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Temas y Debates

versão On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.45 supl.1 Rosario  2023

 

Artículos

De la crítica al pasado a su uso en las disputas del presente: la discusión político-intelectual en la era de la democracia (1983-2023)

From the Critique of the Past to its Use in the Disputes of the Present: The Political-Intellectual Discussion in the Era of Democracy (1983-2023)

Mario Glück1 

1Docente e investigador en la Escuela de Ciencia Política, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario, Argentina y en la Universidad Nacional de Entre Ríos, Argentina.

Resumen

En este ensayo, nos proponemos trazar un recorrido histórico por las discusiones político-intelectuales en los cuarenta años de democracia. Específicamente, nos ocuparemos de aquellas que toman como referencia las que precedieron en el tiempo anterior a la dictadura militar de 1976-1983. Para ello, nos enfocaremos en cómo se resignificaron determinados conceptos y discusiones en los distintos momentos por los que pasó nuestra democracia desde 1983 hasta hoy.

Palabras clave: pasado; presente; discusión; democracia

Abstract

In this essay we propose to make a historical journey through the intellectual political discussions in the forty years of democracy. Specifically, we will deal with those that take as a reference those that preceded in the time before the military dictatorship of 1976 - 1983. For this we will focus on how certain concepts and discussions were resignified in the different moments through which our democracy passed from 1983 until today.

Keywords: past; present; discussion; democracy

La primavera democrática

“Hace algunos años en este mismo lugar discutíamos la transición al socialismo, ahora discutimos la transición a la democracia: tengamos cuidado, dentro de unos años vamos a discutir la transición a la monarquía.” Nicolás Rosa, salón de actos de la Facultad de Humanidades y Artes, Rosario, circa 1986

El prestigioso lingüista rosarino lanzó esta frase en el contexto de una acalorada asamblea en la que se discutía qué medidas tomar para luchar por el aumento de los salarios docentes universitarios en pleno gobierno de Alfonsín. Quienes estaban más a la izquierda y los peronistas planteaban la huelga como medida, en cambio muchos extrotskistas, luxemburguistas, marxistas ortodoxos y gramscianos devenidos socialdemócratas y simpatizantes de Alfonsín decían que no había que tomar medidas extremas que desestabilicen la transición democrática. Un texto emblemático de esta corriente de opinión fue “Socialismo y democracia. Una relación difícil” (Portantiero, 1984), en el que su autor hace un recorrido teórico sobre el concepto marxista de Estado y revaloriza lo que para la izquierda tradicional era considerado democracia “formal” o “burguesa”. Dicha revalorización se fundamentaba tanto en la experiencia autoritaria de los socialismos reales como en la de la última dictadura militar argentina.

Una lectura anacrónica de aquella intervención puede sonar profética, pero gracias a Skinner (2007) podemos ver, aunque sea precariamente, que no lo era en lo más mínimo. Tanto provocador como provocados tenían como horizonte de expectativas aún aquello que hoy ni siquiera se nombra, que es el socialismo. De alguna manera, Nicolás Rosa les endilgaba a los socialdemócratas cierta abdicación de un pasado revolucionario, que, en su evolución, los podía llevar a un camino por entonces considerado absurdo, como la vuelta a la monarquía. El deseo de un camino democrático hacia el socialismo expresado por algunos estaba marcado por la experiencia dictatorial que llevó a muchos de ellos al exilio y a una forzada internacionalización que les hizo cruzarse con los cuestionamientos al socialismo “realmente existente” en el campo de la izquierda, sobre todo en Europa. Quienes discutían con ellos partían en gran medida de la misma base, diferían en la adhesión a la UCR como salida, y muchos de ellos tenían como referencia la experiencia socialista de Cuba, que aparecía aún como distinta a la europea, y la reciente Revolución Sandinista, cuyo modelo democrático y de economía mixta resultaba atractivo para ambos grupos de intelectuales.

Los años neoliberales

Lejos estaban de poder profetizar lo que ocurriría pocos años después en el mundo y en Argentina, con la implosión del socialismo real y las transformaciones neoliberales ejecutadas por el actor político menos pensado. El gobierno de Carlos Menem ejecutó esas políticas desde el peronismo y en democracia, algo que no estaba en los cálculos de casi nadie, y las acompañó con una obscena indiferencia hacia el pasado. Más aún, el pasado era algo negativo: “te quedaste en el 45” o “te quedaste en los 70” podía ser el anatema más fuerte para desacreditar cualquier propuesta igualitaria o estatista. Menem cerró las compuertas del pasado. Repatrió los restos de Rosas y reunió a descendientes del caudillo bonaerense con los de Sarmiento, abrazó al almirante Isaac Rojas y llevó como asesor a Álvaro Alsogaray.

