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Papeles de trabajo - Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüística y Antropología Socio-Cultural

versão On-line ISSN 1852-4508

Pap. trab. - Cent. Estud. Interdiscip. Etnolingüíst. Antropol. Soc.  no.32 Rosario dez. 2016

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Crisis neoliberal y cambio de régimen en México. 
Morena en México.

 

Carlos Figueroa Ibarra1

1 Doctor en Sociología. Profesor Investigador del Posgrado de Sociología en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades "Alfonso Vélez Pliego" de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Especializado en estudios sobre  sociología política,  violencia política, procesos políticos en América latina. carlosfigueroaibarra@gmail.com

Fecha de recepción del artículo: Agosto 2016
Fecha de evaluación: Septiembre 2016


Resumen

En este trabajo se  argumenta que Morena y sus antecedentes, han sido un factor importante en la lucha por la democracia  en México además de su oposición a la política económica neoliberal. La transición democrática mexicana  ha sido fallida y esto es debido  a los atavismos autoritarios del régimen emanado de la revolución mexicana combinados con una acumulación neoliberal cada vez más incompatible  con la  democracia liberal y representativa. Por ello, Morena representa hoy una fuerza política que busca hacer realidad esta democracia y al mismo tiempo profundizarla con la democracia participativa. Sin embargo, en Morena coexiste al lado de  una voluntad democrática real,  una heterogeneidad ideológica que presenta atavismos centralistas y verticales y  el peso del liderazgo personal de Andrés Manuel López Obrador.

Palabras clave: Democracia; Neoliberalismo; Cambio de régimen.

Abstract

This article contends that Morena and its precedents, has been an important factor in the struggle for democracy in Mexico, besides its opposition  to neoliberalism.  The democratic transition in Mexico has failed due the authoritarian atavisms coming from the Mexican revolution regimen combined with a neoliberal accumulation more and more incompatible with liberal and representative democracy. Therefore, Morena represents today a political force that is looking for this kind of democracy and to go more deeply in the direction of a participative democracy. Nevertheless, in Morena a real will for democracy  coexists with an ideological heterogeneity that has centralists and vertical atavisms and the weigth of the personal leadership of Andrés Manuel López Obrador.

Keywords:  Democracy; Neoliberalism; Change of regimen.

Résumé

Dans ce travail on soutient que Morena et ses antécédents ont été un facteur important dans la lutte pour la démocratie au Mexique en plus de son opposition à la politque économique néolibérale. L'échec de la transition démocratique mexicaine est dû aux atavismes autoritaires du régime issu de la révolution mexicaine,  associés à une accumulation néolibérale de plus en plus incompatible avec la démocratie libérale et représentative.  Voilà pourquoi Morena représente aujourd'hui une force politique qui cherche à faire réalité cette démocratie et en même temps l'approfondir avec la démocratie participative. Cependant, chez Morena il coexiste, à côté d'une volonté démocratique réelle, une hétérogénéité idéologique qui présente des atavismes centralistes et verticaux ainsi que le poids du leadership personnel d'Andrés Manuel López Obrador.

Mots-Clés: Democratie; Néolibéralisme; Changement de régime.


 

1. Introducción.

     En este trabajo pretendemos analizar a un movimiento político y social que se ha venido fraguando  en los últimos diez años que lleva por nombre  Morena,  aunque también ha sido  llamado en algún momento  Movimiento Regeneración Nacional.2 Dicho movimiento  ha sido uno de los más decididos opositores  al modelo neoliberal implantado en México a partir de 1982.  En esa lucha, ha encarnado al lado de sus aliados un proyecto político y social contrario al neoliberalismo, el Proyecto Alternativo de Nación. El surgimiento de dicho proyecto,   ha mostrado las profundas limitaciones de   lo que después de las elecciones de 2000 se consideraba una transición democrática exitosa.  En realidad Morena ha tenido que luchar contra una transición democrática fallida y un régimen liberal y representativo cargado de autoritarismo, represión y corrupción. Por ello mismo,  en este trabajo pretendemos  argumentar que Morena y sus antecedentes, han sido un factor importante en la lucha por la democracia  en México además de su oposición a la política económica neoliberal.  Partimos  de plantearnos tres preguntas cruciales en relación al proceso político mexicano más reciente: ¿Ha sido la transición democrática mexicana exitosa aun en los parámetros de la democracia liberal y representativa? ¿Es compatible dicha democracia con el modelo económico neoliberal? ¿La profundización democrática en México implica hacer realidad el formalismo liberal y representativo y realizar la democracia representativa?   La respuesta inicial que se pretende fundamentar en este trabajo es que la transición democrática mexicana  ha sido fallida y que la causa fundamental radica en los atavismos autoritarios del régimen emanado de la revolución mexicana combinados con una acumulación neoliberal cada vez más incompatible  con la  democracia liberal y representativa. 
       Morena persigue hacer realidad a esta democracia liberal y representativa, pero también profundizarla a través de la democracia participativa. La democracia participativa se sustenta en el principio de que la ciudadanía no debe limitar su participación al voto y al día de las elecciones. Referendums, plebiscitos, consultas populares, revocación del mandato, rendición de cuentas, deben ser instrumentos ciudadanos que complementen la participación electoral. Además de ello, la participación ciudadana debe ser hecha realidad con la organización territorial en secciones electorales, municipios y Distritos electorales. En este trabajo buscamos  reconstruir la concepción de la democracia participativa en Morena y contrastarla con la práctica real que se observa en dicho movimiento. La voluntad democrática radical que forma parte del Proyecto Alternativo de Nación  y la práctica política de un sector importante de la base del movimiento, puede contrastarse con su heterogeneidad ideológica, con atavismos centralistas y verticales y con el peso del liderazgo personal de Andrés Manuel López Obrador. Con ello, se pretende hacer un análisis realista de lo que está aconteciendo en el movimiento progresista más importante del México actual.                       

