La Crónica abreviada, el texto historiográfico que inaugura la producción intelectual de Juan Manuel, adelanta ideas que el prosista desarrollará en sus siguientes obras de educación cortesana y que forman el núcleo de su ideario político y estético: la necesidad de una sólida educación nobiliaria, la importancia de defender los derechos de la aristocracia y la utilidad de la escritura como un mecanismo de reacción frente a la ideología regalista. Que Juan Manuel haya elegido un libro de historia para plasmar estos fundamentos es una herencia clara de la clerecía cortesana alfonsí, donde la historia permite “aportar racionalidad al ejercicio del poder” (Funes, 1997,p. 9).
Profundizando los planteamientos de Gómez Redondo (1998) sobre Juan Manuel, en otros trabajos he sostenido que los tratados didácticos del prosista castellano se alejan de los sistemas culturales de la clerecía cortesana y la clerecía aristocrática molinista, especialmente en lo que refiere a la creación de modelos regios y consiliares y en la configuración de las relaciones sociales dentro del mundo cortesano (Cossío Olavide, 2019a, 2019b y 2022b). Discrepando con lo sostenido por Catalán (1977/1992) y Orduna (1979/2011) sobre el reverente tratamiento de la materia alfonsí en las primeras obras de Juan Manuel, propongo que ya desde el inicio de su producción prosística, el escritor reacciona y reconfigura este modelo literario. Su crónica, por tanto, debe ser entendida como una meditada manipulación de la tradición historiográfica alfonsí y postalfonsí. Nacida en un espacio excéntrico al poder monárquico, el principal propósito de la Crónica abreviada es ser un espejo moralizador para la nobleza castellana del siglo XIV.
La Crónica abreviada y la historiografía postalfonsí
Juan Manuel debió entender que las empresas historiográficas de Alfonso X, la Estoria de España (=EE) y la General estoria (=GE), codificaban el pasado de la Península y lo integraban al presente, proponiendo un devenir histórico providencialista, un discurso profético que alcanzaba su plenitud en los tiempos del Rey Sabio (Gingras, 1990; Gómez Redondo, 1998; Mencé-Caster, 2011). Él mismo intentaría algo similar hacia 1345 en el Libro de las tres razones.
Tras la muerte de Alfonso X, y al desmontarse los mecanismos articuladores de su entramado cortesano, Castilla no tuvo un proyecto historiográfico de magnitud comparable hasta bien avanzado el reinado de Alfonso XI. Esto cambió alrededor de la batalla del Salado (1340), cuando el rey ordenó la revisión de los libros de historia de su cámara y encargó la escritura de cuatro crónicas regias, que narraban los eventos desde el reinado de Alfonso X hasta el suyo, completando así el hiato de la historia castellana reciente.2
A pesar de la falta de un impulso historiográfico supervisado directamente por la corona, entre 1284 y 1340 existieron esfuerzos aislados nacidos fuera de los espacios curiales. En líneas generales, estas empresas servían dos propósitos: completar el relato inconcluso de la EE de Alfonso X —que llega hasta el reino de Fernando II de León—y revisar su contenido ideológico, adaptándolo a nuevas condiciones políticas y culturales (Gómez Redondo, 2000). Durante el reinado de Sancho IV, en el entorno catedralicio de Toledo se produce una Versión retóricamente amplificada de la EE. En ella se completan secciones del texto alfonsí conservadas en borradores y cuadernos de trabajo. El arcediano de Toledo Jofré de Loaysa, figura cercana al cardenal García Gudiel, escribe en los primeros años del siglo XIV la Crónica de los reyes de Castilla, que actualiza la historia de Ximénez de Rada hasta 1304. En los últimos años del reinado de Fernando IV, se redacta la Crónica particular de San Fernando (=CPSF), que se empalma con otros materiales postalfonsíes para completar la EE hasta la muerte de Fernando III.
Tanto en la CPSF, como en otras redacciones postalfonsíes, como la Crónica manuelina (=CM), modelo de la crónica de Juan Manuel, Funes (2015) nota alteraciones del relato alfonsí que ofrecen una visión más positiva de la nobleza. La aparición de estas redacciones es un fenómeno que Hijano Villegas (2006) considera un “giro copernicano” en la escritura de la historia; son indicativas, además, de los turbulentos eventos políticos que afectan la corona desde finales del siglo XIII. Se trata de un periodo marcado por la Conjura de Lerma en 1272 y la revuelta nobiliaria que desposee a Alfonso X en 1282, eventos seguidos por varios levantamientos contra Sancho IV y su temprana muerte en 1295. A partir de este momento, la crisis de la monarquía castellana se instala permanentemente hasta 1325. Son años en los que la nobleza ocupa un rol mucho más activo en el gobierno e impone, a menudo por la fuerza, su voluntad.
Aunque el origen de las crónicas postalfonsíes es aún materia de discusión, Funes (2003, 2008 y 2015) e Hijano Villegas (2006) especulan que su contenido y su orientación nobiliaria pueden ser prueba de que su génesis estuvo relacionada con las cancillerías señoriales, empoderadas durante los años de virtual interregno entre los reinados de Sancho IV y Alfonso XI. No es descabellado sospechar que nacieran bajo el auspicio de miembros de algunos importantes linajes, como los Castro, los Díaz de Haro o los Lara, o los infantes de Castilla, quienes ocuparon cargos en los consejos regios y en los comités de tutoría de Fernando IV y Alfonso XI. Esta situación, además, les pudo ofrecer acceso a la cámara regia que guardaba los cuadernos alfonsíes (Montoya Martínez, 2002). Por oposición a este incierto origen, la particularidad de la Crónica abreviada es que es la primera obra historiográfica del siglo XIV que se puede localizar en una cancillería nobiliaria, situándola en un contexto intelectual y político preciso.
Tras forzar su reconocimiento como integrante del segundo comité de tutoría de Alfonso XI en 1319, Juan Manuel ordenó la composición de la Crónica abreviada, obra que recurre a la abbreviatio para alterar y enmendar el sentido del texto que él consideraba era la EE de Alfonso X. El resultado de la selección y la abreviación es una obra afín al espíritu de las otras historias nobiliarias postalfonsíes. Catalán (1977/1992) sostiene que la crónica reinterpreta el texto alfonsí y construye, en la medida que el material original lo permite, un “punto de vista aristocrático” de la historia peninsular (p. 226). Tal direccionamiento indica la temprana búsqueda, por parte del autor, de nuevas formas de pensar el rol de la nobleza en la sociedad castellana. Juan Manuel sigue así las ideas de otros anónimos cronistas postalfonsíes, para quienes escribir la historia requiere forzosamente revisar y corregir los errores de los historiadores del pasado. Así ocurre en la Estoria cabadelante que forma parte de la CPSF:
Manera de los estoriadores e de todos cuantos començadores de razones e de grandes fechos estorialmente quisieron departir, de emendar siempre en las razones pasadas (que fallaron d’aquellos que ante que ellos dixeron, si les vino a punto de fablar en aquella misma razón) alguna mengua e de escatimar ý e complir lo que en las dichas razones menguado fue. (E2, fol. 333rb)
Aunque es un lugar común citar el prólogo de la Crónica abreviada como un ejemplo de la admiración e inspiración alfonsí de Juan Manuel (Orduna, 1970/2011; Catalán, 1977/1992), creo que es necesario revaluar esta percepción. Detrás de sus homenajes hay una latente urgencia, un discurso que plantea la necesidad de “emendar” la historia de Alfonso X y producir una obra que se ajuste a los nuevos tiempos.
