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Relaciones internacionales

versão On-line ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.30 no.61 La Plata jun. 2021

 

Lecturas

El Sueño Chino: cómo se ve China a sí misma y cómo nos equivoca-mos los occidentales al interpretarla (2020)

Gabriel Salgado1 

1UBA / IRI- UNLP / UIBE

Rosales, Osvaldo. El Sueño Chino: cómo se ve China a sí misma y cómo nos equivoca-mos los occidentales al interpretarla (2020). 2020. CEPAL, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires: 242p. ISBN: ISBN: 978-987-629-979-4.

Este libro es la cristalización de las experiencias y el estudio que el autor realizó sobre China en dos marcos institucionales bien definidos. Por un lado, en el marco de la CEPAL, donde remarca que el ascenso de China como potencia económica y política fue detectado a mediados de la década de los años 2000, momento en el que su experiencia personal en intercambios académicos tuvo origen y lo llevó a visitar el país asiático en varias ocasiones. Y, en segundo lugar, como director general de Relaciones Económicas Internacionales, durante el gobierno del presidente Ricardo Lagos, en Chile, cuando le correspondió encabezar las conversaciones con China para evaluar un posible acuerdo de libre comercio entre ambos países.

En línea con su formación y producción, el desafío fundamental que enfrenta Rosales en su libro es el de comprender los fundamentos del proceso social y político que vive China para trazar posibles líneas de cooperación y diálogo interregional. Si bien el libro es un proyecto que se propone analizar el proceso chino, sus reflexiones están ancladas en América Latina. Las referencias a puntos de convergencia y divergencia están presentes a lo largo del libro, aunque en líneas generales el autor no propone un modelo a copiar sino un actor radicalmente diferente con el que se debe interactuar. Entiende que el conocimiento es la base de una interacción que arroje resultados positivos, sobre todo para América Latina.

El libro es un ensayo de divulgación general orientado a arrojar algunas líneas temáticas sobre las cuales pensar la relación con China. No tiene la sistematicidad de un proyecto de investigación consolidado, sino que arroja disparadores desde los cuales el autor supone que se puede pensar la China contemporánea y sus problemas, así como la relación del país asiático con occidente.

Lo más rescatable del libro es el análisis de la estructura económica china actual y sus deficiencias respecto al comercio y las negociaciones internacionales. En este tema, el autor refiere a datos actuales y discusiones pertinentes que están teniendo lugar hoy en día. Es una interpretación profundamente anclada en la tradición de la economía estructuralista, que de alguna manera se amolda a las instituciones chinas y da cuentas de posibles puntos de apoyo sobre los cuales construir una relación productiva con América Latina. El autor realiza un recorrido general por los procesos más importantes de la economía China en el siglo XX, haciendo especial énfasis en tres personajes que los encabezan: Mao, Deng y Xi.

En mi lectura, el libro define los errores más comunes que los Occidentales cometemos al interpretar China cometiéndolos él mismo. Si bien lo intenta, no logra dar una explicación puntual o productiva sobre qué piensan los chinos sobre sí mismos, sino que busca encontrar respuestas sobre qué deberíamos pensar los latinoamericanos a la hora de relacionarnos con ellos. Así, el problema más grande del libro es que no logra cumplir lo que promete. También cae en algunas interpretaciones sesgadas, por ejemplo, el sobredimensionamiento de la figura de Zhao Ziyang en la época de Deng (una figura paradigmática e importante desde la que Occidente pensó la posibilidad del cambio democrático en China, pero que en la misma China está suprimido de los currículos escolares y las discusiones académicas) o el rescate de la figura de Zhou Enlai como si fuera un personaje oculto por la historia (si bien Mao intentó reducir su influencia sobre el final de su vida, está reconocido y rescatado como uno de los héroes, poniendo paños fríos en la Revolución Cultural).

