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Cuyo

versão On-line ISSN 1853-3175

Cuyo-anu. filos. argent. am. vol.38 no.2 Mendoza dez. 2021  Epub 13-Abr-2022

 

Artículos

Sobre la individualidad en Jorge Millas

About individuality in Jorge Millas

Stefan Vrsalovic Muñoz1 
http://orcid.org/0000-0003-2463-959X

1 Doctor en Filosofía, Universidad de Chile. stefanvrs@gmail.com

Resumen

El presente artículo se propone indagar en la propuesta de la individualidad de Jorge Millas en su relación con la política y la sociedad de masas. Hoy en día, donde la crítica al individualismo se hace necesaria y urgente, es también importante buscar otras formas de entender nuestra individualidad. Jorge Millas propone una manera de pensarla que se fundamente en el diálogo y la relación con los demás, rompiendo con las premisas económicas liberales.

Palabras clave: Individualismo; Sociedad masas; Política; Libertad

Abstract

This article aims to investigate the proposal of Jorge Millas' individuality in his relationship with politics and mass society. Today, where criticism of individualism is necessary and urgent, it is also important to seek other ways of understanding our individuality. Jorge Millas proposes a way of thinking about it that is based on dialogue and relationship with others, breaking with liberal economic premises.

Keywords: Individualism; Mass society; Politics; Liberty.

Concepto de Individualidad

A pesar de que el primer libro filosófico de Jorge Millas es escrito y publicado a la temprana edad de 26 años, en 1943, presenta ciertas ideas, ciertos acercamientos que no abandonará sino, por el contrario, profundizará a lo largo de su desarrollo intelectual1. Una de aquellas ideas, es justamente, lo que hace al ser humano ser un individuo frente a las fuerzas que él denomina como impersonales en su libro La idea de individualidad: “Llamamos fuerzas impersonales a todas aquellas formaciones espirituales a que concurren los hombres en agrupación, tales como la familia, el Estado, la humanidad, las asociaciones transitorias, etc.” (Millas, 2009, p. 112). ¿Por qué son impersonales? Debido a que limitan la individualidad, ya que disminuye e, incluso, elimina las iniciativas e impulsos personales exigiendo comportarse de tal o cual manera según las directrices de aquella fuerza impersonal.

La individualidad se va gestando en el texto a partir de una crítica constante a la posibilidad de perder nuestra individualidad frente al colectivo. Este postulado viene a ser una antesala a sus problemáticas que comienzan, al menos de una manera explícita, en 1952 con su artículo “Para una teoría de nuestro tiempo”2, publicado en la Revista de Filosofía: la expansión de la conciencia y la masificación. Pero, a diferencia del artículo, se hace referencia a un problema inmediato como es el régimen nazi. Millas plantea que los Estados totalitarios expresan el imperio incontrarrestable de las masas: “(…) el fenómeno -sostiene en 1943- del Estado totalitario es un hecho de filiación más psicológica que política. Se trata de una situación de encantamiento colectivo, de hipnotismo difuso de las masas” (Millas, 2009, p. 166). Los pensamientos que se articulan en ese tipo de regímenes son productos de las masas que al rendir pleitesía al mandatario lo que realmente hacen es reflejarse en él:

Creo, por consiguiente, que la esencia del Estado totalitario es precisamente el reverso de lo que se dice: lejos de representar la organización de los auténticos valores individuales, (…) es la absorción de lo heterogéneo de la persona por la homogeneidad de la masa; (…) El Estado Totalitario se funda, en una palabra, en el imperio de lo vulgar (Millas, 2009, p. 167).

Millas solo ofrece una definición exacta de individualidad en las conclusiones del texto, dejando todo su recorrido como una incursión, acercamiento y problematización de este. Semejante a los grandes pensadores, su análisis se enmarca en el mismo trayecto y es en este en que los conceptos van tomando formas y se les va agregando contenido. El texto, que presenta un estilo y sentido mucho más ensayístico que científico, tiene por objetivo abarcar las implicancias de la idea de individualidad, entendiendo esta como “la manera como el hombre constata en él la acción de una libertad racional en el tiempo. (…) El individuo representa, por consiguiente, la unidad espiritual que continuamente elabora en el tiempo una libertad racional” (Millas, 2009, p. 179). De este modo, se aleja de las concepciones individualistas, sino que trata de enlazar al individuo con la libertad.