El prólogo de la Crónica abreviada
La Crónica abreviada fue escrita en el periodo que va desde la inclusión de Juan Manuel en el comité de tutoría de Alfonso XI, tras la muerte de sus primeros tutores en el desastre de la Vega de Granada, en junio de 1319, y la declaración de mayoridad del rey y la disolución del comité, en agosto de 1325. El prólogo se refiere a él como “don Joán, fijo del muy noble infante don Manuel, tutor del muy alto e muy noble señor rey don Alfonso su sobrino, e guarda de los sus regnos” (2007, p. 65).3 El “fecho de la tutoría” permite contextualizar y comprender el propósito de la crónica. Juan Manuel inicialmente usurpa la función de tutor, atribuyéndose la potestad de administrar justicia y recaudar impuestos en nombre del infante rey. Al hacerlo, también limita su poder, gesto que cuenta con la aprobación de miembros de importantes linajes de la aristocracia castellana. En un plano literario, esta acción es acompañada por otra usurpación de una tarea regia en el mundo alfonsí: escribir la historia del reino.4
Juan Manuel cree, dice el prólogo, que su crónica refleja fielmente la EE y, por tanto, el pensamiento y la voluntad creadora del Rey Sabio:
E por ende el muy noble rey don Alfonso (…) porque los grandes fechos que pasaron, señaladamente lo que pertenece a la estoria d’España, fuesen sabidos e non cayesen en olvido, fizo ayuntar los que falló que cumplían para los contar (…) Porque don Joán su sobrino se pagó mucho d’esta su obra e por la saber mejor (…) fizo poner en este libro en pocas razones todos los grandes fechos que se ý contienen. (2007, pp. 67-68)
Esta afirmación permite plantear que Juan Manuel veía la EE como un proyecto unitario, que él conocía a través de un testimonio específico, la CM, redacción postalfonsí realizada entre 1295 y 1320.5 Funes (2019) explica que, aunque nosotros seguimos descifrando el enmarañado conjunto de redacciones y capas de sobrescritura de la historiografía alfonsí y postalfonsí, “los usuarios medievales solo veían un relato histórico continuado del pasado de España, sin mayor conciencia del carácter fragmentario y heterogéneo de la historia narrada” (p. 209).6
Desgraciadamente, la importancia de la Crónica abreviada es injustamente menguada al considerársele una mera abreviación, resumen o índice de la EE (Menéndez Pidal, 1955; Orduna, 1970/2011; Dyer, 1990; Fernández-Ordóñez, 1992 y 2000b; Bautista Crespo, 2000; Hijano Villegas, 2011 y 2016; Bautista 2014). Insistiendo en la ineludible gravedad del modelo alfonsí, Hijano Villegas (2014) advierte que cualquier aproximación a la crónica debe aceptar que carece de sentido “escudriñar el texto (…) en busca de desviaciones con respecto al de la Crónica manuelina, con vistas a reconstruir el sesgo ideológico que anima la selección o el tratamiento del material alfonsí” (p. 81). Considero que esta lectura contradice una realidad discursiva que confirma una voluntad editorial que convierte los largos capítulos del original en precisas viñetas cuyos contenidos son fácilmente asibles y comprensibles para los lectores medievales. Además, la crónica transmite una particular visión de los lazos entre la aristocracia y los reyes que refleja, y de cierto modo prefigura, las formas que Juan Manuel empleó para relacionarse con el poder durante su vida. Finalmente, no puede negarse que cualquier labor de abreviación y reescritura, independientemente de su contexto histórico específico, siempre responde a una visión del mundo distinta que el original del que se parte.7 Aunque Sontag (1966) escribe sobre la interpretación y no la abreviación, sus palabras son igualmente útiles para comprender la distancia conceptual entre ambas historias:
Interpretation thus presupposes a discrepancy between the clear meaning of the text and the demands of (later) readers. It seeks to resolve that discrepancy. The situation is that for some reason a text has become unacceptable; yet it cannot be discarded. Interpretation is a radical strategy for conserving an old text, which is thought too precious to repudiate, by revamping it. The interpreter, without actually erasing or rewriting the text, is altering it. But he can’t admit to doing this. He claims to be only making it intelligible, by disclosing its true meaning. However far the interpreters alter the text (…) they must claim to be reading off a sense that is already there. (p. 6)
Hathaway (1989) explica que esto es lo que hacen los compilatores escolásticos, reacomodando una vieja tradición textual a nuevos escenarios hermenéuticos, “because that material is useful or instructive in the context of its new presentation” (p. 42). Así, se innova, pero se mantiene la apariencia de continuidad, como Guenée (1985) observa: “la compilation [de l’histoire] n’est pas simplement répétition, elle est re-création” (p. 126).8 Catalán (1969) advierte que esto ya ocurre en las historias alfonsíes: “al tratar de ofrecer al lector una versión completa, razonada y palpable de lo que las fuentes decían, los estoriadores alfonsíes actualizan y deforman el sentido de esas fuentes, y, naturalmente, cambian por completo el estilo de los originales” (p. 423). Esto también sucede en la crónica, cuyo prólogo sostiene que Juan Manuel se propone hacer más comprensible (make intelligible) una obra demasiado compleja para los lectores del siglo XIV, pues “el su entendimiento non abondava a retener todas las estorias que son en las dichas Crónicas [del rey don Alfonso]” (2007, p. 68). Por ello,
sacó de la su obra complida una obra menor e non la fizo sinon para sí en que leyese, e cuando alguna razón e palabra ý fallare que non sea tan apuesta nin tan complida como era menester non ha por qué poner la culpa a otri sinon a sí mismo. (2007, p. 68)
Estas palabras justifican la labor cronística de Juan Manuel y son un “gesto enunciativo primordial” (Funes, 2000, p. 783), con el que el autor asume la responsabilidad de su escritura. Con ellas, también alega la necesidad de desarrollar un nuevo modelo prosístico, capaz de responder a lo que percibe como cierto decaimiento cultural, ilustrado por la mengua del entendimiento de los nobles castellanos como él, tema sobre el que vuelve en el prólogo del Libro de la caza. Aquí también se avanza una primera reacción al estilo de la historiografía alfonsí: “E este muy noble rey don Alfonso (…) ordenó muy complidamente la Crónica de España e púsolo todo complido e por muy apuestas razones e en las menos palabras que se podía poner” (2007, p. 67).9
Juan Manuel describe la EE como una obra “complida”, perfecta pero también extensa y desarrollada. Este rasgo resulta del ambicioso plan alfonsí, narrar toda la historia peninsular desde el diluvio hasta el presente del rey, y su forma de composición, mediante la traducción, selección, reacomodo y amplificación de obras historiográficas anteriores (Fernández-Ordóñez, 1992). Aunque la excusatio de incapacidad autorial es parte habitual de la humilitas de los prólogos medievales, desde el siglo XIII asimilada en las crónicas, creo que en este caso no responde a un modelo retórico; antes, es una reflexión sobre el quehacer de la escritura de un autor que se siente poco preparado para competir con la capacidad de trabajo de los talleres alfonsíes y su parafernalia lingüística. Reflexionando sobre los preceptos estilísticos que rigen la escritura de la historia, Juan Manuel propone un nuevo ideal: el de la prosa “menor”, que sigue aspirando a ser “complida”, pero nunca es oscura ni breve. Es, más bien, “declarada”, según una teoría que desarrolla en el Libro de los estados (1991, p. 194). No se trata, pues, de una escritura “de razones nin por palabras tan sotiles que los que las oyeren non las entiendan o por que tomen dubda en lo que oyen” (2007, p. 65).