Se podría decir, a riesgo de ser excesivamente generalizador, que los años de Menem y el interregno de la Alianza se caracterizaron por utilizar escasamente el pasado como insumo para la discusión política o para fundar legitimidad. De alguna manera, el presentismo que plantea François Hartog (2007) había triunfado. Si miramos más de cerca las soluciones económicas propuestas, no eran para nada novedosas. Todavía en 1983 algunos políticos descalificaban el pensamiento de Alsogaray por anacrónico; en 1989, luego del resultado electoral que le dio la victoria a Menem, el líder del liberalismo económico, tras lamentar el resultado, dijo que el liberalismo había tenido un triunfo intelectual.1 Esta declaración dejó estupefactos a periodistas y políticos, quienes esbozaron sonrisas burlonas que se desdibujaron días después.

En esas mismas elecciones, la izquierda presentó la experiencia frentista más importante de su historia: Izquierda Unida, cuyos protagonistas principales eran el Partido Comunista y el neotrotskista Movimiento Al Socialismo.2 El frente se diluyó poco tiempo después y cada partido siguió su camino. Continuaron con su crisis y su reconversión castrista el primero y con su crisis que derivó en sendas divisiones el segundo. Era difícil para la izquierda quedar inmune a un proceso de construcción exitosa del consenso neoliberal, también llamado, con un atisbo de conspirativismo, “consenso de Washington”. Parecía que el nuevo imaginario había logrado aquello que planteó Fukuyama (1992) como el Fin de la Historia y el fin del socialismo y otras utopías igualitarias. La nueva realidad, que se veía a sí misma como eterna, no necesitaba del pasado para legitimarse. Tampoco las resistencias a las consecuencias sociales de las políticas neoliberales hacían uso de las utopías del pasado para movilizarse o lograr alguna identidad.

La reelección de Menem, en 1995, no hizo más que reforzar aquel consenso y dejar a las resistencias sin propuestas alternativas que vayan más allá de la oposición o de la crítica a los aspectos más corruptos del proceso que se había iniciado en 1989. La Alianza ganó elecciones precisamente haciendo hincapié en la crítica “anticorrupción”, sin cuestionar el modelo económico.

El año 2000 y después el 2001 pusieron en acto las contradicciones del modelo. La crisis se llevó puesto al gobierno y empezaron los cuestionamientos más fuertes al consenso neoliberal. Entre diciembre de 2001 y todo 2002 reaparecieron fantasmas del pasado que merecerían ser estudiados con detalle, y emergió una consigna relativamente novedosa, que fue la impugnación total a los profesionales de la política. Algunos, como John Holloway (2002), vieron en la consigna “que se vayan todos” el inicio de una conciencia revolucionaria de nuevo tipo que cuestionaba tanto al capitalismo como al Estado.

El kirchnerismo: ¿un retorno del pasado?

Las elecciones de 2003 plantearon nuevas expectativas y el triunfo casi pírrico de Néstor Kirchner. Ya en su primer discurso comenzó a hacer alusiones al pasado, al declarar caduco el neoliberalismo y, con una vaga alusión a la década del 1930 en EE.UU., propuso recuperar el protagonismo del Estado en la economía. Más adelante, seguiría con sus alusiones al pasado, con una fuerte autocrítica, en tanto representante del Estado, del terrorismo de la dictadura y, luego, con la recuperación y resignificación de los ideales igualitarios de los setenta.

Cristina Kirchner redoblaría la apuesta a la historia nacional, al recuperar una versión remozada del viejo revisionismo histórico, adoptado en su momento por la resistencia peronista. Los festejos del Bicentenario llevaron a su punto máximo esta revisión del pasado, en lo que Camila Perochena (2018) llamó “momento mítico de la gestión”, que generó contradicciones con el campo académico, algunos de cuyos miembros reaccionaron frente a un posible conflicto de incumbencias profesionales. Nos referimos al Instituto Dorrego, que se proponía como una suerte de usina para crear relatos históricos de un revisionismo de izquierda.

Cristina Fernández buscaba la legitimación histórica en el largo plazo y el revisionismo histórico de izquierda podía ser totalmente compatible con la lucha por los Derechos Humanos y la reivindicación resignificada de los setenta, ya planteada anteriormente por Néstor Kirchner. El revisionismo tradicional, rosista y católico difícilmente podía reivindicar el izquierdismo de gran parte de esa generación, por lo tanto, un revisionismo de izquierda podía ser más afín a la nueva etapa. Tampoco le servía demasiado una versión desmitificadora y sin épica como la que podía ofrecer la historiografía académica.