2. La ruptura del pacto de la revolución mexicana. La crisis hegemónica del PRI.

    El ascenso del liderazgo personal de Andrés Manuel López Obrador, realidad política que resulta insoslayable para Morena,  tiene sus antecedentes  en el movimiento político que emergió de la ruptura del pacto histórico de la revolución mexicana. Esta ruptura  comenzó a observarse en el contexto de la crisis surgida al final del sexenio de José López Portillo (1976-1982) y se cristalizó durante el de Miguel de la Madrid (1982-1988).  La política económica realizada  durante ese sexenio  rompió con el nacionalismo revolucionario que había caracterizado al partido dominante durante décadas, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y lo sustituyó por un ideario  y una práctica neoliberal. Al final del sexenio, ya había surgido  una disidencia que tomando el nombre de Corriente Democrática y encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez,  intentó reencauzar al PRI por la senda ideológica por muchos años  mantenida (Monsiváis, 2008:23-24). Al fracasar en la lucha interna,  la Corriente Democrática se coaligó con  algunos partidos y fundó  el Frente Democrático Nacional quien rápidamente se volvió escenario de una insurgencia electoral (Memoria, 1988) y encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, muy probablemente ganó las elecciones presidenciales de 1988 (Rodríguez, 1989: 40-50).
El fraude de 1988 forma parte del imaginario político mexicano desde entonces y el acontecimiento marcó  una nueva época de la izquierda mexicana. Ya no se trataba de la izquierda de tendencia socialista o marxista de carácter marginal en términos electorales. Ahora se expresaba en un frente que pronto se convirtió en un partido -el Partido de la Revolución Democrática (PRD) (fundado en 1989)-, que tenía una ideología antineoliberal. En las elecciones de 1988 el candidato de la izquierda electoral tuvo según las cuestionadas  cifras oficiales,  aproximadamente 6 millones de votos lo que implicó un 31% de los votos. En las elecciones sucesivas  de 1994 y 2000, Cuauhtémoc Cárdenas obtendría  entre un 15 y 16%,  porcentaje que llegaría a convertirse en el voto duro del PRD.
No fue la izquierda histórica, la oposición socialista y marxista al régimen de la revolución mexicana,  la que logró este salto electoral. La contribución de esta oposición de izquierda, no fue desdeñable en términos de cuadros políticos y experiencia organizativa. Pero el salto provino de la ideología de la revolución mexicana inmersa en el imaginario popular mexicano. La alta votación  de Cárdenas se explica en buena medida por el carisma heredado de su padre, Lázaro Cárdenas del Río, cuyo gobierno (1934-1940) realizó  una significativa reforma agraria y la expropiación petrolera. Fue el desgajamiento vertical del PRI como consecuencia de su abandono del nacionalismo revolucionario, lo que generó una nueva etapa de la izquierda mexicana, ahora articulada en torno a un antineoliberalismo en gran medida nutrido por el abandono príista de la ideología de la revolución mexicana.
La ideología de la revolución mexicana fue un elemento poderoso en la hegemonía  del PRI en sus diversas etapas. Como veremos líneas adelante,  esta hegemonía no provino solamente de un recurso ideológico, sino de las distintas medidas de gobierno que constituyeron el pacto histórico entre la élite revolucionaria, la clase obrera, el campesinado y las clases medias. Con esta ideología y pacto, el PRI con diversos nombres gobernó de manera imbatible durante 70 años. Fue el abandono de la ideología de la revolución mexicana,  lo que inició su declinación como partido hegemónico en el sistema político  mexicano. La ideología de la revolución mexicana se había nutrido del liberalismo del siglo XIX y de la impronta campesina y obrera en la lucha revolucionaria  entre 1910 y 1917. He aquí algunos de sus elementos: la convicción de la necesidad de un Estado fuerte,  autoritario (idea que provenía del régimen de Porfirio Díaz); a diferencia del tradicional ideal liberal, el Estado fuerte y autoritario era interventor y  autoconcebido como "motor del desarrollo" capitalista  que encaminaba en la senda del progreso al país incluso a costa del sacrificio de la democracia; desarrollo económico concebido con fuerte presencia  de empresas estatales en sectores estratégicos combinado con cúspides empresariales privadas (economía mixta);  liderazgo político personalizado que transitó del caudillismo militar  que generó la guerra revolucionaria (Álvaro Obregón), se institucionalizó en la figura del hombre fuerte (Plutarco Elías Calles) y terminó en un régimen de un fuerte presidencialismo ("presidencia imperial") (Krauze, 2006); la cooptación de las demandas obreras, populares y campesinas, en un programa político de reformas sociales  que aspiraba controlar a estos sectores  sociales a través de su organización y corporativización desde el Estado. Por lo tanto,  una política de masas que irradiaba al Estado en ellas; un Estado árbitro que mantenía una autonomía relativa frente a la clase dominante, frente a la inversión extranjera,  frente a las potencias mundiales (Doctrina Carranza) y que nutría su poder de los dividendos políticos de las reformas sociales y control de masas (Córdova 1976: 146-176; Córdova, 1985: pp 11-38, Caps.V y VI).  Hasta aquí una apretada síntesis de la ideología de la revolución mexicana que sustentó al Partido  Nacional Revolucionario (PNR) (1928-1938), al Partido de la Revolución Mexicana (PRM) (1938-1946) y finalmente al PRI (1946), organización que se vio a sí misma como un partido de masas, popular y de unidad nacional (Garrido, 1991: Caps. IV-VI).
Sin embargo, la estabilidad del príato no se explica solamente por la potencia de la ideología del nacionalismo revolucionario. Durante más de 50 años de los 70 que el  PNR, el PRM  y su sucesor el PRI mantuvieron el poder,  las reformas sociales consolidaron el pacto  histórico corporativizado en el propio PRI pero también en la Confederación de Trabajadores de México (CTM) (fundada en 1936), la Confederación Nacional Campesina (CNC) (1938) y la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) (1943) (Córdova 1976: 146-176).  PRI, CTM, CNC y CNOP fueron los principales tentáculos a través de los cuales el Estado atrapó a la sociedad civil. El pacto corporativo se sustentó  en una extensa  reforma agraria que durante el gobierno de Cárdenas vertiginosamente incrementó su ritmo. Entre 1915 y 1934 (19 años) se habían repartido solamente 11 millones de hectáreas,  mientras que en los seis años del gobierno cardenista fueron repartidas aproximadamente 20 millones. Desde el fin del gobierno de Cárdenas (1940) hasta las vísperas del inicio del neoliberalismo (1980) 60 millones de hectáreas más habrían de ser repartidas. En suma, el nacionalismo revolucionario habría de repartir 80 millones de hectáreas  (Tello, 2010: 157, 160, 213). Cantidad considerable  cuando sabemos que el territorio mexicano cuenta con 198 millones de hectáreas (FAO, 2009: 36),  lo que implica que un 41% del territorio fue distribuido en forma revolucionaria porque el reparto agrario no fue hecho a través de la propiedad privada sino de la ejidal.
En lo que se refiere a la estabilidad salarial en ese período, el cuadro I nos indica que entre 1941 y 1956, el salario real se mantuvo prácticamente igual. Otras estimaciones indican que el salario mínimo se mantuvo al alza hasta  el sexenio de Luis Echeverría  para después observarse un descenso  vertiginoso a partir de 1982 hasta 2000.  A partir de ese año el salario mínimo real se mantuvo estancado,  aun cuando  si se comparaba  el salario mínimo real  de 2012 con el que prevalecía en 1970, se concluía que con el de 2012 solamente se podía comprar el 30% de lo que se compraba con el de 1970 (Aguirre, s/f).

Cuadro I Salario Mínimo Real 1941-1956. (1941: 100)

Fuente: en base a datos del INEGI y la Comisión Nacional de Salarios  Mínimos y datos del Banco de México.