Además de estas innovaciones en materia de estilo, el prólogo de la crónica también abandona la estructura de su modelo. Siguiendo el inicio de De rebus Hispaniae, el prólogo de la EE comienza:
Los sabios antigos que fueron en los tiempos primeros e fallaron los saberes e las otras cosas tovieron que menguarién en sus fechos e en su lealtad si tan bien no lo quisiessen pora los que avién de venir como pora sí mismos o pora los otros que eran en so tiempo. E entendiendo por los fechos de Dios, que son espiritales, que los saberes se perderién muriendo aquellos que lo sabién e non dexando remembrança, porque no cayessen en olvido mostraron manera por que lo sopiessen los que avién de venir empós ellos. E por buen entendimiento conocieron las cosas que eran estonces e buscando e escodriñando con grand estudio sopieron las que avién de venir. (E1, fol. 2ra)
La labor compilatoria de los sabios del pasado se debe a su lealtad hacia los hombres del futuro, valor clave en la clerecía cortesana (Gómez Redondo, 1998). Su conexión con el presente se establece gracias a una profunda investigación que les permite dar con conocimientos ocultos. Tal acto premonitorio enlaza la labor del taller historiográfico alfonsí con la de los talleres científicos, que trabajaban paralelamente en traducciones de tratados árabes y hebreos de astrología y magia (Fernández Fernández, 2013).10 La profecía establece un puente entre el conocimiento del pasado y la plenitud del presente del rey, quien recupera este saber antiguo y lo emplea para restituir el señorío de España (Funes, 1997; Ward, 2012).
El prólogo de la crónica reestructura esta materia. El texto comienza con una introducción que explica el orden de la creación, preocupación escolástica que el autor desarrolla en el Libro del cavallero e del escudero y el Libro de los estados. Aunque la primera impresión puede ser que Juan Manuel altera su modelo para construir su autoridad enunciativa como historiador, hay varias diferencias que develan una tensa relación con este:
Comoquier que entre Dios e los omnes á muy pequeña comparación, como puede ser entre criador e criatura, pero porque tovo Nuestro Señor Dios por bien qu’el omne fuese fecho a su semejança e esta semejança es la razón e el saber e el libre alvedrío que Dios puso en el omne, e porque los omnes son cosa fallecedera muy aína, tan bien en la vida como en el saber (…) tovieron por bien los sabios antiguos de fazer libros en que posieron los saberes e las remembranças de las cosas que pasaron, tan bien de las leyes que an los omnes para salvar las ánimas, a que llaman Testamento Viejo e Testamento Nuevo, como de los ordenamientos e posturas que fizieron los papas e los emperadores e reyes, a que llaman Decreto e Decretales e leyes e fueros, como de los saberes, a que llaman ciencias e artes, como de los grandes fechos e cosas que pasaron, a que llaman crónicas. (2007, pp. 66-67)
Por oposición a los astrólogos alfonsíes, los sabios de Juan Manuel actúan en campos del conocimiento muy bien definidos y de corte escolástico: las leyes espirituales eternas (la Biblia), el derecho canónico (el Decretum de Graciano y los Decretales de Gregorio IX), las leyes y fueros del comportamiento humano y las ciencias y artes universitarias (trivium y quadrivium, logica nova). Por ningún lado se alude a la lealtad de estos sabios ni se sostiene que sus estudios son el resultado de un acto profético. Siguiendo una concepción aristotélico-tomista, el prólogo propone que el orden humano es una reflexión del orden divino y que, además, puede encerrarse y estudiarse en categorías específicas, una de ellas la historia.11 Este discurso muestra un cambio de percepción sobre la utilidad de la historiografía, que aquí es un medio para transmitir un proyecto didáctico nobiliario. Algo análogo sucede en otra refundición alfonsí, la Crónica geral de Espanha de 1344 del conde de Barcelos, cuyas primeras líneas acusan una reorientación similar:12
Os mui nobres barões e de grande entendimiento, que escreverom as estorias antigas das cavalarias e dos outros nobres feitos e acharom os saberes e as outras façanhas per que os homẽes podem aprender os boos costumes e saber os famosos feitos que fezerom os antigos, teverom que minguariam muito em seus boos feitos e em sua bondade e lealdade se o assi nom quisiessem fazer pera os que aviam de vĩir depois como pera si mesmos e pera os outros que eran em seus tempos. (Cintra, 1951-1965, Vol. 2, p. 3)
Pedro Afonso también articula sus ideas desde una óptica señorial, trocando los sabios de la antigüedad por nobles. Para él, la escritura de la historia se convierte en la tarea de los aristócratas y no la de los reyes, como propone el prólogo alfonsí. Este cambio explica la introducción de nuevas referencias al prólogo, como los combates y los hechos de armas, que aluden a eventos dominados por los hidalgos. El propósito de tales historias y hazañas es educar en la moral caballeresca a la nobleza del presente.13
Ambas crónicas dejan de lado el elemento profético al que recurren los historiadores alfonsíes. En ellas, el conocimiento del pasado es el producto del entendimiento humano, libre de obligaciones de vasallaje, que se manifiesta en leyes que rigen el mundo espiritual y natural (Juan Manuel) o hechos de armas y de caballería (Pedro Afonso). La mención de estos campos del conocimiento, y la renovada importancia que adquieren en el quehacer historiográfico, evidencia que sus autores reinterpretan el propósito prologal de Alfonso X, reorientándolo para responder a nuevas ideologías y realidades políticas.14
La reescritura de la historia en la Crónica abreviada
Para determinar cómo Juan Manuel reformula el material y el propósito de la historia alfonsí, se deben identificar las continuidades y las discontinuidades entre la crónica y la EE, prestando atención a los lugares donde las historias divergen. En el siguiente análisis se establecen los efectos de la abreviación sobre el material alfonsí y postalfonsí al: 1) reducir el accionar de los reyes y erosionar el discurso monárquico, 2) amplificar los vicios de los reyes y convertir a la nobleza en una fuerza de control de sus excesos y 3) destacar las acciones y las virtudes de ciertos defensores, que se convierten en modelos de buen comportamiento social.
Para disminuir la extensión de la EE, la Crónica abreviada suprime numerosos capítulos de los dos primeros libros de la CM que van desde la creación hasta la muerte de Vermudo III de León. Curiosamente, estas son las secciones que reflejan más fielmente el estilo “complido” alfonsí, pues vienen de la Versión primitiva de la EE.15 En general, hay una simplificación sustancial de los elementos considerados superfluos: se elimina la sincronización del cómputo cronológico alfonsí, junto a casi la totalidad de eventos míticos, razones, narraciones milagrosas, relatos o tramas políticas secundarias. Esto hace que la crónica se asemeje más a los parcos anales latinos que a la EE, enumerando año por año los hechos más importantes de cada reinado, pero sin abundar en detalles. En esta narración emergen dos fuerzas contrapuestas: los reyes y los nobles.
Si para Alfonso X la historia de España hasta los godos es una sucesión de entes políticos articulados en torno a figuras regias (príncipes, reyes o emperadores), cuyas acciones interesan por su capacidad de prefigurar la restauración del señorío que llegaría en la narración de los hechos de su reinado (Fernández-Ordóñez, 2000c), en la abreviación, la historia antigua se vuelve una sucesión de monarcas que sufren malas muertes al ser corrompidos por los vicios comúnmente atribuibles a quienes comandan el poder. Las eliminaciones develan estructuras repetitivas ocultas tras los largos capítulos alfonsíes. Juan Manuel construye un largo ubi sunt que recuerda las muertes regias, causadas por conjuras nobiliarias o por el castigo divino, y las entronizaciones de sucesivos emperadores y reyes: “después de la muerte de Juliano alçaron los romanos por emperador a Joviniano e regnó . . .” (2007, p. 132), “después de la muerte de Gundemaro alçaron los godos por rey a Sisibuto e regnó . . .” (2007, p. 162).