Por ello, la individualidad se compone de dos facetas que se co-determinan: la libertad y la temporalidad. Sin ellas, no hay individualidad posible: “Libertad y tiempo, hacen, pues, a la persona que somos y que, llamándola con un nombre propio, la tenemos por el hecho más incontrovertible de existencia” (Millas, 2009, p. 65). El individuo es la individualización de un momento temporal: “Cada individuo representa, en este sentido, la reducción del tiempo a la existencia concreta, o más bien dicho, la individualización de lo temporal” (Millas, 2009, p. 62). Sin embargo, esa individualización únicamente puede tener real sentido si el individuo es libre en su conciencia, debido a que el ser humano al ser un constante transcurso, un siempre siendo indeterminado, solo logra su presente y la conciencia de este gracias a la libertad. Si fuésemos autómatas determinados, no tendríamos conciencia de nuestro pasado, presente ni futuro3:

(…) la libertad es el trance de lo que aún no somos, pero hacia lo cual tendemos, hacia lo ya sido, a través de la fugaz realidad del presente. Aún más: la libertad es el presente mismo, que no tiene otra realidad que la del acto libre en que el ser acrecienta su pasado. La extraña naturaleza de nuestro ser, que o está en el futuro o en el pasado y que debería ser, por lo mismo, irreal, no lo es, sin embargo: su realidad es la de la libertad, que en cada momento se realiza en la conjunción del pasado y del futuro (Millas, 2009, p. 64).

Esto permite distanciarse del individualismo capitalista, pero no de la idea de libertad enmarcada en el pensamiento liberal moderno de la filosofía4. No es libertad de acción, sino, la conciencia de que cierta actividad es producto de un impulso espontáneo de la conciencia. En otras palabras, es libertad de elección, libertad de decisión. Es esta idea la que permite a Millas contraponer la individualidad a las fuerzas impersonales que le exigen reprimir esa libre elección espontánea de la conciencia5.

En consecuencia, y, aunque no se mencione a menudo, Jorge Millas es un liberal, no así un capitalista, que conceptualiza al individuo y a la sociedad como dos entes independientes, es decir, se puede conceptualizar y explicar al individuo sin la sociedad. Aquel no se realiza ni se explica por esta, sino, por el contrario, se extingue y queda en una constante lucha por resaltar su propio ser. No obstante, no sostiene una premisa contractualista, sino histórica, ya que la individualidad es un producto del desarrollo humano, no es una premisa ontológica de la sociedad. El ser humano ha devenido a una individualidad: “El hombre vivió durante mucho tiempo prendido a su grupo, pues su individualización ha sido un proceso, una conquista, un esfuerzo permanente a lo largo de la historia” (Millas, 2009, p. 132). Más aún, la individualidad ni siquiera puede tener el rango ontológico de natural como sí lo tiene la sociedad; para Millas, justamente, es la reducción del ser humano a nada más que a ese aspecto natural, la sociedad, lo que no ha permitido entender la individualidad:

(…) lo individual no se nos aparece como naturaleza, como cosa dada al hombre por el imperio de las leyes naturales, como hechos producidos de una vez, a la manera de los astros o de las plantas. No es la persona humana algo con que el hombre se encuentra; es algo que el hombre hace, no es nada que el hombre reciba; es algo que el hombre construye. La sociedad, en cambio, es un dato de la experiencia, es esencialmente naturaleza; el hombre la halla como una realidad hecha con independencia de toda intervención suya (…) (Millas, 2009, p. 138).

Política e individualidad

A partir de lo analizado anteriormente, se deduce que la política no es una expresión del ser humano, ni es una forma de ser de este tampoco: “Cuando digo -sostiene Millas (2009)- que la política es una cosa normalmente accesoria de la vida del hombre, estoy pensando justamente en eso, en el hombre, en el yo, que no en los hombres; en el hombre como singularización de una conciencia en la esfera del ser” (p. 115). La política compromete la vida misma del hombre, compromete su individualidad, atenta contra ella6. Es solo una circunstancia de la individualidad, ya que esta no va hacia la política, no es su término, sino que proviene de ella, deviene desde la política y, en general, desde la sociedad. Tal como señala Carolina Bruna (2015) sobre la individualidad: “(…) lo más esencial del hombre es el intento de alcanzar la singularidad, su tentativa de distinguirse del todo político del que forma parte” (p. 236). El individuo es un ser que vive, y la individualidad es el constante hacer del individuo, entendiendo, por tanto, al ser humano como un sujeto rico en vida y experiencia.

No obstante, Millas no niega la importancia de la política, pero sí su significancia, entendiendo esta última como el elemento de una cosa que potencia la esencia del ser humano: “Significativo, esencial, es solo aquello que da espiritualidad a su ser, individualidad a su nombre” (Millas, 2009, p. 118). El resto puede ser importante, incluso se le puede ir la vida en ellas, pero no se juega la realización de su propia individualidad. La política tiene solo un carácter instrumental y derivado, no es generador ni originario de la individualidad, ya que esta se juega su existencia en la vivencia personal.

