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Relaciones internacionales

versão On-line ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.29 no.59 La Plata jun. 2020

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.24215/23142766e114 

Historia

A 30 años de la reunificación de Alemania

Patricia Kreibohm1  *

1coordinadora del Departamento de Historia de las Relaciones Internacionales del IRI-UNLP

El 9 de noviembre de 1989 caía el muro de Berlín, una de las murallas más emblemáticas del siglo XX. Una muralla que separaba a la ciudad en dos y que representaba la división entre dos sistemas ideológicos, entre dos sistemas políticos, económicos y culturales; en definitiva, entre dos mundos opuestos.

El muro se levantó en 1961, cuando las autoridades de la República Democrática Alemana –que formaba parte del bloque soviético– decidieron separar el sector oriental de la ciudad. Su construcción se inició la noche del 13 de agosto de 1961, durante lo que se denominó la segunda crisis de Berlín. Su objetivo fundamental era frenar la migración de los alemanes del este hacia Berlín Occidental y la RFA, a fin de aislar a la población que había quedado del lado comunista de las tentaciones del capitalismo. En este sentido, es importante destacar que, como sostiene Procacci, entre 1949 y 1958 el éxodo hacia el oeste había alcanzado proporciones bíblicas: más de dos millones doscientos mil alemanes orientales habían huido hacia Occidente. Veintiocho años más tarde, su caída cambiaría el mundo. De hecho, la noche del 9 de noviembre de 1989 fue histórica. Hacia las 22.30 horas, miles y miles de manifestantes congregados en la Bornholmer Strasse consiguieron que se levantara la primera barrera. A la medianoche, el resto de los puestos de control se habían desmantelado.

Indudablemente, este hecho representó un hito en la historia contemporánea, pues marcó un punto de inflexión en las relaciones internacionales y dio origen a otros dos procesos tan veloces como significativos: el ciclo de las revoluciones en la Europa del Este y la reunificación de Alemania.

1. La primera unificación de Alemania.

Los nacionalismos maduraron en la Europa del siglo XIX como una reacción a dos procesos específicos: por un lado, al sistema de dominación napoleónica y, por otro, a las decisiones del Congreso de Viena, donde se reunieron los líderes de la Pentarquía Europea que habían derrotado a Bonaparte. Sus objetivos básicos fueron tres: primero, eliminar todo vestigio de las ideologías revolucionarias liberales y reinstaurar el modelo de las monarquías absolutas; en segundo lugar, restaurar las monarquías tradicionales en sus tronos; y, finalmente, establecer un orden espacial y demográfico que garantizara el equilibrio entre las grandes.

En sus orígenes, el nacionalismo surgió casi como un sentimiento y poseía un cariz romántico, asociado a las letras, las artes y la cultura en general. Estaba estrechamente vinculado a la toma de conciencia de la identidad de los pueblos. Más adelante, y en virtud de distintos procesos que se dieron en el continente, se convirtió en una ideología o en un sistema de acción política. En otras palabras, se transformó en un conjunto de ideas y de proyectos, cuya meta final era lograr que cada pueblo o nación, tuviera su propio Estado.[1 ]

“El nacionalismo europeo se gestó y se manifestó de diferentes maneras y cuando se puso en movimiento, operó a través de diferentes vías. En los países de Europa occidental (Francia, Inglaterra, España), donde la identidad nacional ya existía, el nacionalismo era más bien un estado de ánimo que se manifestaba cuando se cuestionaban sus intereses. En la Europa del Este (Alemania, Austria, Polonia) la situación era diferente pues había grupos nacionales que deseaban liberarse de la dominación extranjera y soñaban con constituir Estados independientes. Allí, el nacionalismo fue un movimiento centrípeto que se materializó como un programa de acciones deliberado y consiente”.

A mediados de siglo, ya existían grandes corrientes nacionalistas, especialmente el Pangermanismo y el Paneslavismo. En general, estos movimientos fueron dirigidos por intelectuales y hombres de acción que, en principio, eran moderados y se dedicaron a rescatar y glorificar la lengua, la cultura y los hábitos de sus pueblos. En una segunda etapa, pasaron a la militancia política, se radicalizaron y buscaron concretar la creación de Estados soberanos propios. Dichos movimientos transformarían la fisonomía europea durante todo el siglo XIX y también durante todo el siglo XX.