Los eventos más significativos de la EE, la caída del reino godo y el lamento por la pérdida de España, son casi completamente borrados por un cronista al que parecen poco importarle tales sucesos cataclísmicos: “En el capítulo CVI dize el llanto de España. Otrosí dize que los reyes de los godos morieron muerte desaguisada” (2007, p. 177).16 Creo que esta actitud se debe a que, a lo largo de la abreviación de los primeros dos libros, los reyes emergen como figuras dudosas, dedicadas “a vicio e a folgar e a usar todas malas costumbres” (2007, p. 119), y no tanto a desarrollar políticas que favorezcan a los reinos y a sus vasallos, como se comprueba en las narraciones de los hechos de Tiberio, Nerón y Domiciano en el periodo romano, Witiza en el godo y Ordoño II y Fruela II en la historia asturleonesa. Pocos son los casos de figuras regias cuyas acciones son destacables, como Julio César, Octaviano o Bamba.
Por contraparte, la aristocracia es una fuerza dinamizadora en los sucesos narrados. Mientras la moralmente decadente, inmovilizada y poco efectiva monarquía recorre un espiral descendente, lo opuesto sucede con senadores, cónsules, caballeros y nobles, quienes asumen tareas de gobierno y son responsables de reemplazar a los reyes. Así ocurre con Domiciano, cuya conducta origina su muerte por decisión del senado: “Otrosí dize qu’el senado, viendo cómo este emperador era muy malo, llegaronse e dieron por sentencia que·l matasen e mató·l un su castrado” (2007, p. 109) o, ya en la historia castellana, con los jueces de Castilla, Nuño Rasuera y Laín Calvo, quienes representan a una nobleza comprometida con la educación y el ordenamiento del condado: “E porqu’el rey don Ordoño les avía muerto sus condes, fizieron dos juezes, non de los más poderosos mas de los más sesudos, que ordenasen e mandasen todos los fechos de la tierra” (2007, p. 202).
Esto lleva al segundo efecto de la abreviación: la transformación de la nobleza en una fuerza que mantiene a raya los excesos regios, acción que puede ocurrir de dos maneras. La primera es mediante la omisión y la alteración de pasajes que presentan a nobles actuando en contra del pueblo o del orden social. En la EE, la caída de Cartago es el nudo narrativo que culmina la descripción de la campaña pacificadora de Escipión Emiliano, pero también certifica los abusos cometidos por los romanos contra los pueblos ibéricos, pues durante esta expedición destruyen Numancia. El sentido de esta sección debe ser interpretado a la luz de una advertencia del prólogo: “E esto fiziemos porque fuesse sabudo el comienço de los españoles e de cuáles yentes fuera España maltrecha (…) E las mortandades que los romanos fizieron en ellos e los destruimientos que les fizieron” (E1, fol. 2vb). Esta guía hermenéutica es reforzada y enfocada directamente sobre la campaña del Emiliano en el lamento de España, donde se recuerda “cuánto mal sufrió aquella noble Cartagena cuando la prisó e la quemó Cipión, cónsul de Roma” (E1, fol. 193vb).
Tras un largo sitio, los cartaginenses aceptan los términos ofrecidos por Escipión y abandonan la ciudad junto al rey Asdrúbal. Sin embargo, un pequeño grupo de cartaginenses se refugia en un templo, que es rodeado por los romanos e incendiado para forzar su rendición. Pero los rebeldes prefieren arrojarse al fuego. Lo mismo sucede con la esposa de Asdrúbal y sus dos pequeños hijos. En vez de entregarse, la reina busca santuario en una torre que también es cercada e incendiada. No dispuesta a rendirse, escala hasta la cima junto a sus hijos y, tras dirigirse a las fuerzas conquistadoras, se arroja con ellos a las llamas. Los horrorizados soldados intentan salvarla, pero llegan muy tarde. Ante el pavor de los romanos, conscientes de su responsabilidad compartida en el regicidio, la EE contrapone la frialdad del cónsul, quien inmediatamente ordena prender fuego a toda la ciudad: “E Cipión, que grant sabor avié de destruir aquel lugar por crecer el poderío de los romanos e por vengarse de los grandes daños que allí recibieran, mandó encender la cibdat de todas partes e duró ardiendo xvii días” (Q, fol. 35vb).17
La Crónica abreviada describe el sitio y la destrucción de Cartago brevemente: “E [Cipión] vino ý e falló seguros los de la cibdat e cercola e al cabo entrola por fuerça e quemola e destruyo la toda” (2007, p. 85). Este pasaje es seguido por una omisión de dos capítulos, donde deberían relatarse los detalles de la caída de la ciudad. En vez de abreviarlos, el compilador los elimina y escribe: “non fallamos ninguna cosa que cumpla poner en este libro” (2007, p. 85). A diferencia del texto alfonsí, el compilador no tiene palabras de crítica sobre la descontrolada sed de venganza del cónsul o las barbáricas acciones de sus soldados.18
Algo similar sucede durante la narración de la traición de Bruto y Casio, magnicidio que en la EE es secundado por doscientos sesenta nobles romanos, pero que en la crónica es acompañado por un genérico grupo formado por “otros cavalleros romanos” (2007, pp. 96-97).19 Tras la muerte de Calígula, la historia alfonsí describe los conflictos entre los senadores, los cónsules y el pueblo romano sobre la elección de un nuevo emperador o el retorno a la aristocrática forma de gobierno anterior, la república senatorial.20 Los primeros sostienen que el senado previene los abusos y la decadencia moral de los emperadores. El pueblo romano, apoyado por la caballería, rechaza esta propuesta; los ciudadanos temen la codicia de los nobles y recuerdan las buenas acciones de los emperadores. Esta visión se impone a la propuesta aristocrática y se reinstaura el gobierno imperial, con Claudio a la cabeza. La oposición entre la nobleza y el pueblo es borrada en la crónica, manteniéndose solo el núcleo de la historia: “llevantose muy grant desabenencia en Roma, ca los unos querían emperador e los otros non e dizién que non oviesen emperador. Pero al cabo fizieron emperador a Claudio” (2007, p. 104).21
Otro caso de protección de figuras aristocráticas ocurre en la historia castellana, durante el episodio de Fernán González y el mal arcipreste. En la EE, el conde y la infanta Sancha huyen de García Sánchez I de Pamplona usando el camino francés, donde son encontrados por un arcipreste. El clérigo amenaza con que, si Sancha no se acuesta con él, revelará el paradero de los prófugos a los soldados del rey. Aunque el conde se escandaliza, la infanta accede al pedido: “ca por esto non queremos nós morir nin perder el condado” (T, fol. 160rb). Mientras el religioso se está desvistiendo en un lugar alejado, la infanta le ataca sorpresivamente: “travó d’él a la boruca e dio·l una grant tirada” (T, fol. 160rb). Fernán González llega a ellos “con un cuchillo en la mano e matáronle allí amos ados” (T, fol. 160va).