El nacionalismo revolucionario  también  fundó  instituciones de seguridad social tales como el Instituto de Seguridad Social Para las Fuerzas Armadas Mexicanas (ISSFAM) (1929), la Secretaría de Trabajo y Previsión Social (1941), Hospital Infantil de México (1943), Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) (1943), Secretaría de Salud (1943), Instituto de Seguridad Social y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) (1959), Instituto del Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores (INFONAVIT) (1972) y el Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores (1974). Al tiempo que se observaba esto la pobreza nunca fue resuelta: en 1950 el 88.4% de la población vivía en situación de pobreza patrimonial y en 1984 en el eclipse del nacionalismo revolucionario  dicha pobreza alcanzaba el 53% (INEGI).
        Reforma agraria, sindicatos, salarios estables, seguridad social, control corporativo de la sociedad civil  hegemonía y al mismo tiempo pobreza irresuelta autoritarismo y corrupción,  tales fueron los rasgos del régimen de la revolución mexicana.  Su ocaso tal vez haya comenzado  con las crisis de fin de sexenio de Luis Echeverría Álvarez (1976) y de José López Portillo (1982). En el primer caso, el modelo de sustitución de importaciones resultó insuficiente para hacerle frente a los vaivenes de la economía internacional y las medidas gubernamentales provocaron una fuga de capitales que incrementó aún más la crisis. En el segundo,  el descubrimiento de nuevos yacimientos petrolíferos generó un optimismo que disparó la deuda externa de 37 mil millones de dólares en 1978 a 71 mil millones en 1981 (Jiménez, 2006-2007). El aumento de las tasas de interés y el descenso del precio del petróleo, habría de generar la crisis terminal del Estado desarrollista mexicano. Se vivía además,  un contexto mundial  de agotamiento de la fase fordista keynesiana de la acumulación capitalista y del Estado socialdemócrata (Harvey, 2009).
     Desde el fin del sexenio de Cárdenas se había hablado de la muerte de la revolución mexicana. En efecto, los sexenios de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y de Miguel Alemán (1946-1952), atemperaron el ímpetu del nacionalismo revolucionario aun cuando el de Adolfo López Mateos (1958-1964) pareció darle un nuevo impulso. Desde mediados de los años cuarenta del siglo XX, se debatía acaloradamente si la revolución mexicana había muerto. Mientras Jesús Silva Herzog, José R. Colín y Daniel Cosío Villegas la sepultaban, todavía a fines de los sesenta Luis Echeverría Álvarez defendía  la vitalidad de la revolución mexicana (una recopilación del debate puede verse en Ross,  1972). Mientras desde la antesala de la presidencia, Echeverría defendía la vigencia de la revolución mexicana, desde la cárcel de Lecumberri, Adolfo Gilly la interpretaba como una revolución interrumpida (Gilly, 1974). Siguiendo  una veta iniciada por el dirigente trotskista J. Posadas (Homero Cristali), Gilly concibió a la revolución mexicana como parte de la revolución mundial y como una revolución permanente en forma de guerra campesina que había sido interrumpida en su curso hacia su conclusión socialista (Gilly, 1974: VIII).  Desde el inicio,    aseveró que  entre 1910 y 1920,  las masas campesinas fueron capaces de rehacer el país de de "arriba abajo" y con ello se rehicieron a ellas mismas (Ibid.,  I). En su momento climático,  la revolución  había sobrepasado su fase democrática y aplicado medidas anticapitalistas empíricas (ibid., IX).  Esto se vio con la experiencia comunal y anticapitalista del zapatismo en Morelos. Interrumpida  en 1920 después de la derrota  de Francisco Villa (1915) y del asesinato de Emiliano Zapata (1919) (Ibid., Cap. VIII), la revolución se reanudaría en una segunda fase ascendente (Ibid.: 235) con el proceso iniciado durante el gobierno de Cárdenas. La revolución socialista en México, nacería de la revolución mexicana y sería su continuación y culminación. La interpretación de Gilly estaría en las antípodas de la de Arnaldo Córdova, para quien los campesinos solamente  impulsaron programas agrarios primitivos y localistas (Córdova, 1985:25) y el período de Cárdenas solamente fue la culminación de la instauración de un régimen populista que buscó el desarrollo capitalista (Ibid., : 34).  Este planteamiento lo había hecho  con anterioridad en La formación del poder político en México (Córdova, 1972: 33,34) y  lo reafirmaría en La política de masas del cardenismo (Córdova, 1976).
       Como quiera que haya sido, el hecho cierto es que la asunción del neoliberalismo en 1982 y las medidas económicas que comenzó a tomar, terminaron por desmantelar el legado de la revolución mexicana. Si con los gobiernos de Ávila Camacho y Alemán  la revolución había muerto o sido interrumpida, con los que van de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) hasta Enrique Peña Nieto (2012-2018)  el régimen construido por el nacionalismo revolucionario  fue aniquilado. No en balde en el momento climático del salinismo,  se habló de  "la segunda muerte de la revolución mexicana" (Meyer, 1992: 8-12). Sin embargo,  esta muerte fue larga: habría comenzado en la década de los cuarenta del siglo XX, continuada en los ochenta y finiquitada en los albores de la segunda década del siglo XXI. La puñalada final le fue asestada el 11 de diciembre de 2013 aproximadamente a las 11 de la noche,  cuando la mayoría priísta y panista en la cámara de diputados aprobó la privatización del petróleo (La Jornada, 12/12/2013).3 
      Pero la sustitución del nacionalismo revolucionario por el neoliberalismo como su ideología articuladora, le costó al PRI el derrumbe de la hegemonía tal como la mantuvo durante décadas. En 1988,  muy probablemente  fue derrotado por la candidatura presidencial  de Cuauhtémoc Cárdenas. La verdad nunca se sabrá porque con la complicidad del PAN los paquetes  que contenían las boletas de aquella elección finalmente fueron quemados. En 1997  el PRI perdió el gobierno de la ciudad de México y la izquierda con Cárdenas lo ocupó. También perdió ese año por primera vez,  la mayoría absoluta en la Cámara de diputados y finalmente en 2000, después de 70 años el PRI dejó de ocupar la presidencia de la república. En 1994, el levantamiento zapatista, el asesinato del candidato presidencial priísta Luis Donaldo Colosio y el del Secretario General del PRI Francisco Ruiz Massieu, habían generado un voto del miedo que hizo que Ernesto Zedillo ganara la presidencia con el 48% de los votos. Pero el desgaste del PRI era irreversible y una alternancia neoliberal concertada llevaría a la presidencia al Partido Acción Nacional (PAN) como  la otra variante de la derecha neoliberal con Vicente Fox (2000-2006).

3. La crisis del neoliberalismo en México y la interrupción de  la transición democrática en México.

      En el momento en que ascendía, el neoliberalismo hizo varias promesas. Entre ellas,  la de que  una vez desatada  la economía  de las asfixiantes ataduras que tenía, el mercado habría de propiciar un incremento de la productividad que habría de derramar riqueza al conjunto de la sociedad. Advendría con ello una etapa de democracia, prosperidad social y por tanto de paz social. La historia de México en las últimas tres décadas ha sido todo lo contrario a las anteriores aseveraciones.
     Empecemos por lo de una productividad desatada como consecuencia de la eliminación del intervencionismo estatal. Los datos del crecimiento del PIB por sexenio entre 1936 y 2012, nos revelan que el crecimiento económico durante los años del Estado desarrollista fueron  superiores a los de la época neoliberal. El llamado "milagro mexicano" se hizo evidente en tasas de crecimiento del PIB que rondaron en un promedio  del 6% por sexenio. Todavía el último sexenio del nacionalismo revolucionario (el de López Portillo), pese a las crisis con las cuales comenzó y  terminó,  estuvo en 6.4%.  A partir de ese momento,  cuando comenzaron  los gobiernos neoliberales,  los promedios de crecimiento del PIB fueron malos o mediocres. Cada uno de los sexenios neoliberales a partir del de Salinas de Gortari,  ha tenido un promedio de crecimiento menor que el anterior. Los cinco sexenios neoliberales hasta el de Felipe Calderón, tuvieron en total un promedio de crecimiento del PIB  de un 2.34% en contraste con  el 6% de los ocho sexenios desarrollistas.  En cuanto a la inflación,  puede observarse que la misma fue oscilante en los gobiernos del nacionalismo revolucionario tendiendo a subir a niveles nunca vistos durante todo el período, cuando al final del gobierno de López Portillo arrancó la crisis de la deuda externa que asoló a toda América latina ("la década perdida") (Rodríguez, 1991). El neoliberalismo en México arrancó con una crisis  económica profunda y una inflación desbocada,  la catástrofe  ideal  (Klein, 2007) para crear la disponibilidad social necesaria  para romper con el paradigma del nacionalismo revolucionario.

Cuadro II PIB, Inflación y Salario Mínimo por sexenio (1936-2012)


Fuente: Elaborado en base a datos de INEGI, Banco de México.   * Viejos pesos (1935-1988). Nuevos Pesos (1988-2012).

   Las Gráficas I y II  muestran un panorama comparativo entre los últimos años del nacionalismo revolucionario y el régimen neoliberal, que comenzó a instaurarse en 1982.  No solamente  el comportamiento del crecimiento económico es en promedio más elevado en el primero,  sino sus oscilaciones son menos brutales que las observadas en el período neoliberal. Puede decirse que en un clima de volatilidad económica mundial, el comportamiento del PIB durante el régimen neoliberal ha sido errático y sujeto a cambios drásticos. Además del crecimiento negativo observado al principio y el final del gobierno de de la Madrid, podemos observar la crisis profunda de 1995 y 1996 para finalizar el período con una nueva debacle económica entre 2008 y 2010, una recuperación al final de ese lapso para finalmente observar un descenso entre 2012-2014.


