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Sociohistórica

versão On-line ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.27 La Plata dez. 2010

 

RESEÑAS

Una comparación iluminadora: el nazismo y el terrorismo de estado en Argentina

Reseña de: Feierstein, Daniel (2007), El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina. Fondo de Cultura Económica.

Maximiliano Garbarino

(UNLP-CONICET)

 

El libro comienza con una introducción donde se registran una serie de entramados narrativos en los que se ha puesto el nazismo. Comprueba que distintos sucesos elegidos para la comparación (el genocidio de Ruanda, el estalinismo, el colonialismo) iluminan distintas aristas y abren diferentes conceptualizaciones. El autor propone establecer una comparación con la "experiencia argentina" para enfocar ciertos aspectos menoscabados de ambos caso y poner en ejercicio el concepto de "práctica social genocida".
Con este concepto se pretende poner en evidencia el carácter de "proceso" que tienen este tipo de hechos y así poder establecer ciertas etapas "necesarias" de su desarrollo. También arroja luz sobre los objetivos y efectos de las prácticas sobre todo el cuerpo social y no sólo sobre sus víctimas directas. En definitiva, según Feierstein, las "prácticas sociales genocidas" se articulan en torno a romper ciertas relaciones sociales de reciprocidad, solidaridad y autonomía, para engendrar una relación vertical con un poder normalizador.
El libro se divide en tres partes. En la primera se discuten conceptos generales y, como es de esperar, se inicia con la discusión sobre la idea de genocidio. Al considerarlo como un proceso de reorganización de relaciones sociales puede salirse de las discusiones que toman el eje cuantitativo para definirlo (cantidad de víctimas, porcentaje, etc.) Sin embargo el principal objetivo de Feierstein es señalar que el genocidio es el único delito que se define según las víctimas y no según el acto cometido. Observa entonces el peligro de caer en una definición de "víctima" que imitaría las caracterizaciones de los propios victimarios. Da cuenta además del carácter político e histórico de toda unidad identitaria, poniendo en jaque las diferenciaciones comunes entre ser (como identidad preestablecida) y hacer (como identidad elegida y construida) para definir al genocidio.
Para seguir avanzando (cap. II) y determinando su concepción de "práctica social genocida" propone una tipología del genocidio moderno: genocidio constituyente, genocidio colonialista, genocidio poscolonialista (asociado a las guerras de liberación nacional); genocidio reorganizador. Este último caso se da al interior de un Estado ya conformado e intenta suspender y reorganizar ciertas relaciones sociales. Aquí, el campo de concentración se convierte en una modalidad fundamental de esta práctica genocida. Si bien se trata, con el campo de concentración, de eliminar una "fracción social", este no es el objetivo primordial sino un medio para ejercer un poder sobre toda la sociedad (aunque este medio tienda a autonomizarse e incluso a generar en el caso nazi la particularidad del campo de exterminio). Retomando a Pilar Calveiro se puede decir que el campo de concentración y el terror son un medio para disciplinar y reconstituir el cuerpo social.
Luego, Feierstein (Cap. III) identifica tres núcleos de cuestiones propias de la modernidad (igualdad, soberanía, autonomía) que son significativas para dar cuenta de las prácticas genocidas. En primer lugar, el discurso igualitario funcional a la burguesía en su etapa de confrontación contra la sociedad estamental se convierte en un problema para mantener ciertas desigualdades. Así, el discurso racista en la modernidad viene a limitar el igualitarismo. La "soberanía" a su vez (y acá se ve la impronta biopolítica de su propuesta) tiene por función normalizar al individuo y así definir conductas patológicas o anormalidades a "desterrar". Pero quizás el punto más significativo sea la cuestión de la "autonomía". Esta noción viene a justificar las propias autodeterminaciones identitarias de grupos con lo cual aparece la posibilidad de fragmentación social (o quizás deba decirse de rearticulación social por fuera de la voluntad única de los grupos ya hegemónicos): las víctimas del nazismo ejercían su autonomía social en diversos campos (cultural, político, sexual, laboral). Así, desde la perspectiva que toma Feierstein, se puede ver claramente el carácter moderno del "genocidio reorganizador".
En la segunda parte de la obra se trabajan cuestiones puntuales del fenómeno nazi para poder articularlo con el caso argentino. Retoma aquí el autor la discusión de las ideas de "unicidad" respecto de la Shoah y la lectura de este fenómeno como algo sólo posible en la Alemania de esos años y en la locura de los perpetradores.