Hay varios elementos que dejan muy mal parado al conde y a su futura esposa. El arcipreste los trata inicialmente como criminales: “¡traidores!, non vos podedes ya ir nin podredes escapar de la mano del rey” (T, fol. 160ra). El engaño diseñado por Sancha pone en tela de juicio su honor, al utilizar un proverbio de origen bíblico para sostener que el pecado es preferible a la muerte: “ca mucho valdrá más que partamos el pecado nós todos tres” (T, fol. 160rb).22 Más problemático aún es que la afrenta del arcipreste paralice a Fernán González y que este solo responda con palabras: “Cuando el conde le oyó dezir cosa tan sin razón e tan sin guisa, pesó·l más que si·l diesse una grant lançada e dixo·l qu’él demandava cosa muy sin guisa e sin razón, e que querié grand soldada por poco de trabajo” (T, fol. 160rb). Esta pasividad es resuelta por la sugerencia de la infanta de que ella y el arcipreste se desnuden lejos del conde para evitar la vergüenza: “mas á menester que nos apartemos amos a un lugar ó el conde non nos pueda ver, ca avrié por ende grant pesar” (T, fol. 160rb). Finalmente, está la acción más reprensible, el asesinato a traición, del que no se vuelve a hablar en la EE y que en la Versión retóricamente amplificada es realizado con un arma robada: “e llegó el conde con el su cuchiello del arcipreste en la mano e matáronle allí amos a dos” (E2, fol. 70rb).
Morrison (1935) nota que en la crónica toda la acción es eliminada, ausencia que Benito-Vessels (1994) duda entre atribuir al compilador o al modelo de la CM.23 Al no sobrevivir la sección en el manuscrito que transmite esta última, solo es posible conjeturar. Me inclino por atribuir la omisión al compilador juanmanuelino por dos razones. La primera se basa en indicios manuscritos: todas las ramas conocidas de la EE, alfonsíes y postalfonsíes, mantienen el episodio con variaciones menores. Aparece en la rama vulgar y la rama regia de la Versión primitiva, en la Versión crítica y en la Versión retóricamente amplificada, e incluso en la Crónica geral de 1344. Su persistencia demuestra cierto interés entre los historiadores —y quizá los lectores— por este tipo de narraciones con elementos folclóricos, a pesar de sus implicaciones morales, lo que hace poco probable que la CM no lo transmitiera.24 La segunda razón tiene que ver con el ya evidente sesgo nobiliario de la crónica de Juan Manuel. Como ocurre en las abreviaciones de los pasajes sobre Escipión y Julio César, la eliminación de esta sección es una manifestación de las decisiones editoriales de un compilador que suaviza u omite materiales que reflejan negativamente sobre los nobles.
El mismo procedimiento se aplica a un relato de los reinados de Enrique I y Fernando III de la CM. Durante el breve reinado en minoridad de Enrique I de Castilla, los condes Álvaro, Fernando y Gonzalo Núñez de Lara intentaron hacerse con la tutoría regia, en un conflicto con Berenguela de Castilla que es largamente descrito en esta crónica. Después de la accidental muerte del infante rey, Berenguela cede el trono a su hijo, Fernando III. A pesar del coronamiento del nuevo rey, los Lara mantienen sus acciones rebeldes. La CM presenta estos eventos desde una óptica afín a Berenguela. Se refiere a ella como reina —un título que el Toledano le da por su matrimonio con Alfonso IX de León— y como una mujer “muy sabidora de los bollicios del mundo” (Br, fol. 190v) y “sabia e entendida en las cosas” (Br, fol. 191v).25 Por oposición, los condes son movidos por el deseo de “vengar la malquerencia que tinién en los coraçones” (Br, fol. 190v).
Tras algún tiempo, Fernando III logra arrinconarlos y vencerlos. La muerte de los dos primeros se inspira en una historia milagrosa descrita por el Toledano, amplificada para servir como ejemplo de cómo Dios actúa contra los revoltosos nobles.26 Tras enfermar, el conde Álvaro es llevado a Toro “medio muerto” (Br, fol. 196r)y, anticipando su fin, toma el hábito antes de morir: “cuando vio que ningún acorro non podié aver de ninguna parte diose a la cavallería de Santiago e metiose en esa orden” (Br, fol. 196r). También aceptando su derrota, el conde Fernando se exilia a Marruecos: “pues que non vio en el reino de Castilla lo que él deseaba, pasó la mar e fuese para África, a Marruecos al Miramamolín” (Br, fol. 196r). Ahí, se pone al servicio del califa almohade Yusuf al-Mustansir, hijo del al-Nasir vencido en Las Navas de Tolosa, batalla en la que los Lara habían participado por el bando cristiano. El califa:
recibiolo e diole soldada e sus dones otros. E contando el conde don Fernando sus fechos allá de unas maneras e de otras, e alabándose todavía, traxéronle los moros luengo tiempo a unas e a otras partes, faziéndole solazes e plazeres como diz que es su costumbre de los alárabes, tanto que andando en esto acaeció al conde don Fernando que enfermó de muy gran enfermedad (…) e pues que vio que la enfermedad de muerte era (…) tomó el conde don Fernando de aquel frey Gonçalo el ábito del Ospital e entró en esa orden del Ospital e ý murió. (Br, fol. 196r)
Que ambos condes tomen hábitos religiosos antes de morir, siguiendo una costumbre extendida entre los reyes y los nobles en los siglos XIII y XIV, no implica su arrepentimiento, todo lo contrario: el fin devocional de la ordenación es subvertido por hombres que intentan escapar de la justicia. La muerte del conde Fernando es un doble castigo: por rebelarse contra dos legítimos reyes de Castilla y por actuar contra Dios, al ponerse al servicio de un enemigo de la fe (el califa almohade) y vivir, como juzga el cronista, una vida de placeres siguiendo la ley musulmana.
Como es esperable, todo esto desaparece en la Crónica abreviada. El compilador se limita a contar las aparentemente pías muertes de los condes: “E adoleció el conde don Álvaro e murió en Toro, pero ante que muriese recibió el ábito de Santiago (…) el conde don Fernando passó la mar con miedo del rey e morió en Marruecos, pero ante que moriese recibió el ábito de san Joán” (2007, p. 279). El cronista también elimina el elemento milagroso de la muerte de don Álvaro y omite el juicio sobre el escandaloso exilio en la corte almohade de don Fernando, que queda justificado por su “miedo del rey” (2007, p. 279). Pero la abreviación nobiliaria no intenta justificar las acciones de los condes ni exonerar sus crímenes; solo algunas páginas antes son descritos como figuras desestabilizadoras del orden social: “E luego que ovieron la guarda [del rey don Enrique] salieron andar con él por la tierra e fazién mucho mal a los que querién” (2007, p. 277).
Saracino (2013 y 2014) explica que para los cronistas postalfonsíes la rebeldía nobiliaria puede ser una característica positiva o negativa, dependiendo del contexto en el que ocurre. A pesar de que las acciones de los condes en la Crónica abreviada son negativas, hay muchos otros ejemplos de rebeldía positiva, como el Cid, Fernán González o Bernardo del Carpio, con los que se construye un sistema de valores caballeresco-nobiliario. Si la relativa cercanía temporal de los eventos que involucran a los Lara, y que sus acciones se dirijan contra Fernando III, abuelo de Juan Manuel, hace imposible reescribir la historia y exonerarlos, esto sí ocurre en capítulos del pasado antiguo de la Península y de la historia heroica de Castilla. En ellos se manifiesta el segundo efecto de la abreviación sobre su modelo, convirtiendo a la nobleza en un mecanismo de control de los abusos regios que protege sus intereses sociales, y por extensión los de toda la sociedad, y al ofrecer su consilium a los reyes.
