expresarse como tales, para no hacer morir a la democracia como mero procedimiento. De la democracia liberal, es decir de la que se constituye contingentemente a mediados de siglo, habrá que incluir el pluralismo. Pero habrá que dejar de insistir con que el conflicto pueda disuadirse o disolverse a través de la racionalidad de acuerdos consensuados.

En su delimitación de la democracia moderna, la autora se diferencia de otros teóricos de la política en donde el momento democrático se definiría siguiendo otras rutas históricas y teóricas, que a veces Mouffe critica, o simplemente da por sentadas. En este sentido, es necesario diferenciar la democracia moderna de la que habla Mouffe, de aquellos que hablan de una «revolución » o una «invención» democrática a partir de la Revolución Francesa y/o del advenimiento de la Ilustración. La autora separa claramente la democracia de otras tradiciones teórico-políticas que ponen el acento en el universalismo de la razón y en la centralidad del individuo moderno. Si bien su apuesta no es la pre-modernidad, no hay para ella una marcha indetenible del universalismo de la razón y del individuo moderno. Antes bien, reconoce la pervivencia en la modernidad de ciertos elementos que son constitutivos de la democracia como tradición antigua, y que en su ingreso a la modernidad no fueron resemantizados en la sintonía ilustrada ni en la liberal. Por ello, sobreviven como elementos que son interpretados como anti ilustrados e iliberales. En todo caso, ni marcha indetenible de los postulados de la modernidad, ni apuesta por los contenidos antiguos de la democracia, o revalorización de una tradición que cabalga a mitad de camino entre la pre-modernidad, la antigüedad y la modernidad, como el republicanismo cívico13.

Tal vez los problemas que a la autora le interesan, haya que buscarlos a partir de la introducción del principio que revoluciona la política en el S XX y que redefine a la democracia moderna en otra inflexión, la democracia de masas. El sufragio en sus distintas dimensiones -como valor, procedimiento y derecho- también marca una discontinuidad cualitativa y cuantitativa en la democracia en su ingreso al S XX. Relativa a la cantidad, porque la idea de «todos» refiere a la incorporación del gran número al mundo de la participación política de manera permanente. Relativa a la calidad, porque es al mismo tiempo una pregunta abierta sobre quiénes integran ese «todos», quiénes son los «adultos emancipados» capaces de participar de la política eligiendo y siendo potencialmente elegidos. La pregunta en torno a la participación política distingue a la democracia porque la transforma en su itinerario desde la antigüedad a la modernidad. Asimismo, porque le plantea una interrogación al corazón de la modernidad, transformando y complejizando a la igualdad natural al plantear que el voto puede ser una igualdad artificialmente construida14: ¿si somos todos iguales por naturaleza, por qué no podemos igualarnos en la participación política?

2.3. La política como «lo común a todos»: homogeneidad y heterogeneidad, consenso y conflicto

Las novedades introducidas por la democracia de masas al corazón teórico y político del S XX, son muchas. Ella transforma a la política y carcome los principios del liberalismo político15 . Veamos cuáles son las dimensiones advenidas con la democracia de masas que se convierten en motivo de reflexión para Mouffe y para los autores que sostienen la idea de lo «post» (aunque estas dimensiones no sean explicitadas como tales, o incluidas en una reflexión que mencione a la democracia de masas)

Primero, la democracia de masas introduce un nuevo sujeto de manera permanente en el espacio público, político y estatal mediante el sufragio. A través de las masas, ella implanta lo diverso y heterogéneo en el espacio público, y a partir de allí debe resolver teórica y políticamente cómo construir una «doxa pública», algo común a todos. En fin, debe resolver cómo reducir la diversidad y homogenizar, tanto para poder construir un demos como para representar la multiplicidad de demandas que anidan en el espacio público16. Reconociendo este sentido de la democracia, y a pesar de tener presente la predominancia liberal de los últimos años, Mouffe acepta su articulación con el pluralismo.