Gráfica I

Fuente: Elaborado en base a la información del Banco de Datos Económicos del INEGI.


Grafica II

 
Fuente: elaborado en base a la información del Banco de Datos Económicos del INEGI

Igualmente puede contrastarse el comportamiento de la inflación entre  los últimos diez años  del nacionalismo revolucionario   y las más de tres décadas de neoliberalismo. En general puede decirse que la inflación fue grande en el primer sexenio neoliberal como consecuencia de  la crisis que asoló al mismo, tuvo  un nuevo repunte  con motivo de la crisis  observada al final del sexenio de Salinas de Gortari, pero no sucedió así con motivo de la crisis que comenzó en 2008.   
A más de tres décadas de la implantación  del neoliberalismo en México, el país dista mucho de tener una paz social. Un informe  en el que han colaborado Edgardo Buscaglia, Anabel Hernández y José Reveles entre otros (Cruz, 2012)  revela las cifras  estremecedoras que  podían observarse al final del primer sexenio de la alternancia neoliberal, el de Felipe Calderón (2006-2012). Electo presidente en medio de una crisis de legitimidad por el fraude electoral de 2006, Calderón hizo de la guerra contra el narcotráfico  un medio para recuperar dicha legitimidad (Aguilar y Castañeda, 2009). Declaró al país en guerra contra el narcotráfico desde diciembre de 2006 en el contexto de  una ofensiva contra el narco en Michoacán ("El Operativo Conjunto Michoacán"). Entre 2006 y 2012 ocurrieron 53 homicidios  al día, 1,620 al mes, 19,442 al mes  y 136,100 en los seis años de los cuales  20,000 son atribuibles a la delincuencia común y 116,000 al crimen organizado. El escenario se evidencia como cruento cuando se compara con la guerra de Afganistán la cual durante el mismo período arrojó 13 mil muertos. Entre 2008 y 2011 se habían registrado 14,300 desaparecidos;  mientras que  en 2008 se calculaba que el 63% de los municipios se encontraba bajo el control o influencia del narcotráfico, en 2012 tal porcentaje ascendía a 80; 56 periodistas habían sido asesinados y otros 16  había sido desaparecidos;  un promedio de 22 mil migrantes al año (principalmente centroamericanos) eran secuestrados para reclutamiento de los cárteles o extorsión; 1,685 niños habían sido asesinados y se contabilizaban 3,726 mujeres asesinadas la mayor parte de ellas en el contexto de  violencia doméstica; medio millón de personas trabajaban para el crimen organizado entre ellas aproximadamente 30 mil niños; en un país que contabilizaba a poco más de 7 millones de jóvenes que no estudiaban ni trabajaban, la cantera  de sicarios y delincuentes era grande  (Cruz, 2012: 6-9, 13, 16, 26, 27). El mismo informe revelaba la existencia de al menos 10 cárteles de narcotráfico en el país, entre los cuales los más destacados serían el Cártel de Sinaloa, Los Zetas y el Cártel del Golfo;  México había dejado ser país de tránsito para ser también productor de droga y cocaína, marihuana, anfetamina, ketamina y desde 2010 la heroína eran un negocio que generaba 280 billones de dólares (Cruz, 2012: 13).  El informe concedía a la corrupción un papel fundamental en  la penetración del narcotráfico en las distintas esferas del Estado (Cruz, 2012: 4-5).  Y en otro  libro, una de las colaboradoras del informe ha mostrado con un profundo  periodismo de investigación cómo el narcotráfico, particularmente el Cártel de Sinaloa, penetró profundamente al Estado mexicano durante  todo este período neoliberal y particularmente durante el sexenio de Felipe Calderón (Hernández, 2011).
     Finalmente en lo que se refiere a la promesa democrática del neoliberalismo,  el balance de los últimos 15 años tampoco es positivo. La alternancia electoral que se observó en el 2000, -el tránsito de la presidencia de la república del PRI hacia el PAN-, generó  esperanzas en una transición  aterciopelada hacia la democracia. Un proceso electoral ponía fin a un dilatado período de hegemonía del PRI y esto se hacía por medio de una vía pacífica. Lo que se observó  en los seis años siguientes, fue el derrumbe de dicha transición  cuando se hizo previsible que Andrés Manuel López Obrador podía ganar la presidencia en 2006. La transición democrática en México, en realidad siempre fue pensada en términos de mantener el establishment neoliberal. PRI y PAN en medio de sus diferencias siempre tuvieron un acuerdo sustancial: la política económica  sería la que ellos habían consensuado desde 1982. Una alternancia  entre PRI y PAN  o como sucedió ya en 2012 de PAN a PRI, no afectaba  en lo más mínimo el desenvolvimiento neoliberal en el país. El triunfo de López Obrador al frente de una coalición de izquierda antineoliberal (la "Coalición por el Bien de Todos") si hubiera puesto en duda el rumbo que había puesto fin al nacionalismo revolucionario.

En los primeros meses de  2003, encuestas de dos diarios importantes (Reforma  y El Universal )  destacaban que la gestión de López Obrador como Jefe de Gobierno del Distrito Federal lo colocaban en niveles muy altos de aceptación: 83-85% (Trejo, 2003). El comportamiento de estos niveles de aceptación pronto se convirtió en posibilidades de preferencias electorales. Rápidamente el establishment neoliberal,  empezando por el gobierno de Vicente Fox, inició  un golpeteo implacable para destruir esa popularidad: el fallo judicial condenando al Gobierno del Distrito Federal a pagar una indemnización de 1,800 millones de pesos al supuesto dueño de un predio en disputa (el predio de San Juan) (octubre de 2003): el escándalo sobre el monto del salario de su jefe de logística (enero de 2004); difusión por la televisión de videos que implicaban a antiguos y cercanos colaboradores de López Obrador en actos de corrupción (marzo de 2004); el inicio de un proceso judicial contra el propio López Obrador  por la expropiación de un predio que serviría para el acceso de un hospital (marzo de 2004); campaña mediática televisiva justificando el desafuero (abril de 2005);  desafuero del propio López Obrador para someterlo a un juicio lo cual lo inhabilitaba para ser candidato presidencial (abril de 2005); propaganda negra contra López Obrador en el contexto de la contienda presidencial (primer semestre de 2006).
Finalmente, deben mencionarse las elecciones fraudulentas de 2006. En las elecciones de 2006,  según cifras oficiales Felipe Calderón habría ganado la presidencia por un margen de 0.56% de los votos (Figueroa y Moreno, 2008; Figueroa y Larrondo 2008).  Lo que se sostiene de las elecciones de 2006, al igual que las de 1988,  es que hubo una adulteración esencial de los resultados. El fraude electoral de 2006 se hizo de diversas vías: adulteración el padrón electoral, sustracción de boletas, alteración en el programa de resultados preliminares, desaparición de al menos  2 millones de votos en los resultados iniciales, adulteración de las actas electorales levantadas en las casillas, anulación de votos que eran para López Obrador etc., (Figueroa y Sosa, 2010).
Los hechos transcurridos entre 2004 y 2006 revelaron que el neoliberalismo no podía ni siquiera ser consecuente con la democracia procedimental (Figueroa y Moreno, 2008).

4. El autoritarismo neoliberal. Luchando por la democracia liberal y representativa, soñando con la democracia participativa.