Esta perspectiva es uno de los primeros antecedentes de lo que teorizará en las décadas de los ‘50 y ‘60 debido a que la política al versar sobre lo público, lo superficial para Millas, “hace de ella una empresa de mínima seriedad, entendiendo por seriedad el compromiso íntimo del alma” (Millas, 2009, p. 125); es más, “la política7 no puede fortalecer la raíz del ser humano como persona, como individuo de drama y soledad” (Millas, 2009, p. 120), pero que su interés puede radicar en la salvación del pueblo: “¿Para qué engañarnos por más tiempo? Cuando hablamos del pueblo, así, en tono mayor, pensamos siempre en difusas e impersonales turbas en marcha” (Millas, 2009, p. 126). Sin embargo, ello no es el pueblo. Este es una suma de individualidades que tienen, cada uno de ellos, como objetivo, su perfección espiritual. Por ello, los movimientos colectivos son una mera ilusión:

(…) el gran aparato de los hechos colectivos se diluye y es como absorbido por los centros de la vida concreta, personal y compleja de cada uno de los individuos. Son estos, en verdad, el material con que la historia trabaja sus grandes formas, que, de no hallar en las conciencias individuales un soporte real, serían solo un abstracto y fantasmal espectáculo literario, incomprensible para la inteligencia del hombre. (…) solo en la historia viva y singular de las almas individuales halla la historia pública su realidad y sentido (Millas, 2009, p. 127).

El problema para Millas es cuando el aparato colectivo, en base a las directrices de políticos profesionales y no del gran político que en su empresa exterioriza su propia individualidad, genera una modalidad “autómata y directora de otras formas de la vida. Pasando a ser ella entonces el centro de todas las preocupaciones (…)” (Millas, 2009, p. 129). La persona misma pasa ser un servidor de la sociedad en abstracto y no de su propia individualización. Siguiendo el análisis de Bruna (2015), “Sostiene Millas, que el Estado debería proteger lo más originario de la humanidad, esto es, la individualidad. El Estado debería resguardar la capacidad pensante, que no es otra cosa que la individualidad, y oponerse a la idea de un ser humano masificado que no tiene conciencia de su propia existencia” (p. 242). Por ello, la condición humana se trata sobre la historia personal y no la historia colectiva. Esta historia interna es la que construye la vida colectiva, lo contrario, en consecuencia, es la anulación de la persona misma.

Esta crítica a la política como fuerza impersonal es poco analizada y se ha pretendido, de forma sesgada, mostrar al Millas maduro que entiende la política solo como un ejercicio de convivencia, dejando de lado la visión descrita que ve a la política más bien como una actividad que exige, excepto, reitero, para el gran político, una desvinculación con nuestra propia esencia. Por ejemplo, Fernando Gallo (2015) en un artículo reciente señala: “A la luz de este trabajo fue posible vislumbrar un concepto claro y categórico de la política como ‘arte de convivencia’ (…) Para Millas, la política supone el esfuerzo permanente y siempre renovado por construir una comunidad que permita la convivencia pacífica entre hombres libres e iguales en dignidad” (p. 120). Puede afirmarse tal definición de política, sobre todo desde el texto que el mismo Fernando Gallo trabaja en su artículo, Ensayo sobre la historia espiritual del Occidente de 1960, pero queda cojo si se le separa de su perspectiva y preliminares ideas de la individualidad y las masas. Es importante destacar la continuidad del pensamiento de Jorge Millas, pero también lo es su discontinuidad, ya que esta última es manifestación de un constante y riguroso trabajo intelectual.

Profundizando este punto, la política para Millas tiene, como se dijo, un gran valor desde el gran político, no así desde el político medio donde “la política significa trastrueque de valores y el sometimiento de lo fundamental a lo accesorio, la desnaturalización del proceso formativo de la persona” (Millas, 2009, p. 128). Es decir, muy lejos de ser el arte de la convivencia:

Para la política (…) el hombre es un factor abstracto de la convivencia, como tal, su especificidad es indeterminada y general; cada individuo es un mero ejemplar de su clase, profesión o partido; nada hay en él que como individuo pueda interesar a la política, si no son aquellas capacidades susceptibles de reducción a lo impersonal y gregario (Millas, 2009, p. 141).