Este tiene un papel especial al momento de transformar los conflictos antagónicos propios del espacio público y político diverso y democrático, en un modelo agonal. La visión pospolítica que coloca el consenso en el centro de las reflexiones teóricas, y que a nivel político produce un movimiento hacia el centro-derecha, considera que es posible articular intereses opuestos y alcanzar un acuerdo que incluya a todos los miembros de una sociedad, y políticamente pretende un espacio público armonioso. La autora reconoce tanto la imposibilidad de aplacar el conflicto como la inconveniencia de desplazarlo a la esfera privada17. De este argumento salen su crítica a lo que considera que es actualmente el liberalismo político, su recuperación de elementos schmittianos para sentar una idea de democracia en donde el conflicto pueda «amansarse» para que no culmine en guerra, y su propuesta de transformación del antagonismo en agonismo en donde la relación «amigo-enemigo» pueda replantearse en términos adversariales.

Segundo, la democracia de masas inaugura una serie de paradojas que se tornarán constitutivas de la política durante el S XX: macera la democracia en sus tradiciones antigua y moderna, pone en tensión la participación, la representación y la identificación entre gobernantes y gobernados, genera una crisis en la idea de individuo moderno.

Mixturando tradiciones antiguas y modernas, y con la introducción en la arena política del gran número, se hace referencia al «gobierno del pueblo » o al «gobierno directo del demos»18. Pero al mismo tiempo, se confronta este núcleo con el de la «imposibilidad mecánica y técnica del gobierno directo por parte de las masas» y la inevitable constitución de un núcleo oligárquico. Tanto en el seno de la democracia moderna como en de las organizaciones de masas19. En esta controversia entra la pregunta sobre quiénes gobiernan. Por una parte, el pueblo no gobierna de manera directa, y en este caso la democracia moderna tiene que ver con la representación. Por otra parte, siempre gobiernan unos pocos. Tensión que va a ser constitutiva a lo largo del siglo XX (el gobierno del pueblo frente al reconocimiento de que siempre gobiernan unos pocos) Pero estos argumentos van más allá. Para poder representar al número, la democracia de masas exige la identificación entre gobernantes y gobernados, entre el líder y las masas. Es la construcción
de identidad la que sutura la imposibilidad del ejercicio directo del poder político, pero al mismo tiempo es la que socava la representación moderna. Ambos temas entran en las argumentaciones de las teorizaciones sobre la pospolítica20. En el caso de Mouffe, ella reconoce que la constitución del demos democrático exige la construcción de una relación de identidad entre gobernantes y gobernados. Esto no niega el papel de las instituciones de la representación, no las considera formas de la dominación burguesa, no las descarta como mera administración de los asuntos domésticos21. Para pensar qué son las instituciones para Chantal Mouffe, es importante encuadrarlas en lo que ella construye como una diferencia entre la política y lo político.

3. La política y lo político.

No es solamente Mouffe la que se ha apropiado y ha utilizado la diferenciación entre la política y lo político22. Para hacerlo y discutir con la tradición liberal, la autora se reapropia de lo que ella reconoce como pensamiento conservador. Recupera a Carl Schmitt y a quienes introducen la pregunta por la esencia de lo político. En relación a esta cuestión, más indicativa de una reflexión Filosófica o Teórico Política, la autora distingue entre quienes comprenden que lo político se define por la libertad de participación y la práctica de la deliberación o uso de la retórica y de la palabra en el espacio público (por ejemplo, la tradición republicana en Arendt y Habermas) y quienes comprenden que la esencia de lo político es el conflicto y el antagonismo, que es su apuesta. Pero las instituciones, las reglas de juego, y las prácticas políticas cotidianas mediante las cuales se crea un orden, pertenecen a la dimensión de la política, y son el objeto de estudio de la Ciencia Política.

En este sentido no son banales ni formales. Por un lado, la política (instituciones, reglas, procedimientos) importan porque encuadran las disputas y de alguna manera racionalizan los antagonismos para que el conflicto no destruya el orden. Las instituciones permiten enfrentar o limitar las relaciones de violencia o de conflicto extremo. Por otro lado, porque muestran que la política no es resolución administrativa que entrañe un conocimiento específico o experto: la política entraña tomar una decisión.