Un ejemplo singular se da en la materia romana. La EE describe a Probo como un emperador “muy derechurero e muy noble en todos sus fechos e que semejava a Aureliano en su buena nombradía” (Q, fol. 127rb), capaz de pacificar rápidamente todas las provincias romanas tras acceder al trono.27 A pesar de que su reinado inaugura un periodo de bienestar político y social, Probo tuvo constantes desavenencias con los nobles porque era incapaz de soportar “las loçanías e los desdenes de los cavalleros” (Q, fol. 127va). Para mantener a raya a los defensores en tiempos de paz, los hizo satisfacer un curioso interés suyo: sembrar vides. La prosperidad alcanzada durante su reinado, la ausencia de conflictos internos o externos y la ociosidad de los ejércitos le llevaron a sostener, infelizmente, que “a poco tiempo non serién menester los cavalleros en la tierra” (Q, fol. 127va). Como es esperable, tales palabras no fueron bien recibidas por los nobles, quienes rápidamente lo asesinaron. Del emperador jardinero de la EE, figura construida mediante amplificaciones de la Historia de Eutropio, la crónica ofrece una lectura muy diferente: “E porque non avía menester los cavalleros, fazíales poco bien e por esta razón matáronle” (2007, p. 121). El justo Probo es convertido en un rey que ataca a los defensores romanos, quienes no tienen otra alternativa que rebelarse para proteger sus derechos.
Una alteración similar se observa en los capítulos relacionados con la batalla de Roncesvalles. La EE relata que Alfonso el Casto intenta forjar una alianza con Carlomagno para frenar el avance de los ejércitos omeyas, llegando a ofrecerle su trono como contrapartida a su apoyo militar:
Pues que vio que era viejo e de muchos días embió su mandadero en poridat a Carlos emperador de los romanos e de los alemanes e rey de los franceses, [e dixo que] como él non avié fijos e si·l quisiese venir ayudar contra los moros que·l darié el reino. (E2, fols. 19rb–19va)
Al enterarse de esta embajada, los nobles asturianos, liderados por Bernardo del Carpio, dan un imperioso consejo al rey: “que revocase lo que embiara dezir al emperador si non que·l echarién del reino e catarién otro señor, ca más querién morir libres que ser mal andantes en servidumbre de los franceses”. (E2, fol. 19va). Los historiadores alfonsíes proponen de esta manera que los nobles cumplen con sus deberes estamentales: recuerdan al rey su obligación de mantener el reino y defienden la tierra de sus enemigos (musulmanes o cristianos). En la crónica se elimina la segunda parte del consejo y se altera ligeramente lo dicho por la EE: “E los españoles, cuando supieron esto dixeron al rey que revocase el mandado si non que·l echarían del regno” (2007, pp. 190-191). La abreviación da la impresión de que los nobles son responsables de determinar cuáles son las condiciones necesarias para ocupar el trono y cuándo este debe ser vacado. El pasaje también recupera una estructura utilizada algunos capítulos antes, durante la entronización de Alfonso: “después que fue muerto Silo alçaron los de la tierra por rey a don Alfonso por consejo de la reina doña Usenda” (2007, p. 187). Estos cambios alteran el sentido del triunfo de los ejércitos asturianos en Roncesvalles. Si en la EE la victoria es una demostración del señorío de la tierra asumido por el rey, en la crónica lo es del buen consejo de la nobleza y de su capacidad para controlar las imprudencias regias.
En la historia contemporánea de Castilla este tipo de operaciones se vuelve más sutil. El cronista deja de eliminar contenido y comienza a trasponer sentidos, desplazando acciones y características que su modelo atribuye a los reyes en favor de los grandes señores de la aristocracia castellana. La CM relata que los nobles castellanos y leoneses temen los efectos de la guerra entre Alfonso VIII y Alfonso IX de León sobre sus poderes y sus tierras, amén de la mengua de sus números. Los magnates conciben una alianza matrimonial para terminar el conflicto:
Unos de los grandes omes de los reinos, temiendo de los daños e peligros de la guerra, metiéronse en medio e fallaron carrera de abenencia e de amor e que podría esto venir por casamiento. [E] metiéronse a consejar que dixesen a la reina que consejase al rey don Alfonso su marido que diese al rey don Alfonso de León a su fija la infanta doña Berenguela por muger. (Br, fol. 172v)
Los nobles acuden luego a la reina Leonor de Plantagenet y le encargan la tarea de convencer a Alfonso VIII de firmar la paz:
E así como se pudo apartar con el rey, fabló en este casamiento con él, e cuando le mostró los bienes que por ello vernién en las gentes e los males que por ay se desviarién e sobre eso tanto le sopo de falagar de sus palabras e adulcearle que gelo ovo de otorgar que se faría el casamiento. (Br, fol. 173r)
Aunque los historiadores postalfonsíes, que siguen al Toledano, describen positivamente la alianza de la que nace el rey unificador, Fernando III, no ocultan sus críticas al motivo que impulsa a los nobles a actuar. No son guiados por su preocupación por el bienestar del reino, sino por temor a cumplir con sus obligaciones estamentales, “temiendo los daños e peligros de la guerra” (Br, fol. 172v). El mérito del matrimonio recae principalmente sobre la reina, “muy sabia e muy entendida dueña e avisada e [que] entendié en los peligros de las cosas e las muertes de las gentes que vernién en este desamor” (Br, fol. 172v). A diferencia de los nobles, Leonor actúa por amor al pueblo y cumpliendo su deber como reina. La conversación con su esposo también refleja otras cualidades positivas que se le atribuyen, como su inteligencia y esmerada educación, que le permiten construir un discurso adornado de recursos retóricos con el que convence al rey.
En la Crónica abreviada, la responsabilidad del matrimonio es desplazada de la reina a los aristócratas castellanos, quienes actúan preocupados por la paz y el orden social. La reina queda desprovista de toda capacidad de decisión y agencia y se convierte en un peón de la nobleza:
Fablaron los altos omnes de la tierra con doña Leonor muger del rey don Alfonso de Castilla, e mostrando·l cuántos daños e cuántos males vinién al regno de Castilla de la guerra del rey de León e, si podiese ser, que era bien de aver pazes con el rey de León e para esto que casasen con él a la infanta doña Beringuela.E la reina veyendo que era bien fabló con el rey don Alfonso e feziéronlo ansí, e viniéronse los reyes en uno e posieron sus pazes. (2007, p. 271)
Cuando los nobles acuden a Leonor en la CM, su entendimiento le permite comprender los peligros que se ciernen sobre el reino: “fablaron con ella en poridad e en tal manera le dixeron la razón (…) [e] la reina, como era mucho sabia e de gran entendimiento (…) cuando oyó de los omes buenos tantas buenas razones, otorgóles que le plazié de coraçón” (fols. 172v–173r). Por comparación, en la Crónica abreviada los nobles tienen que explicarle cuáles son los efectos negativos de la guerra, en un gesto paternalista que la desprovee de toda la autonomía que sí tiene en su modelo: “mostrando·l cuántos daños e cuántos males”. El cronista se asegura de que la responsabilidad de la paz, y por tanto, de la futura unificación de los reinos, recaiga sobre la aristocracia.
Este episodio me lleva al tercer efecto de la abreviación en la construcción del discurso nobiliario de la Crónica abreviada, la amplificación de las virtudes y las acciones de algunos defensores notables. Habiendo ya discutido pasajes concernientes a Fernán González y Bernardo del Carpio, limitaré esta discusión a la figura histórica en la que Juan Manuel encontraría mayores similitudes con su condición vital, y que acaso resultara más atractiva para establecer un conjunto de valores y comportamientos aristocráticos: el Cid. En la EE, tras repartir su reino entre sus hijos, Fernando I llama al Cid “e comendó·l sus fijos e sus fijas que los consejasse bien e toviesse con ellos do mester les fuesse” (E2, fol. 140ra). Es innecesario explicar que se trata de un ejercicio de sumisión del caudillo a sus deberes de auxilium y consilium. En la crónica, por oposición, estos roles se invierten. Fernando I le demanda a sus hijos que confíen en el consejo del Cid, “que quisiesen creer al Cid Roy Díaz de lo que les consejase” (2007, p. 228), atándolos a las buenas razones del vasallo.