Mauricio Macri: ¿un futuro sin historia?

El gobierno del PRO, en contraposición con lo anterior, se planteó un imaginario proyectado hacia el futuro, donde el pasado solo era una mochila pesada. Mauricio Macri se aburría soberanamente en los actos patrióticos y lo hacía explícito. Combinaba un desconocimiento supino con un desdén propio de quien está poco interesado en el tema. Su formación en valores empresariales no era apta para los relatos morosos de la historia. Esto se tradujo en política pública, con la eliminación de personajes históricos de los billetes, el desaire de los protocolos elementales de los actos patrióticos y el planteo de un discurso donde el pasado era siempre negativo. Este imaginario hacia el futuro era una convicción que compartía con su núcleo duro ideológico, tributario del neoliberalismo. Sin embargo, como señala Fabio Wassermann (2021), el macrismo se vio forzado a incorporar la historia en su discurso y en la liturgia cívica. Hacia el final del macrismo, se empezó a plantear una idea del pasado reñida hasta con la más simple cronología, en la cual los últimos 70 años habían sido pura negatividad, y la Argentina había estado gobernada por el peronismo. El paraíso perdido estaba en un lugar difuso, en el que el país estaba en un tercer lugar en el mundo, que se habría descarriado en 1930, momento en el que apareció el peronismo, que saboteó y no dejó concluir ninguna experiencia política que no fuera propia. Como consecuencia, el mayor mérito del gobierno de Macri era terminar su período. Sería el segundo gobierno no peronista, después del de Alvear, que completaría su período constitucional. La narrativa es poco coherente, pero de algún modo revela la imposibilidad de legitimar o de movilizar sin tener alguna épica, aunque sea precaria.

El tiempo actual: el regreso de los fantasmas del pasado

El gobierno de Alberto Fernández abrió expectativas que se referían al pasado inmediato del gobierno de Néstor Kirchner, al menos para sus partidarios. Desde el lado del PRO, se empezó a intensificar el uso del pasado, se acentuó aún más la condena al peronismo y toda su historia. Esta condena se empezó a ampliar a otras etapas anteriores, como el yrigoyenismo, y se encerró a ambos períodos bajo el fácil rótulo de populismo. El populismo es demonizado como lo peor que pudo haber ocurrido en la historia y el origen de todos los males. Esto no sería extraño en el discurso político y periodístico de batalla, pero se extendió al mundo académico, como en el caso del historiador italiano Loris Zanatta (2019), quien utiliza un concepto en el que asemeja populismo con fascismo, en tanto religiones políticas que tienden al totalitarismo. En convergencia con este historiador, la dirigencia del PRO ha recurrido más de una vez a las simpatías de Perón por Mussolini, para profetizar una tendencia totalitaria del peronismo actual.

En la pandemia de 2020-2021 hubo un aparente crecimiento de una derecha radical, que tiene como enemigos a una izquierda y un socialismo que está solo en su imaginación. En un plano más ideológico, Nicolás Márquez y Agustín Laje (2016) plantean que el comunismo se camufló, luego de la caída del socialismo real, detrás de reivindicaciones feministas, sexistas y culturales, contra las cuales habría que desarrollar una “batalla cultural”. La expresión política de esta tendencia sería Javier Milei, que reivindica el pasado reciente del menemismo.

Una reivindicación similar, sin las connotaciones culturalmente conservadoras de los anteriores, la realiza Carlos Corach. El otrora operador político de Carlos Menem viene desarrollando una serie de intervenciones cuyo objetivo básico es reivindicar los gobiernos de su jefe político. Esta operación la hace en dos niveles. Uno es el propiamente histórico, al insertar el menemismo en la tradición histórica peronista, con referencia al segundo gobierno de Perón, cuando, por ejemplo, intentó atraer capitales norteamericanos para la explotación del petróleo.3 El segundo nivel es también histórico, pero directamente analiza el gobierno de Menem en un libro que compiló junto a Eduardo Menem (Corach y Menem, 2021). Allí, los más notables colaboradores de Menem escriben un balance, fundamentado con datos, de sus gestiones al frente de distintas áreas, donde destacan las contribuciones de los gobiernos de Carlos Menem a la economía, la educación y en áreas impensables en su contemporaneidad, como la distribución de la riqueza y los derechos humanos.