En líneas generales, intuye con gran atino intelectual que hay algo en la historia del último siglo que es relevante para entender la China de hoy y para entender su relación de conflicto con Occidente, pero la narrativa presentada en los cuatro primeros capítulos no aparece bien organizada ni demasiado original. Habla del “siglo de humillaciones” y de la época de los “tratados desiguales”, un período que narrativamente termina con el establecimiento de la República Popular. Esta es la línea discursiva oficial, aunque fue compartida tanto por militantes nacionalistas, como Chiang Kai-Shek o Sun Yat-Sen, como por los principales dirigentes del Partido Comunista Chino.

Más allá del resumen histórico, este capítulo pretende pintar una imagen de la estructura de la sociedad y los valores chinos. Las descripciones planteadas no sólo no son originales, sino que presentan graves errores. Particularmente la mención que el autor hace sobre las diferencias étnicas: “La información oficial reconoce 56 etnias, de las cuales solo las han, hui y manchú utilizan el mandarín; las restantes 53 cuentan con sus propias lenguas.” (26). Rosales no aclara que la diversidad lingüística no coincide con la diversidad étnica, sino que está más relacionada con cuestiones geográficas. No todos los han son hablantes nativos del mandarín ni todos los hui o manchúes saben hablar la “lengua hui o manchú”. Sin embargo, hoy en día (y a esto está refiriendo en el pasaje), todas utilizan el mandarín por imposición oficial. Sumado a esto, existen cientos (quizás miles) de dialectos que no guardan una relación directa con la etnia. La diferencia es importante y constituye uno de los ejes de la identidad nacional. China jamás se plantea como una unidad, sino que entiende las diferencias étnicas y las pone en práctica en distintas políticas (por ejemplo, existen regiones étnicas autónomas, algunas etnias minoritarias tienen beneficios adicionales respecto del acceso a educación, etc.). Además, hay dos cuestiones importantes en las que el libro comete errores importantes:

Una nota sobre la rigurosidad editorial y las publicaciones sobre China.

Primero: sobre la sensibilidad de la portada.

El libro tiene una portada atrapante. Al observador entrenado lo persuade rápidamente y esto tiene una razón muy simple: en su título, se apunta a nuestro desconocimiento colectivo sobre China, realizando una primera promesa: informar sobre en qué los occidentales “nos equivocamos” sobre ella. Lo más llamativo es que el título está impreso sobre lo que sugiere ser la famosa bandera del “Sol Naciente”, una insignia ligada a los valores y la historia japonesa y muy ligada a la experiencia de su imperio durante la Segunda Guerra Mundial. La Segunda Guerra Mundial en Asia fue catastrófica para China y el período de ocupación japonesa se recuerda aún hoy como uno de los capítulos más oscuros de su historia. Hasta este período pueden rastrearse los más profundos resquemores y tensiones que todavía hoy nutren la relación entre las dos economías más grandes de Asia oriental.

Lo cierto es que el libro en ningún momento alude a esta experiencia y el símbolo no es fundamental en el desarrollo de las ideas. A lo sumo, es una equivocación más que se le suma a la pila de errores editoriales que tiene. Aún si este símbolo fuera puesto adrede para simbolizar nuestras “equivocaciones”, es un símbolo que genera malestar y disgusto entre los propios chinos. El diseño quizás funcione para un público occidental, pero la rigurosidad basada en el respeto a las vivencias de otras sociedades son valores fundamentales que es necesario promover desde la tapa de un libro hasta el último de los conceptos que se analizan.

Resumiendo, la bandera del Japón conquistador sobre un título que alude al “Sueño Chino” y patrocinado por el logo de las Naciones Unidas completan una portada equivocada en lo que quiere transmitir y profundamente sensible al imaginario del país al que se intenta comprender.

Segundo: sobre el idioma chino.