La crónica sigue a su modelo en la descripción de las luchas fratricidas entre los hijos de Fernando I, pero vuelve a alejarse de este tras la conquista de Toledo, hecho que marca la consolidación del poder de Alfonso VI. La abreviación es especialmente selectiva en la materia relacionada con el asedio y la rendición de Valencia. Del largo sitio, las negociaciones entre cristianos y musulmanes y los fallidos intentos de Ibn Yahhaf por lograr que los almorávides acudan a su defensa, eventos que ocupan varios capítulos en la CM, el cronista de Juan Manuel selecciona aspectos de interés para un señor de la frontera: qué técnicas militares se emplean en el asedio y cómo el Cid reorganiza la ciudad tras la conquista.28
El cronista continúa transformando la narración sobre el Cid para reflejar mejor su visión nobiliaria de la historia. El defensor ideal y virtuoso es perfectamente descrito en el conocido relato de la embajada del sultán de Persia introducido por la Interpolación cidiana de la *Estoria caradignense del Cid. Según la CM, el sultán envía un familiar como mensajero:
Cuando fue otro día de gran mañana cavalgó el Cid e con él toda su compaña muy noblemente vestidos e sus cavallos ante sí e sus escuderos que le llevavan las armas empós de sí, e non eran tan pocos que non fuesen de mil e quinientos arriba. E cuando llegaron cuanto a tercio del agua del puerto e los vio aquel pariente del gran soldán de Persia fue muy pagado de cuán apuestamente venién e allí vio e entendió cuán noble ome era el Cid Campeador. E cuando el Cid vio que era cerca aquel pariente del soldán, paró el su cavallo Babieca e començolo a esperar. E cuando el pariente del soldán fue muy cerca del Cid e le tovo ojo, començole a tremer toda la carne e él mismo fue maravillado de que le tremía así su carne e tovo ojo otra vez al Cid. E el Cid fuelo por abraçar e aquel moro pariente del soldán no le pudo fablar fasta una gran pieça pasada (...) e cada vez que el Cid se tornava para fablar con aquel pariente del soldán, siempre le vinié en miente en cómo le tremiera la carne e perdiera la fabla de la primera vez que le viera. E quisiéragelo preguntar al Cid, mas nunca se atrevió a gelo dezir pero que lo tovo siempre en coraçón. (Br, fols. 124r–124v)
Más tarde, el almojarife del Cid le explica al emisario que Dios le ha dado a su señor tal semblante que todos los mensajeros musulmanes que lo ven pierden el uso de la razón, “fincan desacordados catándole, [ca] tan gran miedo an de la su catadura” (Br, fol. 125r).29 La Crónica abreviada introduce una ligera, aunque significativa, alteración:
Otrossí dize que cuando aquel pariente del soldán vino primeramente al Cid començó a tremer e estudo una grant pieça que non pudo fablar. E esto era por virtud que pusso Dios en el Cid que nunca moro le vio primeramente que·l non acaeciesse esso mesmo. (2007, pp. 254-255)
El cronista incluye en este capítulo un juicio que el almojarife da en un capítulo diferente en la CM. Tal desplazamiento construye una poco común reflexión sobre la universalidad de la virtud divina del héroe, sostenida, ya no por las palabras de un sirviente, sino por la autoridad del cronista, enunciador de la historia. Otro cambio ocurre respecto a la capacidad del Cid de infundir temor, que ahora no se limita a los mensajeros, sino que alcanza a todos los musulmanes. De la abreviación y la alteración del material emerge una figura revestida de un aura milagrosa, que se aleja un tanto de la tradición histórica y se acerca más a las descripciones fantásticas que se encuentran en la épica (por ejemplo, en el episodio del león del Poema) o en las narraciones hagiográficas incorporadas en escritos postalfonsíes (como el milagro de las barbas de la Interpolación cidiana). El efecto de tales proezas sobrehumanas en la Crónica abreviada es una figura idealizada del defensor, erigido como un contrapeso nobiliario a los habitualmente envilecidos reyes (Benito-Vessels, 1994).
Habiendo discutido hasta aquí los efectos aristocratizantes de la abreviación sobre la materia alfonsí y postalfonsí, creo necesario aclarar que no todos los eventos narrados en la Crónica abreviada pueden o deben interpretarse como signos de pertenecer a un manifiesto señorial o reflejar un programa nobiliario. Cuando la crónica comienza a adentrarse en la historia contemporánea de Castilla, el compilador va renunciando progresivamente a la visión señorial que ha desarrollado en los primeros dos libros. Esto ocurre porque el tercer libro de la CM deja de ofrecer material que puede ser reformulado desde la óptica de la nobleza. Consecuentemente, el compilador deja de apartarse de la historia alfonsí y comienza a reinterpretarla dando una apariencia de continuidad (Saracino, 2006).
Desde el reinado de Alfonso VIII, la EE que Juan Manuel conocía, en realidad ya producto de redacciones postalfonsíes, cambia sustancialmente. En la historia comienzan a ser más protagónicos los eventos que involucran a los nobles, especialmente las rebeliones señoriales, causadas por una aristocracia que aspira a ocupar un rol más importante en la administración del reino. Estos desencuentros son utilizados por el compilador para ofrecer modelos de buen comportamiento cortesano. Ya no se eliminan pasajes críticos con la nobleza; antes bien, son utilizados para amparar las decisiones de reyes excepcionales que protegen la unidad del reino y los derechos de la tierra de las acciones de malos nobles, cuyo único interés es amasar poder. Así son descritos los conflictos entre los Lara y los Castro durante la minoridad de Alfonso VIII y las desavenencias de este rey con el señor de Vizcaya Diego López de Haro. Tampoco se omite el “bollicio” causado por los hijos de Nuño Pérez de Lara para obtener la tutoría de Enrique I.
Coincidiendo con este cambio, la Crónica abreviada comienza a realzar el virtuosismo de los reyes castellanos, especialmente de Alfonso VIII y Fernando III, cuyos comportamientos y valores son afines a la moral caballeresca de Juan Manuel. Varios capítulos sobre Alfonso VIII son reveladores por su contenido. Así sucede en el inusualmente largo capítulo que relata las cortes de Carrión de 1188, en el que se ensalza la figura del rey como caballero y señor de la caballería, al hacer caballeros a Alfonso IX de León y Conrado de Suabia, hijo de Federico I Hohenstaufen. Otra amplificación moral ocurre durante las preparaciones de los ejércitos cristianos antes de Las Navas de Tolosa. Siguiendo al Toledano, la CPSF lee:
El rey don Alfonso (…) desque ovo todas estas cosas puestas e paradas con todas estas yentes de la guisa que avemos contado, mandó a sus notarios e a los escrivanos que sopiessen de las yentes trasmontanas la cuenta cuántos eran peones e cavalleros, e dize el arçobispo don Rodrigo que fallaron ý de los de allén de los montes de fuera de España, de cavalleros más de X mil e de omnes a pie sobre cien vezes mil, e pero segund la estoria quiere dezir que los de fuera de Castiella, como aragoneses, leoneses, gallegos, portugaleses e asturianos, que en esta cuenta entraron de los X mil cavalleros e de los cien vezes mil omnes a pie. E el noble rey don Alfonso cogiosse estonces a su palacio e penssó e mandó echar pregón por toda la hueste (…) (E2, fol. 298ra-b)
Por contrapartida, en la Crónica abreviada:
E el rey don Alfonso, por saber qué gentes avía ý fuera del su señorío fízolas contar e falló que eran X mil omnes a cavallo e cien vezes mil omnes de pie, e estos sin los de Castilla. E este rey don Alfonso, como le dio Dios complido entendimiento sobre todos los omnes del mundo, fabló con todas estas gentes con cada una d’ellas a su parte, en guisa que todos fueron muy sus pagados e dixeron que todos morrían o vencerían con él. E mandó luego echar pregón por la hueste (…) (2007, p. 273)
El material nuevo (“E este (…) con él”) es una abreviación parcial de la descripción de las reuniones del rey con las diferentes fuerzas que conforman su ejército, pasaje que aparece poco antes del relato del cómputo de las fuerzas en la CPSF. Sin embargo, al abreviar y trasponer el lugar de la narración, el cronista crea un discurso que parece sugerir que Alfonso VIII no solo fue el líder de un gran ejército cruzado, sino un monarca poligloto y entendido en todas las culturas de la cristiandad, forma de universalismo comparable al que se adscribe al Cid.