Incluso, para Millas, la individualidad es histórica, en tanto es un logro que ha tomado un largo proceso y esfuerzo. Al comienzo el ser humano estaba subordinado a las fuerzas naturales y a la misma colectividad, pero de a poco fue conociéndose y siendo consciente de su propia individualidad. La necesidad del otro y, por ende, de la comunidad, es para conocernos a nosotros mismos; el diálogo con el otro es el camino para determinar lo que somos, nuestra individualidad. Para ser, necesitamos que otros sean: “Pues bien; la comunidad de los hombres es, por razones obvias, el objeto decisivo para el descubrimiento de nuestra individualidad. Todo cuanto somos es, en alguna forma, una referencia a la realidad del prójimo, acción y reacción sobre ella” (Millas, 2009, p. 146). Por ello, Millas no cae en un simple discurso individualista en sentido económico del término.

La sociedad de masas y la individualidad

Como señala en el artículo de 1952 Para una teoría de nuestro tiempo y luego en la Introducción a El desafío espiritual de la sociedad de masas de 1962, esta misma conciencia de nosotros mismos es el fundamento del sentimiento de decadencia de la cultura:

Aspiramos hoy a más, muchísimo más que antaño en múltiples órdenes de acción: en el del conocimiento, de la técnica, de la educación, de la justicia, del arte, del confort. La insatisfacción presente arranca, en gran medida, de esta mayor altura del blanco hacia que nuestra voluntad dispara. También aquí, como en el caso de los otros efectos del acrecentamiento de la conciencia histórica moderna, el síntoma depresivo es sólo reverso de un magnífico rasgo positivo (Millas, 1952, p. 79; 1962, p. 29).

El movimiento es una paradoja, hay un profundo conocimiento de sí, y, por ende, una profunda individualidad, pero que es opacada por una, también profunda, desazón producto de la masificación, tecnificación y colectivización de la sociedad actual. A pesar de ello, Millas solo se encarga de trabajar el primer fenómeno mencionado desde las problemáticas que abrió Ortega y Gasset.

Para Millas, una de las causas de la percepción de decadencia está en la sociedad de masas. Pero no por lo que señala Ortega, a saber, que dejaron de obedecer a las minorías y que buscan suplantarlas y obtener el poder. Si no, más bien, por representar una enorme capacidad de acción careciendo de verdadero poder:

¿Qué son hoy, por ejemplo, las asociaciones gremiales de obreros, empleados y profesionales sino organizaciones con una enorme capacidad de acción, que carecen, no obstante, del verdadero poder, en cuanto éste implica una conciencia superior, integral, de valores y medios relativos a los fines universales de la comunidad? (Millas, 1962, pp. 38-39).

Las masas, indudablemente, tiene una potencia de acción que se expresa en las manifestaciones que pueden organizar, pero no tienen poder verdadero, ya que este necesita de una voluntad de poder clara y consciente. Es esta separación la que a Millas le interesa y que lo aleja de ser un mero eco de lo dicho por Ortega. Hay un sujeto de poder, en términos de voluntad y acción, y hay otro sujeto de pura acción. Además, las masas por no aspirar directamente al mando son un poder pasivo y, por consiguiente, su desafío es encontrar, para esta nueva situación, la forma espiritual correspondiente:

La verdadera cuestión para la sociedad de masas (…) es no haber encontrado todavía los valores y principios normativos de actualidad y fuerza adecuados a sus peculiares condiciones, esos valores y principios que, como expresión del espíritu, han de reemplazar o reforzar los que tan eficazmente dieron forma al poder espiritual en otras épocas (Millas, 1962, p. 42).

¿Qué es el espíritu para Millas? Y más específicamente, ¿qué es el espíritu concreto? Son preguntas que expresan lo dicho al comienzo de este artículo: las ideas en Millas se van desenvolviendo en su trayectoria intelectual. Una primera aproximación está en su texto de 1943: “el espíritu es la totalidad de la persona como conciencia activa” (Millas, 2009, p. 98), posteriormente, una clarificación más detallada está, nos dice el mismo Millas, en su Ensayo sobre la historia espiritual de Occidente de 1960. Sin embargo, no es necesario ir a ese texto para determinar lo que es el espíritu, ya que en el texto de 1962 da luces de ello.

