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Relaciones internacionales

versão On-line ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.30 no.60 La Plata jan. 2021

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.24215/23142766e123 

Estudios

A una década de la Primavera Árabe: ¿Hacia dónde va el mundo árabe?

A decade after the Arab Spring: Where is the Arab world going?

Zidane Zeraoui1  *

1Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey

Resumen

El presente ensayo es un análisis de la Primavera Árabe a sus 10 años y pretende entender los cambios reales que se han llevado a cabo. La primera constatación es que, a pesar de las grandes marchas y manifestaciones, se logró la caída de los líderes, no del sistema. Las mismas elites vuelven al poder en algunos casos y, en otros, son las únicas dos fuerzas organizadas que toman el control del aparato gubernamental: los movimientos islamistas por un lado o el ejército por el otro. Con este diagnóstico queda claro que la Primavera Árabe no ha respondido a las esperanzas de las masas árabes. Sin embargo, el proceso no ha terminado, como lo han demostrado las marchas en el 2019 y nuevamente en el 2021.

Palabras clave Primavera Árabe; islamistas; ejército; manifestaciones; marchas; autoritarismos

Abstract

This essay constitutes an analysis of the Arab Spring at its ten-year anniversary and seeks to provide an understanding of the real changes that have taken place. The first observation is that, despite the many marches and demonstrations, the fall of the leaders was achieved, yet the system remained intact. The same elites return to power in some cases and in others, they are the only two organized forces that take control of the governmental apparatus: the Islamist movements, on the one hand, or the army, on the other. This diagnosis makes it clear that the Arab Spring has not responded to the hopes of the Arab masses. However, the process is not over as the marches in 2019 and again in 2021 have shown.

Keywords Arab Spring; Islamists; army; demonstrations; marches; authoritarianisms

En diciembre del año 2010, un simple incidente (la policía tunecina confiscando las frutas y verduras de un ambulante) desata una ola que conllevará, en 10 años, la caída de 6 presidentes y dos primeros ministros, tres guerras civiles que siguen hasta el día de hoy, cambios constitucionales en Marruecos, Jordania, Túnez y Argelia, entre otros, y una esperanzadora democratización que no se dará a una década de lo que se llamó la “Primavera Árabe”.

El proceso iniciado hace dos años ha levantado muchas interrogantes y muchas preguntas teóricas. Así, este ensayo parte de una propuesta de periodos que permiten entender el proceso de la Primavera Árabe en una dinámica interna, analizando a los actores locales como principales protagonistas, aunque no se deja de lado el rol de las grandes potencias, que no es central en el proceso actual.

1. Islam y democracia

Los instrumentos teórico-metodológicos utilizados en este análisis son básicamente el concepto de democracia,[1] que no es viable en la dinámica de la Primavera Árabe por el factor religioso que viene a romper con la lógica occidental de elecciones democráticas para el desarrollo. “Podemos pensar que las expresiones ‘democracia orgánica’, ´democracia popular’, ‘democracia islámica’, y algunas otras, son tributos que los más remisos rinden a la aceptación contemporánea de esta forma de gobierno”[2]. De la misma manera, “una democracia confucionista es claramente una contradicción. No resulta claro si una ‘democracia islámica’ también lo es”[3].

Esta ausencia de una cultura democrática está limitada por el largo periodo absolutista otomano, la colonización occidental que acentúa la no participación local, como en Argelia con la comunas indígenas que no podían votar, y posteriormente por los modelos autoritarios respaldados, primero, por las superpotencias y, posteriormente, por el gran peso de la religión, actor principal de los procesos políticos. Así, el mundo árabe se desarrolla sin una cultura política democrática, en donde los liderazgos fuertes y los movimientos islamistas serán los principales actores de la vida política.

Para algunos autores favorables a Turquía[4], “la democracia islámica [es] una tendencia ideológica y política que promulga que los principios democráticos son compatibles con los valores del Islam y que el islam es una cultura e institución inherentemente democrática”[5]. Para demostrar esta aseveración, debe remontarse uno a la época del profeta Mahoma. “El Islam es democrático desde su origen cuando tras la muerte del Profeta Mahoma se discutió la elección de quien sería el líder de la comunidad islámica (Califa) y se dijo que este debía ser electo entre toda la comunidad permitiendo votar a todos los musulmanes y que cualquiera podría ser electo inclusive un esclavo negro”[6]. Pero el proceso fue tergiversado muy rápidamente y las elecciones de los califas fueron en general un asunto dinástico y sucesorio. Aunque muchas naciones como Túnez o Indonesia cuentan con gobiernos al estilo occidental, la presencia del islam es fundamental[7].

El otro elemento fundamental para entender los procesos de la Primavera Árabe es la identidad comunitaria, clánica o tribal. Tanto en Libia como en el Yemen o en Somalia, la pertenencia tribal o étnica es la que define la posición política del individuo, no una orientación ideológica abstracta. En el Líbano, Siria, Irak o Egipto, la pertenencia religiosa o étnico-religiosa es en donde se constituye el ámbito de la discusión política. Un shiíta libanés apoyará a su grupo antes de apoyar a su patria, y lo mismo podría decirse de los árabes sunitas o de los kurdos en Irak.

Finalmente, la pertenencia étnica es dominante en el caso de los bereberes de Marruecos o de Argelia o en el caso de los kurdos. Su identidad lingüística y étnica los lleva a actuar de una manera homogénea, pero opuesta a los designios de los Estados.

Además de este marco teórico-conceptual necesario para ubicar el proceso de la Primavera Árabe, es importante señalar la periodización que proponemos. Para entender la Primavera Árabe, partimos de la idea de tres periodos: los años 2010-2012, que constituyen el primer momento del movimiento (el periodo del Estado Islámico,[8] que marca una ruptura en el proceso); el año 2019, que es un nuevo aire de la Primavera con las Revoluciones en Argelia, Sudán, Irak y Líbano; y luego El COVID-19 paraliza el movimiento en el año 2020, para que de nuevo en el 2021, las masas vuelvan a salir a las calles, pero en los Estados del segundo periodo.

A pesar del fracaso aparente del movimiento, todavía la Primavera Árabe es un proceso en curso. Este proceso tiene dos momentos históricos: una primera ola que conllevó la caída de cuatro presidentes entre 2011 y 2012 (Túnez, Egipto, Libia y el Yemen) y una segunda ola, en 2019, que permitió la renuncia de dos otros presidentes (Argelia y Sudán) y dos primeros ministros (Líbano e Irak). El lapso de tiempo entre los dos procesos se debió al surgimiento del Estado Islámico, que fue un factor desestabilizador en toda la región, desde los separatismos de Al Qaida hasta las alianzas de grupos islamistas tradicionales, como Boko Haram al Daech y los miles de voluntarios que fueron a respaldar el proyecto islamista en Siria e Irak. A pesar de su éxito inicial, como la toma de Mosul en 2014, muy rápidamente el ISIS, atacado por los kurdos con el respaldo de Estados Unidos, por Turquía, por Rusia en su apoyo al gobierno sirio y por las fuerzas leales a Bashir al-Assad, fue reduciéndose hasta desaparecer al día de hoy, aunque sigue teniendo militantes armados en toda la región.

Así, al desaparecer el Estado Islámico, la atención de las masas se dirigió hacia el interior de los países y la búsqueda de cambios reales. Sin embargo, ningún proceso logró consolidar un verdadero sistema democrático. La caída de las dictaduras permitió o bien el triunfo electoral del único movimiento estructurado –la tendencia islamista– o bien simplemente el regreso de los militares al poder por otras vías o, peor aún, hundir a los países en una guerra civil desastrosa para todas las partes. En el caso de El Líbano, se da con el regreso de la misma élite al poder con Saad Hariri; y, en Irak, la renuncia del primer ministro permitió al responsable de la seguridad nacional convertirse en el nuevo líder del país.

Nada ha cambiado para las masas árabes: las multitudinarias marchas y manifestaciones logran la caída de una líder, pero no un cambio real en el país.