Gracias a que la CPSF es la fuente de los capítulos sobre Fernando III en la CM, el compilador de la Crónica abreviada pudo extender su relato hasta la muerte del rey. Esta narración no solamente cierra la historia contemporánea del reino, sino que da inicio a la historia familiar del autor. La muerte de Fernando III es un nudo semiótico que sintetiza la visión de la legitimidad dinástica que Juan Manuel desplegará en sus siguientes obras (Cossío Olavide, 2022a). En la CPSF, el rey moribundo convoca a sus hijos y:
Primeramente fizo acercar a sí [a] don Alfonso su fijo e alçó la mano contra él e santiguolo e dio·l su bendición e de sí a todos los otros sus fijos. E rogó a don Alfonso que llegase sus hermanos a sí e los criase e los mantoviese bien e los levase adelante cuanto podiese e (…) [rogó·l] por todos los ricos omnes de los sus regnos e por los cavalleros, que los onrasse e les feziese siempre algo e merced e se toviese bien con ellos e les guardase bien sus fueros e sus franquezas e sus libertades todas a ellos e a todos sus pueblos. E si todo esto que él encomendava e rogava e mandava compliese e lo feziese así, que la su bendición complida oviese e si non la su maldición. E fizo·l responder: “Amén”. (E2, fol. 358va)30
Esto es resumido muy fielmente en la Crónica abreviada, aunque con una diferencia importante
E fizo llegar ante sí a su fijo don Alfonso e mandó·l e rogó·l que (…) criase sus hermanos e los mantoviese e los levase adelante cuanto podiese e rogó·l (…) por todos los ricos omnes e cavalleros de sus regnos, que les fiziese mucha onra e los mantoviese e les feziese algo, en guisa que podiessen muy bien pasar, e que les guardase sus fueros e sus libertades a ellos e a todos sus pueblos. E dixo·l que si esto ansí feziese que·l dava la su bendición e si non que·l dava su maldición. (2007, p. 296)
En la Crónica abreviada, Alfonso nunca acepta las condiciones establecidas por su padre para recibir su bendición: mantener los estados de sus hermanos y los fueros de la nobleza y de los pueblos. Esta aprobación sí existe en el “Amén” de la CPSF. A pesar de esto, la crónica de Juan Manuel relata que el rey muriente bendice a su hijo: “Dessí santiguó·l e dio·l su bendición” (2007, p. 296). Estos hechos se conectan con algo que el autor de la crónica sostiene en el prólogo sobre Alfonso X, quien “era alumbrado de la gracia de Dios para entender e fazer mucho bien”, pero
por los pecados de España e por la su ocasión e señaladamiente de los que estonce eran e aún agora son del su linage, ovo tal postrimería que es quebranto de lo dezir e de lo contar. E siguiosse ende tal daño que dura agora e durará cuanto fuere voluntat de Dios. (2007, p. 68)
Es probable que la mención a los pecados del reino y de Alfonso sea evidencia de un relato oral conocido por Juan Manuel, que sostenía que, a pesar de su gran conocimiento y amor por el saber, los muchos desmerecimientos y la soberbia del rey originaron una maldición divina que aún pesaba sobre su linaje. Esto es sugerido en el prólogo del Libro de la caza (2011), que lo describe como un rey alumbrado: “non podría dezir ningún omne cuánto bien este noble rey fizo señaladamente en acrecentar e alumbrar el saber” (p. 129), pero también castigado por la ira divina:
¡O Dios Padre e criador e poderoso e sabidor sobre todas las cosas: bendicho e loado seas tú de todas las criaturas e especialmente quieras que te loen en buenas obras e en buenas voluntades las criaturas razonables que tú señaladamente crieste para te conocer lo que de ti se puede alcançar e para te loar; e marabillossos e derechureros son los tus juizios e marabillosso fue el que vino contra este tan noble rey! Tú, Señor, sabes lo que feziste. Bendito seas tú por cuanto feziste e cuanto fazes e por cuanto farás. (pp.129-130)31
Las alteraciones de la historiografía alfonsí y postalfonsí discutidas hasta aquí son las semillas de un contradiscurso a la legitimidad de la dinastía de Alfonso. Juan Manuel lo continuará desarrollando, silenciosamente, en sus siguientes obras, y volverá a surgir declaradamente en uno de sus últimos libros, el Libro de las tres razones (Funes y Qués, 1995). Ahí, ya sin tapujos, le atribuye a un falleciente Sancho IV un relato que reescribe desafiantemente el final de la CPSF, que él creía la EE, confirmando la maldición de Alfonso X:
—Yo non vos puedo dar mi bendición que non la he [de míos padres]; ante, por míos pecados e por míos malos merecimientos que les yo fiz ove la su maldición. E diome la su maldición mío padre en su vida muchas vezes seyendo bivo e sano e diómela cuando se moría (…) e aunque me quisieran dar su bendición non pudieran, ca ninguno d’ellos non la heredó nin la ovo de su padre nin de su madre, ca el santo rey don Ferrando mío abuelo non dio su bendición al rey mío padre sinon guardando él condiciones ciertas que él dixo. E él non guardó ninguna d’ellas e por esso non ovo la su bendición (…) E só bien cierto que la avedes vós complidamente de vuestro padre e de la vuestra madre, ca ellos heredáronla de los suyos.
E contar vos he cómo la ovo vuestro padre del rey don Ferrando nuestro abuelo. Cuando el rey don Ferrando finó en Sevilla (…) dio·l la su bendición, deziendo que pedía merced a Dios que·l diese e le otorgase la bendición que él le dava, ca él le dava todas bendiciones que·l podié dar (…) E así vuestro padre heredó complidamente la bendición del rey don Ferrando su padre e nuestro abuelo e porque la heredó e la ovo, púdola dar a vós. (2007, pp. 995-997)
Como he intentado demostrar, la Crónica abreviada no es una obra que se alinea con los modelos de la historiografía alfonsí, ni con la visión cortesana construida por el Rey Sabio. Es todo lo contrario, una primera reacción a esta herencia, en un periodo de la historia castellana donde tal pasado comienza a agrietarse, dando paso a nuevos modelos sociales en los que la nobleza ocupa un rol protagónico. Desde el punto de vista de la obra de Juan Manuel, se trata también de la primera articulación de una poética literaria y política, que desembocará inevitablemente en un desafío abierto a la legitimidad dinástica que Alfonso X intentó establecer en sus dos estorias.
Referencias
Fuentes documentales
Crónica de Alfonso XI (H). Biblioteca Nacional de España, ms. 10132, fols. 165r-389v.
Crónica manuelina (Br). British Library, ms. Egerton 289.
Estoria de España (E1). Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, ms. Y-I-2.
Estoria de España (E2). Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, ms. X-I-4.
Estoria de España (Q). Biblioteca Nacional de España, ms. 5795.
Estoria de España (T). Biblioteca Menéndez Pelayo, ms. M-550.