En las elecciones de 2006, el movimiento encabezado por López Obrador, la Coalición por el Bien de Todos alcanzó de acuerdo a las cifras oficiales  poco más de 14.756, 350 votos mientras que Felipe Calderón habría alcanzado 15.000, 284.  Una diferencia mínima de 244 mil votos  (0.56% del total de votos). Se expresó nuevamente  la tendencia, salvo unas cuantas excepciones,  de que los estados del norte del país votaron por la derecha neoliberal encabezada por Calderón mientras que los del sur lo hicieron por la izquierda antineoliberal. En las elecciones de 2012 López Obrador, esta vez encabezando la coalición Movimiento Progresista,  obtuvo  más de un millón de votos adicionales (15.899,999) pero la derecha neoliberal esta vez representada por Enrique Peña Nieto y una coalición encabezada por el PRI,  obtuvo 4 millones más (19.226,784). A diferencia de 2006, el triunfo en los estados estuvo dividido entre los del norte que votaron por la coalición priísta, buena parte de los del sur que votaron por el Movimiento Progresista y los estados que dan hacia el Golfo de México que lo hicieron por el PAN.4 En esta ocasión la estrategia para derrotar a López Obrador fue la compra masiva de votos sobre todo en las regiones de población más pobre y por tanto más vulnerable. Además de las despensas (bolsas con artículos básicos de consumo) se observaron los monederos electrónicos (vales para comprar artículos de consumo) repartidos masivamente entre la población como una suerte de soborno para asegurar el voto para el PRI (Herrera, 2012; Redacción Aristegui Noticias, 2012). En pocas palabras, como dijo una afiliada a Morena "si en el 2006 nos robaron la elección, en el 2012 nos la compraron".5
Contrariamente a lo pregonado por la ideología neoliberal, el empobrecimiento, desigualdad y despojo que genera el neoliberalismo no es algo que genere las mejores condiciones para la democracia liberal y representativa. El pensar a la ciudadanía como un conjunto de derechos  entre los cuales estarían los sociales como lo hizo T.H. Marshall en sus famosas conferencias sobre ciudadanía y clase social en Cambridge en 1949 (publicadas en 1950) (Marshall, 1950),  sólo era posible hacerlo en el contexto del capitalismo fordista keynesiano y el Estado de bienestar. Desde hace más de 30 años el capitalismo neoliberal  al desmantelar la previa fase de acumulación y el Estado que le correspondía ha ido desciudadanizando a amplios sectores de la población al irles quitando en los hechos sus derechos civiles, políticos y sociales. Desde una perspectiva posmoderna, Boaventura Sousa Santos ha expresado la crisis del contrato social de la modernidad que tuvo su esplendor en el Estado de bienestar del centro del sistema mundial y en el desarrollista de su periferia y semiperiferia (Santos, 2004: 7). Vivimos hoy  una situación "precontractualista" y otra "poscontractualista",  caracterizada la primera porque hay   sectores sociales  que hubieran podido ser incorporados al contrato social  y ya no lo serán y sectores que ya lo  estaban,  es muy probable que terminarán siendo excluidos del mismo.  Más que hacia la profundización de la democracia hacia donde nos dirigiríamos sería hacia un fascismo societal caracterizado por la pérdida de derechos al mismo tiempo que "no se sacrifica a la democracia" (Santos, 2004: 15, 21-28). Desde una perspectiva marxista, Harvey preconiza la continuidad del capitalismo neoliberal a través de la degradación progresiva del planeta, el empobrecimiento de masas, el aumento de las desigualdades, la intensificación de una vigilancia policial totalitaria, el control militarizado y la existencia de una "democracia totalitaria" que ya estamos viviendo (Harvey, 2014: 217,282). Usando  la metáfora que alguna vez usó Gramsci, el orden neoliberal esconde en el pañuelo de seda de la democracia el puñal de acero del autoritarismo y la represión.
La gran paradoja de las luchas antineoliberales en el mundo y particularmente en México,  es que buena parte de sus afanes están vinculados a que se haga  realidad la democracia liberal, representativa y los derechos civiles y políticos (el estado de derecho) que le acompañan. No es menor que en su último libro López Obrador haga un parangón entre la situación actual y lo que se vivía en México durante la dictadura  de Porfirio Díaz (1876-1911): hoy como ayer dice López Obrador se vive un autoritarismo acompañado de corrupción, desigualdad y opulencia   cuyo proyecto es la entrega de los recursos naturales y bienes colectivos a un grupo de particulares nacionales y extranjeros (López Obrador, 2014: 13). La lucha por la democracia liberal y representativa fue el sentido de las movilizaciones de cientos de miles de ciudadanos contra el desafuero de López Obrador en el transcurso de 2004 y 2005. En el proceso que le antecedió, miles de personas se manifestaron el 14 de julio de 2004 en "la marcha de las cien horas" en la capital del país y en diversos estados del país; el 29 de agosto de ese mismo año, en "la marcha contra el desafuero" aproximadamente 450 mil personas inundaron la plaza central (el Zócalo) de la capital del país y calles aledañas. Después del desafuero consumado el 7 de abril de 2005, el 24 de ese mes, se convocó a "la marcha del silencio",  a la cual concurrirían un millón 200 mil personas, mientras que al mismo tiempo se realizaban mítines y marchas frente a sedes de palacios de gobierno o congresos locales una decena de estados en el país. El gobierno de Vicente Fox comenzó a enfrentar una crisis de legitimidad. Peor aún, el descontento popular comenzó a expresarse en un liderazgo incontenible que podría tener consecuencias imprevisibles en el proceso electoral de 2006. El 28 de abril, Fox anunció la "renuncia" del Procurador General y un procedimiento para dejar sin efecto el desafuero (Figueroa y Moreno, 2008: 34-35). El movimiento encabezado por López Obrador y sus aliados, lograron una victoria democrática que se expresaba en el derecho de todo ciudadano de elegir y ser electo y el derecho pluralista a participar de todas las corrientes políticas. Se ha dicho líneas atrás que la alternancia neoliberal se podía permitir en un esquema unidimensional (las dos variantes neoliberales: PRI y PAN),  pero resultaba intolerable  una alternancia en la que triunfara una voluntad posneoliberal.
En lo que se refiere a sus raíces  más próximas, Morena las tiene  en la insurgencia electoral que surgió en 1987 y se extendió en 1988 con el Frente Democrático Nacional encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas. Más recientemente, hay que mencionar el establecimiento de "las redes ciudadanas" que a partir del 2004 se extendieron por todo el país y que imbricadas con las bases de los partidos que apoyaron a López Obrador, fueron la infraestructura social del movimiento electoral de 2006. Otros antecedentes cercanos de Morena  son: el controversial plantón  de 50 días en el conflicto poselectoral de 2006,  que partió en dos a la ciudad de México pero que sirvió  para darle un cauce al descontento popular por el fraude; el surgimiento de la Convención Nacional Democrática (CND) en septiembre de 2006; la convocatoria a fundar "Casas del Movimiento" en todo el país; la instauración de un "Gobierno Legítimo" en diciembre de ese año; los 200 mil brigadistas constituidos en el Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo que lograron detener en 2008 la privatización (Figueroa, Sosa, 2010: 81-85). Todos estos hechos fueron  movimientos de masas que forman parte de la historia de la democracia participativa de la que hoy se nutre Morena.