«La dimensión antagónica está siempre presente, es una confrontación real, pero que se desarrolla bajo condiciones reguladas por un conjunto de procedimientos democráticas aceptados por los adversarios». (Mouffe, 2007: 28)

Las instituciones democráticas pueden representar una forma de la guerra en la que se ha renunciado a matar, son una forma de domesticación de la cruda violencia. Ellas pueden mostrar la manera de transformar a los enemigos en adversarios y de tornar el conflicto antagónico en agonista. Es de esta manera, una dimensión importante para la construcción de su modelo agonista y adversarial de la política democrática.

4. Las pasiones y las creencias

La democracia de masas pone en crisis principios centrales del pensamiento ilustrado, del positivismo y del liberalismo político. Y una conmoción especial ocurre sobre un núcleo central del pensamiento ilustrado y del liberalismo político: la racionalidad del individuo moderno. Las elaboraciones teórico-políticas ordenadas tras las ideas de post-política y de «democratización de la democracia» recuperan y desafía este tópico.

El pensamiento ilustrado consideraba que el hombre llegaría a la edad de la razón a través de la eliminación de las creencias, y de un proceso de secularización que desterraría los mitos y las religiones, también a través de la educación23. Pero el ingreso permanente de las masas al espacio de la política le plantea desafíos a la ilustración y a la consideración liberal de que el hombre es un ser racional, capaz de posponer sus pasiones para crear una institución impersonal que resguarde ciertos derechos. Como sujeto colectivo, las masas ponen en crisis la idea de individuo y el tipo de comportamiento político supuesto: las masas se comportan pasionalmente, no tanto irracionalmente como a-lógicamente -como dice Pareto-, son inmediatistas -«piensan hasta pasado mañana», dice Weber-.

Si la democracia de masas está lejos de eliminar las creencias, la modernidad y al interior del proceso de secularización, sobrevive lo teológico. No sólo Max Weber reabre el estudio sobre las religiones, convirtiendo al carisma en principio válido para pensar la sociedad y a la excepcionalidad de los grandes hombres en una forma de resolver el problema abierto por la democracia de masas. Carl Schmitt plantea que las principales categorías políticas modernas son conceptos teológicos secularizados, y la cuestión sigue abierta cuando Claude Lefort se pregunta por la pervivencia de lo teológico político en la contemporaneidad. En definitiva, a partir del S XX la política aparece menos conectada con la ciencia -que responde a la pregunta por lo verdadero o lo falso- y más con las creencias -que dan cohesión y moviliza a las masas detrás de grandes mitos-.

Mouffe está fuertemente interesada en pensar el papel de las pasiones en política, puesto que esta siempre moviliza una dimensión afectiva que no desaparece ni con el avance del individualismo, ni con el progreso de la racionalidad24. Las pasiones hacen que la política se parezca poco a la mera administración de intereses, y encauzada en proyectos políticos claramente diferenciados, es lo que mueve y brinda «razones» para una participación política que lleva a los ciudadanos al cuarto oscuro cada vez que hay elecciones. Este es un primer peldaño en el papel que las pasiones cumplen en la política.

Pero además, estas se expresan a través de las identificaciones colectivas que son necesarias para la constitución del demos democrático. Esas identificaciones colectivas siempre se construyen como una discriminación entre un «nosotros» y un «ellos», entre amigos y enemigos. Un nosotros que se opone a un ellos y que implica el conflicto, el antagonismo, que son cosas diferentes a la polémica racional entre adversarios de discusión o la rivalidad entre competidores económicos (para Schmitt dos «personajes» liberales). La construcción de identidad supone la discriminación a partir del reconocimiento de una diferencia, y en función de separar lo extraño de lo que es familiar: el reconocimiento de un extranjero es el de un extraño25. Este es un segundo escalón en la movilización de las pasiones.