Dominar el vocabulario y los textos sobre China es una tarea difícil. Aún conociendo los fundamentos del idioma, los intentos de alfabetizar los caracteres han cambiado con los años y todavía hoy está en disputa. El sistema de pinyin, apoyado por las autoridades de la República Popular China (y que se enseña hoy en los institutos Confucio de todo el mundo) no fue aceptado sino hasta 1979 por la Organización Internacional de Estandarización. Hasta los años 80 el sistema más popular era el Wade-Giles, adoptado a finales del siglo XIX. Como consecuencia, el lector desprevenido puede confundir palabras que se escriben diferente, pero significan lo mismo. Generalmente se utiliza el sistema Wade-Giles de romanización para los nombres de personajes históricos anteriores a la década del 80, porque es el sistema con el que fueron conocidos en occidente o en textos provenientes desde Taiwan, donde la adopción del sistema pinyin no es completa. Figuras como Sun Yat-Sen o Chiang Kai-Shek fueron conocidas con el sistema Wade-Giles y por costumbre se mantienen con esos nombres. Otros, como el mismo Mao, sufrieron la transformación (en este caso, de “Mao Tse-Tung” a “Mao Zedong”). Sumado a esto, en español se han transformado algunas de las palabras más usuales del sistema Wade-Giles como “Pekín” (en vez de Peking) o Nankín (en vez de Nanking).

Con algunos fundamentos del idioma y sobre todo con un ojo entrenado, navegar este universo semántico no presenta grandes dificultades. Generalmente los autores que escriben sobre China adoptan un criterio específico para romanizar y lo siguen a lo largo de su libro de forma expresa. Así lo hace la mayoría de los autores citados por Rosales (por citar un ejemplo, en On China (2012), Kissinger sigue el sistema pinyin excepto en aquellos personajes conocidos por el Wade-Giles). La falta de rigurosidad editorial que Rosales presenta en el libro es notoria y representa un profundo atraso en la edición de libros sobre China en Argentina, además de una falta de profesionalismo en la forma de presentar los textos. El problema no es menor, ya que les quita solidez a los argumentos y arroja dudas sobre el real conocimiento del autor y el editor en temas fundamentales, como la propia geografía del país, períodos de tiempo, elementos culturales y situaciones históricas. Haciendo un rápido y no exhaustivo racconto de estos errores encontré:

  • Cinco menciones a la ciudad de 天津escrito de tres maneras diferentes: tres veces siguiendo el sistema pinyin (Tianjin, 29, 100, 128), una vez siguiendo el sistema Wade-Giles (Tien Tsin, 31) y un invento editorial que se asume por contexto (Tianging, 176).

  • Ocho menciones a la ciudad de 广州 (Guǎngzhōu)también escrito de tres maneras diferentes: cinco veces con Sistema pinyin (Guangzhou), una vez siguiendo el sistema Wade-Giles (Cantón) y dos inventos editoriales (Guanzhu). Nótese que la falta de la “g” que puede atribuirse a un error de tipeo implicaría que en chino cambie su carácter y así su identidad.

  • Catorce menciones a la ciudad de 重庆 (Chóngqìng): trece con su denominación según pinyin (Chongqing) y una según la denominación Wade-Giles (Chung-King).

  • Dos menciones a ciudades que ya no existen, porque fueron absorbidas por la ciudad de 武汉 (Wǔhàn) (Wuchang y Hankou, que se presenta como Hankow).

  • Cinco menciones a la ciudad de Nanjing: tres como Nankín según Wade-Giles, una como Nanjing y una inventada: Nanging (176).

En algunos casos el error no dificulta la comprensión, pero en otros casos arroja un velo de duda sobre el trabajo editorial y el dominio geográfico general de los encargados de publicar el libro. Ni hablar de otros casos en los cuales es absolutamente imposible discernir de quién o qué está hablando el autor. Por ejemplo, en la página 55 se menciona a “Li Xiannim”, aparentemente una figura importante en la conducción de la economía cerrada. Sin embargo, la sílaba “nim” no existe en ninguno de los sistemas de romanización usados por el autor. Lo cierto es que 李先念 (Li Xinnian) es una figura no tan reconocida en occidente como para que el yerro apunte directamente a él.

Para terminar, en algunos casos la incomprensión editorial termina dando giros cómicos, como el hecho de llamar al tradicional juego de 围棋 (Wéiqí) “el wei” (165) o llamar a la autora Ang Yuenyuen por su nombre “Yuenyuen”, en vez de por su apellido “Ang” (trece menciones, por ejemplo, en página 204). El grado y la magnitud de los errores refleja un manejo muy pobre de la literatura sobre China y debería corregirse si a futuro se pretenden obtener textos más claros y comprensibles.