Los casos de los alemanes y los italianos eran extraordinarios, pues, a fin de preservar el principio de equilibrio, el Congreso de Viena había establecido la prohibición de que ambos pueblos se unificaran en un Estado. Esto obedecía a diversas razones, pero la más importante era que tanto Francia como Rusia temían que la constitución de un poderoso Estado alemán o italiano desajustara el Concierto Europeo. Esto generó –sobre todo entre los alemanes– un profundo descontento, pues existía una aspiración colectiva bastante significativa de unificar a los grupos germanos bajo la autoridad de su propio gobierno.

Esta población alemana estaba distribuida en tres áreas específicas: Austria, Prusia y 39 pequeños Estados autónomos. Prusia tenía una economía sólida, un avanzado sistema educativo, un poderoso ejército y era la líder de la liga aduanera desde 1818. En 1848 –y como resultado de la revolución en Francia– se produjo un levantamiento nacionalista en Berlín que fue sofocado. Esto generó que los líderes del movimiento pidieran a todos que enviaran representantes a una Asamblea en la ciudad de Frankfurt a fin de discutir las vías y las posibilidades de modificar la situación. El objetivo era crear un Estado alemán libre y democrático, para lo cual se pensaba adoptar una actitud pacífica y legalista. De hecho, los delegados se pronunciaron explícitamente como contrarios al uso de la fuerza.

La primera cuestión que se trató en este congreso fue cuáles iban a ser los límites de ese Estado alemán unificado. Esto generó un debate del cual surgieron dos posturas distintas: los partidarios de la Gran Alemania, que aspiraban a unificar a Prusia con Austria y los 39 Estados, y los que creían en la Pequeña Alemania, es decir, en unir a Prusia con los 39 Estados, excluida a Austria.

A fines de 1848, este movimiento de unificación se estancó, debido a una serie de equivocaciones y descoordinaciones. Sin embargo, la Asamblea de Frankfurt decidió inclinarse por la opción de conformar una pequeña Alemania, con un régimen constitucional y federal. Acto seguido –y a los efectos de avanzar hacia la meta lo más pronto posible– le ofrecieron al rey de Prusia la posibilidad de convertirse en el monarca de ese nuevo Estado alemán. Sin embargo, el rey rechazó la proposición, porque entendía que esa Asamblea no tenía ninguna legitimidad para ofrecerle la corona y, por lo tanto, esta designación no tendría ningún valor. Con este hecho, la Asamblea se disolvió, lo que provocó un profundo sentimiento de fracaso.

Entre 1850 y 1870, Prusia y la Confederación Germánica experimentaron un gran desarrollo económico, científico y tecnológico. Eran los tiempos de la segunda revolución industrial, durante los cuales se registró un sostenido crecimiento del capitalismo. De hecho, este fortalecimiento del Estado prusiano contribuyó a que sus dirigentes se dieran cuenta de que –más allá del nacionalismo– si los alemanes aspiraban a tener peso específico propio en Europa y en el sistema internacional, era crucial que se unieran y conformaran su propio Estado. Sin embargo, existían diversos obstáculos para alcanzar este objetivo. Entre ellos, pueden mencionarse la importancia de los particularismos, los intereses regionales y ciertas rivalidades específicas. Asimismo, la marcada rivalidad entre Austria y Prusia también suponía un problema. Austria quería mantener el statu quo consagrado en el Congreso de Viena de 1815, ya que éste le aseguraba una importante influencia sobre la Confederación Germánica. Prusia, en tanto, aspiraba a encabezar la unificación y, para ello, debía enfrentarse con Austria. En tercer término, otras grandes potencias, como Francia y Rusia, también se oponían a la unificación.

En 1862, Otto von Bismarck era el canciller de Prusia. Un junker de Brandemburgo, conservador y antiliberal, que tampoco simpatizaba con el nacionalismo; sin embargo –y como representante de la Realpolitik–, entendía que la creación de un Estado alemán beneficiaría a Prusia, pues incrementaría notablemente sus dimensiones territoriales, demográficas y económicas; en otras palabras, la haría mucho más poderosa.