Desde el campo de las izquierdas, también son recurrentes las apelaciones al pasado. El PRO representaría la vieja oligarquía y, al mismo tiempo, una vuelta del neoliberalismo menemista; las derechas radicales serían una suerte de fascismo actualizado. Quienes defienden el gobierno por el lado izquierdo del espectro político, como Juan Grabois, lo hacen por lo que fueron los gobiernos de Néstor y Cristina y no por el momento actual en el que Sergio Massa aplica una política económica de austeridad y ajuste.

Lo que aparece es que el pasado funciona más para afirmar identidades políticas que para comprender el presente, algo que no sería novedoso si no fuera que la identidad propia se reafirma con un relato del pasado del adversario. Estamos políticamente saturados de pasados, tanto desde lo simbólico como desde lo categorial, lo que probablemente se deba a la falta de imaginación sobre el futuro. Como señala el historiador israelí Schlomo Sand (2021), esto se puede atribuir también a la fuerza creciente del individualismo, que privilegia la trayectoria personal como impulsora de futuro.

Por eso, a partir de lo planteado por Alain Touraine (2016), parece necesario revisar conceptos como populismo, fascismo, neoliberalismo, y sus versiones con prefijos como neo-, pos- o micro-, ya que fueron pensados para momentos en los que la sociedad y los actores colectivos tenían entidad histórica e identidades, cuando podían definir futuros políticos, y no para una actualidad que Peter Sloterdijk (2002) caracteriza, quizás exageradamente, por su insularidad. Entiendo que se trataría de decidir si retomamos esos conceptos como categorías transhistóricas con nuevos contenidos o los reemplazamos con otros que los traten de explicar mejor. Pero, para eso, también tenemos que discutir qué imaginamos como futuros posibles, sin descartar de antemano aquellos que fueron planteados en el pasado, aunque hayan fracasado. Pienso que es una manera de poder resignificarlos para pensar otro futuro deseable.

Referencias

Corach, C. y Menem, E. (comps.) (2021). Los Noventa. La Argentina de Menem. Buenos Aires, Argentina: Penguin-Random House. [ Links ]

Fukuyama, F. (1992). El fin de la historia y el último hombre. Buenos Aires, Argentina: Planeta. [ Links ]

Hartog, F. (2007). Regímenes de historicidad: presentismo y experiencias del tiempo. México D. F., México: Universidad Iberoamericana. [ Links ]

Holloway, J. (2002). Argentina: “¡Que se vayan todos!”. Herramienta, 20(7), 71-76. [ Links ]

López, R. y Bona, V. (2020). Los desafíos del frente del pueblo. El PCA y el MAS en la transición democrática argentina. Revista de Historia Social y de las Mentalidades 24(2), 233-264. [ Links ]

Márquez, N. y Laje, A. (2016). El libro negro de la nueva izquierda. Buenos Aires, Argentina: Grupo Unión. [ Links ]

Perochena, C. (2018). Tiempo, historia y política. Una reflexión comparativa sobre las conmemoraciones bicentenarias en México y Argentina. História da Historiografia: International Journal of Theory and History of Historiography, 11(27), 142-172. [ Links ]

Portantiero, J. C. (1984). Socialismo y democracia: una relación difícil. Punto de Vista, 7(20), 1-5. [ Links ]

Sand, S. (2021). Crepúsculo de la historia. Buenos Aires, Argentina: El Cuenco de Plata. [ Links ]

Skinner, Q. (2007). Lenguaje, política e historia. Bernal, Argentina: Universidad Nacional de Quilmes Editorial. [ Links ]

Sloterdijk, P. (2002). En el mismo barco. Madrid, España: Siruela- [ Links ]

Touraine, A. (2016). El fin de las sociedades. México D. F., México: Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

Wassermann, F. (2021). En el barro de la historia. Política y temporalidad en el discurso macrista. Buenos Aires, Argentina: Ediciones SB. [ Links ]

Zanatta, L. (2019). El populismo latino y la nostalgia de unanimidad. Anales de la Cátedra Francisco Suárez, 53, 15-28. [ Links ]

1Las declaraciones de Alsogaray se pueden ver en https://youtu.be/wifnEJ5-t6A, (DiFilm, 2017. Minutos 4:10 y 4:30).

2El frente de izquierdas MAS-PC se inició con un acuerdo de las dos fuerzas para las elecciones legislativas de 1985, pero se disolvió en 1987. En 1989, hubo un intento de reeditar la experiencia con el Frente Izquierda Unida (López y Bona, 2020).

3Lo hizo en varias entrevistas, entre las que se cuenta la que le realizó Jorge Fontevecchia en https://open.spotify.com/episode/0WI5aaVQpGJOfyAQiNcodj?si=b269546a003e4478 (Periodismo Puro, junio de 2021, minutos 17:39 a 18:33).

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