Un rasgo que es esencial en la historia más próxima de Morena es la movilización y la participación de sus militantes en las brigadas que buscan hacer "la revolución de las conciencias"  tocando las puertas de las casas en las distintas ciudades del país. El propio López Obrador es un convencido de esta manera de hacer política y en la primera campaña electoral de Morena en el primer semestre de 2015, insistió en la necesidad de hacer campaña "casa por casa".  Él mismo  ha realizado  dos giras y media por cada uno de los  2,417 municipios  de un país de casi dos millones de kilómetros cuadrados. Este hecho prueba su voluntad política de contacto del dirigente con el pueblo y su planteamiento de que "solo el pueblo salva al pueblo".  Otro hecho más son las "asambleas informativas",  movilizaciones masivas de decenas (acaso centenares) de miles de los simpatizantes de López Obrador son informados por éste de las decisiones que competen al movimiento. Por todo ello, Morena hoy se concibe como  un "partido movimiento" apelación que aspira a deslindarse del electoralismo del resto de los partidos y al mismo tiempo expresar que se está luchando por el poder.6  Fue el carácter movimientista de Morena, el que se observó  en la gran concentración de septiembre de 2012 mediante la cual López Obrador anunció su separación del PRD y de la alianza con  MC y PT para iniciar el proceso de constitución de Morena como partido (Méndez y Muñoz, 2012). El proceso de constitución  de Morena en partido fue también  un proceso  masivo de gran participación. Más de 100 mil adherentes de la asociación civil Morena y simpatizantes de López Obrador,  participaron en las 300 asambleas distritales  en las cuales  se eligieron a 2,500 coordinadores distritales y  se decidió en votación por un 80% que Morena se convertiría en partido (Cervantes, 2012).7 En los dos años siguientes, Morena tuvo como grandes tareas de masas la realización de las asambleas constitutivas entre septiembre de 2013 y enero de 2014,  en cada uno de los estados de la república (las cuales tuvieron que tener un quórum mínimo de 4 mil afiliados) hasta llegar a la asamblea nacional constitutiva el 16 de enero de este último año. Durante ese tiempo, la militancia de Morena estuvo dedicada a la afiliación para cumplir uno de los requisitos para constituirse como partido político. Al final del proceso, juntando las afiliaciones hechas en las asambleas constitutivas  y las realizadas por  los miles de brigadistas  en el proceso de casa por casa,  se habían reclutado a poco más de 600 mil personas, tres veces más de lo requerido por la ley electoral (Cruz, 2014). Aprobada la reforma energética en diciembre de 2013, durante buena parte  del año 2014 la militancia de Morena constituida en brigadas se dedicó a recopilar  las más de 2 millones 800 mil firmas necesarias para solicitar una consulta popular que sometiera a la consideración ciudadana la pertinencia de la reforma privatizadora. Por mayoría aplastante (9 a 1) la Suprema Corte de Justicia desechó esa solicitud por considerar que eran un tema relacionado con los ingresos y gastos del Estado los cuales constitucionalmente están vetados a someterse a consultas populares (Torres, 2014).
Más allá de toda esta lucha por la democracia liberal y representativa y la práctica de la democracia participativa, es necesario examinar  lo que los documentos de Morena postulan con respecto estos temas. Lo esencial está planteado en el Proyecto Alternativo de Nación (Ramírez et al, 2011) particularmente en los dos primeros capítulos dedicados a los temas de la revolución de las conciencias, el pensamiento crítico y el Estado al servicio del pueblo y de la nación  (Ramírez et al, 2011; 27-98). 8 El fundamento del cual parte la concepción de democracia de Morena es la inalienable reivindicación de que el poder político emana de la soberanía popular la cual lo constituye y por ello puede modificarlo, alterarlo o abolirlo totalmente. Este principio que Morena recoge, proviene de la Constitución de Apatzingan de 1814 y de los Sentimientos de la Nación  del prócer independentista José María Morelos (Ramírez et al, 2011: 61,67). 
Para Morena la democracia representativa es necesaria pero no es lo esencial de la democracia. La esencia de la democracia se encuentra en la democracia participativa: mientras que  la representación es la forma de la democracia su fundamento es la participación.  La participación debe ser diaria, activa, permanente, organizada desde la base y fiscalizadora de la actuación de los legisladores y gobernantes. Más aún, la democracia representativa puede corromperse como ha sucedido en México, por lo que el papel de la democracia participativa es el de vigilar y castigar a los representantes cuando no cumplen sus obligaciones: "el contrapeso efectivo a las debilidades y vicios de la representatividad política es la democracia participativa" (Ramírez et al, 2011: 61,67).  Además de la participación ciudadana permanente, la democracia participativa se cristaliza en instituciones como el plebiscito, el referéndum, la iniciativa popular y la revocación de mandato.
 No basta tomar el poder político sino es necesario construir el poder social, por lo que la transformación de la sociedad debe realizarse simultáneamente en el poder político y en la sociedad. El poder social  empieza por la familia, continua en las comunidades, cooperativas, sindicatos, barrios y gremios, en suma es la sociedad civil que  debe controlar al poder económico y al poder político.  Al revés de lo que sucede ahora cuando el poder económico subordina cada vez más al Estado y a la sociedad y una oligarquía ha secuestrado a las instituciones políticas para adueñarse del presupuesto público y los bienes de la nación. 9 La democracia participativa debe además recobrar plenamente el sentido de comunidad desde el nivel nacional hasta el familiar y en un proceso de reforma cultural y moral que pone a la comunidad y a la vida comunitaria en el centro de la nueva sociedad debe nacer un nuevo sujeto social crítico del individualismo neoliberal. Debe recuperar las notables experiencias autogestivas que en México y en otros países se están observando.  Práctica nociva ha sido  el colocar los derechos individuales por encima de los colectivos (derechos socioeconómicos y culturales) y los derechos civiles y políticos no pueden estar por encima de los derechos de todos a una vida con dignidad social. La nueva democracia requiere de un régimen de autonomía que permita a los pueblos indígenas autodeterminarse política y culturalmente: "la autonomía es una pieza maestra de la democracia que nos proponemos".10