2. Los orígenes de la Primavera Árabe

Con la inmolación del joven tunecino Bouazizi el 17 de diciembre de 2010, se rompe el estancamiento que se había apoderado de las sociedades árabes. El desempleo, en particular de la juventud educada, y la crisis del modelo económico liberal fueron los detonantes de los levantamientos, en primer lugar, en Túnez y muy rápidamente en varios otros países, como Egipto, Libia, Argelia, Marruecos, Siria, Yemen, Sudán y Bahréin. Los regímenes autoritarios que se habían estancado en viejas estructuras de poder no resistieron el empuje de los jóvenes que, utilizando las redes sociales, lograban aglutinar a enormes masas en los lugares más estratégicos y simbólicos de las capitales árabes.

Hasta la primera mitad del año 2012, cuatro presidentes fueron forzados a abandonar el poder: Zine El Abidine Ben Ali en Túnez[9] el 14 de enero de 2011, Hosni Mubarak de Egipto[10] el 11 de febrero del 2011, Muamar el Gadafi el 20 de octubre del 2011 y Ali Abdullah Saleh el 27 de febrero de 2012. En Siria, la guerra civil iniciada en el 2011 sigue golpeando fuertemente las bases del poder de Bashar al-Assad, pero con millones de refugiados y desplazados.

El levantamiento shiíta en Bahréin fue violentamente reprimido por la entrada de tropas saudíes, mientras que las monarquías de Jordania y de Marruecos iniciaron reformas constitucionales para otorgar más poderes a los órganos políticos del país, lo que permitió evitar el crecimiento de los movimientos de protesta.

Las causas que provocaron los levantamientos tienen muchos elementos similares, pero lo más relevante es que los procesos de democratización han conllevado, por lo menos en los países en donde se llevaron a cabo elecciones, el triunfo de los movimientos religiosos. Sin embargo, ni El Nahda en Túnez ni la Hermandad Musulmana en Egipto ni el Partido de la Justicia y Desarrollo de Marruecos se han proclamado radicales.

i. Las raíces profundas del malestar árabe

La permanencia de largas dictaduras se debió a la complicidad del mundo occidental. Durante la Guerra Fría, tanto la Unión Soviética como los Estados Unidos, en nombre de la lucha contra el imperialismo o contra el comunismo, según cada bando, respaldaron regímenes autoritarios para evitar los cambios políticos desfavorables que las democracias podían conllevar.

Con la desaparición del mundo bipolar, África subsahariana dejó de ser una región estratégica para la lucha por el poder mundial, lo que derivó en la rápida caída de los sistemas autoritarios de la región y se degeneró en sangrientas guerras civiles en la década de los años noventa. En cambio, en el mundo árabe, dada la presencia de las dos terceras partes del petróleo del mundo y sobre todo por la emergencia del fundamentalismo islámico, visto como el nuevo desafío a nivel global, las potencias occidentales respaldaron a los regímenes dictatoriales para combatir la llamada amenaza islamista. Esto permitió a los regímenes autoritarios invocar su rol de escudo anti-integrista para poder mantenerse en el poder, con el uso frecuente de elecciones fraudulentas para dar una apariencia ‘democrática’.

En Túnez, Ben Ali ganó las elecciones presidenciales de 1989 con el 99,27% de los sufragios y en 1994 con el 99,91%. En 1999 fue reelegido con el 99,45%, para pasar a ‘solamente’ 89,62% en el 2009. En Argelia, Bouteflika triunfó con más del 85% de los votos y Mubarak con porcentajes por encima del 95%, casi siempre sin competencia o con oposiciones controladas por el propio Estado.

Sin embargo, desde la inmolación del joven tunecino Mohammed Bouazizi, como una pólvora, el incendió se extendió muy rápidamente a través el mundo árabe, mostrando las profundas similitudes del malestar popular en África del norte y en el Medio Oriente.

El primer elemento es la permanencia de largas dictaduras en la región: la familia al-Assad en Siria, por 41 años y dentro las cuatro dictaduras caídas, Ben Ali[11] tenía 32 años aferrándose en Túnez, Mubarak casi 30 años, Gadafi más de 42 años y Saleh en el Yemen 33 años. Además de la permanencia en el poder, las repúblicas, instadas por las monarquías, se convertían en hereditarias. En Siria, Bashar heredó el poder de su padre, Hafedh el Assad, y Hosni Mubarak trató de imponer a su hijo Gamal, mientras que en Libia, Saif al Islam se formaba para reemplazar a su padre, Muamar al Gadafi, y en Yemen, Ali Saleh había designado a su hijo como sucesor.

El otro elemento permanente es la concentración de la riqueza en pocas manos. La banca suiza reveló[12], a principio de mayo del 2011, que Gadafi tenía una cuenta personal de 280 millones de euros, mientras que Mubarak tenía 320 y Ben Alí 47, sin considerar las demás cuentas existentes en varios países occidentales. Además, la familia política del ex dictador tunecino era considerada la más rica del país, mientras que el hijo de Mubarak figuraba como el segundo hombre más adinerado de Egipto. A finales de marzo de 2012, el gobierno italiano anunció la confiscación de haberes de la familia Gadafi en los bancos nacionales por la cantidad de 1.100 millones de dólares.

Esta concentración de la riqueza contrasta con la pobreza de las masas árabes. En Somalia las tres cuartas partes del país y en el Yemen las dos terceras partes de la población viven por debajo del nivel de pobreza, mientras que en Egipto, Argelia, Sudán y Siria el 40% está por debajo de esta línea y el 50% en Mauritania, cifras que contrastan con los bajos índices existen en las ricas monarquías del Golfo. Sin embargo, frente a una gran masa de analfabetos y pobres, los países árabes tienen un alto porcentaje de graduados. Excluyendo a los países más pobres, en Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Jordania y los Emiratos, el número de estudiantes fluctúa entre un 30 y un 50% de los jóvenes en edad de estudiar, pero al egresar, como el caso del joven Bouazizi, no encuentran posibilidad de empleo.

Esta exasperación social estalló con más facilidad debido a la fuerte interconexión existente desde que, en la última década, los teléfonos móviles y la Internet irrumpieran en una sociedad sin comunicaciones, permitiendo a la juventud tejer redes sociales que fueron decisivas en el éxito de las rebeliones. En Argelia, en el año 2000 existía solamente un millón de líneas telefónicas fijas. Con la penetración de las redes móviles, en menos de una década, 16 millones de argelinos tenían celulares con costos muy bajos.

ii. La era de las reformas

En Túnez y Egipto se realizaron rápidamente elecciones. En el primer país, el movimiento islámico Al Nahda de Rachid Gannouchi arrolló en el voto de octubre del 2011, con el 41,6%, aunque solamente cuatro millones de personas votaron de una lista de 7.569.824 electores. En Egipto, en las elecciones de diciembre de 2011, el 62% del electorado participó y dio a la moderada Hermandad Musulmana del partido Libertad y Justicia un 40% de los votos, muy por delante de los radicales salafistas de Al Nur, que se quedaron con solamente 20%.

En el Yemen, con el referendo del 25 de febrero del 2012, el único candidato, el Hadi, fue apoyado por el 99,8% del electorado para liderar al país por un periodo transitorio de dos años en el que se establecería una nueva constitución y se celebrarían elecciones “democráticas y transparentes”.

En Libia, la derrota militar de Gadafi y la guerra civil que siguió no permitieron un proceso democrático abierto, además de las graves divisiones del país. En efecto, el 7 de marzo del 2012, justo cuando el presidente del Consejo Nacional de Transición, Mustafá Abdelyalil, anunciaba la finalización de la Carta Nacional Libia, que prevé un régimen descentralizado, se anunciaba la creación de la Región Federal Unionista, presidida por Ahmed Zubai al-Sanusi, en la ciudad oriental de Brega, por parte de unos 3.000 líderes de tribus y de las múltiples milicias que recorren el país. Esta nueva entidad reclama la región de Cirenaica, una de las tres zonas históricas de Libia (con Tripolitana y Fezzan). Esta decisión se debe a que, durante el periodo de Gadafi, la Tripolitana, que concentra ¾ partes de las riquezas en hidrocarburos del país, recibía muy pocos de los ingresos derivados del oro negro.