Para Millas (1962) el espíritu concreto versa sobre la “(…) participación activa del hombre en el hacerse de su vida mediante una toma de conciencia que, sostenida por el conocimiento y la valoración, le permita interpretarla y dirigirla.” (p. 43). Lo que está determinado por dos circunstancias, primero, esa conciencia es valorante e interpretativa, es decir, es conciencia de una determinada situación; y, segundo, la conciencia espiritual pertenece a un contexto mayor, pertenece al desarrollo concreto del ser humano en su historia. Lo espiritual versa sobre la conciencia, libertad, invención y valoración, pero no son conceptos abstractos, “sino de situaciones concretas del hacer humano, de un problema, en cada caso específico, de obrar libre, creadora y valorativamente frente a tal o cual circunstancia que sale al paso de las posibilidades humanas allí puestas en juego” (p. 48). Por eso, se refiere al espíritu concreto que abarca la totalidad de lo humano que se realiza en situaciones concretas, y no a algo exterior o interior de este.

La forma espiritual al pertenecer a un desarrollo determinado es histórica por lo que no refiere a un absoluto, por lo tanto, se va desenvolviendo según las mismas exigencias históricas8. En consecuencia, ante la nueva situación histórica, donde hay un nuevo actor social, la sociedad de masas, y una característica sin precedentes como es la masificación de la cultura, se debe articular una nueva forma espiritual. Esta, sin embargo, debe potenciar y favorecer la individualidad ya que, como se explicó, solo la individualidad puede, según Millas, incrementar el desarrollo humano o, en otras palabras, solo el ser humano reconociéndose y siendo individuo puede progresar la sociedad.

Es por ello, que, a diferencia de Ortega y Gasset, quien conceptualiza a la sociedad de masas y la resistencia al sometimiento como un fenómeno negativo para el progreso, como un fenómeno que debe ser criticado9, Millas la conceptualiza, en cambio, como un fenómeno positivo10. Ortega, incluso idealiza las épocas anteriores creyendo que en ellas las masas se muestran menos indóciles cumpliendo una función pasiva en la historia, dejándose llevar no tan solo política y socialmente por la minoría, sino también espiritualmente. No obstante, nos dice Millas (1962), “No hay, prácticamente, momento alguno en la historia en que el elemento masivo no haya implicado alguna resistencia e indocilidad frente a los grupos creadores o, si se prefiere, frente a las normas vigentes” (p. 72). A diferencia de Ortega, no se puede postular un carácter ontológico de las masas como seres humanos medios que no están cualificados, que no esgrimen razones, que no pueden, por su naturaleza, establecer instancias normativas.

En cambio, Millas fundamenta que las masas hoy tienen más claridad histórica y que su resistencia se basa en razones, ya sea la justicia, la libertad, el orden, el trabajo, etc. Pero que el problema es cuando la razón pierde su carácter social y es razón sin más, impuesta a otros a través de la violencia. Para Millas (1962), “La razón es, en verdad, una de las formas que tiene el espíritu de buscarse a sí mismo, a partir de cada hombre en todos los demás” (p. 75). La razón es sociable y socializante. Y la razón, entre un vasto agregado de seres humanos denominados masa (el aspecto positivo para Millas) es fundamental. Son individuos humanos concretos en dialogo, no seres humanos en abstracto. En ese sentido, surge un desafío histórico para el intelectual, hablar de individuos concretos y no ya de seres humanos como entes metafísicos. “A consecuencia de lo cual el hombre es para el hombre no sólo un objeto de su pensamiento, sino circunstancia concreta de su vida y, por tanto, condición de su efectividad” (Millas, 1962, p. 79).

De todos modos, hay que aclarar que esa positividad es relativa también al cumplimiento de ciertas condiciones espirituales que permitan al individuo tener posibilidades de desarrollo. Millas (1962) no ha perdido el horizonte y sostiene firmemente que “las ciencias del hombre y la acción política hallan su mejor sentido en hacer más plenamente realizable la condición del ser humano individual (…)” (p. 81). En la sociedad de masas es la tarea urgente de su tiempo. Por eso, en rigor, Millas no niega el aspecto negativo de las masas, sino que le integra esta mirada positiva.

El crear esas condiciones de desarrollo de la individualidad, es decir, el crear las condiciones que permitan la realización plena del ser humano, es el desafío que tiene la sociedad de masas. Es un desafío dada la espontaneidad que lleva implícita la sociedad de masas y sobre todo por la masificación de la cultura que, en un sentido, promueve la pérdida de la individualidad:

Metafísicamente interpretado el hecho de la masificación significa, como mero hecho sociológico, la conversión del hombre en cosa. Cosa es algo con que nos encontramos en la faena de la vida, y que no nos importa por sí, sino por su pertenencia a una legalidad instrumentalmente indispensable para vivir. Carece, pues, de toda dignidad particular (…) (Millas, 1962, p. 52).