5. El peso avasallador del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador.

En el desenvolvimiento  de la izquierda mexicana  en los últimos años sería inexplicable sin la presencia carismática de Andrés Manuel López Obrador. Hasta antes del primer lustro del siglo XXI, López Obrador era un reconocido  dirigente del PRD  cuya presidencia ocupó entre 1996 y 1999. Su liderazgo  se había ido construyendo desde que en 1988 se unió a la Corriente Democrática del PRI. Al fundarse el PRD en 1989, fue candidato a gobernador del estado de Tabasco y se enfrentó por primera vez a un fraude electoral. Posteriormente ocupó la presidencia  de dicho partido en su estado natal Tabasco y en 1994 fue  nuevamente candidato a gobernador del estado en las cuales nuevamente fue víctima del fraude. Su lucha por el sufragio efectivo lo hizo encabezar marchas a la ciudad de México ("Éxodos por la democracia") y en esas luchas se hizo conocido nacionalmente. Ocuparía de manera exitosa la presidencia nacional del PRD entre 1996 y 1999 y en marzo de 2000 fue registrado como candidato a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal (Morena s/f). Hasta ese momento  su liderazgo era importante pero no tenía la dimensión excepcional que tiene hasta este momento. Su propia candidatura a la jefatura de gobierno fue  ferozmente competida por compañeros suyos del PRD que tenían similares aspiraciones. Y en las elecciones de 2000 en las cuales ganó la jefatura de gobierno, obtuvo un apretado triunfo con apenas el 1% de diferencia frente a Santiago Creel, el  candidato del PAN.
A partir de ese momento y gracias a su eficacia y probidad en la gestión de gobierno del D.F.,  López Obrador se convirtió en un histórico líder carismático  con un índice de aprobación elevado. Electoralmente  puede medirse el ascenso meteórico de López Obrador: mientras en las elecciones de 1994 la alianza de izquierda había obtenido  más de 6 millones de votos y casi 17% de los sufragios, en 2006 según las dudosas cifras oficiales,  López Obrador  alcanzó 15 millones y el 35%. Una diferencia de 18% que evidenciaba que un nuevo líder histórico había aparecido en el escenario político del país. En el corto plazo acaso cuatro elementos podrían ser la clave del vertiginoso ascenso de López Obrador: la relación entre ética y política que lo proyectó como alguien incorruptible; su compromiso con la justicia social que se evidenció en los programas sociales de su gestión de gobierno (2000-2005); su rescate del nacionalismo revolucionario que lo proyectó como patriota y nacionalista y finalmente, su compromiso con la causa democrática que tenía una larga trayectoria de luchas contra los fraudes electorales pero que se consolidó en el conflicto poselectoral de 2006 (Aceves y Figueroa, 2008: 48-56).
Pero acaso el liderazgo de López Obrador tenga un sustrato todavía más profundo. Cuatro décadas antes, en su defensa del carácter interrumpido de la revolución mexicana Adolfo Gilly había escrito que la revolución seguía viva en la conciencia del pueblo mexicano y que ninguna organización y política revolucionaria podría construirse al margen de dicha revolución  (Gilly, 1974: II, XV). Y Lorenzo Meyer en una emotiva epístola a Lázaro Cárdenas escrita años después, había escrito "que debería volver por estas tierras el espíritu y obra que animó su proyecto" (Meyer, 1992: 274).  Estos planteamientos resultaron premonitorios si revisamos algunos hechos ocurridos en las décadas siguientes. El otro liderazgo histórico de naturaleza carismática,  observado en la segunda mitad del siglo XX,  el de Cuauhtémoc Cárdenas,  habría asentarse  en el imaginario cardenista de millones de mexicanos.11 Es como si hubiera revivido Lázaro Cárdenas, el repartidor de 18 millones de hectáreas entre los campesinos y el rescatador  del petróleo mexicano de manos de las compañías inglesas y estadounidenses.  El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) habría de evocar la imagen de Emiliano Zapata y de muchas de las gestas de la revolución entre 1910-1920  y generado con ello un extraordinario entusiasmo. Andrés Manuel López Obrador hoy es mutatis mutandis,  la encarnación del nacionalismo revolucionario que el neoliberalismo arrasó en pocos años. Como antes sucedió con Cuauhtémoc Cárdenas, hoy lo nacional popular como una subjetividad social de potencias insospechadas se personifica en  él. Tanto que el movimiento político y social observado desde 2004 hasta el momento, la propia existencia de Morena,  probablemente no hubiera sido posible sin su presencia carismática.
El poderoso liderazgo carismático de López Obrador es la gran fortaleza del movimiento que encabeza y al mismo tiempo es su gran debilidad. Para empezar la fuerza de Morena depende de ese carisma como lo demuestra el traspiés sufrido cuando el líder tuvo que ser hospitalizado en diciembre de 2013 con motivo de un infarto: disminuyó la intensidad de la protesta contra la privatización del petróleo y su hijo se convirtió en el vocero de la protesta (Villamil, 2013; García, 2013). Como práctica interna, en  Morena existen elementos de un enorme valor estratégico en la práctica de la democracia participativa. Sus estatutos  solamente permiten la reelección en los cargos ejecutivos (Comités Ejecutivos) por una única ocasión después de tres años, y en la reelección de  cargos directivos (Consejo Nacional y Estatales)  solamente de un 30% de ellos (Arts. 10, 11). Dos terceras partes de los candidatos a diputados  por representación proporcional  se eligen  por sorteo entre los 3 mil precandidatos electos en las asambleas distritales (Art. 44). Estas dos últimas disposiciones  son un candado para la constitución de oligarquías partidarias como nos lo recuerda la famosa ley de Hierro de Robert Michels. El alma de la democracia interna son los congresos distritales en cada uno de los 300 distritos electorales de donde surgen  los aproximadamente 3, 000 coordinadores distritales y los delegados a los congresos estatales y nacional (Arts. 24, 25). En la elección de estos coordinadores por los delegados  a las asambleas distritales, éstos solamente pueden votar por dos candidatos para evitar la formación de planillas apoyadas por mayorías aplastantes (Art. 26).
Pero no es posible soslayar que el magnetismo de López Obrador genera centralismo y verticalismo en Morena. En el seno de la vida partidaria, su opinión es de un enorme peso en torno a decisiones políticas, elecciones de candidaturas y otros temas.   A lo anterior   se une el acoso al que está sujeto Morena por el orden neoliberal. Esto provoca decisiones centralizadas y los órganos intermedios (comités ejecutivos estatales por ejemplo),  corren el riesgo de volverse simples correas de transmisión de las tareas urgentes que la coyuntura impone. Un ejemplo más de ello  se puede ver  en la manera en que se eligieron los candidatos a diputados por mayoría relativa en las elecciones de junio de 2015, la  primera en la que Morena participó como partido. Estableciendo  el Estatuto que estos se elegirían entre diversas opciones en las asambleas distritales electorales, en la práctica dichas asambleas eligieron a candidatos o candidatas únicas. Estas candidaturas únicas surgieron  de una acumulación de imagen y fuerzas hechas por los candidatos en su calidad de "Promotores de la Soberanía Nacional", una figura que no está sancionada en el Estatuto.
Hasta aquí una sucinta exposición de las raíces históricas, características y contradicciones de la lucha de Morena por la democracia representativa y la participativa en México. En términos históricos, el trayecto de Morena es todavía joven y por tanto es prematuro aventurar aseveraciones sobre su curso final. El cometido es no repetir la historia de burocratización, oportunismo transpartidario y corrupción de los partidos de  izquierda que le antecedieron. Falta mucho por andar para  saber si lo logrará.