En Siria, el 26 de febrero de 2012, más de 14 millones de habitantes fueron convocados a las urnas para ratificar la última reforma constitucional diseñada por el régimen de Bashar al-Assad. La reforma recoge una modificación del artículo 8 de la Carta Magna, que le garantizaba al partido Ba’th la dirección del Estado y de la sociedad siria[13]. La nueva disposición permite la libertad de partidos políticos y el pluralismo político. Sin embargo, el artículo 97 del texto constitucional le otorga al jefe del ejecutivo la prerrogativa de nombrar y destituir al primer ministro y a los ministros, sin tomar en cuenta al Parlamento. Otro cambio se refiere al límite de los mandatos presidenciales. La nueva constitución limita, en el artículo 88, el mandato presidencial a un máximo de dos periodos (dos mandatos de 7 años cada uno), pero el artículo 155 establece que esta nueva disposición se aplicará a partir del 2014, lo que le hubiera permitido a Bashar al-Assad estar 16 años más en el poder.

En Marruecos, el rey Mohamed VI promovió un referéndum el 1 de julio de 2011 para ‘consolidar los pilares de una monarquía constitucional, democrática, parlamentaria y social’ que sustituya a la Carta Magna de 1996. La reforma aprobada masivamente por los marroquíes (98,5% con una participación electoral de más del 72%) aumenta los poderes del primer ministro, que será elegido de la lista más votada en las elecciones y no directamente por el monarca. Las elecciones del mes de diciembre de 2011 dieron la victoria al partido religioso Justicia y Desarrollo (PJD) con 107 escaños (incluidas16 mujeres). En segundo lugar, aparece el histórico Partido del Istiqlal (PI) con 60 escaños y en tercer lugar, la Reagrupación Nacional de Independientes (RNI) con 52 escaños, sobre un total de 395 escaños. El PJD enfatizó claramente que su tendencia sería más hacia una política centrista, aunque islámica, y que no promovería la adopción de un modelo fundamentalista radical.

Las reformas no se limitaron a los países afectados por las manifestaciones, sino también –aunque superficialmente– a las monarquías del Golfo. En los Emiratos Unidos Árabes, se convocaron comicios para elegir la mitad de los miembros del Consejo Nacional Federal (Parlamento) de los Emiratos Árabes Unidos, pero con la participación de tan sólo 130.000 electores, de alrededor de un millón de ciudadanos, lo que representa menos del 20% de la población con derecho a voto.

Los votantes debían elegir entre los 367 hombres y 83 mujeres que se habían presentado como candidatos a los veinte escaños en juego, ya que los otros veinte miembros del CNF son designados por la monarquía. Además, en los Emiratos viven casi ocho millones de extranjeros, que tampoco están llamados a participar en los comicios. El Consejo Nacional Federal está compuesto de cuarenta escaños, de los cuales 16 son para los emiratos de Abu Dhabi y Dubai: ocho para cada uno. Los emiratos de Al Sharya y Ras al Jaima tienen seis bancas cada uno, mientras que los de Ayman, Fuyairah y Um al Qawain poseen cuatro.

3. El caso argelino

Las rebeliones en el mundo árabe no se iniciaron a finales del 2010. En Marruecos, el pueblo se levantó en 1981, 1984, 1990, 1994, 1999 y finalmente en 2011. De la misma manera, en Argelia ha habido cuatro grandes movimientos populares (1980, 1988, 2001 y 2011) en las tres últimas décadas, al igual que en Túnez o en Egipto. Todos estos movimientos terminaron por fracasar de una u otra forma. Lo que cambió con las actuales manifestaciones es, por una parte, el desarrollo de las comunicaciones y, por la otra, la decisión del mundo occidental de no respaldar, salvo excepciones como las monarquías del Golfo, a los regímenes autoritarios.

Después de Túnez, Argelia fue el segundo país en conocer tanto inmolaciones como manifestaciones masivas, desde el 6 de enero del 2011, particularmente en los barrios populares, por la subida del precio de los alimentos básicos. Aunque las manifestaciones no lograron hacer tambalear al régimen, el gobierno argelino, sin embargo, emprendió una serie de reformas constitucionales y de decisiones políticas para calmar los levantamientos. El 3 de febrero se elimina el estado de emergencia, decretado 19 años antes durante la guerra civil del país,[14] y el 17 de marzo el presidente Bouteflika abre consultas con vistas a reformar la constitución.

La revuelta de Argelia se ha originado directamente a raíz de la suba de los precios de hasta un 30% en los productos de primera necesidad, como el azúcar y el aceite, que alcanzaron precios records desde 2008, al instar del aumento en diferentes partes del mundo de los famosos ‘motines de hambre’[15].

De igual forma, desde hace varios años Argelia se encuentra en un proceso de transformación dentro de su economía. El sector público era el encargado de generar hasta el 60% de los ingresos a principio de la década de los años noventa. Sin embargo, desde 1994 el Banco Mundial junto con el Fondo Monetario Internacional han llevado a cabo un programa de reformas económicas para disminuir la participación del Estado y permitir la apertura del mercado al sector privado, lo que ha hecho que varias empresas locales que antes tenían la protección del Estado, ahora tengan que competir –tal vez hasta en desventaja– con empresas privadas extranjeras.

Otro de los problemas importantes para la economía del país es el sector de hidrocarburos, que actualmente representa hasta un 66% de los ingresos fiscales, un 25% del PIB y el 97% de las exportaciones[16], lo que pone al Estado a merced de las fluctuaciones y del negocio tan incierto del petróleo. En concreto, si bien Argelia suministra grandes cantidades de gas natural a Europa, por ser el cuarto exportador del mundo, esto lo hace más dependiente de un solo sector de la economía.

A pesar de las condiciones adecuadas para un levantamiento generalizado, las manifestaciones en Argelia fueron desorganizadas, violentas y poco concurridas. Las razones se encuentran en la propia historia del país.

En Argelia sólo unos centenares de descontentos que se han manifestado en las principales plazas han venido a pedir un cambio democrático; la mayor parte de ellos, jóvenes desempleados de una juventud que representa el 70% de la población del país[17]. A pesar de eso, estas protestas juveniles no han conseguido unir a la sociedad y cuajar el movimiento. Además, su carácter violento ha conllevado a la propia población a desconfiar de los verdaderos objetivos de las manifestaciones. En efecto, los saqueos de tiendas y viviendas por parte de los manifestantes provocaron una fuerte reticencia de la población civil hacia el movimiento contestatario.

Por otra parte, el recuerdo de la guerra civil de los años noventa que conllevó la muerte de más de 150.000 personas y que se originó precisamente a raíz de un levantamiento violento y que derivó en el triunfo del Frente Islámico de Salvación en las elecciones legislativas de 1991, está tan presente en todas las mentes como para evitar regresar a una situación similar.

Sin embargo, a pesar de las condiciones objetivas para una explosión popular, el manejo inadecuado de las manifestaciones también provocó una ausencia de participación de las masas. La reunión en la Plaza de los Mártires de la capital del país, convocada el sábado 12 de febrero de 2011, fue muy poco concurrida primero, porque no partió de una explosión popular. Además, a pesar de la presencia del presidente de la Liga por los Derechos Humanos de Argelia, la fuerte influencia del partido de la Reunión para la Democracia y la Cultura, representante de los intereses de la minoría bereber de Kabilia, desvirtuó los objetivos del movimiento, que fue interpretado más como parte del proceso de reivindicaciones de los bereberes que como la voz del pueblo, ya que en el año 2001 la Kabilia se levantó contra el gobierno central para exigir derechos culturales.

El otro elemento diferenciador del proceso argelino es el rol del ejército, ya que –contrariamente a la situación de Túnez, en donde la policía es más numerosa que el cuerpo castrense, o en Egipto, en donde los servicios de seguridad del país se encuentran separados de las fuerzas armadas– en el país magrebino el ejército domina a la policía y la Seguridad Militar es el cuerpo más temido de control nacional.

iii. El ejército en la vida política

El ejército argelino (Armée Nationale Populaire o Ejército Nacional Popular), compuesto por los mandos de las fuerzas terrestres, navales y aéreas, además de la Defensa Aérea del Territorio (DAT), está bajo el control directo del jefe del Estado, quien es constitucionalmente el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y además Ministro de la Defensa. Con 300.000 soldados, 150.000 reservistas, 60.000 miembros de la Gendarmería Nacional y un cuerpo de elite de 5.000 guardias republicanos, es uno de los ejércitos más numeroso de la región.