Sin embargo, para Millas (1962), la masificación de la cultura “implica también la humanización plenaria del hombre, en la medida en que a más y más individuos de nuestra especie se abre la posibilidad de un ascenso a más altos patrones de vida” (p. 46). Esta doble faceta de la masificación de la cultura es de suma importancia para la nueva forma espiritual que debe tomar la sociedad de masas. Pero esta, en primera instancia, aparece como impotente ante la tarea de la humanización del ser humano.

La impotencia en la que se ve envuelta la sociedad de masas radica en dos puntos. Por una parte, en lo que Millas describe en la introducción a su texto, el sentimiento de decadencia del ser humano producto de nuestro desarrollo que nos acostumbró al incremento constante del saber y poder. Y, por otra parte, el adormecimiento progresivo de la conciencia individual producto de la masificación cultural. Esta última, la masificación de masas, coloca a la vida espiritual en una situación nunca vista ya que:

El espíritu, en cuanto es también curiosidad y fervor, va extinguiéndose por indolencia. La falta de sensibilidad para lo extraordinario acaba por sumirle en lo banal, que es su muerte. Con el espíritu no ocurren las cosas según suceden con la vida orgánica. Esta hace a menudo del hábito (…). Pero el acostumbramiento es fatal para el espíritu, que solo puede vivir en vigilia y esfuerzo todos los instantes (Millas, 1962, p. 51).

La faceta negativa de la masificación de masas provoca la banalización de lo más importante, el ser humano. En vez de ser el impulsor de una conciencia más clara y reflexiva de nuestra individualidad, es el fenómeno que transforma al ser humano en cosa, quitándole su dignidad:

Es grave para el hombre convertirse en ente banal frente al hombre mismo, ser pensado como cosa y tratado como tal. Es en esta suerte de cosificación deshumanizadora en donde reside el principal peligro de la sociedad de masas, y el obstáculo realmente serio para que en su seno pueda tener lugar una más plenaria realización del hombre (Millas, 1962, p. 53).

Millas está más cerca de las conclusiones marxistas de lo que él cree. No quiero sostener que hay en Millas un marxismo soslayado u oculto, no dicho ni explicitado, sino, destacar que la conclusión a la que llega respecto al estado del ser humano es la que fue instalada a partir del marxismo, específicamente, desde los Manuscritos de economía y filosofía de Marx (2013). El punto de partida es muy distinto, para Marx la deshumanización del ser humano es la forma genérica que adquiere el trabajo enajenado, es decir, es producto del sistema capitalista. En cambio, para Millas es la masificación de la cultura instalada en una sociedad de masas que se ha visto impotente al crear la nueva forma espiritual que permita el desarrollo concreto y real de la individualidad del ser humano. Pero ambos llegan a una conclusión similar con una postura de rechazo también parecida. En un sentido normativo, ni Marx ni Millas consideran que la sociedad deba promover la deshumanización del ser humano y, además, ambos describen, en un sentido epistemológico, la sociedad actual como deshumanizadora.

Esto último tiene consecuencias éticas graves para Millas, ya que al ver al otro como cosa y no como individuo, se pierde la percepción cualitativa de este, que permitía tener una actitud de reconocimiento, respeto, empatía, etc., con el otro. Y esto se ilustra en “La impasibilidad frente al sufrimiento y nuestra característica atonía ante lo sórdido e indigno (…)” (Millas, 1962, p. 54). Además, se relaciona con la degradación de la libertad. Esta, como ya estableció en su primer texto, es condición de la individualidad, pero solo es posible entre sujetos: “La persona es libre entre personas” (Millas, 1962, p. 55). Perdida la individualidad o, al menos, entre quebrajada, la libertad pasa a tener carácter de utopía y no de condición de posibilidad de la individualidad11.

Estos dos hechos son para Millas expresión de uno más profundo, la destrucción de la estructura dialogante del ser humano. Recordemos que el individuo solo lo es en referencia a otro, pero en un sentido de reconocimiento dialogante, en un reconocimiento del otro como ser humano y no como cosa: “Solo dialogando podemos adquirir plena conciencia de lo que podemos ser” (Millas, 2009, p. 148), y, debido a ello “existir es para el hombre ser ante sí mismo, tenemos que comenzar siendo ante los demás, único modo como ponemos en máximo ejercicio la existencia” (Millas, 2009, p. 149). En consecuencia, “Elimínese el prójimo, y desaparece, con la extinción de la relación intersubjetiva, el dominio ontológico entero de mi posibilidad de ser” (Millas, 1962, p. 55).