“Con las ventajas de la unidad más evidentes que nunca, con los ideales de 1848 aún presentes, con un exagerado respeto por el Estado y por la nación, y con el hábito de aceptar los acontecimientos con juicios históricos, los alemanes estaban preparados para lo que ocurrió. No se unificaron por sus propios esfuerzos. Cayeron en brazos de Prusia”.

2. La estrategia de la unificación. Las tres guerras.

Así, y a fin de concretar el proceso de unificación, Bismarck diseñó una estrategia bélica fundada en tres fases. En la primera, el objetivo era eliminar a Austria. Para ello, el canciller prusiano consideró que lo mejor era usar la situación de dos ducados –Schleswig y Holstein– que estaban habitados por población alemana, pero que el Congreso de Viena había entregado a Dinamarca. Para ello, se estimularon los reclamos de la población y cuando esto se produjo, Bismarck convocó a Austria para que fuese su aliada en contra de Dinamarca a fin de quitarle los ducados. En 1864, la alianza austro-prusiana fue a la guerra y triunfó. A partir de ese momento, se creó una co-administración austro-prusiana para los ducados. Esta situación creó rápidamente roces y fricciones, según había planeado Bismarck, lo cual generó las condiciones para la guerra con Austria.

Esta contienda se dio en 1866 y marcó la segunda fase del proceso. Bismarck obtuvo la neutralidad de Francia y celebró un acuerdo con el Reino de Italia, que, a cambio de aliarse a Prusia, recibiría el Véneto –que en ese momento estaba en manos de los austríacos–, consiguió la declaración de neutralidad de Gran Bretaña e inició una serie de provocaciones a Viena. El ducado de Holstein fue ocupado por tropas prusianas, lo que provocó la reacción de Austria y se inició la guerra. Los prusianos derrotaron fácilmente a los austríacos en la batalla de Sadowa. Los resultados de esta guerra dieron un fuerte impulso al proceso de unificación, pero no lograron completarlo. Los Estados del norte se unieron a Prusia, pero los del sudeste siguieron ligados a Austria. La Confederación Alemana del Norte se constituyó como un Estado federal, en el cual cada Estado conservaba un margen de autonomía. Sin embargo, todos ellos cedían el manejo de las relaciones exteriores y el control de la defensa común a Prusia. Institucionalmente se conformó con una Asamblea Nacional (el Reichstag) y un consejo federal (el Bundesrath).

Esta confederación firmó diferentes acuerdos con los Estados del Sur, fundamentalmente en materia de convivencia y de comunicación. En este tiempo, el gobierno prusiano desplegó una intensa propaganda para sumar a estos Estados, pero sólo obtuvo la adhesión de Baden-Baden. Esto convenció a Bismarck de que la única forma de integrarlos era recurrir, una vez más, a la guerra. En este caso, el enemigo debería ser un Estado que despertara desconfianza y hostilidad entre todos los alemanes, un Estado que fuera resistido por todos. Ese Estado era Francia.

Luis Napoleón III era una figura desprestigiada entre los alemanes, pues era un gobernante que podía ser fácilmente manipulado. Por otra parte, Francia estaba resentida, porque, a pesar de haberse mantenido neutral, no había ganado nada con la guerra austro-prusiana. Finalmente, se sentía aislada y su emperador estaba buscando una oportunidad para modificar esa situación.