El problema es que la constitución del demos democrático a partir de la discriminación «nosotros/ellos» que requiere de la construcción de homogeneidad, no se parece al dictado del pluralismo que requiere de la heterogeneidad. Esta es la compleja tarea que le cabe a la democracia radical, agonal o adversarial que propone Mouffe. Por un lado se requiere construir un demos como algo común a todos, que siempre entraña realizar diferenciaciones claras. En este sentido, hay en Mouffe un núcleo de la democracia antigua que sigue presente: hay que excluir al diferente de la construcción de la unidad política, o más concretamente, la política democrática entraña siempre algún acto de exclusión, aún reconociéndose dentro del pluralismo. Por otro lado, hay que construir una comunidad política que abra espacios para la multiplicidad de «comunidades alternativas en las que participa el individuo». En definitiva, ni reabsorción total de la alteridad en un espacio común a todos armonioso, ni multiplicidad de diferencias que hagan imposible la construcción de la polis. La alteridad nunca está del todo fijada, necesita ser construida y replanteada de manera permanente incluyendo la inclusión y la exclusión, porque es condición de existencia de la identidad. De alguna manera, esa es la paradoja de la democracia moderna, que integra la lógica democrática de la identidad y la equivalencia, junto a la lógica liberal de la pluralidad y la diferencia.

5. Antagonismo y agonismo, enemigo y adversario.

Ya se dijo que Mouffe vuelve a Carl Schmitt para pensar la construcción del demos. Para Schmitt esto exigía homogeneidad y equivalencia, es decir tratar a lo igual como igual y a lo diferente como diferente, eliminando lo diverso del espacio de cimentación de la identidad del «nosotros». La amistad y la enemistad eran la forma de delimitar la identidad de esta relación.

Mouffe acepta esta premisa schmittiana, pero para ella hay un trabajo que debe hacer la democracia: aunque es necesaria la conformación de identidades a partir de la oposición nosotros/ellos, y el conflicto no quedará erradicado del espacio público, hay que trabajar sobre el antagonismo.

Si no es posible eliminar los antagonismos del espacio público democrático porque ellos constituyen lo político, y si esa eliminación plantea el riesgo de que el conflicto reaparezca en otra esfera en donde podrían ser más peligrosos, la tarea de la democracia pluralista exige la transformación del antagonismo en agonismo. El modelo adversarial exige desplegar el conflicto de forma agonística, lo que supone varias cosas. Primero, que el conflicto debe extenderse dentro de las reglas del juego democrático, a diferencia del
antagonismo que «patea el tablero»26. Segundo, así como el antagonismo se transforma en agonismo, hay que transformar al enemigo en adversario. Sabiendo que no hay una solución racional al problema de la constitución de la amistad/enemistad, y a la resolución de esta relación particularmente intensa, hay que reconocer la confrontación entre adversarios para que no se convierta en una lucha entre enemigos (que pueda derivar en guerra civil), y reconocer que las demandas del oponente son legítimas. El adversario no es un «adversario de discusión» (como en el parlamentarismo de tipo liberal), ni es un competidor (en términos económicos), ni mantengo controversias morales, estéticas o privadas. A diferencia del enemigo, el adversario pertenece a la misma asociación política, y con él comparto un «horizonte simbólico ». La noción de «enemigo» no desaparece, continúa teniendo sentido para nombrar a aquellos que no aceptan las reglas de juego construidas de manera común.