6. Conclusiones.

El proyecto democrático máximo de Morena es la democracia participativa y por tanto el mismo  tendría un sentido de democracia radical. Varias de las acciones del movimiento lopezobradorista,  ahora institucionalizado en el partido-movimiento Morena,  han tenido rasgos de lo que Negri ha llamado "poder constituyente" (Negri, 1992; 2015) al menos al lograr cambiar hechos que el poder constituido quería imponer. La derogación del desafuero de López Obrador en 2005, la suspensión de la privatización del petróleo en 2008, el influir poderosamente en la agenda  del Estado neoliberal y de sus distintos gobiernos, son algunos de los ejemplos de estos rasgos de poder constituyente. Ciertamente este poder constituyente no ha podido crear un régimen distinto porque  no ha podido combinarse con el movimiento "desde arriba". Esto es así,  porque el lopezobradorismo  no  conquistó el poder ejecutivo en las elecciones presidenciales de  2006 y en 2012. No ha sido posible entonces, la sinergia de "los dos lados" ("desde arriba" y "desde abajo")  que ha sido observada en Venezuela (Azzelini, 2015) y también en Bolivia y Ecuador. La actuación de Morena está en contrapunto a la visión elitista, procedimental de la democracia neoliberal. Pero el neoliberalismo con sus efectos en la desigualdad y en la pobreza que sustentan a una desciudadanización de hecho, con sus rasgos de despojo propio de una acumulación sustentada en la desposesión, fomenta continuos brotes de descontento y movimientos sociales que están en el campo de la insubordinación. Y es una regularidad que sociedades civiles insubordinadas tienen a generar Estados represivos. El Estado neoliberal en México y en otras partes no escapa a esta regularidad. Esta  es la razón por la cual alejándose a la autocomplacencia de analistas ubicados en la teoría de la transición democrática, el politólogo John M. Ackerman recientemente ha  expresado que la transición democrática en México no es más que un mito. Se sustenta esta aseveración en la existencia de la dictadura mediática que desinforma o malinforma a millones de personas, el propiciamiento de la enajenación consumista, el uso ideológico de los medios de comunicación, los ciclos represivos contra movimientos sociales y dirigentes y activistas, el uso faccioso de las instituciones electorales, el fraude sistemático y las contrarreformas neoliberales que se han efectuado  sin las debidas consultas populares. Todo ello en el contexto del baño de sangre en que la guerra contra el narcotráfico ha sumido a Mexico desde el inicio de la presidencia de Felipe Calderón (Ackerman, 2015). Esta guerra que ha sido continuada por el gobierno de Enrique Peña Nieto, lleva ya un saldo de casi 150 mil ejecuciones y en los últimos cuatro años, más de 25 mil desaparecidos.
            Esta  situación paulatinamente ha formalizado a la democracia liberal y representativa en México. De acuerdo a los analistas inscritos  en la teoría de la transición democrática, la alternancia a nivel nacional entre el PRI y el PAN -y en las entidades federativas entre estos dos partidos y el PRD-, sería una muestra de que el autoritarismo propio del período de la hegemonía priísta ha quedado atrás. En realidad  en la perspectiva nacional, la alternancia no es más que la cristalización de un régimen bipartidista que  en realidad no es más que un solo monstruo bicéfalo cuyas dos cabezas  tienen diferencias secundarias. Acaso suceda que la derecha neoliberal que se expresa en el PAN tiene atavismos clericales derivados de su origen conservador, mientras el PRI manifiesta en ocasiones una visión más moderna sobre los temas de género y preferencias sexuales. Las diferencias entre estos dos partidos  no trascienden estos límites, por lo que esta suerte de  bipartidismo es totalmente funcional al régimen neoliberal.  Por ello es que la prueba de fuego para la transición democrática mexicana,  se observó cuando en el primer lustro del presente siglo, surgió de nueva cuenta un proyecto antineoliberal que llegó a convertirse en una verdadera opción de poder. La máscara de la alternancia que encubre al autoritarismo neoliberal,  corría el riesgo de ser destruida si resultaba triunfador un proyecto político y social posneoliberal. El proyecto encabezado por Andrés Manuel López Obrador, solamente pudo ser frenado en las elecciones de 2006 a través del fraude que adulteró los resultados electorales y en las de 2012, a través del fraude que compró el voto de cientos de miles, acaso millones, de pobres que lo vendieron debido a su vulnerabilidad.
He aquí pues la razón por la cual el movimiento encabezado por López Obrador, convencido de un proyecto democrático que va más allá de la democracia liberal y representativa, ha tenido que luchar porque valores e instituciones de dicha democracia se hagan realidad.  No otra cosa ha hecho, cuando combatió la exclusión de López Obrador como candidato presidencial y derrotó el desafuero en 2005. Igualmente cuando ha combatido los fraudes electorales,  sea por adulteración de resultados o compra de votos, en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012 y en otros procesos electorales. Cuando ha planteado una ley de comunicación que desmantele la dictadura mediática que se implanta a  través del duopolio televisivo de Televisa y TVAzteca, las dos hegemónicas cadenas de medios de comunicación. También en el momento en que ha planteado que las llamadas reformas estructurales (contrarreformas neoliberales) sean sometidas a consultas populares.
Finalmente, no es posible soslayar que los dos grandes momentos de expansión de una fuerza de izquierda en 1988 y en el primer lustro del siglo XXI, han estado asociadas a figuras carismáticas  (Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador). Pero estas personalidades  han sustentado dicho carisma más que en su atractivo personal,  en el hecho de ser encarnación de un imaginario que se sustenta en la revolución mexicana. Resultó así premonitoria la afirmación de Adolfo Gilly de fines de los sesenta,  que ya hemos consignado páginas atrás: que la revolución seguía viva en la conciencia del pueblo mexicano y que ninguna organización y política revolucionaria podría construirse al margen de dicha revolución. Tanto el PRD en su momento, como Morena en la actualidad,  deben su creciente arraigo de masas a los liderazgos carismáticos que los han encabezado. En el caso de López Obrador, el carisma está asociado a su imagen de incorruptible pero también a la evocación de lo que se perdió cuando el neoliberalismo desmanteló al nacionalismo revolucionario. La izquierda mexicana, al menos  la que ha estado contenida en Morena, tiene pues indudables raíces nacional-populares.
En el momento de terminar de escribir estas líneas, el partido-movimiento que hemos estado analizando sigue como una realidad abierta y es todavía incierto su destino. Ha tenido que bregar contra un adversario poderoso y ha logrado sobrevivir a  los diversos embates a los que lo ha sometido dicho adversario. Es esto  de por sí un mérito innegable. Pero tiene un adversario interno: la cultura política que construyó el nacionalismo revolucionario y el PRI en particular. Esta cultura política  es una atmósfera difusa que trasciende fronteras ideológicas y políticas y que se expresa en atavismos autoritarios, caudillismos, relaciones clientelares, mediaciones prebendales. El cambio de régimen por el cual lucha Morena, tiene pues un sustento moral e intelectual.
Este es, el construir una nueva cultura política.

Notas

2 En el momento de su constitución como asociación civil el 2 de octubre de 2011 el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador tomó como nombre Movimiento Regeneración Nacional. No obstante en el momento de registrarse como partido político el 9 de julio de 2014 las autoridades electorales  le negaron el derecho de llamarse así porque ya había otro partido (Movimiento Ciudadano) que también se denominaba Movimiento. Por ello el partido encabezado  por López Obrador hoy se denomina simplemente Morena. Información dada al autor por Gabriel Biestro, Presidente del Consejo Estatal de Morena en Puebla. Véase  también García 2011; Paéz 2014

3 Por priístas entendemos  a los partidarios del PRI de la misma manera en que entenderemos por panistas a los partidarios del Partido Acción Nacional (PAN).

4 Tanto en 2006 como en 2012, Andrés encabezó coaliciones integradas por el Partido de la Revolución Democrática, Movimiento Ciudadano (antes Convergencia) y el Partido del Trabajo (PT).

5 Frase escuchada por el autor a Guadalupe Trejo Ávila, activista de Morena en Puebla, en el contexto de la frustración poselectoral de 2012.

6 Quien fuera  uno de los dirigentes de Morena en el D.F. expresó el camino  para el "cambio de régimen"  será pacífico y  "deberá basarse en la movilización social y la participación electoral, lo que implica inequívocamente su registro como partido político" (Cervantes, 2012).

7 El 20% restante votó porque Morena fuera nada más un movimiento.

8 Aunque  en el libro que contiene los lineamientos del Proyecto Alternativo de Nación este es llamado "Nuevo Proyecto de Nación", el Programa de Morena que puede consultarse en la página web Morena la esperanza de México www.amlo.org.mx habla del "proyecto alternativo de nación" nombre  con el que la militancia conoce al proyecto político del partido.

9 López Obrador se refiere a esa oligarquía que ha patrimonializado al Estado como la "mafia del poder" en López Obrador, 2007 y López Obrador, 2010

10 La apretada síntesis que hemos hecho sobre la concepción de la democracia representativa y participativa de Morena tiene referencias puntuales en Ramírez et al, 2011: 33, 36, 37, 39, 46,  49, 51,53- 54, 61, 69, 88. Esta concepción también puede encontrarse en  La declaración de principios de Morena (Morena, 2014a), El Programa de Morena (2014b) y el Estatuto de Morena (Morena, 2014c)

11 El imaginario cardenista heredado de su padre  por Cuauhtémoc Cárdenas es parecido al mito bonapartista que Marx analizó en las páginas del 18 Brumario (Marx, 1971). En aquella coyuntura, el sobrino del tío capitalizó el legado de Napoleón Bonaparte entre la masa de campesinos parcelarios y le sirvió para asentar un régimen que la literatura política y sociológica ha calificado de "bonapartista". Por supuesto el símil llega hasta allí. La estatura ética y política de Cuauhtémoc Cárdenas y el papel progresivo que ha desempeñado,  lo distancian abismalmente  de Luis Bonaparte.

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