Conociendo estas circunstancias, Bismarck tejió una compleja serie de alianzas con Gran Bretaña y con Rusia para profundizar este aislamiento. Finalmente, encontró una oportunidad para provocar a Luis Napoleón. El motivo fue el conflicto planteado por la sucesión del trono de España que estaba vacante debido a que la reina Isabel II había sido destronada por la revolución de 1868. Esto motivó a que varios príncipes se presentaran como candidatos, alegando vínculos de sangre. La causa directa que dio lugar a la Guerra franco-prusiana fue la presentación, en 1869, de la candidatura de Leopoldo, príncipe de Hohenzollern-Sigmaringen. El gobierno francés, alarmado ante la posibilidad de una alianza entre Prusia y España, amenazó a Prusia con declararle la guerra en el caso de que no se retirara la candidatura de Leopoldo. El embajador francés destinado en Berlín, el conde Vincent Benedetti, fue enviado al balneario de Ems, en el noroeste de Alemania, actual estado de Renania-Palatinado, donde se encontraba el rey prusiano Guillermo I. La misión del diplomático era solicitar al monarca de Prusia que ordenara al príncipe Leopoldo retirar su candidatura. Guillermo I accedió y el príncipe se retiró. Sin embargo, Napoleón III, aún insatisfecho, decidió humillar a Prusia, incluso a riesgo de provocar una guerra. El emperador le ordenó a su ministro de Asuntos Exteriores que le exigiera a Guillermo I una carta personal en la que presentara sus disculpas a Napoleón III y prometiera que no se volvería a presentar la candidatura del príncipe de Hohenzollern en futuras ocasiones. Desde Ems, Guillermo I rechazó las peticiones francesas. Ese mismo día, Bismarck obtuvo la autorización de Guillermo I para hacer público el comunicado, conocido como el telegrama de Ems, que contenía las demandas de Francia y la negativa de Prusia a cumplirlas. Bismarck modificó este documento a fin de avergonzar a Francia, lo cual agravó el resentimiento de los franceses y entusiasmó a los alemanes. Bismarck era consciente de que esta acción desencadenaría la guerra, pero sabía que Prusia estaba preparada; además, contaba con el efecto psicológico que tendría una declaración de guerra por parte de Francia y confiaba en que esto quebraría las resistencias de los estados alemanes del sur a integrarse con Prusia.

Francia le declaró la guerra a Prusia en 1870, un hecho que significó un éxito rotundo para la estrategia de Bismarck. Los Estados del Sur, estimulados por un hondo sentido nacionalista y con el convencimiento de que se encontraban ante una guerra nacional, se unieron a la Confederación Alemana del Norte. Las grandes potencias se abstuvieron de intervenir en la contienda y el aparato bélico prusiano se encargó de decidir rápidamente las acciones. Esta contienda cumplió con el logro de tres objetivos: por un lado, consagrar la unificación de Alemania; en segundo lugar, completar el proceso de unificación italiana, ya que Francia retiró sus tropas de Roma, y finalmente, precipitó la caída del segundo imperio francés.

En 1871, y nada menos que en el Salón de los Espejos del palacio de Versalles, tuvo lugar la proclamación del II Reich alemán, con Guillermo I como emperador. Alsacia y Lorena pasaron a ser posesiones de Alemania; Francia debió pagar indemnizaciones; Rusia aprovechó la situación y volvió a ocupar sus bases en el Mar Negro, perdidas después de la Guerra de Crimea; y Alemania se convirtió en uno de los principales centros de gravedad de las relaciones internacionales.

“La guerra franco-prusiana y el genio estratégico y político de Bismarck produjeron la culminación de dos procesos de unificación europeos. Así, se abría una nueva etapa para las relaciones internacionales en el continente, la cual estaría marcada por la consolidación de Alemania como potencia hegemónica y por la creación de un nuevo equilibrio de poder en Europa”.[2 ]

3. La reunificación de Alemania

En 1949, 78 años después de la unificación, y como consecuencia de la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial y de los acuerdos firmados entre los vencedores, Alemania era dividida en dos países distintos: la República Federal de Alemania, con capital en Bonn, y la República Democrática Alemana, con capital en Berlín.

Como ya hemos mencionado, 50 años después, la caída del muro daba inicio al proceso de reunificación, un proceso que se desarrolló en tiempo record y que terminó uniendo a los dos países en uno solo. De hecho, si bien el mundo pensaba que una unión de ambos territorios sería un proceso que demandaría años, el 2 de julio de 1990, se concretó la unión económica y monetaria, la cual fue confirmada y consolidada con la reunificación política, el 3 de octubre de 1990.

La línea de la unificación se inclinó, en términos generales, en extender las reglas occidentales del funcionamiento del mercado a la Alemania comunista. De hecho, en la propuesta presentada por el canciller Helmut Köhl, se establecían tres fases de desarrollo expresadas en un plan de 10 puntos, entre los que se destacan: a) urgentes medidas de ayuda a la RDA, b) máxima cooperación entre los dos Estados, c) elecciones libres en el Este y fin de la economía planificada, y d) propuesta de una confederación con un parlamento común.