En 2010, el presupuesto militar absorbía el 3,3% del Producto Interno Bruto del país, es decir, más de tres mil millones de dólares. Desde la independencia argelina, la Unión Soviética fue su principal proveedor de armamento, pero con el derrumbe de la Guerra Fría, Argel buscó diversificar sus fuentes hacia los Estados Unidos, China y África del sur. A pesar de esta búsqueda de nuevos proveedores, en el 2006 el gobierno de Abdelaziz Bouteflika firmó un acuerdo militar importante con Rusia, contrariamente a la línea seguida en la década anterior[18].

Por otra parte, el país tiene la capacidad de fabricar cierto tipo de armamento, desde municiones hasta navíos de guerra, como Corvetas o Fragatas, y carros blindados. A partir del año 2000, el ejército argelino inició un proceso de profesionalización que busca adaptar el antiguo modelo soviético y revolucionario a las exigencias de las guerras modernas y de los estándares existentes en Europa o en Estados Unidos o también en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), tratando de esta manera de tener una preparación que le permita integrarse a la estructura de defensa de la Alianza en el Mediterráneo.

El papel del Ejército Nacional Popular en la vida del país no ha logrado definirse claramente, incluso durante la guerra de independencia. La discusión sobre la prioridad de la política o de lo militar se ha iniciado en el Congreso de la Soummam de 1956[19] y sigue vigente. A pesar de que hace más de medio siglo que se decidió darle prioridad a la política, es decir, al Frente de Liberación Nacional, tanto el Ejército de Liberación Nacional durante la revolución argelina como el ANP posteriormente han tenido una injerencia permanente en los asuntos políticos.

Durante la revolución argelina, la pugna entre el sector político y el militar fue constante. Incluso varios coroneles se reunieron el 12 de noviembre de 1958 para derrocar al Gobierno Provisional de la Revolución Argelina (GPRA): Nouara, Belhouchet, Salah Soufi, Aouchria, Ahmed Draïa, Chouichi Laïssani y Mohamed Chérif Messadia bajo la presidencia de Lamouri Mohamed[20]. A pesar del fracaso de la conspiración y de las sanciones posteriores[21], varios de los responsables gozaron de una amnistía en 1960 y hasta lograron puestos claves en el periodo independentista, como es el caso de Belhouchet o Chérif Messadia.

El enfrentamiento entre el ala castrense y el ala política no terminará durante este periodo. “La creación del GPRA el 19 de septiembre de 1958, del Consejo Interministerial de Guerra (CIG) y del Estado-Mayor General (EMG) el 18 de junio de 1960 profundizarán aún más el conflicto.

El 27 de agosto de 1961, después de la reunión del CNRA (Consejo Nacional de la Revolución Argelina), Benkhedda reemplaza a Ferhat Abbas en la dirección del GPRA y el conflicto con el EMG se agudiza. En el mes de febrero siguiente, el CNRA ratifica los acuerdos de Evian y la liberación de los ministros detenidos. Del 4 al 7 de junio de 1962, el CNRA se reúne en Trípoli, pero no logra terminar sus actividades y la crisis interna toma una amplitud gravísima. Los adversarios del EMG crean un comité inter-wilaya[22]. El 3 de junio de 1962, el gobierno degrada el EMG, pero el presidente Ben Bella no acepta la medida (…) Del 20 de agosto al 5 de septiembre la crisis vuelve a estallar y Boudiaf[23] renuncia al Buró Político. Es Ben Bella quien será llevado al poder por el ejército”[24].

Los acontecimientos durante la revolución y luego de la independencia estarán marcados por una presencia a veces directa y otras veces más discreta del ejército en la vida política del país, aunque durante la presidencia de Houari Boumédiène su papel tendrá un perfil más bajo. La injerencia militar en la vida política nacional argelina fue así permanente tanto durante el periodo revolucionario como en la vida independiente del país. De este modo, el disfuncionamiento del sistema político nacional no se debe a los hombres que lo han encabezado, sino a sus propias estructuras[25].

La exigencia de un cambio del sistema de poder “no proviene (…) ni de un capricho intelectual ni de una fascinación hacia las brillantes teorías importadas. Tiene su fuente, en realidad, en la constatación de la impotencia del sistema actual de resolver las crisis nacidas en su seno o en su periferia y su incapacidad para aportar soluciones a los grandes problemas generados por el desarrollo de la sociedad”[26].

En su prefacio a la obra de Mesbah, Abdelhamid Mehri se centra en tres grandes temas que constituyen la esencia de la crisis argelina: el papel del Ejército Nacional Popular, el rol de la Seguridad Militar y la naturaleza misma de la función pública en la conducción de los asuntos del Estado y de la sociedad. Así, la confusión de los papeles entre partido y ejército –y sobre todo la injerencia permanente de la Seguridad Militar en la vida nacional– han creado un sistema disfuncional que está en la base de la crisis actual. Desde la independencia de Argelia, el ejército nacional se asumió como el heredero natural de la lucha independentista, desvirtuando un movimiento popular de resistencia contra la ocupación y convirtiéndolo en una guerra entre un ejército popular contra las fuerzas francesas.

La injerencia del ejército en la vida nacional se debió también a las distintas crisis que sacudieron al país desde la independencia. La crisis del verano de 1962, cuando el movimiento secesionista berebere estalló, o el conflicto con Marruecos del año 1963 permitieron al ENP tomar un papel central en la política nacional. Nuevamente el golpe de Estado del 19 de junio de 1965, la crisis de sucesión de Houari Boumédiène en 1979, el freno al proceso democrático en enero de 1992 y la lucha contra el terrorismo o la represión de los actuales movimientos de masas han permitido dotar al ejército de poderes metaconstitucionales, que ha ejercido para consolidar su papel como árbitro de la política nacional. El uso del ejército en la eliminación de cualquier oposición al Estado justificó su permanencia como un actor central del poder[27].

Todas las tentativas que buscaron definir el rol del ejército en ‘el papel’, como fue el caso durante la elaboración de la Constitución de 1989, no lograron ningún impacto en la práctica. Algunos piensan que el papel del ejército fue reducido con límites razonables durante la gestión del presidente Houari Boumédiene y efectivamente fue el caso, pero fue una excepción a la regla. Los límites impuestos al ejército durante este periodo se deben más al peso del hombre y a su carrera política personal que a la propia naturaleza del régimen. Sin embargo, hablar del papel político del ejército en las condiciones actuales es exagerar los poderes de esta institución que, por su estructura y sus órganos, no puede tener un rol político directo y autónomo sin los servicios de la Seguridad Militar[28].

En efecto, desde su propio nacimiento durante la guerra de liberación nacional, los servicios de inteligencia militares han tenido un papel decisivo en todos los procesos políticos nacionales, aunque generalmente ocultos. Esto explica la eliminación temporal del poder del responsable de la Seguridad Militar, Zerhouni, durante la crisis de sucesión de 1979 y su envío a la embajada argelina en México, hasta su rehabilitación y su regreso a la vida política nacional como Ministro del Interior[29] durante el conflicto armado de la década de los años noventa.

El primer responsable de la inteligencia militar durante la guerra independentista, Abdelhafidh Boussouf, buscó, a pesar de las condiciones de clandestinidad y de la lucha armada, imponer la prioridad de la política sobre lo militar. Sin embargo, el régimen de partido único impuesto por el golpe de Estado de 1965 utilizó ampliamente los servicios secretos para consolidar su poder y eliminar a los oponentes políticos. Nuevamente, con la suspensión del proceso democrático y la lucha contra el terrorismo, la Seguridad Militar[30] se convirtió en el instrumento decisivo de la acción represiva que le permite hasta la actualidad ser un elemento central de la política oculta gubernamental.

Durante sus dos primeros mandatos, el presidente Bouteflika buscó consolidar el poder civil sobre el militar con la profesionalización del ejército, el retiro anticipado de los altos oficiales y la promoción de hombres nuevos, cercanos al jefe del Estado. Sin embargo, las manifestaciones en la Kabilia entre abril del 2001 y el año 2002 no solamente van a conllevar el descrédito del gobierno sino también del ejército, que nuevamente actúa por encima de la ley. De nuevo, con las manifestaciones del año 2011 y la desestabilización regional, las fuerzas castrenses regresan al primer plano de la política argelina.

iv. La amenaza terrorista

El papel activo del ejército tiene su origen en el propio desarrollo de la revolución argelina, pero la emergencia de la actividad terrorista en el país, a raíz de la suspensión del proceso democrático en enero de 1992[31], le permite retomar un peso que la Constitución de 1989 parecía haberle quitado.