Por lo tanto, el desafío concreto y especifico de la sociedad de masas dentro de la masificación de la cultura es el reconstruir la expresión y comunicación humana. En eso se juega la vida espiritual de la época: “El problema del espíritu viene a parar así en el problema de la convivencia espiritual” (Millas, 1962, p. 56). Es un desafío al ser una posibilidad y no una tarea mecánicamente garantizada: “El poderío de las masas abre insospechadas posibilidades de humanización al destino de todos o casi todos los hombres” (Millas, 1962, p. 85).

Esta deshumanización se vislumbra de forma más clara en los jóvenes que no desean hacerse responsables de los males del mundo por no ser los causantes directos. Este tema lo trata en su artículo “Mensajes a jóvenes egresados” de 196112. En este, señala que los jóvenes tendrían cierta “legítima” irresponsabilidad por no ser los actores de los males que están ocurriendo ya que serían víctimas de ese legado; no obstante, para Millas la responsabilidad es más que el solucionar los daños ocasionados por nuestros propios actos libres y el reconocernos como autores de tales actos; la responsabilidad es, sobre todo, el “deber que nos hace solidarios del dolor compartido por los miembros de una comunidad, trátase de la humanidad, la nación o la familia” (Millas, 2012, p. 21). Es decir, la responsabilidad conlleva un rasgo humanizador, implica el referirse al otro como un ser humano, en la posibilidad de dialogar con ese otro.

Es por ello, que para Millas el tratar de poner freno a un mal presente, independiente si es consecuencia de nuestros actos, es ser realmente responsable. En ese sentido, debemos trabajar por un bien, aunque no seamos culpables de ese mal. Millas (2012) pregunta, dejando en evidencia su preocupación social: “Ustedes por ejemplo, estudian (…) ¿Con verdadera conciencia moral, puestos los ojos en algo más que en la futura seguridad personal de sus vidas, puestos los ojos, por ejemplos, en su pueblo?” (p. 22). Solo con una conciencia moral, con una preocupación por el otro como un ser humano y no como una cosa, puede desarrollar la individualidad de este. “La juventud es también culpable y responsable. Lo es en sus circunstancias y a su manera, pero lo es. Y lo es, porque es humano: el hombre sólo es hombre en cuanto es responsable” (Millas, 2012, p. 23). Tanto el desarrollo de la humanidad como la decadencia de esta le pertenecen y hace a cada cual lo que es.

Esa pertenencia se puede ver reflejada en los valores que han sido creados y que conllevan la responsabilidad de mantenerlos vigentes en el mundo. No son cosas naturales como astros o piedras; la justicia, la verdad, la belleza deben estar en constante vigilancia, por lo que, si se disminuyen o se relativizan al punto de su extinción, es responsabilidad de cada uno de nosotros y nosotras. Por ello, el peor mal para Millas es el cinismo: “Almas insolidarias, replegadas sobre sí mismas, y, por ello, deshumanizadas. Por todas partes asoma ya el síntoma inequívoco de mal tan profundo: el cinismo” (Millas, 2012, p. 24)13.

Conclusión

Millas articula la idea de individualismo en su constante tensión con poderes institucionales como el Estado o culturales como la masificación que lo tratan de exterminar. Esta idea fue un pilar fundamental a lo largo de su vida intelectual, destacándola en distintos momentos: Por ejemplo, en 1974: “La tarea del momento consiste por sobre todo en hacer posible la individualidad en el seno de las masas.” (Millas, 2012, p. 160) y en 1977, en una entrevista realizada por Malú Sierra: “Él se dice que es ‘individualista’, porque su preocupación fundamental es el individuo, es decir, la persona humana concreta, como entidad absoluta e irrepetible. El hombre y su experiencia en la sociedad ‘donde tiende a ser absorbido y convertido en cosa opaca por todos los medios’ ” (Millas, 2017, pp. 43-44).

Como revisamos, la postura de Jorge Millas no es el individualismo neoliberal que fundamenta al mercado económico, sino que es una propuesta para pensarnos y relacionarnos con las y los demás desde nuestra propia identidad, responsabilidad y respeto. En momentos que el aislamiento ha sido un imperativo legal y ético, no se ha fortalecido el individualismo sino todo lo contrario, se ha generado más comunidad y más preocupación por las personas. Esta experiencia nos demuestra que la individualidad no es contraria a la sociedad ni su crítica, sino que es su fundamento como planteaba Jorge Millas.