En febrero de 1990, Kohl y el primer ministro de la RDA, Hans Mondrov, anunciaron la creación de una comisión de expertos, encargada de elaborar un proyecto de unión monetaria y económica de las dos Alemanias. Ante esta situación, la URSS no pudo hacer gran cosa, pues la desintegración de la RDA se realizó de manera irrefrenable. Gorbachov defendió la canalización del movimiento, dando prioridad a un proceso diplomático que tuviera en cuenta los intereses de los cuatro vencedores de la IIGM y de las restantes naciones europeas. Además, reconoció el derecho de los ciudadanos de los Estados alemanes a la autodeterminación.

Las elecciones del 18 de marzo de 1990 en la RDA reprodujeron, en términos generales, la estructura de la RFA. Ganó la Democracia Cristiana; en segundo término, la Social Democracia; y, en tercer lugar, el Partido Comunista. En mayo de ese año, los gobiernos de los dos Estados fijaron las modalidades de la unión monetaria, económica y social y el Bundesbank se convirtió en la banca central de emisión para las dos Alemanias, lo cual incluía las rentas, los salarios, los arrendamientos y los alquileres de la RDA, que debían pagarse en Deutsche Mark, sin alteración nominal. Asimismo, se adoptó una tasa de conversión de 1 a 1 en los cambios de moneda de la RFA (el Deutsche Mark) respecto de la moneda de la RDA (el Ostmark) y las deudas de empresas de la RDA fueron convertidas en una relación de 1 a 2. La última etapa se dio con la Conferencia “4+2”: los cuatro vencedores de la IIGM junto con las dos Alemanias. En ella, se delimitaron las condiciones interiores y exteriores de la unificación. El 3 de octubre de 1990, se anunció la re-unificación y la nueva Alemania ocupó su sitio en la ONU y se integró a la OTAN.

Ahora, si bien puede considerarse que la reunificación fue exitosa en el plano político (de hecho, es clave para la consolidación de un Estado el hecho de contar con el dominio de todo su territorio), los costos económicos que se pagaron fueron enormes. Bajó el PBI, se incrementaron los impuestos para los alemanes occidentales y se produjo un considerable incremento del desempleo. De hecho, y según el ex-canciller Helmut Schmidt, a pesar de su éxito, hubo una serie de errores en el proceso de reunificación que motivaron la subsistencia de problemas hasta la actualidad. En primer término, se infravaloraron las dificultades; se sobrevaloró las posibilidades de la economía de mercado; el cambio de moneda tuvo un criterio errado; hubo enormes vacíos legales que dieron lugar a la industria del pleito y la equiparación de los salarios dispararon los costos económicos.

Sin embargo, y a pesar de los errores y las dificultades, la nueva Alemania unificada pudo remontar la situación e incluso mejorar paulatinamente sus índices de crecimiento. Tanto es así que, a partir del nuevo siglo, se convirtió en la locomotora de la Unión Europea , una condición que pudo verificarse en años de crisis, en los que Alemania salió a salvar a muchas de las economías en quiebra.

De esta manera, los alemanes volvieron a estar juntos y, si bien persisten las dificultades y los obstáculos, lo que el mundo percibe hoy es un país que se ha convertido en un modelo para el sistema internacional. Indudablemente, muchos de los factores que lo caracterizaron en el pasado se han transformado radicalmente, aunque Alemania sigue sorprendiendo por su capacidad para superarse, para insertarse en un mundo complejo y globalizado y para brindarles a sus ciudadanos uno de los mejores niveles de vida que existen en este planeta. ¡Prost Deutschl and!

Notas

1Recordemos que, en esa época, existían en Europa grandes imperios, muchos de ellos multiculturales, lo que suponía que las distintas minorías estaban gobernadas por élites a las que ellos consideraban extranjeros.

2Sánchez Andrés, Agustín.

*

Magister en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de Tucumán), coordinadora del Departamento de Historia de las Relaciones Internacionales del IRI-UNLP

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