Finalmente, para Mouffe la democracia supone una construcción hegemónica porque la política democrática no tiene fundamento último. Los ordenamientos políticos son siempre contingentes e inestables porque son nopermanentes. La democracia, como orden político, es un acto de institución hegemónica27. Nunca establecida definitivamente, porque se trata «(…) de proyectos en conflicto que buscan encarnar lo universal y encarnar los parámetros simbólicos de la vida social28»

6. A modo de cierre

Considerada como idea teórica y como consigna política, el llamado a «democratizar la democracia» implica rescatar, principalmente para Mouffe pero también para otros autores de la postpolítica, dos dimensiones que fueron centrales para la re-significación de la democracia construida en el cruce de los siglos XIX y XX: la lucha o el conflicto, y las pasiones o creencias como constitutivas de la política y de la democracia en su inflexión moderna. Rescatarlas despojándolas de los sentidos peyorativos con las que fueron connotadas en ese momento, básicamente por ser miradas desde las ideas centrales de la Ilustración, del liberalismo político, y del positivismo. Y más actualmente por el modelo normativo democrático-liberal y republicano conformado desde la segunda mitad del S XX. Esto no supone afirmar que la postpolítica, y el modelo adversarial de espacio público o de democracia agonística pensado por Mouffe, deban pensarse como críticas antiliberales, no liberales o iliberales de la política y de la democracia. Antes bien implica subrayar que el conflicto y la lucha, las creencias y las pasiones, son constitutivos de la política democrática e inescindibles del espacio político en el que ha de desarrollarse la democracia en la modernidad, y sobre todo, en la contemporaniedad. Hay aquí un énfasis en la imposibilidad de dirimir racionalmente el conflicto.

Para un grupo de teóricos de la política, y para Mouffe centralmente, el llamado a la repolitización del espacio público se debe al reconocimiento de que el conflicto y la lucha se despliegan debido a la diversidad de los valores existentes en una sociedad moderna y heterogénea, plural y compleja. Pero en Chantal Mouffe podría considerarse que hay, aún, algo más. En primer lugar, está su idea clave de que los ordenamientos políticos son siempre inestables, en el sentido de no-permanentes. Considerada como orden político contingente, la democracia es un acto de institución hegemónica que nunca está del todo establecida, y en la que hay que librar una lucha entre diferentes proyectos políticos en pugna. En segundo lugar, hay una apuesta deliberada a través de la que se supone que hay que promover y agitar las pasiones para que no muera la política. Entendido que lo político en su esencia es antagonismo, un relieve particular adquiere la política. Aunque ella está llamada a racionalizar la cruda violencia para que el orden no se destruya, desplazar fuera de su espacio los antagonismos que generan las pasiones y las pasiones que son paridas por los antagonismos, la convertirían en mera resolución administrativa o experta de los asuntos comunes29. La democracia debe promover las pasiones en torno a la vida cívica, a la vida democrática, porque estos serían los motivos -valores y convicciones- por los cuales los ciudadanos cada dos, cuatro, o seis años, se levantan una mañana sabiendo que ese día deben concurrir al cuarto oscuro a votar, sin que esto se convierta, necesariamente, a una obligación legal de hacerlo30. Finalmente, porque la democracia supone la construcción de la identidad del demos, que siempre supone exclusión. Esto también hace penetrar la lucha al interior de un espacio público-político, en un sentido adversarial no enemistoso. Una enemistad relativa no total, circunstancial y no permanente.