Se detiene (Cap IV) en los argumentos que postulan al suceso nazi como algo incomparable: el número de víctimas, las tasas porcentuales de exterminio, la utilización de la tecnología, la intencionalidad de los perpetradores. Más allá de la discusión en término fácticos su propuesta es que metodológicamente estos argumentos son inconsecuentes y trata de pensar el fenómeno como una "tecnología de poder" (más allá de la técnica específica concentracionaria que se ponga en juego). De este modo se hace estructuralmente posible la comparación (con el cuidado de no negar particularidades).
En el capítulo V registra una serie de modos del explicar el fenómeno que van desde la versión de la irracionalidad maldita propiamente alemanda (que no permiten articular al nazismo en la serie moderna que comienza con la colonización) hasta la explicación marxista típica del nazismo como dictadura abierta y terrorista de lo más concentrado del capital (pasando por la lectura en términos de "totalitarismo" que también descarta). Le interesa retener y criticar dos modos particulares de explicación: el análisis del caso en término ideológicos que presenta al antisemitismo como una forma ideológica de la verdadera cruzada contra el comunismo, conceptualización que desdibujaría el carácter de "limpieza étnica" que tuvo el nazismo; y otro modelo centrado en lo propiamente racista de la cuestión, dejando quizás de lado la disputa política donde se inserta. Sin depreciar los aportes de estas explicaciones, Feierstein, a través de su idea de "práctica social genocida" intenta ver al problema inserto en la cuestión de la "sociedad de normalización" propiamente moderna. Esta práctica aparece así iluminada en su dimensión política concreta (intentando "normalizar" a través de un Estado) y puede entonces vincularse la dimensión "racial" del nazismo con el plano de la autonomía social (en el caso "Judío" haciendo hincapié en su carácter social autónomo, su internacionalismo, su particularidad de nación sin Estado).
Luego (capítulo VI) Feierstein propone una "periodización" (más lógica que histórica) del genocidio nazi, tratando de ver las secuencias necesarias que preparan la consumación del genocidio. Resalta cómo se va construyendo una "otredad negativa" al interior de la sociedad; cómo ella es hostigada por una vanguardia para-estatal obligándola a aislarse y así "marcarse" como otro; cómo esto es acompañado por el Estado; cómo luego se provoca al interior de los perseguidos (disidentes políticos, homosexuales, discapacitados y finalmente judíos y gitanos) luchas intestinas que debilitan los lazos solidarios.
El paso siguiente que da Feierstein es introducir la fase de "realización simbólica del genocidio" (paralela y posterior al genocidio material), y esto tiene que ver con nuestra memoria del pasado reciente. No es un olvido lo que realiza el genocidio, no es el olvido de ciertas relaciones sociales de solidaridad, sino una clausura de esas relaciones sociales. La construcción del perpetrador como un desquiciado y, en la misma línea, la imposición de la idea de la víctima como un individuo inocente (una mónada privada e indefensa y sin prácticas molestas para el resto, es decir, disciplinada), sumado al espectáculo paralizante del terror, reafirman relaciones sociales individualistas y heterónomas.
Empieza la tercera parte de la obra analizando los modos de explicación de las prácticas sociales genocidas en argentina (Cap VIII). La discusión se puede centrar en cómo operan tres conceptos: el de guerra, el de terrorismo de estado y el de genocidio.
La utilización del concepto de guerra (sucia) en el discurso militar (como el de Acdel Vilas quien dirigió el "operativo Independencia" en Tucumán en el democrático año de 1975) da cuenta del objetivo político de la empresa. La acción militar no sólo era destinada a destruir una fuerza social sino que se operaba en el conjunto de la sociedad según relatan algunos de sus protagonistas. Esta idea de "guerra sucia" también es usada por los perpetradores para negar el carácter genocida de su empresa. Se habla entonces de "excesos" o del problema de la ilegalidad de ciertas prácticas. Pero también es utilizada por otras líneas teórico-ideológicas, como la de Juan Carlos Marín, que conceptualiza los hechos en términos de "guerra civil". Y aunque este análisis contribuya a la restitución identitaria de las víctimas, acarrea el problema de hacer una lectura militarista que en definitiva despolitiza los hechos. Al respecto dice Feierstein que no sólo hay fuerzas sociales en disputa (de una disparidad inmensa además, a diferencia de, por ejemplo, la guerra civil española) sino que también existen relaciones sociales a ser quebradas.