Desde 1992, el terrorismo se había convertido en el segundo factor de inestabilidad política del país, pero su emergencia y el fracaso del proceso democrático tienen sus raíces en la lógica histórica del país. La ausencia de un pacto social nacional en Argelia por la imposibilidad de unir los distintos intereses, en particular los de la minoría kabil, favoreció el surgimiento de un Estado autoritario durante varias décadas que fue luego sustituido por el discurso islamista, lo que permitió precisamente el triunfo del Frente Islámico de Salvación en los comicios de diciembre de 1991. “El nacionalismo argelino fue un vehículo de comunicación, no un proyecto social”[32]. El autoritarismo, en particular durante la era Boumédiene, no logró crear un verdadero Estado con un proyecto nacional, sino un aparato burocrático estatal y un divorcio entre el Estado y la sociedad. Por otro lado, el discurso religioso vino a llenar un vacío ideológico, pero sin proponer la emergencia de una verdadera sociedad civil.

La victoria del Frente Islámico de Salvación fue una respuesta de la sociedad civil, que –aunque dividida– lanzó un mensaje al autoritarismo del Frente de Liberación Nacional. Sin embargo, la suspensión del proceso democrático y la violencia que resultó de la prohibición del FIS destruyó las endebles bases del Estado y restauró el autoritarismo que la elección de Liamine Zéroual en noviembre de 1995 y las de Abdelaziz Bouteflika en 1999, en 2004 y nuevamente en 2009 no lograron enmascarar.

La resistencia armada del FIS a través del Ejército Islámico de Salvación[33] pronto derivó en un enfrentamiento entre los diversos grupos integristas, como el Grupo Islámico Armado, que más que combatir al Estado se enfocó en aterrorizar a las comunidades partidarias del FIS. La guerra entre los propios militantes islamistas y la violencia de los atentados llevó al movimiento fundamentalista a decretar una tregua en el verano de 1997 y respaldar al propio gobierno en su lucha contra los militantes del GIA.

Los atentados del 10 y 11 de abril de 2007 en Marruecos y en Argelia replantean la problemática islamista en el Maghreb, después de casi 5 años de paz relativa. En efecto, en el último país no se había vuelto a oír el ruido de las explosiones de los atentados desde el año 2002 y todo permitía pensar que el desmembramiento de las redes terroristas en el norte del continente africano se había logrado eficazmente.

Sin embargo, una lectura más detenida de los últimos acontecimientos en el Maghreb hubiera permitido detectar los cambios en la organización de los grupos radicales locales. Desde la ruptura en 1998 del Grupo Islámico Armado (GIA) en dos ramas y el nacimiento del Grupo Salafista para la Predicción y el Combate, el movimiento islamista estaba orientándose hacia un mayor radicalismo. En 2006, el anuncio del GSPC de unirse con la dirección de Al-Qaida dejó ver claramente el nuevo rumbo de los grupos radicales.

A lo largo del año 2006, el Grupo Salafista argelino logró aglutinar alrededor de su estructura a todos los movimientos islamistas maghrebinos (Marruecos, Libia, Túnez, Mauritania y Argelia) para conformar el nodo occidental de Al-Qaida, después de la base central en la frontera entre Afganistán y Pakistán, y responsable de las acciones en Asia Central y de la conexión iraquí, que se disemina a través del Medio Oriente y de Al Qaida de la Península Arábiga (AQAB), que se creó en enero del 2009. Para fines de enero del 2007, el GSPC y las demás organizaciones afines,se autodefinieron como Al Qaida del Maghreb Islámico (AQMI), para retomar las olas de atentados que han ensangrentado al país en los últimos años.

Las distintas reuniones de los servicios de inteligencia de la región con las autoridades norteamericanas no lograron diseñar estrategias concretas para detener el crecimiento del movimiento. Con los atentados del 10 y 11 de abril de 2007, el terrorismo regresa con más fuerza en el Norte de África. El primer atentado en Argelia golpeó la sede del gobierno, en pleno corazón de Argel, mientras que la segunda explosión fue contra una comisaría de policía cerca del aeropuerto. La información difundida por la red Al Qaida después del atentado dejó entrever la posibilidad de otros golpes en la región, como fue el caso de los atentados posteriores en la zona berebere o en 2011 en Marrakech, Marruecos. La estrategia global de Al-Qaida para esta región es el derrocamiento de los gobiernos vistos como ‘colaboracionistas’ o infieles.

La nueva situación en Argelia hizo renacer las pesadillas pasadas durante la década sangrienta de los años noventa. Las promesas del presidente Bouteflika de erradicar al terrorismo parecían haberse cumplido desde 2002, cuando se registró el último atentado en el país. Su primer mandato (a partir de 1999) se centró en el restablecimiento de la paz para, a partir de su reelección (muy cuestionada por varios sectores de la oposición) en 2004 y luego en 2009, dedicarse a las reformas económicas y sociales.

Lo que se había visto como una victoria contra el terrorismo (que le permitió imponerse para un segundo y un tercer mandato) se derrumba con las acciones violentas del 11 de abril. Los proyectos de diversificación de una economía dependiente de los hidrocarburos y la puesta en marcha de un sistema bancario moderno y de las privatizaciones para atraer los capitales extranjeros, pueden ser cuestionados por el reinició de la violencia y la marginalización de grandes sectores de la población lo que provocó los estallidos de enero del 2011.

El presidente Bouteflika, que se impuso en unas elecciones poco aceptables por haber derrotado al terrorismo, se ve el día de hoy cuestionado seriamente por los movimientos populares, que han tomado la iniciativa no solamente en Argelia sino en toda la región.

v. Un nacionalismo mal logrado

“Argelia, alguna vez, un ejemplo del nacionalismo radical del Tercer Mundo, ha caído en la violencia política. Centenares de personas mueren cada semana (durante la década de los años noventa) en una lucha sangrienta entre un régimen militar impopular que utiliza medidas represivas y una oposición islamista, que una gran parte de ella se ha orientado a un terrorismo vicioso para conseguir sus objetivos”[34].

Para entender tanto las crisis políticas nacidas del fracaso legislativo de diciembre de 1991 como del irredentismo berebere y los movimientos sociales actuales, debemos revisar la construcción del Estado nacional argelino y en particular el discurso nacionalista.

Incluso desde antes de la independencia, la temática nacionalista fue una constante en los discursos de los precursores del movimiento independentista, como Ben Badis o Messali Hadj. Pero el conservatismo de los Ulama de la Salafiya se vuelve más claro después de 1962. Se expresa tanto en la oposición de la clase media liderada por Al-Ibrahimi contra el gobierno de Ben Bella como en la ideología del grupo fundado en enero de 1964, la Jamiyat al-Qiyam al-Islamiya (la Asociación para los Valores Islámicos). Al-Qiyam no era tan anti-Ben Bella, en la medida que algunos de sus miembros colaboraron con su régimen, sino estaba en contra de la izquierda modernizante y marxista que intermitentemente tenía una influencia en él, en particular en la elaboración de la política y la doctrina del socialismo argelino. Así, el movimiento de los Ulema será una combinación de cuatro elementos: la hostilidad contra el Occidente y especialmente el pensamiento marxista; un conservadurismo social (particularmente en lo referente a la familia, a la moral sexual y a la posición de la mujer y sobre todo en la defensa de la propiedad privada); la hostilidad a nombre del ideal pan-islámico al nacionalismo; y una fuerte orientación al Mashriq como fuente de valores y de ideas. Tolerado inicialmente como contrapeso al secularismo de izquierda, fue perseguido por el régimen de Boumédiène cuando públicamente denunció al presidente Nasser por la ejecución de Sayyid Qutb en agosto de 1966 y sus actividades prohibidas y fue disuelto por decreto en 1970[35].