Notas

1 Trabajo recibido el 20/05/2013. Aprobado el 20/06/2013
2 Doctora en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) Sede Académica de México. Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Argentina. Profesora Titular de Teoría Política III. Facultad de Ciencia Política y RR.II. Universidad Nacional de Rosario. Contacto: celesgart@hotmail.com
3 También llamada liberalismo democrático o democracia parlamentaria.
4 Nos referimos, básicamente a unos de los argumentos ofrecidos por Schmitt, Carl: Los fundamentos históricos-espirituales del parlamentarismo en su situación actual. Tecnos, 2008.
5 Dentro de estas posturas podrían citarse a Alain Badiou y a Slavoj Zizek. Consultar Stavrakakis, Yannis: La izquier da lacaniana. Psicoanálisis, teoría, política. FCE, 2010. También las versiones o análisis más sociológicos de la posdemocracia, como las que realiza Colin Crouch: Posdemocracia. Taurus. México, 2004.
6 Consultar Stavrakakis, Yannis: Op. Cit. Especialmente, Capítulo VIII «La democracia en tiempos posdemocráticos».
7 Extranjero en el sentido de extraño a una identidad: «un nosotros» frente a «otros».
8 En gran parte este es el argumento de Chantal Mouffe, pero también de Ernesto Laclau y con otros matices de Jacques Ranciére. Consultar: Mouffe, Chantal: En torno a lo político. FCE, 2007. Mouffe, Chantal: Liberalismo, pluralismo y ciudadanía democrática. IFE, N° 2. México, 1997. Rancière, Jacques: El odio a la democracia. Amorrortu Editores. Buenos Aires. Madrid, 2007. Rancière, Jacques: Momentos políticos. Capital Intelectual. Buenos Aires, 2010. Rancière, Jacques: El desacuerdo. Política y Filosofía. Nueva Visión. Buenos Aires, 2010.
9 Para la autora el liberalismo no es una sola cosa, no es unívoco: es una Filosofía política, una forma de pensar el Estado construyendo esferas o espacios de neutralidad, es una política en la que se diferencia tajantemente lo público de lo privado, es un tipo de gobierno limitado en las funciones y en el ejercicio del poder político y es una economía que promueve la liberación del mercado y la no intervención. Además, promueve al individuo, teniendo una concepción ahistórica y asocial. Las versiones que más le interesan, son aquellas posteriores a la segunda mitad del S XX, que deposita «partisanamente» en John Rawls y en Jurgen Habermas.
10 Podemos pensar en lo que Michel Foucault llama teorías de la soberanía, y en contra de las cuales intenta armar su idea de que la «guerra es la filigrana de la paz». Consultar Foucault, Michel: Defender la sociedad. FCE, 2000.
11 Consultar las diferencias entre el Estado neutral y el Estado total en Schmitt, Carl: El concepto de lo político. Editorial Folios. México, 1985, especialmente La época de las neutralizaciones y las despolitizaciones. El Estado neutral es el Estado liberal. Mientras que el Estado total sólo puede pensarse en el momento en que las masas ingresan de manera permanente en el espacio público político a través del sufragio, y en el que se genera una crisis del Parlamentarismo de tipo liberal y del Estado neutral.
12 En este sentido no son lo mismo Ronald Dworkin, quien para Mouffe realiza cierta crítica a la neutralidad del Estado, o Joseph Raz, que los más difundidos Rawls y Habermas. En este punto me parece que se podría estar de acuerdo con que las demandas por la repolitización del espacio público en función del conflicto que plantean los valores no es antiliberal. Es más, podría pensarse que hay autores liberales que también abogan por esto. Me parece que en Mouffe lo que importa destacar es que no todos los conflictos pueden ser dirimidos de manera racional (y por eso la introducción de las pasiones y creencias en la política). Además, y sobre todo, el papel que le cabría al Estado en relación a los conflictos y pasiones y en su regulación «no del todo racional», ni «necesariamente consensual». Cuestión que excede el «espacio público», sería una cuestión de índole «público-estatal».