Bibliografía

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Millas, Jorge (1960). Ensayo sobre la historia espiritual de Occidente. Santiago: Editorial Universitaria. [ Links ]

Millas, Jorge (1962). El desafío espiritual de la sociedad de masas. Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile. [ Links ]

Millas, Jorge (1983). La concepción de libertad-poder en Friedrich von Hayek. Araucaria, (2), 192-206. [ Links ]

Millas, Jorge (2009). La idea de la individualidad. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales . (Primera edición de 1943). [ Links ]

Millas, Jorge (2012). Idea y defensa de la universidad. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales . [ Links ]

Millas, Jorge (2017). Irremediablemente filósofo. Entrevistas y discursos. Valdivia: Ediciones UACh. [ Links ]

Ortega y Gasset, José (1983) España Invertebrada: bosquejo de algunos pensamientos históricos. Madrid: Revista Occidente en Alianza. [ Links ]

1 Como señala Carolina Bruna (2015), uno de los pocos, si no el único, artículo dedicado a esta época de Millas, en específico, al concepto de individualidad: “Para ello recurriremos sobre todo a Idea de individualidad, su temprano texto de 1943, aunque cabe destacar que si el lector acudiera a «La concepción de libertad-poder en Friederich Von Hayek» -artículo redactado poco antes de su muerte en 1982- o a «Sobre los fundamentos reales del lógico-formal del derecho» -texto intermedio de 1956-, de inmediato comprobaría que se trata de un concepto que se mantiene relativamente estable a lo largo de su obra” (p. 235).

2Artículo que, como práctica común de estos días, se publica en 1962 como la Introducción de su texto El desafío espiritual de la sociedad de masas.

3Esta idea de Millas es sumamente pertinente para las discusiones que se están desarrollando en la filosofía ambiental en torno a postulados como el biocentrismo o ecocentrismo. En estos, se discute fuertemente la diferencia entre seres conscientes y seres autoconscientes para determinar las posibilidades éticas relativas a la muerte. Véase: Baquedano, 2018.

4Incluso, llama la atención que algunas críticas de Millas al marxismo se fundamenten en una a-historicidad: “y que los comunistas aspiran a hacer real en la historia—, es un ideal burgués, nacido ya con la burguesía estoica de la época helenística, renacido después con la burguesía medieval renacentista y vuelto a nacer todavía con la cultura burguesa del siglo XVII” (Millas, 1952, p. 69).

5Esto, no obstante, toma otro cariz cuando discute con Hayek en su último escrito publicado en 1983.

6Esta visión se contrapone a la de Aristóteles: “El hombre es menos social de lo que Aristóteles decía, (…) Su fórmula solo tiene un alcance biológico” (Millas, 2009, p. 131). Lamentablemente, es una visión errada, ya que para Aristóteles no es una condición biológica, sino, ontológica como queda claro en el capítulo I de La Política. Que Millas sostenga aquello solo es expresión de su punto de partida: la modernidad liberal-burguesa. Además, de una crítica sustancial a las ideologías y partidos colectivos que eliminan la individualidad del ser humano: “Todo hombre sería solo un eco de lo social; sus actos mismos, una coordinación de reflejos socialmente provocados” (Millas, 2009, p. 131).

7Hay una opción para que la política alcance significación y es cuando la circunstancia exterior del individuo se transforma en su vida misma. Ello solo se ve en los grandes políticos. En los demás, solo son políticos de profesión que “se meten” en la política como un medio, pero no es el fin de su misma angustia de vida.

8Para profundizar en este tema, revisar su texto Ensayo sobre la historia espiritual de Occidente de 1960.

9“La misión de las masas no es otra que seguir a los mejores” (Ortega y Gasset, 1983, p. 7).

10Es por esto, que el análisis sobre los Estados totalitarios no puede reproducirse sobre la sociedad de masas. En el primero, el individuo se pierde necesariamente; en el segundo, en cambio, el individuo puede tener posibilidades de desarrollo. En el primero está pensando Ortega, en el segundo Millas (1962): “No cabe duda que el militante totalitario es un ejemplo del buen hombre-masa, que acepta resignadamente su función inercial y se deja conducir por los ’mejores’, renunciando al discernimiento crítico (…)” (pp. 75-76).

11En 1980, en una de las últimas entrevistas que brindó y en el contexto de su reintegración a la Universidad Austral de Chile, señaló: “Libertad, que nace de las condiciones de hecho que tiene el hombre -que es tener conciencia- brota de la condición humana, forma parte de la identidad humana. Sin libertad se es hombre a medias” (Millas, 2017, p. 73).

12Texto que se encuentra en: Millas, 2012.

13Esta postura genera una distancia evidente con un pensador contemporáneo, Juan Rivano, quien sostiene y defiende una postura cínica, incluso, en algunos pasajes habla de transcinismo.

Recibido: 14 de Mayo de 2021; Aprobado: 18 de Septiembre de 2021

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