Existen también las llamadas lecturas "democratistas" que se alejan tanto de la idea de guerra como de la de genocidio. La más primitiva de estas matrices se formuló en términos de la teoría de los dos demonios, postulando a la sociedad como una inocente víctima de dos fuerzas externas a ella que se enfrentaron en una locura. Se niega la identidad de las víctimas pero también se hace responsable a las fuerzas "terroristas" del resultado de la dictadura. Las elaboraciones más complejas del democratismo -donde el autor reconoce ciertos méritos- si bien no equiparan víctimas y victimarios y devuelven la identidad política a los primeros, terminan explicando el proceso por un "clima de violencia" o por la "opción de la violencia" sin poder dar cuenta de los procesos de confrontación que resultaron en ello. Así, desdibujan el carácter de "práctica genocida" que actúa sobre toda la sociedad y rechazan la noción de genocidio estableciendo que este se hace sólo sobre una identidad preestablecida y rígida (sobre el ser y no sobre el hacer que es una opción política).
Estas visiones suelen usar el término "estado terrorista" para rechazar la idea de guerra y la de genocidio. Sin embargo, a pesar del uso que se le dio a este término, inicialmente (en la obra de Eduardo Luis Duhalde) fue articulado con el de genocidio. En este último conjunto explicativo, donde Feierstein se reconoce como deudor (Duhalde, Calveiro, o'Donell, por citar algunos), aparece la cuestión del conflicto social evitando así darle una entidad fetichista a la "violencia". Lo que se perfila en estos casos es la idea de que las prácticas genocidas tienen su objetivo en toda la sociedad y no sólo en la destrucción de una fuerza social. Lo que está realmente en juego para el autor es la visibilidad de una práctica reestructuradora de relaciones sociales.
En el capítulo VIII se propone una periodización de las prácticas genocidas en argentina y su relación estrecha con el caso nazi. También es la ocasión para dar cuenta de lo propio del genocidio alemán. En este sentido se destaca que es la única experiencia donde se producen campos de exterminio, el lugar de la industrialización de la muerte. Si bien esto sólo puede tener lugar por la peculiaridad racial de la visión de nazi, esta lógica convive según el autor con otra más fundamental y rectora de la política nazi que se manifiesta a través del campo de concentración y que tiene una intencionalidad política clara de reorganización de relaciones sociales.
Quizás aquí el aporte más contundente tenga que ver con el análisis de la construcción (previa a la práctica material genocida) de la otredad negativa (el delincuente subversivo, el judío bolchevique) y la importancia de la "realización simbólica" del genocidio que lleva a la clausura de las relaciones sociales de paridad, autonomía y solidaridad. En el caso argentino esta se ve realizada en al negación de la identidad de las víctimas así como en la demonización del caso y la transferencia de la culpa a los jerarcas y al ejercicio violento de la política. Así, el sintagma "nunca más" queda fácilmente asimilado a "nunca más la lucha".
El último capítulo despliega una fenomenología de las prácticas dentro del campo, dando cuenta de la intencionalidad dirigida a la abolición de la autonomía de los cuerpos. Intencionalidad que no sólo se dirige a los que están dentro. Por tanto también intenta analizar cómo estos efectos del campo se trasladan al conjunto de la sociedad.
Finalmente en las conclusiones llama la atención sobre otra posibilidad de memoria (lo que implica una ruptura con la realización simbólica del genocidio), donde se puedan restablecer las prácticas clausuradas, así como la importancia de detectar y evitar la construcción de identidades políticas en términos de exclusión del otro.
Como se puede ver, el libro abarca una serie de problemas bastante grande y por momentos hay nociones (como la de práctica social y el uso del término hegemonía entre otros) que no están lo suficientemente esclarecidas. Sin embargo la perspectiva que le da el concepto de "práctica social genocida" es interesante porque nos permite ver estos casos en una dimensión social amplia y no sólo en relación a la destrucción puntual de una fracción social. Y esto esclarece el carácter político del genocidio nazi y nos deja ver, en el caso argentino, el complejo proceso de construcción del genocidio, donde los campos de concentración aparecen como un estadio entre la construcción del otro negativo y su realización simbólica.

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