13 Tomemos por caso la «revolución democrática» de la que hablaba Alexis De Tocqueville y que es reintroducida por Claude Lefort como la «invención democrática». Esta no alude a una forma de democracia, pero abre la pregunta por la representación simbólica del poder político democrático. Es, por un lado, una discontinuidad entre la legitimidad heterónoma del antiguo régimen pre-moderno y la institución política autónoma de lo social, como podría decirnos Cornelius Castoriadis. La «invención democrática» de la que habla Lefort, es una sociedad que comienza a igualarse rompiendo lo que queda de las jerarquías sociales «naturales», que toma conciencia de su propia historicidad (pasado, presente y futuro) y de sus propios límites. Una sociedad que guillotina al rey y que plantea la cuestión de la igualdad natural, la igualdad como punto de partida. Es, además, una sociedad que se des-corporiza y desvincula de los cuerpos y del cuerpo (físico, representativo, simbólico). A diferencia de Mouffe, en Lefort hay una permanente indagación en torno a algunos elementos constitutivos de la democracia en su ingreso al mundo de las tradiciones modernas: su indeterminación, la separación entre saber, ley y poder, la descorporización del poder político y la conceptualización del poder político democrático como «un lugar vacío». Características que, precisamente, entran en crisis todo a lo largo del S XX. Esto también la diferencia de Jürgen Habermas quien ubica la constitución de una esfera pública sustraída de la estatalidad en el S XVIII, y en donde se desarrolla el ejercicio ilustrado y razonado de una opinión que crítica la autoridad pública. Un enfrentamiento con la autoridad pública, política y estatal, desde la constitución de la sociedad burguesa, que se ejerce desde un ámbito social, sede de sujetos privados que desarrollan intereses públicos y ejercitan su autonomía pública. Esto no implica que la autora se pliegue a las versiones clásicas del republicanismo cívico, en tanto tampoco hay una idealización del espacio público antiguo (como, por ejemplo, en Hannah Arendt). Ni a las versiones contemporáneas del republicanismo que, para Mouffe, consideran que ha sido la promoción del individualismo liberal el responsable del debilitamiento de la vida pública. Pero que conservan una noción pre-moderna del «bien común», ahistórica y asocial. Por lo tanto, para Chantal Mouffe, hay que renunciar tanto al liberalismo político (clásico o contemporáneo) y a las versiones del republicanismo cívico (clásico o contemporáneo) para pensar una idea de democracia que quede limpia de ambas tradiciones.
14 Consultar Rosanvallon, Pierre: La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia. Instituto de Investigaciones Mora. México, 1999.
15 Pone en crisis al Estado liberal y al tipo de régimen político y de representación del parlamentarismo de tipo liberal. La incompatibilidad entre liberalismo político y democracia de masas no sólo es advertida de modo explícito por Carl Schmitt cuando muestra que el parlamentarismo con base en la democracia de masas es imposible, y cuando subraya que esta conduce a situaciones autoritarias. También otros teóricos políticos y sociólogos de fines del S XIX y principios de S XX lo hacen a través de distintas dimensiones: el avance del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo, el de la decisión por sobre la deliberación, de los partidos políticos burocráticos por sobre la institución Parlamento, la identificación por sobre la representación. La misma burocracia quita espacios de libertad individual. Y las masas como nuevo sujeto político con un tipo de comportamiento inmediatista, pasional, basado en las creencias y en los mitos, también hace entrar en crisis al individuo racional, previsible, imaginado por el pensamiento Ilustrado.
16 Consultar Yannuzzi, María de los Angeles: Democracia y Sociedad de masas. La transformación
del pensamiento político moderno. Homo Sapiens. Rosario. Argentina, 2007.
17 Como ya dijimos, al ámbito de la moral, tal como hacen los liberales como John Rawls, o de considerar que pueden zanjarse en el espacio público a través de procedimientos racionales de agregación de intereses a través de la deliberación racional como lo plantearía Jurgen Habermas.
18 Antigua en el sentido de la experiencia ateniense («participación directa y continuada en el ejercicio del poder político») y moderna en las interpretaciones roussonianas de la «voluntad general».
19 Michels, Robert: Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 2003.