La imposición burocrática boumédienista y la Carta Magna de 1976 parecían haber resuelto el problema –o por lo menos haberlo reducido con un planteamiento global de la identidad argelina, pero que no reconocía los valores kabiles. La crisis de sucesión de 1979 y el resurgimiento de la cuestión berebere vuelven a plantear la idea nacionalista y la misma conformación del Estado argelino.

Argelia aparece como un modelo de auto-afirmación, de independencia y de un socialismo constructivo en el mundo árabe. En los años ochenta, sin embargo, bajo la presidencia de Chadli Bendjedid, el viejo modelo de dependencia con Francia empieza a reaparecer, conjuntamente con una política más orientada al mercado internacional. Como parte de una política que buscó debilitar la vieja tendencia nacionalista del FLN, el presidente Bendjedid promovió el desarrollo de las ‘identidades políticas’ islámicas y beréberes. En los noventa, en manos de los radicales islamistas, Argelia sufre un colapso y cae en un caos incomparable y mucho más terrible que el ataque terrorista contra el World Trade Center y el Pentágono de 2001. Pero esta aparente confrontación entre el Islam político y el secularismo es compleja y moralmente ambigua dada la oposición del ejército a aceptar la victoria del Islam político en las elecciones de 1991/92[36].

Los desastrosos 13 años de la presidencia de Chadli Bendjedid, que logró envenenar con la politización de la cuestión cultural, como medio de desviar la atención de los problemas sociales y políticos, fueron el preludio a las actuales crisis tanto religiosas como étnicas y sociales del país.

Con la politización de la problemática cultural, se acentúo la pugna entre las diversas identidades culturales, en lugar de buscar la creación de una identidad común argelina. Sin embargo, desde mucho antes se había acentuado esta división cultural[37]. También el levantamiento kabil de 1963 agudizó la rivalidad entre las dos concepciones de identidad cultural: la árabe versus una más integradora que podía resolver las cuestiones de las minorías étnico-culturales. Cuando en 1980 se da la ‘primavera berebere’[38], el planteamiento abarca a todas las comunidades no árabes del país, que no cuestionaban el fondo islámico de la identidad nacional sino el discurso panárabe, aunque desde el cambio constitucional de la década de los años noventa, el gobierno argelino ya reconocía la doble identidad del país, dejando de lado el viejo énfasis en la ‘arabidad’ de la nación argelina.

Desde la independencia de Argelia, se había puesto el énfasis en la idea de una nación ‘árabo-musulmana’, en donde las culturas minoritarias pero preislámicas eran excluidas. Esta idea no nació, sin embargo, en 1962. Tenemos que recordar que Abdelhamid Ben Badis, líder de la Asociación de los Ulema y del movimiento reformista (Islah), ya planteaba desde 1931 este carácter étnico (árabe) y religioso (musulmán) de la sociedad argelina. Con esta posición, el mismo movimiento de liberación nacional argelina excluía a los demás grupos (franceses, judíos, turcos) y sobre todo a los kabiles del proyecto nacional.

Frente a este discurso de la arabidad, los bereberes levantarán (aunque durante la guerra de liberación nacional la Kabilia sería el principal bastión de la resistencia) su propia concepción antagónica, el berberismo, con énfasis en su idioma, el Tamazigh. Con estos dos planteamientos, la problemática cultural argelina enfrentaba desde su nacimiento un problema irresoluble. Con la fundación en febrero de 1989 del partido Rassemblement pour la Culture et la Démocratie (RCD), el movimiento berebere rebasa la reivindicación solamente lingüística hacia una opción secularista, pero abarca dentro de su visión berebere a todos los grupos no árabes, que difieren radicalmente de la cultura kabil, aunque sean también habitantes originarios del país, como el caso de los Shawiya de los Montes Aures o de los Tuaregs del Sahara. Al encabezar las manifestaciones de los sábados en Argelia, que iniciaron el 12 de febrero del 2011, el RCD le dio un tono cultural al movimiento popular, aislándose de la mayoría de la población.

La cuestión berebere tendrá, durante los dos primeros mandatos del presidente Bouteflika, un aumento de la tensión. Desde su primera elección, el mandatario argelino, en una visita en Kabilia, declaró, por la alta tasa de abstencionismo de la zona (95%), que de lejos veía a los dos partidos dominantes de la región (el Frente de las Fuerzas Socialistas y la Reunión para la Cultura y la Democracia) muy grandes, pero de cerca eran solamente enanos. Con discursos de esta naturaleza, cualquier acercamiento entre el Gobierno y la oposición berebere era inaceptable.

En efecto, la ‘política de concordia nacional’, anunciada el 2 de septiembre de 1999 durante la visita de Bouteflika a Tizou Ouzou, fracasa. Su anuncio de que el Tamazigh podía solamente ser una lengua nacional pero no oficial, por vía de un referendo, lleva a la población a apedrearlo. Este incidente es el preludio al estallido del 2001, la ‘primavera negra’. El nacimiento de un movimiento político, los Arouch o tribus, encabeza el levantamiento, a pesar de las acusaciones del gobierno argelino de la existencia de una ‘mano extranjera’ detrás del movimiento. La trágica represión (126 muertes y miles de heridos[39]) presiona el gobierno y Bouteflika debe retractarse de su declaración de 1999 sobre un referendo para otorgar al tamazigh el estatuto de lengua nacional pero no oficial, como los manifestantes reclamaban.

Nuevamente las elecciones del año 2002 y las presidenciales del 2004 son boicoteadas por los kabiles, debido al llamado de los Arouch, convertidos en la principal corriente reivindicatoria de Kabilia y una fuerza política dominante. Este fenómeno se repite en las elecciones del 2009 por el fuerte abstencionismo en el país, no obstante los anuncios triunfalistas del gobierno. A pesar del optimismo generado después de la Plataforma de El Kseur en el sentido que el gobierno podría aceptarla, incluida la reivindicación del tamazigh, unos días antes del referendo de reconciliación nacional en el 2005, el presidente argelino, en un discurso dado en la ciudad de Constantina, al este del país, declara que “no existe ningún país en el mundo que tiene dos lenguas oficiales y esto nunca será el caso de Argelia en donde la única lengua oficial, consagrada por la Constitución, es el árabe”[40].

La desafortunada declaración que se olvida de los casos de Canadá, India, Suiza, Israel, África del sur, Tanzania, República Democrática del Congo, etcétera, conlleva nuevamente un abstencionismo de más del 95% de los kabiles.

La cuestión berebere ha adquirido, después de la violencia islamista de la década de los años noventa, una mayor actualidad con la primavera de Kabilia del 2001. En este año, una manifestación berebere termina con la muerte de casi un centenar de personas y 2000 heridos. Sin embargo, la comisión Issad (del nombre del jurista encargado de investigar los hechos) fue determinante en su reporte del 8 de enero siguiente, cuando su veredicto condena “la libertad que muchos agentes del Estados se toman frente a la ley y muestra su falta de respeto de la cultura de la responsabilidad”[41].

Los resultados de la comisión desatan nuevamente las marchas para reivindicar la aplicación de la ley y de la Plataforma de El Kseur. La cuestión kabil parecía resolverse con el nombramiento de Ahmed Ouyahia, el mismo berebere, como primer ministro en el 2003. Sin embargo, su acercamiento fue simplemente una maniobra encaminada a preparar la elección presidencial del 2004. Además, la decisión en julio del 2005 de autorizar elecciones solamente en la zona ‘rebelde’ fue duramente criticada por considerarse una decisión encaminada a crear ‘reservas indígenas’. Tanto el RCD como el FFS atacaron la medida que buscaba dividir el movimiento berebere. Así, después de cuatro años del uso de la represión, a partir de enero de 2005, el gobierno optó por la negociación con los delegados de los Arouch (comités tribales o de aldeas). Al término del diálogo, el gobierno se comprometió a llevar a cabo la Plataforma de El Kseur, el manifiesto de junio de 2001, pero ello no logró concretizarse.

Con la presencia del RCD en las manifestaciones del 2011, se replantea la cuestión berebere en un movimiento que debería ser la expresión del descontento popular.

Aunque las condiciones económicas y socio-políticas en Argelia son similares a las de sus vecinos, su proceso histórico es diferente, lo que conlleva a que los movimientos de reivindicación actuales tengan desenlaces diferentes.