Los dos capítulos dedicados a Deng están basados en las ideas de Vogel (2011) y Bregolat (2011). En este tramo, el relato cobra mayor solidez, en parte porque hay voces menos fragmentadas y más detalle. El libro de Vogel presenta un relato historiográfico bien documentado y altamente citado a nivel internacional, aunque no es un relato sobre la historia de las ideas. Rosales busca una historia de las ideas para poder vincularlas al proceso que aparece después con Xi y se apoya en Bregolat para ello. Sin embargo, elige una cita que, sacada de contexto, presenta otra falta de rigurosidad: en la página 60 cita a Bregolat diciendo que “Deng buscaba neutralizar a la derecha del partido al ofrecerle las cuatro modernizaciones, y a la izquierda, con los cuatro principios (Bregolat, 2011: 22- 52)”. Esta cita aislada y, en teoría, apoyando sus postulados carece de rigurosidad. El autor nunca explica qué entiende él por derecha o izquierda y, lo que es aun más importante, tampoco entiende si los actores del proceso así se interpretaban. La izquierda y la derecha no son conceptos perfectamente trasladables y, en caso de utilizarlos, es conveniente definirlos. Como es sabido, en la China comunista la forma más efectiva de denigrar a un oponente era tildarlo de “tendencias derechistas” y las acusaciones obviamente iban hacia ambos lados.

Más adelante en el libro, el autor habla de la “nueva izquierda”. Lo que no queda claro es cuál es la relación entre la “izquierda” en la época de Deng y la “nueva izquierda” que plantea el autor después. Tampoco está claro si habría que hacer un vínculo entre la “derecha” de Deng y los “neoconservadores”. Lo que es más confuso incluso es que llama “derecha” al área más radical en las reformas e incluso les otorga un componente democrático e “izquierda”, al ala maoísta más dura. Más adelante en el libro revierte la tendencia y llama “neo izquierda” al ala más propensa a la democracia, aunque a la vez más restrictiva en lo económico. En general, hablar de “izquierda” y “derecha” en una sociedad tan distinta a la occidental, a mi entender, presenta más confusiones que aclaraciones, sobre todo siendo perfectamente definibles en sus propios términos.

La llegada de Deng implica una transformación y apertura gradual de la economía China bajo el liderazgo indiscutido del Partido Comunista. El autor menciona la transformación de las instituciones agrícolas que ordenaron la sociedad durante el maoísmo, particularmente la comuna y el sistema de precios, dos instituciones que serían fundamentales en la implementación de la reforma. Hay constantes menciones al “patriotismo” de Deng Xiaoping para soportar primero las humillaciones de Mao y luego la oposición interna del partido, así como una exposición de sus “ideales” transformadores. Desde su imposición sobre Hua Guafeng en 1982 hasta la masacre de Tiananmen efectivamente Deng logró sentar las bases de lo que sería el desarrollo económico chino sobre las bases de una economía híbrida, con sectores de mercado altamente competitivos. A partir de entonces el éxito de una gestión se mediría en términos de crecimiento económico. No hay una línea clara en el libro que explique las causales políticas de la Masacre de Tiananmen ni las transformaciones que provocó, aunque es claro que forma parte de una serie de avances y retrocesos en un proceso de apertura gradual con sectores altamente reaccionarios ante el cambio y una sociedad civil transformada desde sus raíces. Rosales explica que otra de las reformas importantes se dio en el mismo seno del partido, donde los líderes comenzaron a ser elegidos “meritocráticamente”. En tres páginas, da cuentas de las gestiones de Hu y Jiang. El mérito más grande del líder posterior a Deng (Jiang Zemin) fue ser efectivo y radical en su represión. También es cierto que no fue elegido por Deng, sino por la cúpula de un partido altamente dividido y en lucha facciosa y por encima de Hu, que fue designado a la sucesión para 10 años después.

El capítulo siguiente es, a mi entender, el núcleo del libro y el análisis más profundo y actual sobre la economía China. Haciendo uso de las herramientas teóricas y metodológicas de la economía estructuralista, el autor realiza un detallado análisis de las estructuras macroeconómicas y explica cuáles son aquellas que permitieron el desarrollo que se ha dado hasta el momento y cuáles serán las complicaciones a futuro.