20 Aquí usamos élite y oligarquía como sinónimos, pero sabiendo que élite es un término que utiliza Pareto, clase política Mosca, y oligarquía Michels. Aunque todos refieren a oligoi y aristoi, en el sentido en que son «unos pocos», «los mejores», o los que poseen las cualidades valoradas positivamente por una sociedad en determinado momento. La constitución de élites cerradas o de oligarquías es un foco al que hace referencia Jacques Ranciere en las democracias actuales, en donde los gobiernos oligárquicos poseen el monopolio de la vida pública. Dice Ranciere «La democracia es una acción, cuya potencia singular es el odio, que arranca sin cesar a los gobiernos oligárquicos el monopolio de la vida pública y a la riqueza la omnipotencia sobre las vidas» En Ranciere, J.: Op. Cit. Y desde la sociología Colin Crouch, que considera que unos de los mayores problemas de la posdemocracia es que la política se está convirtiendo en un asunto de élites cerradas (tanto políticas como empresariales), como ocurría en los tiempos predemocráticos.
21 La autora no dice, como lo haría Ranciere, que la política deba mirarse por fuera del curso ininterrumpido de los actos de los gobiernos.
22 Consultar Rosanvallon, Pierre: Por una historia conceptual de lo político. FCE, 2002.
23 El acceso a la razón a través de la educación también queda cuestionado: el comportamiento de masas salta por encima de los niveles de educación, o de la clase social.
24 Sin embargo, allí donde muchos teóricos políticos del S XX retomaban al psicoanálisis freudiano para pensar la política y a la teoría política, y donde hoy hay un regreso a las lecturas del psicoanálisis lacaniano (en Laclau, por ejemplo), Mouffe abreva en otras tradiciones, básicamente Schmitt. Es interesante la ligazón que ha tenido la ciencia y la teoría política con la psicología y el psicoanálisis a lo largo del S XX. A principios del S XX las lecturas de Le Bon o de Freud para pensar el tipo de comportamiento propio de las masas (por ejemplo, en Pareto, en Michels, en Ortega y Gasset). Posteriormente, con el predominio del «behaviorismo» su enlace con la psicología «comportamentalista» en ciencia política. Hacia fin de siglo y comienzos del nuevo milenio las lecturas de Lacan, pero que ya estaban presentes en Althusser o en Castoriadis.
25 Mouffe trabaja esta cuestión a través de la revisión de la categoría schmittiana de «amigo-enemigo» y su dulcificación en la categoría de «adversario». Pero no tendría inconvenientes en acompañar a Ernesto Laclau en su idea de que la identidad se construye sobre la diferencia y extrañamiento con un «otro». La identidad se delimita entendiendo que se constituye como un «exterior constitutivo», que permite reafirmar un «nosotros» frente a «otros».26 En este punto me parece que Mouffe termina siendo ambigua. El agonismo despliega el conflicto sin matar, se diferencia del pensamiento liberal en donde la política se piensa sólo como construcción de consenso o pura administración de intereses. Sin embargo, en Mouffe hay un terreno institucional que si bien no es neutral sí es racionalización y canalización de conflicto. En este punto su idea no es tan innovadora como ella lo pretende.
27 El modelo adversarial construido por Chantal Mouffe es más difuso que aquel al que apela Ernesto Laclau, ya que el populismo exige alimentar la enemistad para darle cabida a la construcción de hegemonía.
28 Mouffe, Chantal: La política democrática en la época de la post-política». Pág. 87. En Revista Debates y Combates. N°1. Año 1. Noviembre de 2011.
29 La autora no desdeña, pero quiere darle una importancia relativa a la política para subrayar lo político. Sin embargo, no siempre lo que se dice es lo que se lee. Y hay en Mouffe una idea de política en donde la democracia no es mero procedimiento, tampoco los minimiza puesto que entiende que ellos no son solamente regulativos, y por ello neutrales.
30 Dicho muy pedestremente se le podría preguntar a Mouffe, como también a Laclau, quién se hace cargo de la lucha que generan los antagonismos y de la agitación de las pasiones. Entendida que estas son constitutivas de lo político, y deber de la democracia no desconocerlas, quién se hace cargo de la regulación «no del todo racional» o «no del todo consensual» de las mismas: ¿un soberano?, ¿un gobierno?, ¿el estado? Son preguntas que quedan sin resolver. Aunque Mouffe critica a otros autores por darle a la enemistad o a los enemigos nombres tan abstractos como «imperio» o «imperialismo», considero que tampoco ella resuelve «el nombre concreto» de aquel que debería tanto promover como regular los conflictos y pasiones ¿Es un trabajo que debe hacerse sobre la ciudadanía, sobre el espacio público no político, sobre la arena pública-estatal?

Bibliografía Básica

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