En primer lugar, el rol del ejército en la vida nacional y su vinculación con la Seguridad Militar, eje del poder, es fundamental para entender el peso castrense en los acontecimientos argelinos y la poca probabilidad de una división del poder, como ocurrió en Túnez o en Egipto.

Por otra parte, la dolorosa experiencia de la década de los años noventa quedó en la memoria colectiva como un trauma que no puede repetirse. Al inicio de las manifestaciones de enero de 2011, la violencia de los jóvenes y los saqueos de tiendas populares llevaron a la población a condenar el proceso y no participar en las siguientes marchas, que además fueron mal planeadas.

La presencia a la cabeza de las marchas de los sábados de movimientos bereberes desvirtuó su naturaleza y permitió al Estado retomar el espectro de la reivindicación separatista para aislar a los manifestantes.

4. La segunda Primavera Árabe

Al iniciarse el año 2019, nuevamente la Primavera Árabe retoma fuerzas, pero en otros países como Argelia, Sudán y Líbano. Las mismas causas están detrás de los levantamientos: fraudes electorales, élite política corrupta, crisis económica, desempleo, etc.

En Argelia, el 16 de febrero de 2019 manifestaciones esporádicas sacuden el país para protestar contra la candidatura de Abdelaziz Bouteflika a un quinto mandato y luego contra su propuesta, rechazada también por el ejército, de mantenerse en el poder en el marco de una transición que le permitiera poner en marcha reformas. Este movimiento, conocido como Hirak,[42] se amplia y los contestarios reclaman la creación de una Segunda República y la salida del poder de toda la élite política del país. Las manifestaciones, a pesar de la renuncia del presidente Bouteflika el 2 de abril de 2019, van a continuar con el objetivo de obtener una transición política, un presidente y un gobierno de consenso, propuestas rechazadas por el ejército con el argumento de su inconstitucionalidad y factor de inestabilidad para el país. También las fuerzas castrenses se oponen a una Asamblea Constituyente o a unas elecciones legislativas anticipadas y, sobre todo, a la salida de toda la élite política.

Sin embargo, el ejército encarcelara a varias figuras centrales del régimen, como la hermana del presidente, Saïd Bouteflika, y varios ministros, así como ex primeros ministros, como Ahmed Ouyahia y Abdelmalek Sellal, y la líder trotkista, Luisa Hanoune.

Finalmente, en diciembre de 2019 se llevan a cabo elecciones presidenciales que conllevan a la victoria del ex primer ministro, Abdelmadjid Tebboune, rechazado por los propios manifestantes.

La Revolución sudanesa inicia el 19 de diciembre de 2018 para protestar con la carestía, en especial el precio del pan, y seguirá hasta la caída del presidente Omar el-Bachir el 11 de abril de 2019, después de un golpe de Estado militar.

Las manifestaciones se inician en Atbara, al norte del país y se extienden paulatinamente a otras ciudades, como Dongola, Port-Soudan, El Obeid y finalmente a la capital, Jartoum, en donde los contestatarios se quedan día y noche frente al Cuartel General del ejército. A pesar de la represión por parte de las autoridades, que causa decenas de muertes y el toque de queda, los manifestantes logran quemar la sede del Congreso Nacional. El partido en el poder, el-Bachir, es derrocado, pero la junta militar que toma el poder anuncia su voluntad de mantenerse en él durante dos años, aunque el gobierno seguirá siendo civil.

Las manifestaciones contra las intenciones del ejército conducen, después de una mediación africano-etíope, a un acuerdo el 5 de julio de 2019 entre el movimiento popular y los golpistas para la formación de un Consejo de Soberanía compuesto de cinco militares, cinco civiles y un onceavo miembro escogido por consenso. Este Consejo debe asumir la transición democrática a través de un gobierno civil, hasta las elecciones en el 2022, primero por un periodo de 21 meses dirigido por un militar y posteriormente durante 18 meses, por un civil.

En el Líbano, es la revolución del WhatsApp la que logra el derrocamiento del primer ministro Saad Hariri, hijo de un ex primer ministro y uno de los hombres más ricos del país, asesinado el 14 de febrero de 2005, después de varios mandatos. El 17 de octubre de 2019, después de la decisión del gobierno libanés de incrementar los impuestos a la gasolina y al pan, pero sobre todo de cobrar un impuesto para las llamadas con las redes sociales como WhatsApp, se inician manifestaciones masivas en Beirut. Las reclamaciones serán las mismas que en Argelia o en Sudán: la salida de toda la clase política del gobierno, además de la cancelación de los nuevos impuestos. Por primera vez en la historia del país, el tema confesional fue dejado de lado e, incluso, una de las demandas fue un sistema laico para el Líbano.

Con estas protestas, el primer ministro Saad Hariri renuncia el 27 de octubre del 2019, dejando el cargo a Hassan Diab, que a su vez va a caer después de la explosión en el puerto de Beirut del 4 de agosto de 2020.

No solamente en Argelia, Sudán y Líbano se dieron manifestaciones. Irak e Irán también van a conocer la ira del pueblo. La Revolución Tishreen[43] en Irak se inicia, en realidad, a finales de septiembre del 2019 contra la corrupción y las políticas sectarias del gobierno. El 27 del mismo mes, el primer ministro iraquí, Adil Abdul Mahdi anuncia su renuncia, aunque ella no se hará efectiva hasta el 7 de mayo de 2020. El 1 de octubre las protestas estallan en Bagdad en la Plaza de la Liberación por el alto desempleo, los servicios básicos deficientes y la corrupción del gobierno, movimientos que se extenderán a todo el país muy rápidamente.

Si bien las manifestaciones se inician como una crítica contra el mal gobierno, las protestas se extienden contra la presencia norteamericana en la llamada Zona Verde[44] y, sobre todo, contra la injerencia iraní en la vida política del país. Los disturbios se tornan cada vez más violentos, con quemas de edificios públicos, ataques contra oficinas de partidos políticos, casas del ex primer ministro e incluso la quema del consulado iraní de Cadisía. El 3 de noviembre se da el asalto al consulado de Karbala y el 27 de noviembre incendian el de Najaf. Más aun, el 2 de noviembre del 2019 los manifestantes bloquean el puerto de Um Kasar, el principal de Irak, lo que afecta severamente las importantes de alimentos y el 19 de noviembre bloquean el segundo puerto más importante del país, Khor al-Zubair.

A la salida de Abdul Mahdi, es Mustafa Al-Kadhimi quien se hará cargo del puesto de primer ministro. Este último fue, entre 2016 y el 9 de abril de 2020, el responsable del Servicio de Inteligencia de Irak y principal responsable de las matanzas ocurridas durante las manifestaciones.

La Primavera Persa tiene raíces distintas de sus correspondientes árabes. Se da en un Estado muy controlado por el aparto religioso shiíta bajo la figura de Jamenei, sucesor de Jomeini, a la cabeza de Irán. Lo que incendiaron las manifestaciones del 15 de noviembre 2019 fue el aumento del 200% en los precios del combustible, pero rápidamente se extendieron a 21 ciudades como protestas contra el gobierno y el líder supremo Ali Jamenei. La respuesta gubernamental fue brutal con disparos desde tejados, helicópteros e incluso con ametralladoras. Aunque se desconoce el número de víctimas por la censura gubernamental, se calcula que más de 450 ciudadanos iraníes fallecieron.

La dificultad de la protesta en Irán se debió al cierre de Internet por parte del gobierno islamista, que bloqueo de esta manera las redes sociales e impidió tanto la generalización del movimiento como su extensión en el tiempo.

5. Conclusiones

La Primavera Árabe, que cumple diez años, no respondió a las expectativas de las masas que salieron a las calles en busca de un cambio radical en la región. Si bien se logró, en las dos fases, la caída de seis presidentes que se habían eternizado en el poder (Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Argelia y Sudán) y dos primeros ministros (Líbano e Irak), el cambio no se dio.