En primer lugar, lo más destacable es que hasta la llegada de Xi Xinping el desarrollo chino estaba medido en términos de su crecimiento económico (entendido desde la evolución del PIB interanual). El desarrollo entendido en esos términos incentivó a la construcción masiva de infraestructura y al crecimiento de la industria en detrimento de variables clave como la variable medioambiental y otros aspectos directamente relacionados a la calidad de vida. Según Rosales, el futuro del desarrollo chino dependerá de cómo puedan transformarse en una sociedad de clases medias con una economía basada en el conocimiento y el uso de las nuevas tecnologías. La educación, la inversión en proyectos de investigación y desarrollo, y la promoción de la innovación son los pilares de la actual administración China.

Desde lo político, Rosales resalta el rol que los tecnócratas ubican dentro de las estructuras del partido y destaca el rol de la “campaña anticorrupción” que llevó a cabo Xi durante los primeros años de su gobierno (y que continúa atrayendo titulares de los principales diarios periódicamente). Al mismo tiempo es claro que la posibilidad constante de ser objeto de estas campañas han progresivamente disciplinado a los cuadros de los partidos más críticos y concentrado el poder en las manos del actual Secretario General del partido. La posibilidad de prolongar su mandato indefinidamente es sin duda una de las características innovadoras de la “era Xi”, así como un retorno a instituciones que no se veían en China desde el Maoísmo.

Por último, el autor destaca las problemáticas internacionales a las que enfrenta China: básicamente una paradoja que se presenta en los términos de ser un país “históricamente destinado” a un rol de importancia que necesita persuadir y convencer al resto del mundo de ceder o cooperar para destinarles ese lugar de importancia. El caso del declive de los Estados Unidos es también tratado extensamente por el autor y resume que el rol destructivo que la administración Trump ha tenido con las instituciones construidas por el liberalismo estadounidense ha sido aprovechado, en toda la medida que le ha sido posible, por la diplomacia china para ocupar las posiciones vacías dejadas por el antiguo hegemón.

El libro termina generando preguntas sobre el futuro de la guerra comercial, pero resaltando que China y los Estados Unidos han generado un nivel de interdependencia difícil de quebrar. Cualquier solución que otorgue un ganador será a un alto costo.

Para finalizar, considero que el análisis presenta de manera adecuada los beneficios económicos del desarrollo. A nivel social, esto implica una reducción significativa de la pobreza y un gran incremento en la capacidad de consumo de todas las clases sociales en china. Más allá de los aumentos sustanciales en los niveles de desigualdad, a nivel económico el proceso de reforma y apertura ha sido positivo. Sin embargo, el libro intenta arrojar un panorama sobre el futuro y las tendencias presentes no son alentadoras. Rosales considera que la llegada al poder de Xi en 2013 constituye una nueva fase en la consecución del “sueño chino” y, en líneas generales, es vista como positiva. En gran medida atribuye las fricciones que China tiene con Occidente al “desconocimiento” de su proyecto final o a cuestiones de coyuntura (la presidencia de Trump, por ejemplo). Sin embargo, no hay una mención clara sobre los avances que la administración de Xi ha tenido hacia un nuevo modelo de Estado autoritario, con restricciones cada vez más claras sobre los derechos civiles de sus ciudadanos. El “sueño chino” que el autor atribuye a figuras como Zhao Ziyang no se corresponde con la visión actual. Lejos de buscar una sociedad más participativa y con ampliación de derechos, el nuevo “sueño chino” plantea un Estado policial y de vigilancia que marginaliza a la disidencia utilizando las nuevas tecnologías de patrullaje cibernético y censura.

Considero que el texto plantea preguntas económicas interesantes sobre los causales y el futuro de la influencia China en el mundo, y es un punto de partida para analizar la conexión con América Latina. Sin embargo, deben matizarse los logros en la consecución de logros económicos con los avances del Estado-partido sobre la sociedad civil en su cruzada por construir un nuevo tipo de sociedad ontológicamente autoritaria y sin espacio para la disidencia.

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