Salvo Túnez, que mantiene una insipiente democracia, a pesar del triunfo inicial de los movimientos islamistas, tanto en Argelia, como en Egipto y en el Sudán, son los militares los que confiscaron el poder directa o indirectamente. En Libia y en el Yemen, la guerra civil sigue asolando a los dos países. En el Líbano, Saad Hariri, que había renunciado al poder en el 2019, logró regresar en el 2020, después de la renuncia de su sucesor. En Irak, la salida del primer ministro permitió la instalación en el poder del ex responsable de la seguridad nacional del país, es decir, el principal responsable de la represión. La Primavera Persa no pudo sacudir al régimen iraní, que se atrincheró con una represión sangrienta contra las protestas.

En Bahréin, la revuelta popular fue aplastada por la entrada de las fuerzas saudíes con el beneplácito occidental, mientras que, en Siria, Bashar al-Assad logró consolidar su poder gracias a la intervención rusa y a la eliminación del Estado Islámico, principal amenaza al poder alauita.

Se puede decir que solamente en Marruecos y Jordania la población pudo obtener algunas concesiones, pero desde el poder y sin recurrir a las grandes manifestaciones callejeras. En efecto, las dos monarquías se adelantaron a los acontecimientos, promoviendo reformas constitucionales para reducir el poder del monarca y permitir un juego político más abierto.

Así, la Primavera Árabe queda inconclusa pero no vencida. Todavía en 2021, las manifestaciones han seguido, después de un 2020 dominado por la pandemia y la reducción de las protestas. Sin embargo, a pesar de la persistencia del coronavirus, las masas nuevamente han salido a la calle para insistir en sus demandas.

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Notas

1Salvador Giner. La cultura de la democracia: el futuro,Madrid, Ariel, 2000.

2 Idem, p. 114.

3Ignacio de Posada Montero. Ciencia Política, Madrid, Ediciones de la Plaza, 2002, p. 431.

4Andrés Mourenza e Ilya u: Topper. La democracia es un tranvia. El ascenso de Erdoğan y la transformación de Turquía, Madrid, Ediciones Península, 2019.

5 S/a. “Democracia e islam son compatibles y Turquía es ejemplo para el mundo árabe” en Diario del Alto Aragón, 06 de abril de 2011.

6 Idem.

7Abdennur Prado. El lenguaje político del Corán: democracia, pluralismo y justicia social en el Islam, Madrid, Editorial Popular, 2010.

8Javier Martín. Estado Islámico: geopolítica del caos,Madrid, Editorial Catarata, 2019.

9Akram Belkaid «Attentes sociales et peur du chaos en Tunisie » en Le Monde Diplomatique,núm. 58, enero de 2011, p.16.

10Raphaël Kempf « Racines ouvrières du soulèvement égyptien » en Le Monde Diplomatique, núm. 58, enero de 2011.

11Cfr. Moncef Marzouki. Dictateurs en sursis. Une voie démocratique pour le monde arabe, París, L’Atelier, 2011.

12S/a “Suiza revela las cuentas multimillonarias de los dictadores árabes” en El país.com, 16 de mayo de 2011, recuperado, el 11 de febrero de 2021, de http://www.elpais.com/articulo/internacional/Suiza/revela/cuentas/multimillonarias/dictadores/arabes/elpepuint/20110503elpepuint_2/Tes.

13Podemos recordar la reforma de febrero de 1990 al artículo sexto constitucional en la extinta Unión Soviética que anulaba los privilegios del Partido Comunista de la Unión Soviética para abrir las puertas a un sistema partidista, pero que derivó en el surgimiento de movimientos nacionalistas regionales en casi todas las repúblicas autónomas de la URSS, preludio a su desintegración.

14S/a “Una ola de cambio” en El País.Com, 23 de abril de 2011. Recuperado el 5 de febrero de 2021 de http://www.elpais.com/especial/revueltas-en-el-mundo-arabe/argelia/ .

15S/a “Por qué protestan los jóvenes de Argelia” en UnitedExplanation.Org,24 de abril de 2011. Recuperado el 5 de febrero de 2021 de http://www.unitedexplanations.org/2011/01/28/%C2%BFpor-que-protestan-los-jovenes-de-argelia-y-tunez/ .

16S/a “La rebelión de los hambrientos” en El Mundo en Línea,24 de abril de 2011. Recuperado el 20 de marzo de 2021 de http://www.elmundo.es/elmundo/2011/01/09/internacional/1294585202.html.

17Uno de cada 5 jóvenes en el país está desempleado según Flora Genoux “L’Algérie en manque d’opposition” en Le Monde, 19 de febrero de 2011.

18S/a “L´Algérie déroutel´Europe“ en Expression, 27 de marzo de 2006.

19El Congreso de la Soummam de 1956 buscó definir el papel del ELN (Ejército de Liberación Nacional, ALN por sus siglas en francés) y su relación con el FLN y dio prioridad a la cuestión política sobre lo militar sobre todo cuando se decidió crear el Gobierno Provisional de la Revolución Argelina (GPRA) como instrumento de negociación con las autoridades francesas en la medida que era muy claro que una victoria militar al estilo de Dien Bien Phu de Vietnam era inconcebible en Argelia.

20Boudjemâa Haichour “Matrice généalogique et fondement de l’État moderne” en El Moudjahid, 31 de octubre de 1998.

21Mohamed Lamouri, por ejemplo, será suspendido de toda actividad política o militar, degrado a un rango inferior y residencia obligada en Djeddah, Arabia Saudita.

22Interdepartamental o interestatal.

23Boudiaf regresará al poder como presidente de la República hasta 1992, para ser asesinado unas semanas más tarde por militantes del Frente Islámico de Salvación.

24Cfr. Haichour, Op. Cit.

25Mohamed Harbi. Le FLN, mirage et réalité. Des origines à la prise du pouvoir, París, Editions Jeune Afrique, 1980, p.52.

26Abdelhamid Mehri prefacio a la obra de Mohamed Chafik Mesbah. Problématique Algérie,Argel, Éditions Populaires, 2007, p.8.

27Cfr. Rémy Leveau. Le Sabre et le Turban — l’avenir du Maghreb, París, Ed. François Bourin, 1993.

28Mehri, Op. Cit., p.63.

29Secretario de Gobernación en el modelo mexicano.

30Cfr. Benjamin Stora. La gangrène et l’oubli. La mémoire de la guerre d’Algérie, París, Éditions La Découverte, 1991.

31Cfr. Yahia H. Zoubir “Algeria’s multi-dimensional crisis: The Story of a failed State-Building process”, The Journal of Modern African Studies, vol. 32, núm. 4, 1994, pp. 741—747, Cambridge University Press.

32Mohamed Harbi. L’Algérie et son destin — croyants et citoyens, París, Arcantère éditions, 1993, p.19.

33Cfr. Fawaz A. Gerges “The decline of revolutionary Islam in Algeria and Egypt” en Survival, Londres, 1999.

34Andrew J. Pierre y William B. Quandt “Algeria´s War on Itself “en International policy, vol. 22, núm.3, Verano de 1994.

35Hugh Roberts “North African Islamism in the blinding light of 9-11” (diciembre de 2003) consultado en Julio de 2007 en http://web.ukonline.co.uk/pbrooke/p&t/algeria/light#anchor382110

36Hugh Roberts.The Battlefield, Algeria 1988-2002. Studies in a Broken Polity, Londres, Verso Books, 2003, p.187.

37El presidente Ahmed Benbella, apenas liberado de la cárcel francesa, gritaba en el aeropuerto de Túnez: “somos árabes, somos árabes”, cuando el 20% de la población del país, por lo menos, se reconoce como berebere.

38La “primavera berebere” o ‘Thafsut Imazighen’ en amazigh, es decir en berebere.

39El número de muertos difiere mucho según las fuentes, pero las más objetivas giran alrededor de 100 a 140.

40Cfr. El Watan, 5 de julio de 2005

41Cfr. Libération,8 de enero de 2002

42Movimiento en árabe

43Tomado de https://iraqakhbar.com/2084791,el 21 de abril de 2021. Tishreen se refiere al mes de octubre en el calendario árabe, no religioso.

44La Zona Verde fue creada después de la invasión norteamericana a Irak en el 2003 para tener un área exclusiva para embajadas frente a los constantes atentados contra la presencia extranjera.

Recibido: 28 de Abril de 2021; Aprobado: 27 de Mayo de 2021; : 03 de Junio de 2021

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Profesor-investigador del Tecnológico de Monterrey (TEC). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT, Nivel 2. México.

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